LIBRO VOCACIONAL RECOMENDADO
volver al menú
 


JOSEPH RATZINGER-BENEDICTO XVI

JESÚS DE NAZARET

La Esfera de los Libros, Madrid 2007, 450 páginas

 

«La Originalidad de Jesús de Nazaret»

Invitación a la lectura de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007

«Nadie puede ser forzado, por medio de discusiones, a creer en Jesús de Nazaret como en la absoluta presencia de Dios. Esta fe es libre porque cree en algo histórico, en algo contingente. Pero quien tiene las ideas por seria y existencialmente verdaderas, sólo cuando poseen carne y sangre, ese puede creer más fácilmente en la idea de la humanidad divina, si cree en Jesús de Nazaret, si encuentra en carne, lo que es el proyecto venturoso de la más alta posibilidad del hombre, desde la cual por primera vez se sabe qué significa hombre propia y últimamente» (K. Rahner, «Sobre la posibilidad de la fe hoy», Escritos de Teología V, Madrid 22003, 25).


“No hay inmanencia sin historia ni trascendencia. Es decir, no hay verdad interior del Espíritu en el sujeto que no esté remitida a una historia concreta y objetiva de Jesús de Nazaret, el cual, a su vez, nos abre y nos remite a la última trascendencia de Dios Padre. No hay trascendencia, sin historia ni inmanencia.  A saber, no hay misterio incomprensible de Dios y verdad trascendente que siempre nos desborda y supera, sin su relación a la revelación y verdad concreta de Jesús de la que nos apropiamos personalmente desde la acción inmanente del Espíritu. No hay historia, sin inmanencia ni trascendencia. O sea, la verdad de la historia de Jesús no puede percibirse y acogerse en su pura facticidad, sin la presencia inmanente del Espíritu en el hombre y en la medida en que esa historia nos abre al misterio trascedente del Padre” (A. Cordovilla, El ejercicio de la Teología, Salamanca 2007, 141).

 

1. El contexto cultural

La modernidad ha situado la conciencia de la humanidad en la encrucijada de las elecciones exclusivas (aut aut). Varias centurias empleadas en la derrota de todo dogmatismo intelectual dominante, ha diezmado la capacidad humana de acoger en su simplicidad cualquier testimonio de su propia historia cultural. Todo logro, relato o personaje ha de ser despojado de cualquier sospecha de interés; ha de ser interpretado para recobrar la confianza en la pureza de sus raíces. Y hasta yo, que desconozco los rudimentos del bricolaje floral, alcanzo a saber que el exceso de agua en la raíz acaba marchitando la planta más esplendorosa.


La Iglesia, que no permanece ajena al devenir de la humanidad, también ha sido requerida por la razón moderna. Ella está construida de carne y por carne. De modo que los creyentes se hallan hoy en la misma situación de desconcierto que el resto de los mortales. La religión en general, su papel social, cultural y espiritual ha sido y es continuamente sometido a profunda revisión. Es más, la urgencia mediática de recientes sucesos pavorosos ha acelerado lo que algunos llaman un proceso de deconstrucción de lo cristiano, en el mundo occidental especialmente. Me refiero a la creciente percepción de la religión como factor de enfrentamiento entre las diversas culturas, y generador de actos de violencia gratuita de naturaleza desconocida hasta el presente; lo que repercute necesariamente en una visión intelectual crítica de todas las tradiciones religiosas de la humanidad, y por tanto también de sus fundadores o máximas figuras representativas. En Occidente, con más notoriedad, no pocos abogan por la necesidad de distinguir entre la religión (cristiana) como producto cultural (y por tanto susceptible de cambio y crítica), y la religión (cristiana) como experiencia espiritual válida en tanto que anima y sustenta el régimen de libertades y derechos que la ciudadanía ha consensuado en sus estatutos legales fundamentales. Tal propuesta nos adentra en un ámbito que exige cuidadosas distinciones y matizaciones. Ciñámonos a la repercusión que estos planteamientos tienen para la percepción contemporánea de la figura de Jesús en ámbitos intelectuales.


