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Como vid lozana he retoñado (Eclo 24,23)

Hna. Georgina Zubiría Maqueo, rscj

 

Junto con la samaritana y el samaritano reconocemos agradecidamente que nuestro torrente afectivo puede convertirse en motor e impulso para la vida. Nuestros afectos condicionan y ofrecen el rumbo a nuestras decisiones más hondas. Esta es una de las convicciones que dialogamos en el Congreso Internacional de Vida Consagrada. El cuarto día del congreso lo dedicamos a conversar y reflexionar por temas de interés. El grupo en el que compartimos nuestras experiencias y reflexiones sobre el “celibato consagrado” nos subdividimos en cuatro, de acuerdo a los idiomas. Posteriormente un relator elaboró la síntesis de los diversos aportes y la presentó en la plenaria del día siguiente. El grupo de habla hispana echamos de menos la inclusión de aspectos y realidades que ahora quiero recuperar, consciente de que es difícil recordar todo lo compartido y, consciente también, de que consideraré aspectos de mi propia experiencia y de la experiencia compartida con otras hermanas y otros hermanos que no participaron directamente en el Congreso.

 

El celibato como opción sexual libre y fecunda

 

 

Reflexión teológica

 

Para orientar nuestro itinerario he acudido a la Sabiduría, personificación femenina de Dios, en la certeza de que Ella bendice, fecunda y acompaña nuestras búsquedas, nuestros intentos, nuestro c aminar.

 

  1. “¿No está ahí clamando la sabiduría?” (Prov 8,1)

 

Inicialmente, cuando elegimos nuestro proyecto de vida y nos decidimos en favor de la vida religiosa, todavía no tenemos una idea clara de lo que esta opción implica ni como posibilidad, ni como renuncia. Es con el correr del tiempo, con la maduración de nuestros cuerpos y con la experiencia relacional cotidiana que vamos tomando mayor conciencia de lo que vivimos, sentimos y deseamos como personas humanas.

 

1. La Sabiduría, siendo una…todo lo renueva (Sab 7,27)

 

Las religiosas y los religiosos constatamos ahora que somos personas vulnerables, heridas por el contexto sociocultural y por nuestras historias personales. Vemos que el ambiente cotidiano está impregnado de erotismo superficial, violento e incluso pornográfico; lo percibimos cuando viajamos en el micro y escuchamos cantar las mil formas de ‘hacer el amor’ o, cuando vamos en algún medio de transporte colectivo, nos llama la atención ver a algunas parejas que sólo saben comunicarse a través de la epidermis. Los diversos medios de comunicación–incluido internet– nos hacen creer que la felicidad se encuentra en el ejercicio indiscriminado de la genitalidad y manipulan nuestros impulsos y deseos para generar el ansia de consumir experiencias y  emociones efímeras, capaces d e deshumanizar el potencial maravilloso de nuestra afectividad, de nuestra sexualidad y de nuestro cuerpo. No podemos desconocer que este ambiente impacta de diferentes maneras a todas las generaciones de religiosas y religiosos. Por otra parte vemos que, cada vez con mayor frecuencia, las hermanas y los hermanos de las nuevas generaciones llegan a nuestras comunidades habiendo vivido fuertes experiencias sexo- genitales,  no siempre resueltas favorablemente. También constatamos que un número significativo de mujeres y de hombres que optan por la vida religiosa, han sufrido dolorosas experiencias de abuso sexual y de violación de sus cuerpos, de sus espíritus, de sus psicologías. Sabemos que una violación deja su marca en el ser entero y que, si no se cura adecuadamente, trae consigo consecuencias en todas las dimensiones de la persona y, evidentemente, en sus relaciones. Tomar conciencia de las heridas que dejan estas experiencias, nombrarlas y aprender a convivir con ellas sin permitirles que amarguen nuestras vidas nos acerca, misteriosamente, a Dios en su amor extremoso por la humanidad, de manera particular por la humanidad herida. Con seguridad hemos contemplado a Jesús el viernes santo y nos hemos detenido a mirar su corazón traspasado por la lanza de uno de los soldados. Sí, Jesús fue violado con tremenda agresión en su corazón, en el centro de su persona. Desde ahí, desde su corazón herido, Dios-Sabiduría nos manifiesta su extremosa solidaridad con el dolor humano y, al mismo tiempo, comunica en el silencio la radical opción por interrumpir la espiral de la violencia. Por eso hoy confesamos, con gratitud reverente, que su corazón herido es manantial de vida del que brotan ríos de agua viva (Jn 8,38).Como discípulas y discípulos de Jesús podemos escuchar nuevamente:  “aprendan de mí que soy manso y  humilde de corazón”. El agua que bebemos de su corazón violado sacia nuestra sed de no-violencia y nos llena de esa energía vivificante que transforma la indignación y el dolor en impulso para gastar nuestra vida al servicio de la vida. El agua que bebemos de su manantial nos libera para denunciar la injusticia y para trabajar apasionadamente por erradicar cualquier violación.

