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PRESUPUESTOS TEOLÓGICOS Y ECLESIOLÓGICOS

EN LA PASTORAL VOCACIONAL

 

  • Se me ha pedido que exponga algunas directrices teológicas y eclesiológicas que habría que integrar hoy en la comprensión e itinerario de la promoción de las vocaciones en la Iglesia y, en general, en la PV. Tengo que deciros que no me ha resultado en absoluto fácil. Y digo esto porque entiendo que mi aportación no sería tanto el expresar desencarnadamente unas posibles líneas significativas de la teología, de la eclesiología y de la misma teología del presbítero hoy (por otra parte quiero darlas por supuestas en vosotros), cuanto el intuir, el descifrar, el encauzar, el barruntar lo que ellas pueden suponer en una acción pastoral vocacional concreta en este momento. Porque, digámoslo claramente: unas determinadas líneas teológicas y eclesiológicas llegan a significar algo en tanto en cuanto y en la medida que van tomando cuerpo en la vivencia, comprensión y acción pastoral concretas (diría que es una relación de una dialéctica casi permanente). Por eso he preferido, siempre con un deseo de realismo, señalar algunos hechos de referencia que sitúen y orienten nuestra PV y algunos posibles acentos, sugerencias y líneas concretas de acción dentro de la PV. Porque, en principio, me preguntaba ¿qué podría suponer realmente para una PV el que nosotros hubiéramos asumido (ojalá fuera así) en toda su profundidad y belleza el que el sacerdote es el hombre de la Trinidad (icono de la misericordia del Padre, sacramento de Cristo, esposo y siervo, seducido por el amor del Espíritu santo) o que hubiéramos desentrañado toda la teología del ministerio encerrada en la plegaria de ordenación(que tanto tiempo ha llevado para su formulación), o que hubiéramos analizado p.e. el proceso de cómo Jalones para una teología del laicado de Congar desembocó en una autocomprensión de la Iglesia como comunión(ejemplo precioso de la relación entre theoria y phronesis), o que describiéramos la realidad de la Iglesia como misterio, comunión, misión (en una línea abierta como la de M. Kehl) o como sal de la tierra (como lo hace el libro de Ratzinger), o que hubiéramos descubierto al menos en sus rasgos principales el paradigma de la nueva evangelización (Luis Rubio: Seminarios), o que nos inclinásemos por un humanismo de encarnación o por un humanismo escatológico (J. Courtney Murray), si...,inicialmente, no hemos resuelto p.e. el "con quiénes", el dónde, el cuándo y el cómo del proceso mismo de la convocación, si no nos hemos planteado desde una base bien estudiada el problema de la comunicación en nuestra sociedad o la relación de la motivación individual con el condicionamiento sociológico? Por eso me atrevo a sugerir como preámbulo que, en nuestro trabajo vocacional, en un primer paso tendríamos que empezar por trazar bien los planos de la pastoral vocacional (perfil evangelizador del agente de PV, contexto posibilitador de la convocación, proceso formativo y dicernidor de la vocación, mantenimiento vivencial y ministerial de la vocación) y en un segundo desembocar en una visión globalizadora o en un documento base de la PV, resaltando la interrelación sinfónica entre todos sus elementos, niveles y estructuras, dimensiones....Y para todo esto barrunto que lo que hoy necesitamos son nuevos modelos de análisis no sólo para el hacer de la PV sino para el mismo ser de la PV. Por supuesto, esto no lo vamos a hacer ahora.  
  • Y desde esta advertencia e intentando asumir, como trasfondo y con metodología casi de hipertexto, algo de la reflexión bíblica, teológica y eclesiológica actuales, la innegable experiencia que nos puede dar el trabajo diario en este campo, los desafíos y las indicaciones que supone en la actualidad la realidad cultural en la que estamos inevitablemente inmersos, podemos intentar simple y humildemente pensar en alta voz algunos aspectos, sólo algunos, posiblemente no del todo bien situados, tal vez necesitados de más reflexión o, con cierta dosis de audacia, tal vez en alguna medida barruntados.
