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PROPUESTAS PARA QUE LA V CONFERENCIA DEL CELAM
MARQUE EL INICIO DE UNA NUEVA ETAPA EVANGELIZADORA

II


Víctor Manuel Fernández

Doctor en Teología
Vicedecano de la Facultad de Teología
de la Universidad Católica Argentina


2. “PARA QUE NUESTROS PUEBLOS”
Un segundo grupo de desafíos puede considerarse a partir de la segunda parte del tema. Nos
ubicamos así en la perspectiva de los destinatarios de la labor misionera.
a) Hacia la integración latinoamericana
El destinatario también es comunitario, porque son los pueblos. La V Conferencia nos
invita a ampliar la mirada y a abrir el corazón para hacer crecer nuestro sentido de
pertenencia a América Latina. En esta línea, el plural “pueblos” nos presenta el desafío de
construir, desde la fe común, una mayor integración latinoamericana, teniendo en cuenta
que hoy los países aislados están imposibilitados de lograr las regulaciones adecuadas para
que todos puedan acceder a los beneficios de la globalización. La Iglesia, maestra de
intercambios, puede prestar un gran servicio en esta línea, favoreciendo la integración
cultural entre nuestros pueblos y contrarrestando un “culto de lo global como unidad en la
identidad, que propicia un universalismo reductor, integra por exclusión, absorción o
violencia, y nivela confundiendo unidad con uniformidad”4.
b) Evangelizar la cultura latinoamericana en diálogo
Por otra parte, se recoge aquí la conciencia de que la evangelización de individuos aislados
no garantiza la continuidad y el arraigo de la fe cristiana. El desafío está en evangelizar de
tal manera que la acción de los agentes pastorales provoque esa impregnación cristiana de
la cultura, que influye directamente en las personas, así como la primera evangelización
hizo nacer una cultura católica que se transmitió eficazmente por siglos. La pregunta es:
¿Cómo podemos hoy misionar de tal manera que el Evangelio pueda impregnar la cultura
donde crecen nuestros niños y jóvenes? O ¿cómo evangelizar de manera que la
espiritualidad evangélica brote y crezca desde el corazón mismo de esa cultura?.
La necesidad de que el Evangelio penetre las culturas, y no sólo los individuos aislados, se
hace evidente cuando tenemos en cuenta que toda la realidad “está llamada a entrar en
comunión con Dios y a participar de su vida”5. No habría razones para exceptuar de ello a

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4 C. GALLI, “El intercambio entre la Iglesia y los pueblos en el Mercosur”, en VARIOS, Argentina:
Alternativas frente a la globalización, Buenos Aires 1999, 176
5 J. DORÉ, “Christianisme et culture”, en Nouvelle Revue Théologique 124/3 (2002), 366.

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las culturas6. Si, contra toda forma de docetismo, afirmamos que la Encarnación concierne
a toda la realidad humana, entonces podemos decir que la Encarnación del Verbo se realizó
“para que toda cultura pudiera beneficiarse de la revelación de verdad y de vida hecha
presente y cumplida en Jesús”7.
Sabemos que la transmisión de la fe cristiana en un lugar tiene escasas posibilidades de
éxito, permanencia y desarrollo si llega sólo a algunos individuos y no a la cultura, ya que
“una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no
fielmente vivida”8. Esto es así en definitiva porque “es propio de la persona humana el no
llegar a un nivel verdadero y plenamente humano si no es mediante la cultura” (GS 53),
puesto que “lo más típico de un sujeto humano es que sea un sujeto de cultura”9 y “toda la
actividad humana tiene lugar dentro de una cultura” (CA 51).
