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COMENTARIOS VOCACIONALES PARA ADVIENTO -CICLO C-

1er Domingo de Adviento


Jer 33, 14 – 16
1Tes 3, 12 – 4,2
Lc 21, 25-28, 34-36

 

1. Comentario vocacional

                El mensaje de este primer domingo de adviento es actual, necesario y provocativo. Sin embargo hay que reconocer que siempre nos llama la atención este leguaje extraño y complicado que nos habla del fin del mundo. El problema es que leemos el texto al pie de la letra y no desde el contexto literario en el que fue escrito.

                Efectivamente, el lenguaje apocalíptico que encontramos hoy dirige un mensaje muy claro a aquellos que viven inmersos en muchas dificultades. La convulsión y la catástrofe del cosmos vienen a ser signo de la destrucción de un orden social injusto, viejo y caduco, para abrir la puerta a un nuevo mundo de justicia y fraternidad. Quienes leían estas palabras encontraban en ellas un motivo de esperanza pues se anunciaba el fin y la destrucción de la causa de todos sus males.

                Por ello este género literario no buscaba provocar el miedo y el temor, sino todo lo contrario: la esperanza. Una esperanza fundada en la promesa realizada por Dios: “Mirad que llegan días en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israelí y a la casa de Judá” (Jer 33,14). El vástago o renuevo que Dios anuncia será su Hijo Jesús que aparecerá como Hijo del Hombre. Se subraya con esta imagen, su condición celeste, pero sobre todo, el carácter salvador y liberador de su venida. Será Jesús quién “hará justicia y derecho en la tierra”.

                Este texto puede ser bien entendido por todos aquellos que en nuestro mundo viven hoy una situación de injusticia y opresión; aquellos que se sienten olvidados, despreciados, humillados… ; todos estos que han perdido su dignidad la recuperarán: “levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. Para ellos, la liberación que trae Jesús será un hecho irreversible. Por ello, Jesús se convierte en un creador de esperanza para tantos desesperanzados.

                ¿Cuándo será esta venida gloriosa de Jesús? No lo sabemos y tampoco nos interesa mucho la fecha. No conviene inquietarse. Lo importante será centrarse en el cómo preparase, es decir, cómo hay que vivir el momento presente. Jesús deja dos exhortaciones a sus discípulos. Primero, algo a evitar: un espíritu embotado por el vicio, la bebida y los agobios de la vida. Alguien “embotado” es alguien debilitado por lo que no es activo ni eficaz. Personas de estas características no interesan al reino de Dios. Por eso Jesús hace una segunda invitación a la vigilancia: “estad siempre despiertos y manteneos en pie”, es decir, en actitud de servicio y disponibilidad. Algo que sólo es posible hacer desde la oración. Por eso Jesús invita a “pedir fuerza”.

                También San Pablo en la segunda lectura nos invita a la oración para que Dios nos rebose de amor mutuo y nos fortaleza, así podremos llegar a presentarnos “santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre”. En definitiva, este tiempo de espera es un tiempo para crecer en santidad como un don recibido en oración.

                De esta manera el adviento es una llamada para ser profetas de esperanza entre dos grupos que la necesitan. En primer lugar pensamos en los muchos, demasiados, que hoy viven oprimidos, en medio de un mundo a veces inhumano y cruel. La crisis económica ha golpeado de una manera más dura a los más débiles, a quienes peor lo tienen para defenderse. Ellos necesitan una palabra de esperanza que les haga ver un horizonte nuevo. Necesitan también unos gestos de esperanza que el muestren que otro mundo es posible.

                Pero también son muchos aquellos que, en nuestro mundo occidental, viven embotados  con el vicio, la bebida y los agobios de la vida. Nos será fácil encontrarlos. Viven a nuestro lado, a veces, somos nosotros mismos. Son los jóvenes que no saben qué hacer son sus vidas, que tienen de todo, pero no saben hacia dónde van; que ocupan su tiempo sin hacer nada mientras se les va la vida.

