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SER PRESBITERO EN EL SENO DE NUESTRA CULTURA III

 

 

 

D. Juan María Uriarte

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


    V. UNA CULTURA QUE ACENTúA LA SATISFACCIÓN DE LOS DESEOS

     

    1. El rasgo cultural

     

    En los últimos 40 anos, el nivel de vida ha experimentado entre nosotros un incremento casi exponencial. Hemos pasado de tiempos de estrechez y obligada austeridad a anos de abundancia, por desgracia no accesible a todos los ciudadanos. El progreso técnico ha modificado muy notablemente los hábitos de vida de la gente en el comer, en el vestir, en la vivienda, en los viajes, en las vacaciones. Posibilitados por este progreso técnico, producir y consumir se han convertido en dos grandes tractores de la vida social.

     

    Lejos de ser un mal, una vida relativamente holgada que permite la satisfacción de necesidades y deseos materiales y culturales es una meta deseable. Sucede, sin embargo que la dinámica provocada por el binomio «producir-consumir» se ha revelado insaciable. Producir para consumir y consumir para producir, nos ha conducido a la espiral de producir más para consumir más y consumir más para producir más. Asi lo postula el sistema económico vigente que necesita trabajadores denodados y consumidores acendrados. El afán obsesivo por producir y el ansia compulsiva de consumir (el consumismo) son, en realidad, dos salidas diferentes y falsas al vacío de sentido de la vida humana.

     

    La Real Academia define el consumismo como «actitud de consumo repetido e indiscriminado de bienes en general materiales y no absolutamente necesarios». Esta calificación mesurada resulta demasiado neutra para los analistas sociales, a la vista de los estragos que produce tal actitud. El consumismo es «la fiebre por consumir». Esclaviza a las personas, creando en ellas verdaderas adicciones. El consumista vive obsesionado por adquirir vestidos, vehículos, aparatos musicales, bebidas, espectáculos, viajes. Para el consumista, «el mundo es una gran manzana, una gran botella, un gran pecho. Nosotros somos los lactantes, los eternamente expectantes, los eternamente decepcionados» (Eric Fromm). La sensibilidad para con las necesidades y sufrimientos de los demás queda acallada y neutralizada por la urgencia de nuestro deseo. Para el consumista, el Tercer Mundo, por ejemplo, no existe.

     

    Dos efectos perniciosos genera el consumismo en el deseo humano. El primero es la creciente incapacidad para diferir la satisfacción. En cuanto nace el deseo, brota la compulsión por obtener inmediatamente su objeto. El deseo humano no vive un proceso de elaboración y de maduración. En consecuencia, la calidad de la satisfacción obtenida es mucho más pobre. Al consumista le sucede como al prostático, que experimenta una imperiosa necesidad de evacuación y extrae de ella una muy limitada satisfacción. El consumista se cansa pronto de los objetos adquiridos. Necesita cambiar en cuanto percibe la salida al mercado de una nueva marca. El segundo efecto pernicioso es la escasa tolerancia a la frustración de nuestros deseos, previsiones y expectativas. Cualquier privación inesperada lo descompone y le vuelve agresivo. Hace un drama de sus carencias y le es muy costoso neutralizar el vacío que le dejan. Así se explica el fenómeno de que muchos viven tanto más insatisfechos cuanto más bienes poseen.

     

    2. Incidencias en la vida presbiteral

     

    Las economías presbiterales, por lo general, no dan para mucho. Nuestros hermanos y sobrinos viven, con mucha frecuencia, más holgados que nosotros. A veces «heredamos» de ellos prendas y objetos todavía en buen uso. Además la voluntad de no esclavizarnos y la llamada evangélica a vivir al nivel de la gente humilde nos inmuniza a muchos ante la persistente tentación consumista. PDV propone a los presbíteros la pobreza no solo «como una forma de existencia que les conforma mas manifiestamente a Cristo», sino también como una actitud que «prepara al sacerdote para estar al lado de los mas pobres y hacerse solidario con sus esfuerzos por una sociedad mas justa y como un signo concreto de la insumisión a la tiranía del mundo contemporáneo que pone toda su confianza en el dinero y en la seguridad material».

     

    Estamos llamados a un modo alternativo de vivir que produce libertad y alegría y que, por si mismo, denuncia mansa e intrépidamente un consumismo que produce insensibilidad, esclavitud e idolatría. Pero se nos plantea cómo vivir estos valores «en la cultura de la satisfacción» (Galbraith).

