Historia de una alegrķa
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     A finales de verano, el 21 de septiembre concretamente, a la salida de un templo, una aglomeración de gente de todas las clases sociales. Sale al final el Obispo, bendice, algunos le besan el anillo. Acaba de realizarse una ordenación sacerdotal. 25 jóvenes 25, ya son desde este momento sacerdotes de Jesucristo.
     A la salida del templo cada familia se agrupa en torno a su hijo, a su hermano... Podríamos pasar indiferentes, sin detenemos. ¿Qué nos va a nosotros? Pero también podríamos pararnos un momento —no tenemos tanta prisa— y fijarnos en una de estas familias, en uno de estos nuevos sacerdotes. ¡Quién sabe! Quizá si conociéramos un poco lo que piensan y lo que en su corazón sienten estos días, no nos pesaría perder unos minutos.

     José es el hermano pequeño. Va al colegio y por eso nos habla de su cartera y del Padre Saracíbar. Él también tiene cosas que decir sobre la ordenación de su hermano.
     Ricardo trabaja mucho porque pronto va a casarse. Es el hermano mayor. Desde la muerte de su padre se siente un poco responsable de todos.
     Merche es la novia de Ricardo. Hace pocos meses que ha “entrado” en la familia y ya parece que sea desde siempre. No es extraño que sienta también muy cercana la ordenación de Pedro.
     La madre... ¿qué es necesario decir de la madre? Llena de amor — amor sencillo de las pequeñas cosas de cada día — le llega ahora para uno de sus hijos una “gran cosa”. Es natural que apenas sepa qué decir. Es demasiado profunda su emoción.
     El padre ya no está en la tierra. Pero sigue estando muy cercano. Todos comprenden que él también vivé lleno de alegría estos días.
     Pedro, finalmente, es el hijo y el hermano. Terminados sus años de seminario, por fin le ha llegado el día de su ordenación sacerdotal. Este día en el que comienza el camino difícil, pero también el hermoso camino de su vida al servicio de Dios y de los hombres.

 

A. Tengo un hermano cura

 

José respira al terminar sus “deberes”. Son los primeros de este curso. Y ahora abre la libreta nueva y empieza poco a poco eso que le han pedido: como si fuera una “redacción” sobre la ordenación de Pedro, su hermano cura.

JSV.
     