Obviando matices concretos, podemos acceder a la lectura de una serie de autores que, en contexto europeo, y participando de la distinción antes mencionada, hacen de Jesús un maestro de moral o de vida. Un hito en la historia de la humanidad que es imposible obviar pues extiende su influencia a todos los rincones de la misma. Ahora  bien, en el fondo se le considera tan sólo una figura representativa de la resistencia humana a considerar la realidad como evento clausurado en lo puramente fáctico o, si queremos, en lo trivial. El testimonio de Jesucristo, entre otros, responde a la intensidad de conciencia con que el espíritu humano se asienta en la realidad. La criatura humana es capaz de una experiencia creativa continua sobre la realidad en que vive, de modo que ella misma se autopercibe lanzada a buscar un posible sentido tanto de su propia existencia, como de sí misma en relación con su entorno global. Ahora bien, es ésta una experiencia privada, ayuna de evidencia para muchos y por tanto no susceptible de ser impuesta a nadie. En conclusión, Jesús me puede proporcionar una interpretación de la dimensión trascendente de la realidad, que puede encajar o no con mi modo de entender el mundo . ¿Cómo presenta Jesús lo divino? En esta perspectiva no es posible dar una respuesta única, ni siquiera cierta. ¿Quién es Jesús? ¿Cómo accedo con seguridad a su figura? ¿Quién me garantiza que es portador único de una promesa de salvación (vida plena)?


Desbrozar el camino no es sencillo, recuperar la confianza en la fidelidad del testimonio de los evangélicos canónicos es tarea por re-hacer; más urgente aun para el creyente. Es la más acuciante de las acciones pastorales que la comunidad de discípulos de Jesús de Nazaret tiene hoy ante sí.


2. Jesús de Nazaret y Benedicto XVI


Desde su elección como pontífice, Benedicto XVI ha expresado con claridad meridiana esta necesidad. Permítaseme recuperar aquí dos pequeños párrafos de los dos documentos más importantes de su reciente magisterio:
«Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus Caritas est, n. 1).


«Hoy se necesita redescubrir  que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos» (Sacramentum Caritatis, n. 77).


No sorprende pues que, valiéndose de la sabiduría teológica que atesora, haya publicado un ensayo sobre Jesús de Nazaret. Su “humilde” contribución al reto que la comunidad cristiana tiene hoy ante sí. Veamos algunas de sus características, pues conviene desbrozar los tópicos que pueden cernirse sobre el libro dada su procedencia y temática.


2.1 Joseph Ratzinger, el autor


En primer lugar es significativo que el nombre del teólogo se anteponga al del pontífice. Es un libro de Joseph Ratzinger. Es un ejercicio intelectual del teólogo que “puede ser replicado libremente” (p. 20). Carece pues de autoridad e intención magisterial, es un trabajo teológico. Es evidente que la tarea de la teología es la de apoyar y ofrecer recursos al pronunciamiento magisterial. Al igual que el magisterio eclesial puede ser considerado “el marco de la teología” . Carece pues de sentido buscar en el texto apoyo infalible para convicciones de fe o costumbres. En absoluto alimenta la problemática de la relación entre magisterio y teología que, por otro lado, ha sido efectivamente turbulenta en momentos concretos de la historia eclesial reciente. Tal vez sea bueno retomar las palabras que Pablo VI dirigió el 1 de octubre de 1966 a los participantes de un congreso internacional en torno a la teología del Concilio Vaticano II celebrado en la Universidad Gregoriana de Roma:
"Magisterio y Teología tienen una raíz común, la Revelación de Dios;... tienen una relación estrecha, un fin común: enseñar, interpretar, clarificar y defender el 'depositum revelationis'...", aunque "Magisterio y Teología se distingan también entre ellos..."


