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MARÍA, ESPEJO DE VIDA Y VOCACIÓN

Francisco Lansac

 

NOTAS TEOLÓGICO-PASTORALES Y CATEQUÉTICAS

Desde hace ya bastante tiempo el Secretariado de la Comisión episcopal de seminarios y universidades presenta cada año un tema que sirva de motivación y orientación para el día dedicado al Seminario, aprovechando lógicamente el patrimonio inagotable que sobre el eventual tema elegido nos ofrecen los personajes, acontecimientos y doctrina de la Iglesia.

Pero lo que en este momento nos motiva de una manera especial es conseguir que esta ayuda temática sea de fácil comprensión y también útil tanto a nivel personal, pastoral como catequético. Queremos pues que estas líneas sirvan de reflexión para quien se acerque a ellas y no sean simplemente como unas instrucciones de uso.

– En este año 2005 (150º aniversario de la definición del dogma de la Inmaculada) aparece en primer plano la figura de María: “generosos y entregados... como María”. María siempre es una figura provocadora para cualquier vocación en la Iglesia (cf. folleto para el día del Seminario de 1988: “Haced lo que él os diga”). Y así nos lo dice el concilio: “En María encuentra la Iglesia la fe íntegra, la esperanza sólida y la caridad sincera” (cf. LG 64).

– Advertimos que el hecho de resaltar la respuesta de María como modelo vocacional no supone en absoluto soslayar la originalidad de respuesta que cada uno personalmente debe tener y dar. Una vez dicho esto, si en este año nos fijamos en María como nos hemos fijado en otros personajes bíblicos en otros momentos es porque las personas necesitamos acercarnos a modelos concretos que ofrezcan una trayectoria lúcida y una garantía eclesialmente contrastada. La vocación de María, por otra parte, de ninguna manera podemos recluirla en un intimismo exagerado que sólo le afecte a ella, es una vocación para imitar y no sólo para admirar.

Resumen . No quisiéramos dejar de señalar como resumen de lo dicho hasta ahora que la singularidad de María dentro del proyecto de Dios viene dada por el don generoso e inexcrutable de Dios y por su propia respuesta de vida , como también el don de Dios en cada uno de nosotros y nuestra respuesta de vida constituyen nuestra propia singularidad e identidad, y es precisamente en esa respuesta personal donde tratamos de mantener las constantes de lo que debe ser cualquier vocación en la Iglesia: laical, sacerdotal y de vida consagrada..

– Nuestra vocación no es sólo nuestra vocación, es nuestra vocación en la Iglesia y es una llamada de la Iglesia.

LA VOCACIÓN DE MARÍA

– María se entrega con generosidad al proyecto de Dios, aun a sabiendas de que no es fácil ni entenderlo ni descifrarlo ni realizarlo. Sin duda alguna que María tendría que renovar a cada paso el “sí” primordial que dio en la anunciación para mantenerse firme y fiel. Ahí sin duda se enmarca su camino pascual.

– Por eso, no podemos ni siquiera sospechar que su vocación haya sido algo fácil. De ninguna manera. Al margen de cualquier magia verbal que podamos aplicarle con cariño, María sabía muy bien que toda encarnación, como lo es cualquier vocación dentro de la comunidad eclesial, supone un incorporarse en la vida en carne y hueso, con todas las consecuencias y con un humilde asombro y una humilde discreción . Es imposible comprometerse con entrega y generosidad cuando uno se sitúa en unos aledaños cómodos, a distancia de la vida o buscando el reconocimiento.

Vocación de María. Por eso creemos que, llegados aquí, será pedagógico el pasar a preguntarnos: siguiendo lo que podríamos llamar el itinerario vocacional de María,

¿qué podemos percibir, intuir o sospechar en lo que se refiere a su vocación de entrega y generosidad ?

– En primer lugar, creo que podemos estar de acuerdo en que uno no se entrega a un proyecto de Dios, por muy explícito y hasta por muy valioso que pueda aparecer o se sienta, si antes no está situado o se sitúa ante un Dios explicado, implicado y complicado con la realidad y quehacer del hombre . Los olimpos de los dioses inmunes a lo que es humanidad bien podemos decir que se acabaron el día de la creación: hito claro de la primera alianza de Dios con el hombre.

