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EVANGELIZADORES SIGLO XXI:
LOS CRISTIANOS LAICOS,
NUEVOS PROTAGONISTAS DE LA EVANGELIZACIÓN

II

“Una Iglesia en la que los fieles cristianos laicos sean protagonistas” (Santo Domingo 103)

Luis Rubio Morán

 

III. LOS RASGOS DEL PERFIL DEL LAICO NUEVO EVANGELIZADOR


Si del paradigma teológico pasamos al perfil existencial parece que el laico habría de ofrecer en su existencia algunos rasgos que lo definieran como un auténtico evangelizador nuevo. No se trata evidentemente de señalar, como se hace casi siempre que se trata de la espiritualidad laical, aquello que caracteriza a cualquier fiel cristiano, como si el laico se confundiera con el cristiano sin más, con la vocación común. Cada vocación tiene sus propias exigencias a partir y como concreción o especificación de ese servir cristiano de acuerdo con la misión específica de su específica vocación. Se trata de poner de relieve aquello que resalta, llama la atención, a través de lo cual se hace patente su testimonio evangelizador, que como en todas las vocaciones es el “medio primero y fundamental de la evangelización (cfr. EN 41)”118.
En el fiel laico la modalidad de su vocación define su específico seguimiento de Jesús, el Hijo del hombre, con estas características.

1. Seducidos por el “Hijo del Hombre”: la condición secular como opción vocacional

El laico es el cristiano que ha hecho una opción por la dimensión encarnada, terrena, mundana, de Cristo. Lo ha contemplado hombre entre los hombres. Lo ha visto emprendiendo y recorriendo los caminos de los hombres, mirando la realidad doliente de los hombres y preocupándose de ella, samaritano de los hombres, que no abandona al hombre herido ni siquiera por ir a cumplir sus servicios religiosos o cultuales, como se creyeron obligados el sacerdote y el levita (cfr. Lc 10, 31-32). Le descubre como ese “hijo del hombre” que trae el encargo de parte de Dios su Padre de salvar al mundo, no de condenarlo ni de despreciarlo, para vivir una vida secular, amando este mundo de los hombres hasta el extremo de dar la vida por él (Jn 3, 16-17). Le ha sorprendido su unción por el Espíritu que le lleva a implicarse en el mundo y en su transformación (cf. Lc 4, 18-22), desde “una unidad de vida en la que la relación con Dios le lleva a ahondar en la realidad cotidiana, a la vez que la apertura al mundo le impulsa a una mayor contemplación y a un diálogo más intenso con el Padre” (CARTA... n. 35).
Es desde la realidad cotidiana seducción de y por el hijo del hombre y su presencia y acción mundana, secular, y no por la específicamente “religiosa”, el cristiano laico se descubre dotado de especial sensibilidad para lo secular, de un “carisma de mundanidad”, y por ello, elegido y llamado para continuar en el tiempo, en el siglo, y dentro de él, esa misma labor redentora del hijo del hombre.
Esta conciencia vocacional, del llamamiento de Dios dirigido a él personalmente, para esa misión secular, es el primer rasgo configurador de su rostro. “Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar para el advenimiento de su Reino en la historia. Esa vocación y misión personal define la dignidad y responsabilidad de cada fiel laico...” (CL 58).
Esta es la mística especial y específica del cristiano laico. Esa mística que se ha comenzado a llamar “mística horizontal”119.
Esta mística se traduce en vivir la fe no por inercia, sin convencimiento, por tradición o influjo sociológico, sino con profundo entusiasmo. Buscará a Dios no en el templo, en la sacristía, sino en las realidades del mundo, en el hombre. No en la soledad del claustro, ni en el silencio o la intimidad del templo, ni en lo recóndito del alma alejada del tráfago del mundo, sino entre el ruido de la fábrica y en el complejo mundo de las relaciones laborales, sociales, familiares. “En la mismísima realidad de las cosas, personas y acontecimientos, en el oscuro entramado de la historia humana, de la cultura actual, en la oscuridad del mundo y sus luchas y estructuras; en el tráfago y ruido de la vida actual, en las conquistas científicas y técnicas de los hombres, en lo sublime y en lo profundo y pequeño, en Marte y en el big-bang, en los agujeros negros como en el quásar y el neutrino, en el agujero negro y en el ADN y sus cadenas prodigiosas; en el entresijo de la historia turbulenta de los hombres, en la injusticia y en la justicia, en la violencia y en la paz, Será la búsqueda y el encuentro con Dios en el hombre precisamente en el excluido, como Cristo en la cruz, en el nuevo templo donde está el Dios del mundo. Es el encuentro con Dios no en la “tienda del encuentro” de Moisés, sino “fuera del campamento, fuera de la ciudad santa, sobre todo fuera del templo”120.
Este primer rasgo comporta a la vez vivir el seguimiento de Jesús con un profundo sentido de agradecimiento, de gratitud por el mundo y por su peso ontológico de amor, por el hijo de Dios encarnado, por el descubrimiento de la incorporación personal a ese proyecto.
Esto será su culto y ésta será su ofrenda en la Eucaristía. “El poeta, el hombre de ciencia, el artista, el músico, el pedagogo, el ingeniero, y todos aquellos que trabajan en el mundo y que hacen del mundo el objeto de su acción con corazón puro y por la verdad divina, son verdadera y realmente llamados a concelebrar en la liturgia universal “fuera del templo”, donde... la carne del mundo comienza substancial y verdaderamente a transubstanciarse, a cambiar en la carne del nuevo cielo y de la nueva tierra, en la carne del reino de Cristo que viene”121.

