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¿QUÉ TIPO DE VIDA CONSAGRADA PARA VOCACIONES "NUEVAS"?

2. ¿Qué tipo de vocaciones para una vida consagrada renovada?

Tras lo dicho, esta segunda parte de nuestra conversación podría parecer superflua o podría tratarse rápidamente, a la luz de este principio: las vocaciones que pueden contribuir hoy a la renovación de la VC deberían poder encamar e interpretar el modelo propuesto. Por tanto, el modelo de la relación debería constituir el criterio fundamental de discernimiento de la   vocación a la VC, y luego de formación (inicial y permanente). Dicho con otras palabras, el joven consagrado ha de saber ser "hombre de relación". Hoy cómo ayer, hoy más que ayer. Entonces el proyecto de renovación podría realmente darse en el tiempo. De lo contrario si las vocaciones no son "nuevas" por la novedad que cada relación conlleva, la VC no se va a renovar nunca, o seguirá siendo en un cierto sentido prisionera de sí misma, o extraviará cada vez más la relación, el rostro, el "tú".

Pero quizá puede ser útil ampliar el discurso e intentar de alguna manera declinar el concepto de relación para llegar a identificar, lo más concretamente posible, los criterios de discernimiento vocacional. Es aquí donde se mide de hecho la posibilidad de renovación; si no se poseen los criterios para discernir todo corre el riesgo de perderse y se perpetúa lo antiguo. Por otro lado, sería ingenuo pensar que los que hoy piden entrar poseen ya los requisitos para favorecer el proceso de renovación, solamente porque hijos de la cultura actual. Este proceso es fruto de conversión, no de fuerza de inercia; supone la fatiga de la mente y del corazón, no es algo que acontece por la fuerza; es algo generado por el Espíritu, no administrado por las leyes sociológicas de cursos y recursos históricos. Y esto para decir que muchos jóvenes que entran hoy en nuestras estructuras no entienden en absoluto ningún discurso de renovación y son más "viejos" que los que los han precedido.

Declinar el discurso de la relación quiere decir dividirlo en sus componentes, de las que solamente indicamos algunas: la verdad, la fraternidad y la libertad. Concretamente, veremos el sentido de la VC como llamada a la verdad, a la fraternidad y a la libertad, y luego procuraremos indicar algunos criterios de discernimiento vocacional para cada uno de estos tres aspectos.

2.1- Relación como verdad

Me sorprende cada vez más la sencillez extrema de la vida, de su significado y al mismo tiempo aquel misterioso juego de relaciones que la envuelve desde el comienzo al final. Y me voy convenciendo de que una auténtica animación vocacional (AV) es permeada de sentido del misterio y de relación con el misterio mismo. Se hace AV en la medida en que se introduce en esta actitud, en la medida en que se muestra al joven la vida como la zarza ardiendo de Moisés, que arde misteriosamente de un fuego que no la consume. Sí, porque solamente esta actitud relacional, de Moisés que adora estando a distancia y sin la pretensión de entenderlo en seguida todo, permite poco a poco adentrarse en la lógica de la vida, en su verdad, escondida con Cristo en Dios (Col 3,3). Y luego descubrir la lógica extrema del misterio existencial y de la opción por la VC.
           
2.1.1    La relación, sentido de la vida

La lógica del misterio y de la verdad de la existencia humana estriba toda en la relación. Y no en sentido genérico y abstracto, sino en una preciosa relación interna entre vida y muerte o en este concepto relacional del ser humano: se vive y se muere por el mismo motivo, porque el bien recibido (=la vida) tiende a convertirse, por su naturaleza misma, en bien entregado (=la muerte), porque el sentido de la vida está vinculado de manera indisoluble al sentido de la muerte, y es justamente en la vocación, en la idea de vocación cristiana y luego en la opción vocacional religiosa que este nexo se convierte en algo explícito, y llega a sus consecuencias extremas y es ratificado por el sujeto como cifra de su propia existencia. Por tanto, la relación aparece en seguida como la verdad de la vida, está en el origen y al final de la existencia, y en lo que la mantiene auténtica y fresca en todos sus pasos, a nivel de contenido (vida y muerte vistas ambas como don) y de dinamismo (el paso de la vida a la muerte).

