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LA PROMOCION DE LAS VOCACIONES AL PRESBITERADO: UNA PRIORIDAD PRESBITERAL INAPLAZABLE

Juan María Uriarte

Esquema de la ponencia.

Introducción

1. Las tareas de una auténtica promoción.

a) Suscitar.

b) Acoger.

c) Acompañar.

d) Formar.

2. Los principales destinatarios de la llamada.

a) Los preadolescentes.

b) Los adolescentes.

c) Los jóvenes.

3. Los agentes de la pastoral vocacional.

a) El Agente Principal: Dios

b) Agentes colaboradores.

- La iglesia particular.

- La comunidad parroquial.

- Los presbíteros.

- La familia creyente.

- Los educadores cristianos.

4.El estilo de la pastoral vocacional.

a) La comunión.

b) La planificación.

c) El estilo dialogal.

d) El grupo vocacional.

Introducción

Si la necesidad de presbíteros es vital y el déficit de candidatos alarmante, una conclusión fluye espontáneamente: la promoción de vocaciones al presbiterio diocesano es una prioridad que no admite demora. Establecer las tareas, los destinatarios, los protagonistas y el estilo de esta específica actividad pastoral constituye el núcleo de la presente conferencia.

No podemos demorarnos en explicitar ni siquiera el contenido substancial de estos cuatro apartados. Nos contentamos con marcar en cada uno de ellos algunos acentos.

1. Las tareas de una auténtica promoción

Promover equivale aquí a "suscitar, acoger, acompañar y formar" las vocaciones al presbiterado. Estas cuatro grandes tareas no son fases que se suceden estrictamente, sino componentes que, con mayor o menor intensidad se encuentran en toda pastoral vocacional.

La promoción se distingue cuidadosamente de su caricatura: el reclutamiento.Este ignora la naturaleza,la dinámica y los elementos eclesiales de la vocación presbiteral.

La promoción quiere sembrar en todos los jóvenes una sensibilidad para con el ministerio y recoger en algunos la adhesión personal a él. Por el contrario, el reclutamiento descuida la sensibilización general se interesa exclusivamente por los posibles candidatos. La promoción ofrece contenidos y promueve adhesiones. El reclutamiento suscita más bien emociones y entusiasmos. La promoción propone testigos auténticos y llama tanto más delicadamente cuanto más temprana es la edad de los llamados. El reclutamiento propone "héroes" y dirige por lo regular sus propuestas a los más jóvenes.

a) Suscitar

He aquí una tarea básica de la promoción. Consiste en crear las condiciones objetivas para que emerja o se exprese la inquietud y la llamada vocacional.

La primera condición objetiva es una educación cristiana cabal que presente una vida cristiana como un diálogo entre Dios que llama y el creyente que, individual y comunitariamente, le responde. Esta educación ha de ofrecerse en el contexto de una positiva experiencia de Iglesia. Una Iglesia entrevista como espacio de liberación, surco de participación y plataforma de servicio activo, prepara el terreno para una invitación vocacional.

La presentación explícita, noble y viva, de la vocación al presbiterado en el marco de la vocación cristiana es una segunda condición objetiva. Tal presentación es hoy más necesaria que en otras épocas en las que el presbítero era centro de la mirada motivada de los jóvenes. Una presentación adecuada ilumina la figura del sacerdote para suscitar la atención. Deshace los prejuicios ambientales sobre su persona y su tarea. Presenta su figura como realizada, su vida como fecunda y centrada, su tarea como eclesial y socialmente valiosa. Ayuda a descubrir la clave de la vida de un presbítero: el amor a Jesucristo que le lleva al seguimiento y a la misión.

Pero suscitar es todavía algo más que una presentación explícita a todos: es llamar a algunos. Es invitar uno a uno a determinados jóvenes, en nombre de Jesús y de la comunidad, a plantearse con honestidad si no estarán ellos llamados a este servicio. Es exponerles con respeto y apremio la necesidad, la fecundidad, las satisfacciones, las dificultades, los requisitos y los apoyos de una existencia sacerdotal. Es ofrecerse a acompañarles en el itinerario del discernimiento. Es invitarles a abrirse al Señor en la oración y el seguimiento. Es prometerles la paz y la alegría del Espíritu, si eligen bien y generosamente.