  • Y porque quisiera evitar que ya de antemano pudiéramos presentir un cierto escepticismo o desánimo por lo que nosotros mismos hemos llegado a percibir en nuestro propio trabajo vocacional hasta el momento, tal vez dando excesivas vueltas sobre lo mismo y con la sensación de necesitar nuevos horizontes, me adelanto a decir que hemos de tener pacientemente asumido que en la PV cualquier intento serio de trabajo desde perspectivas bíblicas, teológicas y eclesiológicas renovadas, renovadoras y con un deseo de integrarlas (nunca desencarnadas de todo el "organismo vivo" que encierra la misma dinamicidad de la historia y del hombre) lleva consigo un ritmo de penetración, de apropiación y de asentamiento que supone un período largo de tiempo e incluso diría que trasciende generaciones. Pensemos p. e. en la riqueza teológica y eclesiológica del mismo concilio Vaticano II en buena medida todavía no desentrañada y menos aún asimilada y consolidada. 
  • Podemos empezar pues por preguntarnos: ¿por dónde, en cualquier caso, podemos dirigir nuestros pasos con un cierto realismo o, al menos, con una cierta sensación de estar en el buen camino? 
  • Creo, en primer lugar, que, para poder asumir e integrar con una cierta garantía las perspectivas bíblicas, teológicas y eclesiológicas de un momento histórico, y tan plural como es el nuestro, incluso dentro de la misma teología y eclesiología, hay que empezar por diseñar su correspondiente y bien fundado proyecto marco de PV a un plazo medio y largo de tiempo, expuesto en todo momento a ser contrastado y, por tanto, con unas estrategias flexibles de acción. Daos cuenta que, sin menoscabo de un deseo y de una realidad de sintonía eclesial, se trata de proyectar la persistencia y la metamorfosis de la vocación en y desde un modelo "antropológico-teológico-eclesiológico global" lo más significativo y abarcante posible y realística y coherentemente diseñado (aquí sí necesitamos el saber trabajar juntos). No hacerlo así, diría que ya nace muerto o medio muerto. Por supuesto, con el inconveniente presunto de que nuestros seminarios mientras tanto puedan quedarse vacíos o semivacíos o tengan que quedarse vacíos y ser sustituidos por otras posibles alternativas. Pero, al mismo tiempo, sabiendo muy bien también el por qué del medio y largo plazo y el proceso que ello lleva consigo, ya que puede servir como cómoda excusa de ralentización en nuestro trabajo vocacional o podemos perder el tren por carecer de un planteamiento lúcido y global. Sabemos bien que la PV no será nunca una plataforma constituida sino un estar siempre en camino de respuesta pastoral a los avances antropológicos, bíblicos, teológicos y eclesiológicos que se van dando y, también, ¡cómo no!, a la inversa. 
  1. Y para podernos situar en esta perspectiva, hemos de estar muy convencidos de que la pastoral vocacional nunca la debemos afrontar como un compartimento estanco en la realidad global de la Iglesia, por muy bien que hayamos podido estructurarla. Aquí ni vale el evangelizador francotirador ni vale la parcela francotiradora. Dado que ahora tenemos problemas con la promoción de vocaciones vamos a ver cómo resolvemos el problema vocacional por sí mismo. Corremos el riesgo del efecto bumerán. Podríamos y podemos ir dando soluciones, ciertamente, sobre todo en lo referente a posibles estrategias de pastoral juvenil-vocacional, pero quedarnos ahí sería una solución más bien provisional y creo que muy de emergencia, aunque a lo mejor y en principio tenga que ser así o conformarnos con que tenga que ser así hasta que podamos ver con más claridad y horizonte. 

