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PASTORAL DE LA DISPOSICIÓN Y DISCERNIMIENTO CULTURAL

Por Germán Medina Acosta
Doctor en Teología
Universidad Pontificia Salesiana
Roma

Cada vez es más notoria la importancia que adquiere el estudio de la cultura para pensar los nuevos procesos de evangelización. In-culturación, Inter-culturación son términos que señalan, más allá de la moda o curiosidad académica, la importante interrelación que la fe está llamada a sostener con la cultura.

Conocer la cultura, valorarla, interactuar con ella, transformarla, son imperativos que se descubren desde la fe y que trazan horizontes de acción. En medio de estos esfuerzos por pensar y establecer la interrelación de la fe con la cultura, quisiera señalar otro imperativo que me parece particularmente relevante si se tiene en cuenta los fenómenos de hibridación y mundialización cultural cada vez más complejos y paradójicos. Se trata de la necesidad del discernimiento cultural.

Son ya diversas las voces que nos invitan asumir una actitud de discernimiento frente a la cultura. En este estudio pretendo seguirle la pista al trabajo del Teólogo Paul Gallagher [1] quien denuncia los bloqueos a la fe presentes en nuestra cultura y aboga por una pastoral de la disposición que le permita a las personas liberarse de los bloqueos culturales que les impide acceder a la fe ayudándolas a pasar de la desolación hacia la consolación cultural.

1.  Los bloqueos a la fe

Podemos reconocer, al interior de la cultura contemporánea, unos bloqueos que impiden el nacimiento de la fe cristiana: la alienación, la rabia y la apatía. Esta última parece ser la tipología dominante. Se trata del fenómeno de los «no creyentes anónimos» para quienes el problema de Dios es irrelevante o simplemente inexistente.

Así, la falta de fe ha llegado a convertirse en una confusión heredada sobre todo para la generación joven, una distancia de las raíces, una perplejidad poco agresiva a propósito de prácticas religiosas y de su lenguaje. Los jóvenes experimentan la fe como un producto cultural colateral, un limbo no dramático hecho de no-pertenencia. La fe está por tanto ausente y se ha olvidado su lenguaje, no se sabe de qué se trata.

Detrás de esta apatía puede estar escondiéndose un hambre defraudada que busca alimento y expresión. De hecho otros jóvenes van más allá y representan una nueva sensibilidad hecha de búsqueda espiritual. Entonces se podrían identificar cuatro formas de falta de fe culturalmente radicadas: la anemia religiosa (distancia de las raíces cristiana tradicionales causada por la falta de imaginación pastoral=distancia de lenguajes creíbles con las mediaciones de la Iglesia); la marginación secular (al identificarse la democracia con el liberalismo secular la religión es ignorada como irrelevante o dependiente sólo del gusto personal); la espiritualidad privada de anclas (en un contexto de malnutrición religiosa, pues la cultura viva ha debilitado las raíces cristianas de las personas, una espiritualidad solitaria corre el riesgo de convertirse en una mezcla de viejas herejías, en un narcisismo sin Cristo [2] ); la desolación cultural (causada por el impacto de ciertos condicionamientos culturales de hecho, en la libertad de disposición de las personas).

2. La desolación cultural y la pastoral de la disposición

Los grandes bloqueos a la fe provienen hoy sobre todo de la desolación cultural, pues la cultura dominante deja a muchas personas bloqueadas en su disposición o disponibilidad a la fe. Esta secuestra su imaginación en modos triviales, esta hace que no sea más libre en la confrontación de la Revelación, que no sean capaces de prestar aquella escucha que viene de la fe (cf Rom 10,17). [3]

Frente a esta situación se propone una pastoral de la disposición, es decir, una pastoral que favorezca el despertar de los deseos en cuya confrontación la verdad puede ser vista como una respuesta. Una pastoral de la disposición que haga a las personas capaces de escuchar y de desear, de maravillarse (liberación positiva); [4] para esto es necesario primero una limpieza negativa del terreno, una especie de estilo contracultural de resistencia que ayude a identificar los factores deshumanizantes presentes en los estilos de vida y en los prejuicios de la cultura, que ayude a tomar distancia de la vida disminuida ofrecida en las imágenes dominantes circundantes. [5]

Desde esta perspectiva, la crisis está ubicada hoy en la sensibilidad y en la imaginación más que en los símbolos de la fe; asistimos a una especie de incapacidad para nutrir los sentimientos y dirigirlos hacia Dios y hacia el hombre. Es al nivel preconceptual de la actividad intuitiva llamado imaginación que encontramos y exploramos el significado religioso. La religión es primordialmente una función de la imaginación creativa.

