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LA PALABRA DE DIOS EN LA FORMACIÓN DE LOS SACERDOTES Y LAS PERSONAS CONSAGRADAS II


G                                                        Nuria Calduch-Benages


 

 

2. La Palabra de Dios en la formación de los sacerdotes

Antes de analizar más de cerca la Verbum Domini en lo referente a la Palabra de Dios en la vida sacerdotal, quisiera  remontarme a los Lineamenta (“líneas de orientación”), a partir de los cuales se elaboró el Instrumentum Laboris (“documento de trabajo”) que sirvió como base y punto de referencia durante la discusión sinodal. Una de las múltiples constataciones que emergieron de las respuestas a los Lineamenta fue que al hambre de la Palabra de Dios, que con frecuencia se percibe entre los fieles, no siempre corresponde una predicación adecuada de parte de los pastores de la Iglesia, esto debido a carencias en la preparación recibida en el seminario o en el ejercicio pastoral. De ahí la necesidad de una “continua actualización formativa” para los que tienen una especial responsabilidad en el anuncio de la Palabra y para los candidatos al sacerdocio; más concretamente, se apuntaba a “un proyecto estratégico de formación” en vista a la predicación de la Palabra. Todas estas observaciones respondían al deseo de obtener un neto mejoramiento en las homilías, para lo cual son indispensables una mayor fidelidad al texto bíblico y una mayor atención a la condición de los fieles de parte del predicador.
Pues bien, estas constataciones, llegadas de las Iglesias particulares en todos los continentes, fueron corroboradas por numerosas intervenciones (algunas por cierto muy acaloradas) de los padres sinodales y recogidas en las propuestas n. 15 (Actualización homilética y “Directorio sobre la homilía”), n. 31 (Palabra de Dios y presbíteros), y n. 32 (Formación de los candidatos al orden sagrado) que, junto con las demás, fueron entregadas a Benedicto XVI al final de los trabajos sinodales para su reflexión y elaboración de la correspondiente exhortación apostólica.

Llegados a este punto, podemos ahora detenernos en la aportación de la Verbum Domini a este respecto, especialmente en dos puntos que retengo de importancia fundamental en la formación sacerdotal: el binomio estudio-oración y la debatida cuestión de la homilía.

2.1 Estudio y oración

El contacto con la Palabra de Dios es esencial e indispensable en la vida y en la misión del sacerdote (entiéndase de todo ministro ordenado): “Los obispos, presbíteros y diáconos no pueden pensar de ningún modo en vivir su vocación y misión sin un compromiso decidido y renovado de santificación, que tiene en el contacto con la Biblia uno de sus pilares” (Verbum Domini, 78). Estas palabras de Benedicto XVI no hacen sino confirmar las de su predecesor, el Papa Juan Pablo II, en su exhortación postsinodal Pastores dabo vobis, 26: “El sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios; es el ungido y enviado para anunciar a todos el Evangelio del Reino, llamando a cada hombre a la obediencia de la fe y conduciendo a los creyentes a un conocimiento y comunión cada vez más profundos del misterio de Dios, revelado y comunicado a nosotros en Cristo. Por eso, el sacerdote mismo debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva: «la mente de Cristo» (1Cor 2,16), de modo que sus palabras, sus opciones y sus actitudes sean cada vez más una transparencia, un anuncio y un testimonio del Evangelio. Solamente «permaneciendo» en la Palabra, el sacerdote será perfecto discípulo del Señor; conocerá la verdad y será verdaderamente libre, superando todo condicionamiento contrario o extraño al Evangelio (cf. Jn 8, 31-32)”. Es precisamente este texto el que Benedicto XVI retoma en el n. 80 de la Verbum Domini.
Ahora bien, la familiaridad con la Palabra no nace espontáneamente sino del contacto asiduo y amoroso con los textos. Hay que desearla, buscarla, cultivarla día a día, dedicarle tiempo, espacio y energía. No se improvisa ni se obtiene a toda prisa, al contrario crece y se desarrolla en la paz, el silencio, el estudio y la oración. La familiaridad con la Palabra abraza dos dimensiones fundamentales de la persona. Me refiero a la dimensión intelectual y a aquella espiritual, entre las cuales existe una relación de circularidad. No sin razón la Verbum Domini, al tratar del papel de la Palabra de Dios en la vida espiritual de los candidatos al sacerdocio ministerial, habla de “relación entre el estudio bíblico y el orar con la Escritura” y más adelante menciona “la reciprocidad entre estudio y oración” (n. 82). Estudiar y orar son dos actividades contemplativas, en las que participa y se compromete “toda” la persona, es decir, esa unidad antropológica formada de mente, corazón y espíritu. Estudiar la Biblia científicamente nunca debiera ser un impedimento para rezar con ella y viceversa, el orar con la Biblia nunca debiera negar o excluir su estudio riguroso.