b. Aunque nunca con pretensiones exclusivistas, creo que, desde la línea eclesiológica actual, ha de ser objetivo prioritario en nuestra PV el que poco a poco todos los agentes pastorales vayan sensibilizándose, tomando conciencia y lleguen a expresar claramente la necesidad del ministerio presbiteral en la Iglesia (ahora no es el momento de explicitar o de cuestionar algunos contenidos de ese ministerio, sobre el cual empiezan a aparecer buenos estudios bíblicos y el proceso de su configuración en la Iglesia primitiva). Creo que ya ha llegado el momento de tomarnos mucho más en serio este desafío porque es constituyente. Si es cierto que la necesidad de vocaciones sacerdotales parece apremiar en este momento, sobre todo en algunos lugares, esto al menos tendría que llevarnos a todos a hacer ver y a expresar responsable y taxativamente la necesidad de una jerarquización de las tareas pastorales. Quizá sea por aquí por donde tengamos que empezar en el compromiso diocesano o institucional de la PV: ser conciencia de y concienciar sobre esta realidad.

  • ¿Dónde puede estar el quid de nuestros planteamientos vocacionales, teniendo en cuenta lo que acabamos de decir? 
  • En primer lugar, hay que advertir que seguiremos en el mismo impasse vocacional actual si creemos suficiente o nos detenemos en el o por el hecho real de que vayan surgiendo algunas vocaciones, podríamos decir que, dentro del contexto social y cultural en el que nos encontramos, casi casi caídas del cielo. Tampoco nos puede servir como paradigma de nuestra actuación (al menos en su globalidad) el análisis de instituciones que de hecho parecen tener bastantes vocaciones, y de las que no solemos analizar nada más. Está bien y podemos sentirnos en parte satisfechos de que nuestras tentativas (y no digo metodologías) y nuestro empeño vocacionales vayan dando algunos frutos. Pero creo que de ninguna manera nos podemos conformar con ello. De hecho, más bien estaríamos expuestos a seguir experimentando las consabidas frustraciones. Hoy, las energías gastadas y los resultados no suelen ir a la par, por mucho que hayamos asumido de antemano que tiene que ser así. Y en la actualidad necesitamos y mucho racionalizar también las energías 
  • Por otra parte, hemos de estar convencidos (es la expresión práctica y clásica de nuestra esperanza teologal), de que la buena siembra, y digo buena, no es algo carente de importancia o no exprese un cairós vocacional. Ese convencimiento debe mantener siempre muy vivo nuestro aliento, salero y convicción vocacional. Está prohibido el pesimismo pastoral. Es de esperar que nuestro buen, persistente y sistemático trabajo vaya trayendo consigo una maduración teológica y eclesiológica en las futuras generaciones y que sin duda dará sus frutos, también vocacionales. Y tenemos derecho a decir esto porque de hecho todavía hoy seguimos como tónica bastante generalizada con el lastre de un "paradigma teológico y eclesiológico en gran parte prevaticano" que sin duda acarrea su déficit, su dificultad en la clarificación de la PV. Y esto creo que no es una excusa, al contrario, creo que es un desafío bien patente y que nos indica por dónde tenemos que dirigirnos. Escuchemos simplemente a nuestros sacerdotes cuando expresan las dificultades de su acción pastoral más allá de una religiosidad todavía marcadamente convencional, tradicional, puntual y descomprometida.  
  • Sobre todo en la PV, aunque no únicamente en ella y debido al cualitativo cambio cultural de este final de siglo, hemos empezado a ver agudizadas y a sentir el peso de ciertas y persistentes hipotecas teológicas y eclesiológicas del pasado, y en la práctica nos damos cuenta de que no logramos, a pesar de nuestro mucho esfuerzo, reciclarlas y encajarlas bien no sólo en la concepción eclesial del momento sino también y sobre todo en la situación del hombre actual y, correlativamente, en la realidad del muchacho de hoy. Hemos de pensar que no son ociosos ni mucho menos los esfuerzos que se están haciendo a nivel de Iglesia en línea de iniciación cristiana (ved el Directorio de la CEE), de catecumenado, de Acción Católica, de la acción caritativa de la Iglesia, de la misma PV, puesta a punto del lenguaje teológico y pastoral, pastoral familiar... Todo ello responde a algo y supone la necesidad de un viraje necesario, diría que en casi todas las realidades eclesiales. De ahí la sensación de estar en este momento moviéndonos en una cierta intemperie pastoral. Creo que necesaria y, sin duda, enriquecedora y provocadora vocacionalmente hablando. 