 

2. La Sabiduría interpreta los signos y prodigios… (Sab 8,8)

 

El avance de ciencias como la genética, la biología, la venereología, la sexología, etc., nos dicen que no sólo la diversidad sexual de vegetales y animales es sumamente rica sino, también, que la sexualidad humana presenta una rica gama de posibilidades que desbordan los límites de la tradicional clasificación de lo humano en hombres y mujeres. El conocimiento que vamos teniendo gracias a la información que nos ofrece el  avance científico, la lectura de la experiencia afectivo-sexual que vamos teniendo, y la mayor atención y escucha de nuestro cuerpo nos van empujando a hacer frente a la necesidad de discernir con lucidez y verdad nuestras preferencias sexuales. Somos conscientes de que el proceso para llegar a reconocer nuestra orientación sexual  es complejo y toma su tiempo. Sin embargo, es importante saber que el estilo de comunidades que caracterizan el actual modelo de vida religiosa supone apertura para desarrollar nuestra capacidad afectiva, es decir, para dejarnos afectar por las alegrías y las tristezas, por los éxitos y las frustraciones de personas de nuestro mismo sexo. Para ir siendo verdaderas comunidades  sororales o fraternas, para querernos y apoyarnos en reciprocidad, para acompañarnos amorosa y humanamente en nuestros procesos individuales y corporativos, necesitamos cuidar y potenciar nuestra afectividad. No es extraño, entonces, que en el camino vayamos descubriendo nuestra orientación sexual; pero tampoco es extraña la necesidad de renovar cotidianamente nuestra opción por el celibato. Al igual que cualquier persona, necesitamos cuidar, alimentar, enriquecer y renovar con responsabilidad el deseo y la pasión por el proyecto de vida que hemos elegido. En la seguridad de que Dios ha tatuado amorosamente su deseo en nuestro corazón y en nuestras entrañas, podemos considerar en nuestro discernimiento cotidiano  ¿qué es aquello por lo que estoy dispuesta, dispuesto a gastar mi vida, la única vida que tengo? ¿con quiénes? ¿cómo?  La respuesta puede tener múltiples y ricas expresiones pero coincidiremos en desear la plenitud de vida en comunión, al igual que Dios la desea para la humanidad, al igual que Dios la realiza como Trinidad abierta a la historia, desde los crucificados y las crucificadas injustamente.

 

3. La Sabiduría sabe lo que es grato a tus ojos (Sab 9,9)

 

Sabemos que los estudios de género sistematizan las experiencias de muchas mujeres y, más recientemente, las experiencias de algunos hombres. Sus aportes y reflexiones nos permiten caer en la cuenta de que, en las sociedades patriarcales -kyriarcales como la nuestra, la afectividad de las mujeres está condicionada por el valor que otras personas nos otorgan; también nos permiten comprender que la sexualidad de los hombres está condicionada por el estereotipo de lo masculino marcadamente machista y falocéntrico. Las incoherencias entre el ideal de vida célibe y la realidad existencial generan sufrimiento, dolor y culpa y tienden a justificarse con una doble moral que no es  grata a los ojos de Dios. De aquí la urgencia por cuestionar las estructuras que sustentan y reproducen la cultura patriarcal; de aquí la necesidad de desmontar las ideologías que justifican la asignación de identidades, los estereotipos genéricos y los roles sexuales. Ardua labor tenemos en este campo porque, lamentablemente, la iglesia católica es una de las instituciones que, con su organización piramidal y sus teologías masculinas, sostiene y  justifica estructuras patriarcales y androcéntricas en detrimento de la igualdad en origen, en condición y en dignidad, de toda la raza humana. Por el amor que tenemos a nuestra Iglesia, y por el dolor que nos causa su actual realidad, las religiosas y los religiosos, desde dentro de ella, queremos participar en su transformación teniendo como referente fundamental el Evangelio.

