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            ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL Y PASTORAL DE LAS VOCACIONES

I

                                                                                  P. Mark Rotsaert, S.J.

 

1. - Una curva. La curva de mi vida... Con sus altos y bajos, con sus cumbres y sus abismos: momentos destacados de mi vida. Pero hay, quizás, algo más importante que estos momentos fuertes, tanto positivos como negativos: el hecho de que nunca me he quedado quieto, no me he detenido ni en las profundidades, ni en la obscuridad, incluso cuando estos instantes han podido durar mucho. Siempre cabe un nuevo punto de partida: el momento en que la curva vuelve a subir. Es ésta una constatación posterior, aunque importante en la  vida del hombre. Son éstos momentos de transición; el paso del sufrimiento a la curación, tránsito del sentimiento de estar perdido, pasmado, a la experiencia de reencontrarse, paso de la  muerte a la vida. Designamos estos momentos de transición,-modestamente-, como experiencia de resurrección, que siempre consisten en la experiencia de que es el Señor quien me resucita. No soy yo quien ha tomado la iniciativa de salir de mis abismos de oscuridad (profundidades). Incluso cuando un día me decidí a salir del túnel. Otro había puesto en mí la fuerza necesaria. Llegar a ser consciente de estos momentos de transición o de resurrección me ayudará a reconocerme en un relato evangélico de curación, bien cuando el hijo pródigo es acogido por su padre, bien en una narración de Cristo resucitado apareciéndose ( p.e. a los discípulos de Emaús).
   He aquí, en cierto modo, hacia donde quiere llegar el acompañamiento espiritual: reconocer la presencia de Cristo resucitado en mi propia vida, en mi historia, en el mundo que me rodea. El acompañamiento espiritual tiene, por  tanto, como objeto ayudar a uno/a  a descubrir poco a poco esta realidad crística en su propia vida, a comprender su propia historia como una historia de salvación.


2. - Si tal es la finalidad del acompañamiento espiritual, resulta evidente que el acompañamiento espiritual no es posible más que entre creyentes. El acompañamiento espiritual sólo tiene sentido en la perspectiva de la fe. Ciertamente,  esta fe es una fe encarnada en tal hombre, en tal mujer, y entonces todo el psiquismo del hombre entra en juego. Pero sin la fe, el  acompañamiento se reduciría a un mero acompañamiento psicológico ( lo cual no está nada mal).

3. - Descubrir la presencia de Cristo resucitado en la propia vida es reconocer que es Dios quien toma la iniciativa en mi vida. Es él quien me conduce, Él es quien me hace vivir, Él quien me re-crea de nuevo cada día, como el primer día. Es decir: que el verdadero director espiritual no es otro que Dios mismo. Él es quien  me guía por su Espíritu. El acompañante espiritual, en sentido estricto, no conduce, no dirige. El acompañante espiritual ayuda a uno/a a dejarse guiar por el Espíritu que les ha sido concedido.

4. - Antes de profundizar en algunos aspectos del acompañamiento espiritual, me parece importante situar el acompañamiento espiritual dentro de un conjunto más bien amplio de las diferentes maneras de acompañamiento.
Todo hombre se ve acompañado en su vida ( que es también una vida de fe) desde  múltiples caminos: los amigos -la comunidad humana en la que se vive (familia, escuela, universidad, trabajo)-  la comunidad eclesial con su tradición, su liturgia etc.(grupos de oración y de compromiso social) - su estudio y sus lecturas etc. El acompañamiento espiritual no es más que una de las formas de acompañamiento en este conjunto, pero es también una forma muy específica. Y la relación que se establece entre el que acompaña espiritualmente  y el/la que es acompañado/a es una relación muy característica, como nosotros vamos a poder ver más adelante.