2. Vivir la profesión como su específica vocación

La recuperación del sentido antropológico y teológico de la profesión será una segunda característica. Si la modernidad y el marxismo convirtieron al hombre moderno en un simple “productor”, el laico cristiano solo se hará evangelizador nuevo si recupera el carácter teológico de la profesión122.
Esto significa, en primer lugar, que la profesión se entiende como la concreción de la voluntad del Padre de querer incorporarle personalmente a ese proyecto de transformación de este mundo en un mundo digno de los hijos de Dios. Que las propias capacidades, las más profundas sintonías o gustos que lo inclinan y mueven a optar y elegir una determinada profesión, un concreto trabajo profesional, son don del Padre y reclamo de respuesta. No se trata , por tanto, en la opción profesional, de “mera cuestión de gustos o aficiones personales (ni, añadiría yo, de mera forma imprescindible de ganarse la vida para sí y los suyos), sino de obediencia a la voluntad del Señor Jesús”123.
Entraña, en segundo lugar, un discernimiento, una opción “a lo divino”, es decir, no desde el simple ganar el pan o desde la ganacia económica que tal profesión pueda acarrear, ni tampoco desde el lugar social o prestigio que ella proporcione por su valoración en la sociedad, ni desde la influencia o el poder que la profesión conlleve, sino desde la voluntad salvífica del creador, desde la opción por el reino en la historia124.
En tercer lugar la profesión se vive con el entusiasmo de una entrega desde el amor generoso, desde la conciencia de ser en dicha profesión y por ella colaborador necesario en la obra de la creación y de la redención, nunca como el peso de una carga, de algo que no queda más remedio que asumir por ley de vida, o “como castigo por el pecado”, según aquellos primeros intentos de lectura de la historia en clave teológica, atendiendo a uno de los aspectos verdaderos, que es la fatiga, el cansancio, el sudor; o por imposición de las circunstancias en una sociedad que no permite ya elegir un trabajo según las propias inclinaciones. El talante del profesional cristiano es el de aquel que ama su trabajo, aun cuando sea penoso, como cantera del reino; el que ama la obra bien hecha, pone el corazón en ella, se entrega a ella en cuerpo y alma, consciente de que es su taller de santificación, la concreción para él del amor a los hombres, y por tanto, al Dios de la alianza, sin condicionamientos de recompensas, de horarios, de relojes, armonizando derechos sociales y laborales con el deber del cumplimiento de un compromiso y sobre todo con el de la contribución a la construcción de un mundo más humano, argamasando todo ello con el amor a la tarea y a los destinatarios. También el laico cristiano sabe que “no son comparables los sufrimientos de este mundo con el “salario” de gloria que se le ofrecerá (cfr. Rom 8, 18)125.
La cuarta manifestación de esta característica será el cuidado esmerado de la competencia profesional (cfr. EN 70). En una sociedad marcada por la competitividad el laico cristiano procurará significarse por su competencia, por el dominio de todo aquello que la profesión elegida suponga, por el empeño en estar permanentemente actualizado, por el ejercicio esmerado de la misma, por prestar su servicio “como quien sirve al Señor” (cfr. Rom 12, 11; Mt 25, 31-46). Por ello debe priorizar “en su actividad y servicio el encuentro personal con la mujer y el hombre concretos, con sus ilusiones, proyectos, problemas y preocupaciones, en lugar de considerarlos componentes anónimos de un colectivo” (OBISPOS Pamplona...Carta, 63). O como dicen los obispos españoles: “ el respeto a la vida, la fidelidad a la verdad, la responsabilidad y la buena preparación, la laboriosidad y la honestidad, el rechazo de todo fraude” son características que se han de mostrar y palpar en la vivencia profesional del cristiano laico”126.

