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Discípulos en el seguimiento de Jesús
Eduardo Arens

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La fe en el Resucitado se traduce como real mediante el seguimiento de su camino. Jesucristo es “el camino, la verdad y la vida” . Es un camino históricamente vivido en Palestina en los años 30, que fue reafirmado por Dios al resucitar a Jesús, con lo cual daba su sello definitivo de aprobación a su misión evangelizadora en favor de la humanidad y la validaba para siempre. Es un camino concreto: es aquel que abrió y fue desbrozando Jesús de Nazaret con su vida, predicación y praxis del reino de Dios. Esa es la revelación mesiánica de Dios. Su palabra definitiva se dio en el logos encarnado (Jn 1). Esto es necesario resaltarlo, no sea que el cristianismo sea reducido a un gran mito, el seguimiento no sea de Jesucristo sino de un espejismo, y la fe se confunda con una ideología gnóstica. Tengamos presente que la identidad cristiana es inseparable de la relación con Jesús el Cristo, que se traduce en el proseguimiento de su camino en comunión con él.
Conoceremos a Jesucristo en la medida en que sigamos sus huellas, animados por su Espíritu. Y esas “huellas” no son otras que las históricas. En el relato evangélico, fue solamente después de un tiempo de haber caminado con él cuando Jesús planteó a sus seguidores la pregunta: “¿Quién dicen ustedes que soy?” (Mc 8,29). Y a los discípulos reunidos en la última cena les aclara que “en esto conocerán las personas que ustedes son mis discípulos: en que se aman unos a otros –como yo los he amado–” (Jn 13,34s). Lo distintivo del seguimiento de Jesús es que se sigue a una persona y un proyecto, no a una escuela o una doctrina. Se es cristiano por la relación con la persona de Jesucristo. Esto diferencia al cristianismo de la mayoría de las “religiones”.
Después de Pascua se podía hablar de fe como correlato de seguimiento, porque es relación con alguien. Si bien después de Pascua se habla de “fe”, cuando se refiere a la vida de Jesús de Nazaret se habla de seguimiento, pues esa expresión denota una relación personal estrecha con quien compartió la historia humana como “Hijo de hombre” (solidario) . Por eso el bautismo era “en el nombre de Jesús” (Hch 2,38; 8,16; 10,48; etc.). Debemos pues cuidarnos de no caer en la tentación de disociar al Cristo glorioso del Jesús histórico –que nos recuerda el conocido “problema del Jesús histórico” planteado por R. Bultmann–, pues eso reduciría a Jesús a mera memoria, pretérita, “superada” por el glorioso, que, de cierto modo, toma su lugar, con el consecuente peligro de docetismo .
Actualidad del seguimiento de Jesús de Nazaret
Lucas escribió su versión del evangelio a Teófilo “para que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido” (1,4). Esa “solidez” (aspháleia: seguridad, certeza) la proporciona el evangelista enmarcando en la vida de Jesús de Nazaret lo que Teófilo y su comunidad recibieron como enseñanzas en la catequesis. Como antes Marcos, Lucas entendió que es fundamental tomar en serio la vida del Jesús histórico, su predicación y praxis, como sustento o fundamento de las verdades enseñadas. Por eso situó la catequesis en el marco de la vida histórica de Jesús. La vida cristiana debe ser de seguimiento de ese Maestro y Señor. Por eso, Lucas se refiere en Hechos a los cristianos como “discípulos” .
Con la orden final, “vayan y hagan discípulos (mathêtéusate) míos… enseñándoles todo cuanto les he mandado” (28,19), Mateo en particular, siguiendo la obra de Marcos, resaltaba que los cristianos lo serán auténticamente sólo en la medida en que sean discípulos de Jesús el Cristo asumiendo sus enseñanzas, las cuales expone precisamente en su versión del evangelio. No se trata pues de predicar sólo a Jesucristo como persona (reducida a objeto de admiración y culto), sino inseparablemente también el reino de Dios por él predicado, como lo han presentado paradigmáticamente los evangelios sinópticos. El Cristo resucitado no es otro que el Jesús de Nazaret (Mc 16,6).
La incorporación en los evangelios de relatos y de logia relacionados con la invitación al seguimiento de Jesús obedece más a la convicción de que el asunto seguía siendo actual para la comunidad que al deseo de preservar unas distantes memorias sin trascendencia. El hecho de que Marcos incluyera en su evangelio perícopas sobre un temprano discipulado (1,16-20) y, además, que éste sea un tema que corre cual hilo conductor en su inspirada obra, significa que, en su opinión, era importante y de plena actualidad. Perícopas como las de vocaciones, especialmente el relato del joven rico (vea abajo), tienen un carácter paradigmático. Eso significa que el discipulado no se limitaba al seguimiento y acompañamiento en el pretérito tiempo histórico de Jesús de Nazaret, sino que sigue plenamente vigente con el Resucitado. Por eso los evangelios terminan con el encargo de continuar la tarea que Jesús había compartido con sus discípulos (Mt 28,19s; Mc 16,15s; Lc 24,47). Es así como en Mt 23,8 Jesús podía advertir que “ustedes no tienen (hoy) otro Maestro que el Cristo (claras referencia al resucitado)”. Y según Juan, Pedro es invitado por el Resucitado recién en Jn 21,19: “¡Sígueme!”.
