Mosaico misionero

 

     Una buena manera de entender lo que es la misión en la vida de la Iglesia es la imagen de un mosaico. En el conjunto, cada misionero es una pequeña tesela con sus rasgos particulares: color, forma, tamaño…, o si se quiere: con sus carismas, sus prioridades, sus sueños, sus obras, sus fracasos… Si miramos de cerca la vida de un misionero siempre hay algo que nos emociona y nos interpela; pero si nos alejamos un poco para ver la totalidad, el efecto es aún más sorprendente e incluso mágico. ¡Es la Iglesia misionera!
     “No es bueno que el hombre esté solo” leemos en el Génesis para hablarnos de la voluntad de Dios sobre el matrimonio. Sin embargo, lo que yo he descubierto después de tres años en Lubumbashi es precisamente la amistad entre los misioneros. Soy célibe, cosa que me gustaría fuera por el Reino de Dios, y tampoco estoy solo, no. Me acompaña y me estimula el ejemplo de muchos misioneros que han venido mucho antes que yo y que han trabajado en unas condiciones mucho más difíciles de las que encuentro ahora. No le queda a uno más remedio que meterse en este río de gracia y aportar lo que buenamente se pueda para no desdecir.
     Sin embargo, mirando para atrás uno se pregunta si habrá alguien que vendrá después, alguien para continuar la misma historia. Pues para esos, para los que vendrán y para los indecisos, les ofrezco estas minibiografías con vocación de ser un día minihagiografías. Espero que leyéndolas se animen a convertirse en una tesela misionera. Porque el mosaico es bonito, sí que lo es, pero todavía está incompleto.

Carlos Comendador.



 

Adela

     Hay gente que sabe combinar como nadie el servicio de Marta y la espiritualidad de María, y eso que no es nada fácil. Adela es una de esas que tiene este carisma. Después de trabajar 11 años en Colombia, aterrizó en el Congo para ponerlo en práctica. Llegó hace 26 años a una edad en la que aprender lenguas se antoja una aventura amarga y llena de sinsabores; pero no algo que la pudiera derrotar.
     Gente como Adela son necesarias en todas las comunidades; cuidan la casa y, sobre todo, a las personas que viven en ella. Hacen que todos se sientan a gusto y encuentren un verdadero hogar. En su discreción, hacen que la comunidad llegue a ser eso, una comunidad lista para la misión.
     Como hermana de la Pureza de María, se ha dedicado a trabajar con los “impuros” de la sociedad, los que nadie toca por miedo a contagiarse de vergüenza. En Kansense empezó a cultivar el campo con los leprosos, porque sabía que ellos se podían valer por sí mismos sin estar dependiendo siempre de los demás. Ella es testigo de que Dios bendecía sus cosechas. Con el mismo principio inició un taller de corte y confección con los discapacitados de Kafamkumba. Fruto de su trabajo es el hecho de que ahora ellos son completamente autónomos. Desde que está en Lubumbashi, acude los domingos a la prisión Kasapa para ayudar en la preparación de la comida, que ese día tiene un sabor especial. Y los presos se lo agradecen.
      Adela dice sonriendo que en España estaría en la edad de la jubilación y de retiro, y ¡claro!, eso no va con ella, que quiere seguir hasta el final. Que ¿cómo lo hace? Cada mañana recuerda la frase del día de su consagración: “sé de quién me he fiado”. Ella lo tiene claro y Dios también, que también sabía de quién se fiaba cuando la llamó.

 