3. La caridad “secular” o sociopolítica

El seguimiento radical del hijo del hombre lleva al cristiano laico a cultivar y ejercitar en sí mismo “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (cfr. Filp 2, 5) que amó al mundo hasta el extremo (cfr. Jn 13, 1).
El amor del cristiano al mundo, que se designa y califica ya de ordinario como “caridad (socio)política, es “el compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo más justo y más fraterno con especial atención a las necesidades de los más pobres”127.
Esta caridad política supone, en primer lugar, un entrañable amor, que es donación y entrega de la propia existencia a ese Jesús, hijo del hombre, empeñado por el hombre, entregado a la salvación del mundo. “La caridad sobrenatural, en sus vertientes e implicaciones políticas, se practica mediante el ejercicio de los deberes y derechos políticos por medio de las instituciones y actos políticos. De manera que para el cristiano la actuación política, desde el votar hasta el gobernar, ha de ser un verdadero acto de amor sobrenatural al prójimo vivido dentro de su existencia teologal y con las características de todas las virtudes propias del cristiano”128.
La “caridad secular” significa además el “amor eficaz a las personas que se actualiza en la prosecución del bien común de la sociedad”129. Hay que afirmar que “la actividad política, asumida como vocación de servicio al bien común, es una forma eximia de amor al hermano”. No se trata de un amor etéreo, abstracto, genérico, sino de un amor de persona a persona. “También la caridad política es un amor interpersonal, mediado por la dimensión social de las personas”. A la persona en cuanto social en efecto “uno de los mayores bienes que se le puede proporcionar es el perfeccionamiento de las estructuras y condiciones sociales en que vive inmerso... un amor mediado por las estructuras... por el “bien común”130. Ya que el bien común no debe entenderse como el bien de la sociedad abstractamente considerado y sin relación a las personas, sino que es, el mismo bien de las personas, aunque con conciencia de que - por ser la persona esencialmente social- ciertos bienes no pueden llegar a ellas sino a través de la sociedad; la búsqueda del bien común se concibe, pues, como una forma importante de amar a los hombres concretos, aunque con un amor social y políticamente mediado131.
La caridad política se traduce también en la animación , participación y potenciación en “los movimientos ciudadanos al lado, al margen y aun enfrente de cualquier tipo de dirigismo o monopolio controlador y manipulador de las decisiones procedentes del estado o de grupos de presión132.
La caridad secular supone como característica fundamental el compromiso en la sociedad, en la polis, el compromiso concreto conocido como compromiso sociopolítico, que el laico cristiano ha de entenderlo no como conquista del poder social o político por sí mismo, sino para inyectar evangelio en las estructuras, en la organización de la polis, para un mejor servicio al hombre, a todos y cada uno de los hombres.Así considerado, dicho “compromiso político social no es una mera consecuencia de la fe, sino una manera, en cierto modo privilegiada, del ejercicio de la caridad”133.
Como concreción de la caridad política el cristiano laico se empeña por satisfacer todas las exigencias de la justicia sea en el campo laboral, de ejercicio de la profesión, sea en el económico, sea también en el de la administración de la justicia. Este compromiso se entiende que es con la justicia justa no con la simple justicia legal (CL 42), especialmente en todo aquello que atenta a la dignidad y derechos fundamentales de la persona humana, como el derecho a la vida.
Desde su caridad política y secular son los laicos los principales encargados de crear esa cultura de la solidaridad que ha de caracterizar los nuevos tiempos. “La solidaridad es una concreción de la caridad política.. la caridad ...anima y sostiene una activa solidaridad atenta a todas las necesidades del ser humano...” (CL 41). La solidaridad empuja a denunciar la insolidaridad profunda de esta sociedad fundada sobre la ganancia y la economía como valor supremo, el consumismo, el individualismo. Y estimula a promover y apoyar la multiplicación de esta conciencia solidaria en su propio ambiente profesional a la vez que a insertarse en las organizaciones que realizan acciones concretas de solidaridad con situaciones especiales de pobreza y marginación.
Como fruto de la caridad política el cristiano laico es un amante entusiasta del sistema político democrático que, como es sabido, es el que mejor asegura la defensa de los derechos humanos y la participación de los ciudadanos en la organización de la convivencia. Asimismo, y dados los defectos de que adolece en su realización, “los laicos están llamados a luchar dentro del entramado político contra la “metástasis” del pecado estructural que ha deteriorado el sistema democrático y a innovar fórmulas y procedimientos políticos que permitan avanzar paulatinamente en la dirección de una sociedad mundial cuyo paradigma de bienestar sea universalizable y cuyas normas de convivencia posean mayor y más plena capacidad democrática que las actuales”134.
Otra manifestación de la “caridad política” es hoy el compromiso de liberar la economía del modelo neoliberal que “implica una sacralización del dinero y de la riqueza, convirtiendo el dinero en ídolo”. Serán ellos la punta de lanza de la Iglesia en la detección y denuncia de las injusticias que el sistema provoca, de las marginaciones que causa, de las multitudes que excluye del trabajo, de la satisfacción de las necesidades vitales elementales, de las explotaciones de los hombres, de la destrucción del ser humano y de toda la creación. Ellos serán también los paladines desde dentro de la lucha por “restablecer la ética de la vida pública”, frente a la corrupción “en que habitualmente se ha instalado en todas partes”135.
Finalmente hay que señalar como concreción de la misma caridad política, el empeño por la paz. “El fruto de la actividad política solidaria... es la paz. Los fieles laicos no pueden permanecer indiferentes, extraños o perezosos ante todo lo que es negación o puesta en peligro de la paz: violencia y guerra, tortura y terrorismo, campos de concentración, militarización de la política, carrera de armamentos, amenaza nuclear. Al contrario, como discípulos de Jesucristo, príncipe de la paz (Is 9, 5) y “nuestra paz” (Ef 2, 14) los fieles laicos han de ser “sembradores de paz” (Mt 5, 9) tanto mediante la conversión del corazón como mediante la acción en favor de la verdad, de la libertad, de la justicia y de la caridad, que son los fundamentos irrenunciables de la paz (Pacem in terris,). Colaborando con todos aquellos que verdaderamente buscan la paz y sirviéndose de los específicos organismos e instituciones nacionales e internacionales, los fieles laicos deben promover una labor educativa capilar destinada a derrotar la imperante cultura de egoísmo, del odio,de la venganza y de la enemistad, y a desarrollar a todos los niveles la cultura de la solidaridad. Efectivamente, tal solidaridad “es camino hacia la paz” (SRS 39; CL 42).