Igualmente, sigue teniendo vigencia la exhortación a no aferrarse a las riquezas, a “dejarlo todo” para poder tener parte en el camino de Jesús, para ingresar al reino de Dios . Si lo único que hubiese sido importante fuese tener fe en el Resucitado en el sentido religioso, no se comprende por qué los evangelistas (y la tradición que les precedía) se interesaron en hacer extensas presentaciones de la vida pública de Jesús y del discipulado en la lejana Palestina. Por eso, a la pregunta de si sigue siendo válido hoy el seguimiento como en tiempo de Jesús, James Dunn subrayó con toda razón que “el recuerdo de aquel primer seguimiento, de la enseñanza de Jesús sobre el seguimiento y lo que ello suponía, siguió teniendo una importancia primordial para las comunidades postpascuales. Este fue el motivo por el que estos recuerdos circularon, fueron tenidos en alta estima y… comenzaron a ser reunidos y puestos por escrito…” y, por seguir teniendo vigencia, eran parte integral de las catequesis, especialmente para los neófitos .
Como ya he destacado, las presentaciones de los discípulos en los evangelios entretejen las experiencias del cristianismo vivido en tiempos de los evangelistas con las memorias de tiempos de Jesús. Los discípulos en los relatos evangélicos son personajes representativos; en ellos se personifica a los seguidores de Jesús hoy. Y esos son todos los cristianos. Por eso las advertencias sobre persecuciones se aplican a todos los cristianos, como de hecho lo experimentaron, independientemente de si fueran misioneros o no. Las invitaciones a escuchar las enseñanzas de Jesús son válidas para todos los lectores de los evangelios, sin exclusiones; no son para élites. Y las exhortaciones éticas, así como las advertencias religiosas, siguen vigentes. La supremacía del amor y los deslindes con el farisaísmo siguen siendo esenciales al cristianismo.
En pocas palabras, la referencia al Jesús histórico “es imprescindible para que la experiencia pascual no sea una simple ilusión, para que el seguimiento actual de Jesús o la vida cristiana no queden privados de fundamento objetivo. Está en juego algo tan importante en la vida cristiana como es la fidelidad, pues se trata de saber si la vida cristiana es un invento de unos iluminados después de la Pascua o es fidelidad a una propuesta de vida que se había revelado ya en la persona, en la predicación y en la praxis de Jesús de Nazaret” . La importancia de esa fidelidad está marcada nada menos que por la resurrección de Jesús, acto con el cual Dios no sólo reivindicaba su misión, por la cual había sido ejecutado en una cruz, sino que confirmaba la perpetua vigencia de su revelación del reino de Dios.
Por lo tanto, el Jesús histórico es referencia obligatoria: el resucitado es el Jesús histórico, no otro; no es un fantasma ni una proyección de la imaginación . El fundamento y el carácter de la fe cristiana están precisamente en el Jesús histórico. Esto es más serio cuando se trata de determinar el estilo de vida propio del cristiano . “No es posible un seguimiento auténtico de Jesús, no es posible una auténtica vida cristiana, sin una referencia explícita al Jesús histórico” .
Puesto que tendemos a pensar que lo sustancial cristiano es la fe, entendida ésta fundamentalmente como asentimiento a doctrinas (¡generalmente asociada a Dios, no a Jesucristo!), es necesario aclarar que, desde la perspectiva originaria bíblica, fe (´mn, pistis) designa la relación pospascual con Jesucristo, que se entiende como la adhesión a su persona y todo lo que ella encarnó y representa. Fe es una relación interpersonal y existencial, no conceptual ni moralista. Ahora bien, al hablar de discipulado el acento está puesto en el pro-seguimiento del camino empezado por Jesús, el del reino de Dios. El discipulado es secuela de la fe (inicial), y la fe crece en el discipulado. No sólo es fe en Jesús, sino también fe con Jesús. En otras palabras, “fe” centra la atención en la persona de Jesús el Señor, mientras que discipulado y seguimiento centran la atención en la misión evangelizadora de Jesús de Nazaret. El discipulado tiene una fuerte connotación ética, mientras que la fe es más religiosa .
¿Dos clases de cristianos?
Para ser cristiano, ¿son obligatorias las exigencias del discipulado planteadas por Jesús según los evangelios, como aquella de “dejarlo todo”, incluida la familia, para seguirlo (QLc 14,26; Mc 10,17-22 par.; Lc 9,57-62)? ¿O son “consejos evangélicos” solamente para un grupo?
Por el influjo del gnosticismo y de la visión platónica del hombre, que contrapone materia y espíritu, cuerpo y alma como “componentes”, negativo y positivo respectivamente, con el paso del tiempo se fue resaltando más las renuncias que el seguimiento; más la ascesis que el reino de Dios como buena noticia , para “salvar el alma” liberándola de “la corrupción del cuerpo”. Esta preocupación con la mortificación, hasta el despojo radical, que se asociaba con la cruz, dio origen a la idea de que hay dos tipos de cristianos: los heroicos, que viven las renuncias propuestas en el evangelio, asociadas con la perfección; y los comunes, los laicos, que se limitan a cumplir los mandamientos de la Ley de Dios. Esta extendida opinión, así como la visión platónica del hombre, subsiste en la mente de muchas personas y no ha cesado de aparecer en discursos oficiales .
No extraña que eventualmente se llegara a pensar en la Iglesia que la invitación a dejarlo todo para seguir a Jesús no podía ser para el común de los convertidos sino para aquellos que Dios llama “por nombre propio”. Así se empezó a distinguir entre el seguimiento del “común de los cristianos” y el de “los llamados expresamente a un seguimiento radical”, como el de los monjes. Los unos se guían por los “preceptos de la Ley de Dios” y los más radicales asumen los llamados “consejos evangélicos”. Llegada la Edad Media ya era común distinguir entre mandamientos que obligan a todos y “consejos evangélicos”, que son sólo para los que tienen “vocación a la perfección . Esto se basa en una particular lectura del relato del joven rico, a veces complementada con las recomendaciones de san Pablo, especialmente en 1Cor 7. Veamos estos pasajes detenidamente.
