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LA CRISIS CULTURAL Y LA VIDA DE LOS SACERDOTES

II

Cómo ayudarnos con una formación permanente en las diócesis, decanatos y comunidades


Víctor Manuel Fernández

Doctor en Teología
Vicedecano de la Facultad de Teología
de la Universidad Católica Argentina


En la presente nota, el autor aborda algunas pistas para pensar cómo trabajar en las diócesis y decanatos (o en las comunidades religiosas) y a dónde apuntar en la búsqueda de soluciones comunitarias, en orden a alimentar un ministerio sacerdotal más vivo, fervoroso, sereno y feliz.

Alentar la pastoral ordinaria

Caminos para vivir mejor el presente

En primer lugar se trata de ayudar a encontrar a Dios en lo cotidiano, en la tarea ordinaria, y de gustarla. Esto puede hacerse en las reuniones de decanato o en los grupos sacerdotales, motivándonos a través de lecturas, comentarios, debates, subsidios y otros medios, que permitan desarrollar mejor las siguientes convicciones:

a) El profundo valor a la entrega de cada día. Ayudar a ver que si bien la propia tarea no resuelve todos los problemas, dedicarse sinceramente a ayudar a algunos pocos a vivir con más dignidad en una problemática determinada ya justifica la entrega de la propia vida. Así se puede contrarrestar el escepticismo actual, que nos dice que todo es lo mismo, que no se puede cambiar nada, y por lo tanto que no vale la pena sacrificarse.

b) Conviene acentuar de diversas maneras que tenemos un tesoro que ofrecer y no caben sentimientos de inferioridad. Para ello hace falta crear el hábito de estimularnos unos a otros permanentemente en orden a recordar esto, y no regodearnos tanto en críticas infecundas a la Iglesia o al mundo.

c) Al mismo tiempo, desarrollar un sentido de misterio ante los fracasos y la ansiedad. Dios no falla cuando sus elegidos son dóciles y se entregan con confianza, y produce sus frutos más allá de lo constatable.

Hablar sobre el modo de vivir las tareas

Conversar a veces en las reuniones acerca de las dificultades en las tareas, los cansancios, las tensiones, ayudarnos entre nosotros a discernir mejor las tareas necesarias, y seleccionarlas adecuadamente para poder centrarnos en lo esencial (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 31) y vivir más humanamente y más profundamente el ministerio.

Capacitación

Esta es una cuestión clave. Se trata de capacitar mejor, sea en el decanato o en el presbiterio en general, para las cuatro tareas básicas de esa pastoral ordinaria sacerdotal: la predicación, la dirección y consejo espiritual, la Liturgia, la conducción y organización de la parroquia. Para ello sería necesario también que los seminarios y los equipos de formación permanente se esmeraran más directamente en esta empresa. Haría falta, por un lado, dar mejor orientación práctica a las materias del seminario: pastorales, morales, espiritualidad, derecho (pero también orientar pastoralmente las más especulativas); pero por otra parte, se vuelve indispensable dedicar más espacio a esto en la formación permanente, a través de talleres, cursos, jornadas. También en las reuniones, leyendo y comentando algún material práctico. Últimamente se han publicado muchos subsidios acerca de estas tareas, que podrían aprovecharse, sin necesidad de buscar especialistas.

¿Por qué es algo clave? Porque sin capacitación hay mucha inseguridad, sentimiento de culpa, y se termina escapando de las tareas y sufriendo mucho el apostolado. Y eso es una bomba de tiempo.

Además de la capacitación práctica, hay que capacitarse para aprender a enfrentar las nuevas dificultades psicológicas ante determinadas tareas: se generaliza una falta de resistencia ante las contrariedades o el sentirse muy afectados por no poder dar soluciones, o una resistencia interior ante los imprevistos o los reclamos de tiempo de la gente.

En esta misma línea, además de organizar mejor la formación permanente en cada diócesis, aprovechar las valiosas ofertas del Secretariado para la formación permanente de la Conferencia episcopal argentina: los talleres para párrocos y el curso de formación permanente ofrecen una formación práctica.