A veces esta llamada despierta la inquietud vocacional. Otras veces activa y da forma a una inquietud preexistente. Muchas inquietudes nacientes se agostan o se adormecen porque una llamada a tiempo no las desveló. Guardadas en el cofre de la propia intimidad, sometidas a los miedos interiores y a los hielos exteriores, se congelan o se deshacen. La crisis de vocaciones, ¿no será en buena medida crisis de "vocantes"?.

b) Acoger

A partir de la llamada, el itinerario vocacional va conduciendo al candidato del desconocimiento a la curiosidad; de la curiosidad a la valoración positiva; de la valoración positiva al descubrimiento; del descubrimiento a una primera adhesión interrogativa; de la adhesión a una primera opción. El primer paso convierte la vida presbiteral hasta entonces insignificante para él en algo interesante. El segundo le desvela que es además saludable para otros. El tercero le hace sentir que la vida sacerdotal es un valor también para él. El cuarto despierta en el joven un deseo cargado de miedos y preguntas. El último supone una primera victoria del deseo sobre las dudas y temores.

Todo este itinerario interior necesita, en primer lugar, ser acogido. Acogemos al joven tal como es y tal como está, con respeto, con esperanza, con alegría.

Con respeto, porque así se lo merecen la acción de Dios y la situación de un ser humano que ante El se formula preguntas cruciales sobre su propia existencia y su futuro servicio.

También con esperanza. Los rasgos todavía inmaduros, las motivaciones aún débilmente evangélicas, los sentimientos llenos de ingenuidad que seguramente detectaremos desde nuestra condición adulta no deben conducirnos a tachar fácilmente de infantiles e inauténticas estas aspiraciones iniciales. Los motivos se enriquecen y purifican a lo largo de todo un recorrido. Desestimarlos de entrada revela un desconocimiento funesto del crecimiento humano y de la pedagogía condescendiente de Dios. En algunos casos denota un escepticismo que ha perdido la capacidad de contemplar admirativamente el surgimiento de la vida. Desanimar con nuestra "experiencia y madurez" a quien, a trompicones, se atreve a confiarnos ingenuamente sus inquietudes resulta, cuando menos, desalentador e irresponsable.

Acogemos, en fin, estas inquietudes con alegría. Ellas son signo de la resistencia que engendra la fe frente a la cultura dominante despersonalizadora. Son un botón de muestra de la fuerza de la gracia.

c) Acompañar

La función del acompañamiento es múltiple: animar, sostener, motivar, exigir. Pero, ante todo, acompañar significa ayudar a discernir.

El discernimiento tiene, en la vocación presbiteral, una primera fase más subjetiva. En ella es sobre todo el candidato, debidamente asistido, quien "se aclara ante Dios y ante sí mismo". En la fase más objetiva es la Iglesia quien discierne. Los formadores del Seminario son un servicio especializado de la Iglesia para este discernimiento.El obispo, en fin, después de haber escuchado a la comunidad, realiza el acto definitivo antes de la ordenación.

La sensibilidad al Espíritu y a sus signos, el amor responsable a la comunidad cristiana, el conocimiento de la teología de la vocación, la familiaridad con los procesos vocacionales, la libertad ante el candidato y su entorno, la lealtad a él y la discreción, son requisitos indispensables para ejercer honestamente esta misión.

d) Formar

La decisión inicial del candidato ha de consolidarse y contrastarse en el adecuado proceso de formación. Previamente al ingreso en el Seminario Mayor, esta formación es confiada a los responsables de la Pastoral Vocacional o, donde lo hubiere, al Seminario Menor. En el momento en que el discernimiento estuviere suficientemente verificado, la formación es generalmente encomendada al Seminario Mayor, que es la comunidad educativa principal y el itinerario formativo central de los candidatos decididos inicialmente.

Pero formar a sus futuros presbíteros corresponde también, en su medida, a la entera comunidad diocesana. Acoger cordialmente a los seminaristas, contribuir a su sostenimiento económico, invitarles a participar en nuestros trabajos y grupos apostólicos, alertarles en sus dificultades, aconsejarles en situaciones delicadas, mostrarles la esperanza depositada en ellos, orar por su perseverancia... no es cometido exclusivo de los formadores del Seminario, sino gozosa e importante tarea de toda la iglesia local. En este sentido, toda la diócesis es un seminario.