El relato del joven rico (Mc 10,17-22 par.) es paradigmático y responde a la pregunta “¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Es un joven judío, piadoso y cumplidor de “los mandamientos”, y como tal podía contar en principio con la retribución divina. Eso lo sabía todo judío. El joven vino donde Jesús, a quien trata como “Maestro bueno” porque intuye que en él hay una voz autorizada de parte de Dios. El joven quería asegurarse “la vida eterna”, que para Jesús equivale a “entrar en el reino de Dios” (vea la discusión que sigue, Mc 10,23ss) o, como dice en su respuesta al joven, “tener un tesoro en el cielo”. Es vida que empieza ahora y se prolonga en Dios . Es ese extra más allá del Decálogo que Jesús le da a conocer: “Una cosa te falta todavía: vende…”. No basta con los mínimos de los mandamientos para tener “la vida eterna”. Es la misma indicación exhortativa que leemos en Lc 12,33: “Vendan sus bienes para darlos en limosna. Háganse… de un tesoro inagotable en los cielos…” (cf. Mt 6,19s). Esta exhortación la dirige Jesús a todos los discípulos, no a un grupo.
La indicación de Jesús (“vende, dalo a los pobres, y ven y sígueme”) desemboca en una invitación a ser discípulo suyo, para lo cual hay que liberarse de lo que lo impida. Lo llamativo es que éste es el único caso en el que encontramos a Jesús exigiendo vender y compartir sus bienes con los pobres . En esencia, es la diferencia entre el judaísmo y el cristianismo, ¡no entre dos tipos de cristianismo! Esto queda claro  en el hecho de que la misma pregunta ocurre en otro momento en boca de un maestro de la Ley, en Lc 10,25-28. Su respuesta es que cumpla los mandamientos, resumidos en el del doble amor, a Dios y al prójimo: “Haz esto y vivirás”, sentenció Jesús. A éste no le indica que “una cosa te falta…” ni le exhorta a vender y repartir sus bienes, pero sí le aclara que su prójimo es cualquiera, como el judío herido en el camino a Jericó, que necesita de su asistencia como la dio el samaritano que estaba de paso.
Jesús nunca llamó a pasar a ser mendigos. El “tesoro en el cielo” es el premio por dar a los pobres (vea Lc 12,33) no por desprenderse de las riquezas . ¡Lo que cuenta es el seguimiento de Jesucristo! Recordemos que reiteradamente Jesús advierte que, para tener parte en el reino de Dios, es indispensable despojarse de todo lo que lo impida. “El corazón está allí donde está tu tesoro”, se advierte (QLc 12,34).
El punto de quiebre está en la indisposición del joven a vender y compartir con los pobres: “Se fue entristecido, pues tenía muchas posesiones”, lo que da ocasión para una extensa exposición sobre el peligro de las riquezas (Mc 10,23-27 par.; cf. 4,18s). El joven prefirió quedarse con su tesoro material que adquirir “un tesoro en el cielo”, lo que dará pie a las aclaraciones que siguen. Nos recuerda la advertencia en la parábola del sembrador: “Sobrevienen las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas… y ahogan la Palabra y no da fruto” (Mc 4,19). Este es el tema nuclear. Cierto, Jesús no condena al joven ni dice que no se salvará (“para Dios todo es posible” v. 27b), pero el joven se fue “entristecido”, en vez de seguir a Jesús tomó la dirección opuesta (apêlthen).
Como bien lo resumió Emile Boismard, “el abandono de las riquezas es exigido de todos los discípulos de Jesús, pero se debe entender en función del principio que lo comanda: no como un despojo, como un abandono de una cosa mala en sí (el dinero), como una ascesis que nos haría más aptos para el reino, sino como la expresión concreta de nuestro amor por el otro, especialmente por nuestros hermanos pobres a los cuales debemos dar sin contabilizar. Este ideal de amor efectivo rebasa infinitamente el simple hecho de no matar, de no robar, etc., como se contentaba de exigir el Decálogo” .
Ahora bien, a partir de la versión de Mateo de este relato se forjó la clasificación de cristianos en dos categorías: los minimalistas y los buscadores de perfección, los que se limitan a obedecer los mandamientos y los que se comprometen con los “consejos evangélicos”. A diferencia de la versión-base de Marcos que hemos analizado, en Mt 19,20 el joven pregunta: “¿Qué me falta todavía?”, a lo que Jesús responde: “Si quieres ser perfecto (teleios) anda, vende tus bienes y dalos a los pobres…” (19,21). Se trata de una interpretación mateana del original en Marcos (y Lucas/Q?), con la misma expresión que usó antes para distinguir a los cristianos por la universalidad de su amor: “Sean perfectos (teleioi) como perfecto es vuestro padre celestial” (5,48). No es una perfección moral, sino una complementación que va más allá de lo mínimo legalmente exigido –perfecto es lo maduro –. Esa perfección está expuesta en el evangelio; es la que va más allá de la Ley, como la ilustran las antítesis en 5,20.21-48 .
El tema de la perfección lo introdujo Mateo, que escribía para un auditorio de origen mayoritariamente judío, para resaltar las diferencias entre judíos y cristianos (vea Mt 5 y 23) . La invitación “si quieres…” se refiere a la perfección, no al desprendimiento de las riquezas. La pobreza no es pues en sí un camino mejor o más perfecto; lo es el seguimiento de Jesús, y para ello, como hemos visto, es necesario “vender y dar en limosnas (a los pobres)” (Lc 12,33). No se trata pues de dos categorías de cristianos .
