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REFLEXIONES ACERCA DE LA CRISIS DE VOCACIONES AL PRESBITERADO DIOCESANO.

Juan María Uriarte

Esquema de la ponencia

1. Factores sociales de la crisis vocacional.

a) La transformación de la familia.

b) Factores económico-culturales.

c) La actual condición juvenil.

2. Factores eclesiales de la crisis vocacional.

a) La debilidad de la comunidad cristiana.

b) Oscuridades en las ideas.

c) Tibieza en la propuesta vocacional.

d) Las secularizaciones.

3. Las consecuencias de la crisis.

a) Actuales.

b) Futuras.

4. Signos de esperanza.

a) En los jóvenes.

b) En la comunidad y en sus sacerdotes.

1. Factores sociales de la crisis vocacional

Los datos consignados por la encuesta realizada son severos, graves y relativamente recientes. ¿Cómo se explica una convulsión así en unas diócesis que muestran en otros aspectos de la vida cristiana una vitalidad innegable? La causa básica es el cambio cultural experimentado por nuestra sociedad. "Algunas condiciones sociales y culturales de nuestro tiempo pueden representar no pocas amenazas e imponer visiones desviadas y falsas sobre la verdadera naturaleza de la vocación, haciendo difíciles, cuando no imposibles, su acogida y su misma comprensión" (PDV 37). Tal es nuestro caso.

Los indicadores más salientes y los factores más relevantes de este cambio nos son ya conocidos. Queremos recoger expresamente sólo algunos rasgos que inciden con mayor intensidad en la disminución de las vocaciones.

a) La transformación de la familia

La talla numérica de la familia se ha modificado muy sensiblemente. Nuestra tasa de natalidad es hoy, en España, la más baja del mundo. Evidentemente un descenso tan drástico reduce en gran medida el número de destinatarios potenciales de una llamada vocacional.

Esta transformación afecta, además, a los criterios y actitudes familiares. Muchos padres, incluso creyentes, han asimilado un criterio socialmente muy extendido: la realización de la persona se mide por éxito social y económico. Asegurar este éxito a su escasa descendencia produce a los padres, en una sociedad crudamente competitiva, no solo preocupación, sino ansiedad. Es evidente que la vocación sacerdotal no responde a las expectativas de éxito postuladas por la sociedad y acariciadas por la familia.

Por otro lado al empobrecerse el clima creyente dentro del hogar, la calidad y la intensidad de la educación religiosa familiar se ha resentido palpablemente. En bastantes casos se ha apagado casi totalmente. Una fe debilitada induce a muchos padres a subestimar la vocación presbiteral como destino posible de alguno de sus hijos.

Es cierto que existen familias en las que se aprecia y valora la vocación sacerdotal. Pero no es el caso más corriente. Algunos padres se resisten a la hipótesis de una vocación semejante en la familia, porque piensan que la vida matrimonial garantiza mejor que la existencia célibe la felicidad de sus hijos. Bastantes rechazan la simple propuesta vocacional dirigida a los suyos, como si se tratara de una forma de presión o de imposición. Otros no llegan a oponerse, pero tampoco se sienten dispuestos a animarlos en esa dirección. No faltan quienes, dispuestos a admitir la vocación de sus hijos, reclaman unos signos vocacionales evidentes que a ciertas edades es prematuro exigir.

b) Factores económico-culturales

Las profundas transformaciones económicas han generado una sociedad mucho más compleja y diferenciada que la de nuestros mayores. Las posibilidades de abrirse camino en la vida y de realizar los propios ideales y aspiraciones se han diversificado notable­mente. Los niveles de escolaridad alcanzados ofrecen a los jóvenes muchas oportunidades profesionales que, aunque reducidas por la crisis económica, siguen siendo sensiblemente más abundantes y variadas que en el pasado. El camino del sacerdocio ha dejado de ser una salida obvia, casi obligada en algunos casos.