               Hoy somos nosotros, los cristianos discípulos de Jesús, quienes tenemos que continuar su misión. Es a nosotros a quien corresponde hoy decirles a todos ellos “levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. ¿Quién se puede negar a esta misión?

 

2. Ideas para la homilía

  • En este primer domingo de adviento leemos un evangelio que está escrito con el género literario apocalíptico. La catástrofe cósmica es signo de la destrucción de un mundo viejo de injusticia.

  • El género apocalíptico no busca provocar temor sino esperanza, una esperanza basada en una promesa de Dios. Así Jesús vendrá como Hijo del Hombre, como vástago que traerá la justicia y el derecho para liberar al pueblo. Su venida traerá la esperanza a todos los que han perdido su dignidad de hijos de Dios en el mundo de hoy.

  • Puesto que no sabemos el cuándo de estos acontecimientos, hay que centrarse en el cómo prepararse para vivirlos, desde la vigilancia, la oración, el amor y la fortaleza que nos harán santos.

  • El adviento es una llamada a ser profetas de esperanza en este nuestro mundo, entre los que sufren y entre los que viven “embotados”

 

3. Preguntas para la reflexión personal o en grupo

  • Las expresiones que leemos en el evangelio de hoy, ¿suscitan en ti el miedo o la esperanza? ¿Por qué?

  • ¿Cuáles son los síntomas del mundo viejo e injusto que hay que destruir?

  • ¿Qué aspectos de tu vida tienen que ser sanados por Jesús? ¿Hasta qué punto dejas que Jesús te libere?

  • ¿Qué significa para tu fe que Jesús viene?

  • ¿Cuándo y en qué circunstancias tienes el espíritu embotado?

  • De los que viven cerca de ti, ¿quiénes tienen necesidad de un mensaje de esperanza?

  • ¿Qué puedes hacer para ser profeta de esperanza?

 

4. Un poco de poesía


“Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña,
me extraña hasta a Mí mismo,
esto sí que es algo verdaderamente extraño.
Que estos pobres hijos vean cómo marchan hoy las cosas
y que crean que mañana irá todo mejor,
esto sí que es asombroso y es, con mucho,
la mayor maravilla de nuestra gracia.
Yo Mismo estoy asombrado de ello.
Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble
y que brote de una fuente inagotable
desde que comenzó a brotar por primera vez
como un río de sangre del costado abierto de mi Hijo.
¿Cuál no será preciso que sea mi gracia y la fuerza de mi gracia
para que esta pequeña esperanza,
vacilante ante el soplo del pecado,
temblorosa ante los vientos,
agonizante al menor soplo,
siga estando viva, se mantenga tan fiel, tan en pie,
tan invencible y pura e inmortal e imposible de apagar
como la pequeña llama del santuario
que arde eternamente en la lámpara fiel?
De esta manera,
una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos,
una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos,
una llama imposible de dominar, imposible de apagar al soplo
de la muerte,
la esperanza.
Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza,
y no salgo de mi asombro.
Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada,
esta pequeña niña esperanza,
inmortal.
Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas,
mis hijas, mis niñas,
son como mis otras criaturas de la raza de los hombres:
la Fe es una esposa fiel,
la Caridad es una madre, una madre ardiente, toda corazón,
o quizá es una hermana mayor que es como una madre.
Y la Esperanza es una niñita de nada
que vino al mundo la Navidad del año pasado
y que juega todavía con Enero, el buenazo,
con sus arbolitos de madera de nacimiento,
cubiertos de escarcha pintada,
y con su buey y su mula de madera pintada,
y con su cuna de paja que los animales no comen porque son de madera.
Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que
atravesará los mundos, esta niñita de nada,
ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes,
ella es la que atravesará los mundos llenos de obstáculos.
Como la estrella condujo a los tres Reyes Magos desde
los confines del Oriente, hacia la cuna de mi Hijo,
así una llama temblorosa, la esperanza,
ella sola, guiará a las virtudes y a los mundos,
una llama romperá las eternas tinieblas.
Por el camino empinado, arenoso y estrecho,
arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores,
que la llevan de la mano,
va la pequeña esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación
de dejarse arrastrar
como un niño que no tuviera fuerza para caminar.
Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos,
y la que las arrastra,
y la que hace andar al mundo entero
y la que le arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos
y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña”