Porque la auténtica evangelización de la cultura “transforma y enriquece los subterráneos
de las formas de pensar y decidir”10, siempre que en las formas de “decidir” se incluya todo
el dinamismo del querer, tanto la voluntad como los afectos sensibles, todo lo que hace a
las inclinaciones internas y a las tendencias espontáneas que se expresan en un determinado
imaginario cultural.11
c) La Iglesia en América latina como sujeto adulto
Los pueblos latinoamericanos, evangelizados e incorporados en la Iglesia, somos
depositarios de una enorme riqueza que brota de la compenetración entre el Evangelio y la
historia y las culturas de nuestros países. Para que esa variada riqueza pueda ser plenamente
explotada, es necesario que seamos considerados como un sujeto adulto, capaz de
configurar con libertad su propio rostro, su propio proyecto y su propio destino. Sin
pretender un aislamiento cerrado y autosuficiente, no podremos terminar de ser nosotros
mismos, ofreciendo nuestro aporte a la Iglesia universal, si las Conferencias episcopales y
otras expresiones institucionales nacionales y regionales no tienen un espacio de mayor de
autonomía y creatividad. Pero no se trata sólo de esperarlo de la Curia romana, sino, como
adultos, de proponer respetuosa, generosa e insistentemente caminos audaces que resulten
de una reflexión en diálogo.
· Aspectos positivos de la nueva cultura globalizada.

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6 J. MARITAIN responde a la eventual excusa proveniente de los elementos aberrantes que pueden advertirse
en algunas culturas, diciendo que “todas las culturas y civilizaciones de la tierra, por más formas aberrantes
que puedan comportar, no se sostienen sino por el bien que encierran, y están preñadas de verdades humanas
y divinas… La providencia ordinaria de Dios vela sobre todos los pueblos. Por esto es que la gracia puede
mantenerlos a todos en su tipo particular, enderezando y elevando cada una de las culturas”: en Religión y
cultura, Buenos Aires, 1940, 36.
7 J. DORÉ (cit), 366; cf C. GEFFRÉ, “La Parole de Dieu face aux religions et aux cultures”, en Th. P.
OSBORNE – R. F. POSWICK, Bible et culture, Paris, 2001, 17-43.
8 JUAN PABLO II, Carta de constitución del Pontificio Consejo para la Cultura, 20/05/1982.
9 L. GERA, “Aspectos eclesiológicos”, en CELAM, La liberación: diálogos en el CELAM, Santafé de Bogotá
,1974, 389
10 A. TORNOS CUBILLO, Inculturación. Teología y método, Madrid 2001, 306.
11 Lo que P. RICOEUR llama el “núcleo ético-mítico” de las culturas: en Histoire et vérité, Paris, 1964, 286-
300.

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Por ser dinámico, este proceso no rechaza el progreso en sus aspectos positivos y nada tiene
que ver con las pretensiones de volver al modo de vivir la fe propio de otras épocas:
“Porque la modernidad influye de modo irreversible en las sociedades de hoy, también en
América Latina, no hay mucho futuro para los que propugnan una restauración, una
vuelta a la Edad Media, o al barroco, o a una nueva cristiandad”.12
Sabemos que cuando los agentes pastorales reniegan de la cultura donde viven y rechazan
que ese rostro cultural se integre en la Iglesia, se produce una nueva ruptura entre la Iglesia
y el mundo. Esto vale también para la nueva cultura de la globalización, porque “hay que
atender hacia dónde se dirige el movimiento general de la cultura más que a sus enclaves
detenidos en el pasado; a las expresiones actualmente vigentes más que a las meramente
folklóricas” (DP 398). Por eso –insistía Pablo VI– la Iglesia, “sumergida en la sociedad
humana”, que “la precede, la condiciona y la alimenta”, y debido a esta ineludible
necesidad de estar encarnada, “no será nunca antisocial, antiestatal, anticultural, e incluso
diría, antimoderna. La Iglesia no será nunca extranjera allí donde echa sus raíces”13 .
Decimos siempre que es necesario encontrar puntos de partida reconociendo lo que el
Espíritu está sembrando en los destinatarios en medio de todas sus miserias. No dejan de
ser “signos de los tiempos”, o, como les llamaba Juan Pablo II “signos de esperanza” (TMA
46) que es necesario “estimar y profundizar” (íbid). Por eso, ante todo consideremos
brevemente lo que pueda haber de rescatable en algunas de las nuevas tendencias que se
hacen presentes en esta cultura globalizada, algunas nuevas formas de desarrollo moral y
espiritual que brinda el momento en que vivimos.