El cambio cultural ha traído asimismo un cambio de valores. El pragmatismo parece afirmarse con fuerza frente al idealismo. Esta sensibilidad afecta incluso a las jóvenes generaciones, siempre más abiertas a la utopía que los adultos. Por otro lado, el "valor religioso", casi universalmente reconocido todavía en tiempos recientes, es hoy desestimado por una porción no desdeñable de la sociedad y escasamente apreciado por otra porción aún más amplia. El clima cultural predominante no facilita, pues, la entrega total a una vocación que, por esencia, es religiosa y "utópica".

c) La actual condición juvenil

El cambio cultural aludido modela con especial profundidad la mentalidad y sensibilidad de las jóvenes generaciones y crea un estilo juvenil, en general, muy ajeno a las in­quietudes vocacionales. Digámoslo claramente: ser presbítero no entra hoy como una posibilidad real dentro de las perspectivas vitales de la inmensa mayoría de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. No constituye ni siquiera una alternativa que se considere atenta­mente, aunque sea para descartarla. Es una propuesta que ni siquiera se plantea.

Muchos elementos configuran esta actitud vital negativa:

- La imagen social del presbítero se ha devaluado sensiblemente. El entorno le reconoce una utilidad social cada vez menor. La función social del "cura" no está cotizada como valiosa. A los ojos de muchos jóvenes ser presbítero equivale a "apostar por un caballo cojo" en la carrera de la vida.

- La sexualidad es hoy simultáneamente exaltada y trivializada. En este contexto social el celibato se ha convertido, sobre todo para los jóvenes, en un estado de vida "culturalmente extraño". Renunciar a la vida erótica resulta innecesario, irracional y, en ocasiones, sospechoso. En el mejor de los casos es algo que desborda la capacidad propia. La vida sexual es "el río que nos lleva". Es preciso dejarse llevar. En consecuencia, un proyecto de vida que comporta el celibato resulta para los jóvenes actuales poco plausible.

- En una atmósfera cargada de estímulos hedonistas, las generaciones juveniles se caracterizan, generalmente, por llevar en su sangre más afecto que pasión, más inclinaciones que opciones, más opiniones que convicciones, más intereses que ideales. El amor encendido a causas que conquistan el corazón y remueven toda la vida les resulta más difícil a estas generaciones. Naturalmente la vocación al presbiterado se resiente de tal dificultad.

- En un ambiente en el que las personas, las cosas, las relaciones, los proyectos, las ideas, "la vida", cambian tanto, el joven experimenta no ya dificultad sino alergia para tomar decisiones que, como el presbiterado, comprometen toda la persona para toda la vida.

- El mismo estilo de fe juvenil tiende a ser con frecuencia "blando". La fe de nuestros adolescentes y jóvenes es, en muchas ocasiones una especie de adhesión "light". La vida para ellos es mucho más una realización de deseos y aspiraciones que brotan del sujeto que una llamada interpeladora de Jesucristo que les invita a compartir su proyecto y que "trastorna" sus planes espontáneos. Los aspectos exigentes se soslayan. El apremio de la llamada no existe. Ha perdido gran parte de su carga ética. Incluso cuando es percibida como llamada se reduce a simple y leve invitación.

- En una sociedad en la que lo joven constituye casi un mundo aparte, la Iglesia es percibida por ellos como algo perteneciente a "nuestros padres y abuelos". No es una nave espacial que conduce al futuro, sino un furgón en vía muerta que, a lo sumo, sirve para trayectos de corto recorrido. Tal vez este anacronismo de la Iglesia con "su" tiempo los desengancha más que la misma mediocridad moral que les parece percibir en la comunidad cristiana. Hoy la Iglesia no despierta entre los jóvenes tanta agresividad como "enemiga del pueblo" o como "amiga de los poderosos". Simplemente tienden a "pasar de ella" porque "es un tinglado que no va con la marcha juvenil". Ahora bien: la figura del presbítero se les ofrece como implicada y atrapada en este tinglado. Difícilmente puede, por tanto, suscitar en ellos un movimiento de adhesión a su estilo de vivir y a su tarea eclesial.