2.2 El origen de la obra


Ratzinger confiesa que la reflexión que presenta ha surgido de “un largo camino interior” (p. 7), por tanto de una experiencia personal de encuentro y confrontación con la figura de Jesús de Nazaret. Alimentada desde su juventud con el testimonio de otros muchos que antes que él recorrieron la misma senda. No es exactamente un libro de gabinete. Es cierto, lo ha escrito un maestro de teología que conoce de cerca el desarrollo de los estudios bíblicos contemporáneos; y eso se nota en la lectura del texto (véase por ejemplo el esfuerzo de síntesis entre las distintas posturas, así como la toma de posición personal ante el hecho de la determinación de la autoría del cuarto evangelio, p. 257-275). La ausencia de notas marginales y el estilo sosegado de la reflexión facilita su seguimiento. Más adelante podremos abundar en la opción de lectura de la Escritura hecha por Ratzinger. En este momento es importante señalar que el objetivo del ensayo es plenamente pastoral. Del mismo modo que Ratzinger, confiando en el testimonio apostólico, ha descubierto a Jesús a partir de su comunión con el Padre, que es verdadero centro de su personalidad y clave de su actualidad; así mismo pretende que el lector rehaga él mismo este itinerario. Es una fórmula constante en la historia de la espiritualidad cristiana: el encuentro con Cristo de una persona se convierte en luminaria que propicia nuevos encuentros. Por ello también podría apellidarse al libro como “de espiritualidad”, si bien en el sentido más hondo del término. No en vano teología y espiritualidad, razón de fe y contemplación del misterio constituyen un continuo que jamás debió romperse. H. U. von Balthasar sitúa la ruptura en la asunción teológica del aristotelismo en el siglo XIII; más en concreto cuando la “propedéutica filosófica comenzó a concebirse a sí misma  como una base fija, definitiva, cuyos conceptos se arrogaban el ser, sin la necesaria trasposición, las normas y criterios y, por consiguiente, los jueces del contenido de la fe. Como si el hombre, antes de haber escuchado la revelación, supiese de antemano, con una especie de carácter definitivo, lo que son la verdad, la bondad, el ser, la vida, el amor, la fe. Como si la revelación de Dios acerca de estas realidades se adaptase a los recipientes fijos, no ampliables, de los conceptos filosóficos” ).


2.3 «¿Entiendes lo que lees?» (Hech 8, 30).


Una mirada particular a la Escritura. Veamos ahora cuál  es el presupuesto metodológico del libro. Desde que a finales del siglo XVIII la interpretación de la Biblia adquiriese nuevos bríos en la estela de una Ilustración encaminada a pasar todo lo humano y lo divino por el tamiz de la razón,  tanto la exégesis protestante primero como la católica después han intentado diversos ensayos en la búsqueda de lo que podría llamarse un tercer término de la comparación. Es decir, si asumimos que el acontecimiento Jesús (1) queda mediado en el testimonio personal de los apóstoles (2), carecemos de un tercer testimonio que pueda servirnos como comprobación objetiva de que entre la hecho de Jesús y el testimonio apostólico existe plena coincidencia (3). De modo que no nos es dado el acceso inmediato a Jesús (1), si no aceptamos en la fe el testimonio de fe de Pablo, de los Sinópticos y de Juan que se pronuncian sobre la autorrevelación de Dios en la historia y en la persona de Jesús como figura histórica (2). Jesús se media en el testimonio de los apóstoles, dándose así a conocer al resto de creyentes en su identidad como hombre con historia y encarnación del Hijo al que el Padre acompaña, sustenta y resucita (cf. DV 7).


El estudio de la Escritura en sus diversos métodos y acercamientos ha de estar al servicio de un conocimiento cada vez más profundo de la Palabra. El análisis de la historia, del ambiente social y cultural, de la idiosincrasia psicológica de un pueblo o de sus usos lingüísticos por lo que a la Escritura se refiere (el término de la comparación), completa, enriquece y anima la lectura creyente de la Escritura en el seno de la comunidad que la recibido (traditio). Joseph Ratzinger se ha unido en repetidas ocasiones, tanto siendo portavoz del magisterio como a título personal , a la preocupación eclesial por esclarecer la finalidad que posee y riqueza que aporta el estudio de la Escritura a la vida de la Iglesia . Ciertamente la aplicación del llamado método histórico-crítico ha enriquecido sobremanera la humanidad de la Palabra en la búsqueda del sentido original en que fue consignada, sin embargo, “puede conducir a que solamente la dimensión humana de la palabra aparezca como real, mientras el verdadero autor, Dios, se escapa a la percepción de un método que ha sido elaborado precisamente para la comprensión de cosas humanas… La palabra bíblica viene desde un pasado real, pero no solamente desde el pasado, sino al mismo tiempo desde la eternidad de Dios. Nos conduce hacia la eternidad de Dios, pero, una vez más, por el camino del tiempo, al cual corresponde pasado, presente y futuro” .