1) Un valor de esta época es una mayor y más generalizada conciencia de los
derechos humanos y de la propia dignidad, lo cual no es decir poca cosa. Durante siglos
muchas personas (empleadas domésticas, peones rurales, etc.) han soportado y tolerado
situaciones indignas y han vivido como esclavos acatando los caprichos de sus patrones y
sometiéndose servilmente a sus criterios. Algunos imponían todo y podían hacer lo que
quisieran sólo por el hecho de tener poder económico, político o militar. Es bueno que hoy
no sea tan fácil mantener ese autoritarismo sin límites. Es verdad que el rechazo de la
prepotencia y de la injusticia de los poderosos, y la desconfianza ante las autoridades, suele
degenerar en formas de individualismo, relativismo y prescindencia de las instituciones.
Pero también es cierto que el ideal no es una suerte de restauración de lo anterior, sino una
nueva síntesis que rescate el valor de la individuación librándolo de su degeneración en
individualismo. Los obispos brasileros han procurado hacer esta adecuada distinción, que
lleva a pensar en las necesidades de las personas y no sólo de la institución: “Hay una
situación cultural de individualismo, que tiene aspectos positivos, en cuanto promueve la
individualidad, que no debe confundirse con el egoísmo”14.

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12 V. CODINA, Creo en el Espíritu Santo, Santander, 1994, 135; cf P. MORANDÉ, Cultura y modernización
en América Latina, Santiago de Chile, 1984.
13 PABLO VI, Audiencia general del 19/07/1967.
14 CNBB, Directrices Gerais da Açao Evangelizadora da Igreja no Brasil 2003-2006, São Paulo 2003, n. 66.
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2) Por consiguiente, hoy nadie puede imponer ideas; tiene que ser coherente y
mostrar la razonabilidad, la conveniencia o la hermosura de sus propuestas.
3) Los impresionantes avances técnicos y el progreso en las comunicaciones han
hecho que la gente esté mucho más informada, por lo cual no siempre se la engaña tan
fácilmente.
4) Al mismo tiempo se valora mucho la igualdad y se rechaza la pretensión de
mantener privilegios y pretensiones de nobleza o de clase. Se percibe mayor tolerancia con
el diferente y menos expresiones de discriminación, que generalmente es mal vista.
5) También hay mayor espacio para poder manifestarse como uno es. La convivencia
social es más sincera, porque las personas en general se han vuelto más espontáneas. Hay
menos estructuras rígidas y mayor confianza entre la gente para expresar no sólo ideas y
preguntas, sino también sentimientos. Al mismo tiempo, la gente tiene muchas más
posibilidades de comunicarse gracias a los avances tecnológicos.
6) La solidaridad, aunque no siempre se la ejercite, es vista como un gran valor. La
Madre Teresa de Calcuta se ha convertido en un símbolo valorado por su cuidado de los
pobres. Por eso, los políticos de todos los sectores, sin excepción, descubren la necesidad
de hablar de la situación de los pobres en sus discursos, porque temen ser identificados
como defensores de los derechos de los ricos. Además, surgen permanentemente nuevas
organizaciones o asociaciones para defender algún derecho relegado o para promover y
rescatar algún valor injustamente descuidado. Esto, más allá de los problemas que pueda
ocasionar, es innegablemente un importante progreso humano.
7) Se ha generalizado más en la población el aprecio por la paz, reconociendo
también que hay diversas formas de violencia (tanto la de los terroristas fundamentalistas
como la de los que pretenden dominar el mundo detrás de una máscara de democracia).
Fenómenos como la violencia familiar, el abuso de menores, el maltrato de la mujer, que
siempre han existido, hoy salen mucho más a la luz y son públicamente denunciados y
reprobados. Hay que decir con claridad que éste es un avance indiscutible si se quiere
sostener con coherencia la dignidad sagrada e inviolable de todo ser humano.