  • Todo ello también nos tiene que hacer ver, o al menos aceptar que al joven cristiano de hoy le tiene que resultar dificilísimo descubrir el ministerio presbiteral si no existe la conciencia ni la expresión práctica del "ministerio de toda la comunidad eclesial" (Iglesia ministerial). El ministerio presbiteral no puede ser algo desenganchado de la propia dinámica de una Iglesia que es de por sí y tiene que aparecer como sacerdotal. Es o tendría que ser, digámoslo así, la sazón espontánea y natural del ministerio de toda la comunidad. Aún estamos lejos de ello. De ahí y desde aquí la importancia de una verdadera formación de los laicos, aunque hoy ésta sea una expresión casi desgastada . No sólo hemos de entrar en un proceso de educación para su vocación laical sino concienciarles y buscar los cauces pertinentes y necesarios para que ellos se vayan viendo y se vayan expresando como la fuente de todas las vocaciones y carismas en la Iglesia. Por eso una PV seria tendrá que ir preparando sobre todo verdaderos cristianos con sus correspondientes responsabilidades de compromiso vocacional y de carisma en la edificación de la Iglesia. Habrá que precisar mucho más la realidad de la vocación como don (demasiado instrumentalizado) ya que el don de Dios pasa necesariamente por las mediaciones concretas del mismo ministerio y desarrollo comunitario. Por eso, en una PV, tenemos que preguntarnos: ¿dónde hemos de invertir realmente nuestras energías?  
  • Desde esta misma perspectiva, no podemos olvidar que en el plantea-miento vocacional para el sacerdocio, que muchas veces analizamos y valoramos sobre todo desde el número para justificar métodos o para rectificar posibles carencias vocacionales, hemos de ir tomando conciencia de que no es exclusivamente, ni mucho menos, el número de sacerdotes sino la misma realidad de la concepción del presbiterio diocesano la que está demandando un nuevo planteamiento, y he dicho que no especialmente para hacer frente a la escasez de sacerdotes, sino porque la misma presencia sacerdotal y el mismo ministerio en la comunidad creo que tienen que cambiar y por ahí apuntan las eclesiologías. Y eso llevará sin duda alguna a una nueva comprensión del ministerio presbiteral, por supuesto mucho menos cargado de ribetes individualistas, limitaciones territoriales y tareas instrumentales ¿Cómo tiene que estar "plantado" el presbiterio en la realidad diocesana, no sólo en línea de organización sino sobre todo eclesiológicamente hablando? Por cierto y, aunque desde otro plano, esto nos atañe muy directamente a nosotros en nuestra PV ya que una nueva visión del presbiterio tiene una gran incidencia en la formación de los futuros sacerdotes (Os recomiendo y creo que merece la pena que leáis el artículo de Michael Theobald, El futuro del ministerio eclesial. Perspectivas neotestamentarias ante el bloqueo actual: Selecciones de Teología 149 [1999] 10-17. Me parece fundadamente sugestivo para lo que acabo de decir)

Con todo lo que he dicho hasta ahora, ¿qué indicativos podríamos señalar para nuestra PV?