En cierto modo, los métodos histórico-críticos de estudio de la Biblia y concretamente de los evangelios, han llegado a suscitar, en ocasiones, una desconfianza radical: lo que yo leo en el evangelio, ¿es lo que Jesús ha hecho, o es más bien lo que el último redactor ha querido escribir? Lo que leo, ¿es realmente la palabra de Jesús o es la palabra del evangelista y su comunidad? Una desconfianza tal, provoca que toda tentativa de búsqueda de Jesús y su mensaje a partir de esos textos y de los análisis de las diferentes etapas redaccionales de la tradición en que han surgido, resulte harto complicado. La pregunta para Ratzinger es pues: ¿cómo tornar al evangelio donde encuentro narrado quién es Jesús, lo que hace y dice? Evidentemente, no se trata de un retorno acrítico o ingenuo. El no ha elaborado una vida de Jesús más o menos piadosa. Se trata de volver a los textos para rescatar, en la medida de lo posible, los rasgos que componen, como en mosaico armónico, la historia de Jesús.


Le sirve a Ratzinger como guía en muchos pasos de su libro la obra del gran exegeta del siglo XX Rudolf Schnackenburg. Este ha seguido muy de cerca en sus estudios del evangelio el método histórico-crítico. Sin embargo, al final de su trayectoria intelectual observó que esto no bastaba: la figura de Jesús se le mostraba demasiado fragmentada, de modo que era más que necesario recuperar una visión de conjunto. Es entonces cuando Schnackenburg publicó un libro titulado La historia de Jesús reflejada en los cuatro evangelios : un intento de volver a presentar a Jesús en el espejo de los evangelios, pues ellos son los únicos que nos devuelven la imagen verdadera de Jesús. Sin embargo, subraya Ratzinger, el propio Schnackenburg en un momento dado afirma que los evangelios han revestido de carne al Hijo de Dios aparecido sobre la tierra lleno de misterio.  Lo cual, según Ratzinger, no es del todo exacto. No son los evangelios los que han revestido de carne al Hijo de Dios sino que es Él mismo quien se revistió de carne (Et incarnatus est). Los evangelios no tienen que revestir nada de carne, sino que muestran al que se encarnó. Reflejan al Hijo de Dios que asumió la carne. Devuelven en toda su intensidad la imagen de la carne del Hijo de Dios, de la humanidad del Hijo, de la historia concreta que el Hijo de Dios ha vivido por nosotros los hombres y por nuestra salvación. De modo que la lectura que Ratzinger realiza se sitúa más allá de cualquier separación o distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. El Jesús de la fe es el Jesús de la historia. El Cristo de la fe no es una construcción abstracta, sino que es el mismo Jesús que ha vivido junto a nosotros. Nuestra fe es en el Jesús de la historia. El Jesús real. Abandonando, eso sí, la ingenua pretensión de querer escribir una historia de la vida de Jesús en clave de crónica detallada de todo lo que él hizo desde el instante de su nacimiento. Los evangelios nos hablan de Jesús. Sin más. Del Hijo de Dios que se ha hecho carne. Este es un dato histórico decisivo que desemboca en otro igualmente fundamental y, sin  el cual, la persona de Jesús se nos escapa como agua que se derrama de la mano: la radicación en Dios de la persona de Jesús. “Este es el punto de apoyo sobre el que se basa mi libro: la consideración de Jesús a partir de su comunión con el Padre. Este es el verdadero centro de su personalidad. Sin esta comunión no es posible entender nada, a partir de ella El se nos hace presente incluso hoy” (p. 10).