Reyes

     Con sus 18 años en el Congo, Reyes ya es mayor de edad, quizá por eso se considera más de Lubumbashi que de La Bañeza o de Sevilla, ciudades que la han visto nacer y crecer. Quería ser misionera y dedicar su vida a algo útil por los demás. Pero tenía claro que su vocación no era la de ser monja. Sin embargo no terminaba de decidirse porque se veía poca cosa en comparación con los misioneros. Y es normal porque a menudo los vemos más como superhéroes con grandes poderes, que como personas con un gran corazón. Y si se trataba de corazón, a eso no había quien la ganase. Por eso se lanzó.
     Cuando descubrió la Obra Misionera Ekumene, una institución de laicos fundada por el padre Domingo Solá, se metió de lleno en ella porque vio que era lo suyo. Lo que más sorprende cuando cuenta su historia, es que vino al Congo sin saber exactamente para qué venía. Se dejó llevar, vino “a lo Abraham”, “a lo que sale”, sin hacerse ideas previas, pero dejando familia, casa, tierra… por algo aún desconocido. Lo aprendió todo aquí, poco a poco y en marcha; por eso recomienda que si alguien quiere venir como misionero que no pretenda salvar solo a la gente con grandes proyectos prediseñados de antemano, que es mejor hacerlo todo con el pueblo y marchar con él.
     Reyes se siente orgullosa del trabajo y de la amistad que tiene con un grupo de profesores  a quienes acompaña desde el carisma de Ekumene. Con ellos prepara y edita una revista destinada a los docentes. Sacan tres números al año con una tirada de mil ejemplares. Pero no se detiene ahí. Su pasión es la educación y su sueño, llegar a construir una escuela Primaria, porque el parvulario que tienen no le parece suficiente. Tiene miedo a que el proyecto se quede estancado, porque ella no ha venido aquí a estancarse sino a darlo todo. Por eso no piensa en volverse a España. Aquí se siente bien con la gente y con su filosofía de vida. Le gusta lo que hace y cree que le queda mucho por hacer. Y con estas razones ¿qué sentido tiene plantearse el volverse a España?

    

Jesús

     Jesús no es de los que idealizan “las misiones”. Conoce las luces y las sombras de la Iglesia y el pueblo congoleños. Y quizás por eso les ama tal y como son.  Dice que ha recibido de Dios tres grandes dones por los que le da gracias: la vida, la fe y el dejarse transformar por África. Se siente orgulloso de que África le haya hecho cambiar su manera de ver la vida, de relativizar los problemas y de tener una gran capacidad de aguante.
     Aunque su primer compromiso misionero tenía como destino Argentina, unos paisanos segovianos le pidieron que se dirigiera al Congo para ayudarles en la misión rural de Mukabe, donde llegó en 1969 teniendo ya 7 años de sacerdocio. Allí se desvivió al ejemplo de San Pablo: “me he hecho todo para todos”. Comenta que nunca tuvo una vocación misionera para permanecer muchos años. Por eso cuando la diócesis fue ordenando los primeros sacerdotes nativos en los años ochenta, pensó que el tiempo para regresar a España había llegado. No obstante la transición con los curas nativos no fue nada fácil y se fue con un sabor amargo.
     Se fue, sí, pero se fue para volver, una vez jubilado, a su añorada misión de Mukabe. Pero el obispo, que tenía otros planes para él,  le pidió que se hiciera cargo de la pastoral del internado para chicas de Luishya. Para él fue una decisión difícil, porque suponía olvidarse de todos sus proyectos personales. Pero aceptó por coherencia y amor a la diócesis a la que había venido a servir por segunda vez.
     A quien se plantee la vocación misionera, Jesús le aconseja que venga no a enseñar, sino a aprender, y mucho. La única actitud apropiada es la de un servicio desinteresado, pero sin perder la capacidad crítica. Piensa que el misionero de hoy sólo puede venir a acompañar a esta Iglesia ya en marcha, pero con una visión crítica porque la mentalidad religiosa de algunos del clero deja mucho que desear.
     Jesús sueña con un día en que los congoleños tengan la fuerza suficiente para hacer un país más justo, un país en el que se respete realmente la dignidad de la persona. El día en que ese sueño se haga realidad muchos tendrán que agradecer la humilde, callada y discreta contribución de Jesús.

