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    El Congreso se realizó en el marco de la Exposición internacional "Agua y desarrollo sostenible"
     

     


    JUAN DE ÁVILA,
    AUTENTICO EVANGELIZADOR Y REFORMADOR

     

    Juan Esquerda Bifet

    PRESENTACIÓN:

    El tema que intento desarrollar no es nuevo para quienes conozcan los estudios ya realizados sobre nuestro Santo Maestro. Son muy conocidas sus cualidades de evangelizador y de reformador. Pero la novedad del tema consiste en descifrar la autenticidad y la importancia actual de esas cualidades y, al mismo tiempo, presentarlas como estrechamente relacionadas y aplicadas al itinerario formativo sacerdotal de hoy.

    Al relacionar estas dos cualidades (de evangelizador y de formador), descubrimos también que su espiritualidad es netamente apostólica, como de quien se evangeliza a sí mismo cuando evangeliza a los demás. De este modo, coopera en la reforma de la Iglesia amándola y reformándose a sí mismo. La espiritualidad sacerdotal que aflora en sus escritos y en su biografía es, al mismo tiempo, de inserción en los ministerios y de sintonía con las realidades concretas de su momento histórico.

    Es interesante la breve afirmación del Papa Benedicto XVI, durante su viaje a España el 6 de noviembre de 2010, cuando dijo a los periodistas, de forma espontánea y coloquial, que, junto con otros santos españoles de su época, el Maestro Ávila había colaborado eficazmente en la “formación de la fisonomía del catolicismo moderno”.

    Los contenidos doctrinales y biográficos del Maestro Ávila con conocidos, pero la novedad consiste en releerlos dentro de un contexto de una nueva gracia, como es la proclamación de su Doctorado en el marco del Año de la Fe y de una Nueva Evangelización. Ello indica que su doctrina es eminente por el hecho de reflejar el evangelio, el cual, sin cambiar, se aplica con nuevas luces a las diversas situaciones históricas, culturales y sociológicas. La historia eclesial continúa sin rupturas, pero con una renovación auténtica o, como decía el Papa a la Conferencia Episcopal Italiana, con la “hermenéutica de la continuidad y de la reforma” (24 mayo 2012).

    Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia, llega a ser un “referente” para la Nueva Evangelización y para la renovación eclesial postconciliar todavía en marcha, especialmente en algunos puntos concretos de la vida y del ministerio sacerdotal que son verdaderos retos para nuestra tarea de formación sacerdotal inicial y permanente.

    Podrían servirnos de aliciente algunas afirmaciones del Instrumentum Laboris, que en el mes de octubre del presente año (2012) será un medio usado por los Padres sinodales. Me refiero a estas expresiones verdaderamente llamativas del capítulo primero en el apartado sobre la “evangelización y renovación de la Iglesia” (que son los dos aspectos que queremos estudiar en nuestro Maestro): “Precisamente para que la evangelización pueda conservar intacta su originaria condición espiritual, la Iglesia debe dejarse plasmar por la acción del Espíritu y así conformarse a Cristo crucificado, el cual revela al mundo el rostro del amor y de la comunión de Dios” (Instrumentum Laboris, n.40).

     

    1: JUAN DE ÁVILA EVANGELIZADOR

    Es muy conocido y de gran importancia y repercusión, el gesto inicial de su ministerio sacerdotal, de entregar a los pobres su herencia y de alistarse como misionero para acompañar al primer obispo de Tlaxcala (México), Julián Garcés. Pero su misión se concretaría especialmente en el sur de España. Serán sus futuros discípulos quienes irán a las Indias (de occidente y de oriente), a África y al Japón.

    Para él, “este negocio de predicar las buenas nuevas del Evangelio es muy grande” (Sermón 18). En la Iglesia no hay otra misión que la de Jesús, quien “quiso tomar ayudadores" (Sermón 81). Nuestro Maestro, sin dejar la referencia fundamental a Cristo, asume como modelo apostólico a San Pablo.

    En los escritos avilistas, el interés misionero es como una urgencia sin condicionamientos, en una perspectiva armónica de los diversos ministerios o servicios: predicación, catequesis, sacramentos, campos de caridad (pobres, enfermos), centros de educación, edificación armónica de la comunidad eclesial, etc.

    En sus expresiones aflora frecuentemente la dimensión universalista, sin olvidar la concretización en su aquí y ahora. "¡Quién pudiese tener mil millones de lenguas para pregonar por todas partes quién es Jesucristo!" (Carta 207). Si la comunidad cristiana se organizara mejor en los campos de caridad, sería "una gran luz" para los que todavía no conocen a Cristo (Audi Filia, cap.34). “Cristo…  fue predicado por los apóstoles en el mundo, y ahora lo es, acrecentándose cada día la predicación del nombre de Cristo a tierras más lejos para que así sea luz" (Audi Filia, cap.111).

    Personalmente él fue el gran apóstol de las “misiones populares”, que recomendará en el primer Memorial para el concilio de Trento (nn. 48 y 34). Su segundo biógrafo, Luís Muñoz, resume su apostolado con estas breves pinceladas: “Enseñar a los niños la doctrina, criar santamente la juventud, ayudar a los fieles en el camino de la salvación, gobernar los más perfectos en la vida espiritual; finalmente, que predicasen por el mundo, dilatasen la verdad evangélica, manifestasen los tesoros que tenemos en Cristo crucificado" (L. Muñoz, Vida, lib. 2º, cap.1).

    Con la expresión que se ha usado durante siglos, “salvar almas”, el Maestro se refiere a la salvación integral de todo ser humano por obra de Cristo Redentor. Se refiere al “celo apostólico” del mismo Cristo Buen Pastor, que debe arder en el corazón de todo apóstol. "En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas" (Sermón 81). "Porque el fin de su encarnación, y de su vida, y de sus trabajos y muerte, es el bien de las ánimas" (Sermón 36). “Por ellas murió Jesucristo" (Audi Filia, cap.49).

    Con esta perspectiva salvífica, insta al sacerdote a una entrega incondicional: "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ¡Cómo tendrá paciencia en ver las esposas de Cristo enajenadas de Él y atadas con nudo de amor tan falso!" (Carta 208). El ministerio sacerdotal es una preocupación constante por las almas (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, nn.11 y 37). Los sacerdotes han de tener “corazones de madre" (Plática 2; Sermón 24). El valor de las “almas” consiste que “Dios humanado murió por ellas" (Sermón 81). La caridad pastoral se concreta en esta dimensión cristológica y eclesiológica: "Esposa buscamos, no nos alcemos con ella, ánimas, en las cuales sea Cristo aposentado y nosotros olvidados" (Carta 1).

    La referencia al amor del Buen Pastor que da la vida (caridad pastoral) es muy frecuente (cfr. Audi Filia, cap.29 y 87). Se remite al capítulo 10 de San Juan o a la parábola de la oveja perdida (cfr. Lc 15,1-7; Sermón 15), sin olvidar el trasfondo veterotestamentario de Isaías y Ezequiel (cfr. Sermón 79).