    Siempre habremos de estar atentos para que ningún hábito de consumismo se nos cuele por las rendijas de nuestra vida. No en todos los casos nuestro tenor de vida se acerca en la medida suficiente y perceptible al nivel de la gente modesta que vive alcanzada de recursos. También nosotros podemos ser un tanto esclavos de «necesidades innecesarias». En algunas de nuestras casas pueden quizás sobrar aparatos técnicos. En nuestro diario vivir son tal vez excesivos los kilómetros innecesarios de nuestro automóvil. Nuestras vacaciones, cada vez más «ecuménicas», requerirían acaso una revisión con criterios evangélicos (que no son lo mismo que los criterios rigoristas). Pudiera ser que nuestra cartilla de ahorro fuera en algunos casos más abultada que la requerida por una prudente previsión coherente con el Evangelio de la pobreza. A pesar de nuestras modestas percepciones y de que la tendencia cultural no orienta al ahorro, la pasión por acumular no es del todo ajena a todos los sacerdotes.

     

    La pasión por el dinero es una pasión Ma que «metaliza» el corazón y lo hace más insensible a Dios y a los pobres.

     

    VI. UNA CULTURA QUE NO CONSOLIDA LA «CONFIANZA BÁSICA»

     

    1. Un déficit paradójico

     

    Las altas metas logradas por el hombre en el conocimiento y dominio del mundo y en la consecución de la salud y el bienestar, provocan en él un sentimiento colectivo de autosuficiencia. A primera vista, este sentimiento colectivo debería reforzar su seguridad subjetiva y existencial. Paradójicamente no parece ser este el efecto producido por tantos éxitos humanos. Prometeo tiene los pies de barro. Psicoanalistas de renombre mundial creen descubrir en el fondo de las actuales generaciones un déficit de «confianza básica», una inseguridad radical, «una extraña combinación de intensa ambición y de fantasías grandiosas, sentimientos de inferioridad, excesiva dependencia de la aprobación, insatisfacción respecto de si mismo». Me atrevo a añadir: la sensación de no estar asentados en un fundamento firme y el temor (tal vez el miedo) a un futuro incierto. Parece faltarles un punto de apoyo originario y una plataforma de proyección hacia el futuro. La inseguridad propia y la dificultad de confiar en los otros y en el Otro van emparejadas en este síndrome de la desconfianza básica.


    No tengo ni espacio ni competencia para analizar con detalle las causas de este déficit vital tan importante. Pero sí la suficiente experiencia para detectar las rafces tempranas de este déficit. Winnicot se inclina por señalar fallas de calado en la relación arcaica con la madre. La crisis de estabilidad de la pareja pasa sin duda esta pesada factura a los hijos nacidos de ésta. Los niños que gozan de estabilidad familiar tienen una seguridad vital mayor. Me pregunto, no sin fundamento, si la fe en Dios, sólida y sentida, no ha ofrecido a muchos una persuasión de estar asentados, acompañados, acogidos. El déficit de esta experiencia en las generaciones nuevas y adultas agrava la carencia señalada.

     

    Podemos entrever razonablemente algunos de los efectos de esta falla en la cimentación de la persona. La falta de confianza básica puede erosionar la mutua confianza de la pareja y afectar así a la estabilidad del amor compartido. Puede deteriorar otras relaciones humanas, tiñéndolas de actitudes suspicaces o hipersensibles. Puede dificultar la entrega confiada a Dios.

     

     

    2. Confianza básica y vida presbiteral

     

    El firme anclaje en Dios que tantas vidas sacerdotales profesan, es y debe ser una fuente de seguridad básica. Pero no compensa del todo otras carencias tempranas que pudieran anidar en algunos sacerdotes. Varios síntomas pondrían delatar estas carencias. Uno sería la ansiedad intensa y un tanto crónica que acompaña a bastantes sacerdotes en su vida y trabajo. En una primera aproximación está provocada por la incertidumbre de conseguir aquel objetivo que deseamos obtener. Pero una aproximación más honda y más certera revela algo de la inseguridad existencial que antes hemos descrito. A la persona ansiosa le cuesta mantener su paz interior. Su ansiedad se refleja en la prisa, muchas veces inmotivada, que se apodera de él. La prisa le vuelve impaciente. El insomnio es su pesadilla.

     

    Un segundo síntoma sería la hiper-responsabilidad. El hiper-responsable no se fía de que las cosas se harán si él se desentiende de ellas. Por eso le cuesta mucho «desconectar». La responsabilidad «le persigue». Le conduce además a la hiperactividad que pone nerviosos a él y a sus colaboradores. Le quita el sosiego para escuchar a la gente... y a Dios. Más al fondo, debajo del hiper-responsable subyace una persona tocada por la antedicha inseguridad existencial. La hiper-responsabilidad es, ante todo, la patología de los responsable existencialmente inseguros.

    Llegar hasta el fondo de la inseguridad existencial es una tarea muy ardua en la que se afanan, con resultados modestos, cuando es muy profunda, algunos especialistas. La profundización en la experiencia creyente, sobre todo en la confianza en Dios «a fondo perdido», significa un notable alivio. Puesto que esta inseguridad es, en gran medida, de naturaleza afectiva, se presta a ser confortada a través de una relación rica en familiaridad y explícita a la hora de mostrarles aprecio real por su persona y su trabajo. He aquí una tarea especialmente indicada para Delegados y Obispos.

