LIBRO VOCACIONAL RECOMENDADO
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A. Bravo
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La oración del sacerdote

Ediciones Sígueme, Salamanca 2004, 188 páginas

Al acabar de leer el libro que presentamos, me ha quedado una sensación clara: es un libro que está escrito no desde el conocimiento de cosas, sino desde una visión contemplativa de la realidad. En su contenido están presentes diversos aspectos de la vivencia de la oración y el deseo de penetrar en el mensaje que la Sagrada Escritura nos está ofreciendo hoy. Oigamos lo que nos dice en el prólogo puesto que expresa bien el sentido del libro: “Los evangelios conservan ciertas orientaciones y consignas del Maestro sobre la oración que agrada al Padre; pero no serán aquí abordadas de forma directa. La reflexión gira en torno a cómo el discípulo debe hacer suya la oración de Jesús en su ser y hacer de servidor del evangelio en la historia. La plegaria es para él camino de plenitud y de acción comprometida a favor de sus hermanos de camino, en particular de los pobres” (p.9)

El libro está dividido en siete capítulos y un prólogo, en cada uno de ellos aborda un aspecto de la oración del sacerdote: la oración, don y tarea; enséñanos a orar; la oración a Jesús; la oración de Jesús; la oración en el nombre de Jesús; la contemplación en la vida del servidor del evangelio; criterios para discernir la oración.

En el primer capítulo nos introduce en la oración como don del Padre, que es quien lleva la iniciativa y se sirve de un pueblo para llevar a cabo su plan. Presenta, además, varios modelos de oración centrados en Abraham, Moisés, David, Jeremías. Cada uno de ellos se pone en contacto con Dios, o mejor, Dios se pone en contacto con ellos a partir de una situación determinada del pueblo. La últimas páginas de este capítulo quieren presentar la armonía de libertades (humana y divina) en la oración: “Cultivar el don de la oración es arriesgarse a caminar, en la novedad, cuyo control escapa tanto a la razón como a las prácticas de la ley. Es un acto supremo de entrega confiada a la palabra divina. Es el sacrificio perfecto del hombre a su Señor.

En “enséñanos a orar”, parte de que la plegaria según el evangelio es “un camino de personalización y compromiso”. El texto del que parte es el del discípulo anónimo que le pide: enséñanos a orar. Resalta el que lo incluya el evangelista en el camino hacia Jerusalén y sitúa la oración cristiana en su novedad con respecto a la judía. No se trata de métodos o normas, sino del aprendizaje de una existencia según el Espíritu del Señor. Nos habla de la antropología y la perspectiva teológica de la súplica del discípulo con el sentido del vocativo como expresión de que Jesucristo es siempre el Viviente, con los rasgos de presencia: el Resucitado contemporáneo de todo hombre; la contemplación del rostro, expresión de la persona en su totalidad. “Sólo quien contempla en la fe el rostro del Hijo sentirá la seducción de adentrarse en su misma oración”; la petición (deseo de la comunidad de ser iniciada en la comunión del Hijo en el Padre, que reina en el Espíritu santo); la devoción: “compartir el dinamismo profundo del Hijo en su ofenda perfecta al Padre en el Espíritu santo”.

La oración a Jesús parte de una cuestión: ¿podían los contemporáneos de Jesús orar al hijo del carpintero? Para responder presenta personajes que suplican a Jesús: indigentes (los paganos: el centurión romano y la cananea; los marginados de Israel: el leproso, el mendigo ciego, el padre del lunático), pero también ricos y notables: Jairo, la hemorroísa; la misma Virgen en Caná, los discípulos, etc. “La súplica —dice el autor— aparece como expresión lúcida de la propia indigencia y de la fe en Jesús, intuido y presentido como el Mesías”. Se desarrolla “a través del encuentro de dos libertades en diálogo”. “El hombre busca ser recreado para el camino”; “la plegaria dirigida a Jesús sigue siendo camino de personalización ”; “la oración dirigida a Jesús expresa el deseo depositado por Dios en el corazón de la humanidad”.

Las cuarenta y cuatro páginas que ocupa el capítulo sobre la oración de Jesús (81-120) nos introducen en el seguimiento total del discípulo a Jesús, que incluye también en su oración el cambio de perspectiva de lo que es oración, a partir de la manera de orar de Jesús: podría verse como “reflejo del diálogo eterno de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu santo”. Presenta varios momentos de oración: en el templo a los doce años. Por una parte hay identificación con el Padre, por otra solidaridad con su pueblo; en el bautismo, abriéndose a la irrupción del Espíritu y a la justicia de Dios, se abre a la identidad filial proveniente de Dios; en el desierto... etc. En acción de gracias, en la misión, ante las muchedumbres hambrientas, antes de resucitar a Lázaro, en el cenáculo. Siempre jalona la misión del Mesías: ante la muchedumbre, en la elección de los discípulos. Jesús invita a éstos a que oren como él ha orado. Dejándose guiar por el Espíritu que “viene en ayuda de nuestra debilidad”. “El discípulo sigue a Jesús en su oración de Hijo, tal como la expresó en su condición de siervo. Tras la resurrección la oración se hace ‘en el nombre de Jesús' (cap. V). Ésta se hace en la comunión del Hijo con el Padre, para hacer fecunda la misión apostólica, como expresión de alegría por la presencia de Dios en medio de las dificultades, en los que el dinamismo de amor, vivido en la existencia cotidiana, configura su existencia, identidad y acción. En la oración, escuela de alegría y de esperanza, aprendemos constantemente a vivir en el dinamismo del Hijo enviado al mundo por el Padre. “La oración configura la misión y la misión determina la oración en su núcleo más profundo”.

Los dos últimos capítulos tratan de la “Contemplación en la vida del servidor del evangelio” y “Los criterios para discernir la oración”. Contemplar, que presupone fe en la presencia y acción de Dios, que es una gracia que el siervo de Dios debe administrar a favor de todo el pueblo. El pastor recibe la misión profética del centinela. Debe caminar en comunión y dependencia, sabiendo que Dios le precede en la misión, que prosigue en él su obra, por eso los quiere vigilantes al servicio del pueblo. Centinela en la noche, acogedor de justos y pecadores. “Esta mirada contemplativa sobre la vida es fuente de conocimiento de Jesucristo y de dinamismo misionero” (p. 167).

En cuanto a los criterios habla de la humildad que es caminar en la verdad y la gracia de Cristo, según santa Teresa; el desasimiento, que prolonga y ahonda la humildad; amor y libertad, conciencia de ser amado, en la cadencia del amor paterno, amor que pide amor; compartir el camino del siervo (el grano de trigo produce fruto en su misma muerte). La paradoja: morir para vivir, perder para ganar, humillarse para ser enaltecido... ‘No has querido sacrificio ni ofrendas, pero me has formado un cuerpo... Aquí vengo para hacer tu voluntad' (Heb 10, 5-10)

Todo el libro es una aprendizaje y un situarnos ante nuestra forma de orar para que se ilumine con la manera con la que Cristo nos enseñó a estar en él y en el Padre. Pienso que es uno de los puntos más valiosos para ayudarnos a adentrar nuestra vida en una oración teologal, superando otros estadios de predomino de la razón, porque en la oración de Jesús predomina el amor, el sentimiento de ‘ser enviado por el Padre”.

A. Morata