 

Juana

     Para esta jienense de Beas de Segura, que pasó su infancia al lado del convento fundado por Santa Teresa, lo normal era ser carmelita. Pero ella quería ser misionera. Y parece que Dios sabe bien distribuir sus carismas porque ya en 1860 el Beato Francisco Palau fundó las Hermanas Carmelitas Misioneras. Que ¿cómo se puede ser las dos cosas, carmelita y misionera? Juana cree que el misionero que no echa raíces al pie del sagrario no tiene nada que hacer en su apostolado. Para ella, misión y contemplación van juntos. Por eso Juana no deja de dar gracias a Dios por este carisma tan especial.
    Aunque su primer deseo fue ir a Mozambique, siendo aún profesa aterrizó en 1953 en Cuba, para trabajar en el hospital infantil de Camagüey. Más tarde pasó a la República Dominicana, donde ejerció de enfermera en un hospital militar. Pero las carmelitas se convirtieron en testigos incómodos de lo que estaba pasando y el régimen dictatorial de Trujillo las expulsó. Así, después de pasar por un hospital psiquiátrico de 1500 camas en Joliette (Canadá) llegó por fin a África, a la misión de Mukabe (R. D. Congo) en 1972.
    Como enfermera, siempre ha trabajado en los hospitales y dispensarios de las distintas misiones que las carmelitas misioneras tienen en el Congo: Mukabe, Bunkeya, Kananga… Pero siempre tuvo inquietud por las vocaciones nativas. Era algo que le salía de dentro cuando, en aquel entonces, no se hablaba todavía de pastoral vocacional.
     Estando de vacaciones en España sufrió una trombosis en 1997 que le paralizó la parte izquierda del cuerpo. Después de su recuperación, la familia no quería que volviera a la misión. Pero ella volvió, simplemente para acompañar desde la comunidad de Lubumbashi. Cuida la casa, acoge a quien pasa por allí y se dedica sobre todo a la formación de las aspirantes y a vivir con otras jóvenes carmelitas africanas. Dice su hermano que si para hacer tan poca cosa se tiene que ir tan lejos. Pero yo creo que saber acompañar dando el relevo generacional y cultural no es nada fácil. Juana lo hace y lo hace bien porque nunca ha olvidado el “yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo”.

 

Arturo

     A sus 76 años, Arturo se ha tomado un descanso porque el cuerpo “tiene ya muchas averías”. Y no me extraña porque no ha hecho otra cosa que trabajar, y trabajar como Dios manda. Y encima siempre sonriendo. Porque hay que decir para quien no le conozca, que su sonrisa es de las que salen de dentro; porque sonríe también con los ojos, esos ojos que un día se cruzaron con la mirada de amor del Maestro.
    Asomándose a la historia de Arturo uno tiene la impresión de encontrarse con una de las pocas personas que han vivido al pie de la letra eso de “va, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme”. En sus tiempos mozos, después de haber viajado mucho por el mundo y de haber hecho una primera experiencia de misionero laico en el Congo, este bilbaíno se instaló en Vigo donde comenzó una pastelería que se hizo famosa en toda la ciudad por su calidad. Él comenta sin rubor que durante esos años hizo mucho dinero, hasta que un día se hartó y lo vendió todo. Fabricante de pasteles, descubrió que había otro dulce que le interesaba más. Lo dicho, lo dejó todo y vino a establecerse en el Congo.
    Durante varios años trabajó en la misión interior de Mufunga, y por casi dos veces se muere de malaria. La última vez lo tuvieron que sacar de urgencia con una avioneta porque la cosa iba en serio. Entonces el obispo dijo que ni hablar eso de volver al interior. Así que se quedó en la ciudad de Lubumbashi ayudando en la procura de la diócesis como un siervo humilde y discreto.
    Y esta es precisamente una de las cosas que más he apreciado en Arturo: la discreción, la sencillez y la humildad. Porque los laicos son misioneros, sí, como todos, pero sin hacerse notar, sin el protagonismo que tenemos los sacerdotes y sin la autoridad y protección que da una congregación. Son innumerables las personas y las instituciones que han recibido los frutos de aquella pastelería ya olvidada: pasteles que se han convertido en  matrículas para las escuelas y estudios superiores, cuidados médicos, herramientas, maquinaria, semillas y abonos… y un largo muy largo etcétera. Y lo ha dado sin pedir nada a cambio, sonriendo como sólo él sabe hacerlo.
     Para quien piense que esa página del evangelio es solo para gente a la altura de San Francisco de Asís, yo le digo que sí, que tienen razón, pero que tengan cuidado con las pastelerías. Que hay pasteles con premio.