En resumen, la perícopa del joven rico resalta la diferencia fundamental entre la ley judía y la cristiana, que prioriza el amor al prójimo que debe manifestarse compartiendo las riquezas, no una diferencia entre dos tipos o clases de cristianos. Para el judío, la riqueza es una señal de la bendición divina; para el discípulo de Jesús, es un don que debe ser compartido con los pobres (no con una comunidad, como los esenios de Qumrán, o con una institución, como el Templo). Tanto para el joven rico como para el maestro de la Ley que querían asegurarse la “vida eterna”, lo que los diferencia de los cristianos es su falta de un amor desprendido, indiscriminado y solidario con el prójimo –el maestro de la Ley pregunta “¿quién es mi prójimo?” (Lc 10,29) y recibe como respuesta la conocida parábola del buen samaritano–. Tanto para Marcos y Lucas como para Mateo, una condición sine qua non para heredar la vida eterna es compartir los bienes materiales con ellos .
A la reacción del joven rico se contrapone la de los discípulos, quienes le recuerdan a Jesús: “Nosotros (sí) lo hemos dejado y te hemos seguido” (Mc 10,28). Él les asegura que “nadie que ha dejado por mí y por el evangelio (!) casa o hermanos… o campos, dejará de recibir cien veces más ahora, en este mundo, en casas, hermanos… y en el mundo venidero la vida eterna”, es decir, la solidaridad comunitaria enriquece a todos. Se pasa de la individualidad a la comunidad. “El horizonte que Jesús promete a los discípulos no es la carencia, sino la plenitud; no la abundancia individual egoísta de la lógica social, sino la propia de la comunidad cristiana, que subvierte la primera” .
El mensaje básico de la perícopa, explicitado en la discusión a continuación, es que, para poder seguir a Jesús, que es sinónimo de “entrar en el reino de Dios”, se deben dejar de lado todos los obstáculos; uno de los mayores es el apego a los bienes materiales. “¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” (Mc 10,23). Esta fue también la experiencia de la iglesia primitiva (vea 1Cor 1,26-31).
Bien advirtió Simon Légasse que “el sentido de este texto, pensado y querido por el autor, de ninguna manera es el relato de un llamado individual, por simple interés histórico y edificante, sino una enseñanza doctrinal válida para la Iglesia. Entendido así, no es fundamento para una vocación particular en el seno de las comunidades cristianas” . Además, la perícopa es paradigmática. El problema es el de los ricos y sus riquezas frente a la perspectiva del reino de Dios.
En cuanto a la recomendación del celibato por parte de san Pablo en 1 Corintios 7, a la cual también se apela para distinguir dos clases de cristianos, hay que tener presente que, si bien el apóstol recomendó a los no-casados vivir como solteros, lo fue porque estaba convencido de que “el tiempo es corto” (v. 29), la Parusía sería pronto y convenía concentrar la atención en ella para estar preparados para ese momento (v. 35). Por eso el apóstol invitó a “los que tienen mujer (que) sean como si no la tuvieran; los que lloran como si no llorasen; los que se alegran como si no se alegrasen” (v. 29s), y a los solteros les recomendó no casarse porque “el soltero cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor, en cambio el casado cuida de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, y anda dividido” (v. 32s). En su opinión (v. 25s) todos deberían evitar lo que pueda distraer de “una digna y solícita dedicación al Señor” (v. 35), aunque cada cual tiene su vocación (v. 7). Sin embargo, en ningún momento Pablo siquiera insinuó que hay grados de santidad o clases de cristianos. “El que se casa hace bien, pero el que no se casa hará mejor”, afirmó en el v. 38 (cf. v. 28.40). ¿Por qué? Porque, en su opinión, la persona no casada vive “libre de preocupaciones” (v. 32), de “tribulaciones” (v. 28) y así puede concentrarse en la venida del Señor (v. 26.35). Era su opinión personal, como él mismo expresamente indica (v. 7a.25.40b).
Ahora bien, la predicación de Jesús y su llamada son para algo nuevo y son para todos, no para un grupo selecto. La irrupción del reino de Dios era para todos, como lo es la invitación a la fe en Cristo resucitado. Es decir, el seguimiento de Jesús no es sólo para monjes o religiosos: es para todas las personas por igual . Esto lo comprendió muy bien san Pablo, que por eso se dedicó a predicar a los gentiles –y en las iglesias no se hacían distinciones por grados de “perfección”, como se introdujo más tarde–. Las renuncias radicales corresponden a una manera particular de vivir el seguimiento de Jesús, no a un estado “superior” o de “mayor perfección” –que no era nunca tema para Jesús–. De hecho, no se puede ser cristiano y no ser seguidor de Jesucristo (Jn 10,3-5.16.27). Cuando el seguimiento de Jesús se presenta como exigencia para unos cuantos privilegiados heroicos, se le abarata; pasa a ser un cristianismo light, como de hecho muchos viven asumiendo ser cristianos, siendo en realidad seudo-cristianos.
En resumen, como advirtió Ferdinand Hahn , en ningún momento en el NT se trata de grados de perfección, sino de dedicación. Cómo se realiza el seguimiento varía de caso en caso, según la vocación a la cual cada uno ha sido llamado. El predicador itinerante tiene que dejar atrás los lazos que le impidan embarcarse hacia otras latitudes, que frenen su movilidad, para poder dedicarse a su misión (Mc 6,8s par.). Decisivo es que los bienes y otras dependencias no impidan ser discípulo de Jesús, como lo ilustra el relato del joven rico en contraste con los primeros discípulos, lo que significa un auténtico desprendimiento y disposición a compartir con los pobres –quizás lo más difícil de asumir como componente del cristiano–.