8) Lo que a veces llamamos frivolidad puede ser en el fondo ganas de vivir, deseos de
disfrutar y experimentar lo que este mundo ofrece, gratitud por la existencia, y un poco de
ilusión que ayuda a seguir adelante y a no caer en las garras de la tristeza y el desánimo. Es
verdad que suele degenerar en un consumismo insatisfecho, pero bien orientada, esta
tendencia puede ser un valor. No podemos olvidar que los valores no se dan de forma pura,
sino encarnados en un contexto, una circunstancia, un temperamento, una historia personal
y una serie de inclinaciones que no siempre dejan manifestar su belleza y que dan lugar a la
sospecha, pero eso no significa que esos valores no estén allí, como una semilla positiva.
9) Junto con el avance de las drogas y adicciones, cabe reconocer que hay un mayor
respeto hacia la propia vida, un mejor cuidado de la salud y un trato más delicado consigo
mismo. Así se ha debilitado un cierto desprecio hacia el propio cuerpo y un descuido de la
salud que caracterizaban sobre todo a gente del campo o de menores condiciones
económicas. Mucha gente hoy selecciona mejor lo que come, trata de hacer gimnasia o de
caminar, etc.
10) El arte se reconoce mucho más. Se valora más la tarea de los artesanos, pintores y
poetas, que antes eran vistos como seres ociosos, afeminados o extraños. Hay mayor
sensibilidad ante las distintas formas de belleza.
11) Hay más deseos de desarrollar los propios talentos, más preocupación por trabajar
en lo que a uno le gusta y donde uno puede aportar algo original. También, en el mundo en
que vivimos, aunque muchas veces es cruel, hay mayores exigencias para buscar la
excelencia y mantenerse al día, lo cual no deja de ser un estímulo para el desarrollo
personal.
12) Al mismo tiempo, hay un mayor reconocimiento de los límites del ser humano y
de lo relativo de las propias ideas y elecciones. Se toma conciencia de que la realidad nos
supera por todas partes, se reconoce la propia fragilidad y –en la población en general– hay
mucha menos ilusión de omnipotencia.
13) Crece la conciencia de que el mundo es un lugar que hay que cuidar con
responsabilidad. Parecía que todos estaban encerrados con sus computadoras, pero en
realidad la gente sale a buscar contacto con la naturaleza y gusta de los programas de TV
dedicados a los animales, a la geografía, o a los impresionantes descubrimientos científicos
que nos llevan a conocer mejor el cosmos y a nosotros mismos.
14) Hay menos prejuicios racionalistas y más apertura hacia lo religioso, una mayor
búsqueda de experiencias espirituales o una particular nostalgia de la oración. Aunque esto
implique notas de individualismo y desprecio hacia las instituciones, ya que la religión es
más vivida como una búsqueda personal.
15) La globalización ha permitido que ningún lugar del mundo nos resulte extraño o
lejano, que tengamos mayor conciencia de la humanidad entera, con su amplia diversidad.
16) Sin embargo, esto no ha provocado la temida disolución de las riquezas locales.
Al contrario, quizás por la posibilidad de una mayor comparación, se está desarrollando una
nueva valoración de las culturas locales y de las tradiciones populares, que poco tiempo
atrás eran vistas por muchos como algo antiguo, atrasado o caduco. Cito extensamente un
texto que lo expresa muy bien:
“Hace décadas se difundió en la humanidad un progresismo que programaba enterrar el
pasado apostando a la aparición revolucionaria de lo nuevo como solución integral de
males humanos. Pero ocurre que hoy el pasado del mundo vuelve en casi todas sus formas,
fecunda el presente con su variedad y presenta un paisaje prodigioso: la simultaneidad de
lo diverso. Se abren archivos clausurados, ceden prohibiciones bochornosas; minorías
regionales despiertan dentro de un contexto nacional dominante; por todas partes brotan
ruinas que hacen del pasado prehistórico nuestro contemporáneo. Toman la palabra textos
que durante siglos estuvieron mudos, e ideas que antaño brillaron como estrellas. El
mismo arte de curar entremezcla terapias modernas y arcaicas nacidas, éstas, de culturas
remotas. ¿Cómo hablar de ‘choque de civilizaciones’?. Más bien habría que hablar de
‘integración de civilizaciones’, de simultaneidad de lo diverso, de lo propio y de lo ajeno.