2. Factores eclesiales de la crisis vocacional

En la Iglesia del siglo XX hemos asistido a un saludable redescubrimiento de la dignidad y nobleza de la vocación cristiana seglar. En virtud de tal descubrimiento, recogido y alimentado por el Concilio Vaticano II, muchos seglares quieren encontrar hoy históricamente el espacio y la tarea que teológicamente les corresponden. Tal esfuerzo ha llevado consigo un momentáneo oscurecimiento de los perfiles de la vocación presbiteral y un descenso de la estima que dicha vocación se merece.

Pero tras haber evocado este factor fundamentalmente saludable, aunque no exento de un efecto secundario desfavorable para la vocación al presbiterado, "hemos de tener el valor de reconocer que la crisis vocacional que padecemos persistentemente en la Iglesia..., además de ser fruto de muchas causas reales de tipo demográfico, económico, social, cultural, institucional... nos invita a revisar si no responde también a deficiencias graves, omisiones y desequilibrios en nuestra vida y en nuestra pastoral" (F. Sebastián). El invierno vocacional se debe también a factores eclesiales negativos que es preciso desvelar con humildad y lucidez.

a) La debilidad de la comunidad cristiana

Antes de describir las causas parciales y concretas de origen eclesial, resulta obliga­do aludir a una causa más general y fundamental: la crisis de la comunidad cristiana.

La Iglesia está viviendo en el primer mundo una sacudida de magnitud excepcional. Un mundo cada vez más poderoso está generando una "cultura" que es para el hombre bienhechora y, al mismo tiempo, amenazante. Esta cultura que está modificando la mente y el corazón, el trabajo y el ocio, las pautas de comportamiento moral y la sensibilidad religiosa, ofrece posibilidades nuevas a la fe y le plantea el doble desafío de encarnarse en la nueva sensibilidad y de discernir en ella los elementos saludables y los inhumanos. Pero crea también condiciones en las que la fe se vuelve difícil, el comportamiento cristiano queda perplejo y la comunidad cristiana se siente desorientada.

Todo ha quedado afectado en la Iglesia como efecto de este impacto: la teología, la oración, el compromiso con el mundo, la acción pastoral. Las viejas estructuras y actividades pastorales han quedado desbordadas y desfasadas. Lentamente va emergiendo, entre impulsos y frenazos, guiada por el Espíritu, una Iglesia renovada. Pero es una Iglesia débil en el corazón de un mundo poderoso. Las tentaciones propias de la debilidad, (el miedo y la mediocridad) se tornan muy reales. Estas grandes tentaciones inclinan hoy a la Iglesia a no ser radical en su adhesión a Dios y en su apuesta por los pobres y a confiar más en las garantías del mundo que en las promesas de Dios.

Una Iglesia débil es una matriz poco apta para engendrar vocaciones evangélica­mente radicales. El caldo de cultivo connatural de una auténtica floración vocacional es una comunidad vigorosa por su adhesión a Dios, su cohesión interna, su testimonio valeroso y su servicio abnegado a la sociedad.

La crisis vocacional tiene su origen en la penuria de auténticas comunidades de fe, de celebración y de compromiso. La esclerosis de las parroquias, la débil conciencia diocesana y el peso excesivo de su funcionamiento burocrático recortan de raíz el florecimiento de vocaciones al ministerio.

b) Oscuridades en las ideas

- En un pasado todavía no lejano la familia, el ambiente y la influencia eclesial condicionaban fuertemente la vocación de niños y adolescentes. Hoy, por un movimiento pendular explicable pero excesivo, muchos padres y educadores han llegado a la convicción de que a nadie puede hacérsele honestamente una propuesta vocacional antes de la edad propiamente juvenil.