2. Los principales destinatarios de la llamada

La comunidad diocesana es protagonista, pero también destinataria de las acciones de la pastoral de la vocación. Dentro de aquella, algunos grupos son destinatarios especiales. De entre ellos vamos a condensar aquí nuestra atención en aquellos más directamente afectados por la llamada vocacional: los preadolescentes, los adolescentes y los jóvenes.

La llamada a los niños fue preferencial en un pasado aún reciente. Muchos consideran que esta llamada llegaba excesivamente temprano. La llamada a los jóvenes parece sería hoy la predominante entre bastantes de nosotros. No pocos estiman que, de ley ordinaria, esta llamada se hace sentir excesivamente tarde. Las presentes consideraciones intentan esclarecer los criterios que, en este punto, han de inspirar la pastoral vocacional de nuestras diócesis.

En realidad, todo el arco vital que va de la niñez a la edad adulta es tiempo apto para la emergencia de una vocación al menos incipiente. Hay vocaciones excelentes que despertaron en la niñez y fueron asentándose a lo largo de la adolescencia y la juventud. Hay también magníficas vocaciones adultas que, tras un largo recorrido vital, se revelan en plena madurez. Pero la cuestión a la que aquí queremos responder es diferente. Consiste en determinar qué es lo que se puede y debe hacer en las distintas edades, para disponer a los destinatarios a abrirse a la vocación al presbiterado.

a) Los preadolescentes

El cultivo vocacional de la preadolescencia tiene ya un interés nada desdeñable. El proyecto vital de una persona empieza a gestarse desde este período. Es bueno que la propuesta vocacional "esté ahí" en esta fase. Un proyecto vocacional acariciado desde épocas infantiles en las que no están todavía configurados los deseos y las aspiraciones de la persona, puede plantear a veces problemas delicados en el desarrollo ulterior de la personalidad. Pero, si cuaja bien, tiene una envidiable estabilidad precisamente porque han convivido desde temprana edad con aquellos deseos y aspiraciones. Contra el sentir generalizado de la gente, la experiencia nos muestra que las vocaciones despertadas tempranamente muestran una solidez incluso mayor que las vocaciones de juventud y madurez. Los hilos vocacionales están inscritos más connaturalmente en el tejido de la personalidad.

Una pastoral vocacional para estas edades es, en consecuencia, legítima y conveniente. La presentación explícita, adecuada a su edad, de la vocación presbiteral es deseable, aunque la insistencia educativa fundamental debe recaer sobre la vocación cristiana común. La invitación a participar en grupos y encuentros vocacionales adaptados a sus inquietudes es adecuada, con tal que estos grupos no los aíslen de otras agrupaciones e incorporaciones propias de su generación. La llamada personal concreta a determinados preadolescentes es razonable siempre que se realice discretamente. En suma, la pastoral vocacional para estas edades es delicada; pero bien orientada, resulta saludable y fecunda.

b) Los adolescentes

Estamos ante una fase vital vocacionalmente muy importante. Es un espacio propicio para una intensa tarea vocacional.

Esta apreciación goza de sólido fundamento antropológico y teológico. El adolescente es un proyecto vital en ebullición, en pleno "período constituyente". En el fondo de este crisol, la fe descubre al Dios que llama, atento a ese proceso, respetando y orientando la libertad del adolescente.

El proyecto vital tiene tres elementos fundamentales: el amor, el trabajo y el sentido de la vida. Las preguntas fundamentales del adolescente son éstas: "quién soy yo; qué voy a ser; cómo voy a amar; a qué me voy a dedicar; para qué vivir". Es evidente el alcance vocacional de estas preguntas. A ellas se enfrenta el adolescente con su bagaje biológico y psíquico, pero también con los modelos de vida privilegiados por su entorno, con las expectativas de sus padres y educadores, la influencia de sus compañeros, los "valores" exaltados por los Medios de Comunicación Social. La acción discreta de Dios se hace también presente en todo este entorno.

