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Ejerciendo el ministerio sacerdotal en México


 

E

El ministerio del educador cristiano

El sábado 1 de octubre ofrecí, en la ciudad de Oaxaca, un taller a maestros sobre el ministerio del educador cristiano.

En un primer momento analizamos los documentos de la Con-gregación para la Educación Católica que presentan la labor del educador como un verdadero “ministerio” de la Iglesia; labor de gran trascendencia, hoy día, con vistas a la evangelización de las nuevas generaciones. Por otra parte, en el documento Christifideles laici (1988) verdadera ‘carta magna’ de los laicos, Juan Pablo II                      recuerda la tarea de los educadores cristianos como verdaderos ‘colaboradores de Dios educador’ (n. 61). Tema que habíamos visto en el taller anterior.

Además, se les recordó las palabras de aliento que el mismo Juan Pablo II, en el documento Ecclesia in  America (1999) escribió, dirigidas a los docentes católicos, incluso a los que enseñan en escuelas no confesionales, para que perseveren en esa misión de tanta importancia.

Ya, en un segundo momento, siguiendo el documento “El laico cristiano, testigo de la fe en la escuela” (1982), estudiamos el perfil del educador cristiano y lo que implica su ministerio de “tanta trascendencia para la Iglesia”, y cuya identidad se descubre desde sus mismas funciones: el educador laico católico es aquel que ejercita su ministerio en la Iglesia, viviendo desde la fe su vocación secular en la estructura comunitaria de la escuela, con la mayor calidad profesional posible, y con una proyección apostólica de esa fe en la formación integral del hombre, en la comunicación de la cultura, en la práctica de una pedagogía de contacto directo personal con el alumno, y en la animación espiritual de la comuni-dad educativa a la que pertenece, y de aquellos estamentos y personas con los que comunidad educativa se relaciona...

Así pues, el ejercicio de la función de educador laico católico supone una verdadera vocación que especifica la vocación bautismal, orientándola hacia una realización particular: la evangeli-zación de la sociedad.

Por otra parte, el educador cristiano es uno de los ministerios que se entregan al servicio de la Palabra de Dios, a su nivel propio. Por tanto, su tarea debe de estar en plena relación con los otros ministerios que sirven a la Palabra en la Iglesia: magisterio, teólo-gos, predicadores, catequistas, informadores… Y realizan su misión dentro de un ‘ámbito’ especial,  que es el centro educativo, y en estrecha colaboración con todos los que participan en dicho centro.


Universidad Pontificia de México

Coloquio filosófico-teológico en homenaje a John H. Newman

Con este evento académico, nuestra Universidad quiso reme-morar, los días 4-6 de octubre, a un gran filósofo, teólogo y hombre de letras, convertido del anglicanismo al catolicismo, que hace poco más de un año fue beatificado por el papa Benedicto XVI.

Su sabiduría, concretizada en el tratamiento de la conciencia, el tema de los laicos en la Iglesia, el sacerdocio y catolicismo, el ecumenismo… encontró eco en el concilio Vaticano II, del que se puede considerar su precursor, como afirmó de él el papa Pablo VI.

John P. Newman entendió muy bien lo difícil que es vivir como cristiano en un mundo secularizado. Tuvo que superar muchos obstáculos para buscar la verdad y defender la armonía entre la fe y la razón. Pertenece plenamente al grupo de maestros que enseñan no sólo mediante el pensamiento y la palabra sino también mediante la propia vida.

A pesar de la distancia de años, tiene mucho que decir a los cristianos de hoy, lo cual se evidenció a lo largo de esas jornadas, a través de las conferencias magistrales, paneles de especialistas y aportaciones de puntos de vista complementarios en los diálogos que las acompañaron.

El coloquio, que llevaba por título: “La racionalidad del cristia-nismo en el contexto de la postmodernidad y la crisis de la razón”, fue avanzando con acercamientos complementarios al tema anunciado, profundizando en la racionalidad del cristianismo y ecu-menismo, en el primer día, pasando el día siguiente a estudiarla desde la filosofía, la cultura y la política; culminando, el último día, con la consideración desde la ética cristiana.

La calidad de los conferencistas, la participación tan plural de especialistas sobre el tema en los distintos paneles que se organizaron después de las conferencias magistrales, así como los talleres que se brindaron al final de cada jornada, evidenciaron el interés y actualidad del tema. Igualmente, cabe destacar la presen-cia de docentes y alumnos, no sólo de la UPM, sino de otras instituciones formativas de Iglesia. El jueves 6, tuvo lugar, al final de la mañana, la clausura del Coloquio, con el vino de honor acostumbrado y el rato para compartir entre los asistentes.

Quizás será en el futuro, gracias a los trabajos de investigación, que se valorará más ampliamente su reflexión, se descubrirá la originalidad de sus aportaciones y se verán fructificar sus ideas.