  • Quizá hoy se necesite un cierto corrimiento y una ampliación de campo en la PV. Si bien hemos de suponer que siempre existirá y tendrá que existir la pastoral directa con los niños, jóvenes y adultos en línea de una opción vocacional en la Iglesia, creo que en este momento hemos de insistir y hasta encauzar la formación bíblica, teológica y eclesiológica serias de todos los agentes de pastoral. Por ahí debe comenzar nuestra pastoral vocacional y por ahí podrá ir expresándose y cuajando lo que significa realmente la Iglesia-comunión en un proyecto común y el ver que un carisma no lo monopoliza una institución sino que lo proyecta y comparte. Porque, podemos estar seguros, según sea la concepción bíblica, teológica y eclesiológica con la que se catequice y evangelice, así será la concepción y también la respuesta vocacional. Esto nos exige a nosotros salir al encuentro, concienciar, compartir y orientar el trabajo de los agentes de pastoral diocesanos (mucha más inserción diocesana, en el sentido de creadores de cultura vocacional en la diócesis)  
  • La situación teológica y eclesial actuales, con todas sus limitaciones y con todos sus posibles flancos débiles que siempre existirán, es fruto de un largo proceso de maduración que todavía no ha llegado a asentarse con cierto aplomo en la realidad de nuestra comunidad cristiana, aunque, qué duda cabe, se van dando importantes pasos. No nos debe bastar el conformismo de expresar vagamente la existencia de diferentes modelos de Iglesia y de modelos sacerdotales. Una pastoral vocacional comprometida sobre todo tiene que saber expresar a sus destinatarios las líneas básicas, las síntesis bíblicas, teológicas y eclesiológicas actuales contextualizadas con sus correspondientes actitudes y criterios existenciales que comportan ("cristianos de teología fundamental", como decía Pablo VI) , sin que nos importen demasiado los atascos de realismos sociológicos que vamos viendo en la comprensión religiosa de muchos, en los que sin duda existen paradigmas casi congénitos que ya corresponden al pasado y que resultan difíciles de actualizar o cualificar. Esto no debe ser óbice para seguir insistiendo y convergiendo en los criterios, que encontrarán resistencias, incluso dentro de nuestro mundo clerical. Aquí la duda podría radicar en si nosotros mismos hemos ido evolucionando a la par de la maduración antropológica, bíblica, teológica y eclesiológica actuales. Pienso que en ese posible desequilibrio pueden fraguarse algunos de nuestros desánimos y ello sin duda tiene que suponernos, no un desaliento, sino un desafío que sin duda alguna también es vocacional.
  • Igual que en la personalidad, el crecimiento bíblico, teológico, eclesiológico y pastoral tiene que tender a ser armónico. No puede haber desniveles acusados entre una teología, una eclesiología, una pastoral y una comprensión actual del hombre. De ahí la necesidad de que conceptos tan fundantes como el de Reino, como el de seguimiento, como el de misión, como el de desarrollo integral del hombre sean claves interpretativas de la fe y de la vocación. Y en estos conceptos es donde se necesita lo que podemos llamar una "evangelización de choque", no de enfrentamiento y apología, para que la realidad de la Iglesia no quede difuminada en una ecumene insustancial o quede absorbida en el mismo metabolismo y fagocitación sociales.
  • Para ello es muy importante una clarificación de lo que es la respuesta creyente. Creo que es eje fundamental de la PV. No se puede pasar por alto que el seguir, el responder a Jesús consiste en continuar nuestro camino (en el contexto que nos ha tocado vivir, no peor que el de los areópagos paulinos, por ejemplo) "de la misma forma como él recorrió el suyo"; habérselas frente al mundo y frente a la historia como Jesús se las hubo, tener frente a la realidad rebeldía y esperanza, utopía y realismo, indignación y ternura, lucha y contemplación, y todo desde la perspectiva del Reino como centro de todo. ¡Ojo!. En una PV es muy importante el hacer ver que Él ya hizo su camino, hace casi 2000 años, y nosotros no lo vamos a repetir, porque aquel mundo ya no existe. La imitación y las recetas repetitivas no sirven, porque estamos en otra parte del camino, en este otro tramo, y queremos ser fieles creativamente, tratando de hacer no lo que él hizo, sino lo que él haría hoy aquí, es decir, creer hoy y aquí como creería él, con su misma "espiritualidad del Reino". Por aquí es por donde yo creo que debemos dirigir nuestra PV. Creo que ésta es la traducción de la audacia apostólica, de la que nos habla el beato Manuel Domingo y Sol. 