    Si esto es verdad para todo acompañamiento espiritual, creo muy importante tener en cuenta que actualmente, en Europa (hablo sobre todo partiendo de la situación en el país flamenco, en Bélgica)
                                                                                             
*Tradujo del original francés  “Acompagnement spirituel et pastoral des vocations” publicado en la Revista Seminarium, 1997. N. 3., págs. 546-563, Jesús Morera Carbó.  Con la debida autorización para su publicación en esta revista.
los jóvenes encuentran cada vez menos lugares de acompañamiento, tanto para su desarrollo humano como para su vida de fe. El acompañamiento espiritual deberá tomar nota de ello, rechazando totalmente ocupar el puesto de otros modos de acompañamiento, procura no ser otra cosa que acompañamiento espiritual.

                                 ACOMPAÑAR AL HOMBRE EN SU TOTALIDAD

1. El proceso de acompañamiento.

   1.1. Punto de partida: la situación del joven en búsqueda. El joven que actualmente ansía profundizar en la fe se encuentra, con bastante frecuencia, un tanto desamparado. No solamente conoce poco los lugares donde se puede vivir la fe de una manera sencilla, sino que él mismo, frecuentemente, no es en absoluto consciente de su falta de formación religiosa. El contenido de su fe es excesivamente pobre y, rara vez, lo tiene explicitado. Esta realidad es algo que no le preocupa en exceso. Por contra, el aspecto vivido de su fe se experimenta como algo importante. Lo que le ayuda a mantenerse en la fe es toda una serie de cosas referentes a los sentidos y a los sentimientos (p.e. los cantos de Taizé -la melodía importa más que el texto- y el juego luces-sombras de Taizé). Se puede decir, en general, que muchos jóvenes conceden gran importancia al poder vivir su fe en grupo,  en comunidad. La falta de un grupo de referencia convierte en efímeros los momentos de manifestación y expresión de su fe y de su compromiso que es, en consecuencia, pasajero. Pero no nos engañemos con eso: un buen  número de estos elementos  que acabo de citar, son  elementos positivos y ciertamente importantes. Deben ser integrados en un conjunto más amplio y  enraizados en el núcleo más profundo de cada persona


    Porque también en cuanto a su desarrollo humano el joven de hoy vive en un mundo roto. Las grandes ideologías han perdido su fuerza de atracción  y no existen normas morales reconocidas por  todos. Cada uno se construye -implícitamente- una ideología y una ética a su medida. Lo que importa es aquello que me va bien, o cuando yo me siento bien en mi piel. Ser verdadero, auténtico, es más importante que la verdad. Se vive todo intensamente a partir de la experiencia personal. El bien común (la política/ polis; la república/res publica) no es apenas tomada con interés. Sin embargo, el redescubrimiento de la importancia de la naturaleza provoca nuevos tipos de compromiso. Todo lo que se refiere a la religión es relegado al dominio de lo privado. Incertidumbre y precariedad caracterizan esta época; todo compromiso duradero se convierte en problemático. Hace treinta años, según los estudios psicológicos, se llegaba a la mayoría de edad a los 21 años,  y a esa edad se le consideraba adulto. Actualmente se es mayor de edad a los 18 años, pero solamente hacia los 30 años comienza en realidad la edad adulta. Este cuadro respecto al mundo contemporáneo y a los jóvenes no pretende ser completo, evidentemente. Nos sirve para centrar nuestra atención respecto a cuantos nos solicitan un acompañamiento espiritual y a cuantos nos lo proponen.

     Normalmente el proceso de acompañamiento comienza con una petición de ayuda. La iniciativa se sitúa desde de aquél o aquella que busca un acompañante. Pero con los jóvenes es necesario hacer una excepción. En general, los jóvenes no saben que existe algo llamado acompañamiento espiritual ni en qué consiste tal acompañamiento. Por esta razón creo que es necesario presentar a los jóvenes que deseen avanzar en su camino de fe esta forma de acompañamiento. A aquellos que se sienten interpelados por Jesucristo y su Buena noticia (Evangelio) y que desean conocer mejor y por más tiempo su fe y profundizar en ella,  éstos son los jóvenes a quienes nosotros debemos proponerles un acompañamiento espiritual. Este acompañamiento deberá empezar en el lugar en el que el joven se encuentre, en su forma de vida humana, en su vida de fe.