(C.Peguy)

 

5. «Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo» (1 Tim 4,10)

La juventud, en particular, es tiempo de esperanzas, porque mira hacia el futuro con diversas expectativas. Cuando se es joven se alimentan ideales, sueños y proyectos; la juventud es el tiempo en el que maduran opciones decisivas para el resto de la vida. Y tal vez por esto es la etapa de la existencia en la que afloran con fuerza las preguntas de fondo: ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Qué será de mi vida? Y también, ¿cómo alcanzar la felicidad? ¿Por qué el sufrimiento, la enfermedad y la muerte? ¿Qué hay más allá de la muerte? Preguntas que son apremiantes cuando nos tenemos que medir con obstáculos que a veces parecen insuperables: dificultades en los estudios, falta de trabajo, incomprensiones en la familia, crisis en las relaciones de amistad y en la construcción de un proyecto de pareja, enfermedades o incapacidades, carencia de recursos adecuados a causa de la actual y generalizada crisis económica y social. Nos preguntamos entonces: ¿Dónde encontrar y cómo mantener viva en el corazón la llama de la esperanza? (…)

La crisis de esperanza afecta más fácilmente a las nuevas generaciones que, en contextos socio-culturales faltos de certezas, de valores y puntos de referencia sólidos, tienen que afrontar dificultades que parecen superiores a sus fuerzas. Pienso, queridos jóvenes amigos, en tantos coetáneos vuestros heridos por la vida, condicionados por una inmadurez personal que es frecuentemente consecuencia de un vacío familiar, de opciones educativas permisivas y libertarias, y de experiencias negativas y traumáticas.

Para algunos –y desgraciadamente no pocos–, la única salida posible es una huída alienante hacia comportamientos peligrosos y violentos, hacia la dependencia de drogas y alcohol, y hacia tantas otras formas de malestar juvenil. A pesar de todo, incluso en aquellos que se encuentran en situaciones penosas por haber seguido los consejos de «malos maestros», no se apaga el deseo del verdadero amor y de la auténtica felicidad. Pero ¿cómo anunciar la esperanza a estos jóvenes? Sabemos que el ser humano encuentra su verdadera realización sólo en Dios. Por tanto, el primer compromiso que nos atañe a todos es el de una nueva evangelización, que ayude a las nuevas generaciones a descubrir el rostro auténtico de Dios, que es Amor. A vosotros, queridos jóvenes, que buscáis una esperanza firme, os digo las mismas palabras que san Pablo dirigía a los cristianos perseguidos en la Roma de entonces: «El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rom 15,13). Durante este año jubilar dedicado al Apóstol de las gentes, con ocasión del segundo milenio de su nacimiento, aprendamos de él a ser testigos creíbles de la esperanza cristiana.(…)

Queridos amigos, como Pablo, sed testigos del Resucitado. Dadlo a conocer a quienes, jóvenes o adultos, están en busca de la «gran esperanza» que dé sentido a su existencia. Si Jesús se ha convertido en vuestra esperanza, comunicadlo con vuestro gozo y vuestro compromiso espiritual, apostólico y social. Alcanzados por Cristo, después de haber puesto en Él vuestra fe y de haberle dado vuestra confianza, difundid esta esperanza a vuestro alrededor. Tomad opciones que manifiesten vuestra fe; haced ver que habéis entendido las insidias de la idolatría del dinero, de los bienes materiales, de la carrera y el éxito, y no os dejéis atraer por estas falsas ilusiones. No cedáis a la lógica del interés egoísta; por el contrario, cultivad el amor al prójimo y haced el esfuerzo de poneros vosotros mismos, con vuestras capacidades humanas y profesionales al servicio del bien común y de la verdad, siempre dispuestos a dar respuesta «a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P 3,15). El auténtico cristiano nunca está triste, aun cuando tenga que afrontar pruebas de distinto tipo, porque la presencia de Jesús es el secreto de su gozo y de su paz.


