7 días de un educador de seminaristas
   
   
 

    Hace tiempo publiqué un libro titulado «Ensayo de serenidad en medio de la tormenta».
    En la presentación citaba estas palabras de André Gide: «Las flaquezas, los abandonos, las caídas de los hombres, las conocemos y la literatura de nuestros días es más que hábil en mostrarlas. Es la superación lo que necesitamos que se nos enseñe».
    Luego venían 12 «7 días de…» amigos míos que contaban siete días de su vida de Cocineros de los cristianos y de Señaladores del Camino. Para que el lector comprobara que hay vidas que merecen vivirse. Lo señalaba Bergson: «¿Por qué los santos han tenido tantos imitadores y por qué los hombres buenos arrastran a las multitudes? No piden nada y sin embargo obtienen. No tienen necesidad de exhortar. Les basta con existir. Su existencia es una llamada».
    Este verano Agustín me dijo que había vuelto a leer el libro. Y que muy bien, que le había resultado como 12 balones de oxígeno del bueno.
         
    Aquí van los 7 días de Vicente, educador de seminaristas. Con lo que el Padre Duval cantaba de son ami, le Seigneur.

     Como Yeyo Pumba, pertenece al gremio de los pacificadores. Trata de conseguir que las cabezas de los hombres sean más claras, los corazones más grandes, los bolsillos más chicos...
         Dentro del carnet de conducir lleva siempre los «estatutos del hombre» que dicen:
    «art. 1: Queda decretado que ahora vale la verdad, que ahora vale la vida, y que con todas nuestras fuerzas trabajaremos todos por la vida verdadera;
    art. 2: Queda decretado que todos los días de la semana, incluso los miércoles más grises, tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo;
    art. 3: Queda decretado que, a partir de este instante, habrá girasoles en todas las ventanas, que los girasoles tendrán derecho a abrirse dentro de la sombra y que las ventanas deben permanecer, el día entero, abiertas hacia la hierba donde crece la esperanza...»
         Dicen las crónicas que no es amigo de burocracias. Pero convencido que todo es gracia, las amansa y las bautiza.
         Algo despistado. Pero ¿de qué pista?

JSV

17, domingo

   Los domingos por la tarde suelo quedarme en el seminario. Aunque no haga nada. Por gusto de estar. Porque ya salgo mucho los otros días. Hoy he aprovechado para terminar el horario definitivo de las clases. Antes hice una consulta a los de quinto y sexto sobre la clase de música: tenía interés en ponerla opcional. Se ha salvado, gracias a Dios, la democracia y la música.
    Es casi medianoche. Vengo de la biblioteca: mientras escuchaba tranquilamente a «Aguaviva» («Cuando mi hijo nació. Un niño rubio. Una bola de luz») y a Lluís Llach («Però, amic, més que buscar respostes cal adreçar el foc, la llar...»), como contrapunto, mi mente se iba al tema de las charlas que sobre la adolescencia empiezo mañana con quinto. Y qué sé yo, qué sabemos, de las inquietudes y problemas de la adolescencia, de los adolescentes, de los interrogantes que cada uno encierra...
    Yo no sé nada. Doy, sencillamente, lo que tengo. Además de la educación que imparten los «educadores natos», debe existir la educación por ósmosis, por transparencia, la de aquéllos que intentan por todos los medios permanecer disponibles, sin pretensiones, abnegadamente, y leen con el corazón el «vosotros, nada de eso» de san Lucas (22, 24-27).

               Seigneur, mon ami, tu m’as pris par la main.
               J’irai avec toi, sans effroi,
               jusqu’au bout du chemin.

18, lunes
   
   Toda la mañana de «burocracias» en Salamanca, menos un rato que he dedicado a hacer la introducción a «Hombre nuevo», el libro de oración que hemos preparado para los novicios. He comido allí con los de COU y me han traído a Alba en moto, a tiempo para la clase de literatura. Luego he tenido que acostarme un poco, de puro cansado, para poder rendir algo.
   La misa, flojilla. Estos chavales... Hasta ahora no me he metido mucho con ellos, casi no he parado en casa. Presiento que esta semana voy a poder dedicarme bastante, si no surge ninguna complicación académica.
   Martes y viernes voy a tener clase de iniciación bíblica con mis antiguos alumnos de preu, ahora novicios, «invitado» por el maestro.

               Je marche avec toi dans le vent, dans le froid,
               je marche, peu m’importe, je te porte
               dans mon coeur avec moi.