  • Y desde aquí hemos de plantear la realidad vocacional en el contexto de la cultura actual. Si bien es verdad que en el seguimiento de Jesús ha de existir siempre "un contenido y un estilo de choque", también es verdad que no podemos saltar por encima de nuestro anidamiento cultural. Es verdad que hay manifestaciones culturales que podríamos calificar, tal vez ingenuamente, de efímeras (pensemos en la condición posmoderna), pero siempre dejan su poso y sus cicatrices que hace que el hombre vaya cambiando en su urdimbre y configuración humana y religiosa (por cierto, veo muy difícil una PV hoy sin un conocimiento serio y sistemático de lo que ha supuesto y supone la posmodernidad para nuestra pastoral vocacional) . No surgirán vocaciones que vean que tienen que servir al hombre que ya no existe, si es que se puede decir esto (lo digo nada más que en una forma ponderativa). Primero porque así difícilmente puede existir ninguna seducción vocacional y, segundo, porque uno pone en juego su vida por algo que merece la pena y que está ahí delante como realmente es. La afirmación de que el hombre siempre será hombre, con toda la verdad que pueda encerrar, y la afirmación de que uno sencillamente se siente seducido por Dios, me parece que puede sonar a una eventual evasiva en línea vocacional.
  • Y desde estos cauces hemos de recuperar mucho más empuje esperanzador en nuestra PV. Hemos de pensar que a nivel humano y eclesial, sin hacer nunca dicotomías, sencillamente estamos en lo que podríamos llamar crisis de crecimiento. Y digo crisis de crecimiento porque creo que hay signos palpables que van apuntando hacia un futuro más espléndido. Cada vez estoy más convencido de lo que ya hace muchos años decía T. de Chardin: el futuro de la humanidad es la conciencia de Dios. Y por ahí creo que se van dando los pasos y despuntando signos de preñada esperanza: pensad, p.e., en los decantamientos actuales de una buena parte de la ciencia, pensad en la psicología transpersonal con toda su carga religiosa y "el modelo antropológico global" (Ken Wilber, Un Dios sociable, Kairós 1988) que se va fraguando, pensad en las nuevas líneas de la sociología basada en necesidades muy básicas del hombre (Erzensberger), pensad en las concepciones holísticas del mundo con su carga de interreligiosidad, pensad en los pasos que se están dando en la eclesiología ecuménica hacia una fraternidad mundial centrada sobre la vida en toda su pluralidad, pensad en el esfuerzo y en la acción de tantas ONGs y de tantos voluntariados con sus signos del Reino, pensad en el cambio que la ecología está apuntando desde una justicia social a un compromiso cósmico, pensad en la "nueva inocencia" del hombre de la que nos habla bellamente Panikkar en el cruce cultural de oriente y occidente, pensad en el buen y de gran nivel trabajo de nuestros hermanos de Roma en los ciclos de conferencias "Fe y cultura". Por ejemplo, los de este año bajo el tema "Rumor de Dios" (García Baró, Eugenio Trías, Gianni Vattimo)..., y esto está ahí por mucho que ahora vayan apareciendo las diversas refriegas y escaramuzas de las levedades del ser en su diversidad de expresiones, sobre todo en el mundo juvenil. Es un camino que no se puede pasar por alto. Y lo que sí es verdad es que estos nuevos pasos llevan consigo un precio y nos van apuntando el hacia dónde. El precio de nuevas responsabilidades. Y una PV tendrá que intuir, descubrir, asumir e intentar expresar esas nuevas responsabilidades. Y no os extrañe que diga todo esto. Lo digo porque también creo que entra de lleno en la comprensión teológica y eclesiológica. Las concepciones teológicas y eclesiológicas no son asépticas en sí mismas. De otro modo la PV puede caer en una ilusión óptica de su propia comprensión de la vocación. Así lo veo incluso en muchas de nuestras aportaciones vocacionales y en planteamientos vocacionales simbólicos demasiado "regionalizados" y esta palabra no la entiendo en sentido territorial: programa del Congreso de PV de los Rogacionistas del próximo verano en Brasil. El seguimiento de Jesús siempre estará situado.