El sacerdote es un servidor de la Palabra, pues su misión es darla a conocer a los fieles con sabiduría y generosidad. Así lo recordaba Juan Pablo II: “El sacerdote debe ser el primer «creyente» de la Palabra, con la plena conciencia de que las palabras de su ministerio no son «suyas», sino de Aquel que lo ha enviado. Él no es el dueño de esta Palabra: es su servidor. Él no es el único poseedor de esta Palabra: es deudor ante el Pueblo de Dios” (Pastores dabo vobis, 26). Por este motivo, Benedicto XVI insiste en que hay que proporcionar a los sacerdotes una sólida formación bíblica “para que puedan instruir al Pueblo de Dios en el conocimiento auténtico de las Escrituras” (Verbum Domini, 73). Esa formación no debería descuidar el Antiguo Testamento y sus páginas “difíciles y oscuras” a causa de la violencia (divina y humana) y la amoralidad de algunos de sus personajes, pues los fieles necesitan ser guiados con competencia en la lectura y comprensión de la Biblia, especialmente cuando se trata de textos conflictivos que pueden herir la sensibilidad de los lectores y lectoras contemporáneos (n.  42).

2.2 Homilía

Si se tiene en cuenta que para muchas personas (quizás me atrevería a decir la mayoría) la única ocasión de encontrarse directamente con la Palabra de Dios es la misa dominical (son 54 domingos al año), la homilía se convierte en un momento crucial para alimentar y estimular la vida de fe de los fieles a partir de la Escritura. El Sínodo habló de la homilía como “lugar de encarnación litúrgico y vital de la Palabra de Dios” (Propuesta n. 15) y la Verbum Domini la define como “una actualización del mensaje bíblico, de modo que se lleve a los fieles a descubrir la presencia y la eficacia de la Palabra de Dios en el hoy de la propia vida” (n. 59).

Ante la urgente necesidad de mejorar la calidad de las homilías, Benedicto XVI alerta contra los sermones genéricos y abstractos y aquellas divagaciones inútiles más centradas en la figura y las dotes retóricas del predicador que en el mensaje de las lecturas litúrgicas. A estos ejemplos cabría añadir las homilías que se limitan a repetir el contenido del texto bíblico sin interpretarlo y, por supuesto, sin llegar al fondo del mensaje, las homilías que distraen al auditorio comentando los últimos acontecimientos políticos o sociales dejando de lado la Escritura o aquellas de tono moralizante que intentan sacudir la conciencia de los fieles apelando única y exclusivamente a la observancia o trasgresión de la ley. En todos los casos citados, se trata de homilías que no consiguen interpelar a los fieles en su vida fe. Palabras que no calan, no dejan huella. Palabras que resbalan por el micrófono sin llegar al corazón. Palabras, en definitiva, que no anuncian la Palabra. Algo falla, pues, en el proceso comunicativo.

La intervención en el Sínodo de mons. Ricardo Blázquez Pérez, actual arzobispo de Valladolid, fue muy bien recibida en el aula. Tanto es así que sus palabras fueron retomadas literalmente en la Propuesta n. 15 y en la Verbum Domini, 59, donde el Papa aconseja a los predicadores que preparen la homilía en un clima de meditación y oración, para poder luego hablar “con convicción y pasión” y que, además, tomen en consideración las siguientes preguntas: “¿Qué dicen las lecturas proclamadas? ¿Qué me dicen a mí personalmente? ¿Qué debo decir a la comunidad, teniendo en cuenta su situación concreta?”. Si el predicador quiere interpelar al auditorio con sus palabras debe recordar que él es el primero que debe dejarse interpelar por la Palabra de Dios que está anunciando. Sólo así podrá establecer una comunicación auténtica, profunda y estimulante con los fieles.

Además de todo lo dicho, la homilía es un arte en el que se conjugan muchos factores: conocimientos bíblicos y teológicos, capacidad comunicativa, estrategias pedagógicas, testimonio de vida, entre otras. Comentar las lecturas litúrgicas con competencia y dinamismo y en un breve espacio de tiempo, actualizar su mensaje de forma vivencial y animar a los fieles a vivir su fe con esperanza es algo que se aprende con el estudio, la reflexión, la oración y la experiencia. Consciente de la dificultad de la tarea, Benedicto XVI pide a las autoridades competentes que elaboren un Directorio homilético con el fin de ayudar a los predicadores a ejercer mejor su ministerio (Verbum Domini, 60).


La elaboración de ambos documentos corrió a cargo del Consejo de la Secretaría General del Sínodo con la ayuda de algunos expertos en la materia.

Respondieron a los Lineamenta y al relativo Cuestionario, la Iglesias Orientales Católicas sui iuris, las Conferencias Episcopales, los Dicasterios de la Curia Romana, la Unión de los Superiores Generales, obispos, sacerdotes, personas consagradas, teólogos y fieles laicos.

Son de destacar, a mi juicio, las de Mons. Ricardo Blázquez Pérez (España), Mons. Godfried Daneels (Bélgica) y Mons. Gerald F. Kicanas (Estados Unidos).

Cf. el n. 79 (sobre los obispos), el n. 81 (sobre los diáconos).

Cf. al respecto las aportaciones de J.-L. Ska, “Come leggere l’Antico Testamento”, Civiltà Cattolica 3.435-3.436 (1993) 209-223; y mi conferencia “Leer hoy el Antiguo Testamento”, pronunciada en la V Jornada Sacerdotal de la Provincia Eclesiástica de Barcelona, en el Seminario Conciliar de Barcelona el 5 de enero 2009.

Cf. Sacramentum Caritatis, 46.

Entre otros subsidios litúrgicos, permítanme recomendar Misa dominical publicada por el Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona. En cada volumen se prepara la liturgia de cuatro domingos a través de orientaciones para la celebración, notas exegéticas y proyecto de homilía.

 

(fuente: revista SEMINARIOS)