    

Mercedes

     Aunque tiene aspecto de joven y traviesa postulante, Mercedes ya lleva 16 años en el Congo. Cuando era novicia dijo espontáneamente a la madre superiora su idea de venir a África. Lo dijo casi sin pensar en las consecuencias, pero lo dijo. Y claro, las superioras inteligentes toman nota y no se olvidan. Y se lo recordó en 1994, porque conviene recordarlo. Así, desde Nicaragua, su tierra natal, Mercedes se lanzó a la misión con un francés rudimentario pero con mucha ilusión. Ahora recuerda lo duro que fueron los tres meses que pasó sola y lejos de sus hermanas, en una comunidad de religiosas congoleñas donde fue para mejorar el francés.
    Desde su llegada ha pasado por las distintas misiones que las Hermanas de la Pureza de María tienen en el Congo: Kamina, Kansense, Kafamkumba. Siempre ha estado haciendo lo mismo: trabajo en la escuela y el internado, clases de religión, pastoral… Ahora es directora de una escuela con 300 alumnos en una zona bastante alejada y rural.
    Mercedes intenta vivir en la práctica el carisma de su congregación, centrado en la educación, con una atención especial a las niñas. Mira con tristeza a los jóvenes que viven esclavos de la brujería, de la influencia de las sectas cristianas, de una vida desordenada… A ellos quiere ofrecerles una educación en un ambiente de familia, con espíritu de trabajo y de superación, con amor a Jesús y a María… Se siente orgullosa de poder acompañar a estos jóvenes hacia Cristo a pesar de las dificultades.
     Pero a pesar de tanto trabajo ya realizado, Mercedes experimenta todavía una barrera con la gente, una barrera cultural. Su sueño sería conectar con ellos, porque es un poco frustrante que, se haga lo que se haga, uno termina sintiéndose aún lejos de la gente. Es en estos momentos de dificultad cuando reza con el salmo que dice “Israel, confía en el Señor”. Y confiando, confiando, se va haciendo camino y sumando años.

    

Juanita

     A cualquier misionero que ha dejado su país, le hace ilusión la visita de gente de su familia, sobre todo si se trata de sus padres. Pero a Juanita no le apetece que su madre venga a verla. No porque no la quiera, sino porque tiene 99 años. Se queja con razón: “Cuando era más joven nunca quiso venir; ahora que no puede, se empeña”. Se comprende.
    Y es que esta segoviana que pertenece al Instituto Secular “Cruzada Evangélica” llegó a Lubumbashi en 1967, cuando tenía 30 años y después de haber trabajado en la prisión de su ciudad. Lo más curioso es que el Obispo, a la espera de su instalación definitiva, les pidió a “las cuatro fundadoras” que le echaran una mano provisionalmente en el Seminario Mayor. Y allí se volcaron durante 13 años ayudando en la administración, el economato, la cocina y la enfermería del seminario. Así es normal y justo que reciban el título de “madres” de varias generaciones de sacerdotes (y algún obispo) de las diócesis de Katanga.
    A partir de 1983 ya pudieron dedicarse a lo propio de su carisma. Juanita se siente orgullosa de ver a algunas de las primeras chicas que llegaron a su casa, y ahora están “bien casadas” y traen sus niños a la guardería. Es el fruto visible de un trabajo consagrado a la educación de las chicas, sobre todo de las madres solteras, a través de talleres de corte y confección. Un trabajo que nunca es repetitivo sino lleno de nuevos desafíos. Ahora Juanita dice que las chicas han cambiado mucho, que no son como antes; que tienen la cabeza vacía, que no reflexionan y que se dejan llevar por los caprichos, por las modas… A pesar de los años y del trabajo realizado, ¡queda tanto por hacer por ellas!
    Como en su instituto ya cuentan con 12 vocaciones congoleñas, Juanita cree que el papel que el misionero tiene hoy, es el de estar, simplemente: presencia y acompañamiento. Y aconseja a quien se decida a hacerse misionero que se pregunte todos los días: ¿por qué he venido aquí?.  Dice que es una buena fórmula para no desviarse y ser fiel al Señor. Y razón no le falta. Su vida lo demuestra.