Pasa algo en el extremo del mundo y tomamos partido como si ocurriera a nuestro lado.
Se tiende a entrecruzar los géneros: la lógica silvestre de los mitos primitivos se confunde
con la razón discursiva; el mundo clásico enlaza con la modernidad; la lección del filósofo
occidental, tan autosuficiente, busca nutrirse de la sabiduría de Oriente tanto como de un
relato bantú de la África recóndita. Hoy el lector y el contemplador de cultura empiezan a
ensayar, por primera vez, la experiencia de ser contemporáneos de todo-tiempo”. 15
Todo lo que mencionamos y otros signos de vida y de esperanza indican innegablemente
que, más allá de lo económico, en nuestra época se ha elevado la calidad de vida de la
población en general, y que las personas viven con mayor dignidad en muchos sentidos.
Esto no pretende ignorar los límites de nuestro tiempo. Hay indudablemente muchos
riesgos de individualismo y de relativismo. Pero no hemos pasado del blanco al negro, las
épocas pasadas no eran mejores en todo sentido, y hay nuevos puntos de partida que
deberían permitir que, con el paso del tiempo, logremos una nueva síntesis superadora que
cure las debilidades del presente y rescate mejor los valores perennes del pasado. Es verdad
que no está todo dicho, y que muchas veces en la historia se ha vuelto atrás después de
ciertos excesos. Pero nunca se trata precisamente de una vuelta al pasado, ya que siempre
Dios saca bien de los males y de todo se aprende algo nuevo.
Se trata de reconocer el desarrollo actual de nuevos valores, pero uniendo a ello la
purificación de sus aspectos negativos y el desarrollo de otros valores que se han
oscurecido o rezagado. Así podremos ver nacer naciones mucho mejores que las de los
siglos pasados. Estamos en la hora de la integración y de la síntesis o de la desintegración
enfermiza y deshumanizante. El discernimiento histórico debería estar atento a estos signos
de los tiempos para poder proponer un nuevo proyecto integrador y superador.
· La cultura de nuestros pueblos.
Nuestros pueblos latinoamericanos tienen una “originalidad histórico-cultural” (DP 446).
1) Esto exige también hoy asumir la espiritualidad popular como punto de partida:
Gracias a la piedad popular, “la transmisión de padres a hijos, de una generación a otra, de
las expresiones culturales, conlleva la transmisión de los principios cristianos” 16. De ahí “la
importancia de la piedad popular para la vida de fe del pueblo de Dios, para la conservación
de la misma fe […] La piedad popular ha sido un instrumento providencial para la
conservación de la fe, allí donde los cristianos se veían privados de atención pastoral”17. Es
verdadera fe católica y un modo de espiritualidad cristiana integradora de lo corpóreo, de lo
simbólico y de las necesidades concretas de las personas. También constituye una forma de
sabiduría de la que carecen las naciones más secularizadas. Por otra parte, esta

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15 V. MASSUH, “Sobre la cultura”, en CEA, Aportes para la evangelización de la cultura en la Argentina,
Buenos Aires, 2005, 44-45.
16 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS,
Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (cit) 63.
17 Ibíd, 64.
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espiritualidad del pueblo, o “piedad popular”, es una base “para emprender nuevas
iniciativas de evangelización [...] Constituye un valioso e imprescindible punto de partida
para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más profunda”.18
El DPa sostiene que “las nuevas iniciativas de evangelización deben partir desde ella
porque es la que da el fundamento de su vida a la mayoría de los latinoamericanos” (142).