Tenemos ya una indicación pedagógica de AV: una propuesta vocacional inteligente, que tiene esperanza de llegar a jóvenes inteligentes tendrá que subrayar que cada individuo, es evidentemente libre de hacer la opción vocacional que cree, pero no es libre de pensarse fuera de esta lógica si quiere realmente realizarse a sí mismo y no podrá dar a su historia un éxito distinto del que está indicado por ese mismo nexo lógico, de esa verdad del vivir. Y es justamente sobre esta verdad fundamental, sobre esta gramática elemental de la vida humana que debe fundarse cualquier pastoral vocacional. Lo dice de manera explícita el documento del congreso europeo: "Si hay un don al comienzo de la vida del hombre, que lo constituye en ser, entonces la vida tiene el camino trazado; si es don, será plenamente él mismo sólo si se realiza en la perspectiva del darse; será feliz a condición de respetar esta naturaleza suya. Podrá hacer la opción que quiera, pero siempre en la lógica del don, de otra manera se convertirá en un ser en contraste consigo mismo, una realidad 'monstruosa'; será libre de elegir la orientación específica que quiera, pero no será libre de pensarse fuera de la lógica del don”24

Pero si esta verdad, la verdad de la vida, está a la base de toda opción vocacional, lo está mucho más de una opción radical, como la opción de la consagración religiosa, con la decisión de entrega total a Dios que supone en el individuo una cierta capacidad relacional, que le permite comprender la grandeza del don recibido, para abrirse luego a la opción de entregarse. Consagrarse a Dios es como tomar conciencia de haber recibido antes todo de El: no podría consagrarse bien aquel que antes no hubiese comprobado en su historia la grandeza del amor recibido, no elige auténticamente la vida religiosa aquel que no sabe primero contemplar la belleza de la benevolencia divina, no es creíble la vocación de aquel que se ha propuesto él mismo seguir al Señor como aquel fulano del Evangelio desaconsejado por el mismo Jesús porque su supuesta vocación no nace de una relación. La vocación religiosa es esencialmente respuesta en un diálogo de amor (y nos recuerda que toda vocación es respuesta al amor de aquel que nos ama); no es de fiar el héroe que exhibe su opción como si fuera algo extraordinario, lo es por el contrario aquel que es capaz de adorar el misterio, y delante de la zarza del amor que no se apaga responde con actitud de asombro agradecido y emocionado.

Entre otras cosas, como decíamos antes, es ésta también una manera de suscitar una adhesión vocacional, mejor dicho, es la manera correcta e inteligente de pro-vocar al joven, porque con esta llamada a la verdad de la vida (verdad universal, válida para todos), no se le deja prácticamente salida, y nadie puede substraerse o decir que no le concierne: "Toda la pastoral vocacional está construida sobre esta catequesis fundamental del significado de la vida. Si se admite esta verdad antropológica, entonces se puede hacer cualquier propuesta vocacional.  También, entonces, la vocación al ministerio ordenado o a la consagración religiosa o secular, con toda su carga de misterio y mortificación, llega a ser la plena realización de lo humano y del don que cada hombre tiene y es en lo más profundo de su ser”25.

El animador vocacional (es decir, toda persona consagrada)tiene que apuntar con decisión hacia este tipo de provocación y procurar madurar lentamente en el joven la disposición interior necesaria para captar ese sentido relacional de la vida (y de la muerte) , para dejarse conmover por esa verdad, para promover esa cultura (cultura de la vida y auténtica cultural vocacional) en una época como la nuestra en la que una cultura de muerte o de no relación (es lo mismo) sostiene que toda existencia "nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad" 26 . Y entonces podríamos reconocer en algunos modos de ser, o en algunas disposiciones relacionales interiores y exteriores, la señal buena del llamado a la consagración religiosa.

2.1.2.   La relación, criterio vocacional

Veamos algunas de estas disposiciones relacionales o criterios vocacionales.

a) Gratitud

"La vocación nace del agradecimiento", nace en el terreno fecundo de la gratitud, ya que la vocación es repuesta, no iniciativa del individuo: es ser elegidos, no elegir. Y es justamente a esta actitud interior de gratitud que debería llevar la lectura de la vida pasada. (...) La pastoral vocacional busca formar en esta lógica del reconocimiento-gratitud, mucho más recta y convincente, en el plano humano, y más teológicamente fundamentada que la llamada "lógica del héroe", de quien no ha madurado bastante el conocimiento de haber recibido y se siente a si mismo autor del don y de la elección”27, como si fuera mejor que los demás. Esta lógica, dudosa y sospechosa, corre el riesgo de ser contradictoria y selectiva, o tan débil que casi no tiene arraigo en la sensibilidad juvenil de hoy, ya que descuida o no subraya suficientemente la catequesis vocacional: la vida es un bien que se recibe que tiende naturalmente a ser bien que se entrega.

