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La corresponsabilidad eclesial-vocacional en el Nuevo Testamento

Aproximarse al texto del Nuevo Testamento en clave vocacional, especialmente a los textos que describen la vida de la Iglesia, implica una constatación inmediata: el Nuevo Testamento no tiene un gran interés por las vocaciones específicas y por su definición: el centro de su atención está en la calidad de la vida cristiana, en la vocación bautismal (Seminarium 34 [1994]) . Es verdad que se pueden obtener listas de distintos ministerios y se puede deducir el papel que cada uno de ellos tiene dentro de la comunidad, pero el dato destacado es que los diversos carismas están puestos para la edificación del cuerpo eclesial. Desde este punto de vista se pueden deducir algunos puntos claros:

La base fundamental de la Iglesia es carismática. Su animación se hace a partir de los dones que el Espíritu concede a los creyentes para la edificación común. Lo que importa a la hora de discernir los carismas es su funcionalidad práctica de cara al crecimiento de la comunidad. Posteriormente vendrá la organización de la comunidad para hacer que los carismas colaboren ordenadamente al bien común. Pero esta definición de lo personal-carismático en función del bien común supone algo más que una tendencia, una especie de instinto natural, una característica esencial de las vocaciones: son para el bien común y se entienden como pertenencia y corresponsabilidad dentro de la comunidad cristiana. Para la vivencia de la corresponsabilidad es necesario que exista una clara conciencia y aceptación, una interiorización de la dimensión comunitaria de la nueva vocación bautismal.

Efectivamente el acontecimiento vocacional se expresa en los textos en términos de participación del cuerpo místico para la edificación de la comunidad. Este dato neotestamentario tendría que motivar en los creyentes de hoy una pregunta: ¿Hemos interiorizado el sentido comunitario-eclesial de nuestra vocación-misión? ¿No necesitamos poner menos atención a lo específico de nuestra vocación para atender a lo común bautismal? ¿Cómo está la base común y comunitaria de nuestra propia vocación?

La diversidad de vocaciones, de dones y carismas es, pues, para la edificación( oikodomé ) de la Iglesia porque es la misma realidad trinitaria la que rige el cuerpo eclesial. La diversidad se convierte en el signo de la unidad trinitaria y tal unidad define a la Iglesia en continuidad con la misión del Hijo:

Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo.

Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.

Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todo en todos.

A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos.

De esta manera se puede afirmar que no hay una auténtica encarnación de la vocación cristiana que no exista como profundamente orientada al servicio de la comunidad. La vocación no es para la persona del que ha sido llamado, sino para la Iglesia. Así el dinamismo vocacional se expresa en el contexto de las diversas imágenes de la Iglesia, que es cuerpo místico, campo que Dios cultiva, casa que Dios edifica, familia de Dios, etc. Imágenes todas ellas que muestran el sentido social-eclesial de todos los carismas.

El fundamento de esta común edificación es la caridad. El ejercicio de las buenas obras como manifestación del amor cristiano. El bien común es la norma suprema para el uso recto de los carismas. El auténtico carisma ha de contribuir a la unidad, y de ningún modo a la discordia: miremos los unos por los otros para estimularnos en la práctica del amor y de las buenas obras. No abandonemos nuestra asamblea como algunos tienen costumbre, sino animémonos mutuamente.

Se señala también el criterio de la convergencia de la fidelidad vocacional de cada uno. El Apocalipsis, última reflexión neotestamentaria, presenta a la Iglesia como la convocación de los santos, de los elegidos de Dios. Es claro que en el Nuevo Testamento la construcción de la comunidad eclesial es tarea de todos los creyentes, pues es Dios mismo quien edifica a partir de los diversos carismas y ministerios. No se puede delegar o denegar la responsabilidad que cada uno tiene según su vocación y misión específicas:

El que planta y el que riega forman un todo; cada uno, sin embargo, recibirá su recompensa conforme a su trabajo. Nosotros somos colaboradores de Dios: vosotros campo que Dios cultiva, casa que Dios edifica.

El sentido de comunión y corresponsabilidad eclesial impulsa a cada cristiano a interesarse ante todo por el bien común en varios ámbitos:

* Buscando la solidaridad con los hermanos y con su historia, en la colaboración en la misión eclesial y la comunicación de bienes espirituales, de obras apostólicas y ayudas temporales.

* Velando por la unidad de la Iglesia, a partir de verdades que se deben creer, normas que se deben practicar, acciones en conjunto que se deben realizar, el gobierno-autoridad que debe regir.

* La misma fidelidad en el ejercicio del ministerio asumido, que va construyendo el cuerpo como los ligamentos.