(Mensaje de Benedicto XVI a la ocasión de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud – 2009)

 

2º Domingo de Adviento Ciclo C
Baruc 5, 1-9
Flp 1, 4-6, 8-11
Lc 3, 1-6

1. Comentario vocacional

El evangelio que se proclama hoy se sitúa después de los dos capítulos que constituyen el “evangelio de la infancia”. Ahora Lucas nos presenta la figura de Juan Bautista y lo hace con unas determinadas coordenadas histórico-geográficas. Puede llamarnos la atención el espacio que le concede a la introducción, pero su intención es indicarnos que la salvación de Dios se hace presente y de una manera real y concreta en la historia y la geografía del hombre. No conviene pasar por alto que el evangelista alarga al final la cita de Isaías incluyendo el último verso: “Todos verán la salvación de Dios”. Es la manera de expresar que la salvación de Dios tiene una vocación universal, destinada para todos y en todas partes.

                Quien concreta y actualiza esta oferta de salvación es Juan, hijo de Zacarías, a quien Lucas nos lo presenta a la manera de los profetas de la Antigua Alianza (“vino la Palabra de Dios sobre Juan”). Y lo sitúa además en el desierto, lugar de la alianza de Dios con su pueblo. Allí recibe Juan su misión de preparar una nueva alianza. Su forma de vida itinerante le hace encarnar esta “espiritualidad del desierto”.

                La manera de realizar su misión será predicando “un bautismo de conversión para perdón de los pecados”. Este bautismo no tiene que ver con los baños de purificación ritual judíos, sino que es un gesto de conversión, de metanoia, es decir, un sentirse interiormente conmovido, un entristecerse, que lleva al pecador al arrepentimiento y al renovación interior.

                Esta Palabra de Dios se actualiza para cada uno de nosotros. La salvación de Dios tiene las coordenadas espaciotemporales de nuestro propio corazón. Es el “hoy y aquí” de su torrente de gracia que precede a la llamada a la conversión. Quizá pensamos que Dios hizo maravillas en el pasado o que no somos merecedores de su amor y su misericordia. Olvidamos que para Dios no existe más que el presente.

                No conviene olvidar que nuestro camino hacia la conversión se mueve entre la tarea y el don. La conversión es fruto del esfuerzo personal y comunitario. Siempre hay que avanzar, dar un paso, ir hacia adelante. Esto fundamenta la oración de Pablo que leemos en la segunda lectura: “que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores”. Para hacer que esa comunidad de amor sea el camino del Señor, el lugar por el que viene el Señor, es preciso allanar, elevar, rebajar, enderezar, igualar. Por eso no conviene pasar por alto hoy esta pregunta: tanto a nivel personal como comunitario ¿de qué postraciones hay que elevarse? ¿qué orgullos hay que rebajar? ¿qué desviaciones hay que enderezar? ¿qué situaciones de injusticia hay que igualar?

                Pero la conversión es una gracia. La primera lectura está sacada de un poema que canta el fin del destierro y la reconstrucción de Jerusalén. Y en esta reconstrucción el protagonista, el sujeto activo es Dios mismo y no el pueblo. Es Dios quien manda abajarse los montes, quien llena los barrancos, quien ordena a los árboles dar sombra… Es Dios quien guía a su pueblo con justicia y misericordia. Es Él quien hace posible el regreso.

                Es por ello por lo que encontramos dos invitaciones en forma de imperativo para cambiar el estado de ánimo del pueblo abatido: “Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da” y luego, “ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura”. Es una invitación a salir del estado de postración, a no estancarse en el pasado, a vestirse de fiesta.

                Después de haber hecho experiencia de esta gracia de Dios, el discípulo de Jesús se convierte en misionero. Recoge la vocación profética de Juan Bautista para preparar a los hombres y a las comunidades a recibir a Jesús. Desde un ministerio de itinerancia y una espiritualidad del desierto se implica para despojar los vestidos de luto y aflicción de los que sufren y regalarles las galas de la justicia y la misericordia de Dios.