Es necesario prestar atención porque hoy la gratitud no es una virtud particularmente "cotizada en bolsa", y se ha convertido casi en cuestión de buenas costumbres, de maneras buenas y convencionales. Muchos jóvenes opinan que se les debe todo y todo ha de ser perfecto28. Vivimos tiempos de ingratitud ,justamente porque la virtud relacional es débil y cada vez menos significativa. La gratitud es la primera virtud relacional y la primera actitud vocacional.

b) Gratuidad

Según Van Breemen, "la gratuidad es la ley fundamental del crecimiento humano" y la consecuencia inevitable del dinamismo relacional que ha llevado a la gratitud. Como decir que la relación auténtica está entre estos dos polos, la gratitud (momento receptivo) y la gratuidad (momento oblativo). Allí donde nace la gratitud allí hay también gratuidad, o por lo menos, la gratuidad es auténtica y genuina sólo si está imbuida de gratitud, sólo si es su fruto natural, como un intento discreto y sencillo, de devolver a la vida, a los demás, a Dios lo que se ha recibido. "El descubrimiento de haber recibido en modo inmerecido y con abundancia, debería 'impulsar' sicológicamente al joven a concebir el ofrecimiento de sí en la opción vocacional, como una consecuencia inevitable, como un acto verdaderamente libre, porque está determinado por el amor, pero en cierto sentido también debido, porque frente al amor recibido de Dios él siente no poder hacer otra cosa que darse. Es bello y del todo lógico que sea así; de por sí tampoco es cosa extraordinaria”29 ,es la mínima cosa que se puede hacer para ser y vivir en la verdad.

Atención, pues, a los que no conciben suficientemente la vocación en términos de gratuidad generosa, de don libre y desinteresado de sí, a los que pretenden siempre que lo que de él sale a él tiene que volver y, si es posible, aumentado de los intereses, pero atención también a las vocaciones cuya supuesta gratuidad no nace de la gratitud porque si no tiene raíces agradecidas, la gratuidad no dura; atención a los héroes porque muy a menudo los héroes de hoy son las víctimas de mañana; atención a los que no están bastante reconciliados con su pasado y no son agradecidos a su historia, porque antes o después presentarán la cuenta, y será cara; atención con los que no han aprendido a decir "gracias" porque los que no son agradecidos son salvajes y primitivos de la especie humana, y son injustos y falsos y nos sabrán decir a nadie: "te quiero”.
    
   c) Sencillez y humorismo

Aquel que se dispone a responder a su vocación con gratitud y gratuidad no se camufla, no se enmascara; no presume de sí y tampoco de su vocación, no se toma muy en serio (el "siervo inútil") y se ríe de sí mismo, de la vida y de las cosas que ama y sigue amándolas; no da mucha importancia a lo que se ve y que ocurre, porque su seguridad está en Dios y en su don fiel, y solamente "una identidad fundada en la roca de una relación con Dios puede más fácilmente distanciarse de las cosas, y al mismo tiempo interesarse en la evolución de las figuras humanas suyas y de los demás que se mueven en el escenario de la historia” 30. Los que han aprendido a vivir ante el misterio del rostro saben bien que hay algo importante que no se ve, y entonces tratan de cruzar la mirada del Padre que ve en lo secreto... Aquel que es abierto al misterio puede entender que la vida puede ser ambivalente, que su fe puede ser débil, que su vocación puede esconder también motivaciones ambiguas, que su yo no es solamente aquel que proclama y que quisiera aparecer desde fuera. La vida consagrada logra juntar dos polaridades de por si opuestas: la seriedad del don radical y el humorismo gozoso de la opción por Dios (como confirma una historia muy significativa desde este punto de vida de Francisco "juglar de Dios" a Felipe Neri, santo del humorismo contagioso).

Atención, pues, a los que son demasiado serios, y no saben ver el lado cómico de las cosas, porque envenenan el aire que todos deben respirar; atención a los que exhiben seguridad inoxidable, porque esconden una gran fragilidad, atención a quienes no saben lo que es la humildad, porque probablemente no sabe tampoco qué es la confianza y el abandono, atención a los que se toman demasiado en serio, porque su yo será tan entremetido que querrá todo el espacio y la atención para sí.

2.2.-Relación como fraternidad

Aquí la relación es más evidente todavía. Mientras que no es tan evidente y cristalina la manera de sentir la fraternidad de parte de las nuevas vocaciones. Indudablemente, por un lado, está el encanto misterioso de este valor clásico de la VC, y al mismo tiempo mientras atrae no es en absoluto un valor fácil y sencillo para vivir, y si es verdad que encanta a algunos, es también verdad que infunde temor en otros, ni tampoco es cierto que los que se sienten potencialmente atraídos poseen luego la capacidad y la libertad de vivir ese valor. La juventud de hoy, notoriamente menos sólida desde el punto de vista emotivo por la debilidad de la experiencia relacional familiar, presenta a menudo una actitud ambivalente respecto del fenómeno de la relación en general, actitud que hay que considerar con una cierta atención, sea cuando exalta la relación y la fraternidad sea cuando indica que las teme.