    La consecuencia para los sacerdotes ministros como pastores, es la de dedicarse a los ministerios con el mismo amor del Buen Pastor (caridad pastoral). Son elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias para el concilio de Toledo I, n. 6; cfr. Sermón 81 y plática 7).

    El tema del “Reino” lo presenta en la perspectiva evangélica, como participación en la vida de Dios Amor: "¿Qué traéis, Señor?... Pues sabed que el reino de Dios está dentro de vosotros... En el ánima adonde viniere amor de Dios y del prójimo y adonde hubiere muchas virtudes, ahí está encerrado el reino de Dios” (Sermón 2). Al mismo tiempo, presenta el tema en la perspectiva paulina: “El reino de Dios, justicia y paz y gozo del Espíritu Santo" (ibídem.; cfr. Rom 14,17). El punto de referencia es el mismo Jesús, que reina desde la cruz (cfr. Audi Filia, cap.42). Es el "Rey de reyes y Señor de los señores, porque, según hombre, es Señor de todas las cosas" (Sermón 55; cfr. Ap 19,16). Esta realidad cristológica y pneumtatológica del Reino se convierte en exigencia de evangelización: "Aunque ahora este Señor es conocido de pocos, mas siempre irá creciendo su reino, hasta que al fin del mundo reine en todos los hombres... Ésta es la voz de los predicadores de Cristo, que dice: Reinará tu Dios" (Audi Filia, cap.111; cfr. Sal 2,9).

    Una faceta principal de su ministerio es la predicación en todos sus niveles: catequesis, año litúrgico, pedagogía, etc. Siempre es en torno al Misterio de Cristo.

    Aunque sea brevemente, quisiera ahora resaltar algunos aspectos actuales sobre la evangelización, que pueden encontrar nuevas luces en San Juan de Ávila, nuevo Doctor de la Iglesia. Podrían ser también unas propuestas prácticas en el itinerario formativo sacerdotal de hoy para afrontar los retos de la Nueva Evangelización.

    Nos puede servir de punto de partida alguna afirmación de Benedicto XVI sobre el objetivo del Año de la Fe: “Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14)” (Porta Fidei, n.3). “«Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar” (ibídem, n.7).

    El “Misterio de Cristo” es el tema básico y central del Maestro Ávila. Centrar la propia vida y el propio ministerio en Cristo, no es más que seguir el modo de evangelizar de San Pablo y de todos los Apóstoles. Se anuncia, se hace presente y se comunica a Cristo. “Formar a Cristo en vosotros” (Gal 4,19), es el resumen del modo de evangelizar de Pablo y de Juan de Ávila. No se trata sólo de una doctrina cristológica clara y profunda (basada en la encarnación y redención), sino de una vivencia que se traduce en relación personal, imitación y configuración. El Maestro, mientras expone el Misterio de Cristo en toda su hondura, invita a una experiencia de encuentro con él.

    El Misterio de Cristo desvela el misterio del hombre, llamado y elegido por Dios para transformarse en Cristo: "Misterio grande, unión inefable, honra sobre todo merecimiento, que el hombre y Cristo sean un Cristo, y que salvar Cristo al hombre y rogar por él sea salvarse a sí mismo y rogar por sí mismo. ¿Quién podrá creer tan grande alteza de honra con que el hombre es honrado, si no mira primero la grande bajeza y deshonra con que Dios humanado fue deshonrado por el hombre?" (Sermón 53).

    Al predicar a Cristo a través del año litúrgico, se invita a la adhesión personal y a la sintonía con sus sentimientos. Este tema aparece claramente y con toda la belleza en el Tratado del Amor de Dios: "Podemos decir que aquel hombre es Dios, e Hijo de Dios, y ha de ser adorado en los cielos y en la tierra como Dios".

    Todo cristiano es invitado al "conocimiento de Jesucristo nuestro Señor, especialmente pensando cómo padeció y murió por nosotros" (Audi Filia, cap.68). "Es amigo verdadero" (Tratado del Amor, n.14). Su amistad tiene una aplicación especial cuando se trata del sacerdote ministro (cfr. Tratado del sacerdocio, nn.9 y 12), porque Cristo es "el principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio" (ibídem, n.10).

    A partir del Misterio de Cristo, como epifanía personal de Dios Amor, se comprende el tono de esperanza en medio de las tribulaciones y situaciones de la historia personal y comunitaria. Hay motivo para una plena confianza en Dios, gracias a Cristo Verbo encarnado y redentor. Es conocido su tono de misericordia, como auténtica esperanza  cristiana que reconoce la iniciativa de Dios y que reclama y hace posible la colaboración humana. De este modo se armoniza la iniciativa de Dios con la dignidad y libertad humana.

    En el arco temático de su predicación (a que ya hemos aludido más arriba), aparece todo el misterio de Cristo (desde la Navidad hasta la Pascua y Pentecostés), con toda autenticidad y, al mismo tiempo, como misterio que ilumina todas las situaciones humanas. Las exposiciones del Maestro se inspiran en Cristo (Palabra y Eucaristía), para dialogar con los oyentes y ayudarles a releer las situaciones sociológicas y culturales.

    Gracias a su formación en Salamanca y Alcalá (1513-1517 y 1520-1526, respectivamente), Juan de Ávila estaba inmerso en las corrientes culturales y sociológicas de la época y a ellas responde en sus escritos con equilibrio, con visión de futuro, contribuyendo positivamente en el humanismo renacentista.
    Se reflejan las situaciones sociológicas y culturales en el momento de proponer planes culturales, programas catequéticos y especialmente cuando invita a responder al deseo de Dios que anida siempre en el corazón humano. Sus sermones y escritos en general son una llamada a la conversión ante las situaciones de pobreza, injusticias, abusos de poder y corrupción de costumbres. Su enseñanza consiste en detectar retos y ofrecer soluciones, en una época de un renacimiento que tiene que afrontar aspectos filosóficos, teológicos y pastorales, casi siempre reformistas.

    Los estudios ya realizados sobre Juan de Ávila son un amplio abanico que abarca casi todos los temas teológicos, pastorales y de espiritualidad. La peculiaridad del Maestro es la de quien presenta, en cada tema, una apertura sapiencial y armónica hacia todos los demás temas, con una triple perspectiva: kerigmática o de anuncio, vivencial por el camino de la configuración con Cristo y experiencial, a modo de “conocimiento de Cristo vivido personalmente”, como decía Juan Pablo II (VS 88).

    Su acción evangelizadora tiene también la característica de la armonía entre todos los ministerios (anuncio, celebración, caridad). La autenticidad de su enseñanza (que invita siempre al misterio de Cristo celebrado y vivido) tiene una expresión particular en los temas marianos, donde el Misterio de Cristo aparece en toda su hondura y cercanía. Precisamente esta perspectiva mariana de su doctrina ayuda a amar a la Iglesia y también a servir a la Iglesia sin servirse de ella. Es la maternidad de María y de la Iglesia que dan sentido y fecundidad a la acción evangelizadora.

    Hasta aquí, en este primer capítulo, hemos intentado resumir a San Juan de Ávila como evangelizador, teniendo en cuenta los estudios ya realizados sobre el tema.