  • Y podemos preguntarnos, siempre con mucha cautela: ¿y por dónde parece que van apuntando las nuevas responsabilidades? 
  • Pienso que, dentro de las aspiraciones del hombre actual y para no desvirtuar el contenido vocacional, siempre un peligro, hoy hemos de profundizar en la formulación y vivencia de la "debilidad" de Dios hecha misterio, silencio, oscuridad, kénosis, cruz, amor desposesivo y gratuito, misericordia sin límites (bien lo han intuido los grandes pensadores judíos actuales: Bloch, Rozensweig, Levinas..) y también teólogos serios (Bruno Forte, W. Pannenberg...). (Me parece bueno en esta línea y desde un punto de vista bíblico el libro de Etienne Babut, Le Dieu puissamment faible de la Bible, Du Cerf 1998). Igualmente hoy hemos de profundizar en la vivencia de la "debilidad" de la Iglesia en su servicio samaritano, desprendido, misericordioso y ecuménico al Reino. Creo que por ahí tiene que dirigirse e ir tomando cuerpo lo que hoy llamaríamos una virtualización teológica y eclesiológica que sirva de base a nuestra comprensión de la vocación con su correspondiente formación y ejercicio pastoral  
  • La PV tiene que estar encauzada a crear una conciencia comunitaria de pertenencia a un grupo eclesial que tiene claras sus referencias de identificación (sobre todo teológicas) y su "propia mística de grupo", y esto a pesar de que esa identificación y esa mística tienen que estar abiertas a una cosmovisión que acepta sin miedo el pluralismo inconmensurable de nuestra cultura y hasta el politeísmo de valores, y tal vez hasta la transversalidad de una poligamia cultural y ecuménica. Como la Iglesia primitiva integró el catálogo clásico de virtudes en la doctrina cristiana de la virtud que culmina en la tríada paulina de fe, esperanza y caridad, así la ética cristiana actual debe abarcar todo lo que es verdadero en los razonamientos morales más allá de los límites formales de la misma cristiandad. Desde aquí y sólo desde esta comprensión comunitaria entendería eso que se habla hoy de la necesidad del "microclima" del seminario. Puede ser una expresión ambigua. Sobre todo porque hoy en nuestra pastoral cargamos demasiado las tintas sobre las contradicciones y negatividades de la sociedad en vez de salir al encuentro con una actitud positiva, de iluminación, de oferta salvífica y sobre todo de esperanza en la acción salvífica de Dios sobre el hombre.
  • Necesitamos una genuina, seria y audaz teología del presbiterado. ¿Qué quiero decir con esto? Hemos de ir aclarando lo específico de este ministerio ordenado (por razón del orden y del mismo ministerio) (LG 28) (algo bastante orientativo nos ha hecho Román Sánchez Chamoso en Iglesia-comunión e Iglesia ministerial). Sólo desde este presupuesto podremos reflexionar sobre puntos que sin duda habrá que afrontar en algún momento y que pueden tener en su día su incidencia notoria en la PV. 
  • No puedo dejar de señalar, aunque sólo sea insinuando, la importancia en la PV de tres elementos que creo que no podemos pasar por alto hoy: el potencial de la sociedad mediática con todas sus virtualidades de aplicación en la pastoral vocacional, la recuperación en nuestra pastoral de la dimensión de la belleza de la fe. Creo que es asignatura pendiente desde los inicios llevados a cabo por Von Balthasar y raramente proseguidos. Por ahí van despuntando signos que van alentando la posibilidad de la convocación. Y, por último, toda la problemática lingüística actual con su gran incidencia en la pastoral. Somos hombres de la palabra, no podemos olvidarlo. Quizá para iniciarnos nos sea de provecho leer el libro de José Antonio Marina, La selva del lenguaje (Anagrama) y, por supuesto, aunque cueste bastante Verdad y método de Gadamer 
  • Aprender también p. e. de las dinámicas de las ONGs y de todos los voluntariados. Si su "teología", entre comillas, suele ser desinstitucio-nalizada e innominada, y generalmente fundada en la propia conciencia de uno, hemos de valorar y aprender de su dinámica, llamémosle "misionera", sin duda mucho más de Reino que de Iglesia, con su positividad y su negatividad. Hemos de aprender de las características de su convocación y de las direcciones y contenidos de sus compromisos. Y las ONGs en sí mismas deben interpelar a nuestra PV viendo cuáles pueden ser nuestras ofertas significativas y cuál debe ser la carga ecuménica, cultural y de justicia solidaria de nuestros planteamientos vocacionales.