Cuando se habla de “evangelizar” esta espiritualidad popular, no se quiere decir que esté
privada de riqueza evangélica, sino que el evangelizador procurará “con una paciencia
grande y con prudente tolerancia” aportar un nuevo anuncio del Evangelio que permita
explotar mejor las potencialidades de fe, de esperanza y de amor de esa espiritualidad del
pueblo, haciéndola más “fecunda”19.
Se ha dicho que la inculturación “es un complejo proceso en el cual el Evangelio es
pensado, expresado y vivido en una cultura en la cual el cristianismo no ha sido todavía
suficientemente encarnado”20. Así entendida, la inculturación es permanente, nunca se
acaba, ya que el Evangelio nunca está perfectamente encarnado en un lugar y, por otra parte
–sobre todo en la actualidad– las culturas también se modifican constantemente. Es un
proceso dinámico donde siempre aparecen nuevos desafíos, que se multiplican en el mundo
globalizado. En una cultura ya impregnada por el Evangelio, es la misma cultura la que
realiza ese proceso permanente e incorpora a sí –transformándolos– los nuevos elementos.
Esto nos permite llegar a la siguiente conclusión: Cuando se procura alentar el crecimiento
de una espiritualidad popular, inculturada, en realidad se trata de profundizar y perfeccionar
el proceso de inculturación ya iniciado. Es decir, el crecimiento que se procure ha de ser en
definitiva una mayor inculturación del Evangelio en una cultura (cf SD 24), “en la línea de
todos sus valores propios”21. Porque la inculturación no es una realidad estática, sino
continuada, dinámica y evolutiva.
Las culturas de nuestros pueblos, llenas de signos específicamente católicos, son también
culturas vitalistas, que buscan en Dios una vida mejor. Lo dice bien el Documento de
Participación diciendo que nuestros pueblos, que “tienen sed de vida y felicidad en Cristo”,
la expresan en su permanente lucha por sobrevivir y avanzar, “lo buscan como fuente de
vida” (Dpa 164), no sólo como objeto de adoración, sino acogiendo su mismo ofrecimiento:
“Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia” (Jn 10, 10).
Puebla destacaba que la piedad popular, como algo vivo, se expresa “espontáneamente en
modos nuevos, enriqueciéndose con nuevos valores madurados en su propio seno” (DP
466), porque “en cuanto contiene encarnada la Palabra de Dios es una forma activa con la
cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo” (DP 450). Esto nos invita a
recordar que todos los fieles no son sólo destinatarios, sino sujetos activos de la
evangelización. En este sentido, “nuestros pueblos” son también agentes, con las formas
populares de transmisión de la fe de las que no podemos prescindir.

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18 Ibíd.
19 Ibíd, 66.
20 COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Die Einheit des Glaubens und der theologische
Pluralismus, Einsideln 1973, 180.
21 COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Fe e inculturación (1988), I, 11. Publicado en La Civiltà
Cattolica 140 (1989) 158-177.
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2) Situación de riesgo: Pero también decía el Documento de Puebla que la fe popular
está en una “situación de urgencia” (DP 460) y que los grandes cambios culturales someten
la religión del pueblo “a una crisis decisiva”. Juan Pablo II habló de “cristianos en riesgo”
(NMI 34). El DPa afirma que “desde muchos ángulos de la sociedad globalizada –yo
destacaría los medios de comunicación que crean desconfianza hacia la Iglesia y los valores
que propone– surgen amenazas erosivas de ese sustrato, lo que debilita la presencia
evangelizadora de la Iglesia y carcome algo medular del patrimonio espiritual y moral en
América Latina y el Caribe” (DPa 141). Destaca que “descendió fuertemente en los últimos
diez años el número de católicos” (DPa 155), muchos pasándose a otras comunidades o
sectas (DPa 157). Al mismo tiempo, entre los que se reconocen católicos, se debilita la
proporción de los que reciben el bautismo, el matrimonio y otros sacramentos (DPa 156).