     

    2: JUAN DE ÁVILA REFORMADOR

    La invitación de Benedicto XVI para el Año de la Fe,  se concreta en “percibir los signos de los tiempos en la historia actual”, es decir, observar qué pide el Espíritu Santo a la Iglesia de hoy (cfr. Ap 2-3). Concretamente “nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo” (Porta Fidei, n.15).

    Me parece intuir en esta invitación del Papa la urgencia de poner en práctica las gracias recibidas en nuestra época de concilio y postconcilio del Vaticano II. Se trata de una “hermenéutica de la continuidad y de la reforma” (24 mayo 2012, Discurso a la Conferencia Episcopal Italiana).

    Juan de Ávila llega a ser un gran reformador a partir de la “continuidad” o fidelidad a la historia de gracia anterior, como disponibilidad necesaria para detectar y seguir las nuevas gracias del Espíritu Santo. Comentado la afirmación sobre la “hermenéutica de la continuidad y de la reforma”, dice el Papa: “En un tiempo en el que Dios se ha vuelto para muchos el gran desconocido y Jesús solamente un gran personaje del pasado, no habrá relanzamiento de la acción misionera sin la renovación de la calidad de nuestra fe y de nuestra oración; no seremos capaces de dar respuestas adecuadas sin una nueva acogida del don de la gracia; no sabremos conquistar a los hombres para el Evangelio a no ser que nosotros mismos seamos los primeros en volver a una profunda experiencia de Dios”.

    Como verdadero evangelizador, el Maestro Ávila está insertado en la realidad eclesial y sociológica concreta, en sintonía con Cristo el Verbo Encarnado y Redentor. Por esto, a la luz del evangelio, llama a un compromiso de poner en práctica que es siempre conversión, reforma personal y estructural. Las diversas épocas históricas de la Iglesia se han evangelizado gracias especialmente a testigos del evangelio.

    La acción apostólica de Juan de Ávila abarca diversos sectores que necesitaban una reforma profunda: catequesis, misiones populares, campo de la educación (Colegios, Universidades), Seminarios, estamentos eclesiales, atención a los diversos campos de caridad (pobreza, enfermos), vida familiar, etc. Los Memoriales para el concilio de Trento y las Advertencias para el Sínodo de Toledo, incluyen llamadas a una renovación profunda que se inspire en la fidelidad eclesial. En el campo que solemos llamar humano o civil, llega a proponer un tribunal internacional que evite las guerras y las injusticias entre los pueblos (cfr. Memorial primero para Trento, n.63).

    La comunidad eclesial está llamada a estructurarse para realizar verdaderamente un itinerario de santidad o de configuración con Cristo. Con el testimonio evangélico comprometido, se afrontarían mejor los problemas y las lacras que dejaban consecuencias graves en la juventud, en las familias, en la vida social y eclesial. Eran "tiempos tan faltos de temor de Dios y de amor de virtud" (Sermón 36), que reclaman una vivencia más auténtica del evangelio. El Maestro Ávila predica el evangelio aprovechando los medios y expresiones culturales de la época. Al llamar a la reforma, se apoya especialmente en la acción salvífica (misericordiosa) de Dios, que reclama una colaboración humana, libre y responsable, por parte de los fieles y de las autoridades.

    Conviene recordar que el contexto histórico de Juan de Ávila es de renovación cultural y también espiritual, por influjo de la “Devotio Moderna” precedente y por el renacimiento humanista de su época.

    La reforma que promueve es por medio de una vida santa verdaderamente comprometida en cada uno de los niveles: personal, social, educativo, etc. Es conocida su afirmación plasmada en los Memoriales: "Ya consta que lo que este santo concilio pretende es el bien y la reformación de la Iglesia. Y para este fin, también consta que el remedio es la reformación de los ministros de ella" (Memorial primero para Trento, n.9). Él constata situaciones que necesitan reforma y propone sabia y prudentemente medios adecuados.

    Los campos en los que propone esta reforma son muy variados: vida clerical en todos sus grados y en todo su itinerario (selección, formación, atención permanente), predicación y catequesis, vida litúrgica, centros de educación, vida familiar, servicios de gobierno, sectores necesitados de la sociedad, moralidad de costumbres.

    Se preocupó por aplicar las decisiones de Trento, como puede leerse en las Advertencias para el Sínodo de Toledo, especialmente en lo referente a la vida clerical.

    Su actitud eclesial de continuidad y de reforma la describió Pablo VI durante la homilía de la canonización: "Cuando se dirige al Papa y a los Pastores de la Iglesia ¡qué sinceridad evangélica y devoción filial, qué fidelidad a la tradición y confianza en la constitución intrínseca y original de la Iglesia y qué importancia primordial reservaba a la verdadera fe para curar los males y prever la renovación de la Iglesia misma! Juan de Ávila ha sido, en cuestión de reforma, como en otros campos espirituales, un precursor; y el Concilio de Trento ha adoptado decisiones que él había preconizado mucho tiempo antes... Pero no ha sido un crítico contestador, como hoy se dice. Ha sido un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad" (31 mayo de 1970, homilía durante la canonización).

    Esta actitud la concretó Pablo VI todavía más al día siguiente en la audiencia a los peregrinos: "La figura de San Juan de Ávila surge ahora casi podríamos decir con una finalidad profética, para marcaros una pauta. Él supo captar los problemas de vuestra Patria, que en aquel entonces abría su seno al Mundo Nuevo recientemente descubierto; supo asimilar con espíritu de Iglesia las nuevas corrientes humanistas; supo reaccionar con visión certera ante los problemas del sacerdote, sintiendo la necesidad de purificarse, de reformarse para reemprender con nuevas energías el camino" (Pablo VI, Discurso 1 de junio de 1970).

    Benedicto XVI nos ha resumido las fuentes en las que se inspiró Juan de Ávila para colaborar en la renovación eclesial: “Su profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, de los santos padres, de los concilios, de las fuentes litúrgicas y de la sana teología, junto con su amor fiel y filial a la Iglesia, hizo de él un auténtico renovador, en una época difícil de la historia de la Iglesia” (Discurso al Colegio Español, 10 mayo 2012). Y citando literalmente a Pablo VI en la homilía de la canonización el 31 mayo 1970, lo ha descrito como “un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad… La enseñanza central del Apóstol de Andalucía es el misterio de Cristo, Sacerdote y Buen Pastor, vivido en sintonía con los sentimientos del Señor, a imitación de san Pablo (cfr. Fil 2,5)” (10 mayo 2012),

    Cuando Benedicto XVI anunció la fecha de la proclamación de su doctorado, destacó su método reformador: “En los años del siglo de oro español, participó de las dificultades de la renovación cultural y religiosa de la Iglesia y de la organización social en los albores de la modernidad” (27 mayo 2012, Pentecostés, durante el rezo del Ángelus).

    Como todos los doctores de la Iglesia, su mensaje es siempre actual. El Papa, hablando de los dos nuevos doctores (Santa Hildegarda y San Juan de Ávila) corrobora su actualidad  por su “experiencia de penetrante comprensión de la revelación divina y diálogo inteligente con el mundo, que constituyen el horizonte permanente de la vida y de la acción de la Iglesia” (ibídem).