4. Orgullosos de ser la Iglesia

El cristiano laico, consciente de que la Iglesia de Jesús es su patria, su hogar, su familia, que de ella recibe el alimento que sostiene su existencia y caminar en el mundo, que por ella y desde ella Dios le encomienda la misión, con la conciencia sobre todo de que él mismo es la Iglesia, se siente orgulloso de esta patria y familia a la que ha sido incorporado.
No se refugia ya en la fácil dicotomía de que la Iglesia son otros, los clérigos, o en la racionalización de contraponer la Iglesia a Dios o a Cristo. Sabe que el grupo humano del que forma parte por la fe en Cristo se configura como ese misterio del pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, templo del Espíritu, y se goza de esta dimensión divina y celeste de la Iglesia. Y a la vez es consciente y asume la condición humana de la Iglesia, carga con sus deficiencias, infidelidades y pecados, como se carga con las de una madre a la que se ama. Se sabe él mismo partícipe y responsable de su condición pecadora.
Sabe también que, a pesar de su pecado, ningún grupo humano ha subsistido como ella a lo largo de la historia, heredera de la promesa de permanencia y fidelidad sustancial hecha por el Hijo del hombre; conoce la historia y sabe que mil poderes bestiales han intentado eliminarla poniendo en juego todas sus armas físicas, económicas, ideológicas. Sabe también que no ha habido grupo humano a lo largo de la historia que haya tomado tan en serio la causa de la verdad del hombre, que lo haya defendido con tanto ahínco, aunque a veces se haya equivocado en los modos. Sabe que ningún grupo humano ha puesto tanto empeño en hacer más llevadera la vida de los hombres en la tierra, ni le ha abierto horizontes de eternidad y de trascendencia, invitándolo a superarse, a cultivar su tendencia a las alturas hasta el infinito, compadeciéndose entre tanto de todas las limitaciones y miserias inherentes a su condición terrena, continuando en la historia la actuación de Jesús curando enfermos, alimentando hambrientos, levantando humillados, consolando tristes, vistiendo desnudos, visitando y consolando encarcelados, proclamando años de gracia, anunciando bienaventuranzas, ensalzando a los humildes y criticando a los poderosos, pacificando pueblos y corazones, repartiendo perdones, reconciliando enemistados.
Sabe finalmente que ningún grupo humano ha producido personalidades de tal categoría, ejemplares más consumados y fecundos de humanidad, ha llevado a la cumbre de humanidad a tantas personas, como lo ha hecho la Iglesia con toda la hilera de santos y santas de todo género, edad, condición. Y sabe que todo esto existe también hoy y se sabe partícipe de toda esa riqueza de humanidad perfecta, de santidad que la Iglesia continúa teniendo en su seno y produciendo, aun en medio también de sus pecados actuales.
Este orgullo de ser la Iglesia hace al laico no solo “practicante”, a lo que tantas veces se le pretende reducir, sino “confesante, confesante de la fe de la Iglesia, confesante de la fe en la iglesia. Confiesa y comulga en la fe de la Iglesia, de la que es garantía la comunidad eclesial en su integridad, fieles laicos, religiosos y pastores. “La fe en Cristo ha de ser fe eclesial... adhesión firme a la fe de la iglesia... No renegar de las propias raíces de la fe, mantener la alegría y el legítimo orgullo de ser hijos de la Iglesia. El compromiso es de coherencia en las propias actuaciones en comunión eclesial, en cooperación. Quien actúa salvíficamente en el mundo es Cristo a través de la Iglesia y de los creyentes en su dimensión corporal y en la representación de la dimensión capital”136.
Esta confesión entraña también “dar la cara” por y ante la esperanza que hay en ella137. El orgullo de ser la Iglesia le lleva también a tratar de comprender, aceptar y defender desde su propia situación sociológica todas aquellas cuestiones en los que la iglesia, que es la comunión de todos los creyentes con los obispos y el papa, entiende que debe defender al hombre, su vida, de la profunda manipulación a la que se halla sometido hoy en los diferentes campos del saber y del hacer.
Este orgullo de ser la Iglesia se traduce también y manifiesta en la praxis de la comunión con todas las demás vocaciones eclesiales. El fiel laico no puede vivir cerrado sobre sí mismo, aislado, y menos enfrentado a las otras vocaciones. “Debe vivir un continuo intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraternidad, en el gozo de una igual dignidad y en el empeño de hacer fructificar, junto con los demás, el inmenso tesoro recibido en herencia. El Espíritu del Señor le confiere, como también a los demás, múltiples carismas; le invita a tomar parte en diferentes ministerios y encargos; le recuerda, como también recuerda a los otros en relación con él, que todo aquello que le distingue no significa una mayor dignidad, sino una especial y complementaria habilitación al servicio” (CL 20).
Orgulloso de ser la Iglesia está permanentemente atento y dispuesto a ofrecer a la comunidad eclesial toda su propia riqueza como persona, como profesional, a prestar los servicios y aun los ministerios para los que el Espíritu le ha dotado; acepta las indicaciones y sugerencias que le vienen de la comunidad eclesial para acrecentar su servicio en el mundo, y su contribución a la edificación de la comunidad eclesial.
Orgulloso de ser la iglesia se esfuerza por que su vivencia del cristianismo no sea subjetiva o individualista ni siquiera corporativista o particularista en los grupos o movimientos con los que pueda sintonizar, sino que es eclesial, comunitaria. Y así participa siempre y activamente en las celebraciones y reuniones de la comunidad, consciente de que es “el lugar privilegiado y determinante para garantizar la autenticidad de la experiencia del Resucitado y del Espíritu” (cfr. Mt 18, 20)138.