Este proceso no se revertirá espontáneamente sin una nueva fuerza evangelizadora acorde a
las circunstancias.
En otra época decíamos que esta fe popular tiene formas de autodefensa, que es capaz de
producir, por su propio dinamismo creyente, nuevas síntesis culturales sin perder el
fermento evangélico. Pero hoy no podemos ignorar los avances de las sectas y el influjo
omnipresente de los medios de comunicación en la sensibilidad y en la opinión pública.
Dios no abandona a su pueblo, pero hay una mediación requerida donde nosotros tenemos
responsabilidades que se vuelven graves. Puebla se refería a la necesidad de favorecer las
expresiones masivas (DP 467), de asumir las nuevas inquietudes religiosas (DP 468) y de
catequizarlas (DP 461), y sostenía que si no se obraba de esa manera, se crearía un vacío
que ocuparían las sectas, los mesianismos políticos secularizados o el consumismo y el
pansexualismo pagano (DP 469). Hoy agregaríamos: las formas de religiosidad, alienantes,
irracionales y sin compromiso histórico.
· Signos de muerte y enfermedad en nuestros pueblos.
En nuestros pueblos hay también signos de muerte que se acentúan a causa de los aspectos
negativos del proceso de globalización tal como se ha realizado de hecho. La
evangelización que dialoga con la cultura no implica acallar esos signos de muerte sino
descubrirlos y denunciarlos:
1) Escasa formación ciudadana: Se plantea un desafío grande por cuanto la fe de
nuestros pueblos “no se ha expresado suficientemente en la organización de nuestras
sociedades y estados” (DP 452) y no se ha traducido en una formación ciudadana para la
responsabilidad, el cumplimiento de la ley y el cuidado de lo público.
2) Injusticia e inequidad: La impregnación de las culturas ha sido real pero
incompleta. El DPa lo expresa preguntando: “¿por qué la verdad de nuestra fe y de nuestra
caridad no han tenido la debida incidencia social?” (DPa 119) y afirmando que “la opción
preferencial por los pobres aún no da frutos que permitan mirar al futuro como un tiempo
de fraternidad y de paz” (DPa 126). Nadie niega que la distribución de la riqueza es cada
vez peor, sobre todo en América Latina. Esto produce la dolorosa paradoja de ser la región
más católica del planeta y al mismo tiempo la más desigual. La pobreza crítica y la
exclusión que sufre al menos la mitad de la población de nuestros países no son meros
números estadísticos. Esa mayoría de pobres da un rostro peculiar a la Iglesia en América
Latina. A esas personas somos enviados, ellos son nuestras ovejas, nuestros hijos. Ante
ellos estamos llamados a decir con San Pablo:
“¡Celoso estoy de ustedes con celos de Dios!” (2 Cor 11, 2).
“¿Quién desfallece sin que desfallezca yo” (2 Cor 11, 29).
“Muy gustosamente gastaré todo y me desgastaré entero por ustedes” (2 Cor 12, 15).
Como evangelizadores experimentamos el desafío apremiante de que la fe católica que
caracteriza a los pueblos latinoamericanos se manifieste en una vida más digna para todos.
Mirando esa multitud, ya no podemos concebir una oferta de vida en Cristo que no
promueva integralmente, que no implique un dinamismo de liberación social que manifieste
la fuerza y el potencial humanizador de esa vida. El desafío es lograr que nuestros fieles
pobres puedan dar testimonio de que la Iglesia y el Evangelio de Cristo los han promovido
integralmente, de que Cristo da vida y es salvador en todos los sentidos. Para ellos nosotros
somos una mediación de la cual él mismo ha querido depender.