Una cosa es que la vocación se decida y clarifique en la edad juvenil y otra que no despunte en fases más tempranas. No distinguir entre estas dos situaciones constituye una ligereza teológica y antropológica. Puede haber signos históricos de vocación desde el momento en que se esboza el proyecto vital de la persona.

- La pastoral vocacional de antaño hacía de los seminaristas "clérigos prematuros". No favorecía en el seminarista un contraste (previo o simultáneo) suficiente entre las múltiples posibilidades de la vocación cristiana. Hoy incurrimos con frecuencia en un error inverso. Con dudoso rigor teológico damos por supuesto que los niños y adolescentes son "laicos en gestación". En consecuencia, la formación cristiana que les ofrecemos, los testimonios que les brindamos y las orientaciones prácticas que les sugerimos están orientadas exclusivamente a una vida laical. Los niños, adolescentes y jóvenes no son necesaria­mente laicos en gestación, sino "cristianos en gestación" abiertos a las diferentes formas de realización y despliegue de la vocación cristiana.

Aunque los tiempos de sequía vocacional son propicios a admisiones precipitadas de candidatos al Seminario, el peligro inverso no es imaginario: trazar un tipo definido de candidato y exigirle un recorrido determinado previo para su ingreso. Una buena parte de los candidatos reales no se ajustan a ningún diseño. Dios es imprevisible. Las variables psicológicas, históricas y sociológicas que confluyen en cada vocación concreta desbordan cualesquiera previsiones excesivamente precisas y exigentes. Las vocaciones reales son como son, no como quisiéramos que fueran. Están donde están, no donde preveíamos encontrarlas. Los esquemas excesivamente rígidos pueden dificultar este encuentro.

- Bastantes sacerdotes y laicos estiman, en fin, lamentablemente, que la drástica reducción de vocaciones presbiterales es más bien una gracia que una desgracia. Resultaría necesaria para que los presbíteros declinaran muchas tareas y responsabilidades eclesiales que no les son específicamente propias y las transfieran a los seglares. La alarma por el descenso de vocaciones al presbiterado sería injustificada o, al menos, desmesurada. No pasaría nada grave en la Iglesia por el hecho de que el ministerio presbiteral quedara reducido a unas dimensiones muy modestas o incluso fuera suplido por laicos liberados.

No cabe duda de que la gracia de Dios nos llama también en el interior de la negatividad y de la prueba. Ciertamente la penuria vocacional debe ayudarnos a detectar esta llamada y a provocar en nosotros purificación y conversión. Pero la gran sequía vocacional no deja de ser para la Iglesia una verdadera y grande desgracia.

c) Tibieza en la propuesta vocacional

Las oscuridades apuntadas no favorecen propuestas netas. La propuesta vocacional es todavía entre nosotros una práctica pobre. No son muy numerosos los presbíteros, educadores, padres y comunidades que la realizan de manera decidida. Resulta, con frecuencia, intermitente, pusilánime, tardía, poco interpeladora. Parece encubrir en ocasiones una insuficiente valoración del sacerdocio o una deficiente confianza en la fuerza de la gracia y en la capacidad de respuesta de los jóvenes. El temor a parecer proselitistas o a crear una tensión en la relación con los jóvenes puede cohibirnos en exceso. Estos complejos se revisten a veces de razones válidas como el respeto a la intimidad y a la libertad de los jóvenes. Se omite de este modo esa llamada humana que da cuerpo a la llamada del Señor y despierta dinamismos dormidos en el creyente. "Ha llega­do el tiempo de hablar valientemente de la vida sacerdotal como de un valor inestimable y una forma espléndida y privilegiada de vida cristiana. Los educadores, especialmente los sacerdotes, no deben temer el proponer de modo explícito y firme la vocación al presbiterado como una posibilidad real para aquellos jóvenes que muestren tener los dones y las cualidades necesarias para ello. No hay que tener ningún miedo de condicionarles o limitar su libertad; al contrario, una propuesta concreta, hecha en el momento oportuno, puede ser decisiva para provocar en los jóvenes una respuesta libre y auténtica. Por lo demás la historia de la Iglesia y la de tantas vocaciones sacerdotales, surgidas incluso en tierna edad, demuestran ampliamente el valor providencial de la cercanía y de la palabra de un sacerdote; no sólo de la palabra sino también de la cercanía, o sea, de un testimonio concreto y gozoso, capaz de motivar interrogantes y conducir a decisiones incluso definitivas­" (PDV 39).