     

    3: RENOVARSE PARA EVANGELIZAR: LOS RETOS ACTUALES DEL ITINERARIO FORMATIVO SACERDOTAL

    Hoy es incuestionable la existencia de la espiritualidad sacerdotal como “caridad pastoral”. Tanto el decreto Presbyterorum Ordinis (cfr. nn. 12-17), como la exhortación apostólica postsinodal de Juan Pablo II (Pastores dabo vobis, en todos sus contenidos) concretan la identidad sacerdotal en este nivel de vivencia, como sintonía con los sentimientos y el estilo de vida del Buen Pastor. Se trata de “vivir” lo que uno es, como consecuencia de participar de modo especial (por el sacramento del Orden) en la consagración sacerdotal de Cristo y de prolongar su misma misión.

    Es importante observar en toda la historia eclesial que la verdadera reforma de la vida cristiana y sacerdotal ministerial, se ha basado en la vivencia del estilo de vida del Buen Pastor, a imitación de los Apóstoles.

    Ante la situación actual de una “nueva evangelización” (que es tema de estudio en la asamblea del Sínodo Episcopal de 2012), el Instrumentum Laboris recoge el resumen de las respuesta a los Lineamenta previamente enviados a las diversas Iglesias particulares e Instituciones eclesiales, hace esta afirmación: “Casi todas las respuestas contienen una invitación a promover en toda la Iglesia una intensa pastoral vocacional, que parta de la oración y comprometa a todos los sacerdotes y consagrados, pidiéndoles un estilo de vida que logre dar testimonio de lo atractivo de la vocación recibida y que logre también descubrir formas para dirigirse a los jóvenes” (Sínodo Episcopal 2012, Instrumentum Laboris, n.84).

    De forma más explícita, aunque aplicada a una cuestión concreta (la unión de todas las Iglesias y comunidades cristianas), Benedicto XVI, en la pasada festividad de San Pedro y San Pablo, ha afirmado: “Sólo el seguimiento de Jesús conduce a la nueva fraternidad: aquí se encuentra el primer mensaje fundamental que la solemnidad de hoy nos ofrece a cada uno de nosotros, y cuya importancia se refleja también en la búsqueda de aquella plena comunión, que anhelan el Patriarca ecuménico y el Obispo de Roma, como también todos los cristianos” (Benedicto XVI, Homilía 29 junio 2012)

    A mi entender, ésta fue la clave de la reforma sacerdotal que promovía San Juan de Ávila, tanto en el proceso de formación inicial como en la vida ministerial y en su formación o actualización permanente.

    Permítaseme ofrecer mi opinión personal, que, por lo menos, puede servir de hipótesis de trabajo. Algunas cuestiones básicas de la formación y del ministerio sacerdotal, tal como se presentan en el concilio Vaticano II y en los documentos postconciliares, no se han puesto en práctica de modo adecuado o de modo suficiente. Me refiero especialmente a la espiritualidad y apostolicidad específica del sacerdote, así como a la vida fraterna en el Presbiterio, en relación con el carisma episcopal del propio obispo y en la Iglesia particular (prescindiendo de la terminología, “diócesis”, “vicariato”, etc.), como inserción responsable en la comunión y misión local y universal.

    Se trata de realidades de gracia (no sólo de estructuras jurídicas): santidad y espiritualidad específica del sacerdote ministro, Presbiterio, obispo, Iglesia particular o local, comunión fraterna, misión local y universal.

    La formación sacerdotal (inicial y permanente) necesita encuadrarse en esta historia de gracia que es también herencia apostólica. La reforma reclamada por Trento (en la institución de los Seminarios) indicaba las pistas de una catedral renovada pastoralmente y de pastores diocesanos que vivieran y transmitieran el estilo de vida de los Apóstoles. A ello apuntaba San Juan de Ávila en los Memoriales para el concilio y en las Advertencias para su aplicación. Me parece que esta orientación de fondo, básica para conseguir la reforma eclesial y clerical, no se llevó a efecto salvo en algunos casos particulares (San Carlos Borromeo, San Juan de Ribera, Santo Toribio de Mogrovejo y el mismo San Juan de Ávila en sus Seminarios).

    Actualmente, como he insinuado más arriba, la reforma sacerdotal delineada por el concilio Vaticano II y por los documentos postconciliares, todavía no se ha llevado a efecto suficientemente. Tal vez la llamada “crisis” sacerdotal y vocacional necesita la puesta en práctica de esas directrices magisteriales.

    Al detectar la realidad actual de escasez de vocaciones sacerdotes, afirma Benedicto XVI: “Hace falta sobre todo tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo” (Sacramentum Caritatis, n.25).

    La declaración del Doctorado de San Juan de Ávila, al dar inicio el Año de la Fe y en el contexto de la Nueva Evangelización, es una ocasión única para acelerar la puesta en práctica de las directrices conciliares del Vaticano II (y de los documentos posteriores).

    No se pueden hacer anacronismo, pero la figura programática de un santo sacerdote Doctor de la Iglesia siempre puede aportar luces, motivaciones e incluso orientaciones de programación práctica. Es lo que intento desarrollar en este momento de mi reflexión, señalando más bien un inicio de un itinerario que podríamos profundizar y emprender entre todos los que tenemos algún  servicio en la formación sacerdotal.

    Santidad y espiritualidad sacerdotal y específica (caridad pastoral):

    Los textos evangélicos del seguimiento de Cristo, vivido por los Apóstoles, han sido siempre la base de las explicaciones sobre la santidad y espiritualidad específica del sacerdote (cfr. Mc 3,13-14; Mt 4,19; 19,21-29). Este seguimiento se inspira en la caridad del Buen Pastor (cfr. Jn 10), en la declaración de amistad (cfr. Jn 15) y en la oración sacedotal (cfr. Jn 17).

    Los textos conciliares sobre la santidad cristiana y específica (cfr. LG V, que se inspira en Mt 5), se concretan para la vida y ministerio sacerdotal como “caridad pastoral” expresada en las virtudes del seguimiento radical (cfr. PO 12-17).

    La exhortación apostólica Pastores dabo vobis (cfr. cap. III) ha asumido estas enseñanzas tradicionales y conciliares, y las ha expresado como “radicalismo evangélico” (PDV20, 27, 72), “al que está llamado todo sacerdote” (PDV 72), para “vivir, como los apóstoles, en el seguimiento de Cristo” (PDV 42; cfr. 16). Con esta modalidad “evangélica” y “apostólica”, el sacerdote es “prolongación visible y signo sacramental de Cristo” (PDV 16; cfr. 12 etc.). De este modo se comparte la misma vida de Cristo Sacerdote y Buen Pastor.

    El testimonio y las enseñanzas del Maestro Ávila sobre la santidad y espiritualidad sacerdotal van por este mismo camino. Intento resumir sus enseñanzas.

    Con frecuencia se refiere a Cristo Buen Pastor, como modelo de vida sacerdotal: "En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas" (Sermón 81). "Porque el fin de su encarnación, y de su vida, y de sus trabajos y muerte, es el bien de las ánimas" (Sermón 36). "Ha de arder en el corazón del eclesiástico un fuego de amor de Dios y celo de almas", a imitación del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Plática 7ª). Es amor que nace de la intimidad con Cristo; por esto el apóstol está invitado a "tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo, el cual le cause un tan ferviente celo, que le coma el corazón". Es amor de "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobre el sacerdocio, n. 39; cfr. Plática segunda).