Introducir el "proyecto de cura" como una posibilidad real en ese crisol adolescente del "proyecto de hombre" puede resultar vocacionalmente decisivo. Descuidar y desaprovechar este "tiempo favorable" equivale, en muchos casos, a cancelar prácticamente las posibilidades vocacionales de una existencia concreta. Los deseos sexuales y amorosos se identifican pronto con un proyecto de pareja; las aficiones profesionales se condensan en torno a un proyecto profesional. La apertura vocacional se cierra; la "plasticidad" se congela.

Nos parece que este cultivo vocacional de la adolescencia es,todavía en nuestras diócesis, escaso, fragmentario e intermitente. El temor a llamar demasiado temprano nos induce a llegar, en muchos casos, demasiado tarde. Es de capital interés poner en marcha una adecuada pastoral vocacional para adolescentes.

Una experiencia vigente hoy en bastantes diócesis españolas merece de nosotros una atención cuidadosa: el preseminario. Un grupo de muchachos vocacionalmente despiertos,insertados en su medio familiar, escolar, parroquial y ambiental, vive, durante los años de su adolescencia, en determinados y periódicos fines de semana, un proceso catequético, oracional y de convivencia orientado a profundizar y consolidar su vocación cristiana y a cultivar y discernir los signos, todavía frágiles, de una probable vocación presbiteral. La calidad del grupo, del proceso y de sus presbíteros monitores resulta decisiva. Los frutos vocacionales son notables. Deberíamos adoptar y adaptar una iniciativa semejante.

El adolescente es capaz de percibir una llamada interior y de recibir una llamada exterior. Pero, ordinariamente, no es aún capaz de opciones que lleven consigo resoluciones interiores definitivas y rupturas exteriores irreversibles. Las certezas y decisiones prematuras encubren motivaciones siempre insuficientes y a veces sospechosas. Debemos acompañarlos críticamente poniendo un "tal vez" allí donde ellos dicen "sí". Pero no debemos descalificar los arranques vocacionales adolescentes.

c) Los jóvenes

La juventud es una edad muy adecuada. No sólo para llamar, sino también para una primera decisión que no sea únicamente interior, antes bien suponga un compromiso público. En esta fase vital, el joven realiza de ordinario las grandes opciones existenciales:la elección de profesión, la elección de pareja, la adhesión a valores personales y sociales rectores de su vida, la adhesión a la fe.

Es también tiempo propicio para optar por el ministerio. Los vaivenes de la afectividad adolescente se atenúan; el nivel de autonomía interior y exterior para decidir se eleva notablemente; el coeficiente de realismo se intensifica. Se dan, pues, las condiciones básicas para una primera elección.

Cuando ya en el principio de esta etapa existe claridad vocacional suficiente, es deseable el ingreso en el Seminario Mayor, siempre mejor dotado de medios para acompañar una vocación inicialmente decidida. El paso al Seminario constituye un primer desmarque de las condiciones "naturales" y un estilo de vida nuevo que pueden favorecer la opción asumida. Iniciar en ese momento un largo proceso de preparación profesional retarda excesivamente la puesta en práctica de una decisión vocacional ya adoptada. Esta demora no es, de ordinario, saludable para la misma decisión, que está postulando una realización más inmediata.

No consideramos recomendable el acceso al Seminario Mayor sin un nivel de claridad y decisión básica que podría formularse así: "creo ahora que puedo ser sacerdote y quiero serlo". Pueden albergarse dudas acerca de futuro: "¿podré? ¿valdré? ¿querré?". Pero no así la duda, es decir, la oscuridad e indecisión fundamental. La misma desproporción existente entre el marco objetivo definido del Seminario y la indefinición subjetiva, lejos de ayudarle, fomenta la desazón y la indecisión.

Esta claridad vocacional deseada es normalmente posible al inicio de la juventud. Sin embargo, la vacilación y la duda acompañan a veces durante años a jóvenes de calidad humana y cristiana. No es extraño que sea así. La elección vocacional afecta a capas todavía más profundas que la elección profesional. La claridad y la decisión se hacen más lentas y difíciles en esas profundidades. Es preciso respetar la lentitud. Pero es necesario evitar que se instale en el candidato una duda crónica que encubre una práctica incapacidad de decisión. La necesidad obsesiva de claridades meridianas, la búsqueda utópica de unas motivaciones químicamente puras o el oscuro antagonismo entre deseos contradictorios suelen bloquear la decisión. Cuando el bloqueo persiste, cuando "no se puede decidir", es preciso "decidir que no".