5. Exorcizadores del poder-dominio y de la mentira

La participación y presencia del laico en las estructuras temporales, especialmente en las sociales y políticas, lleva consigo un ejercicio del poder. Pero es fácil dejarse corromper por el poder cuando se convierte en fin en sí mismo o por el “erotismo del poder”, como se ha podido calificar el disfrute que proporciona139.
Cuando esto es así, el poder se alía con la mentira, el engaño. Todo se considera válido para el mantenimiento del poder. “El hombre que quiere conducirse con honestidad en todas las cosas fracasará necesariamente entre tanto bellaco”, sentenciaba ya Maquiavelo.
Es claro que el ejercicio del poder de esta forma no se aviene con la condición cristiana, donde el modelo del poder es el “hijo del hombre”, que no pretende enseñorearse, dominar, oprimir (cfr. Mc 10, 42-45), sino servir. Desde el seguimiento de este modelo, “el uso efectivo del poder (o su limitación)... se condiciona al bien de todas las personas que constituyen la sociedad”140.
Ante esta enorme dificultad, ante el peligro del fracaso, y de la ruina “entre tanto bellaco”, ante la cruz que supone este ejercicio, la tentación del laico cristiano ha sido y continúa a ser de hecho el retirarse o bien a la vida privada, desentendiéndose de la cosa publica, o refugiarse en las sacristías, en el culto, en el servicio intraeclesial. No son conductas de nuevo evangelizador. Este, como vimos, ha de empeñarse con el poder pero no dejarse embaucar por la bellaquería. Y a la vez se convierte, desde su dimensión profética, en el denunciador de las reales corrupciones y mentiras en que el poder se arropa141.
“En el ejercicio del poder político es fundamental aquel espíritu de servicio que unido a la necesaria competencia y eficacia es el único capaz de hacer “transparente” o “limpia” la actividad de los hombres políticos... esto urge la lucha abierta y decidida superación de algunas tentaciones, como el recurso a la deslealtad y a la mentira..., el uso de medios equívocos o ilícitos para conquistar, mantener y aumentar el poder a cualquier precio” (CL 42).
Esto supone una actitud permanentemente atenta, en discernimiento y crítica, sobre los valores que ofrecen las instancias de poder, especialmente las del poder cultural, informativo, mediático, que son los más interesados en defender y destruir los valores de la verdad y de la libertad, que se oponen a sus intereses, Esto conlleva un ejercicio efectivo de desenmascaramiento de los poderes hegemónicos que tienden a “implantarse y remodelar el conjunto de la sociedad y hasta las mentes de los ciudadanos según sus propios modelos de vida y sus criterios éticos”142.
Esta exorcización del poder y de la mentira se ejercita no permitiendo la discriminación de las personas por razones ideológicas, denunciando las pretensiones de imponer una determinada concepción de la vida y de valores morales desde opciones políticas concretas, que se convierten en “ídolos” cuando se absolutizan y se quieren imponer a todos143

6. Vigías de la historia

La condición secular coloca a los cristianos laicos en una posición privilegiada para ejercer su profetismo específico, el de ser vigías de la historia, centinelas de los signos de los tiempos, portavoces de lo que el Espíritu está queriendo decir a las iglesias en todo aquello que acontece en el ámbito de lo temporal.
Siendo el mundo el “lugar teológico en el que la Iglesia debe buscar los signos de la presencia de Dios”144, los laicos, puestos en el corazón de ese lugar teológico, viviendo la densidad teológica de los tiempos, son los mejor preparados para con la mirada de la fe poder intuir, contemplar, descubrir y explicitar las huellas que el paso del Creador en la historia va dejando. En los fenómenos que caracterizan nuestra época, cuando se repiten y se hacen generales, se expresan las necesidades y aspiraciones de la humanidad actual145. En ellos, tanto en lo positivo como en lo negativo, puede rastrearse el paso de Dios por este momento de la historia, sus demandas, sus reproches, su salvación o su condena, su presencia o el vacío de su ausencia. “Para este tarea es particularmente valiosa la aportación de los seglares. Ellos son, por su personal experiencia existencial, expertos en mundanidad. Tienen peculiar sensibilidad para captar las necesidades y aspiraciones de la humanidad” en esos fenómenos de los que son protagonistas y en los que viven inmersos por su profesión e historia personal”146.
Ellos serán los que aporten a toda la comunidad eclesial y, por lo mismo, a los pastores, a quienes corresponde animar, coordinar y dirigir el discernimiento de esos signos, el fruto de su propia reflexión, desde su propio sensus fidei, iluminado también por el Espíritu de la verdad que lleva a la iglesia toda a la verdad completa (cfr. Jn 16, 13)147. En este camino y proceso de discernimiento el cristiano laico aporta no el modo de ver de la escritura y de la tradición, del que son responsables los pastores, sino “el de la experiencia cotidiana, el de la realidad desde su propia entraña”148.
Aportación específica de los laicos a la comunidad eclesial será su mirada positiva, esperanzada, en cada momento de la historia, sobre la cultura del presente, corrigiendo la mirada condenatoria , excomulgadora, a la que por instinto de conservación de la tradición tan inclinado se muestra siempre el ojo de los ministros ordenados, y que tanto dificulta la vivencia gozosa del ser cristiano y el efecto transformador del evangelio149.
Un campo especial de esta vigía es el de la sexualidad y la vida matrimonial, en los que han de ser los laicos los que aporten luz desde su propia experiencia, especialmente en lo que se refiere al sentido del cuerpo y la experiencia espiritual del mismo (1 Cor 6, 13), destacando esa dimensión espiritual del mismo y de su uso como elemento de relación interpersonal, que afecta también al ámbito de la sexualidad150.

7. Paladines del deleite y de la fiesta151

Si los laicos, decíamos, tienen la función de anticipar la Jerusalén celeste, su vocación se configura como una defensa y realización de eso que será la condición definitiva en esa ciudad, “donde ya no habrá llanto ni luto, ni lágrimas, ni muerte ni dolor” (cfr. Apoc 21, 4). Aparecen como paladines del deleite y de la fiesta, en esta ciudad terrena.