 

1.2.  Poder expresarse, mostrarse como uno es
     El acompañamiento debe tener cuidado de no querer poner remedio inmediatamente a todas las lagunas que percibe  en tal o cual joven, p. e. a nivel doctrinal (contenido de la fe). El acompañante tiene que permanecer sobrio y modesto en aquello que él aporta como complemento de información. Lo más importante es que empiece por "escuchar". Hablar corresponde al joven. Y este joven descubrirá que quien puede y debe hablar aquí es él. Y sobre todo, tendrá la oportunidad de descubrir en el acompañante el ámbitodonde pueda abrirse, decir-se. El acompañante podrá en su caso sugerirle palabras con las que expresarse, pero nunca reemplazar la experiencia fundante de poder decir-se.

El acompañante prestará atención para que el joven no se limite a los espiritual, y llegado el caso, le invitará a contar antes su vida concreta: su trabajo o sus estudios, sus relaciones humanas, sus sueños, sus dificultades. El joven deberá aprender a descubrir, en aquello que vive, sus sentimientos profundos, todo lo que le afecta. A continuación se esforzará por encontrar las palabras que le ayuden a ponerle un nombre. Es un paso necesario para (llegar a aceptar)la aceptación de los propios sentimientos. Y es precisamente a nivel de sentimientos, a nivel de afectividad profunda en donde cada uno es único.

Pero será muy importante que el joven descubra que los sentimientos, no tienen por sí solos valor moral. En general no se hacer problema alguno cuando se siente simpatía por una persona, pero sí se culpabiliza cuando se siente antipatía, envidia u odio hacia alguien. No hay buenos y malos sentimientos. Hay sentimientos positivos o negativos, agradables o desagradables... La moralidad  entra en juego cuando yo me dejo condicionar por estos sentimientos en mi actuación. Cuando yo me dejo dominar de tal modo por un sentimiento de antipatía, por ejemplo, que planeo hacer el mal contra aquel que me es antipático, entonces yo soy responsable de mis pensamientos y de mis actos. Yo no soy responsable de un sentimiento de simpatía o de antipatía. Los salmos puden ayudar al joven a expresar en su oración los sentimientos que lo embargan, ya sean estos positivos o negativos.

No es sorprendente que en este nivel profundo de los sentimientos el joven se sienta inseguro; esto vale también para cualquier adulto. Hay, en toda vida, cosas de las que no se habla fácilmente. Y puede existir  cierto temor  ante el acompañante (¿qué va a pensar?), o un temor, frecuentemente inconsciente, de enfrentarse consigo mismo, con su propia realidad. Por esta causa todo debe hacerse en un clima de confianza y de fe, donde se aprende a barirse en la presencia de Dios, que es un Dios de ternura y bondad.

Si nada puede reemplazar esta experiencia de poder expresarse tal cual uno es, el acompañante debe saber que aquello que atañe a lo más profundo de una persona –sea joven o menos joven- es inefable, no puede ser exprresado en su totalidad. No poruqe no se quiera decir, sino porque toca al misterio inalienable de cada uno. El joven que es acompañado debe encontrar el espacio apropiado en su acompañante, en el que aquello que no se puede decir, no deba ser dicho. Es en el respeto por este misterio de cada uno en el que nace una comunión profunda entre el joven  y aquel o aquella que le acompaña.

1.3. Tomar conciencia de lo su propio vivir

El joven que aprende a expresarse, aprende también a conocerse. A lo largo del acompañamiento va creciendo la concientización de sí mismo. Será necesario ayudar al joven a aceptar la confrontación con su propia realidad: trabajo lento y difícil. Es necesario que tome conciencia tanto de sus propios límites, de sus fallos, de sus pecados como de todo bien y cualidad que hay en él y de la tarea del espíritu en él.. Tomar conciencia d esu propia realidad es un paso necesario para llegar a aceptarse tal como es. Este proceso de aceptación no podrá realizarse más que si el joven  tiene el sentimiento de que es aceptado tal cual es por su acompañante. También en el discernimiento d euna vocación esto me parece un punto capital: si un joven no llega a aceptar su realidad, no se liberará jamás de sus conflictos con los otros, no importa que sea la autoridad oficial ola comunidad de creyentes de la que él forma parte. ¿Cómo es posible tener una idea equilibrada y justa sobre los otros si se rechaza la realidad de la propia vida?