3. Los agentes de la pastoral vocacional

a) El Agente Principal: Dios

El primer protagonista de la vocación presbiteral es Dios. El es quien llama por su Espíritu a algunos para representar sacramentalmente a Cristo Pastor. Esta convicción es capital para modelar nuestras actitudes y comportamientos.

De ella nace, en primer lugar, una confianza inquebrantable. Por muy duras que sean en nuestra sociedad las condiciones objetivas para la emergencia de candidatos al ministerio,Dios no puede privar por mucho tiempo a su Iglesia del "sustento necesario" de las vocaciones sacerdotales. Las actitudes derrotistas derivadas "del análisis riguroso de nuestras sociedades evolucionadas" olvidan que la acción salvadora de Dios sorprende con frecuencia nuestras previsiones. Las situaciones de pobreza e impotencia, humilde y confiadamente aceptadas, suelen ser propicias para que "la fuerza (de Dios) se realice plenamente en (nuestra) debilidad" (2 Cor 12, 9). Isaac es hijo de la de la confianza inquebrantable de Abrahán, que espera del vientre agostado de Sara un hijo, apoyándose exclusivamente en la palabra de Yahvé Las vocaciones presbiterales del futuro serán fruto de una confianza eclesial de la misma envergadura.

Una confianza así se explaya connaturalmente en la oración. "La oración es centro de toda la pastoral vocacional... La espera suplicante de nuevas vocaciones debe ser una práctica cada vez más difundida y constante en la comunidad cristiana" (PDV 38). La plegaria por las vocaciones presbiterales es una manera inequívoca de confesar que no somos nosotros, sino Dios, la fuente de las vocaciones. El es "siempre mayor" que todas las dificultades personales y ambientales. La oración por sus futuros servidores prepara inmejorablemente a la comunidad cristiana para recibir la gracia reconfortante de nuevos sacerdotes. Tenemos que promover en nuestras diócesis una corriente viva de oración.

La oración de los mismos jóvenes es un excelente caldo de cultivo para que broten en ellos preocupaciones y decisiones vocacionales. La experiencia nos dice que muchas resoluciones vocacionales han sido iniciadas, maduradas y asumidas en un contexto oracional. Invitar a los jóvenes a "ponerse a tiro de Dios" en la oración sosegada y generosa es un buen reclamo vocacional.

b) Agentes colaboradores

- La iglesia particular

La iniciativa de Dios no excluye, sino postula, la intervención de la comunidad eclesial. Ella es la mediación fundamental de Dios para toda vocación presbiteral. "La pastoral vocacional tiene como sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como tal, en sus diversas expresiones: desde la Iglesia universal a la Iglesia particular y, análogamente, desde ésta a la parroquia y a todos los estamentos del Pueblo de Dios" (PDV 41).

La comunidad eclesial se concreta de manera plena y privilegiada en la iglesia diocesana.

La obligación de renovar y completar el propio presbiterio atañe rigurosamente a la diócesis. Los obispos tenemos la misión de llamar de manera pública y autorizada, como sucesores de los apóstoles, a quienes han de participar de nuestro ministerio apostólico.

Pero la inquietud vocacional de la diócesis no se condensa exclusivamente en la persona del obispo. Se plasma también en instituciones destinadas a promover y realizar esta pastoral específica. El Seminario Mayor, el Seminario Menor y la Delegación Diocesana de Pastoral Vocacional son también surcos recomendados por la Iglesia.

- La comunidad parroquial

La comunidad diocesana se concreta parcialmente, pero de manera relevante,en la comunidad parroquial. La parroquia está llamada a ser, ante todo, para las vocaciones al presbiterado, espacio de una experiencia eclesial básica. Esta percepción positiva de la parroquia y el vínculo vivo con ella ayudan sobremanera a los jóvenes a neutralizar o relativizar la imagen negativa, lejana, vieja y mediocre de la Iglesia que, por muchos conductos, llega a crear en ellos desafección y desazón.