Seguimiento y el evangelio
Con el paso del tiempo, el cristianismo fue redefinido en términos doctrinarios y cultuales. El seguimiento/discipulado fue reemplazado por la práctica de “virtudes cristianas” y la dedicación al reino de Dios por el culto al Señor resucitado . El Señor “sentado a la diestra de Dios Padre” desplazó al Emmanuel que aseguró: “Estaré con ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20). Se caía en un inconsciente docetismo, como reiteradas veces advirtió Karl Rahner. “Las gentes que se iban al desierto o ingresaban en los monasterios estaban dando a entender que el distintivo de la Iglesia no era ya el evangelio. Es decir, el evangelio había dejado de determinar y configurar a la Iglesia” . Ha sido sólo en las últimas décadas que, gracias a la insistencia de los biblistas (en particular del Tercer Mundo), se ha redescubierto la importancia capital de remitirse a la misión pública de Jesús de Nazaret y la centralidad del reino de Dios .
Pero, ¿en qué consiste y cómo se configura el seguimiento de Jesucristo hoy? . Cierto, no oímos instrucciones sonoras de Jesús y menos de Dios que lleguen a nuestros oídos. A Jesús nos remiten directamente los evangelios. Pero vivimos en un mundo muy distinto al de aquellos lejanos tiempos. Por eso hay que tener presentes dos ejes: la memoria de Jesús y el mundo en el que vivimos , tal como lo hicieron los evangelistas ya antes. Se trata de seguir hoy lo de ayer, por tanto de ser fieles a Jesucristo y fieles a nuestros hermanos y hermanas. Lo primero, por lo tanto, es el conocimiento de Jesús de Nazaret tal como está presentado en los evangelios canónicos. Pero no sólo un conocimiento informativo, sino existencial, como apunté al inicio de estas notas que presentan los evangelistas. Sólo siguiendo el camino de Jesús, asumiendo su propuesta, se comprenderá en qué consiste la Buena Nueva del reino de Dios y también quién es Jesús . Habremos sido fieles seguidores si nos aprueba el Maestro, para lo cual los criterios fundamentales e indispensables son: cuando tuve hambre, ¿me diste de comer?; cuando estuve desnudo, ¿me vestiste?; cuando estuve sin techo, ¿me diste hospedaje?; cuando estuve abandonado, ¿me visitaste?, etc. (Mt 25,31-46). “No todo el que me dice ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21; QLc 13,26s), nos advierte el Señor.
Lo característico cristiano no son las renuncias sino los compromisos, el encuentro con Jesucristo y nuestros hermanos y hermanas –como lo fue antaño el encuentro con Jesús–. Solemos decir que el encuentro se da “en la fe”, pero no explicamos más. Esa fe consta de un conocimiento de Jesús y de un compromiso de caminar en su camino, expresión del amor a él, del estar realmente “en Cristo” –por eso Pablo, que habla así con frecuencia, también exhortaba a “tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Fil 2,5) y “morir con él para resucitar con él caminando en una vida nueva” (Rom 6,4s; Gál 2,20)–. “Mis ovejas oyen mi voz y me siguen” (Jn 10,27). Y eso constituye comunidad regida por la fraternidad abierta, ecuménica. Aquí habría que hablar de Iglesia en su sentido primigenio, como comunidad de hermanos creyentes y seguidores de Jesucristo. El seguimiento forja necesariamente comunidad (Hch 2,42ss).
El cristianismo no es una mística, no es una devoción, no es un culto ni es una religión. Aunque todos estos son ingredientes, no lo constituyen por sí mismos. A diferencia de la cristiandad, como cultura, el cristianismo es un “camino”, dicho en otros términos, es la vivencia de la visión de la vida que nos ha legado Jesús de Nazaret, por tanto es una actitud de vida, un “hacer la verdad” (Jn 3,21); es seguir a Jesús el Cristo y proseguir su proyecto de instauración del reinado de Dios –confirmado por su resurrección–, es decir, ser su discípulo viviendo como tal.
Por lo tanto, ningún discípulo puede quedar en una actitud pasiva, de contemplación o de remedos: todos deben contribuir a hacer realidad el reino de Dios, cada cual según su vocación en la vida . El discípulo camina con Jesús, sigue sus huellas, anuncia y media la cercanía de ese reino. Mt 10,7 da la clave cuando Jesús envía en misión: “Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, expulsen demonios”. Como dice José María Castillo, traducido a nuestra realidad eso significa que “el reino de Dios se hace presente donde se lucha contra el sufrimiento humano, donde se da vida allí donde hay muerte, donde se devuelve la dignidad a las personas y grupos excluidos y donde se libera a la gente de las fuerzas del mal que les oprimen y les humillan” . Esto es lo que deben asumir los discípulos.
En resumen, debe ser evidente que Jesús de Nazaret, el hijo de María, predicador en la Galilea, sigue siendo el paradigma y “el camino, la verdad y la vida”. En la vida del discípulo tiene que traslucirse el camino vivido por Jesús, la Palabra que se encarnó y compartió nuestra historia viviendo entre nosotros. Es decir, debe haber signos en la vida de los discípulos que anuncien la vigencia y exigencia del reino de Dios, porque todo auténtico seguidor de Jesús asume como propios la causa, el proyecto y la propuesta del Maestro, incluido su destino.


