Cuando Jesús predicaba la gente se admiraba e incluso los demonios gritaban.
Con mi párroco todos se duermen, incluso los demonios.



El Señor es mi pastor… nada me puede faltar.
Desde que he perdido el trabajo y el salario para pagar la hipoteca de la casa,
no sé por qué, pero este canto me sienta mal.

 


Apenas Jesús dice al muerto:
«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!»,
el muchacho obedece y se levanta inmediatamente…
A partir del curso próximo hago que venga Jesús por la mañana a llamar a mi hijo
para que vaya a la escuela…

 

S í g u e m e
 


      Gioba,Giovanni Berti (*1967), es sacerdote de la diócesis de Verona.
      La hoja vocacional 466 (año 2010) reproduce doce sonrisas vocacionales de Gioba.  La hoja 478 (2011), quince.
       Cada dibujo de Gioba siempre va acompañado del texto de la homilía correspondiente, un texto serio, claro, inteligible. La homilía del domingo XII ciclo C es vocacional. ¡Qué manera de decir porqué se hizo sacerdote!


JSV


     Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envío mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, le preguntaron.

     —Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
     Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:
     —Te seguiré a donde vayas.
     Jesús le respondió:
     —Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
     A otro le dijo:
     —Sígueme.
     Él respondió:
     —Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
     Le contestó:
     —Deja que los muertos entierren a tus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
     Otro le dijo;
     —Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
     Jesús le contestó:
     —El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios (Lc 9, 51-62)

     Recuerdo muy bien cuando dije a mis padres que quería entrar en el seminario. Tenía 19 años y estaba a punto de terminar el bachillerato. Faltaba un mes para el examen de reválida, y una noche me reuní con ellos en la cocina, sentados alrededor de la mesa donde habitualmente comíamos en familia. No temía un rechazo por parte de mi madre y de mi padre, pero realmente no era fácil comunicarles una opción tan distinta de lo habitual.
     Recuerdo que la reacción fue de verdadera sorpresa, pero con gran calma y sin dramatizar. Mi padre me dijo más o menos estas palabras: «¿Estás seguro, Giovanni? Mira que el camino del sacerdote no es fácil…». No las entendí como palabras de poca estima frente a mi elección, sino de justa preocupación de un padre por un hijo que empieza a hace las opciones importantes de la vida. Le respondí: «Si es mi camino entonces tengo que seguirlo, porque serían más difíciles para mí los otros caminos…». Era el convencimiento que me había llevado a escoger el camino del seminario, es decir la convicción profunda de que mi vida en aquel momento pasaba por el seminario, y no otros estudios en los que inicialmente había pensado. Estaba totalmente convencido. Tenía que seguir la intuición profunda que me había llevado hasta allí, creyendo que si un día durante el camino educativo del seminario hubiese visto que no era mi camino, habría salido y seguido otros caminos.
     El evangelista Lucas cuenta que Jesús un día toma la firme decisión de ir a Jerusalén. Literalmente Lucas escribe que Jesús “endureció el propio rostro vuelto hacia Jerusalén”, es decir toma con fuerza el camino que le llevará, no solo a entrar en el centro religioso de su tiempo, sino sobre todo lo llevará a chocar con todo un sistema religioso que había venido a desenmascarar de sus hipocresías y a renovarlo desde lo profundo. Lo que se describe en el Evangelio no es solo un viaje físico, sino una vocación que Jesús acoge y realiza hasta lo profundo, hasta la muerte en cruz.
     Ciertamente no es un camino fácil, e incluso sus discípulos y amigos lo comprenden, y a menudo tratarán de frenar a su maestro. Pero es su camino, el motivo por el que vino a la tierra. Jesús-hombre tiene esta vocación escrita dentro de sí desde que María lo concibió, y que acepta y pone en práctica.
     Las dificultades que Jesús encuentra son muchas en esta su vocación de anunciador del Reino de Dios. La dificultad principal es la incomprensión por parte de sus discípulos y también del contexto religioso en el que se mueve. Jesús se encuentra inmerso en el desencuentro entre judíos y samaritanos que en cierta manera se «excomulgaban mutuamente, porque cada uno defendía que tenía el verdadero conocimiento de Dios. Por esto es rechazado por los samaritanos, sabiendo que se está dirigiendo a Jerusalén (que en cierto modo los samaritanos no reconocían como único centro religioso). Pero Jesús no encuentra ayuda ni siquiera en los mismos discípulos. De hecho Jesús se encuentra con su integrismo religioso cuando ellos invocan el fuego del cielo sobre los samaritanos. Y se lo reprocha.
     Y precisamente mientras se dirige hacia Jerusalén, Jesús encuentra esos tres personajes que bien pueden representar las diversas maneras de vivir la propia vocación de discípulos en todos los tiempos y por tanto también hoy nosotros.
     A los tres Jesús no les oculta las exigencias de estar con él ser como él: el camino de la fe ciertamente no es un paseo, sino que requiere entrega total y sobre todo coraje y capacidad de honda renovación.
Jesús recuerda que ser discípulo suyo significa basar la propia seguridad no en bienes que se poseen, sino solo en la confianza en él («Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza»). Ser discípulo significa también ser capaz de superar tradiciones y costumbres consolidadas, teniendo como único punto de referencia el Evangelio («Deja que los muertos entierren a tus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios»).
     Ser discípulo significa, con otras palabras, tener el «mismo rostro endurecido» de Jesús, sabiendo que por este camino, aunque a menudo duro y cuesta arriba, realizamos verdaderamente el sueño más profundo de nuestra vida, y encontramos la verdadera felicidad que otros caminos no dan con totalidad.
     Después de 7 años de seminario y 20 de vida presbiteral, sigo todavía el mismo camino que emprendí aquel día… Tenía razón mi padre cuando me dijo que no era fácil, y sé que lo decía desde la altura de su mayor experiencia de vida. Pero también tenía razón yo, diciendo a mis padres que este era mi camino, porque las cuestas, los obstáculos, los tropiezos que he experimentado no me han hecho cambiar de ruta. Siento que el mismo Jesús que «endureció el propio rostro vuelto hacia Jerusalén», ha endurecido el mío también por el camino que ha escogido para mí.

Gioba
 

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La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio. - PABLO VI