     Mi hermano ha cantado misa estos días y en casa todos hemos andado de cabeza. Mi hermano canta muy mal, pero no es por esto por lo que hemos andado de cabeza en casa, sino por todo. Cantar, lo que se dice cantar, no tiene mucha importancia y, después de todo, a fuerza de ensayos y de no gritar mucho se ha defendido bastante bien. Lo que tiene importancia es que desde ahora mi hermano ya sea cura, o, como quiere que digamos mamá: sacerdote. A mamá le gusta más que le digamos sacerdote porque dice que es más respetuoso, pero a mí me gusta más decir cura porque es más corto y rápido, y además porque la gente lo dice así. Mi hermano el cura, lo puedo decir tranquilamente y todo el mundo sabrá que hablo de mi hermano, el que se ha hecho cura. Pero si digo mi hermano el sacerdote, pensarán que hablo de otro, de algún otro hermano desconocido y muy mayor que puedo tener en América o cualquier otro sitio así de lejos. O me dirán repipi, cosa que me fastidiaría sobre todo porque no es verdad.
     Claro que todo esto del nombre no vale la pena de discutirlo tanto porque cura y sacerdote es lo mismo. Pero de todos modos estas cosas son las que se discuten estos días, porque es la novedad y porque de otras no se puede discutir mucho, porque mi hermano el cura no quiere. Mejor dicho, no ha querido. Ahora ya es cura y todo esto ha pasado. Quiero decir la ropa de misa y el cáliz y la reunión en casa y todo lo que se hace cuando uno canta misa. De esto no quería que se hablara gran cosa porque decía que bastante se habla ya. De manera que no quedaba más remedio que discutir si le hemos de llamar mosén Pedro o Pedro simplemente, igual que antes. Mamá- decía que le hemos de llamar mosén Pedro, porque es más respetuoso y porque así lo hacen los Vilá, que tienen un hijo cura. Yo digo que le hemos de llamar Pedro, como siempre, para que siga siendo igual de hermano. Mi hermano el mayor dice que cada cual que haga lo que quiera, pero él le sigue llamando Pedro. La novia de mi hermano no dice nada, pero le sigue llamando Pedro. Bien es verdad que mamá, a pesar de todo, le sigue llamando también Pedro. Mi hermano el cura, que a fin de cuentas es el interesado, no se mete en todo esto; de manera que supongo que hay libertad para llamarle del modo que nos haga quererle más.
     Mamá dice que ahora tengo que aprender rápidamente a ayudar a misa, porque sería una vergüenza que tuviera un hermano sacerdote y yo no supiera ayudar a misa. Tiene razón, pero en el colegio siempre ayudan los mismos y yo nunca tengo tiempo de aprender, y además me da pereza y un poco de vergüenza, porque soy muy distraído y a lo mejor lo haría mal. Pero le tengo que decir a Pedro que me enseñe, ahora que ya hay más tiempo, porque también me gustaría ayudarle. Aunque lo que más me gusta es estar abajo y no tener que hacer nada; sólo saber que él está diciendo misa y que luego nos dé la comunión... Lo que más me gusta de la misa es el principio, cuando Pedro está de pie delante del altar y mira hacia arriba y reza las oraciones del principio que son muy buenas. A mí me gusta mucho rezarlas, sobre todo el trozo aquél cuando preguntamos por qué está triste nuestra alma. También me gusta mucho el final, cuando se vuelve y nos bendice después del ite misa est, que quiere decir que ya nos podemos ir, que ha terminado la misa. Parece que entonces ya se puede empezar cualquier cosa. Los días de examen o de partido de fútbol son los que me fijo más en la bendición. Ya sé que estas partes son las menos importantes, pero a mí me gustan. Aunque también me gustan las otras; por ejemplo, la elevación. Cuando Pedro eleva la sagrada forma me parece que no puede ser que sea él y que nosotros estemos ahí y siento lo pequeños que somos. En cambio cuando nos da la comunión siento que todos estamos muy juntos y que es igual que cada uno sea como sea; que todo está bien. Pero esto no sé cómo explicarlo.
     El cáliz que le han regalado es sencillo y muy bonito. Mamá dice que es muy sencillo y Pedro está muy contento; todo el mundo dice además que es muy bonito. La casulla y el alba y lo demás (no estoy seguro de saber lo nombres) lo han hecho unas monjas que lo hacen muy bien. Merche le ha hecho una sobrepelliz de colores muy alegres. Merche es la novia de mi hermano el mayor y está muy contenta de tener un cuñado cura. También le han regalado bastantes libros (es lo que él quería) y otras cosas. A la gente parece que le gusta más regalar otras cosas. Por ejemplo, carteras; carteras como las de ir a colegio, pero negras.
     Todos estamos muy contentos de tener un hermano cura, pero la que está más contenta y emocionada es mamá. Parecía estos días que la que iba a cantar misa era ella. Claro que ella no tiene un hermano cura, sino un hijo. El Rector del Seminario le dijo el otro día que eso de ser madre de un sacerdote era una cosa muy grande. Pero ella no está emocionada porque esto sea una cosa muy grande, sino porque está emocionada. Se queda mirando a Pedro cada dos por tres y yo no sé qué piensa. Y nosotros estos días pensamos más en ella. Y en papá, aunque ya no esté aquí para verlo. Él se lo debe mirar desde arriba, y desde arriba se debe de ver mejor. Estos días hemos estado todos más juntos que nunca.
     Ahora, todo esto de la ordenación, y la primera misa solos, y la primera misa solemne, y los regalos, y las felicitaciones, y todo, ha terminado ya. Pedro va a continuar estudiando todavía un poco porque un cura tiene que saber mucho. A mí me parece que sí, que es verdad que tiene que saber mucho, pero también me parece que si no sabe tanto no pasa nada, con tal que no haga como si lo supiera todo, que es lo que hace el Padre Saracíbar, nuestro profesor de religión. Para saberlo todo ya está Dios. Un día Coll le preguntó a este padre que si los profesores de religión también eran omniscientes, y el Padre Saracíbar se enfadó y le puso un cero. Pero luego se lo quitó. No es mala persona, pero le gusta demasiado hacer el sabio. Yo no quiero que Pedro haga el sabio nunca, sino que sea como ahora y que todos le quieran. El Rector del Seminario dice que hemos de rezar mucho por él (no por el Rector, sino por Pedro, aunque supongo que si rezáramos por él, por el Rector, también estaría contento. Los padres del colegio siempre dicen que les encomendemos en nuestras oraciones. Esto lo dicen sobre todo los que tienen más confianza). Tendré que rezar por Pedro, ya que él reza por nosotros. Mamá dice en broma que por lo que toca a Pedro ahora ya está más tranquila, y que ahora tendrá que concentrar sus esfuerzos en nosotros. Pero el Rector, que se ha hecho muy amigo nuestro, dice que no, que los sacerdotes necesitan mucha oración. Dice que hemos de rezar para que Pedro sea un santo sacerdote. Claro que debe de tener razón, pero yo pienso que sacerdote ya se ha hecho él; ahora lo que hay que pedir a Dios es que le haga un santo. Supongo que ya es esto lo que hago, después de todo, cuando pido por él simplemente, sin pedir nada. Entonces es como si lo pidiera todo.
    Bueno, ahora todo vuelve a ser igual que antes, sólo que tenemos un hermano cura. Algunos nos miran como queriendo decir que ahora todo es más complicado. Yo no veo que todo sea más complicado. Yo estos días tengo la sensación de que todo es más sencillo. Pasa como después de rezar a gusto, después de explicarle a Dios alguna cosa. Parece que habría que ver las cosas más difíciles, complicadas y serias. Y es lo contrario: que las vemos más alegres y sencillas. Pues ahora pasa igual.