2.2.1.Condición fraterna

En primer lugar la vocación de consagrarse a Dios es por naturaleza vocación a la fraternidad, justamente porque se trata de un don (el carisma) que viene desde arriba, un don que nadie puede tener la presunción de interpretar a solas, y que sólo se puede entender mediante la aportación de todos los que han recibido ese don. Como "nadie se hace cristiano a solas, sino que es la Iglesia que lo hace cristiano, y no para sí mismo, sino 'para' ponerse al servicio de la iglesia y de su misión" 31, lo mismo ocurre en la relación entre individuo consagrado y comunidad religiosa. En la vida religiosa, la fraternidad nace en seguida como exigencia intrínseca del carisma, exigencia más teológica que psicológica, y hay que comprobarla también a ese nivel. Por esto se trata de una verificación importante porque desvela en qué medida el joven ha entendido o está entendiendo la naturaleza del don, su origen y su riqueza y complejidad, como algo que justamente porque viene de Dios y dice un proyecto suyo, está destinado a la edificación de la comunidad, no pertenece al individuo, hay que compartirlo, hay que decirlo en términos sencillos y accesibles a todos, y puede ser comprendido solamente por quienes lo respetan en esta lógica extrovertida-relacional. El carisma, cualquier carisma, crea fraternidad por su propia naturaleza, remite constantemente a la relación, dice una vocación de vivir con los demás, nadie lo podría entender encerrándose en si mismo. Menos aún vivirlo. No es suficiente, pues, verificar una disponibilidad genérica a vivir la relación, lo que es indispensable es constatar la capacidad de vivir la condición fraterna como la condición típica del consagrado, como su manera de ser específica, como la forma y la norma de vida, su característica esencial unida a la posibilidad de comprender del todo el don del Eterno.

2.2.2 - La fraternidad como criterio vocacional

La fraternidad, pues, no es sencilla y exclusivamente un problema de caridad, de aprendizaje del difícil arte de la convivencia con los que son distintos de mí, sino que es dimensión constitutiva del carisma religioso, por los siguientes motivos:

  • porque el carisma religioso, del que nacen y han nacido nuestras familias religiosas, no es dado al individuo, sino al grupo, a un conjunto de personas que se convierten en comunidad justamente por este don hecho a todos y que constituye su nueva y común identidad;

 

  • porque el carisma mismo es dado a todos "según la medida de la gracia", es decir de formas y maneras diversas, y se convierte en hecho comprensible y expresa toda su belleza sólo si y en la medida en que cada uno comparte su parcela de don con los demás;
  • porque el carisma religioso va siempre unido, también desde el punto de vista de su contenido a la fraternidad, mejor dicho cada carisma se concede para la edificación de la comunidad, está a su servicio, y no sólo no es nunca propiedad del individuo, sino que tampoco puede tener como finalidad su perfección privada, sino que hay que ponerlo a disposición de todos, porque aquello que el Espíritu sugiere al individuo creyente o a un grupo de creyentes pueda alcanzar a la Iglesia toda. A cada una de estas dimensiones corresponde una serie de criterios.

 

a) Identidad y pertenencia

Es la capacidad de sentirse parte de un grupo de personas, con las que se comparten la misma raíz, los mismos valores, el idéntico proyecto del Padre, gracias al cual esas personas llegan a ser hermanos y aquel grupo su familia. El sentido de pertenencia nace del sentido de identidad, es componente esencial. En efecto, el hombre ha de pertenecer a alguien y a algo, está hecho para entregar su vida ysu corazón, su llamada y su futuro en las manos (o en el corazón) de otro; será él que elegirá a quién, pero no podrá evitar hacerlo. Y así la pertenencia desarrolla y madura la capacidad de relación.

El sentido de pertenencia, entonces, se manifiesta por disposiciones interiores precisas: quiere decir confianza en el otro y en la vida, hasta el punto de compartir con ellos los bienes materiales y espirituales (32) y optar por depender o aceptar que el grupo y sus normas limiten; significa libertad para convivir con personas que no se han escogido, cariño que no nace de la carne y de la sangre pero que es igualmente rico humanamente; quiere decir, capacidad de enamorarse, como libertad para querer sin límites ni restricciones (simpatías o antipatías) demasiado humanas, decidiendo... envejecer junto con las personas que Dios me ha puesto al lado, abandonándose totalmente33. En este sentido el enamoramiento representa la cumbre de la libertad de abandonarse, o la forma más alta de relacionarse. Un joven incapaz de enamorarse es por definición no idóneo - para la consagracion.

Aquel que pide entrar en un instituto religioso tiene que mostrar esa libertad interior que abre a la fraternidad y a la amístad 34..Debemos, pues, prestar mucha atención a los que son sutilmente sospechosos o a los que tienen dificultad en abandonarse, porque no se fian o están dispuestos a fiarse sólo de los perfectos: "los que se fían de todo el mundo, indican que tienen muy poco discernimiento, pero los que no se fian de nadie indican que lo tienen menos aún" (A. Graf), y a un nivel superior, "aquel que no confía en su prójimo, por lo general tampoco confía en Dios" (C.Chapman), y ciertamente no es un hombre de relación. Ni tampoco tiene empatía y mirada benévola aquel que quiere huir del mundo para no contaminarse con las fealdades y distorsiones del siglo actual y sueña con una VC como espacío "ecológico" y exclusivo.

