Si te quitas de monje, me quitas la vida

 

    Bien, esta vez no saldrá un ateo en La Contra!", se alegra Montse, presidenta de Acristis, asociación con sede en el convento de los dominicos de la calle Bailén de Barcelona, al verme charlar en el claustro con el padre Emilio Barcelón. Es lo que mi padre me dice hace años: "¿Por qué tanto ateo y agnóstico en La Contra?". Le explico que eso es lo que hay. Y él: "Pues yo conozco a un fraile que vale más que esos ateos raros que entrevistas, y te lo voy a presentar". Me lo ha presentado y he pasado un buen rato conversando sobre lo humano y lo divino con el padre Emilio, hombre jovial y empático que habla desde el alma y junto al que te sentirías bien acompañado en cualquier parte. Que sí, papá, que sí...

Víctor M. Amela, La Vanguardia 21.01.2012

Tengo 65 años. Nací en Calamocha (Teruel) y vivo en Zaragoza. Soy fraile dominico, hace 53 años. ¿Política? El Evangelio me invita a no tener fronteras. Dios es un padre que en Cristo Jesús me ha manifestado su misericordia. Quiero hacer la vida más llevadera a los demás.

 

     —Desde cuándo quiso ser fraile?
      Yo entré en el seminario por razones sociológicas.

      —¿Qué razones?
      Éramos pobres..., y allí podía estudiar sin pagar.

      —Entendido.
      Llegamos aquí como emigrantes. Mi padre trabajó en la construcción del Camp Nou, como responsable del material.

      —¡Será usted del Barça!
      Nos invitaron a ver el primer partido, ¿un Barça-Alemania, creo? Pero lo que me chifla es el tenis: me puedo levantar de madrugada para ver un partido por la tele.

      —¿Y qué tal le fue como seminarista?
      Estuve con los frailes dominicos, y tuve tan buenos ejemplos, ¡que me llegó la vocación!

      —¿Y qué dijeron sus padres?
      Se opusieron, ¡sobre todo mi padre!

      —Pero usted no se arrugó.
      No: ¡descubrí el sentido de mi vida! Tenía trece años, y decidí que dedicaría mi vida a hacer felices a los demás.

      —¿No suena un poco pretencioso?
      Cuando veo que algo rebasa mis límites, lo dejo en manos de Dios, ¡y nunca me ha fallado! Justamente me marcó la humildad de aquellos padres dominicos... Y su ideario.

      —¿Podría resumirlo aquí?
      Pasión por la verdad (¡esté dónde esté!). Sentido de la misericordia. Y participación democrática.

      —¿Democracia en la Iglesia?
      Los padres de la Constitución norteamericana se inspiraron en la orden dominica: elegimos a nuestros superiores mediante un sistema bicameral desde el año 1216.

      —¡Hace casi 800 años!
      Desde que se fundó la orden, en Toulouse, en la Catalunya medieval: había que contrarrestar a cátaros (llamados así porque adoraban al gato), albigenses, pobre de Lyon...

      —¿Tanta fuerza tuvieron esos herejes?
      El mal ejemplo de la disoluta vida de los obispos católicos activó esos movimientos heréticos antieclesiásticos... Y por eso los predicadores dominicos imitaron a esos herejes..., pero para recuperar el Evangelio.

      —¿En qué los imitaron?
      En la pobreza y la itinerancia. En eso los dominicos estaban reconociendo el acierto cátaro: ¡la verdad siempre!, esté dónde esté.

      —Pobres cátaros, todos exterminados...
      La prédica dominica no condena, sólo entusiasma a vivir el Evangelio, es decir, a vivir cerca de la gente, con frescura. ¡Por eso la Iglesia debería dejar atrás ciertos polvos de la historia que ensucian su rostro...!

      —¿Qué polvos son esos, padre?
      Los obispos deberían tener más autonomía, como en el primer cristianismo. Y deberían dejar colgada esa indumentaria que usan...

      —¿A qué se refiere?
      A esas sedas y esos rasos de cardenales y obispos, a esas telas, esas joyas y esas pompas... ¿a qué vienen, hombre?

      —No llegará usted a obispo, ¿eh?
      ¡No, ja, ja! Aunque estuve en peligro de serlo en Buenos Aires...

      —¿Qué hacía usted en Buenos Aires?
      Viví diez años allí. Los dominicos hemos tenido siempre una vocación muy americana. El primer gesto liberador en América Latina lo protagoniza el dominico Antonio de Montesinos: "¿Acaso estos no son hombres?", clamó, abogando por los nativos frente a los abusos de los gobernadores.

      —¿Y por quién clamaba usted?
      Yo dialogaba abiertamente con los alumnos en mis clases de la Universidad Católica..., y a la dictadura militar le incomodó aquello. Pero yo hablé siempre con libertad.

      —¿Seguro?
      Bien dicho, todo puede decirse. En pleno furor patriótico por las Malvinas, dije en una misa: "Ningún puñado de tierra, por valioso que sea, vale lo que la vida de una persona".

      —¿Se la jugó?
      Mi comunidad recibió amenazas de muerte. No pasó nada, por suerte. Pero sí asesinaron a compañeros de otra comunidad, y yo vi las paredes de sus habitaciones manchadas todavía con su sangre...

      —¿Dónde se mete Dios en estos casos?
      Ah, la cuestión del mal... Puedes verlo como un problema que solucionar... o como un misterio que contemplar. Y del que puedes extraer alguna enseñanza...

      —¿Qué enseñanza extrae de la muerte?
      El último gesto de amor que nos hace alguien... es su muerte: está invitándote a saborear la vida poniendo todo el corazón.

      —Visto así...
      El sufrimiento es constitutivo de nuestra condición de criaturas. Nunca lo solventaremos, y deberíamos saber vivir con ello. ¡Pero el hombre aspira a ser Dios! Y ese es el drama de nuestra cultura.

      —¿Qué es el pecado?
      La infidelidad a uno mismo.

      —¿Cómo ve la crisis económica actual?
      Veo una ocasión para la solidaridad humana. Mire Cáritas: ¡hasta los ateos admiten que sin Cáritas habría un gran drama social!

      —Pero ¿crece el número de descreídos?
      ¡Hay ateos con más ética que muchos de misa diaria! Y si la Iglesia fuese más evangélica, ¡crecerían las vocaciones!: hay que escuchar la voz de Dios en las voces humanas.

      —¿Ha sentido quebrarse su vocación juvenil en algún momento, padre?
      No, yo sigo queriendo hacer la vida más llevadera a los demás. Me ayudó una carta que recibí un día de mi padre, y que conservo: "Si te quitas de monje, me quitas la vida". Al verme a mí tan feliz, comprendió.
     

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La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio. - PABLO VI