Paladines quiere decir cristianos que tienen la experiencia íntima, que puede calificarse de “mística”, de que el placer, la dicha, la felicidad es cosa de Dios, que forma parte de su proyecto sobre el hombre, que ha sido santificado, posibilitado y promovido por el hijo del hombre, que forma parte de la realidad secular. Y se habla de deleite, no de libertinaje, ni hedonismo, y menos de la orgía. El deleite indica el placer transcendente, la alegría profunda, la felicidad, el gozo. No es el simple goce sensual, el mero placer, la alegría incontrolada. Es algo más profundo que responde al anhelo de felicidad que el hombre busca en todo, la dicha y bienaventuranza que Jesús proclama, del que es autor el Dios de Jesús, del que Jesús es pregonero y procurador permanente (Mt 5, 3-11), como vimos al hablar de los contenidos de la evangelización. El laico cristiano descubre en el actual anhelo de disfrute, de goce, de placer, de bienestar, una realidad ambigua pero con una componente que responde al designio de Dios de hacer al hombre “dichoso”, de proporcionarle la felicidad, y, en este sentido, un auténtico signo de los tiempos. En todo ello, en efecto, y sobre todo cuando se tiene en cuenta que el anhelo más profundo va creciendo cada vez más en la línea no de la simple satisfacción de las meras necesidades biológicas o psicológicas, sino en la de las necesidades culturales, espirituales, ve una sintonía con el Dios de la felicidad, con el Hijo del hombre que “come y bebe”, que con su participación en banquetes y con su indicación de la salvación con la imagen del banquete, de la fiesta, en la que Él es el anfitrión (cfr. Jn 7, 37-39; 1 Cor 5,6-8), nos invita al deleite, al gozo, a la fiesta.

Si otras vocaciones eclesiales por su relativización del mundo, por su “fuga de él”, acentúan que “la figura de este mundo pasa”, que “no tenemos aquí ciudad permanente” (cfr. 1 Cor 7, 31), el laico por su condición secular, experimenta, vive y proclama el deleite que acontece en el mundo, en todo lo bueno y hermoso que hay en él, del que brota la alabanza al Creador y salvador, en lo que está nuestra salvación a la vez que es nuestro deber, como se proclama solemnemente en todos los prefacios. Como místicos del deleite verdadero, serán los que inviten y promuevan el logro de una vida placentera, dichosa (cfr. Prov. 5, 15-19), descubriendo el disfrute de lo sencillo, de lo ordinario, el saboreo de lo cotidiano, por encima de la satisfacción de los instintos de la carne, de lo que se conoce como la vida fácil, la “dolce vita”, la molicie, el relajamiento, el libertinaje, el hedonismo. Porque componente del deleite es la mesura, la moderación. La hartura nunca es buena. “Si encuentras miel , come lo justo, no sea que te hartes y lo vomites” (Prov. 25, 16; cfr Ef 5, 18; Rom 13, 13)152.

En este sentido los laicos son los encargados de denunciar todas aquellas formas de placer y goces que son indignos de la condición humana, bien porque llevan a la persona a caer en la deshumanización, –toda experiencia de vértigo deshumaniza– bien porque y cuando se hace a costa de otros153. El cristiano laico es sembrador de alegría con su talante y su acción. Crea ámbitos y espacios de felicidad, de dicha humana, humanizante, para los hombres todos. Participa, anima y crea estructuras para superar el dolor, para redimir del dolor suprimiéndolo, no predicando su aceptación o la resignación ante él. Crea y anima estructuras de consolación, como imagen y presencia cuasisacramental del Dios consolador de su pueblo (Sir 30, 23; Is 40, 1; Lc 23, 43)154. Por eso y de esta manera ellos dan a la iglesia un rostro festivo, quitándole esa imagen de iglesia “triste, oscura, taciturna, falsamente seria” que la convierte en una “triste iglesia”155. Son los “evangelizadores del placer”. “Ellos serán dentro de la Iglesia el correctivo constante de los que “creen que aman a Dios porque no aman a nadie”, que diría brutamente León Bloy hablando de las instancias clericales”156.

Por ello los cristianos laicos se convierten en los “paladines de la fiesta”. Inyectan el evangelio de la felicidad, de la alegría, del gozo y del deleite en las fiestas seculares, tendientes a la orgía y a un placer destructor del hombre. Son ellos los animadores natos de la fiesta cristiana, la apoyan, la organizan, la dinamizan. Los cristianos laicos deberían ser los primeros que se ofrecen para las “comisiones de fiestas” en pueblos y ciudades. Ellos serán los que animarán también las celebraciones litúrgicas para darles ese aire de celebración y de fiesta que debe tener por sí misma, más allá de los ritos serios y solemnes que la celebración actual, excesivamente centrada en lo ritual, y en las manos siempre serias de los presidentes, ofrece. Los cristianos laicos tendrán una participación activa, protagonista también, en crear espacios de diversión y de ocio, especialmente para los jóvenes, haciendo posible y realidad ese ámbito de evangelización que el ocio proporciona.