  • Una PV hoy tiene que ser a la fuerza arriesgada. Arriesgada porque tiene que empezar a invertir en diversas áreas previas a un objetivo que tradicionalmente se ha visto como propio, directo y específico (áreas de formación cristiana y catecumenal a nivel de familia, de parroquia, de grupos, de instituciones). Arriesgada porque sabe que hoy difícilmente puede trabajar satisfactoriamente con unos destinatarios directos sin "violentar"(entre comillas) de alguna manera sus propias concepciones, dinámicas y obstáculos familiares, sociales, culturales y hasta religiosos. Arriesgada porque supone una virtualización armónica del mundo religioso desde muy diversas esferas: ciencias del espíritu, estudios bíblicos, teología, moral, ciencia, información, globalización de la cultura, ecología cósmica, ecumenismo global...Arriesgada porque la misma teología y la misma eclesiología nunca serán ya una realidad uniformemente asumida. El sentido de comunión llevará en adelante una cierta intemperie ideológica y una buena dosis de pluralismo porque la fe expresará con mucha más fuerza la responsabilidad de la personalización y de la conciencia. 
  • Los carismas de las instituciones tendrán que girar en una doble dirección: por una parte tendrán que estar ahondando permanentemente en su propio servicio eclesial y por otra tendrán que insertarse decididamente en la búsqueda común, y sin duda cien por cien vocacional, de respuestas y esperanzas para el hombre de hoy. Es verdad, por tanto, que los carismas siempre existirán en la Iglesia y en la misma sociedad, pero nunca desgajados de las necesidades fundamentales que supone una Iglesia plantada en una sociedad que busca y hoy está necesitando de "cosmovisiones" del hombre, de la realidad y de su condición ético-moral, y esto a pesar de que la posmodernidad, que tanto ha calado en la juventud y en el estilo de vida actual, vea estas cosmovisiones simplemente como unas metanarrativas vacías de sentido. 
  • Y, finalmente, no quiero dejar de señalar que en una PV me parece importante estar atentos a todo lo que nos puede servir de ayuda desde fuera, desde los propios logros de la cultura. Solemos dar vueltas en un ámbito demasiado cerrado y hasta demasiado clerical. Por eso, y sólo como ejemplo, me atrevo a indicaros alguna pista como puede ser la del libro del psicólogo Daniel Goleman, La práctica de la inteligencia emocional (Kairós), y no es que sea nada del otro mundo aunque haya sido un best-seller. Pero nos habla del éxito o fracaso vital (podemos parafrasear estas dos palabras en éxito o fracaso vocacional) en habilidades que tienen que ver con la capacidad de conectar con los demás persuasivamente. ¿Y a qué viene el que os indique esto? En este caso concreto, creo que pueden ser también importantes los programas integrales de inteligencia emocional que va exponiendo para que nosotros también aprendamos, no sólo a estructurar los contenidos, sino también a saber vehicular la realidad humana, teológica y eclesiológica de la PV. Y esto, como os he dicho, sólo como ejemplo, ya que se podrían multiplicar en muchos ámbitos de la cultura humana.  
  • Y estos han sido algunos puntos orientativos o sugerentes que me ha parecido importante señalar y compartir. No sé si me he desviado de lo que se me indicó y de lo que vosotros podíais esperar, pero no veo otro modo de integrar en la PV los presupuestos teológicos y eclesiológicos actuales.

F. Lansac