 

2. Ideas para la homilía

  • La salvación prometida por Dios es concreta y anclada en la historia, y tiene vocación de universalidad.
  • En un momento concreto de la historia surge un profeta, Juan Bautista, que cierra el ciclo de la Antigua Alianza. Su espiritualidad está marcada por el desierto, lugar de la Alianza de Dios con su pueblo.
  • Juan invita a la conversión para preparar el camino al Señor. La conversión es una tarea siempre hay que elevar, rebajar, enderezar, igualar...
  • Pero también es un don de Dios, él mismo fue acompañando al pueblo judío en su regreso.
  • Esta acción de Dios es una invitación a renunciar a estancarse en el pasado y al cambio de ánimo. ¿Cuáles son los caminos que hay que arreglar para que el Señor venga?

 

3. Preguntas para le reflexión personal y en grupo

  • ¿Qué significa y qué implicaciones tiene para ti que “todos verán la salvación de Dios”?
  • ¿Cómo vives el “hoy y aquí” de la gracia de Dios?
  • ¿Qué necesitas “allanar”, “rellenar”, “rebajar”, “enderezar” o “nivelar” a nivel personal y comunitario?
  • ¿Qué experiencia tienes de que la conversión es también una gracia de Dios?
  • ¿A quiénes te envía el Señor a despojar los vestidos de luto y aflicción?

 

4. Un poco de poesía

 

Dios y tú

Sólo Dios puede crear,
                pero tú puedes valorizar lo que El creó.
Sólo Dios puede dar la vida,
                pero tú puedes transmitirla y entregarla.
Sólo Dios puede dar la fe,
                pero tú puedes dar tu testimonio.
Sólo Dios puede infundir esperanza,
                pero tú puedes restituir la confianza del hermano.
Sólo Dios puede dar la fuerza,
                pero tú puedes apoyar al que está desanimado.
Sólo Dios puede dar amor,
                pero tú puedes enseñar a tu hermano a amar.
Sólo Dios puede dar la alegría,
                pero tú puedes indicarla a los otros.
Sólo Dios es la luz,
                pero tú puedes hacerla brillar en el mundo.
Sólo Dios es la vida,
                pero tú puedes distribuir entre los otros la alegría de vivir.
Sólo Dios puede hacer lo imposible,
                pero tú podrás hacer siempre lo que es posible.
Sólo Dios puede operar milagros,
                pero tú puedes hacer el sacrificio.
Sólo Dios puede hacer germinar la simiente del bien,
                pero tú puedes plantarla en el corazón humano.
                Sólo Dios se basta a sí mismo,
pero prefiere contar contigo.

 (José Luis Martín Descalzo)

 

3er Domingo de Adviento Ciclo C

Sof 3, 14-18ª
Flp 4, 4-7
Lc 3, 10-18

1. Comentario vocacional

Ya sabemos que este tercer domingo de adviento es una invitación a la alegría. Es algo que la Iglesia pide en la oración colecta: “concédenos llegar a la Navidad –fiesta de gozo y salvación- y poder celebrarla con alegría desbordante”. Nuestra sociedad post-cristiana celebra la navidad  con un derroche y una alegría desbordante. Pero no es esta alegría la que le pedimos al Señor. El cristiano vive la Navidad con alegría, sí, pero de otra forma. Es una alegría más profunda, más verdadera si se quiere. El cristiano debe estar alegre, que no es lo mismo que estar contento, todo el año; porque es un gozo interior que se manifiesta exteriormente. Y esta alegría es de por sí un testimonio interpelante.