Ejercicios espirituales, presbiterio de Linares

Servicio solicitado, para el presbiterio diocesano, con muchos meses de anticipación por el Sr. Obispo, D. Ramón Calderón, y programados entre las actividades organizadas con motivo de los 50 años de la diócesis. Se desarrollaron en la casa de pastoral S. Francisco de los Llanos, en el municipio de Pablillo, la semana del 10 al 14 de octubre.

Ocasión para compartir buenos ratos con los Operarios allí destinados y, al mismo tiempo, con el presbiterio del que ellos forman parte desde el curso anterior. Resultó una experiencia positiva al poder constatar la valoración que hacen los sacerdotes de su trabajo, pero al mismo tiempo para mostrar que la Hermandad es una asociación sacerdotal que presta servicios plurales en favor de las vocaciones y para las distintas etapas de la vocación: suscitar, animar, formar, acompañar... y que nos apoyamos entre nosotros.

Días en los que, además de exponer los temas que había preparado para esta ocasión, también participé en los momentos de oración, de reflexión, de sana convivencia fraterna. Uno comprueba, en estos casos y en otros similares, la originalidad de nuestra asociación sacerdotal, hasta el punto de considerarse afortunado de pertenecer a un grupo de sacerdotes como el nuestro, y que los demás perciben nuestra fraternidad sacerdotal como algo casi irrea-lizable.

Por otra parte, uno agradece sinceramente a Dios el contacto con todos esos grupos de sacerdotes, ya que al escucharlos platicando de sus actividades ministeriales, conocer su fidelidad y entrega en medio de situaciones nada fáciles; también las condiciones en que viven y han de atender a sus comunidades; algunos de ellos han de utilizar los animales como medio de desplazamiento, al no disponer de carreteras ni de pistas de terracería; igualmente, las situaciones que han de afrontar a raíz de ser tierra de paso del narcotráfico; no digamos el interés creciente por nuevas vocaciones y los esfuerzos por especializar a un grupo cada vez mayor de sacerdotes… Todo esto, a uno le anima y regresa más enriquecido; uno llega a experimentar que es más lo que recibe que lo que verdaderamente ofrece.

Tanto en el viaje de ida como de vuelta, transbordé en la Terminal de autobuses de Matehuala, donde había estado en tantas ocasiones al ir a visitar a los Operarios que trabajaron en aquella diócesis.

Retiro sacerdotal

El lunes 17, dirigí el retiro al presbiterio de Celaya; era el último de la serie que me habían pedido con motivo de la celebración del Año Sacerdotal: una primera serie la di, como preparación al mis-mo; la otra serie, para sintonizar con lo ya celebrado.

El tema que desarrollé en esta ocasión fue el de la “Fidelidad sacerdotal”. Empecé explicando cómo, para la cultura actual, la “fidelidad” no es un bien muy valorado; más bien se inclina por lo novedoso, el cambio, el progreso, la autorrealización. Incluso viene considerada casi imposible o sospechosa aquella fidelidad que perdura en el tiempo. Desconoce, en la práctica, el bien que supone para las personas y para la sociedad, el compromiso de fidelidad que conlleva la vida matrimonial, la vida consagrada o el sacer-docio.

Sin embargo, la Escritura testifica vigorosamente la fidelidad de Dios, firme como una “roca”, que no se deja vencer ni por nuestra infidelidad. Precisamente en Jesucristo encontramos la máxima expresión de la irrevocable fidelidad de Dios a la humanidad. En él se encuentran y abrazan la fidelidad de Dios a los humanos y la fidelidad a Dios del hombre Jesús, Hijo de Dios, que es el para-digma de la fidelidad humana.

Nuestra fidelidad sacerdotal tiene, en consecuencia, su modelo máximo en la fidelidad de Jesús al Padre. Identificarnos con el Señor equivale a impregnarnos, por la acción del Espíritu, de sus actitudes básicas, entre las cuales ocupa lugar relevante y único la fidelidad a Yahvé. Pero hemos de tener en cuenta que la fidelidad que ofrecemos al Señor, - tal como nos enseña la teología- antes y más íntimamente que respuesta nuestra a Dios, es fruto de la fidelidad de Dios a nosotros. No es tanto fruto de nuestra perse-verancia cuanto regalo de la gracia.

Ahora bien, la fidelidad suele ir acompañada de algún grado de deficiencia o patología. Y así, fuimos explicando las distintas pato-logías que suelen darse en nosotros sacerdotes, desde las más oscuras y graves a las que van apuntando hacia la luz de la fidelidad. Empezamos por el “doble tipo de vida”, y seguimos con el automatismo y la mediocridad, la fidelidad intermitente, la fidelidad sin radicalidad evangélica… y llegamos a explicar las características que suelen acompañar la fidelidad evangélica en un sacerdote; recordando que las grandes fidelidades se construyen a base de las pequeñas fidelidades de cada día y que nuestra fidelidad es siempre obra de la gracia y de la misericordia de Dios.


P. José Luis Ferré