 

B. La alegría de ser padre

 

La pensión deja bastante que desear. Ricardo ha ido a parar a ella en uno de los viajes que le impone su trabajo. Ahora, cuando acaba el día, piensa en Merche y piensa también en Pedro: faltan ya pocos días para la ordenación. Y decide contar a Merche todo eso que ahora piensa. Ha visto pasar a unos seminaristas...

JSV.
     

     Querida Merche:

     Terminé por hoy mi tarea y he subido al cuarto de la fonda para esperar la hora de la cena. Es una lata, ya sabes, que esta temporada el trabajo me obligue a estas breves, pero no por eso menos fastidiosas, separaciones. Como te escribía anteayer…   
    
     Esta tarde, por la calle, he visto un grupo de seminaristas de aquí, y me puse a pensar en Pedro. El momento, el “sublime momento”, como se dice a veces, se acerca, está casi encima.
No se sabe si el tiempo, como los aviones, trenes y coches, se moderniza cada año, adquiriendo mayor velocidad. Le ves venir por la esquina y de pronto, con un silbido, ya desapareció de tu vista.
     Así esos siete años —me parece que son siete— desde que mamá me dijo que Pedro quería hacerse cura. La cosa siguió el “conducto reglamentario”: Pedro se lo dijo a los papás y mamá nos lo comunicó a nosotros. Recuerdo, aunque no sé si te lo he contado ya, que me alegré de veras al saberlo.   
     Y ahora —estuve pensando esta tarde cuando Pedro es sólo por unas semanas seminarista, como los que he visto, ahora, en vísperas casi de que cante misa, continúa aquella alegría.
     No hay motivo de tristeza, porque parece algo claro que el camino que eligió era “su” camino, y esto es muy importante, porque — ahí va una sentencia — el problema de los curas y religiosos no es tanto, ni mucho menos, de cantidad como de calidad.
     Dándole vueltas a eso, he llegado a la conclusión de que una de las razones de que mi alegría se mantenga ahora es ésta: mirar a una persona, y mucho más si es próxima y querida, y ver que está en “su” puesto, aquel en que se sentirá mejor y en el que mejor podrá crecer —no en centímetros, que Pedro es bastante alto, sino en espíritu—. Y no te extrañes si digo eso de que es el sitio donde se “sentirá mejor” o si quieres, incluso, donde se lo ”pasará mejor”, pues ya sabes que creo muy poco en eso del sacrificio, cuando éste ha sido libremente aceptado. Si en este caso hablamos de los sacrificios que hacemos por tal persona o por cual cosa somos unos comediantes insoportables actuando de cara a la galería y mintiendo con noble ademán.
     A ver, ¿no te parecería ridículo y ofensivo que te dijera que me sacrifico en muchas cosas por el hecho de que seamos novios? Por ejemplo, si no puedo salir ahora con otras chicas que me gusten —vaya, no te enfades, que ya te veo desde aquí, ahora, con unos inicios de mostaza—, o si tengo menos libertad que antes, etc. Esto, que parece en sí verdad —y que tú podrás decir también—, es una soberana tontería. Siempre se trata de elegir, y si entre los dos platillos de la balanza he elegido libremente uno —el platillo Merche— porque me gusta más, porque lo prefiero, porque me importa mucho más, ¿qué sentido tiene ponderar que he sacrificado lo que me atraía menos? Si entre Merche y menos libertad o libertad sin Merche me llamaba más lo primero —que sí, ya lo sabes— ¿qué valor tiene hacerse el falso mártir y hablar de sacrificio, y pretender que se ha renunciado a esa mayor libertad por abnegación desinteresada? Naranjas de la China, guapa, puro histrionismo. Aparte de que hacerlo sería despreciar el objeto de la elección, cosa ofensiva para ti, objeto, con perdón, y para mí, porque mira si sería reconocerme tipo de pocos alcances decir que por algo que vale menos he sacrificado lo que más vale.