No solamente la capacidad de vivir en comunidad, sino también un cierto planteamiento de la vida religiosa (los votos, la adhesión a una regla, ciertos límites, etc.) supone justamente esta libertad previa de abandonarse y depender; aquel que no la posee sigue soñando de manera infantil el mito de la autonomía absoluta, sigue en búsqueda como un adolescente de la realización de sí mismo en la afirmación de sí mismo sobre el otro, y sigue siendo víctima del "síndrome de Peter Pan", el adolescente perpetuo que confunde la libertad con la ausencia de vínculos. Mañana será una carga para todos en comunidad, porque no pertenece a nadie.

b)  Alteridad y diversidad

Se pertenece al grupo en el cual se reconoce la propia identidad sin por esto tener que nivelar el proprio cerebro y sin renunciar a la propia originalidad. No es un equilibrio sencillo y al alcance de la mano, por lo general pasa por un cierto aprendizaje, pero luego lleva a la libertad para aceptar también la diversidad de los demás, de consentirles ser ellos mismos, de no considerar un conflicto la diversidad, de descubrir y acoger la riqueza de la relación con aquel que es "distinto" de mí. Hoy existe también en nuestras comunidades juveniles una especie de "homosexualidad latente", como un intento de homologar al otro, de nivelar las diversidades, de igualarlo a la fuerza a mí, que es el contrario exacto de la fraternidad humana y evangélica. En el extremo opuesto el narcisismo, como intento de ponerse en el centro, refiriendo todo a mi mismo, pero sin dejarme tocar y modificar y enriquecer mínimamente por el otro y por su originalidad. En ambos casos, ni el latente homosexual, ni el narcisista son capaces de vivir una relación auténtica. En efecto, no son capaces de diálogo y de empatía, ni en comunidad ni en el apostolado. Y hoy aquel que es incapaz de diálogo empático ciertamente no puede pensar en consagrarse (35).  Cuidado, pues, con los que sueñan con "la comunidad de la observancia" en la que todos tienen que cantar en coro y todo acaba por ser llano y homogéneo, en la que el proyecto de estar juntos esconde intereses y pretensiones de gratificación emocional y quizá también el temor a la soledad o a una relación demasiado íntima con una persona "diversa"; atención a los que tienen una idea inmaculada de la vida religiosa y comunitaria y temen la diversidad del límite, del pecado, de la debilidad propia y de los otros. Pero atención también a quien ve en la diversidad solamente un instrumento para sí y el lugar de su personal autorrealización psicológica o espiritual; aquel que no considera al otro como mediación indispensable de su relación con Dios, corre el riesgo poco a poco de construirse a "su" proprio Dios, convirtiéndose en un pequeño dios que no necesita de nadie y que perpetuará la serie del consagrado individualista, a menudo un poco oso también, que ha perjudicado mucho la VC y su imagen...

c) Responsabilidad y necesidad

Como sabemos existen los consumidores de comunidad y los constructores de comunidad: los primeros se disponen sencillamente a explotar la fraternidad y se quejan de lo que en ella no funciona, los segundos dan su aportación para corregirla y promoverla, pero saben bien que la fraternidad es como ellos la edificarán

Sentido de responsabilidad no quiere decir solamente hacerse cargo de los demás, sino sentir la necesidad de su presencia, apreciar la personalidad de los que están a nuestro lado, sentir al hermano como lugar en el que Dios me espera y a través del cual Dios me habla. Es peligroso aquel que "consume" la comunidad y no se siente responsable de nadie, pero también lo es aquel que no necesita de nadie o cree no necesitar de nadie, y se basta a sí mismo, y no sabe y no recuerda ni siquiera cuántas veces él mismo ha sido llevado sobre los hombros por otros y por la vida. La responsabilidad hacia los demás nace, en el fondo, de la conciencia agradecida de haber sido generados y por la certeza correspondiente de ser capaces de generar.

Vocación religiosa, más en particular, quiere decir entregarse al Instituto, pero quiere decir acoger sobre sí, sobre uno mismo el peso y la responsabilidad de la comunidad religiosa. Aquel que tiene el complejo de Atlas (y piensa que tiene que llevar todo el peso del mundo sobre sus espaldas) o quien, por el contrario, prefiere jugar a echar todo encima del otro, son ambos sujetos muy dudosos a nivel vocacional. Una vez más, son personas que no viven bien la relación, más bien la temen. Si de ello dependiera, en perspectiva apostólica, la VC debería volver a exhumar el modelo de la "ciudad colocada sobre el monte" (cf. Mt 5, 4), como  comunidad de elegidos y santos, compacta y sólida, no muy preocupada de la misión porque considera que su vida es autotransparente y su testimonio es convincente.