* Este artículo está publicado también en Eduardo Arens, Luis Alberto Ascenjo y Manuel Díaz Mateos, El que quiera venir conmigo. Discípulos según los evangelios. Lima, CEP, noviembre 2006, p.p. 65-80.

Puesto que se está llevando a cabo la preparación para la V Conferencia del CELAM, que tendrá lugar en mayo en Brasil, debemos tener presente que ha sido el Papa mismo quien cambió de giro el proyecto eclesiocéntrico inicialmente propuesto hacia un claro cristocentrismo (“Discípulos y misioneros de Jesucristo”), y para subrayarlo introdujo como Leitmotiv la cita de Jn 14,6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Esto ha sido estudiado detalladamente por A. Schulz, Nachfolgen und Nachahmen, Munich 1962, publicado en forma resumida en español (sólo la primera parte) como Discípulos del Señor, Barcelona 1967.

Doctrina que sostiene que Jesús parecía ser humano, pero no lo era plenamente. Es el Jesús del cielo, objeto de culto y adoración, contrapuesto al Jesús de Galilea, que invita a seguirlo en un proyecto de liberación.

Hch 6,1.2.7; 9,1.19.25.38; 11,26.29; 13,52; etc. En Antioquía es donde se acuñó el calificativo “cristianos” (Hch 11,26).