    El celo apostólico se inspira en este mismo amor o caridad de Cristo por las “almas”, “por las cuales derramó Jesucristo su sangre" (Memorial segundo para Trento, n. 40). "¡Cómo tendrá paciencia en ver las esposas de Cristo enajenadas de Él y atadas con nudo de amor tan falso!" (Carta 208). La Santísima Virgen es auténtica "Pastora, no jornalera", mira a las almas como fruto de la sangre de Cristo y, por tanto, como "herencia de sus entrañas" (Sermón 70). La caridad apostólica es imitación del amor de Cristo Pastor; en cambio, “el jornalero, que principalmente trabaja por el dinero, en viendo el lobo, salta por las tapias" (Plática 7ª).

    Las virtudes sacerdotales ejercidas en los ministerios son portadoras de fecundidad, puesto que la tarea pastoral tiene como objetivo "engendrar hijos" según los planes salvíficos de Dios: "Esposa buscamos, no nos alcemos con ella, ánimas, en las cuales sea Cristo aposentado y nosotros olvidados" (Carta 1).

    Es curioso el resumen que hace de la formación para el sacerdocio y del examen previo para las Órdenes: "Cuando los quieren ordenar, examínanlos si saben cantar y leer, si tienen buen patrimonio; pues ya, si saben unas pocas de cánones y tienen buen patrimonio, ¡sus!, ordenar. ¿En qué examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración" (Sermón 10). Tienen que ser, pues, pastores llenos de caridad, "que velen su ganado, que puedan decir como el Señor: No me las arrebatará nadie" (Sermón 15; cfr. Jn 10,30).

    El celo pastoral es expresión del amor materno de Cristo. No hay fecundidad en el parto, si no hay verdadero amor: "Quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerza para los parir" (Sermón 81; cfr. Jn 16,21-22).

    El modelo evangélico de la vida de los Apóstoles es el punto de referencia como especificidad de la santidad y espiritualidad sacerdotal. Los sacerdotes son "retrato de la escuela y colegio apostólico y no de señores mundanos" (Advertencias para el Sínodo de Toledo I, n.4). La pauta de la vida de los Apóstoles, urgida ya desde la formación inicial, ayudará a una mejor selección y formación sacerdotal: "Los mejores son aquellos que, dejadas todas las cosas, contentos con letras y virtud, buscan esta dignidad para servir a Cristo imitando a Él y a sus Apóstoles" (Advertencias para el Sínodo de Toledo II, n.10).

    El Maestro insiste en el estilo evangélico de los Apóstoles. Otro estilo de vida "no es imitar a Cristo, ni a Pedro, ni a los Apóstoles, cuyos ellos son sucesores" (Advertencias para el Sínodo de Toledo I, n.8). Quienes suceden a los Apóstoles están llamados a ser un trasunto suyo, "un dibujo de los Apóstoles, a quien suceden; tal, que por la vida obispal todos saquen por rastro cuáles fueron los antiguos Apóstoles, y no tales que no haya cosa que más los haga desconocer que mirar a sus sucesores" (ibídem, n.10). Los presbíteros participan en esta realidad "apostólica": "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos del prelado que imitare este celo! Él así lo dejó ordenado: que el Papa quedó en su lugar, y los prelados suceden a los Apóstoles, y los curas a los setenta y dos discípulos, como San Jerónimo dice; y éstos son de la intrínseca razón de la Iglesia" (Sermón 81). Así era el ejemplo de San Pablo: "Decir, pues, el Apóstol que no vivía para sí, es decir, que no buscaba sus intereses ni su gloria, sino los intereses, la gloria y la honra de Dios: que conforme a la voluntad de Dios era gobernada su vida" (comentario a Gálatas, n.25; comenta Gal 2,19).

    La caridad pastoral se traduce en unidad de vida y armonía de ministerios:

    Cuando se ejercen los ministerios con la actitud del Buen Pastor, el corazón está unificado y siembra unidad. Los ministerios proféticos, litúrgicos y diaconales (o de servicios de caridad) (cfr.  Mt 28,19-20; Mc 16,15-20), son la actualización de la misma y única misión que Cristo ha recibido del Padre y que él comunica bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Jn In 20,21-23). Entonces tiene lugar la “unidad de vida” (PO 14), que armoniza la vida espiritual y la acción ministerial (cfr. PO 4-6).

    La formación inicial y permanente tienden a esta “unidad” del corazón y de la comunidad eclesial. Un corazón y una vida unificada son signo eficaz de la evangelización (cfr. Jn 17,21.23), que tendrá su expresión en la comunidad apostólica (enviados “de dos en dos” (Lc 10,1), como memoria eficaz del mandato del amor. La invitación a la amistad con Cristo y a “permanecer en su amor” (Jn 15,9-17), como unidad de vida, es la base del testimonio apostólico: “”daréis testimonios, porque desde el inicio habéis estado conmigo” (Jn 15,27). “Formar a Cristo” en los demás (Gal 4,19), como fruto de esta unidad en Cristo, es la base de toda pastoral. Del encuentro íntimo y gozoso con Cristo, se pasar espontáneamente al entusiasmo y disponibilidad para ser comunión eclesial misionera. Esta unidad del corazón y de la vida personal y eclesial se fraguan en la contemplación de la Palabra y en la celebración y adoración eucarística (cfr. PO 5).

    En el Maestro Ávila, la vida coherente del sacerdote y la misión se armonizan como servicio profético, sacramental y de construcción de la comunidad: "Los sacerdotes somos diputados para la honra y contentamiento de Dios y guarda de sus leyes en nos y en los otros" (Plática 1ª). Los sacerdotes son "abogados por el pueblo de Dios, ofreciendo al unigénito Hijo delante del alto tribunal del Padre... maestros y edificadores de ánimas" (Memorial primero para Trento, n.12).

    No sería posible la unidad de vida y la armonía de los ministerios, sin el amor a la Iglesia: "Salgámonos nosotros de nosotros mismos y vámonos al campo de nuestra viña, que es la Iglesia, que cada uno de esta Iglesia miembro suyo es" (Sermón 8), porque todos formamos "una Iglesia y una unión en Jesucristo" (Sermón 27), "una es la escogida de Dios, una su Esposa" (Sermón 45). "Porque hay una compañía, la cual llamamos Iglesia, en la cual todos los bienes son comunes" (Comentario a Juan II, lec. 2ª). "¡Cuántas veces habéis rezado el Credo, y llegando a aquel paso et sanctorum communionem, por ventura no lo habéis entendido! ¿Qué comunión es ésa? Compañía. Y ¿qué compañía? Como la del cuerpo, que el mal de un miembro es de todos" (ibídem).