Pero la parroquia debería colaborar todavía más explícitamente. Habría de ser despertador y acompañante de las vocaciones al ministerio. Habría de formular ella misma a sus propios jóvenes una llamada exterior que fuera soporte de la llamada interior de la gracia. Son numerosas las comunidades parroquiales que solicitan de sus obispos un nuevo presbítero. Son escasas todavía las que se atreven a interpelar vocacionalmente a sus jóvenes más idóneos.

- Los presbíteros

Los carismas del Espíritu llevan en sí mismos el dinamismo que les impulsa a suscitar en la Iglesia vocaciones del mismo género. El carisma presbiteral es también así.

Corresponde al presbítero diocesano favorecer todas las vocaciones.En particular,le toca cultivar las vocaciones al sacerdocio diocesano. En efecto, el carisma presbiteral está orientado a ofrecer a la comunidad aquellos servicios sin los cuales no puede subsistir. Uno de ellos es justamente el servicio de presidir y guiar a la comunidad. Preparar el futuro de este servicio corresponde, pues, de lleno, y con mucho apremio, a la misión de obispos y presbíteros. Si los sacerdotes jerarquizamos bien nuestras actividades,difícilmente podremos aducir que estamos "muy ocupados" en otros quehaceres para dispensarnos de esta actividad vital. Al presbítero no le basta ser testigo; se le pide también transmitir el testigo de su vocación.

La calidad del testimonio personal y colectivo de los sacerdotes es un capital vocacional muy valioso. Las generaciones juveniles, sumergidas en un mundo de ofertas múltiples, tienen una sensibilidad selectiva y exigen, para ser seducidos e interpelados, testimonios con sello de autenticidad.

Tres nos parecen los caracteres principales de un testimonio de calidad. En primer lugar, la radicalidad evangélica. Rebajar las exigencias del Evangelio con el ánimo de no intimidar a los jóvenes es una estrategia desleal y equivocada.

El testimonio debe, además, estar ungido de una verdadera alegría. Esta no se confunde con la jovialidad. Consiste más bien en un estado anímico de conjunto que nos hace vivir centrados en nuestra misión y sentirnos habitualmente bien dentro de nuestra propia piel. Comporta un tono psíquico sereno, una capacidad de encajar las dificultades y contratiempos, una intuición para registrar los aspectos positivos de la realidad, una cierta inmunidad al desaliento. Una alegría de este estilo es un "test" que indica que la persona se está realizando. Los jóvenes, tan ansiosos de su realización personal, son muy sensibles a este tipo de alegría que se desprende de ciertos presbíteros.

Para que sea culturalmente asumible para los jóvenes, el testimonio presbiteral debe encarnarse en un modo de relación abierta al estilo de los jóvenes. No adoptando una falsa juvenilidad, sino profesando una real simpatía a la juventud, un aprecio real de sus valores y una manifestación leal de sus deficiencias.

Pero el testimonio necesita ser completado por la invitación abierta y la llamada personal. Ni la timidez, ni las heridas propias, ni la dificultad del intento, ni la dedicación exhaustiva a otras tareas pastorales nos dispensan de esta siembra vocacional. Para realizarla con el corazón ensanchado, necesitamos identificar y desactivar todas nuestras resistencias mentales y vitales.

La llamada vocacional del presbítero no se circunscribe, con todo, a las diferentes franjas juveniles. Es también tarea suya crear en la comunidad un estado de conciencia vocacional adecuado y estimular a familias, a grupos eclesiales, a catequistas y monitores para que no descuiden este trabajo.

Testimonio e invitación están reclamando cercanía y contacto de los presbíteros con los muchachos. Los proyectos de vida se transmiten a menudo por contigüidad, y ésta requiere cercanía.

Es muy deseable que este contacto no sea sólo periférico. Un muchacho que se siente ayudado, confortado, consolado, iluminado por un sacerdote en sus problemas y dificultades, experimenta en su propia carne el valor de una vida consagrada al ministerio y está mejor dispuesto para abrir la puerta a la pregunta por su posible vocación presbiteral. En este punto, la dirección personalizada, unida a la frecuente celebración del Sacramento del Perdón con un mismo sacerdote, puede brindar grandes posibilidades.