La aceptación d ela proppia realidad abre el camino real de la libertad. Es preciso que se acreciente en el joven la certeza lúcida de su propia realidad para descubrir en ella lo que entorpece en él la libertad. Es aquí donde entra en juego el discernimiento de espíritus. El dicernimiento de espíritus, o sea, poder distinguir lo que me hace progresar en el bien y cuales son las fuerzas que hay en mí que me arrastran por los caminos del mal, distinguir en qué lugar – en mi vida concreta- el Espíitu de Cristo me guía y en qué lugar yo soy manipulado por el espíritu del mal. Es decubrir que el veradero director espiritual es el Espíritu Santo. Es descubrir la presencia del Resucitado en mi vida.

2. ACTITUDES DEL ACOMPAÑANTE

2.1. Escucha

Es lo primero que el acompañante tiene que hacer, escuchar al que o a la que acompaña. Y, para poder escucharle adecuadamente, debe antes haber aprendido a escuchar al mundo, a sí mismo y a Dios. El joven quye se abre y se pone en nuestras manos es alguien muy enraizado en nuestro mundo. ¿Cómo podríamos comprender a este joven si no nos pnemos a la escucha del mundo en el que él vive? Y, ¿cómo ayudar a un joven a aceptarse a sí mismo, si no somos capaces de enfrentarnos y aceptar nuestra propia realidad? Y, ¿cómo ayudar a un joven a descubrir la presencia de Cristo en su vida, si no vivimos nosotros mismos de esta presencia de Cristo?

2.2. Empatía

Significa meterse debajo de la piel del otro (ponerse en su lugar), tratar de acercarse a lo que él siente, a aquello que vive intensamente. Con esta actitud el acompañante tratar de sintonizar con quien se le pone delante como el otro, único e irrepetible, o sea, el diferente de mí. Esta actitud está localizada en la dimensión del carisma: no tod el mundo tiene las características propias del que ha de ser acompañante espiritual.

2.3.

Ya he hecho alusión a esta cualidad anteriormente. Aceptar al joven tal cual es, sin prejuicios ni condiciones, es actitud  básica y capital. El joven no será capaz de aceptarse a sí mismo si no tiene la experiencia de ser aceptado incondicionalmente por el acompañante. Esta actitud exige gran dosis de libertad interior.

2.4. Libertad interior

es de todo punto necesario ser interiormente libre para poder acoger y aceptar al otro tal cual es. ¿Cómo se puede estar atento al otro al mismo tiempo que estoy agobiado por mis cuitas y preocupaciones?. Tendríamos aquí una manera de escucha en la que yo, por supuesto sutilmente, impongo al otro mi propia necesidad de amistad o de ser reafirmado... Sólo en la medida en la que yo me sienta reconciliado conmigo mismo podré acoger en mi ámbito familiar interior al otro. Y al mismo tiempo es necesario que yo me sienta tan libre frente a mi propia experiencia, que no trate de hacer de ella la norma de  mi ayudar al otro. Es necesaria una buena dosis de libertad interior para sr capaz de aceptar un sufrimiento que aparece en la vida de otro, sin querer minimizarlo. Es necesario también ser libre interiormente para respetar la relación fundamental entre el Creador y la creatura y no interferir constantemente.

2.5. Compasión

“Cum-pati”, padecer con: llevar al otro, sufrir con el otro. El fundamento d ela compasión es (la certeza vivida) el convencimiento de que todo hombre, mi prójimo, es también igual a mí. Yo no soy diferente d elos otros, soy hermano de cada uno de los hombres, de toda persona humana. Hay una comunión fundamental,. La compasión me hace descubrir que la capacidad de amor  que yo descubro dentro del otro, existe también dentro de mí, y que el mal que yo percibo en los otros, tiene igualmente sus raíces dentro de mí. Cuando yo vivo esta comunión fundamental, quizás llegaré a ser capaz de ser signo de la misericordia de Dios, un signo de perdón que Cristo nos ofrece.