Vea QLc 9,57-60; Lc 9,61s (no mirar atrás); Mc 10,23-27 par. (dejar riquezas); QLc 14,26 (dejar padre, madre, hermanos; prioridades), esp. Mc 8,34ss par.; QLc 14,27.

La llamada de Jesús al seguimiento, Santander 2001, 191s (subrayado en el original).

F. Martínez Díez, Creer en Jesucristo. Vivir en cristiano, Estella 2005, 584.

Cf. E. Arens, ¿Resucitó? Una mirada crítica al fundamento del cristianismo, Santiago de Chile, 1993.

Mateo lo pone de relieve especialmente en el Sermón del Monte y en su cuadro del juicio final, escenas éstas que enmarcan la presentación mateana de la misión de Jesús. Lo propio cristiano no es un culto, una religión o una doctrina como tal, sino una visión de la vida y de Dios y una ética social consecuente.

F. Martínez Díez, ob. cit., 591.

Las invitaciones de Jesús de Nazaret eran a seguir su camino de vida, compartir su misión de hacer realidad la cercanía del reino de Dios (QLc 11,20; Mc 1,15ss). No era solo un discurso, una filosofía o siquiera una religión. La relación con Dios pasa ineludiblemente por la relación con el prójimo. Lo decisivo es lo que se hace (praxis), no lo que se piensa, se dice o se contempla (teoría).

Se resaltaban las mortificaciones y privaciones, especialmente de todo lo relacionado con la sexualidad y los placeres de la vida. La perspectiva era exclusivamente personalista, sin consideraciones sociales. Se trata de salvar mi alma, para lo que debo “dominar” mi cuerpo. Temas evangélicos como compartir con los pobres, liberar a los esclavizados, acoger a los marginados, con notables excepciones, eran absolutamente secundarios o estaban ausentes.

Pero véase el decreto Perfectae caritatis, de Vaticano II, donde, al hablar de la vida religiosa, se abandonó la idea de un estado “superior” o “más perfecto” (que el de los laicos). Lumen gentium ya recordaba que “los fieles todos, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan poderosos medios, son llamados por Dios, cada uno por su camino, a la perfección de la santidad con la que el mismo Padre es perfecto” (n.11).

Fue el papa Urbano II (s. XI) quien consagró esa distinción: “La santa Iglesia, en sus comienzos, instituyó para sus hijos dos formas de vida. La primera envuelve en indulgencia la flaqueza de los débiles; la segunda conduce a la perfección de la vida bienaventurada de los fuertes. (…) Los que adoptan la primera, que es inferior, usan los bienes de la tierra, pero los que llevan la segunda, que es superior, menosprecian los bienes de la tierra y renuncian a ellos totalmente” (F. Martínez, Refundar la vida religiosa, Madrid 1994, 53). Nótese que la diferencia está en el uso o no uso de “los bienes de la tierra”, no en relación a una misión, y que tal distinción no se adjudica a Jesús sino a la Iglesia. La distinción de dos clases de cristianos, una superior a la otra –contrastando por lo general al clero y los laicos–, se ha mantenido constantemente hasta ser corregida en el concilio Vaticano II (LG, cap. V). Cf. R. Parent, Una Iglesia de bautizados, Santander 1987.

Recordemos que el “reino de Dios” es una realidad vivida ya en esta vida (“venga a nosotros tu reino”). Es una realidad allí donde se toma partido por la vida en dignidad de las personas (cf. J.M. Castillo, El reino de Dios, Bilbao 2000, esp. 63-78). El mayor enemigo es la lucha por el poder y la dominación.

Este es el concepto básico expresado por Juan en su versión del evangelio, donde “vida” (con o sin calificativo “eterna”) denota vida que empieza ahora, en este mundo. ¡Jesús nunca habla de ir al cielo ni era tema en su predicación! Su predicación era que “venga a nosotros tu reino; se haga tu voluntad”. Su predicación era intrahistórica e intramundana, no transhistórica o supramundana: “El reino de Dios está al alcance” (Marcos), y quien cree en él ya tiene la vida eterna (Juan).

En el marco del Decálogo, ¡la exigencia de compartir con los pobres corresponde a aquella de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”! La diferencia con el pensamiento judío de antaño es que prójimo se limitaba a los israelitas. Y la limosna estipulada era, como hoy, de lo que sobraba –no corresponde al amor “a sí mismo” (recordemos las moneditas de la viuda en el Templo: Mc 12,41-44).