 

NOTAS

118  No se trata evidentemente de señalar aquello que caracteriza a cualquier fiel cristiano. A veces parece confundirse e identificarse las exigencias del laico con la del fiel cristiano, o se habla de la vocación cristiana como si se tratara de la “vocación común”. Cada vocación tiene sus propias exigencias a partir y como concreción del vivir cristiano de acuerdo con la misión específica de cada una de las diferentes vocaciones. Puede verse en esta línea el n. 16 de Christifideles Laici.
119  Cfr. D. MOLLÁ, en Hacia una mística de ojos abiertos. Propuestas para el fin del milenio, en AA. VV. De cara al tercer milenio, Sal terrae, Santander 1994, pp. 156-158. Texto citado en A. M. Calero, El laico en la Iglesia, pp. 165-168.
120  “El NT deslocalizó a Dios transfiriendo su morada desde el templo hasta el cuerpo de Jesús. Pero este mismo cuerpo es el que muere en la cruz excluido. El excluido, es, en adelante, el índice de su presencia”). (C. DUQUOC, El desplazamiento de la cuestión de la identidad de Dios a la de su localización, en CONCILIUM, n. 242, (1992) p. 17).

121  J. LAGOVSKY, Salvación y cultura, en PUT n. 33 (1932), p. 33, citado en A. OBERTI, Introducción al Congreso, en  “En el corazón de la historia”. La evangelización y los Institutos seculares a la luz de EN. II Congreso 1980, Cedis, Madrid 1996, p. 25.
122  El modelo y la raíz bíblica de esta consideración vocacional de la profesión lo encontramos en aquellos sencillos y antiguos textos que nos habla de las capacidades artísticas de algunos artesanos, proclamando que han sido dadas por el Dios de la historia, y se ponen a servicio de su proyecto salvífico, bien sea en la construcción del templo, como en el caso del Ex 31, 2-5; bien en la consideración del Sirácida (Sir 38, 2-4); bien en la lista de los dones de S. Pablo 1 Cor 7, 20ss.
123  F. J. VITORIA CORMENZANA, Espiritualidad política y práctica política con “Espíritu”, ST 82 (1994), p. 819.
124  “Más allá de los gustos y aficiones personales cada persona bautizada habrá de preguntarse en las diferentes circunstancias de la vida por la voluntad de Dios sobre ella” (OBISPOS Pamplona...Carta, n. 48).
125  Véase a este respecto las hermosas y sensatas reflexiones de P. LAÍN ENTRALGO, en El problema de ser cristiano, (Galaxia-Círculo de Lectores, Barcelona 1997) donde afirma: “A veces es muy clara, casi desde la infancia, la conciencia de ser llamado por una de las vocaciones... A veces, no. Hay “vocaciones tardías”, y no sólo en las conducentes al sacerdocio... No son infrecuentes, en fin, los casos en que la práctica de una profesión no vocacionalmente elegida es la que suscita la vocación de practicarla. He hablado hasta ahora de los casos en que la vocación hacia una actividad determinada podía existir y no existir. Pero junto a ellos, y en mayor número, ¿no viene existiendo en la sociedad occidental la realidad de tantas vidas en las que no hay y no puede haber una vocación específica...? ¿Cuántos tienen vocación de albañil entre los obreros de la construcción...? Bien puede decirse que esos hombres y tantísimos más están condenados a vivir en alienación... término que semánticamente debe ser referido al hecho de soportar una vida que no puede ser totalmente humana. Terrible lacra de la sociedad occidental, a la que, hasta hoy, ningún régimen político ha sabido dar solución satisfactoria”... Un pintor puede serlo por vocación, y conformarse con ser uno de tantos en la realización de su obra. No pocos hay así. Pero también no son pocos los que quieren serlo y demostrarlo con cuanta originalidad y eminencia puedan alcanzar...¿Por qué no (todos) ... mientras siga(n) resistiendo a la presión del adocenamiento y la renuncia”? (pp.102-104).
126  CEE, Católicos en la vida pública, nn. 113-116.
127  CEE, Católicos en la vida pública, 6.
128  F. SEBASTIÁN, Evangelización... pp. 211-212.
129  CEE, Católicos... n. 60.
130  M. GARCÍA, Elogio de la vocación política, ST 78 (1990) 377-378.
131  Id. Ibíd. 379; cfr. J. MIRALLES, ¿Política cristiana o cristianos en la política?, Ibíd. 363-370.
132  J. COMBLIN, Cristianos rumbo al siglo XXI. Nuevo camino de liberación, San Pablo, Madrid 1997, 282.
133  CEE, Cristianos... 54.
134  F. J. VITORIA, Espiritualidad ... ST 82 (1994) 818.
135  J. COMBLIN, Cristianos..., p. 242-243.
136  J. L. SÁNCHEZ NOGALES, Cristianismo y cultura: cinco temas pendientes. ST 36(1997),70-71.
137  “Dar la cara en la toma de posturas que la iglesia considera necesarias para iluminar con la luz del evangelio los vaivenes de la cambiante realidad cultural y social”. “A despecho de la postmodernidad o arrostrando su mirada burlona, el laico cristiano se atreve a afirmar que hay futuro y camino; que hay sentido para el vivir humano y posibilidad de alcanzarlo; que hay hogar; más aún, que el hogar está allí donde el Padre abre sus manos cálidas a estos hombres y mujeres de finales de siglo, y que el camino tiene un nombre entrañable: Jesús, es decir, Dios salva”” (P. ESCARTÍN, Un laico... p. 154.157-158).
138  A. CALERO, o. c. p. 151.
139  Cfr. las profundas reflexiones sobre todo este tema de J. M. RAMBLA, La espiritualidad laica. Afirmación y ruptura de la vida secular “desde dentro”, ST 82 (1994) 771-781.
140  A. GARCÍA, a c. p. 375.