    

Alejandro

       
    Cuando vas a visitar a Alejandro lo normal es que te reciba tocando algo al piano electrónico que tiene en el salón. Puede empezar con un pasodoble, un vals o con el “Viva España”. Y esto le da al encuentro un aire festivo. Hay que decir que hasta hace poco, tocaba el acordeón. Pero ahora los once kilos del instrumento son muchos para su desgastado fémur que le obliga a desplazarse en una silla de ruedas.
    Alejandro es un hermano salesiano, orgulloso de ser hermano –porque siempre tuvo claro que ser sacerdote no era su camino– y orgulloso de ser salesiano, hasta tal punto que acaba de publicar un librito titulado “El salesiano de la tercera edad”. Dice que a pesar de las fuerzas que se pierden y la diferencia de mentalidad con respecto a las nuevas generaciones, uno sigue siendo salesiano.
    Con sus 86 años a las espaldas, Alejandro hizo su consagración en 1935, un año después de la canonización de don Bosco. Natural de Calella, se ha considerado pamplonés, zaragozano, alicantino y congoleño. Aquí llegó en 1979 después de hartarse de pedirlo varias veces a sus superiores. Al final, se lo concedieron, porque tenía la ilusión de acabar su vida como misionero. Dice con sorna que una vez sufrió una malaria que le dejó casi muerto; pero que no era su hora. Morirá a la hora que le toque, pero no un minuto antes.
    Como buen coadjutor salesiano ha hecho de todo. Lo suyo es trabajar el metal, aunque también se desenvuelve con la madera. Ha sido además cocinero, enfermero, granjero, ecónomo y formador, aunque esto le costó mucho. Un jugador polivalente.
    En el atardecer de su vida, da gracias a Dios por su manera de vivir la salesianidad, porque ha sabido adaptarse y porque los demás le han aceptado como es. Su secreto se concentra en este sencillo plan de vida: “Trabajar, hacer el bien y dejar que los pájaros canten”.

    

Isabel

     Dicen que para “sobrevivir” en África hay que tomarse las cosas con mucha filosofía. Por eso Isabel ha sobrevivido ya muchos años, porque es licenciada nada más y nada menos que en filosofía pura. De Vitoria, hija de la Madre Margarita, fundadora de las Mercedarias Misioneras de Bérriz, Isabel aterrizó en el Congo en 1973. Durante sus primeros cinco años se dedicó a la educación de la juventud en el liceo Musofi de Likasi y en la parroquia  de la Virgen de Fátima.
    Después de otros cinco años como administradora en la Coordinación de las Escuelas Convencionales Católicas, desempeñó su “servicio de fundadora”, primero abriendo una comunidad en Kipushi en 1983 y luego en Solwezi (Zambia) en 2003. Pero desde que vive en Lubumbashi dedica parte de su tiempo a los prisioneros de la prisión Kasapa. Allí las mercedarias junto con laicos animados con su carisma y coordinándose también con algunos presos, ofrecen clases de inglés, francés, informática y alfabetización, sin descuidar la atención médica. Para hacerse una idea de lo que significa este servicio baste decir que la última semana que ella fue a la Kasapa había 1175 presos, que ante todo, son personas con sus rostros y sus historias.
    Isabel acaba de llegar de vacaciones hace unas semanas. La familia le dice que a su edad es mejor que se quede en España. Pero Isabel encuentra aquí el sentido de su vida que no es otro que el desafío de liberar al ser humano a todos los niveles y a través de la formación y la atención médica, sobre todo si se trata de mujeres, que según ella,  “son las que llevan el peso de África”.
    Se siente orgullosa de las vocaciones mercedarias congoleñas, pocas (7 con votos perpetuos), pero de calidad. Su sueño es que avancen para llegar a vivir auténticamente el carisma. Y a quien se plantee venir a África, Isabel lo tiene muy claro: “si no hay vocación no se puede venir. Es inútil. Nosotros no venimos como otros grupos, sólo por hacer una tarea. Por eso ellos duran poco. Lo importante es el seguimiento de Jesús”. Y sus ojos azules con mirada de eternidad lo dicen con ese convencimiento, con esa certeza de quien lo vive en primera persona, que ¡claro!, a uno le gustaría también tener esos ojos.