 

4. “En la Sabiduría hay un espíritu agudo, libre, bienhechor” (Sab 7,22)

 

No podemos ocultar que estas situaciones se presentan al interior de la que actualmente conocemos como ‘vida religiosa’ y vemos que necesitan nombrarse y atenderse con calidez humana y, en ciertos casos, con ayuda profesional especializada. Sin embargo, lo que nos parece fundamental es que toda esta verdad nos lleva a subrayar y a valorar el celibato como una opción sexual que implica el ejercicio de la libertad con lucidez, información y realismo.

 

  1. Vengan a mí quienes me desean y sáciense de mis frutos” (Eclo 24,26)

 

Si bien es cierto que en el grupo de lengua hispana hablamos de las complejas, y a veces dolorosas, situaciones expuestas en el apartado anterior, también con-partimos la convicción de que hoy el celibato es una opción sexual posible y normal, fecunda y procesual. Esta comprensión y vivencia del celibato requiere:

 

• recuperar el valor y la dignidad de nuestros cuerpos

• compartir que deseamos desear apasionadamente

• vivir como discípulas y discípulos de Jesús.

 

  1. “Eran mis delicias los hijos y las hijas de la humanidad”(Prov 8,31)

 

En un intento por superar la antropología dualista que heredamos, celebramos la posibilidad de recuperar el valor y la dignidad de nuestro cuerpo y de nuestra sexualidad. Nuestro cuerpo, creado a imagen y semejanza de Dios y habitado por la Ruáh, merece cuidados, atención, respeto. Con cariño y gratitud vamos descubriendo su dimensión eucarística, su capacidad para acoger, alimentar y defender la vida, sobre todo cuando se encuentra amenazada. Quienes hemos elegido el celibato como cauce de fecundidad, periódicamente podemos preguntarnos si nuestra vida transcurre y nuestra sangre se desperdicia, o si vivimos la vida en plenitud y nuestra sangre se gasta junto con otras/ otros que buscan la vida que ama Dios. Reconocemos que hay momentos de nuestra vida en que nuestro cuerpo expresa su clamor y su deseo, momentos en los que manifiesta con fuerza su ansiado encuentro de intimidad y de fusión: ¡Somos normales! Deseamos amar y ser amadas hasta el fin. Cimentadas en el amor de Dios, estos momentos pueden convertirse en experiencias de transfiguración. Escuchar el clamor de nuestro cuerpo, acoger nuestras debilidades, aceptar con libre determinación la renuncia, atravesar el desierto, ensancha nuestra capacidad de con-pasión y permite que Dios entre a habitar nuestra soledad al punto de transformar nuestro clamor en canto. La soledad habitada y el clamor silencioso son tiempos y espacios para encontrar la Sabiduría divina en nuestra más profunda y auténtica verdad. Entonces ahí podemos descubrir la sabiduría que habita nuestros deseos y nuestras pasiones. Entonces y ahí  madura nuestra capacidad de intimidad con Dios y con nuestros hermanos y hermanas. Por eso, en ese entonces y en ese ahí se va componiendo un canto nuevo hecho de acogida y hospitalidad, de apertura y creatividad, de libertad para amar sin poseer y de maleabilidad para permitir que el deseo y la pasión sean re-modelados como comunión de vida en plenitud que, también, anhela expresarse en nuestros cuerpos.

 

  1. “Quien me halla a mí, halla la vida” (Prov 8,35)

 