                ¿Por qué estamos alegres? Porque el Señor está cerca, nos dice san Pablo. Porque el Señor “ha cancelado tu condena y ha expulsado tus enemigos”, dice Sofonías. La fe y la esperanza en la venida del Señor origina algunos efectos en el corazón del hombre. Ya no hay lugar para el temor, sino para el gozo y la confianza (abandono en Dios), que desembocarán en una paz divina: “La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

                Juan, como precursor del Mesías, dice que vendrá y “os bautizará con Espíritu Santo y fuego”, es decir, con el Espíritu Jesús se realizarán los tiempos mesiánicos tan esperados. El fuego expresa la presencia de Dios y la fuerza transformante de su gracia y su perdón. Pero lo más llamativo del texto de Sofonías es que comienza haciendo referencia al gozo humano para terminar con el gozo de Dios. Precioso es el último verso: “El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”. Dios se regocija en la reconstrucción espiritual y civil de Jerusalén.

                Pero todo este tono de alegría y gozo no le hace al cristiano vivir alejado de la realidad y olvidarse de su propia experiencia de pecador. Es una alegría que exige frutos de conversión, y frutos concretos. El mensaje de Juan viene a decir que la conversión es necesaria y también posible para todos los grupos sociales. Por eso el evangelista recoge el hecho de que la gente en general y algunos publicanos y soldados en particular, se acercan pidiendo el bautismo. Y por tres veces le preguntan “¿qué debemos hacer?”

                La respuesta de Juan se refiere a gestos que expresen un cambio de vida. Juan pide una espiritualidad práctica que concreta lo que hay que enderezar y ajustar (2º domingo de adviento). Sus respuestas conciernen lo cotidiano y la normalidad de cada día y siempre tienen como referencia el prójimo. Son gestos de caridad fraterna (compartir las túnicas), de justicia (“no pidáis más delo establecido”) y de no violencia (“no hagáis extorsión a nadie…”). Pablo, por su parte, pedirá la comunidad de Filipos que experimenta la división y la discusión, la virtud de la mesura, de la moderación.

                La Palabra de Dios nos interpela y nos invita a descubrir la verdadera y profunda alegría que viene de su presencia salvadora. Hace falta descubrir primero su presencia que nos renueva y nos bautiza con Espíritu Santo y fuego. Después se trata de vivir en consecuencia. La pregunta sobre el qué debo hacer, es hoy terriblemente actual. No se puede esquivar. El Señor nos invita hoy a vivir en la mesura, a compartir, a buscar la justicia a vivir con un espíritu pacificador… ¿A qué distancia estoy de hacer real esta invitación?

                Es el momento de pararse y hacer un pequeño análisis en nuestra vida. Con la ayuda de Jesús, es el momento de aventar la parva, es decir, de seleccionar o elegir un estilo de vida; de reunir el trigo, de ir a lo importante y esencial; de quemar la paja, de destruir lo que no nos ayuda o no nos sirve. Pidamos el don de discernimiento.

2. Ideas para la homilía

  • Este tercer domingo de adviento es una invitación a la alegría por eso la alegría debe ser una de las características del cristiano de hoyen medio de tanto sufrimiento.
  • Esta alegría nace de la convicción de que “el Señor está cerca”, que viene como don, con un bautismo de fuego y viento. Por eso es una alegría propia de Dios, él también está alegre.
  • La alegría del cristiano no le hace olvidarse de sus responsabilidades, al contrario, exige frutos concretos de conversión. ¿Qué debemos hacer? Juan nos pide gestos de caridad fraterna, de justicia y de no-violencia.
  • Para ello es necesario el discernimiento.

 

3 .Preguntas para la reflexión personal o engrupo

  • ¿En qué medida el tono general de tu vida es una alegría interior? ¿La gente a tu lado lo ve así?
  • ¿Qué es lo que te hace realmente feliz en tu vida?
  • ¿La gente percibe la Iglesia como una comunidad alegre? ¿Por qué?
  • ¿Qué gestos concretos de caridad fraterna, de justicia y de no-violencia puedes desarrollar durante este tiempo de adviento?
  • ¿Qué tienes que elegir, privilegiar y quemar en tu vida?

 

4 .Un poco de poesía

RÍETE

Me hacías cosquillas aquella tarde
y me decías:
«¡Ríete! ¡Ríete! ¡Ríete!».