d) Las secularizaciones

Al final de la década de los 60 se inició en nuestras diócesis un proceso de secularizaciones de sacerdotes que ha alcanzado un número muy elevado. El fenómeno ha disminuido grandemente. Hemos de reconocer, con todo, que dichas secularizaciones crearon desazón y desconcierto en la comunidad cristiana y contribuyeron sensiblemente a la devaluación de la imagen social y eclesial del presbítero. Contribuyeron y contribuyen a rebajar la seriedad del compromiso para toda la vida que entraña la ordenación. Dificulta­ron notablemente el nacimiento de vocaciones sacerdotales.

3. Las consecuencias de la crisis

Un fenómeno que afecta aun órgano tan vital de la comunidad cristiana tiene que comportar consecuencias negativas. Algunas son ya percibidas con claridad. Otras son solamente entrevistas todavía y se harán sentir más dolorosamente en un futuro próximo.

a) Actuales

Las perspectivas vocacionales escasas desmoralizan a los sacerdotes. Inducen en ellos el temor a un futuro eclesial apagado y la tristeza de no haber podido alumbrar generaciones de relevo que recojan y relancen el trabajo pastoral por ellos realizado.

La penuria vocacional produce asimismo desaliento en la comunidad cristiana, que ve crecer cada día el número de comunidades parroquiales sin sacerdote propio y de grupos apostólicos sin servicio presbiteral intenso y cercano y asiste al desdibujamiento de la presencia del presbítero en la comunidad. Una reducción tan fuerte del número de presbíteros debilita notablemente a la comunidad eclesial.

El déficit ya muy sensible de sacerdotes jóvenes, fruto inmediato de la crisis vocacional, acentúa el desfase entre la edad media de la comunidad y la del clero. Este desfase repercute necesariamente en la sintonía mutua requerida para la evangelización y el diálogo pastoral. Tal dificultad de contacto es especialmente perceptible en la pastoral juvenil.

Nuestras iglesias locales necesitan preparar, mediante estudios superiores a presbíteros­ que asuman en un futuro próximo responsabilidades vitales para la marcha diocesana. El número exiguo de seminaristas reduce notablemente las posibilidades de una buena selección y de una ambiciosa preparación.

El descenso acelerado de vocaciones ha reducido ya muy sensiblemente nuestra posibilidad de aportar presbíteros a diócesis necesitadas y de mantener con el Tercer Mundo unos compromisos misioneros necesarios para ellos y saludables para nosotros.

b) Futuras

Es siempre arriesgado predecir el futuro. A pesar de todo, podemos formular algunas estimaciones fundadas.

En primer lugar, muchas de nuestras comunidades futuras, tan mermadas en sus efectivos presbiterales, se verán privadas de la celebración frecuente de la Eucaristía y del Sacramento del perdón.

El presbítero dejará de ser paulatinamente esa figura familiar y cercana a las personas, las familias y los pueblos. Su paternidad espiritual se hará probablemente menos perceptible.

La experiencia eclesial nos ha transmitido la certeza de que en el origen de muchas iniciativas eclesiales portadoras de vida hay casi siempre una figura sacerdotal. El carisma del presbítero es generador de nuevas realidades evangelizadoras. La penuria de sacerdotes se hará sentir en el debilitamiento de los focos de vida de nuestras iglesias.