    Los ministerios sacerdotales son la actualización de la maternidad de la Iglesia. Se necesitan "en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes" (Plática 2ª), que son "los ojos de la Iglesia" (ibídem) y sus "enseñadores" (Sermón 55) y "guardas de la viña" (Sermón 8). La falta de santidad sacerdotal equivaldría a presentar la "faz desfigurada" de la Iglesia" (Sermón 55).

    "Fraternidad sacramental" en el Presbiterio de la Iglesia, proyecto de vida, formación permanente:

    La vida fraterna (“comunión”) en la comunidad eclesial es esencial, con vistas a garantizar la presencia eficaz de Cristo (cfr. Mt 18,20) y la autenticidad del testimonio de vida cristiana  (Jn 13,35ss; Hech 1,14; 2,42-47; 4,32-34). Para quienes son “expresión” o visibilidad de Cristo Buen Pastor (cfr. Jn 17,10), la unidad o comunión es reflejo de la vida trinitaria y garantía de eficacia evangelizadora (cfr. Jn 17,21-23).

    Estos contenidos evangélicos se han plasmado para la vida sacerdotal en los documentos conciliares y postconciliares, con términos que parecen atrevidos o novedosos, pero que no son más que la actualización de los contenidos evangélicos. La vida de “íntima fraternidad” en el Presbiterio es “exigencia del sacramento del Orden” (LG 28). Por esto se puede llamar "fraternidad sacramental" (PO 8), "mysterium" y "realidad sobrenatural" (PDV 74). Sólo entonces existirá la “familia sacerdotal” (ChD 28) o “verdadera familia” (PDV 74), que es el “lugar privilegiado” (Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, n. 27), donde el sacerdote necesita encontrar todos los medios de santificación y de apostolado. En relación con esta realidad familiar, se redescubre mejor la paternidad, amistad y fraternidad del obispo (cfr. ChD 15; Pastores Gregis n.13).

    Quizá este tema es el más necesitado de aplicación, con vistas a entender la especificidad del sacerdote diocesano (sin que por ello haya contraposición con otras formas de vivir la vida apostólica). Basta con leer los estudios y publicaciones después del concilio, para cerciorarse de que queda mucho por hacer. Tal vez nos encontramos ante una asignatura pendiente.

    No podemos aplicar al Maestro Ávila nuestra terminología, pero la historia eclesial es una historia de gracia. No es posible descubrir, vivir y aplicar una nueva gracia del Espíritu Santo, sin conocer y aceptar gracias del mismo Espíritu Santo en la historia anterior.

    Recordemos algunas expresiones del Maestro: “Si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados, porque... hizo Dios tan poderoso al estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda virtud, como el cielo influye en la tierra" (Plática 1ª).

    La formación impartida a los futuros sacerdotes necesita esta aplicación concreta de comunión: "Adviértase que para haber personas cuales conviene, así de obispos como de los que les han de ayudar, se ha de tomar el agua de lejos, y se han de criar desde principio con tal educación, que se pueda esperar que habrá otros eclesiásticos que los que en tiempos pasados ha habido" (Memorial para el concilio de Trento II, n.43). La formación impartida a los presbíteros hará de ellos un "retrato de la escuela y colegio apostólico, y no de señores mundanos" (Advertencias para el Sínodo de Toledo I, n.4).

    El carisma episcopal es imprescindible en el itinerario formativo (inicial y permanente), como lo es el hecho de que sólo el obispo puede ordenar presbíteros y diáconos. "Y pues prelados con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos, prevéase el Papa y los demás en criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros" (Memorial primero para Trento, n.6).

    El cuidado que los Obispos deben tener respecto a la vida y ministerio  de los sacerdotes (al que insta Christus Dominus n.28), tiene como objetivo que los sacerdotes sean "sabios y santos, los más sabios y santos del pueblo... A los prelados manda San Pedro que hagan estas cosas con la clerecía, y a la clerecía manda que sea humilde y obediente a su prelado" (Plática 1ª; cfr. 1Pe 5,1-4). La clave es eminentemente pastoral: los obispos "son obligados a dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Memorial segundo para Trento, n.71).

    Se puede comprobar la importancia de este tema, por insistencia del Maestro: "El prelado es obligado a, si tales oficiales no hay, hacerlos él, dándoles aparejo para estudio, y ayudar para ello a los que no tienen; y con doctrina y buenos ejemplos hacerlos tales que sean modelos, a cuya forma se edifiquen las ánimas; porque para esto el prelado es prelado y para esto principalmente le es dada la renta; porque el fin de él ha de ser la edificación de las ánimas, y no hay mejor medio para esto que hacer gente tal que sea para ello" (Sermón 81).

    No encontramos en el Maestro nuestra terminología sobre la diocesaneidad o secularidad del sacerdote, que matiza su vida espiritual y apostólica. Prescindiendo de la terminología, se trata de realidades de gracia en el entorno de la “vida según el Espíritu” (Gal 5,25). Es una gracia, que debe profundizarse y vivirse, la de pertenecer de modo estable a una Iglesia particular, asumiendo en ella esponsalmente las responsabilidades apostólicas (cfr. PDV 74).

    Hay algunas breves afirmaciones del Maestro Ávila, que, junto a las ya citadas, nos ofrecen una pista para releer y aplicar mejor los documentos conciliares y postconciliares del Vaticano II. Los sacerdotes ministros "son de la intrínseca razón de la Iglesia" (Sermón 81), puesto que "guardas son de la viña los pontífices, los predicadores, los sacerdotes" (Sermón 8). "Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos de prelado que imitare este celo! Él así lo dejó ordenado: que el Papa quedó en su lugar, y los prelados suceden a los Apóstoles, y los curas a los setenta y dos discípulos, como San Jerónimo dice; y éstos son de la intrínseca razón de la Iglesia" (Sermón 81).

    Todo ello lleva a la necesidad de una formación inicial y peramente que reclama un proyecto adecuado, y que abarque todo el arco de la vida sacerdotal: humano, espiritual, pastoral, intelectual. Por esto, Juan Pablo II, en el año 1992 indicó estas pistas que, después de veinte años, todavía no se han llevado a efecto en muchos Presbiterios: "El Obispo es el responsable de la formación permanente, destinada a hacer que todos sus presbíteros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido… Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79). Se trata de "sostener, de una manera real y eficaz, el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes" (PDV 3).

    San Juan de Ávila, especialmente a sus discípulos sacerdotes, les propone a veces un plan concreto: tiempos de oración, estudio, trabajo o ministerio, descanso, etc. "Con deseo de nuestra enmienda (Dios) nos envía prelado que, por la misericordia de Dios, tiene celo de nos ayudar a ser lo que debemos. No trae ganas de enriquecerse, no de señorearse en la clerecía, como dice San Pedro, mas de apacentarnos en buena doctrina y ejemplo y ayudarnos en todo lo que pudiere, ansí para el mantenimiento corporal, que es lo menos, como para que seamos sabios y santos, los más sabios y santos del pueblo... A los prelados manda San Pedro que hagan estas cosas con la clerecía, y a la clerecía manda que sea humilde y obediente a su prelado" (Plática 1ª).

    Esta insistencia en la formación continuada la concreta en una carta al arzobispo de Granada, Don Pedro Guerrero, con vistas a la aplicación de la doctrina conciliar: “Que se dé orden cómo en los pueblos haya lección para los clérigos, así para saber lo que conviene saber para sí y para otros, como para estar bien ocupados" (Carta 244).