J. Mateos – F. Camacho, El evangelio de Marcos, Córdoba 2000, vol. II, 449-452. Orígenes escribió en su Homilía sobre Mateo, ad loc (15,14), que en el “Evangelio según los Hebreos” se lee: “Le dijo (a Jesús) el otro de los ricos: “Maestro, ¿qué de bueno haciendo, viviré?”. Le dijo: “Hombre, cumple la Ley y los profetas”. Le respondió: “Los he cumplido”. Le dijo: “Anda, vende todo lo que posees y distribúyelo a los pobres; y ven y sígueme”. Mas el rico comenzó a rascar la cabeza y no le agradó aquello. Y le dijo el Señor: “¿Cómo dices: ‘he cumplido la Ley y los profetas’? Porque está escrito en la Ley: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’, y he aquí que muchos hermanos tuyos, hijos de Abraham, están vestidos de estiércol, muriendo de hambre, y tu casa está llena de muchos bienes, y no sale en absoluto nada de ella para ellos…” (citado en la Sinopsis de los cuatro evangelios por Benoit-Boismard-Malillos, ad loc.).

P. Benoit – M.-E. Boismard, Synopse des Quatre Évangiles en Français, t. II, París 1972, 311.

En el mundo griego, teleios se refiere a lo plenamente realizado, completo, adulto. En el culto se aplica a la ofrenda sin defecto. Mateo emplea el vocablo tres veces (dos veces en 5,48 y en 19,21) en relación a la visión legalista judía.

Sobre toda la perícopa, el estudio monográfico más detallado sigue siendo el de S. Légasse, L’appel du riche, París 1966 (sobre Mateo esp. cap. V y VI).

Cf. F.J. Moloney, A Life of Promise, Wilmington 1984, 63s.

Resulta paradójico que haya grupos que presenten como su finalidad “la santificación del trabajo ordinario” permaneciendo en el mundo, en el lugar de trabajo y profesión, como si hubiese una santidad especial para los del grupo y otra para los de fuera. Claro, mucho depende del concepto de santidad. Aun así, san Pablo en particular reiteraba que todos los cristianos, sin excepción ni separación en grupos, están por eso mismo comprometidos con el proyecto de santidad, entendida como aceptación dócil a la voluntad de Dios. Como sea, la llamada es a ser como el Padre, y ésta se realiza en el seguimiento de Jesucristo, que por lo tanto es universal, sin distingos y no puede ser exclusiva de grupo alguno. Esto lo afirmó Vaticano II (LG V). Cabe preguntarse si detrás de esa “finalidad” no se esconde, como tras una fachada piadosa, otro propósito distinto.

E. Boismard, ob. cit., t. II, 311.

C. Bravo, Jesús, hombre en conflicto, Santander 1986, 186.

Ob. cit. 205. Sobre la aplicación a la vida religiosa, vea Legasse, ob. cit. cap. VIII; J. Moloney, ob.cit., T. Matura, Radicalismo evangélico, Madrid 1980, Id., Seguir a Jesús, Santander 1984, y W. Beilner, El evangelio, regla de vida, Barcelona 1989, entre otros.

F. Martínez Díez, ob. cit., 609-619. El concilio Vaticano II, en su constitución Lumen Gentium, cap. V, afirma que la llamada a la santidad es para todos, laicos y religiosos por igual; no hay grados ni distinciones, sino maneras de vivirla. Pero en Vaticano II se habla de “seguimiento de Cristo” sólo en relación con la Vida religiosa, no de los cristianos en general. En cambio, sí habla de cristianos en diversos momentos como “discípulos de Cristo”.

F. Hahn, Theologie des Neuen Testaments, vol. I, Tubinga 2002, 79.

Vea el magistral estudio de L. Hurtado, Lord Jesus Christ. Devotion to Jesus in Earliest Christianity. Grand Rapids 2003.

J.M. Castillo, El seguimiento de Jesús, Salamanca 1987, 194. M. Grant, The Emperor Constantine, Londres 1993, 160s, nos recuerda que algunos cristianos fueron a vivir al desierto para alejarse de una Iglesia aburguesada y politizada.

Aquí tendríamos que detenernos en la amplia discusión sobre “el Jesús histórico” y su importancia para la identidad cristiana y la fidelidad a la revelación, sobre lo cual vea J.P. Meier, Un judío marginal, t. I, Estella 1998, cap. 7, y J. Sobrino, Jesucristo liberador, Madrid 1991, esp. cap. 3.

Vea especialmente el lúcido estudio de J.M. Castillo, El seguimiento de Jesús, Salamanca 1987 y las ponencias recogidas en Cátedra Chaminade, El seguimiento de Jesús, Madrid 2004.

Es así como lo trata breve pero lúcidamente B. Fernández, Seguir a Jesús, el Cristo, Madrid 1998.

Es la tesis desarrollada por Edward Schillebeeckx en su magistral presentación Jesús. La historia de un viviente, Madrid 1981.

No existe tal cosa como “cristianos comprometidos” en contraste con otros “no comprometidos”. El cristiano es comprometido o no es cristiano. El cristiano lo es de verdad cuando está comprometido con Jesucristo y su camino, y por tanto es testigo y por ende misionero, por cierto, dentro del marco de la vocación a la cual ha sido llamado.

La ética de Cristo, Bilbao 2005, 178.

(Tomado de Memoria y profecía: Teología?