En suma, la consecuencia fundamental de la penuria de presbíteros es el debilita­miento de la Iglesia: se enfría su ardor por Dios, se resquebrajan sus vínculos comunitarios, se relaja su vigor servicial y evangelizador.

4. Signos de esperanza

El oscuro panorama diseñado podría engendrar desesperanza si no se apuntaran, como fuegos en la noche, algunos signos y perspectivas más estimuladores.

a) En los jóvenes

- En general, existe una sintonía entre las más nobles aspiraciones atribuidas desde siempre a la juventud y la vocación presbiteral. Ambas tienen en común la gratuidad frente al espíritu de contrato; la solidaridad frente al narcisismo; la esperanza frente a la resignación apática; la abnegación frente al consumismo; la búsqueda del sentido y de la trascendencia frente a la fijación en el momento presente. Por muy adormecida que pueda parecer una juventud, es difícil destruir en ella ese sedimento activo que constituye el mayor tesoro de cada generación juvenil. Esta sintonía de fondo permite que, en determinadas circunstancias, pueda resonar "inesperadamente" en su interior una llamada sobrecogedora que les invite a dar una respuesta generosa.

- En realidad, toda generación juvenil suele contar siempre con un "resto sociológico". No se trata de un colectivo residual. No es un "residuo"; es un "resto". Se trata de una minoría significativa, que perteneciendo inequívocamente a su generación, no participa de sus aspectos más débiles y oscuros. Esta minoría existe. Todos conocemos jóvenes que, por su limpieza, la fibra de su carácter y el perfil neto de su fe son tierra propicia para una propuesta vocacional valiente y realista.

- Al tiempo que un gran número de jóvenes va pasando casi insensiblemente de una fe superficial a la indiferencia religiosa, parece mantenerse (e incluso consolidarse) una notable minoría juvenil decidida y definidamente creyente. Estudios sociológicos solventes caracterizan este grupo con unos rasgos diferenciales muy positivos que muestran la influencia saludable de la fe cristiana en el conjunto de la vida. Este estrato generacional está en disposición de comprender y secundar un llamamiento motivado e interpelador. Es capaz de entender que, mediante el sí a la vocación presbiteral, "puede darse a Cristo el testimonio máximo de amor" (PO 11).

- Diversos sondeos, realizados sobre todo entre adolescentes, revelan que un número reducido, pero no desdeñable, muestra un interés vital por la vocación presbiteral y una disposición inicial a un discernimiento esclarecedor. El carácter fragmentario de estos sondeos nos hace sospechar con fundamento que en alguna fase de su vida un número apreciable de adolescentes y jóvenes se preguntan en solitario, sin testigos, (por timidez o por falta de interlocutores), acerca de su posible vocación al ministerio. Es evidente que estas son condiciones verdaderamente desfavorables para que la inquietud inicial pueda convertirse en proyecto vital. Pero la inquietud es real.

b) En la comunidad y en sus sacerdotes

- Una porción viva de la comunidad cristiana experimenta de manera creciente y sufriente la falta de vocaciones presbiterales. Va descubriendo las perspectivas preocupantes que de ahí se derivan. Va comprendiendo que no puede responsablemente seguir pidiendo presbíteros al obispo si no se empeña activamente en la promoción de las vocaciones.

- Un grupo creciente de sacerdotes va redescubriendo la gravedad y hondura del problema vocacional, reajusta sus ideas, se desprende de viejos prejuicios y se presta a una colaboración activa en un proyecto compartido.

A través de todos estos signos trabaja silenciosamente el amor del Padre que sigue llamando. Actúa la gracia de Jesucristo que necesita prolongarse en los presbíteros como Pastor. Y se hace presente el Espíritu Santo que quiere conducir a la Iglesia a una comunión que sea vida para el mundo. A nosotros nos toca descubrir, adorar y secundar la acción de Dios.