    Al concilio de Trento, propone, pues, una formación continuada, que disponga de medios adecuados (cfr. Memorial segundo para Trento, n.63). Sugiere enviar candidatos a las universidades para especializarse (cfr. ibídem, n.40). Propone la creación de residencias sacerdotales (cfr. Advertencias para el Sínodo de Toledo II, n.80; Carta 233). Constata la falta de "ciencia" en los "ministros" (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n. 42), "cuya ignorancia es mucho de llorar" (Advertencias para el Sínodo de Toledo I, n.44). Aconseja proporcionar los libros necesarios, especialmente sobre la Sagrada Escritura, los Santos Padres, los documentos conciliares y la doctrina moral: "Que tengan los dichos libros y estudien en ellos, pues, sin esto, todo es perdido" (Memorial segundo para Trento, n. 71; cfr. Advertencias para el Sínodo de Toledo I, nn.44-46).

     

    CONCLUSIÓN

    Cuando el Papa Benedicto XVI, durante la Jornada Mundial de la Juventud, anunció que proclamaría a San Juan de Ávila Doctor de la Iglesia universal, invitó a perseverar “en la misma fe de la que él fue maestro”, y añadió: “Modelen su corazón según los sentimientos de Jesucristo, el Buen Pastor” (20 agosto 2011).

    Se trata, pues, de imitar la fe vivencial y comprometida del Maestro Ávila. Es la fe que Juan Pablo II describía como “conocimiento de Cristo vivido personalmente” (Veritatis Splendor n.88). El Año de la Fe es una fuerte invitación a considerar que “es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar” (Porta Fide, n.7). La auténtica renovación, como hemos visto en San Juan de Ávila, se concreta en compromiso de evangelización. “También hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (ibídem).

    Observando la perspectiva del concilio Vaticano II, aplicada al itinerario sacerdotal, podemos decir que se trata de formar a quienes, dentro de la Iglesia “sacramento” (LG), son signo personal y sacramental del Buen Pastor, servidores de la Palabra (DV) y del Misterio Pascual (SC) en el mundo de hoy (GS).

    La reforma emprendida por Juan de Ávila, tiene como punto de referencia el Misterio de Cristo presente en la Iglesia para bien de toda la humanidad. El sacerdote ministro está llamado al anuncio,  presencialización y vivencia del Misterio de Cristo. Los términos “visibilidad”, “memoria”, “signo sacramental”, aplicados por Pastores dabo vobis a los sacerdotes (como hemos visto más arriba), se pueden concretar en el objetivo del Año de la Fe para una Nueva Evangelización, según Benedicto XVI: “La alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo”, con vistas a “a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo” (Porta Fidei, nn.2 y 15).

    Siguiendo el modelo del Maestro Ávila, nuestros formandos llegarían a estas vivencias cristológicas (con el consecuente amor a la Iglesia), si aprendieran a compartir la vida con Cristo, compartiéndola también con los hermanos, preparando la futura fraternidad sacerdotal en el Presbiterio. El Seminario debe ser una escuela de compartir el evangelio tal como es, celebrado en la liturgia (especialmente eucarística), vivido en coherencia y contemplado con actitud filial en unión íntima con Cristo.

    Sin esta perspectiva de “fraternidad sacramental” en el Presbiterio (PO 8) y a partir del Seminario (cfr, CIC, can,245), que sea fruto del seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles y que llevehacia la disponibilidad misionera, veo muy difícil la solución de las vocaciones sacerdotales. Primero hay que arreglar la “casa” (el Seminario y el Presbiterio) para que lleguen a ella quienes han sido llamados por el Señor.

    San Juan de Ávila ha sido siempre un factor de comunión eclesial, en su época y en siglos posteriores hasta hoy. Los diversas vocaciones e instituciones lo han sentido como de la propia familia.

    Es muy importante que nuestros formandos, cuando lean los escritos del Maestro, se dejen sorprender no tanto por la densidad de su doctrina teológica y de sus propuestas pastorales, cuanto por la invitación continua (intrínseca a todos sus escritos) a entrar de modo comprometido y gozoso en el camino de perfección cristiana y sacerdotal. Cuando uno lee sus escritos (en relación con su testimonio profético), se siente interpelado a ser santo sin rebajas y apóstol sin fronteras, y experimenta el gozo del amor apasionado por Cristo.

    La perspectiva mariana debería ser espontánea en todo el proceso de formación sacerdotal, inicial y permanente, para vivir la sintonía “apostólica” del Cenáculo. Como decía San Juan de Ávila a los sacerdotes: “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre” (Plática primera). María considera a los sacerdotes como parte de su mismo ser: "Los racimos de mi corazón, los pedazos de mis entrañas" (Sermón 67).

    Como propuesta final, sugiero que nuestros programas de formación tiendan a que los futuros sacerdotes se decidan a ser, como Pablo y como Juan de Ávila, visibilidad y memoria del Buen Pastor.


    Con el trasfondo de la doctrina y figura de San Juan de Ávila que hemos analizado en el capítulo tercero del presente estudio, concreto esta sugerencia con algunas preguntas.

    • ¿Cómo formar en el “verdadero gozo pascual” (PO 10) que suscite y fortalezca las vocaciones al sacerdocio?

     

    • ¿Cómo vivir la alegría del seguimiento evangélico en fraternidad para la misión?
    • ¿Qué hay que reformar, personal y comunitariamente, para que todos los niveles de formación (humana, espiritual, pastoral, intelectual) sean una dinámica que vaya del encuentro con Cristo a la misión?

     

    • El “nuevo fervor de los apóstoles”, que pedía Juan Pablo II para la Nueva Evangelización, ¿cómo podría concretarse en el itinerario de vocación, contemplación, fraternidad y misión?

    “La Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio” (ibídem, n.37; cita de EN 15). Indica también el riesgo o “la posibilidad, para la Iglesia de todos los tiempos, de ser transmisora de un anuncio que no da vida, pero que tiene encerrados en la muerte el Cristo anunciado, los anunciadores y, en consecuencia, los destinatarios del anuncio” (ibídem, n.38). “Se piensa en la capacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como cuerpo y no como una empresa” (ibídem, n.39).

    El Maestro Ávila hace referencia al tema de las “Indias”, como actualización de la misión de la Iglesia primitiva: "En nuestros tiempos... entre nosotros; y en las Indias Orientales y Occidentales, con más abundancia" (Audi Filia, cap.32). Sin dejar de alabar la acción evangelizadora en el Nuevo Mundo, anota  también una cierta crítica respecto al modo, pidiendo al concilio de Trento una reforma de los evangelizadores (cfr. Memorial segundo, n.14). El contexto en que describe la evangelización es positivo: "promulgación muy nueva y notable de nuestra santa fe en las Indias orientales y occidentales, tierras incógnitas en otros tiempos" (ibídem, n.37). En carta a San Francisco de Borja (sucesor de San Ignacio), hace referencia a alguno de sus discípulos que ha ido a "las Indias de Portugal" (Carta 192).  Cfr. E.J. ALONSO ROMO, Huellas Avilistas en Portugal y en el Oriente portugués, en: El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 397-413.