3) Situaciones que exigen denuncia profética: Hay, junto con la inequidad, otros
signos de muerte presentes en Latinoamérica, que exigirían ya no tanto un diálogo, sino
sobre todo una denuncia profética, arriesgada y audaz: la discriminación, la precariedad
laboral y la desocupación, el narcotráfico, las diversas formas de violencia, etc. El DPa lo
expresa bien al decir que “es necesario que el corazón compasivo y la caridad imaginativa
del discípulo hagan suyos los gozos y las esperanzas, pero también las inmensas tristezas y
angustias de millones de hombres y mujeres de nuestros pueblos, afectados por injusticias y
marginaciones en sus propias sociedades” (DPa 85).
4) Falta de inculturación de la solidaridad: Pero hay que aclarar una vez más que el
desafío no es lograr algunos gestos solidarios, sino una solidaridad que impregne la cultura
como una red que pueda contrarrestar eficazmente la otra estructura de la exclusión. La
globalización, tan útil a las empresas multinacionales, lo exige todavía más. Juan Pablo II
decía que ante la interdependencia propia de esta época globalizada “su correspondiente
respuesta, como actitud social y como virtud, es la solidaridad” (SRS 38).
5) Hay también otros signos de muerte que requerirían variadas estrategias
evangelizadoras, como la globalización de antivalores con amplia difusión mediática, la
relativización del matrimonio, el relativismo ético en general, variadas formas de
individualismo consumista, el uso de los medios para desprestigiar la voz de la Iglesia, etc.
· Los nuevos métodos y la nueva expresión que requiere esta situación.
Cerrando esta segunda parte, recordaría que la nueva evangelización debe ser nueva en sus
métodos, en su ardor y en su expresión. El documento o la propuesta de la V Conferencia
debe ser así: debe parecer algo nuevo, algo que necesitábamos escuchar, algo que sorprende
y estimula. Si no empezamos por este documento a proponer una evangelización “nueva”
en su lenguaje, posiblemente fracasemos. Por lo tanto no debe ser más de lo mismo.
1) El lenguaje nuevo que no aparece: Hace falta un lenguaje accesible, atractivo, que
responda a las inquietudes de la gente. Ya no da resultado usar un lenguaje autoritario o
predominantemente negativo, un lenguaje que da la impresión de estar siempre señalando
defectos, como maestros que todo lo saben o como quienes se dedican a mutilar la felicidad
de la gente. Aunque no sea esa nuestra intención a veces hemos dado esa imagen. Tampoco
llega a la gente un lenguaje abstracto que repite cosas ya sabidas, o que acumula doctrina
como si hubiera que volver a decirlo todo. Eso hoy en día, cuando los documentos interesan
poco, está destinado al fracaso.
No hace falta entonces una multitud de temas sin articulación, sin un eje claro y motivador.
No hace falta un manual completo de teología, tampoco de pastoral. No cabe ya la
pretensión de que no falte nada y volver a repetir siempre lo mismo. Ya hay mucho de eso.
Sería mejor que Aparecida propusiera un breve texto con dos o tres propuestas bien
acentuadas, motivadas, que movilicen con fuerza una fervorosa actividad misionera, en
conexión clara con los grandes desafíos de fondo y sin desligarse de las legítimas
aspiraciones de los pueblos y de las búsquedas existenciales de las personas.
2) Acoger el lenguaje latinoamericano: En esta línea, habría que recoger la belleza de
los escritores y poetas más populares. También expresiones de las canciones más gustadas
por la gente. Si el Papa recoge las interpelaciones de Nietzsche y dialoga con él (DCE 3),
¿por qué nuestros obispos no podrán dialogar con los artistas de América Latina?. También
habría que acoger los aportes de pensadores latinoamericanos y particularmente
expresiones de teólogos y de grandes pastores de nuestros pueblos, y no necesariamente
depender de pensadores europeos.
*** Sintetizo los grandes desafíos que se nos presentan desde el punto de vista de los
destinatarios de la siguiente manera: Denunciar proféticamente los riesgos y desviaciones
de la cultura actual pero partiendo de las legitimas aspiraciones y valores de nuestros
pueblos y mostrando adecuadamente, con un lenguaje atractivo y adaptado, cómo el
Evangelio responde mejor que otras propuestas a lo más precioso de esas aspiraciones.