     

    VII. UNA CULTURA CON «DIOS AL MARGEN»

     

    «Last, no least», la cultura predominante se caracteriza por dejar a Dios «respetuosamente aparte» (De Lubac). A veces no tan respetuosamente. Hoy la economía, el saber, la política, las instituciones, el ocio, la misma ética, se han emancipado de la tutela religiosa y se rigen, al menos metodológicamente, por el criterio «etsi Deus non daretur» (como si Dios no existiera). En general, no niegan explícitamente la realidad de Dios, pero tampoco lo necesitan para sus formulaciones teóricas ni para su desenvolvimiento práctico.

     

    Esta posición «metodológica» ha sido traducida, en la cultura de la gente corriente, en una actitud real. Tal actitud ha pasado a la sangre de buena parte de la sociedad europea. Un porcentaje apreciable y creciente de ciudadanos es religiosamente indiferente. Según todas las apariencias y todos los sondeos, Dios no les preocupa en absoluto. «La indiferencia no constituye una situación intermedia entre el creyente y el ateo, sino la forma mas radical del alejamiento de Dios». Un porcentaje todavía mayor, que se considera creyente y mantiene alguna práctica religiosa, ha «desalojado a Dios» de áreas importantes de su vida laboral, lúdica, familiar, económica, sexual. No viven «ante Dios» (Bonhoeffer). Para ser objetivos, hemos de reconocer con alegría que para otra porción estimable de la ciudadanía «Dios sigue siendo Dios»: da sentido a su vida, motiva su comportamiento moral, comunica sintonía con los excluidos, infunde esperanza, es fuente de alegría y consuelo en la tribulación. Su fe procura honestamente, aunque no sin deficiencias, aceptarlo como Dios en todas las áreas de la vida.


    Al mismo tiempo, mientras las Iglesias viven en época de apretura, la Religión pervive, según una sólida convicción de los analistas, que ha sido sorpresiva incluso para ellos mismos. Se da por descontado que va a seguir perviviendo, en este mundo secularizado, tanto en su formato institucional en las Iglesias como en multitud de «nuevos movimientos religiosos» que muestran una gran vitalidad aunque están surcadas por muchas ambigüedades y contaminaciones. A pesar de estas últimas, el «revivir religioso» parece expresar una resistencia y una protesta del corazón humano ante un clima cultural asfixiante, empeñado en explicar, dominar y parcelar la realidad del mundo y desacostumbrado a contemplarlo como un todo, de respetarlo y de preguntarse por su origen y su destino. Los «nuevos movimientos religiosos» revelarían la apertura básica e indeleble de los humanos a Algo o Alguien que nos desborda.

     

    ^No hay contradicción entre el «eclipse de Dios» (M. Buber) arriba descrito y el renacer religioso ahora apuntado? Creo que son dos fenómenos simultáneos. La increencia y la indiferencia siguen avanzando implacablemente, sobre todo en las nuevas generaciones. La religión continúa emergiendo aquí y allí en formas variadas. Todavía, al menos entre nosotros, la onda irreligiosa es ampliamente mayoritaria y más perceptible. Es arriesgado aventurar, en este y otros muchos asuntos, el mapa del futuro. «El futuro de la Iglesia y del cristianismo depende primariamente de Dios y no del hombre. Dios puede, por tanto, confundir las mejores y mas fundadas predicciones, como ha sucedido frecuentemente en la historia» (Van der Pol).

     

    2. Los presbíteros «ante Dios»

     

    Los presbíteros estamos concernidos por este fenómeno desde muchos flancos. La indiferencia creciente interpela nuestra esperanza pastoral e induce la tentación de preguntarnos si no estaremos entrando en una época post-religiosa. El alivio producido por el revivir de la Religión queda acidulado por el hecho cierto de que muchos que viven este despertar no se orientan hacia la fe en Jesús ni menos a la comunidad eclesial. A más de un sacerdote le cuesta aceptar que haya dedicado su vida entera a suscitar la fe para encontrarse... con esto. Y más de uno lleva el tiro debajo del ala en forma de decepción y de sensación de infecundidad.

     

    Muchos son los sacerdotes con recursos nacidos de su fe, de su espiritualidad y del conocimiento del corazón humano para sobreponerse a esta dura prueba. Saben por su fe que la voluntad salvífica de Dios es perenne y está plenamente vigente. Su espiritualidad, cultivada durante largos anos, ha ido aclimatando en su interior el movimiento de entrega confiada a Dios no solo de su presente y futuro personal, sino del presente y futuro de la comunidad eclesial. Saben de quién se han fiado (cf. 2 Tim 1, 12). Su experiencia humana les hace decir con Rahner: «el hombre y la mujer de hoy son diferentes, pero son humanos».