2.3. Relación como libertad

Otra dimensión esencial de la vida religiosa, visible en toda una rica tradición que nos ha sido entregada y capaz aún de suscitar atracción, es la libertad del espíritu consagrado. Una libertad muy particular, quizá no visible a simple vista, quizá porque no siempre es testimoniada; un régimen de vida marcado por una regla, por superiores a los que hay que obedecer, por una posibilidad limitada de autoafirmación, y sin embargo libertad que en el curso de la historia ha dado frutos inéditos y sorprendentes, como prueba de aquello que la voluntad de Dios puede hacer cuando encuentra a una criatura libre, libre de fiarse de él.

Al mismo tiempo el de la libertad es otro tema e ideal, como el de la fraternidad, capaz de apasionar a todo ser humano, por el cual cualquier joven estaría dispuesto a batallar, excepto echarse atrás cuando se trata de gestionar esa libertad, de encontrarse a solas para decidir, de conjugar verdad con libertad, ser libres de amar y superar los miedos y las convenciones. Digamos que la libertad de uno se convierte en problema, por lo menos en la sociedad actual, cuando entra en contacto con la libertad del otro, es decir cuando entra en juego la relación. Pero no debería de ser así. La fórmula según la cual la libertad de uno acaba allí donde empieza la de los demás, de cara al liberalismo, expresa una lógica todavía puramente defensiva, que no puede entenderse como regla última en las relaciones sociales. Porque se detiene en una perspectiva según la cual la expansión de una persona es inversamente proporcional a la de las demás: "en realidad se crece solamente con los demás y gracias a ellos. Por consiguiente, habría que decir, que la libertad de cada uno empieza allí donde empieza la de los demás y acaba cuando ésta es disminuida o negada. O somos libres juntos, o no lo somos nadie. Y esto significa, para el individuo, hacerse cargo del destino de los otros seres humanos, sobre todo de los más débiles"37

La relación, pues, es el lugar en el que nace y se expresa la libertad del individuo, justamente porque no se le puede separar de la del prójimo. Es muy necesario, pues, en la actual coyuntura o en esta "encrucijada" de la historia de la vida religiosa que las nuevas vocaciones entiendan bien el sentido de la libertad, que aprendan a generar libertad en las relaciones, que sepan ser libres y creativas, que no se contenten con repetir aquello que se ha dicho y se ha visto, que no teman correr riesgos, que tengan el valor de ir por caminos nuevos...
Quizá sea oportuno aclarar los términos.

2.3.1-Verdad, libertad y libertad afectiva

Existe ante todo una gran libertad que brota espontáneamente de la que hemos llamado antes la verdad de la vida, como verdad fundamentalmente relacional (la vida es un bien que se recibe que tiende, por su naturaleza, a convertirse en bien que se entrega); aquel que descubre la lógica inquebrantable de esta definición, aquel que capta lo inevitable del nexo entre bien recibido y bien dado, accede a una libertad a nivel humano y creyente que constituye la base fundamental, el elemento arquitectónico de una opción vocacional auténtica por la vida consagrada. Es la que llamamos, a nivel psicológico, libertad afectiva, que consiste en dos certezas: la certeza de haber sido amado desde siempre y por siempre (=el bien recibido), y la certeza de poder y deber amar por siempre (=bien entregado). Y puede notarse si el concepto de libertad es relacional, más aun lo es la libertad afectiva.

Se hace cada vez más indispensable, y es un criterio vocacional preciso, ayudar al individuo para que capte esta verdad no en teoría, a partir de análisis abstractos, sino en lo concreto de su historia y de sus relaciones interpersonales vividas, para que verifique, constate la realidad histórica del bien recibido en la propia vida, bien recibido de Dios y no solamente de Dios: la historia personal es "la casa del misterio" 38, "la señal de que Dios me ama"39, y ayudar a leerla es una verdadera escuela de fe y de animación vocacional. Porque justamente a partir de esta lectura, sobre todo si acompañada e iluminada, se desprende la otra certeza fundamental, la de ser llamados a amar, la de ser capacitado para querer por siempre, de manera total y definitiva, hasta poner esta elección en el centro de la propia vocación.

Pero libertad afectiva no quiere decir solamente esto, es libre en el corazón aquel que sabe descubrir la belleza y la verdad de un ideal de vida, reconociendo en esto su verdad, belleza y bondad personales. Y aquí está encerrado, en esta formulación algo enrevesada, todo el misterio de la vocación religiosa y el dinamismo de la elección como capacidad de relación y de relación con la belleza, por tanto no sólo o no en primer lugar como llamada a la perfección, quizá entendida en modo... perfeccionista, o al deber de la santidad, austera y pesada, sino como libertad de ser atraídos por algo bello y que fáscina, para que la persona sea capaz de decir unos "nones" muy difícil de decir a cosas bellas y atractivas, a cariños humanos benditos y consoladores, a perspectivas terrenales por las que el hombre se siente hecho. El criterio estético es criterio muy importante en el discernimiento vocacional, y es un criterio relacional, porque dice la libertad del corazón, la libertad que nace de la verdad, de la verdad de la vida, que hace el corazón capaz de emocionarse por lo bello y sacude la voluntad porque lo elija y lo haga suyo.