    

José

     Siempre hay un primero. Un primero que llega, que observa, que desbroza el camino y facilita la llegada a los que vienen después. Este es el caso de José, que siendo aún un sacerdote imberbe, llegó a Lubumbashi aquel mismo año, convirtiéndose, sin buscarlo ni quererlo, en cabeza de la oleada de misioneros españoles que llegaron respondiendo a la llamada del obispo de la diócesis, monseñor Cornelis.
    Lo que José ha hecho durante todo este tiempo es muy sencillo. Después de 7 años de trabajo en parroquia que le sirvieron para dominar el swahili como nadie, ha consagrado los otros 40 años a la formación de seminaristas en dos etapas: 28 años en el Seminario Menor y 12 en la Maison Don Manuel, para la formación de los candidatos a los operarios.
    Muchos misioneros, según su carisma, construyen, dirigen proyectos y hacen grandes obras, algunas muy visibles y tangibles. Pero trabajar en un seminario, sobre todo en un seminario menor, es otra cosa. La formación de las vocaciones es un trabajo hecho en el silencio, la discreción, la sencillez y la humildad. Es sembrar a largo plazo y ver los frutos del esfuerzo mucho más tarde, si es que llegan. Como buen sacerdote operario, José ha trabajado con los mismos rasgos de su homólogo San José. Y quizá por eso mandó instalar una imagen del patrono de las vocaciones en el patio del seminario.
    Dios ha dado a José el don de la acogida. Durante todos estos años su casa ha sido una casa de bienvenida para los misioneros españoles, sobre todo los sacerdotes. Los que venían de las misiones del interior encontraban una buena comida, una buena bebida, un buen café, pero sobre todo una profunda amistad. Después de unos días de descanso o de paso en el seminario volvían con las pilas puestas para seguir la tarea fatigante de la misión.
    Le gusta organizar el 4 de enero un encuentro de todos los misioneros españoles para felicitarnos el nuevo año y hacer el “amigo invisible” con los regalos. La cosa se ha ido ampliando hasta acoger a todos los de habla hispana. Fácilmente podemos llegar a unos 60 y sin estar todos los que son. En estos encuentros a José le gusta hacer reír a los demás con sus chistes, sus gracias y sus actuaciones cómicas. No ha perdido sus dotes de payaso que ya ejercía en sus tiempos de seminarista. Lo lleva en la sangre.
    A José ahora el médico no le deja viajar para regresar a Lubumbashi. Dice que su corazón está muy mal, en riesgo de tener otro infarto. Yo me imagino que lo tiene así a base de haberse desgastado amando a tantos y durante tanto tiempo. No es fácil para él quedarse viendo el partido desde lejos. Pero ya sea en España o en el Congo, José es sobre todo sacerdote. Por eso después de escuchar pacientemente el diagnóstico del doctor, nos llamó para que le enviáramos los tres tomos de la Liturgia de las horas que se quedaron aquí esperándole. Siempre fiel a la oración, a la lectio divina y a la visita al Santísimo, seguirá rezando desde lejos, en Tortosa, a los pies de la tumba de nuestro fundador don Manuel, por los que hemos tomado el relevo. Que el Señor nos conceda ser tan fieles como él lo ha sido.

Hasta aquí las 10 minibiografías enviadas por Carlos Comendador. Sus amigos los «azadoneros» no me perdonarían que no figurara la suya. Como no la ha enviado, pero sí envió a México, para un volumen de testimonios vocacionales, el suyo, sin pedirle permiso, lo transcribo. Será la minibiografía 11, aunque indirecta. J.S.V.

Carlos

     Me pregunto si habrá alguien que venga después, alguien para continuar la historia. Para los que vengan y para los indecisos, se han escrito estas minibiografías con vocación de ser un día minihagiografías. Espero que leyéndolas se animen a convertirse en una tesela misionera. Porque el mosaico es bonito, sí que lo es, pero todavía está incompleto.