Preparar un laicado más estimulante

También hay que tener en cuenta que hay un valioso estímulo y un sano control para el sacerdote en una vida comunitaria rica en carismas y ministerios, con laicos que tengan cierta autoridad, crecimiento y creatividad pastoral, y un lugar como para opinar y dialogar con el cura. Así se pueden evitar esos círculos reducidos que, cuando dejan de apoyarlo, dejan al cura a la deriva. La mayor amplitud pastoral es siempre mucho más sana y brinda mayor contención, riqueza y estímulo pastoral, que evita que el cura se estanque o se cierre en sus esquemas personales. Por otra parte, fomentando la variedad y riqueza de carismas y ministerios, el cura puede dedicarse más a lo que es específico de su ministerio, prepararlo mejor y vivirlo mejor. Esto requiere desarrollar el hábito –y dedicar parte de su tiempo a ello– de fomentar y alentar la diversidad de servicios laicales, esperando con paciencia que vayan adquiriendo experiencia y mayor competencia. Así se prepara una vida sacerdotal más bella y mejor vivida.

Desde los decanatos se pueden hacer tres cosas muy importantes al respecto:

a) Revisar cada tanto en el decanato el trabajo de las parroquias con los laicos.

b) En esta misma línea, estimular a los párrocos a que manden laicos a las instancias diocesanas y nacionales de formación de laicos, cursos, jornadas, etcétera.

c) Organizar por decanatos algunas ofertas para la formación teológica, espiritual y pastoral de los laicos.

Buscar una pastoral diocesana más orgánica

Un proyecto que congregue y entusiasme

También es importante destacar el valor de los lazos de comunión pastoral. Pero no sólo por su importancia pastoral práctica. Para quien vive en el mundo, la concupiscencia (que tiende a volverse búsqueda enfermiza de sí) sólo se domina en comunidad. Hoy la privacidad se ha vuelto muy riesgosa: en la soledad vivida como aislamiento se corre el riego de perder el sentido de lo bueno y de alimentar las inclinaciones más inconvenientes y egoístas y los criterios personales más subjetivistas.

Por consiguiente, se vuelve indispensable una pastoral orgánica diocesana, que ayudaría también a un mayor sentido de pertenencia a la Iglesia particular. Parece clave que cada diócesis tenga un proyecto atractivo y convincente, que congregue, entusiasme, apasione como búsqueda común, que estimule las ganas de trabajar juntos por algo que vale la pena, y que implique instancias comunitarias de discernimiento, aplicación, búsqueda, evaluación y celebración. Esto supera a los decanatos, pero les compete su aplicación práctica, sin la cual los planes se enfrían o quedan en la nada. Una forma de boicotear los planes diocesanos es ignorarlos en los decanatos.

Sinceridad y realismo

A veces los planes diocesanos o los proyectos decanales no entusiasman mucho, no parecen un verdadero sueño comunitario. Si el plan no convence, hay que cambiarlo, o hay que cambiar el modo de aplicarlo, no tolerarlo. Con los planes nos pasa a veces que los criticamos, pero a la hora de hacerlos no ponemos el alma. La consecuencia es que no nos movilizan, y eso es una forma fácil de escapar del ejercicio comunitario del ministerio y seguir optando por un ministerio individualista. Hace falta, entonces, encarar con sinceridad y realismo la situación de los curas antes el proyecto diocesano o las líneas pastorales propuestas, en orden a reconocer de dónde partimos y encarar una revisión comunitaria.

La necesaria ascesis de la pastoral orgánica

Aquí hay que estar atentos a un mecanismo muy común: si al preparar o evaluar un plan diocesano cada uno piensa en su pequeña quinta, es imposible hacer un proyecto común: Si yo me dedico a la catequesis o me siento capacitado para eso, voy a pretender un plan centrado en la catequesis, porque si no, no me entusiasma. Si yo me dedico a la formación espiritual, voy a querer un plan donde eso sea el centro, si no, no cuenten conmigo. Si es así, deja de ser un proyecto comunitario. Tiene que ser un proyecto donde cada uno ponga sinceramente sus convicciones más profundas, pero dejándolas transformar por los otros, y acepte dialogar hasta que surja una síntesis común, algo que pueda motivar, atraer, convencer y movilizar a todos.

Alimentar el espíritu comunitario

Pero esto supone necesariamente desarrollar un espíritu comunitario. ¿Cómo? Incorporando este tema en retiros del decanato, o en momentos de oración dentro de las reuniones.

Aquí es indispensable estimular un trabajo personal en la oración y en el empeño cotidiano para adquirir y sostener una pasión comunitaria, el sueño de trabajar y luchar con los otros. Si eso no es algo que me movilice internamente, que se haya vuelto una pasión interna, lo comunitario será siempre un peso que hay que tolerar. Es decir, si cada uno no cultiva permanentemente una espiritualidad de comunión, un profundo espíritu comunitario, un plan excelente no creará una sólida pastoral orgánica que verdaderamente integre a los curas.