     Así siempre: aplícalo, pues, al caso de los curas. Por eso me parece una solemne bobada el que algunos padres digan al hijo que quiere meterse cura, para disuadirlo, que sacrificará tantas cosas —desde la mujer hasta la asistencia dominical sin falta al partido de fútbol—. A los padres les parece que son grandes sacrificios ésos, pero al hijo, al alma joven —siempre son jóvenes las almas que saben oír una llamada de Dios— poco efecto les hacen tales advertencias: el primer efecto que harían a un aficionado al bistec con patatas fritas si le dijeran que, a cambio de asegurados y diarios bistecs con patatas fritas, debería renunciar a los caramelos de menta, nata, piña, fresa, muy sabrosos, sí, a veces, por vedados, imaginados más sabrosos aún, pero que a fin de cuentas no son la primera atracción del atraído primeramente por los bistecs con patatas fritas. Los padres, en esos casos, son unos ingenuos: el hijo, en cambio, es un sabio que ha escogido a Dios y al prójimo y que siente muy bien aquello de que “misericordia quiero y no sacrificio
     Y si no, piensa en los curas, religiosos y monjas mejores que hayas conocido, y dime si no son precisamente ellos —aunque se les considere los más sacrificados, aunque estén en un suburbio miserable o tengan el estómago hecho polvo por una mala alimentación continuada— los que más impresión dan de verdadera alegría, bulliciosa o tranquila, según sea su carácter, y cómo son también los que hablan de esos “sacrificios” cual si fueran cosa sencilla y normal, merecedora de dedicarles alguna broma.
     Por eso me alegro, al pensar ahora en Pedro y en el sitio que ha elegido, porque la buena elección es semillero de alegría, y si además el platillo es el de la mejor parte...
Otra causa de mi alegría he encontrado con mis pensamientos —ya ves que no he desaprovechado el rato—. Si la causa anterior miraba preferentemente a Pedro, ésta mira antes a los que le rodearán, a los que le conocerán, a las gentes por las que trabajará. Oye, el pueblo no se equivoca cuando da a los curas él título de padre. Eso, padre, es lo que tiene que ser. Ahí es nada: padre. Ya se sabe que los padres tienen menos buena prensa que las madres —acaso porque la buena prensa de las madres la hayan escrito los padres o los que lo serán en el futuro—, pero a fin de cuentas el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, y por tanto el padre de la tierra a imagen y semejanza del que está en los cielos. ¿Cómo no lo será, pues, el padre cura?
     Mira, acaso el cura, me refiero al buen cura, no lo sepa a veces, y piense que no ha hecho nada o casi nada con su trabajo. Pero he aquí que, aunque él no lo sepa, habrá por ahí algún hombre, o muchos, que le han mirado a veces como a un padre —en los momentos en que el padre e hijo se entienden, hablan, con palabras o en silencio, sin barreras—. Habrá sido una frase, o simplemente una entonación oportuna en el confesonario, habrá sido un desvelo que ha penetrado raudo en cualquiera de los hombres objeto de él, habrá sido... ¿Quién sabe? Pero ten por seguro que en el cielo verás un espectáculo curioso: curas a los que se les acercarán personas que vienen de la tierra, aún con el temblor de la muerte, y les dirán sencillamente “padre”, y no como un título de reverencia, sino con el afecto, con el amor entre confiado, agradecido, respetuoso y un tanto avergonzado con que lo dicen algunas veces en su existencia los hijos, cuando se dan cuenta de verdad, súbitamente, de que aquel hombre que está ahí, acaso cansado, es su padre, que les dio la vida y que por ellos se desvive.
     ¿Y no es eso motivo de alegría? ¿Saber que unos hijos tendrán padre y que podrá serlo una persona que nos es próxima?
     Todo eso he pensado después de ver a los seminaristas paseando, y, aunque un poco largo, te lo cuento todo porque mejor que contármelo a mí es decírtelo como lo diría si no estuviéramos lejos. Tú escúchalo, y como sé —¿vanidoso?— que lo encontrarás muy bien —¡ah, la ceguera del amor!— no me preocupa pensar que mis reflexiones pudieran haber sido más completas y precisas.
     Pero tengo otras cosas que contarte, aunque la hora de la cena esté encima ya. Tengo otras cosas: Merche…

 

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¿Han escuchado a veces la voz del Señor, que a través de un deseo, una inquietud, los invitaba a seguirle más de cerca? ¿Lo han escuchado?  ¿Han tenido algún deseo de ser apóstoles de Jesús? La juventud hay que “meterla en juego” en pos de nobles ideales. ¿Están de acuerdo? Pregúntale a Jesús lo que quiere de ti ¡y sé valiente! ¡Pregúntale! Que María, la Mujer del «sí», nos ayude a conocer cada vez mejor la voz de Jesús y a seguirla, para caminar en el camino de la vida.- PAPA FRANCISCO