La desolación cultural y la consecuente falta de libertad en la confrontación con la fe se ubican en el ámbito de la sensibilidad. Hay un desvío del corazón hacia realidades secundarias, esto es una victoria que el secularismo reporta en el campo de batalla de la imaginación. [6]

Frente a esta situación la teología como «ciencia social» está llamada a conectar el logos con la praxis, es decir, a elaborar una práctica específica, a salir de modelos privados para restituir frescura y originalidad a las formas de vida de la fe cristiana, para forjar formas vivas de cultura cristiana.

Esto implica evitar respuestas equivocadas a la cultura y asumir como actitud fundamental: el discernimiento y la creación de cultura. [7] Este discernimiento implica una conversión de la actitud, de la disponibilidad que es posible por la gracia.

3.  El discernimiento cultural

El discernimiento es un modo específicamente espiritual y cristiano de leer la realidad, que apunta a individuar de manera más que humana las sombras y las luces de un ambiente social. El discernimiento no desprecia ningún instrumento humano para efectuar el análisis cultural, pero busca reconocer la presencia del Espíritu en lo humano; amplía el método de lectura de una situación, pasando de la descripción de factores exteriores a la reflexión sobre las actitudes o disposiciones más profundas de las personas: si el Espíritu está obrando, entonces sus frutos no faltarán. [8]

La práctica de este modo específicamente cristiano de leer las culturas no se reduce al puro análisis de las influencias y de las tendencias exteriores, éste mira a discernir las disposiciones inducidas en nosotros y en otros por la cultura. [9] La actitud básica para el discernimiento de la cultura es la consolación como tonalidad y una fe que libera nuestra disposición para comprender con la sabiduría de Dios. [10] La desolación es un modo de ver que comporta una doble expectativa: los conflictos, las ambigüedades y los antivalores a destronizar y los signos de esperanza y deseos reales, que son frutos del Espíritu.

El discernimiento de la cultura depende, entonces, de la propia disposición espiritual y de la capacidad de diálogo con la cultura misma. La consolación rompe el lente negativo que sólo ve decadencia y desastres. La consolación fue aquello que permitió a san Pablo distinguir la espiritualidad escondida detrás de la idolatría (cf Hech 17). La consolación confía en que Dios está ya presente de algún modo en todas las culturas humanas. Estamos en la consolación cuando nos ponemos en pleno contacto con todo lo que Dios hace en nuestros corazones y cuando buscamos poner a la luz el carácter de la actividad de Dios en la cultura. Discernir significa ser capaz de reconocer los signos de esperanza en aquello que puede, a primera vista, parecer un árido desierto. Se trata de liberar a las personas de sus prisiones, de su modo de vivir como producto pasivo de esta cultura (víctimas de su ambiente, incapaces de poner en discusión los presupuestos que han absorbido inconscientemente de ella).

Es necesario, pues, poner atención al contexto cultural. Con mayor razón hoy cuando el currículum clave en la vida de los jóvenes no es la casa, ni la escuela, ni la Iglesia sino la cultura y la zona de las relaciones. Existe hoy un currículum cultural escondido que aumenta solo su poder y hace irrelevante los tentativos religiosos de alcanzar a los jóvenes, a menos que ellos presten explícita atención a los influjos culturales circundantes. [11] Es necesario por tanto darnos cuenta de la fuerza de las emergentes culturas juveniles y poner atención al discernimiento de la cultura entendido como una más amplia convergencia de respuestas. [12]

Si bien la advertencia crítica es el primer paso crucial hacia el discernimiento espiritual, el empeño cristiano llama a algo más vigoroso y creativo. Se trata de reconstruir y reproducir la fe en el mundo de hoy. La escena contemporánea está dominada por un ethos desespiritualizado frente al cual es necesario proteger las raíces de la fe educando una sensibilidad de pertenencia, asegurando espacios de autonomía de lo sacro, donde sea posible cultivar aspectos de discernimiento. Esto requiere nutrir ojos espirituales para ver y el cultivo de una actitud que desea y reconoce lo sacro. [13]

De esta manera el discernimiento cultural presenta dos fases: una de interpretación y de juicio, y otra de espiritualidad y creación comunitaria de estructuras cristianas vivas. Esta dos estapas juntas constituyen la acción cultural mediante la cual una persona decide expresar un juicio y controlar los tipos de material cultural que quiere aceptar y los tipos que debe resistir. Estas acciones no sólo comportan elecciones ponderadas acerca de los significados y los valores creados por nosotros en una determinada cultural, sino también modos activos de examen y de juicio de los canales a través de los cuales estos significados y valores nos vienen comunicados. Esto significa ponerse la pregunta acerca de quién gobierna en la situación cultural existente de hecho y acerca de sus beneficiarios.