Estas instancias de oración y reflexión, a través de subsidios, meditaciones y propuestas variadas, tendrían que ayudar a reconocer que la espiritualidad de comunión implica renunciar al sueño de una comunión con personas agradables, que respondan a mi modo de ser y de sentir y que no me contradigan. Eso suele ser un consumismo más, marcadamente inmaduro. Los grupos de amigos tendrán su espacio, pero ese no es todavía un sueño comunitario por el cual dar la vida. La comunión se sueña, se busca, se cultiva y se amasa con estos que Dios me puso cerca, distintos, desafiantes, poco interesantes. Con ellos y por ellos yo doy la vida en un sueño comunitario, lucho cada día para vencer el mal con el bien, abro el corazón y la mente para dejarme interpelar y doy lo mejor de mí. Siempre aparecerán las tentaciones del resentimiento, del espíritu de mártir, de la competencia entre nosotros, del aislamiento rencoroso. Esas son las verdaderas tentaciones "dia-bólicas" que nos destruyen. Mejor dialogar, enfrentar, hacer pensar, y dejarme interpelar, pulir, cambiar, como exhortaba San Pablo: "Vence el mal con el bien". "No te canses de ser bueno". Siempre es un buen camino relativizar los propios rencores, buscarle excusas al otro, vivir los contrasentidos como una unión fecunda con Cristo en la pasión, etcétera. Se trata de aplicar a nuestra propia vida eso que aconsejamos a los otros, eso que nosotros predicamos, eso mismo que le decimos a las familias para que no se desintegren. Eso es lo que también nosotros estamos llamados a desarrollar con honestidad en esta época que nos toca vivir. Y esto es Evangelio puro ("vayan de dos en dos…, donde dos o tres se reúnen en mi nombre…, que todos sean uno…").

Para que la pastoral orgánica no sea sólo un compromiso forzado, sino un empeño feliz y efectivo, es indispensable fomentar y cultivar esta "espiritualidad de comunión", replanteando la espiritualidad desde sus raíces y acercándola mejor a la santificación comunitaria propia del sacerdote diocesano. Es desarrollar una mística que impulse desde adentro hacia la comunión diocesana, que alimente una pasión por el trabajo en común, como la que pudieron infundir los grandes santos a sus comunidades. Se trata del dinamismo del Espíritu que no se queda en la íntima relación con Dios, sino que impregna el modo de relacionarse con los demás. Juan Pablo II dice que una espiritualidad de comunión es "capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como ‘uno que me pertenece’, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad" (Novo Millennio Ineunte, 43). También "es saber ‘dar espacio’ al hermano, llevando mutuamente las cargas de los otros (ver Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias" (Novo Millennio Ineunte, 43).

Tanto las inquietudes afectivas como las preocupaciones pastorales de los curas, podrían hallar una respuesta si se viviera bien una pastoral orgánica, que cree un gran sentido de amistad, de equipo pastoral, de sueño comunitario, de pasión compartida que nos haga gustar lo que es caminar y trabajar codo a codo, juntos, verdaderamente solidarios. Sería una forma de ser cura y de trabajar que haga que ya no nos sintamos solos, porque sabemos que los demás siempre le darán prioridad a darme una mano, más que a sus logros individuales; porque sabré que si yo fracaso, hay otro que tiene mi mismo sueño, y a él le va bien; porque sé que si yo por el momento estoy caído, hay otro que está de pie luchando por el mismo proyecto, y me espera.

Además, a la larga, esto siempre es más eficaz que los logros individuales inmediatos y llamativos. Dejaremos huellas en este mundo, y en nuestra tierra, si logramos dar la vida por este gran amor: caminar juntos, como hombres de Dios para los demás, con un sueño compartido. Porque la vida de una persona, o es la historia de un gran amor, o es la historia de miles de intentos por sobrevivir sin ese gran amor. Y la vida de una comunidad fecunda, en definitiva, es la historia de un gran amor compartido. Así se refleja pastoralmente el misterio de comunión de la Trinidad.