¿Cómo surge tu inquietud por ser sacerdote? Yo me encontré en el seminario menor cuando tenía 11 años, por lo que no es fácil responder a esta pregunta. No sé porqué entré en el seminario, aunque sí sé que me entusiasmaba la manera que tenía de trabajar el joven sacerdote que se encargaba de los jóvenes, de los monaguillos… Recuerdo incluso que me enfadé con él porque decía que era demasiado joven para ir al seminario, ¡y eso que yo quería ser como él!
    Luego, con el paso de los años, uno va entreviendo, como si fuera una adivinanza, lo que significa ser sacerdote y a lo que uno se compromete. Pero se hace ya “desde dentro”, sin desasosiego ni desazón, pero como “inclinación del ánimo hacia algo, en especial, en el campo de la estética”. Sí, es necesario descubrir la belleza de ser sacerdote.

¿Cómo asimiló tu familia tu llamado vocacional? Desde siempre he sido el hermano que estaba en el seminario. Como sacerdote, tienen un privilegio. He podido bendecir el matrimonio de tres de mis hermanos y bautizar algunos sobrinos. Recuerdo de manera especial la primera vez que administré la unción de enfermos. Fue a mi padre, que murió cinco días después. La única vez que le vi llorar fue cuando le besé para darle la paz en la misa de mi ordenación. Eso no se olvida.

¿Qué significa para ti dedicar la vida a acercar las personas a Dios?
Jesús Buen Pastor me inspira mucho en mi quehacer. Sobre todo su mirada compasiva y tierna, una mirada que sabe ver el corazón y lo que hay dentro.
    A veces he sentido el peso de la responsabilidad de ser guía y pastor. Ante Dios, el sacerdote no responde sólo de sí mismo sino de aquellos que se le han confiado. Pero como uno es débil y mediocre, yo le ofrezco al Buen Pastor lo que está al alcance de mi mano para que él complete lo que yo no sé o no puedo hacer.

¿Hay algún hecho especial que haya marcado tu vida como sacerdote? Sin duda: África. Porque me da y me quita, porque me hace experimentar la “inutilidad fecunda”. África te hace ser pobre, pequeño, humilde, sencillo, porque te equivocas, te confundes, metes la pata, porque no conoces las lenguas, las culturas, las historias… Hay que pasar por la crisis de sentirse un inútil.
    Pero África me ha ayudado a redescubrir lo que es ser sacerdote. La gente te aprecia, te respeta, te busca, te escucha… simplemente porque eres sacerdote. No por lo que sabes, lo que has estudiado, tus títulos… sino porque eres sacerdote. En este sentido el ministerio es fecundo, da frutos… y en cierto modo es más fácil “ser” sacerdote aquí que en un país occidental postcristiano. En definitiva, la gente te hace sacerdote.
    Sí, en África uno es inútil, pero fecundo por la gracia de Dios. Amén.

¿Qué ha significado para ti formar parte de la Hermandad?
La Hermandad es un don y una tarea, al igual que la fe y la vocación. Siempre he dicho que no conozco a la Hermandad en abstracto. Conozco operarios, hermanos, que me hacen sentirme acogido, apoyado y apreciado. Es un regalo de Dios.
    Pero la Hermandad se construye cada día en la vida de equipo. Es ahí donde hay que hacer un acto de fe: “yo creo que la Hermandad es posible, creo que el equipo de vida y trabajo es posible”. Y esta fe me da la esperanza en un momento de dificultad y también el amor necesario que me compromete a hacer lo posible para superarlo.

¿Cuáles son los retos específicos de la Hermandad en la actualidad? La Hermandad no es una institución misionera en el sentido tradicional del término. Pero Asia y África necesitan el carisma de la Hermandad.

Algún mensaje a los que se cuestionan sobre su camino vocacional.
Ya lo decía J.S.V.: “La vocación no es cuestión de evidencia, sino de amor”.


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La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio. - PABLO VI