Cuando nuestro cuerpo célibe reconoce y nos confiesa su deseo de fusión, fusión a la que libremente hemos renunciado, tenemos la oportunidad de consentir con el Amado y permitir que la Sabiduría entre a nuestro huerto cerrado para que nos descubra la sabiduría de nuestros deseos. Poco a poco nos permitirá comprender que la renuncia no es exclusiva de quienes hemos optado por el celibato. Sabremos que toda opción implica renuncia y sentiremos que toda renuncia duele. Con asombro agradecido percibiremos que, al unir nuestro dolor al dolor de quienes sufren por renuncias impuestas con prepotencia y dominación, seremos capaces de relativizar el propio dolor y de transformarlo en deseo de desear la pasión que se necesita para colaborar en la transformación de las estructuras violentas que sostienen la injusticia, la marginación y la muerte. Para percibir el amor y el desamor que habitan nuestro mundo es necesario el ejercicio de nuestra sensorialidad, también don de Dios. Don lábil, es decir, don que puede desplegarse para generar vida, don que puede desvirtuarse y generar muerte. A través de nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra boca, nuestro olfato, nuestras manos, nuestro cuerpo entero, percibimos, agradecemos y celebramos el amor de los amigos y las amigas, lo disfrutamos y nos gozamos en él, lo gustamos internamente y permitimos que se des borde como manantial de vida. La amistad que incluye el compartir la intimidad es un regalo siempre sorprendente capaz de plenificarnos. De la misma manera, a través de nuestros sentidos y de nuestro cuerpo percibimos y conocemos las realidades de muerte. A través de ellos sentimos el impulso para unirnos a otros y a otras que trabajan en favor de la justicia, la equidad y la inclusión como gestos que anticipan la plenitud de vida en comunión. Con nuestros cuerpos, con nuestra sexualidad, con nuestro erotismo célibe podemos colaborar en la creación de nuevas realidades y relaciones nuevas de acuerdo al ser y al deseo de Dios. Con nuestra persona entera podemos experimentar “pasión por Dios  y pasión por la humanidad”. Para descubrir aquello que nos apasiona y para disponernos a orientar hacia allá toda nuestra vida, nuestra sexualidad y nuestra energía erótica, es necesario desplegar nuestra sensorialidad, porque nuestra pasión es nuestra misión, es aquello que nos fascina y nos entusiasma y es, también, aquello por lo que estamos dispuestas y dispuestos a padecer porque nos vale la vida. Abrirnos a descubrir y a acoger nuestra pasión como misión es un riesgo para nuestras instituciones, en especial para aquellas que se han anclado en sus mediaciones u obras. Pero, sobre todo, es una gran oportunidad para recrear los cauces misioneros en los que se abrazan la experiencia de la realidad, la experiencia de Dios y el legítimo deseo de realización personal. Encontrar nuestra pasión es encontrar ese “tesoro escondido”, es hallar “la perla preciosa” por la que somos capaces de dejarlo todo con gozo profundo y esperanzado. Descubrir nuestra pasión es descubrir el cauce para el torrente afectivo que nos habita; vivir nuestra pasión es, en último término, poner en práctica el deseo de Jesús: amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con toda la persona  y a nuestras prójimas y prójimos como a nosotras y nosotros mismos. En el Evangelio vemos que Jesús hizo de su  pasión su misión: “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. A Jesús le apasionó gastar su vida por la vida de todas, por la vida de todos. Por eso estuvo dispuesto a padecer conflictos, persecución e, incluso, la muerte.

 

  1. “Su amistad es delicioso placer” (Sab 8,18)

 