Acompañamiento espiritual integral

"Ad maiorem Dei gloriam"

Siempre es necesario alimentar la búsqueda de la gloria de Dios, como sentido último de la vida, para que el cura pueda asumirse como hombre de Dios para los demás y aceptar profundamente esta identidad. Esto implica motivar al amor a Dios por sobre todas las cosas, que aun en la posmodernidad sigue siendo el primer mandamiento. El rechazo de los espiritualismos puede haber llevado a un humanismo poco religioso, también en los curas.

En esta línea es indispensable evitar una confusión frecuente: no es un poquito de cada cosa, sino toda el alma en la búsqueda de Dios y toda el alma en el compromiso comunitario y social. Es la entrega a Dios en la entrega a los demás. Viviendo esta síntesis, las dos cosas se potencian la una a la otra.

Esto supone elaborar un camino espiritual pedagógico que sostenga y desarrolle el gusto por las cosas de Dios, de manera que el sacerdocio marque completamente la propia identidad. Es volver a proponer constantemente la santidad como ideal de vida, evitando con sumo cuidado nuevos dualismos.

Una espiritualidad conectada con la misión

Pero en este punto hay que ser realistas y reconocer que las crisis y la desgana no se resuelven sólo con un retiro donde uno se encuentre con Dios. Un camino pedagógico debería ayudar a unir más la privacidad y la actividad (identificación con la misión, asumirse como hombre de Dios para los demás). Para ello habría que procurar siempre que los espacios de espiritualidad partan de la misión y se ordenen a ella, desarrollando una mística de la acción y de la disponibilidad. Esto no se logra con meros imperativos, sino con permanentes motivaciones, estímulos, reflexión y consejo cercano.

Aportes prácticos

¿Qué puede hacer un decano al respecto? Creo que podría aportar tres cosas:

a) En primer lugar, asegurarse de que en el modo de plantear algunas cuestiones en el decanato se superen estos dualismos.

b) Conversar con los sacerdotes que dirigen o acompañan espiritualmente a los curas del decanato, en orden a proponerles este camino más integrador, y aportarles subsidios útiles al respecto.

c) También podría plantarse esta espiritualidad más integradora a nivel diocesano, en algunos encuentros con los sacerdotes que dirigen o confiesan curas. Quizá formando un equipo de directores espirituales. Así se evitaría reducir la dirección espiritual a un espacio de descarga, de consuelo, o de confesiones rápidas, sin la propuesta y el seguimiento de un camino espiritual.

El seguimiento de la calidad humana y espiritual de las tareas

Aquí estamos ante otra cuestión clave. Tanto desde el fuero interno como de diversas maneras desde la labor decanal, y en diálogo con los equipos de formación inicial y permanente, habría que procurar que en el seminario y en la formación permanente haya un continuo seguimiento de la "calidad" humana y espiritual de la actividad pastoral, y que cada uno se habitúe a realizar esta evaluación periódica; es decir, un seguimiento del modo como son vividas las distintas tareas y la actividad en general. Esto no es secundario, y exige una atención permanente. Es clave para prevenir las crisis ocasionadas por el cansancio, la desilusión o el desencanto pastoral. La santificación en el ejercicio del ministerio, que supone un ministerio con calidad espiritual y humana, no es menos exigente que la vida monástica; y requiere un camino largo y paciente, tan complejo y difícil como aprender a orar.

Así se podrá ayudar a reconocer a tiempo y a revertir las patologías de la actividad que comienzan a presentarse en su tarea pastoral: sus ansiedades, sus obsesiones, su impaciencia; los mecanismos del idealismo, la búsqueda enfermiza de esparcimiento, las fobias sociales, los controles excesivos, etcétera. Al detectarlas, se puede revisar con él las motivaciones reales y profundas de su actividad y así poder modificarlas a tiempo. Posiblemente, en algunos casos, se requiera la ayuda de una buena terapia.

Formación para el celibato

En lo que se refiere al celibato, en el país hay varios equipos que unen muy bien psicología y espiritualidad. Además, a través de los encuentros nacionales de sacerdotes y de los cursos que ofrece el Secretariado de formación permanente, se ofrece un buen aporte en esta línea. Podrían aprovechar estas instancias tanto los curas como los directores espirituales.

Un itinerario gradual

Aquí se inserta también el gran criterio espiritual y pastoral de un itinerario formativo gradual. Porque las constataciones sobre las deficiencias humanas y espirituales de los sacerdotes no resuelven el problema sin un camino pedagógico que encuentre las motivaciones y puntos de partida adecuados, y sin un proceso gradual.

¿Cómo podemos ayudarnos unos a otros los curas en esta línea?