     

    Pero la cultura que margina a Dios es como una niebla baja que nos penetra hasta los huesos. El creyente de todos los tiempos ha mantenido en su interior una dialéctica con el ateo potencial que lleva dentro de sí «Dónde te buscaré», decía San Anselmo ya en el siglo XI. Hoy esta dialéctica se vuelve más apremiante. Muchas realidades que evocaban casi espontáneamente a Dios, parecen haberse vuelto opacas a la mirada del hombre actual. El hombre y la mujer de nuestros días descubre mucho más fácilmente en el mundo el rostro del hombre que la huella de Dios.

     

    El sacerdote no es un simple espectador preocupado, afligido, esperanzado de este panorama. Él mismo está también habitado por esta sensibilidad. Se siente tendido «entre el silencio de Dios y la extrañeza del mundo» (Olegario Glez. de Cardedal). La pregunta de San Anselmo: «¿dónde estas?», se reformula (apenas me atrevo a decirlo) en esta otra: «^estás?» Mircea Elíade sostiene que la gran diferencia entre el hombre antiguo y el hombre moderno radica en que, para el antiguo, Dios era más cercano que las cosechas, los rfos, la tormenta, la tribu. En cambio, el hombre moderno tiene dificultad para percibir y sentir a Dios como real. Somos hombres de este tiempo. El presbítero está habitado por las dos sensibilidades: la que siente familiar a Dios y la que lo siente extraño. Aquí radica su escisión fundamental.

     

    Los presbíteros que gestionan bien esta «escisión» entre su fe y las corrientes culturales dominantes que también se alojan dentro de él, van accediendo, por la gracia del Espíritu, a una adhesión más aquilatada a Dios, a una exigente purificación de su imagen, que nos ha sido revelada en Jesucristo, el Señor. Saben, por intuición, que la oración es un camino indeclinable para que Dios sea Dios en su vida cada vez con mayor hondura. Son acendradamente fieles a esa lucha diaria de la oración individual, que les prepara para la oración comunitaria y litúrgica. Los encuentros diarios con diversas personas y los acontecimientos de cada jornada van haciéndose para ellos un lugar cada vez más transparente de encuentro con el Señor. El trato con los sufrientes se torna espacio privilegiado de esta transparencia.

     

    Si no aprendemos a gestionar esta escisión, nuestra postura vital puede resentirse y convertirse en un híbrido de cultura y fe que, como todo hfbrido, resulta infecundo. La impregnación cultural llevará de ordinario las de ganar sobre la fe, que irá quedando como un residuo resistente, pero residuo. Poco a poco podemos sorprendernos como «secularizados por dentro». El riesgo no es imaginario. La Conferencia Episcopal de España nos avisaba acerca de él en el Plan Pastoral 2002-2005. La tarea de obispos y delegados consiste en ayudar a procesar bien esta delicada operación.

     

     

     

    La radiografía elemental de nuestra realidad presbiteral, leída en la atmósfera cultural envolvente de nuestro tiempo, nos prepara -así lo espero- para comprender en profundidad, gracias a la reflexión de Ángel Cordovilla, la escisión antropológica que el sacerdote experimenta dentro de este contexto cultural y el momento de gracia que ella propicia . Mi intervención y la suya nos ayudarán a comprobar la pertinencia del hilo conductor de la conferencia del P. Fernández Martos, que sitúa al sacerdote como «puente entre las dos orillas», la de la cultura y la de la fe, y formula las pautas espirituales que esa situación hace necesarias. Esperamos lleguéis a percibir la ligazón existente entre los temas desplegados por los tres ponentes. Nuestra única intención consiste en que el conjunto articulado de las conferencias os dé alguna luz para la tarea que con vuestros obispos y en su nombre realizáis entre vuestros sacerdotes.

     

     

     

     

    PDV 17.

    PDV 30.

    ERIKSON : «Infanzia e societá». Roma, 1967.

    KERNBERG, B. : «Conditions and Pathological Narcissisme» (citado por A. Cencini en «Por amor, con amor, en el amor», pág. 162).

    VELASCO, J.M.: «La misión evangelizadora hoy». San Sebastián, 2002, Ed. Idatz, pág. 66.

    RAHNER, K.: «El hombre actual y la religión», en «Escritos de Teología», t. 6, Taurus, Madrid 1969, págs. 15-23.

    «Lo sagrado y lo profano».

    «Plan Pastoral 2000-2005», en Ecclesia, n. 3087, pág. 195.

     

 

(Fuente: Comisión del Clero de la CEE, Encuentro de Delegados y Vicarios para el Clero. Madrid, 27 - 29 Mayo de 2009)