141  Cfr. el precioso número de SAL TERRAE dedicado a la mentira, bajo el título “No mentirás. Honradez con la realidad” (mayo 1992).
142  CEE, Los católicos,... n. 26.
143  Ibid. n. 31.
144  AAVV, Evangelización y hombre de hoy, Edice, Madrid 1984, p. 221.
145  Esta es la definición que de los “signos de los tiempos” dio la Comisión del Concilio el día 14 de noviembre de 1964.
146  P. ESCARTÍN, o. c. p. 161.
147  “Para este descubrimiento, por lo mismo, habrá que contar con la experiencia, conocimiento y opiniones de la comunidad eclesial, especialmente de los laicos, cuando el discernimiento afecte a la actuación pública de la Iglesia. Quienes han de ser corresponsables de la actuaciones de su comunidad han de serlo en los procesos de discernimiento y decisión” (CLIM, n. 60.). “El ministerio pastoral establecerá cauces - ya reconocidos u otros especiales - y pondrá en marcha procesos, a través de los cauces adecuados y de la manera en cada caso más conveniente, para contar con la experiencia y conocimientos de los laicos sobre aquellas cuestiones que la sociedad tiene planteadas y sobre las que la Iglesia entera debe ofrecer su específica aportación” (Ibid. n. 61).
148  A. SÁEZ, en Laicos al servicio del evangelio. Dossier, Misión Abierta, n. 4 (1993), p. 36.
149  “Vivir en desacuerdo permanente y malhumorado con la realidad y la cultura en que estamos  inmersos conduce al desasosiego, impide la realización de un proyecto  personal sano, y destruye las raíces de la que brota nuestro vivir diario”, AAVV, Evangelización y hombre de hoy... p. 209.
150  “Más allá de represiones o permisividades ¿cómo ir introduciendo en este ámbito –en el cual ciertamente también se hace presente el Espíritu– la luminosidad del evangelio, el goce del Espíritu, la riqueza inagotable del Padre de las luces (Sant. 1, 17). Ayudando así a pasar del campo y consideración moral a la experiencia del Espíritu”, J. M. RAMBLA, La espiritualidad laica... ST 82 (1994), pp. 778-779.
151  Seguimos en este párrafo, como ya lo hicimos al describir los contenidos de la evangelización en el párrafo correspondiente, las intuiciones y sugerencias de J. Burgaleta, en “Una iglesia indicadora del camino de la felicidad”, ST 84 (1996) 659-677. En todo el número (septiembre 1996) , dedicado al “Deseo. Entre el ídolo y el icono”, se hallan sugestivas indicaciones sobre la felicidad, el disfrute, la fiesta.
152  “El placer de la vida no está en acumular muchas cosas. Hay que encontrar el vivir, enseñar a vivir, aprender a vivir, para disfrutar todo lo que se pueda y con todo, pero...sin creer que se disfruta mucho porque se tiene mucho, dando prioridad al cómo sobre el “cuánto”, sabiendo que no es acumulando como se goza sino estimando el presente, el ahora, lo pequeño: el maravilloso gozo de lo sencillo. No hay nada más bello que un atardecer ni nada más sabroso que un vaso de agua cuando se tiene sed, ni nada más satisfactorio que una mirada de ternura, ni nada más placentero que una conversación entre amigos, ni nada más relajante que una música, ni mejor vacación que la llegada a casa después del trabajo,... El gozo de la comunidad, lo placentero de lo diario... “Más vale mendrugo seco con paz que casa llena de festines y pendencias” (Prov. 17, 1) (J. Burgaleta, o. c. 671-672).
153  “El consumismo provoca necesidades cada vez más acuciantes y superfluas que rompen la felicidad del vivir”. “El desmadre nunca es sano; el borracho nunca disfruta del vino. Por eso la felicidad, el deleite no son “las comilonas y borracheras, las orgías ni el desenfreno, rivalidades ni envidias” (Cfr. Rom 13,13). “La búsqueda del placer desmesurado arrebata a otros la cuota de bienestar que les corresponde; se adquiere a base de mermar felicidad  al otro; se mantiene sosteniendo el sufrimiento de los demás. Los que pretenden ser desmesuradamente felices lo hacen a costa de alguien... Venga, a disfrutar de los bienes presentes (Sab 2, 1.6-11)” (J. Burgaleta, a. c. pp. 672.673. 674).
154  “Buscan los médicos aliviar el dolor; para que al menos se sea menos infeliz; buscan los arquitectos y urbanistas crear un hábitat en el que se pueda desarrollar una vida dichosa; buscan los diseñadores formas que proporcionen  un mayor placer; busca la técnica hacer la vida más fácil, para que sea más agradable; busca la fiesta ser interminable para que no se rompa el hechizo de la alegría; busca la ciencia saber más para que se pueda disfrutar con más gozo del universo; busca la literatura crear historias incontadas para que se puedan tener aun mayores sueños; busca el arte desplegar los secretos de la luz y del sonido, para que vibre todo el planeta de la sensibilidad; buscan los psicólogos liberar de los dolores del alma, para que se recobre la paz interior; buscan los estados (políticos) el bienestar social para que los ciudadanos puedan acceder a una vida placentera”...(Id. a. c. 664). “Se cura a un enfermo para que quede felizmente curado; se consuela a un apenado para arrancarle de la aflicción...; se acoge a un marginado para que quede integrado en un plano de igualdad. El amor y el servicio buscan hacer feliz al otro, producirle la dicha de una vida mejor en el aspecto corporal y en el nivel profundo de la persona en relación,...” (Id. p. 675).
155  Id. p. 668.
156  Cfr. J. M. RAMBLA, La espiritualidad laica... ST 82 (1994) 781.