    Otras expresiones del sermón 15: “Buen Pastor tenemos, que nos escogió para guardarnos y de tanto tiempo… Alegraos, que, si alguna vez cayeseis, Buen Pastor tenéis que volverá y sacará del barranco… Mirando que mi pastor, sólo por sacar mi ánima de entre las espinas, porque no me espinase, quiso Él entrar en ellas y espinarse" (Sermón 15; ver también Sermones 19, 50, 54, 70, etc.).

    Nos remitimos a algunos estudios más recientes sobre su predicación: A.CAÑIZARES LLOVERA, Maestro y ejemplo de predicadores: Seminarios 57 (2011) 207-210; J. CASTELLANO CERVERA, Una memoria que se hace presencia: Seminarios 57 (2011) 229-233 (homilía de 2006); J. ESQUERDA BIFET, El año litúrgico en los sermones de san Juan de Ávila, en: Fovenda sacra liturgia. Miscelánea en honor del Dr. Pere Farnés (Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, 2000) 427-442; J.J. GALLEGO PALOMERO, Juan de Ávila, profeta del misterio del amor misericordioso de Dios. La predicación en San Juan de Ávila: Seminarios 57 (2011) 105-140; S. LÓPEZ SANTIDRIÁN, Juan de Ávila predicador de Cristo (Madrid, Edicep, 2000). Ver Obras competas: L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 2002) vol.III (sermones). Ver otros estudios en el Diccionario de San Juan de Ávila (Burgos, Monte Carmelo, 1999) y en la Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila (Madrid, BAC, 2000).

    “También hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar” (Porta Fidei, n.7).

    Cfr. P.L. VIVES PÉREZ, Lectura cristológica del Tratado del amor de Dios de San Juan de Ávila, Burgense, 52/2 (2011) pp. 375-400.

    Hoy hablamos de “nuevos areópagos” o de nuevas situaciones en un cambio de época que reclama una “nueva evangelización”. Cfr. Instrumentum Laboris para el Sí nodo de los Obispos (XIII Asamblea General Ordinaria): La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe (2012). Ver la lista de los nuevos areópagos en el Instrumentum Laboris estudiado en la Plenaria de la Congregación de los Pueblos (16-18 noviembre 2009): San Pablo y los nuevos areópagos.

    M. ANDRÉS MARTÍN, Historia de la mística de la edad de oro en España y América (Madrid, BAC, 1994); J. ESQUERDA BIFET, Juan de Ávila, una figura que trasciende la historia: Seminarios 57 (2011) 13-31; Idem, La figura histórica de san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia y su incidencia en los retos actuales de la espiritualidad sacerdotal: Anuario de Historia de la Iglesia, 21 (2012) 37-61; F. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, San Juan de Avila. Una gracia oportuna en una época de crisis y conflictos: Anuario de Historia de la Iglesia 21 (2012) 103-132; B. JIMÉNEZ DUQUE, El Bto. Juan de Ávila y su tiempo: Manresa 17 (1945) 274-295; Id., Juan de Ávila en la encrucijada: Rev. Española de Espiritualidad 29 (1969) 445-473; F. MÁRQUEZ VILLANUEVA, Vida y escritos de San Juan de Ávila a la luz de sus tiempos, en: El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000)  (Madrid, EDICE, 2002), pp.77-98.

    E.J. ALONSO ROMO, Juan de Ávila en las misiones de Oriente, en: Entre todos, Juan de Ávila (Madrid, BAC, 2011) 25-29 (India, Japón, etc.); J.M. MADRUGA, El perfil misionero de San Juan de Avila, en: El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional, Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 851-864; L. ORELLANO HURTADO, La caridad pastoral y Juan de Ávila: Seminarios 57 (2011) 157-177.

    El discurso continúa: “He querido convocar un Año de la fe… para redescubrir y volver a acoger este don valioso que es la fe, para conocer de manera más profunda las verdades que son la savia de nuestra vida, para conducir al hombre de hoy, a menudo distraído, a un renovado encuentro con Jesucristo «camino, vida y verdad»… Donde entra el Evangelio —y por tanto la amistad de Cristo— el hombre experimenta que es objeto de un amor que purifica, calienta y renueva, y lo hace capaz de amar y de servir al hombre con amor divino… (oración al Espíritu Santo) llévanos a los bautizados a una auténtica experiencia de comunión; haznos signo vivo de la presencia del Resucitado en el mundo, comunidad de santos que vive en el servicio de la caridad” (Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea de la Conferencia Episcopal Italiana, 24 de mayo de 2012).

    Durante el rezo del Ángelus, después de la canonización, Pablo VI añadió: "Un Santo español del 1500, gran predicador, gran escritor, gran promotor de la reforma de la Iglesia, en el período del concilio de Trento, y gran maestro de vida espiritual".

    Cfr. R. ARCE, San Juan de Ávila y la reforma de la Iglesia en España (Madrid, Rialp, 1971); J. DEL RÍO MARTÍN, Ecclesia sancta: hacia la reforma de la reforma según San Juan de Ávila, en: Ecclesia tertii millenni advenientis (Casale Montferrato, PIEMME 1997) 459-476; A. HUERGA, La reforma de la Santa Madre Iglesia según el Maestro Juan de Ávila: Communio 3 (1970) 175-225; L. SALA, Los tratados de reforma del P. Maestro Ávila: La Ciencia Tomista 73 (1947) 185-233; L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) cap.VI, 290-308 (el Mtro. Ávila, reformador); F. SÁNCHEZ BELLA, La reforma del clero en San Juan de Ávila (Madrid, Rialp,, 1981); J.I. TELLECHEA IDÍGORAS, San Juan de Avila y la reforma de la Iglesia, en: AA.VV., El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000)  (Madrid, EDICE, 2002) 47-75.

    Estudio datos históricos sobre este tema en: La institución de los Seminarios y la formación del clero, en: Trento, i tempi del Concilio, Società, religione e cultura agli inizi dell'Europa moderna (Trento, 1995) 261-270; Itinerario formativo de las vocaciones sacerdotales. Modelos teológico-históricos: Seminarium 46 (2006), n.1-2, pp.291-316.

    Ver el nuevo documento sobre la pastoral de vocaciones: (CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA,
    Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales) Orientaciones pastorales para la promoción de las vocaciones al ministerio sacerdotal (Ciudad del Vaticano, 25 marzo 2012).

    Es curiosa esta observación del Maestro: "De San Pedro leemos que, por entender él en el oficio de ánimas, tomó para coadjutor a Cleto y a Lino, para que ellos entendiesen en los negocios menores del oficio de la prelacía, y él en el oficio apostólico, que es la edificación de las ánimas" (Sermón 81; cita a San Gregorio Magno)

    Estudié el tema en: El Maestro Ávila y la renovación sacerdotal, en: El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 691-709. Ver los estudios citados anteriormente en la nota 8: Juan de Ávila, una figura que trasciende la historia; La figura histórica de San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia y su incidencia en los retos actuales de la espiritualidad sacerdotal.