Yo estaba serio
como un tren en marcha.
Y no me hacía gracia
que nadie me hiciera cosquillas.
Quería andar solo mi camino.

Tú seguías haciéndome cosquillas.
Movías tus dedos con suavidad
y me gritabas:
«¡Ríete! ¡Ríete! ¡Ríete!».

Yo te miraba de reojo
y pensaba: Es un chiquillo nuestro Dios.
No sabe que la vida es cosa seria,
como la subida de precios
y la guerra del petróleo.

Penetraste en mis pensamientos,
pero no hacías caso.
Seguías haciéndome cosquillas.
De repente soltaste una carcajada
y exclamaste:
«¡Hay que reírse hasta del evangelio!».

Me sonó a blasfemia.
Pensé: Nos va a estropear el invento
después de dos mil años.
¡Tanto decir que la puerta es estrecha!
Exige oposiciones
y luego deja copiar.
Organiza una recepción
y él viene en traje de baño.
¡Etiqueta, Señor, etiqueta!
Y un mínimo de seriedad.

Leíste en mi frente y me dijiste:
«Te canto aleluyas y no mueves ni las mandíbulas.
 ¿ Te canto un responso?».

Me enfadé.
Te grité: «¡Qué poca formalidad!».
A Dios no hay quien lo entienda.

No te inmutaste.
Socarrón, me dijiste:
«Ya era hora de que lo aprendieras».

Estaba fuera de juego.
Yo hacía líneas rectas
y Tú jugabas con curvas.
Yo luchaba con lógica,
y Tú te movías en la frontera del chiste.
Yo serio,
y Tú en broma.

Perdí la pista.
El corazón me daba saltos
de la ira a la risa,
de la risa a la ira.
No podía mantener la seriedad
ni tenía humildad para reírme.

De repente se derrumbó el muro
y salió la risa por mi boca
como una riada.
Una cascada de agua clara.

Me dijiste:
«Ya era hora
de que te rieras en la oración».

Aquella tarde te perdí el «respeto»
para Siempre.

(Patxi Loidi)

 

4º Domingo de Adviento

Mi 5, 1 – 4a
Heb 10, 5 -10
Lc  1, 39 – 45

1. Comentario Vocacional

                Los tres ciclos litúrgicos presentan a María como protagonista en este cuarto domingo de adviento. Ella se convierte en nuestro modelo. ¿Qué descubrimos en ella de extraordinario?  En primer lugar, podemos aplicar a María  y sin ningún problema, la alabanza que se hace de Belén, “pequeña entre las aldeas de Judá”,  porque “de ti saldrá el jefe de Israel”. En María descubrimos que en su pequeñez y simpleza Dios la ha mirado graciosamente. Ella no es elegida por sus virtudes sino por su pequeñez porque a Dios le gusta lo pequeño y discreto. Y es ella quien nos ofrecerá el Mesías esperado.

                En segundo lugar, María es una mujer de fe. Su fe es adhesión a una promesa. Por eso es dichosa, porque “lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. En ese ejercicio de fe María descubre que Dios es fiel y que bendice también a su prima Isabel. Su fe le hace salir, ponerse en marcha “con prisa” para encontrase con Isabel. Su fe la hace disponible, servicial y, si se quiere, evangelizadora, pues anuncia a su prima una buena noticia: la presencia decisiva de Dios entre los hombres. Pero no conviene olvidar que ella es evangelizadora porque primero ha creído.

                Esta actitud de María no es otra cosa que un reflejo de la del Hijo, quien nace para entregarse: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Jesucristo  supera el sacrificio cultural de la ley, del antiguo testamento, con el sacrificio de su propia persona. La ofrenda del propio cuerpo es la ofrenda total de sí mismo. Y María ya aprendió a conjugar de la misma manera cuando dijo “¡hágase en mí según tu Palabra!”.