Por esto se requiere un nivel de indagación más penetrante que la simple descripción de las características culturales dominantes. Se trata de un discernimiento más agresivo que quiere saber el por qué de su posición de preeminencia. La llamada profética, afirma Gallagher, exige que nos opongamos a una asimilación pasiva de la cultura. De ahí que el desencuentro entre las culturas sea inevitable. Se trata de un conflicto hecho de dos lealtades, de una serie ambigüa de influjos a examinar con sabiduría espiritual. Este discernimiento es un don de la imaginación religiosa, porque busca individuar los signos del amor y de decisiones de sí que, en la visión cristiana, son en último análisis posibles por Cristo, pero están presentes bajo la forma de semillas en todo aquello que hay de bueno en la experiencia humana.

Para evitar ser instrumentalizados por la cultura y reducir a Jesucristo ofreciendo una imagen diluida de él, es necesario corregir la práctica eclesial: hacer sentir la voz de los jóvenes y de los laicos en el trabajo formativo eclesial y hacer participar eficazmente en él. Cada generación tiene necesidad de forjar una producción original de la visión cristiana.

La única respuesta fecunda al poder seductor de la cultura puede venir de una fe vivida en común con creatividad y energía. Es la batalla por conquistar la mente, el corazón y la imaginación de las personas. Los individuos tienen necesidad de la comunidad para formular una opción cristiana capaz de sobrevivir. Es necesaria una espiritualidad en el amplio sentido de un modo de vivir que alimenta el empeño cristiano. Una espiritualidad entendida como un verdadero acto «contracultural» y no sólo de oración, un acto de resistencia, más aún como la reapropiación de nuestra personalidad e identidad.



[1] Cf Michael PaulGALLAGHER, Fe e cultura. Un rapporto crúciale e conflituale, Torino, Edizioni San paolo, 1999.

[2] Se trata de un fenómeno que es producto de un discurso de la Iglesia desconectado de las necesidades de los hombres y de la presión de la cultura que obliga a la conciencia a refugiarse en lo privado (cf Michael PaulGALLAGHER, Fe e cultura, 160).

[3] Citando a William Barry, Gallagher recuerda que «el influjo ejercido por la cultura sobre nosotros escapa a nuestra conciencia» y que tenemos necesidad de descubrir «cómo nosotros hombres inculturados podemos liberarnos suficientemente de nuestra cultura para ser creyentes» (Ibid., 161).

[4] La cultura en la que estamos inmersos puede ser dia-bólica o sim-bólica, en cuanto divide y degrada o unifica los potenciales humanos y los pone juntos en comunidad (cf ibid.).

[5] Cf ibid.

[6] «Los ritmos seculares de la cultura pueden secuestrar la imaginación y hacerla incapaz de prestar atención a la llamada de Dios. Los mensajes culturales encarnados en las imágenes que nos circundan pueden penetrar inadvertidamente en la imaginación y convertirse en prejuicios acerca de la realidad, que provocan un «eclipse de Dios». De esta manera las disposiciones a la fe o a su deseo son sofocadas por la «desolación cultural» (Ibid., 162). Se trata del desvío del corazón hacia realidades secundarias que el secularismo reporta como victoria en el campo de batalla de la imaginación.

[7] Gallagher reconoce tres tipologías de respuestas cristianas a la cultura: la hostilidad ansiosa (juicio fuertemente negativo de tono militante de los profetas de desventura: «La cultura está simplemente enferma»), fruto del miedo y de un cristianismo cerrado, incapaz de escuchar genuinamente y de amar; la aceptación ingenua con sus correspondientes peligros (resignación pasiva, la secularización desconsiderada y la aceptación indiscriminada del pluralismo); el discernimiento de las actitudes enraizado en la consolación que nos haga capaces de captar los modos más altos y más plenos de la autenticidad que están también presentes como características claves de nuestra cultura, a la manera de San Pablo en el areópago de Atenas que sabe pasar de la desolación del juicio a la consolación, del disgusto a la generosidad (Hch 17) (cf ibid., 169).