- La familia creyente

En el esfuerzo por fomentar las vocaciones, "la mayor ayuda la prestan aquellas familias que, animadas del espíritu de fe, caridad y piedad, son como un primer seminario" (OT 2). Ensanchar la calidad de su fe y prepararles para su misión orientadora es una óptima inversión vocacional.

- Los educadores cristianos

La educación en la fe debe contener necesariamente un mensaje vocacional respetuoso y adaptado, pero neto e interpelador. Este mensaje básico ha de ser patrimonio de todos los jóvenes cristianos. Conocer y valorar no sólo la vocación cristiana genérica sino diversas formas de realización pertenece al núcleo de la formación cristiana fundamental de todos. Los catequistas y monitores deberían ofrecer esta orientación básica y facilitar a aquellos muchachos que muestren inquietudes vocacionales el contacto directo con algún sacerdote cercano e indicado.

El ambiente escolar y extraescolar de los colegios eclesiales es, asimismo, espacio apto para una intensa impregnación creyente y para una educación vocacional básica. En muchos de estos centros se presentan a los jóvenes las diversas grandes alternativas dentro de la vocación cristiana. Estoy seguro de que, sin descuidar la propuesta vocacional propia, sabrán presentar a sus alumnos todas las vocaciones fundamentales y sabrán ofrecerles también con especial esmero la vocación al presbiterado diocesano. De esta manera contribuirán a asentar en la Iglesia este ministerio central de cuya salud dependen en buena parte las demás vocaciones.

También los profesores de Religión en los centros públicos han de estar atentos a esta educación vocacional y deben recibir de los servicios diocesanos las orientaciones, los apoyos y los materiales requeridos.

4. El estilo de la pastoral vocacional

El estilo de una actividad pastoral no es algo secundario; es importante como el mismo contenido. El estilo de esta actividad se define por los rasgos siguientes:

a) La comunión

La promoción de las vocaciones al presbiterado diocesano está especialmente vinculada a las tres pastorales generales de la preadolescencia, adolescencia y juventud, a las que ha de prestar su apoyo específico y de las que ha de recibir colaboraciones importantes.

La pastoral de las vocaciones al presbiterado diocesano ha de estar, además, articulada "sin separación ni confusión" con las otras ramas de la pastoral vocacional. Con ellas habrá de programar y realizar acciones comunes.Una y otras han de atenerse al proyecto vocacional diocesano, que debe ser elaborado con la participación de todas las formas de vocaciones de especial consagración. En todo caso, habrá de evitarse, por todos los medios, el antitestimonio de una competencia desleal.

No faltan aquí y allá quienes tratan de orientar algunas posibles vocaciones para el presbiterado diocesano a otras Iglesias locales, alegando que sus pastores o sus Seminarios les parecen "más fiables". Tal proceder evidencia un grave mal en la comunión eclesial con el propio Obispo, responsable de toda la vida diocesana y muy especialmente de su Seminario. Es verdad, por otra parte, que todo sacerdote participa de la misión universal de la Iglesia. Verdad es, asimismo, que toda diócesis tiene una vocación misionera. Pero el ámbito normal de incardinación de un presbítero diocesano es su diócesis propia, la que le engendró para Cristo y le ha acompañado en su crecimiento en la fe. Incardinado en ella, podrá un día ofrecerse a servir a otras Iglesias más necesitadas, como vienen haciendo tantos sacerdotes de nuestras diócesis.

b) La planificación

La pastoral de las vocaciones al presbiterio diocesano no puede consistir en un cúmulo de actividades inconexas e intermitentes, sino en un conjunto de acciones continuas y articuladas en un plan. La improvisación y la corazonada son una respuesta inadecuada a la magnitud del problema y a la importancia de la tarea.

c) El estilo dialogal

Si la estructura teológica de la vocación es la de un diálogo entre Dios y el creyente, es natural que el proceso de maduración de la vocación esté fuertemente marcado por el diálogo. La pastoral vocacional es, pues, esencialmente dialogal.