Estimular al bien aportando motivaciones

Con respecto a la necesidad de motivaciones, podemos ayudar al obispo cada vez que se le solicite algo a un cura: un cambio de vida, una nueva tarea, etcétera. ¿De qué manera? Aportándole razones, fundamentos y motivaciones a favor de aquello que se le pide. Hoy, pedir algo sin mostrar de un modo claro y atractivo el bien que se puede alcanzar con eso, es prácticamente inútil. Esto implica ayudarnos mutuamente a alimentar las motivaciones que inclinan a dedicarse con ganas a determinadas tareas, o que simplemente mueven al bien, a la generosidad, a la vida compartida, y al mismo tiempo ayudar a reconocer y despreciar los estímulos que alimentan el individualismo, la queja y el egoísmo. Muchas veces la amistad mal entendida lleva a fomentar las reacciones resentidas y a cultivar el aislamiento o el espíritu de mártir.

Ayudar a determinar los pequeños pasos para el cambio

Pero todo cambio implica también un camino gradual donde se destaca la importancia de los pequeños pasos. No es todo o nada, sino algo y de a poco. La ansiedad actual impide valorar esto y lleva a bajar los brazos. Por eso, ante la necesidad de un cambio es indispensable que cada cura descubra por sí mismo, o que los demás le ayuden a descubrirlos, los pequeños pasos a dar para lograr un objetivo que es posible. Aquí entra la formación permanente como una opción personal, internalizada por cada cura, que debe ser motivada y alentada de diversas formas. Si no, por más que haya ofertas de formación permanente, no van a producir demasiados frutos.

Establecer etapas en la formación permanente

Este criterio, que propone un itinerario "gradual" invita a considerar las dificultades y posibilidades particulares que se hacen presentes en las diversas etapas de la vida sacerdotal. Para ello es conveniente elaborar en cada diócesis algún proyecto de formación permanente que incluya objetivos y consideraciones diversas para el clero más joven, intermedio, de mediana edad, maduro y mayor. Esto no es tarea de los decanos, pero debería ser una preocupación que exista. O que exista un equipo de formación permanente que lo haga y lo siga, o asumir esta función y hacerlo entre los decanos.

El padre que orienta

A pesar del desgaste de la autoridad, que lleva a rechazar todo lo que parezca imposición, hay sin embargo una necesidad de la figura paterna que otorgue seguridad y que indique un rumbo claro. Por eso suele ser valorada una palabra del obispo pidiendo algo serio, importante, evangélico. No una palabra que se desgaste acentuando cosas secundarias y muy discutibles, o que dice una semana una cosa y otra semana algo diferente. Cuando a todo lo que se propone se le da la misma fuerza (que hay que tener monaguillos o que hay que predicar bien, que hay que tener el patio limpio o que hay que optar por los pobres y sufrientes) la exhortación no produce efecto y la palabra episcopal se desgasta. Los curas parecen necesitar que el obispo marque líneas que recuerden dónde está lo esencial, lo que nunca debe ser descuidado: el trabajo en equipo, la formación de laicos, la santidad comunitaria, la cercanía a los pobres, etcétera. Y necesitan que lo haga con fuerza, convicción y mística, pidiéndolo no sólo en general, sino en su diálogo personal con ellos.

También necesitan una palabra de aliento o de gratitud de parte del obispo o de algún delegado, o de un cura mayor, que les recuerde que lo que están haciendo vale la pena. Reciben un bombardeo permanente de mensajes que les dicen, en el nivel de la sensualidad y las emociones, que lo que hacen no es pertinente, y que hay otras cosas mucho más importantes. Las tentaciones de desaliento y la búsqueda de otras gratificaciones hoy están siempre al acecho. Por eso es indispensable una palabra paterna que ayude a valorar sus esfuerzos y su perseverancia. Pero lo mismo vale para la relación de los curas con los laicos, ya que a veces ellos no hacen con los demás lo que le reclaman al obispo para con ellos.

En esta línea de la orientación y del aliento, los decanos podrían acompañar al obispo y desarrollar una función importante, pero no acentuando ellos alguna línea pastoral paralela, sino proponiendo las líneas pastorales de la diócesis.

Para cosas más prácticas y existenciales que no puedo exponer aquí, relacionadas con estos temas, me atrevo a sugerir mis libros: "Actividad, espiritualidad y descanso" y " Teología espiritual encarnada".

 

(Tomado de Vida Pastoral, Buenos Aires)