2.3.2- Las señales de la persona libre

Es bello pensar en la vocación religiosa como a una gran señal de libertad en un mundo (juvenil también) que tiene el culto de la libertad, pero que luego corre el riesgo de perder continuamente el sentido de la libertad. Considero, pues, que los símbolos esenciales de la vida consagrada como tal sean y tengan que ser propuestos (en la animación vocacional), testimoniados (por la comunidad religiosa) y reconocidos (en el discernimiento vocacional) como símbolos de libertad.

a). Los votos como elección de libertad

El joven que pide entrar no puede, como es obvio tener la experiencia y la profundidad de juicio del religioso maduro, pero puede y ha de tener una perspectiva que lo oriente de manera precisa en la elección y motivaciones de la elección misma. Por tanto es comprensible que un joven, hijo de nuestra sociedad no tan pobre, y menos aún casta y para nada obediente, perciba los votos como algo que le infunde temor, miedo a no poder, sensación de algo pesado. Pero tendría que intuir también los espacios de autorealización que se le abren por delante, a nivel de vida relacional-afectiva, de la relación con los bienes, de la posibilidad de adherir a proyectos mucho mayores que sus propios intereses.

"Los votos religiosos son un camino extraordinario para personalizar las relaciones, el espacio y el tiempo. (...) Personalizar las cosas, los objetos, los espacios, el tiempo significa poner la creación de nuevo por el camino del amor (...) el voto de castidad, de obediencia y de pobreza son caminos que llevan a la verdad del amor... La pobreza, por ejemplo, es ciertamente más fácil vivirla como no tener, como renuncia, pero quizá hoy es más significativo tener una realción con las cosas y con los objetos de manera que estén al servicio el amor. Quizá hoy es más importante para el mundo redescubrir que la creación pertenece a Dios y que se le ofrece a través de gestos de amor entre los hombres" 40. Por esto el joven que entra en esta óptica no se dispone a vivir los votos partiendo de una actitud de rechazo del mundo o de sutil desprecio de la creación, sino que, por lo contrario, como aquello que liberando los sentidos de la bramosía de la conquista y de la posesión de las cosas, del cariño de los demás, de la propia vida, los hace cada vez más espirituales, es decir capaces de gustar la belleza profunda de las cosas, de captar en ellas la presencia del Creador. "Los ojos miran el mundo, las manos tocan el don de la creación, el paladar gusta sus sabores, mientras que el corazón glorifica al Creador y agradece al Dador amante de los hombres. El religioso vive en medio de este mundo come en una liturgia grande y universal, y en esto consiste la belleza (...) él ve las cosas y escucha su relato, el cantar de la creación. La belleza espiritual consiste en vivir en medio de un mundo que habla de Dios, que le recuerda a El, aunque a través del dolor, del drama, de la muerte como ha hecho la pascua del Señor"41.

Ciertamente, no podrá pretenderse que un joven que pide entrar tenga este tipo de madurez espiritual, pero una cierta predisposición para percibir-gustar la belleza y moverse en la libertad del Espíritu, ésto sí, por lo menos si se quiere elevar el tono de nuestra vida y de nuestro testimonio. Por un lado "una vida religiosa que no logra crear esta liturgia y esa belleza corre siempre el riesgo de desviar"42; por el otro el sheol no ha atraído nunca a nadie, y aquel que se sintiera atraído no y aquel que se sintiera atraído no mostraría ciertamente salud psíquica y espiritual. Por tanto aquel que lee e interpreta la consagración solamente con el registro de la renuncia que oprime no indica una auténtica disposición ni hace atractivo el don de Dios. Atención a los observantes tristes, que parecen impermeables al gozo y acaban por entristecer nuestros ambientes y inutilizar cualquier animación vocacional.

b) La misión como valor para correr riesgos

Otro elemento muy útil de discernimiento es la consideración de la relación entre el yo actual (=aquel que el individuo es y reconoce que sabe hacer) y el yo ideal (=aquel que él mismo quisiera ser pero no puede ser aún): la vocación genuina a la vida consagrada es una decisión que se basa en una cierta desproporción entre dos elementos estructurales del yo, es decir, elige bien no aquel que mide el ideal según sus capacidades actuales, evitando la opción de algo que se pone más allá de las posibilidades, sino aquel que, por el contrario, indica una cierta dosis de atrevimiento a la hora de soñar el futuro, llegando al punto de elegir algo que no está tan seguro de saber hacer, algo que es grande y más alto, divino y no solamente humano, que no hubiese elegido si no hubiera sido elegido por el Eterno, imposible para sus fuerzas. Es decir que la persona llamada a la consagración no va donde el psicólogo para que le haga tests sobre sus actitudes, no pide todas las garantías, no tiene todas las seguridades.. Hay algo de locura sana en esta opción. En lá cultura de la prevención y de la competencia de hoy (hay que calcular, predisponer, anticipar todo... y cada cual debe estar en su lugar con la competencia que se le pide) esta locura es cada vez más rara, reemplazada por una "sabiduría" excesiva, o por la demencia de aquel que piensa solamente en sí mismo y en sus economías. Y es la garantía no sólo de vocación sana, sino también de la renovación de nuestros institutos religiosos...