“De su plenitud hemos recibido un Amor que sobrepasa todo amor”. En el Congreso, en nuestro grupo hispano, compartimos que nos es fundamental vivir la inmediatez de la relación con Dios y la centralidad de Jesús y su misión. Tenemos la convicción de que la oración, la lectura de la Palabra y la celebración comunitaria de nuestra fe nos permiten experimentar la Shekhinah, la Presencia Divina que acompaña con afecto nuestro caminar e ilumina nuestros pasos. Ella nos bendice y nos llena de su gracia para reconocer y acoger su amor gratuito incondicional. En algunos momentos de nuestra vida la inmediatez de la Sabiduría Divina nos colma de alegría y nos permite gustar anticipadamente la plenitud de vida en comunión; plenitud que es Su placer, comunión que es Su deseo, vida que es Su pasión. En estos momentos percibimos que Ella se nos ofrece como compañera fecunda que nos precede y, por eso, gustamos y celebramos su propio elogio: “Desde el principio y antes de los siglos me creó, y hasta el fin, no dejaré de ser…Como vid lozana he retoñado, y mis flores dan frutos hermosos y abundantes…Vengan a mí quienes me deseen y sáciense de mis frutos…” (Eclo 24, 1. 14.23. 26). Con la Sabiduría acogemos el amor de Dios que nos configura a Su imagen, a sus gozos, a sus placeres: “Estaba yo con YHWH como aprendiz, siendo siempre su delicia, solazándome ante YHWH en todo tiempo; recreándome en el orbe de la tierra, siendo mis delicias las hijas y los hijos de la humanidad… Feliz quien me escucha y vela a mi puerta cada día…porque quien me halla a mí, halla la vida…” (Prov. 8, 30-31. 34-35).Sí, hay tiempos en nuestra vida en los que sentimos a la Sabiduría como compañera que conspira con nosotras/ nosotros y hace de Sus pasiones las nuestras. Hay espacios en los que convivimos con la Sabiduría: en la inmensa casa que ha edificado para la humanidad compartimos Su deseo de cuidar el hogar común, de administrarlo equitativamente, de respetarlo con mucho amor; con Ella mezclamos el vino y preparamos la mesar en la que todas y todos caben; con Ella salimos a las plazas y subimos a los cerros para proclamar que quiere la vida abundante para todas sus criaturas; con Ella compartimos el banquete de la vida que nos ofrece sin exclusión ni discriminación. Con ella caminamos por las sendas de la justicia, por las veredas de la equidad (Prov. 9,1-5; 8,20).Nos cuentan los evangelistas que Jesús, Sabiduría Divina encarnada en nuestra historia, también experimenta intenso placer en aquello que le apasiona; como Vid fecunda que nos llena de vida, Jesús nos muestra el camino que recorre para avanzar hacia la realización de su deseo. Recordamos especialmente los momentos en los que Jesús disfruta profundamente pues se armonizan su deseo y su pasión como misión. Podemos detenernos, por ejemplo, en la narración de las bienaventuranzas. Jesús–Sabiduría, las proclama desde el monte a la multitud de hombres y de mujeres que le acompañan. Es experiencia culmen de alegría realista y esperanzada en la que se abrazan, se funden y se unifican su experiencia de Dios, su experiencia del pueblo –especialmente de quienes más sufren- y su experiencia de realización personal como ser humano, como hijo amado de Dios y como hermano de sus hermanos y sus hermanas empobrecidas, sedientas, hambrientas, perseguidas, constructoras de la paz. Otro momento de plenitud lo encontramos cuando sus discípulos y sus discípulas le comparten lo que han visto y oído en los pueblos que han visitado para proclamar la buena nueva de Dios. Entonces Jesús, lleno de gozo en el Espíritu canta: Yo te bendigo Padre…porque has querido revelar tus deseos a la gente sencilla… Nuevamente, la justicia y la paz se besan, nuevamente Jesús siente intensa alegría en la experiencia de la plenitud de vida en comunión; nuevamente Jesús celebra y participa en el encuentro gozoso de la Trinidad con su pueblo, con sus amigos y sus amigas, con la gente sencilla. Finalmente, podemos recordar el momento de la transfiguración. Tan intenso fue el placer de Jesús, que se transfiguró. Paradójicamente, esta experiencia se da en un momento de incertidumbre y de angustia ante la amenaza de muerte que ya sus enemigos fraguan. Es entonces cuando Jesús necesita sentirse confirmado en su decisión de subir a Jerusalén. En este momento necesita sentir a Dios y sentir cerca a sus amigas y a sus amigos. Por eso les invita a participar de su intimidad, de su relación con Dios y de las consecuencias inevitables de vivir intensamente apasionado por la vida. En medio del conflicto, Jesús goza –al punto de transfigurarse-  al experimentar el amor de Dios y la amorosa solidaridad de las compañeras y los compañeros que darán continuidad a su pasión.

 

  1. La sabiduría es más ágil que todo cuanto se mueve (Sab 7,24)

 

Así como el agua necesita cauces que la contengan, así también nuestra afectividad necesita espacios donde pueda expresarse, fortalecerse, madurar y fecundarse. En nuestro grupo, durante el Congreso, hablamos de ellos. También dialogamos brevemente sobre el apoyo que se requiere por parte de quienes ejercen el liderazgo y del tipo de formación que se necesita para vivir con lucidez, gozo y realismo la opción por el amor célibe.

 

  1. La Sabiduría hace amigos- amigas de Dios y profetas (Sab 7,27)

 

Para vivir nuestra opción por el celibato en plenitud, las religiosas y los religiosos aprendemos de nuestra relación con Dios, de nuestra vida cotidiana y de la conciencia que tenemos de nuestra fragilidad, que necesitamos buscar y recrear las mediaciones que nos ayudan a vivir el amor humano, concreto y real, con todas sus consecuencias. Tenemos la convicción de que es necesario:

 

a. Recrear la comprensión y la vivencia de la comunidad, ensanchar sus espacios hacia fraternidades, sororidades,  comunidades sórico-fraternas amplias, inclusivas, circulares y abiertas, capaces de nutrir nuestra vida, alentar nuestras pasiones, fortalecer nuestra fe y tejer redes relacionales que nos ayuden a recorrer el arriesgado y esperanzador camino de amar concretamente.