Ratzinger elige un camino metodológico concreto en su recorrido de los textos. Se trata de la llamada “exégesis canónica” o acercamiento canónico a la Escritura . Este itinerario nacido en los Estados Unidos elabora una lectura de la Escritura que parte de la afirmación explícita de la fe (inspiración). De manera que la Escritura se interpreta a la luz del Canon, es decir, de la Biblia recibida como norma de fe por la comunidad de los creyentes. No se trata de valorar los estadios más antiguos de cada tradición como más auténticos, sino que es toda la Escritura en su unidad la que otorga sentido último a cada parte (sólo así es posible comprender la Escritura en el mismo espíritu en que fue escrita, DV 12). El centro interpretativo de toda la Escritura es Jesucristo, donde la fe del pueblo de Dios (verdadero y profundo “autor” de la Escritura), reconoce la clave de bóveda que une en continuidad de sentido Antiguo y Nuevo Testamento. Pues, como muy bien señala Ratzinger, la grandeza se sitúa en el origen. A describir, acoger y orar a Jesús como Hijo de Dios no se llega a través de un proceso de reflexión posterior, sino que es el mismo Jesús quien, veladamente, se da a conocer a los suyos en obras y palabras como Dios .


Todo lo cual desemboca en la elaboración de una lectura teológica de la Escritura muy cercana a la de la primera teología cristiana. Para Justino, Tertuliano, Orígenes o Cipriano, entre otros, resulta esencial acoger la sustancia real de la Escritura para evitar la disolución de la conciencia cristiana. Una sustancia que gira en torno a un triple eje (Dios, hombres e historia) ensamblado por la figura de Cristo, donde los tres confluyen y se relacionan íntimamente sin por ello perder su identidad particular.


2.4 «Suscitaré un profeta como tú» (Dt 18, 15ss)


Tras el presupuesto metodológico y antes de iniciar el estudio de los episodios más significativos en el trayecto vital y espiritual de Jesús, el libro presenta una introducción o una mirada inicial al misterio de Jesús. Es el libro del Deuteronomio el que guía la reflexión. En concreto se cita Dt 18, 15ss: “Suscitaré un profeta como tú”. En esta profecía Dios anuncia a Moisés que en un futuro indeterminado suscitará para el pueblo de Israel un profeta semejante a él. ¿Quién era Moisés? Aquél que vio a Dios cara a cara. De él se afirma en el capítulo 34 del Deuteronomio que es el único profeta al que se ha permitido ver a Dios cara a cara sin sucumbir. La promesa veterotestamentaria sigue en pie hasta la llegada de Jesús. El evangelio de Juan da cuenta de que Jesús colma el anuncio divino a Moisés: A Dios nadie lo ha visto, el Hijo unigénito, el que está en el seno del Padre nos lo ha dado a conocer (Jn 1, 18). Por tanto, este Jesús hecho carne, este Hijo de Dios testimoniado por los evangelios es el cumplimiento de esta promesa de Dios a Moisés. Jesús es el que ha visto a Dios cara a cara. Es quien ha tenido una relación única, insuperable e irrepetible con Dios. Como Hijo, se nos revela como la misma presencia de Dios. De ahí que Ratzinger insista mucho en aquel rasgo evangélico que mejor define este ser del Hijo y su relación al Padre-Dios: la oración de Jesús. Una dimensión a menudo olvidada, pero que los evangelios tienen muy presente, sobre todo Lucas. Se trata de un apunte recurrente en todo el libro de Ratzinger: Jesús es quien da a conocer al Padre.  “El punto de apoyo” sobre el que pivota toda la obra.


Continúan desgranándose los diferentes misterios de la vida de Cristo: el bautismo, las tentaciones, el reino de Dios, el sermón de la montaña (con comentario particular del Padre nuestro, la oración de Jesús), los discípulos, las parábolas, las grandes imágenes de san Juan: el agua, el vino (la vid), el pan, el pastor; dos momentos de la vida de Cristo: la confesión de Pedro, la transfiguración; y las afirmaciones de Jesús sobre sí mismo: el Hijo del hombre, yo soy (tan recurrente en el evangelio de san Juan…
No deseamos prolongar más esta presentación. Para acabar, baste señalar que en el libro no dejan de saltar aquí y allá reflexiones apenas esbozadas por Ratzinger en orden a contextualizar en el hoy el mensaje que se desprende del testimonio del evangelio; reside aquí el rasgo catequético de la obra. Baste la cita de algún paso:
Al comentar la primera afirmación de la oración del Padre Nuestro, afirma Ratzinger:
«A questo punto diviene sorprendentemente palese che cosa é in gioco quando si prega: non si trata di questo o di quello, ma di Dio che vuole donarsi a noi –questo é il dono dei doni, “la sola cosa di cui c´è bisogno” (cfr. Lc 10, 42)» (p. 166).
Comentando la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37):
«Ma eco, Gesú capovolge la questione: il samaritano, il forestiero, si fa egli stesso prossimo e mi mostra che io, a partire dal mio intimo, devo imparare l´essere-prossimo e che porto già dentro di me la risposta. Devo diventare una persona che ama, una persona il cui cuore é aperto per lasciarsi turbare di fronte al bisogno dell´altro. Allora trovo il mio prossimo, o meglio: é lui a trovarmi» (p. 234).