2.6. Portador de palabras y de la Palabra

El acompañante no es solamente el que escucha, es también el portador de palabras y de la Palabra. Si es cierto que es el joven mismo el que deberá aprender a comprenderse, el acompañante no le dejará sin embargo a su aire (que corra solo los riesgos). Durante todo el tiempo, el acompañante se nostrará como un maestro en el arte del acompañamiento espiritual, si llega a prescindir de lo que él –el acompañante, siente, vive e interpreta en este proceso de concientización en el joven en cuestión. Con frecuencia el arte está en esto: plantear la pregunta oprotuna en el momento oportuno y con el matiz que precisa.

Pretenece también al acompañante proponer la Palabra de la Escritura, a fin de qu ésta pueda desplegar su fuerza en el joven que busca. Esta palabra misma es un desafío para aquel que la escucha. El acompañante no debe, pues, ocupar el lugar de la Palabra. Su alegría consistirá en poder ser testigo de la fuerza d ela Palabra en el inetrior del joven.

Si el acompañante constata dentro del joven lagunas importantes en su visión de la fe, cuidará que poco a poc se rellenen esas lagunas. En principio, yo diría que no es el papel del acompañante espiritual el de ser también catequista o teólogo. El acompañante debe remitir al joven a otros lugares en los que su fe puede enriquecerse, lugares de encuentro y formación (allá donde existan...). Una buena lectura puede suplir y ser uno de esos lugares de formación. Aquello a lo que prestará especialmente atención el acompañante espiritual será al modo como el joven integre poco a poco los elementos de la fe en la vivencia de esa misma fe.

 

3. La relación acompañante-acompañado/a


 Como decía hace poco, la relación entre acompañante y acompañado/a, es una relación muy específica. Esta relación es del tipo de la Alianza bíblica, y al mismo tiempo es del tipo de sacramento.

3.1. Alianza

 La relación acompañante-acompañado es sobre todo del tipo de Alianza más que del tipo contrato. Se habla de contrato cuando dos personas o dos partidos se unen mutuamente, y donde cada uno tiene sus derechos y sus deberes, Cuando una de las partes no respeta el contrato, el compromiso adquirido, entonces el contrato se acaba. Totalmente otra es la alianza que Dios establece con su Pueblo. Cuando el pueblo es infiel, Dios permanece fiel. Dios no pone condiciones a su fidelidad.
   Se da también otra diferencia entre el contrato y la Alianza. Un contrato tiene siempre la estructura de "do ut des"; te doy algo a ti y tú me devuelves otra cosa. Yo te doy mi competencia y tú me pagas. Prestación y contraprestación (contrapartida). Uno de los grandes desafíos de una relación de alianza es, precisamente, no esperar ninguna contrapartida por los servicios prestados. El acompañante espiritual es el servidor que da la vida por los demás Eso es vivir el Evangelio.

3.2. Sacramento

   Entre el acompañante y el acompañado el verdadero trabajo que se realiza en esta relación es el trabajo del Espíritu Santo. A través de la relación humana se realiza la obra de Dios. Esto quiere decir que lo humano es sacramento de lo divino.


  He aquí por qué un acompañamiento espiritual no se puede medir por la cantidad de encuentros ni por la cantidad de saber (ciencia) de acompañamiento. Lo que importa es la calidad de la relación. Lo que realmente cuenta no es lo que el acompañante sabe o dice, sino más bien lo que él es y cómo es la calidad de su fe. Y ésto es lo que da vida. Es la vida que el acompañante lleva dentro de sí la que tiene fuerza liberadora, la que libera cuanto de positivo hay en quien es acompañado/a. Si existe una verdadera relación de confianza entre acompañante y acompañado, aquél podrá ser, ciertamente, en los momentos difíciles como el sacramento del reencuentro con el Dios de la misericordia.