 

b. Favorecer y bendecir la amistad con hombres y con mujeres para vivir relaciones de intimidad, pasión, compromiso y respeto afectuoso por nuestros diversos proyectos de vida

 

c. Revisar y recrear nuestros cauces misioneros apostólicos para que no sean sólo espacios de trabajo –muchas veces compulsivo y enajenante - sino lugares de encuentro y de relación donde podamos compartir nuestra vida y fecundar nuestra pasión.

 

  1. La Sabiduría gobierna todo con suavidad (Sab 8,1)

 

Para que esto sea posible, pedimos a las personas que hoy ejercen el liderazgo en nuestros institutos y congregaciones:

 

  1. Transparencia, diálogo, audacia y compasión para afrontar evangélicamente la complejidad que hoy presenta la vivencia de nuestra sexualidad.

 

  1. Que, en la toma de decisiones sobre destinos, cierre o apertura de obras y lugares de presencia, superemos los criterios de funcionalidad y eficacia y demos prioridad a la persona –individual y comunitaria-, al discernimiento de aquello que le apasiona, que favorece el encuentro amoroso entre la experiencia de la realidad, la experiencia de Dios y el deseo legítimo de realización personal. Somos conscientes de que estos modos de proceder piden escucha, tiempo, calidad de presencia, paciencia, gratuidad…pero creemos que así podemos avanzar en el proceso que implica ir armonizando las dimensiones humanas que nos constituyen y, así, vivir con gozo y entusiasmo la misión.

 

  1. La Sabiduría es la que discierne las obras de Dios (Sab 8,4)

 

Con la certeza de que la Sabiduría permanece en nuestra historia cambiante, vemos la necesidad de una formación capaz de:

 

a. Suscitar procesos en los que cada persona pueda potenciar y canalizar su energía afectiva y, al mismo tiempo, vivir su celibato como opción sexual realizada desde la libertad.

 

b. Cuidar y alimentar la experiencia de Dios que se manifiesta en el desierto y en el huerto, en su Palabra y en la realidad, en lo más profundo de cada persona y en la comunidad, en el cuerpo individual y en el corporativo, en el clamor y en el canto, en el silencio y en la palabra.

 

c. Potenciar la capacidad de nuestros sentidos, de nuestro cuerpo y de nuestro corazón para aproximarnos  a la realidad sufriente y para dejarnos afectar por ella.

 

d. Ayudar a leer la experiencia amorosa concreta y acompañar el proceso para reconocer, nombrar y acoger la propia orientación sexual con lucidez, realismo y fe.

 

e. Atender la dimensión relacional y ética del proceso creyente subrayando que la vida en plenitud sólo es posible si nos apasionamos con Dios y con la humanidad desde el compromiso cotidiano por la vida amenazada por el cambio de las estructuras socio-políticas, económicas y religiosas que generan exclusión, miseria y muerte.

 

f. Ofrecer la perspectiva de género y permitir que se produzca un verdadero enriquecimiento entre nuestras identidades sexuales. Que los hombres, como el samaritano, sean capaces de desplegar su ternura y su potencial para curar y cuidar la vida de las personas  y de la creación. Que las mujeres, como la samaritana, potenciemos nuestras posibilidades de evangelizar, proclamar la palabra y participar en las decisiones que nos afectan. “Resolví, pues, tomarl a para que conviviera conmigo, sabiendo que sería consejera de lo bueno y consuelo en mis cuidados y tristezas” (Sab 8, 9). El Congreso realizado en noviembre pasado no concluyó en Roma. Antes al contrario, fortaleció un proceso de cambio y transformación que requiere que la vida hable en la vida. Deseamos intensamente que nuestra palabra sea performativa, que haga lo que dice, que viva lo que habla. Nos apasiona el deseo de que la misericordia se convierta en cauce de nuestra afectividad, como sucedió al samaritano. Como a la samaritana, nos impulsa el deseo de que nuestra sexualidad se oriente creativamente en la proclamación viva y gozosa del evangelio

 

(Tomado de la revista CLAR, julio-septiembre 2005)

Agradezco a Asunción Codes, stj., la valiosa síntesis de aquello que recordó habíamos compartido. Su memoria está recogida a o largo de las reflexiones que ahora ofrezco. REVISTA CLAR No. 3 • Julio - Septiembre 2005