– Es verdad que esta comprensión de Dios reclama inexorablemente una existencia anclada en la fe, en un fiarse de Dios sin demasiados condicionamientos. Esta existencia creyente es el primer pilar, cimiento y condición de la generosidad y entrega vocacional. “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc 1,45).

No hay entrega al plan de Dios sin una comprensión de Dios siempre a vueltas con el hombre y sin una existencia anclada en la fe y en la confianza en Dios.

Proyecto de plenitud . Esa entrega al proyecto de Dios, aunque lleva consigo una negación de sí (realidad por desgracia muy empolvada en la vida actual), es un camino, un proyecto de plenitud , tanto humana como creyente. La vocación nunca puede ser ni aparecer como un triste equipaje de náufrago, de un sálvese quien pueda, de una salida resignada en la vida. Es verdad que desde fuera no es fácil ni se ve necesario el percibir esa plenitud y, a decir verdad, muchas veces ni siquiera desde dentro.

– En María, la entrega se hizo amor en la ofrenda de sí a Dios y a los hermanos (“Fiat” y “María se puso en camino..”). Este es su proyecto de plenitud . La entrega que no llega a hacerse amor puede encerrar más bien ribetes de esclavitud. Muy bien lo expresa y concreta san Pedro Crisólogo: “Las exigencias del amor no atienden a lo que va a ser, o debe o puede ser. El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. El amor no se aquieta ante lo imposible, no se remedia con la dificultad. El amor engendra el deseo, se crece con el ardor, y el ardor tiene deseos absolutos”.

Ante la infinidad de ofertas ofrecidas y de alguna manera justificadas que tiene el hombre, el joven, cualquier persona, hay que decir que un proyecto de plenitud es imposible sin una negación de sí. “Si alguno quiere ser mi discípulo…”

El Espíritu . Es cierto y hay que dejarlo dicho bien claramente que es el Espíritu el que transforma desde el primer momento a María en ofrenda permanente. La entrega de María no es un voluntarismo, ni un buen deseo de condición intimista ni es siquiera un gesto profético de un momento. Esta ofrenda de María, la Iglesia la ha entendido en la posteridad y teológicamente desde la obediencia filial de Jesús hasta la muerte en cruz (“Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón”) (Lc 2, 34-35) y desde la vivencia de la eucaristía como cuerpo entregado y sangre derramada.

Es el Espíritu el que nos transforma en ofrenda permanente y generosa como en la eucaristía hace del pan y del vino cuerpo entregado y sangre derramada.

Y al hilo de esta realidad importante, quisiéramos resaltar que nunca podemos dejar arrinconado el carácter y dinamismo sacrificial de la eucaristía. Hay que volver a recalificar este terreno un tanto olvidado para vivir la vocación desde este dinamismo eucarístico , ciertamente no único pero sí esencial. Y bien podemos expresar que toda vocación es sacrificial porque las vocaciones de la comunidad, como Jesús y como María, viven una vida de servicio, una obediencia hasta la cruz y una entrega solidaria. Por supuesto que va mucho más allá de unas soflamas abstractas contra la injusticia, contra la malevolencia del mundo y de la cultura. “Tomad y comed. Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre”. Ésta es la entrega vocacional con la que hacemos memoria de Jesús hasta que vuelva.

– Desde la cumbre de la cruz es cuando puede decirse que “todo está cumplido”, que todo está en su sitio exacto, en el lugar que Dios le ha asignado. Es aquí donde destaca una actitud sobre todas en María cuando parece que se cierran todas las salidas: “la confianza en Dios, la aceptación del proyecto que se le ha asignado sin poner condiciones, la espera de la fuerza de lo alto sin conocer el calendario de su realización” (R. Sánchez Chamoso)

La entrega vocacional debe estar nuclearmente marcada por el carácter y dinamismo sacrificial, reconocido continuamente en la obediencia filial de Jesús hasta la cruz y en la eucaristía, y que podemos percibir con nitidez en la vida de María, “madre dolorosa”. Pero es en el Resucitado donde el amor crucificado llega a la cumbre. María es su mejor discípula.