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Ante tantas cosas que hay que hacer, saber leer los testimonios de vida

(entrevista a JI González Faus)

Tengo la impresión de que, además del encuentro con
Jesús de Nazaret ("única cosa importante que ha pasado en
mi vida”, has escrito en alguna ocasión), tu espiritualidad
personal ha bebido con avidez de los pozos de Ignacio de
Loyola, D. Bonhoeffer, Simone Weil y Óscar Romero.
¿Podrías señalarnos algunas de las líneas de fuerza de cada
uno de ellos que más te hayan marcado?


Intentaré decir tres cosas de cada uno de los que citas.


BONHOEFFER. La intuición de la secularización en que
hemos entrado. Se podrá discutir alguna fórmula (como la de
“vivir como si Dios no existiera” o “ante Dios pero sin Dios”).
Pero lo que Bonhoeffer intuye es que la Encarnación da al
mundo una consistencia y una autonomía tales, que son perfectamente
congruentes con la secularización que luego
hemos ido experimentando sólo en el mundo de matriz cristiana.
En segundo lugar, lo que escribe sobre la tarea de la Iglesia,
en la carta desde la cárcel para el bautizo de Dietrich Bet-
ghe, el hijo de su sobrina y de su amigo Eberhard que después
sería su biógrafo: “nuestra iglesia ha vivido demasiado tiempo
dedicada a sí misma y en el futuro deberá dedicarse sobre todo
a estas dos cosas: la oración y la lucha por la justicia”.
En tercer lugar, su martirio que es consecuencia de que
intentó estar “allí” donde los hombres piadosos creen que ellos
no deben estar: en la lucha, y en la conjura contra Hitler. Es
uno de tantos místicos de nuestra época en los que la mística
y el compromiso social han andado de la mano. Lo cual me
parece un signo de los tiempos.


De IGNACIO DE LOYOLA Quisiera haber aprendido sobre
todo tres cosas: el aviso de que los hombres hemos de conocernos
muy bien a nosotros mismos, porque nos engañamos
infinidad de veces sobre nuestras verdaderas motivaciones (y
cuanto más “santas” las creemos, más). La mística de identificación
con “el Cristo pobre y humilde”, el “más amarle e imitarle”.
Aquí están la primera semana de Ejercicios y las otras
tres. Y finalmente, el esfuerzo de su vida posterior por hacer
compatibles “dos cosas tan desiguales” (como diría santa
Teresa): mística y laicidad. Es decir: la radicalidad evangélica
y el esfuerzo paciente por hacer viable esa radicalidad en las
estructuras de este mundo, no sólo autónomo, sino a veces
contrario a ella. Es como si Ignacio hubiera aprendido en la
experiencia de Francisco de Asís (que para mí es lo más asombroso
que ha dado el cristianismo occidental) y se hubiera
dicho que mejor era hacer también de “fray Elías”, para evitar
que venga luego un fray Elías distinto que te concrete las
cosas desde fuera. Sobre esto publiqué, el año del centenario
de la muerte de Ignacio, un artículo en Revista de Occidente,
que se titulaba así: “Mística y laicidad”, y que luego recogí en
alguno de mis libros.


ÓSCAR ROMERO. Dejando cosas que he escrito otras
veces, citaré ahora tres fidelidades. La fidelidad a Dios que
llevó a la conversión a aquel hombre tan conservador y que
había sido nombrado obispo precisamente por su derechismo.
La fidelidad a su pueblo que se refleja en el esfuerzo de sus
homilías: lo que entonces eran cosas que iban atisbándose y
que los teólogos a lo mejor formulaban de manera difícil, él
sabía explicarlo en sus homilías de manera sencilla, al alcance
del pueblo. Y finalmente, la fidelidad a la Iglesia a través de su
pueblo. Una noche paseando por la Piazza de san Pietro, el
provincial jesuita de Centroamérica en la época de Romero,
me contó que la última vez que había paseado por aquella plaza
había sido precisamente con monseñor Romero y que éste
le había contado que estaban amenazándole con ponerle un
Administrador Apostólico que prácticamente gobernara en su
lugar, si no transigía en algunos puntos que le pedía Roma. Y
él comentó: “prefiero ser humillado como obispo que ser infiel
a mi pueblo”. Creo que es un ejemplo excelente de fidelidad...
¡a la Iglesia!

Finalmente SIMONE WEIL. Ésta es más complicada. Te
puede deslumbrar su inteligencia pero, a veces, te irrita su
unilateralidad. Por otro lado, muchas de las cosas suyas son
apuntes que no iban a ser publicados, pero su muerte joven y
su fama inmediata las lanzaron al público. Me edifica (en el
sentido de la ascética antigua) su decisión de estar presente
en el sufrimiento del mundo hasta extremos que para mí son
sobrecogedores e imposibles (su año de trabajo en la
Renault.. ¡cielos!). Me alegra el que precisamente por eso ella,
tan ajena a toda problemática religiosa, entrase en un proceso
que acabó haciéndola encontrarse con Cristo y con el Dios
de Jesús. Es otro de esos signos de los tiempos, que antes
mencioné, en que la experiencia mística se da en el seno de
un compromiso social radical. Finalmente, he comentado en
algún sitio cuántas veces ella —tan sensible a la belleza— en
lugar de belleza utiliza la palabra pureza (por ejemplo en Asís:
“espectáculo de una pureza incomparable"). En estos tiempos
de consumo de belleza, que implica una superficialidad y una
falta de respeto a lo bello y que prostituye la belleza al comercializarla,
es una lección que no deberíamos olvidar.
Y constatar que, a pesar de su grandeza, era de nuestra
misma pasta. Me gusta lo que sobre ella escribió aquel campesino
que la acogió en Marsella y le enseñó el Padrenuestro
en griego (G. Thibon): que tenía un ego tan grande que, hasta
cuando pretendía borrarlo o matarlo, dejaba un espacio en
blanco para que se notara que aquél era el lugar que debería
haber ocupado su ego. Doy por sentado que ésa es una de las
cosas que los años le hubieran ido corrigiendo. Pero me gusta
verla así, como nosotros.


(La fe hecha vida. “A partir de una entrevista hecha a González Faus en Iglesia Viva)