 

Citamos las páginas de la obra según la edición italiana publicada con anterioridad a la española, Gesú di Nazaret, Milano 32007.

Léase bajo este esquema interpretativo la obra de J.A. Marina, ¿Por qué soy cristiano? Teoría de la doble verdad, Barcelona 2005. Cf. Nuestra recensión en Seminarios 180 (2006) 285-288.

A. Cordovilla, El ejercicio de la Teología. Introducción al pensar teológico y a sus principales figuras, Salamanca 2007, 171-185.

Alocución «Libentissimo sane» AAS 58 (1966) 889-896; Insegnamenti di Paolo VI, IV (1966) 441-456. Traducción española en Ecclesia 26 (1966) II, 2333-2335.

Verbum Caro. Ensayos teológicos I, Madrid 2001, 201.

Cf. El prefacio elaborado por J. Ratzinger al importante documento de la Pontifica Comisión bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Roma 1993.  

Por ejemplo su colaboración en un volumen en que coinciden algunos estudiosos de gran relevancia para reflexionar sobre la fisonomía «cristiana» que debe tener la exégesis para cumplir con su tarea eclesial de interpretación de ambos testamentos: J. Ratzinger, «L’interpretazione biblica in conflitto. Problemi del fondamento ed orientamento dell’esegesi contemporanea», en I. De la Potterie-R. Guardini-J. Ratzinger-G. Colombo-E. Bianchi, L’esegesi cristiana oggi, Casale Monferrato 1991, 93-125.

Lineamenta para la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia», Roma 2007, nn. 16-17.

Cf. El citado prefacio al documento de la Pontifica Comisión bíblica (Ed. PPC, Madrid 1994, 23-25). Más recientemente, Discurso del Santo Padre al final del encuentro con los obispos de Suiza (7 de noviembre de 2006): L'Osservatore Romano edición española (17 de noviembre de 2006), 4: «Me interesa mucho que los teólogos aprendan a leer y amar la Escritura tal como lo quiso el Concilio en la Dei Verbum: que vean la unidad interior de la Escritura —hoy se cuenta con la ayuda de la "exégesis canónica" (que sin duda se encuentra aún en una tímida fase inicial)— y que después hagan una lectura espiritual de ella, la cual no es algo exterior de carácter edificante, sino un sumergirse interiormente en la presencia de la Palabra. Me parece que es muy importante hacer algo en este sentido, contribuir a que, juntamente con la exégesis histórico-crítica, con ella y en ella, se dé verdaderamente una introducción a la Escritura viva como Palabra de Dios actual».

La persona de Jesucristo reflejada en los cuatro evangelios, Barcelona 1998.

La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Madrid 1994, 49-51.

Recientes investigaciones ponen de manifiesto como la adoración a Jesús como Hijo de Dios pertenece a la primerísima etapa del surgimiento de la comunidad cristiana. De modo que en los veinte años que van desde la desaparición física de Jesús hasta la aparición de los primeros testimonios germinales del Nuevo Testamento, asistimos al afianzamiento en la conciencia eclesial de aquello que les era familiar desde sus inicios: el Jesús con el que han compartido vida y camino apostólico es el Hijo del Padre que, junto con el Espíritu, ha de ser adorado como Dios y Señor (Cf. L. W. Hurtado, Lord Jesus Christ. Devotion to Jesus in earliest Christianity, Michigan 2005).

 

Por Juan Manuel Cabiedas Tejero