[8] ¿Hacia qué cosa tienden nuestros corazones? Esta es, según Gallagher, la pregunta clave del discernimiento espiritual que se interroga sobre la dirección de nuestra vida: ¿la cultura nos conduce hacia a aquel que es profundamente humanizante y creador de amor, o nos empuja hacia aquello que nos vuelve prisioneros, nos destruye y cierra a la compasión? La primera dirección es llamada consolación, la segunda desolación; la consolación no es sólo una cuestión de «sentirse bien» o de cultivar un «pensamiento positivo», sino que es una experiencia basada sobre la fe, un sentido de expansión en la armonía con lo que hay de más profundo en nosotros, que es el Espíritu. En las grandes opciones y en las pequeñas reacciones la consolación es una experiencia de estar en sintonía con Cristo. La desolación es la experiencia opuesta, hecha de desarmonía, desconexión, distancia y quizá de desconfianza hacia todo y hacia todos. La consolación se asemeja a manos abiertas, prontas a recibir; la desolación es semejante a puños cerrados, prontos a devolver (cf ibid., 170).

[9] No se puede perder de vista que la desolación cultural, desde la perspectiva de Gallagher, es precisamente uno de los factores que más impide hoy a las personas alcanzar la fe.

[10] Para Gallagher es importante no caer en la desolación de la repuesta. Más allá de la mera hostilidad y de la aceptación ingenua de la respuesta, estamos llamados a discernir la cultura con consolación, a pasar del disgusto comprensible a una disposición de esperanza, radicada en el Espíritu. Para evitar un juicio negativo es importante como punto de partida, entonces, la consolación. Este partir de la consolación no cierra la puerta a la denuncia profética de cuanto puede ser deshumanizante: paradójicamente tenemos la necesidad, de ver las desolaciones inducidas por la cultura, salvando al mismo tiempo la consolación como base de la respuesta cristiana, porque el mirar la desolación solamente con negatividad es una forma errada: resultaríamos considerando una desolación exterior con la actitud y visión de una desolación interior (cf ibid., 171).

[11] Gallagher considera que la actual cultura dominante (americana) incluye un desencuentro entre los así llamados «evangelios de la personalidad» y los artículos de producción, entre la visión cristiana de la vida como relación o alianza entre personas y la idolatría del tener que disminuye la personalidad y promueve una cosificación de la existencia, reduciendo las áreas interpersonales de la vida al dominio y al autoengrandecimiento. Detrás de los hábitos del corazón están las presiones de la política y de la economía. La cultura que modela nuestros corazones tiene, raíces identificables en las fuerzas sociales, que controlan nuestras percepciones y que, en el caso de la publicidad lo hacen con deliberada habilidad y previsión. La fe no puede tener vida sana si no se da cuenta del curriculum cultural que forma las actitudes de las personas según ciertas estructuras del sentimiento. Frente a este aprisionamiento o inconsciencia, el llegar a comprender que uno tiene un modo de ver conlleva un cambio de la conciencia. Un primer paso hacia una opción en favor de un modo cristiano de vivir conlleva la toma de conciencia de la difusión capilar de la filosofía de los artículos de producción y del ateísmo práctico por ella propuesto y promovido, la toma de conciencia de la oposición entre la sabiduría cultural y la sabiduría cristiana. El espacio cultural hoy está lejos de ser un espacio neutral pues está lleno de mensajes que invitan a imitar varios estilos de vida y que buscan moldear nuestra conciencia. La reflexión no puede olvidar estos factores, debe hacerse consciente del impacto de las imágenes sociales para poner un escudo contra el engaño y contra la codificación cultural que busca manipular las actitudes (tiranía de las imágenes) (cf ibid., 179).

[12] La cultura como sistema significativo para la producción de sentido incluye los modelos de interpretación de la realidad. La gente se acerca a la vida por medio de los modos de pensar y de sentir de la propia cultura, la cultura ofrece los presupuestos que llegan a ser los paradigmas inadvertidos y preconscientes por medio de los cuales las personas viven.

[13] Música, proyectos arquitectónicos, estilos, formas comunes y rituales que busquen separar lo sagrado de lo profano, formación de actitudes contraculturales, el ejercicio del rol fundamental del discernimiento, podrían ser algunas de las vías para hacerlo.

 

(Tomado de la revista Seminarium Bogotense, n.4)