                Un elemento llamativo del evangelio es que las dos mujeres no hablan de ellas mismas, sino de lo que Dios ha hecho en ellas. Isabel llama dichosa a María porque ha creído y porque la promesa de Dios se realizará. Lucas nos dice simplemente María “saludó a Isabel” y aunque no nos explicita sus palabras concretas, su saludo fue sin duda una bendición como se solía hacer entonces, de tal manera que Isabel exclama: “en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. Más tarde, en los versículos que siguen y que constituyen el Magníficat, María bendecirá a Dios por las grandes obras que he hecho en ella.

                Todo el texto del evangelio rezuma alegría y gozo. Los mismos saltos de alegría de la criatura en el vientre de Isabel son vistos como una manifestación de la alegría mesiánica. La alegría, la justicia y la paz son frutos de la era del Mesías que se hace presente ya en María.

                La Palabra de hoy nos invita a los seguidores de Jesús a desarrollar una fe que nos haga salir de nosotros mismos, una fe comprometida y misionera. Al ejemplo de Jesús y María, nosotros también nacemos para entregarnos, para ofrecernos nosotros mismos, con todo nuestro ser. En Navidad nos intercambiamos regalos de todo tipo: caros, baratos, sencillos, sofisticados, útiles, simbólicos… El verdadero regalo que Dios espera de nosotros, el verdadero regalo que necesitan los demás, es nuestra propia vida, el regalo de nosotros mismos.

                María también nos enseña a tener un sentido capaz de descubrir las maravillas que Dios hace en nuestras vidas y en la vida de los otros. Normalmente sólo vemos sus defectos, pero ¡hay tanto por descubrir! Por eso es necesario vivir en actitud de bendición. Bendecir es hablar bien, ensalzar, glorificar… Que saludemos a la manera de María, que llevemos la alegría a tantos que la necesitan a la manera de María.

 

2. Ideas para la homilía

  • En esta última etapa del adviento, la Iglesia nos presenta a María como modelo. Con ella nos acercaremos adecuadamente el misterio de la Encarnación con sus virtudes de fe y pequeñez.
  • La actitud creyente de María es una actitud activa, que la pone en marcha para servirse y entregarse.
  • La entrega es lo que define toda la vida de Jesús: él se hace hombre para entregarse.
  • En el evangelio encontramos también la bendición de Isabel con respecto a María y viceversa. Bendicen las maravillas que Dios ha hecho en ellas.
  • La Palabra nos invita a una fe comprometida que nos haga de nosotros un regalo para los demás.

 

3. Preguntas para le reflexión personal o en grupo

  • ¿Cómo es tu experiencia de fe?
  • ¿Qué experiencia tienes de que la fe te empuja a una acción concreta?
  • ¿Cuáles son las maravillas que Dios ha hecho en tu vida? ¿Le bendices por ello?
  • ¿Qué has descubierto últimamente en la vida de alguien que te ha llevado a bendecir a Dios y a darle gracias?
  • ¿Crees que en esta vida nacemos para entregarnos al ejemplo de Jesús?

 

4. Un poco de poesía

El mejor modo de “bendecir”

¿No sería este viejo mundo
mucho, muchísimo mejor,
si todo caminante que nos encontrara
nos dijera:
He oído, me han contado, sé algo bueno de ti?
                ¿No sería de lo más hermoso y estimulante
si tras de cada apretón de manos,
cada beso o saludo convencional que damos,
se encerrase siempre esta seguridad:
He oído, me han contado, sé algo bueno de ti?
                ¿No nos resultaría esta vida más fácil
si lo que en nosotros hay de bueno
fuera lo primero que vieran quienes
acompañan o se topan con nuestro caminar;
y luego corriesen a gritarlo…
y el eco nos devolviese la noticia:
He oído, me han contado, sé algo bueno de ti?
                ¿No sería nuestro rincón familiar
nido del que cuesta volar y al que sueñas con volver
si lo propio de los propios fuese un continuo
maquillar a base de cariño nuestros fallos
y venirnos cada día con el mágico susurro:
He oído, me han contado, sé algo bueno de ti?
                Corre, vuela, no pierdas oportunidad
de “decir-bien” de todos y por todo;
de cantar – sobre todo-
alabanzas a tu Dios.

(Revista “Orar”)