c)-El seguimiento como fantasía del amor

En nuestra sociedad tecnológica cualquier opción parece proceder, como decíamos hace un momento, del cálculo frío y de la previsión de una cuenta justa, de un interés que se alcanza. La opción de consagrarse a Dios es inútil, no persigue fines utilitarios, es vida malgastada, sexualidad que no produce, renuncía en el vacío. En la actual desertización paulatina del sentimiento y de lo que es más hondamente humano la opción por la vida religiosa se plantea realmente como algo de alternancia y contrapunto. Se convierte en recuperación de humanidad y de aquella libertad radical de las palabras de San Agustín: "ama y haz lo que quiera", o en términos más modernos: dejarse llevar allí donde el corazón te conduce. Hay, es cierto, toda una conversión que subyace a esta libertad que no es espontaneidad emotiva e instinto salvaje, sino que en todo caso es indispensable que el joven muestre esta libertad de moverse porque empujado interiormente por el encanto de algo o de alguien que se va poniendo cada vez más en el centro de su vida. Quizá no sabrá reconocer enseguida aquel sentimiento o captar su sentido o explicar las razones, pero aquello es amor, es don del Espíritu. Ya que el Espíritu es la fantasía bohemia y sosegada de Dios, y por consiguiente también el amor que de El viene o que El ha depositado en el corazón del joven se convierte en fantasía, valor para seguir a Cristo por caminos imprevistos, adhesión a una regla que fija los términos del viaje y uniforma el paso a los de los demás compañeros de aventura, pero al mismo tiempo exuberancia de un corazón que está aprendiendo a latir en sintonía con el Eterno. La vida consagrada necesita hoy de estas vocaciones y de esta fantasía del amor.

 

24 NVNE, 36b)

25 NVNE, 36b)

26 J.P.Sartre, cit. en "Avvenire", 5-II-'99.

27 NVNE, 36c.

28 Cf. A.Cencini, II mondo di desideri. Orientamenti per la guida spirituale, Milano 1998, p.27-29.

29 NVNE, 36 C).

30 F.Imoda, Sviluppo umano. Psicologia e mistero, casale M.1993, p.23

31 G.Canobbio, Congiuntura ecclesiale e vocazioni, en "La Rivista del clero italiano", 4(1999),251.

32 T.Merton decía del compartir: "La persona contemplativa... es sencillamente aquella que ha puesto a riesgo su propia mente en el desierto más allá de las ideas, allí donde se encuentra a Dios en la desnudez de la confianza total. La persona contemplativa no tiene nada que decirte, excepto asegurarte y afirmar que si te atreves a adentrarte en tu corazón y si corres el riesgo de compartir aquella soledad con el otro, tan solo como tú, aquel que busca a Dios a través de ti y contigo, entonces encontrarás realmente la luz y la capacidad de entender aquello que está detrás de las palabras y de las explicaciones, porque está demasiado cerca para ser explicado" (carta al padre abad del monasterio de Frattocchie, en respuesta a una petición de Pablo VI para un mensaje a los contemplativos del mundo, 21-VIII-1967).

33 Sobre la relación entre identidad y pertenencia me permito remitir a mi volumen I Sentimenti del Figlio. II cammino formativo nella vita consacrata, Bologna 1998, p.145-148.


34. Al respecto, es significativa la declaración de M.Alessandra Macajone, abadesa del monasterio (de clausura) de las agustinianas de Lecceto (Siena> que explicaba la floración vocacional del monasterio con el testimonio de un estilo de vida radicado en la relación intensa y cordial, en el compartir bienes y afectos, anadiendo al final: "hacemos un voto de amistad" (entrevistada por Avvenire, 3-11-1999, p.18).

35 Ciertamente no puede aplicarse a estas personas lo que decia M.Delbrel: "Alegrémonos si tenemos a menudo lágrimas en los ojos al cruzarnos por la calle con tantos dolores. Por ellos sabemos lo que es la ternura de Dios".

36 Cf Vida fraterna, 24.

37 G.Savagnone, en "Avvenire", 17-II-1999,p.1O

38 Cf.A.Cencini, La storia personale, casa del mistero. Indicazioni per il discernimento vocazionale, Paoline. 1997

39 Así T.Merton en su propuesta de "mensaje a los contemplativos en el mundo", pedido por Pablo VI.

40 Rupnik, Dall'esperienza, 44-45.

41 Ibídem, 46.

42 Ibídem, 

 

 

 

 

 

 

 

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