Es vital el diálogo individual con el posible candidato. Su corazón es un campo de batalla en el que respetuosamente es preciso que nos hagamos presentes para secundar la llamada del Espíritu.

El diálogo ha de tender a ser total en extensión y en profundidad. No ha de reducirse a los aspectos estrictamente vocacionales. La vocación presbiteral se despliega en el contexto de una vida biológica, intelectual, sexual, social, moral y religiosa. Condiciona todos estos aspectos de la vida y es condicionada por ellos. Es preciso que quien acompaña los conozca para que pueda ayudar a discernir.

El diálogo ha de buscar también profundidad. No debe circunscribirse a una simple valoración de comportamientos. Es necesario el análisis de las motivaciones, de las actitudes subyacentes y, todavía debajo de ellas, del fondo de sus inclinaciones y rechazos vitales que la ascética clásica llama "pasiones". En el diálogo se esclarecen los motivos, se revelan los temores, transparecen los impulsos profundos. Hay que llegar respetuosamente ahí, si queremos ayudar a discernir.

Es, por fin, importante el diálogo horizontal: el que se instaura en el seno del grupo vocacional. La influencia movilizadora de este diálogo es impresionante. Pocas cosas interpelan más a un joven que los descubrimientos u oscuridades, los entusiasmos o abatimientos de sus compañeros de itinerario vocacional.

Estos dos tipos de diálogo (horizontal y vertical) no se superponen; se complementan. Cada uno se detiene allí donde el otro se extiende o penetra. Saber conjugarlos con maestría es un resorte poderoso de la pastoral vocacional.

d) El grupo vocacional

El interlocutor de la propuesta vocacional no es sólo el individuo, sino también el grupo vocacional. Su importancia no es nada insignificante.

Ante un clima general vocacionalmente negativo, el adolescente y el joven ya sensibilizados necesitan vivir en un "microclima" en el que puedan compartir inquietudes, dudas y proyectos.El adolescente, aunque ha nacido ya su subjetividad, necesita sentirse confortado y cuestionado por otros que albergan expectativas y temores semejantes a los suyos. Al mismo joven el grupo vocacional le es muy útil como lugar de identificación, de contraste y de estímulo.

El grupo vocacional no debe ser un "ghetto". No debe suplir, sino completar a otros grupos a los que el aspirante pertenezca. Es un grupo con una finalidad específica. Puede y debe articularse con otras pertenencias. Desarraigar al muchacho de los ámbitos en los que se madura y se contrasta su persona y su fe no es ni acertado ni saludable para él.

Conclusión general

1. El vigor de algunos organismos se debilita por falta de algunas enzimas que sin, serlo todo, son condición para que otras funciones del metabolismo se realicen adecuadamente. La medicina conoce muchas insuficiencias de esta naturaleza. Estimo que este es el caso de la vocación presbiteral: el organismo de nuestras diócesis se está resintiendo de "insuficiencia vocacional".

2. La pastoral vocacional reclama y merece de nosotros una actitud de confianza. Nuestras diócesis tienen recursos todavía inexplotados para potenciar y optimizar sus recursos vocacionales. Las dificultades especiales del momento requieren programas más pensados, actuaciones más sostenidas, tareas más compartidas, oración más encendida.

3. Los sacerdotes somos en esta pastoral (no sólo por razones estrictamente teológicas sino también por razones pastorales e incluso sociológicas) actores imprescindibles, aunque no únicos. Tenemos que practicar y hacer practicar la pastoral vocacional.

4. Tengo un joven amigo presbítero que me ha dicho muchas veces que su vocación reprimida, a la que tuvo que renunciar para ser cura, es la de camionero. Desde niño le gustaba imaginarse al volante de un imponente "Bulldozer" en viajes continentales.

Yo no puedo decir exactamente otro tanto con respecto a mi vocación de promotor de vocaciones. Porque un obispo tiene una responsabilidad y una capacidad de actuación grande. Pero puedo decir que es mi vocación inhibida porque tengo que compartir esta tarea con otras muchas. Tal vez en el calor de mi exposición se ha podido traslucir esa pasión que me recorre cuando me toca tratar este tema. Mis colaboradores saben que esta pasión se vuelve a veces impaciente. Os deseo a todos la misma pasión y una mayor paciencia.