19, martes
   
    Hace un rato he subido de celebrar, con otros dos colegas, una misa con sabor a vigilia de los Hechos.
    Hoy he recomenzado a llamar a los chicos, aunque cuando me acerqué a la clase de sexto casi me vuelvo atrás al ver a todos con sus griegos y sus cosas. Desde luego, no hay comparación posible entre hablar con ellos de tú a tú y no hacerlo. Todo se ve distinto y creo que muchas cosas —v. gr. la llamada «disciplina»— cobran su auténtica dimensión. Conoce uno, por ejemplo, cómo al caer el padre enfermo durante el verano tenía tal muchacho que discutir con los compradores el precio de los frutales, o cómo otro debió «ajustarse» por su cuenta con un vecino para hacer la labor, o un tercero vencer cierta dificultad en casa a la hora de venir para el presente curso...
    Luego, he estado confesando un rato, poniendo invariablemente de penitencia rezar «un padrenuestro despacio, pensando cada una de las palabras» para agradecer al Señor el encuentro.
    Por eso, cuando me dedico a las burocracias, aunque sé que cumplo con mi deber (hoy he hecho una de las cosas que me resultan más pesadas, el acta de una reunión de la comisión de estudios), no es igual.
    Esta mañana he puesto un examen de literatura a sexto. Todavía no se ha inventado nada mejor para hacer estudiar, con perdón de los pedagogos. La primera pregunta era analizar los recursos líricos de la poesía hebrea en el comienzo del salmo 18, para mí tan querido. Algo siempre se pega.

               Partout, c’est la danse, les sourires, les plaisirs.
               Et moi, je m’avance en cherchant ton visage,
               en tout çà.

20, miércoles
   
    El texto del Duval en que cuenta su vocación tiene valor ex opere operato, por sí mismo, sin necesidad de comentario. El otro día cantábamos en la sobremesa «Rue des Longues-Haies» y hoy, aunque no venía muy a cuento, se lo he leído a los de quinto al final de la charla sobre la evolución religiosa en la adolescencia, a raíz de la frase «tenía doce años. Hoy tengo cuarenta». Sobre todo las conclusiones que deduce de las actitudes diversas de su padre y su madre en la oración familiar de la noche:
    «Debe ser muy grande Dios para que mi padre se arrodille ante él, y también muy bueno para que se ponga a hablarle sin mudarse de ropa».
    «Debe ser muy sencillo Dios cuando se le puede hablar teniendo un niño en brazos y en delantal. Y debe ser una persona muy importante para que mi madre no haga caso ni del gato ni de la tormenta».
   
    Esta tarde han venido al seminario cuatro chicas del pueblo enviadas por su maestra para pedir un conjunto que colabore en un festival. Les hemos tenido que decir que con la marcha del COU a Salamanca nos hemos quedado de momento sin «artistas». No obstante, intentaremos hacer algo para mantener el tradicional «estar al día» de los chicos.
    Por lo demás, hoy ha sido un día muy «normal». Clases, el correo, reunión de formadores, misa vespertina. Y hasta he visto un poco la «tele». Luego, para reparar, he escuchado un rato «Amen», de The Golden Gate Quartet, como fondo (!) del breviario.

               J’irai d’un bon pas en chantant mes chansons.
               Je sais, tu m’attends sur les pas
               de ta belle maison.

21, jueves
   
    Tengo la biblioteca de literatura de los alumnos en mi despacho. No es quizás el mejor sitio, pero aquí estaba cuando vine y aquí la he dejado. Todas las noches, después de cenar, suben los que quieren cambiar los libros y, con ese pretexto, pasamos entretenidos el rato mientras fumo un cigarrillo. Hoy han venido casi la mitad de sexto. Al final, se han quedado tres y hemos estado hablando de Machado, a quien uno de ellos estaba leyendo. Y esta manera «aconfesional» de estar con los chicos es para mí como un servicio importante que procuro no descuidar: uno no obliga a que lean determinados libros, pero sugiere si le dejan sugerir y aconseja si le dejan aconsejar, convencido de que la deseable unanimidad —que no uniformidad— se favorece con la lectura de las mismas cosas. Y, así, los clásicos «humanos» y Tagore, Cesbron, Saint-Exupéry o Delibes, entre otros, van convirtiéndose en viejos amigos de estos chicos.
    No siempre van bien las cosas. Un internado es algo sui generis. Aparentemente todo va bien, y de pronto parece que a uno se le cae la casa encima. No obstante, «los chicos dan lo que se les pida», decía siempre un amigo, y debe tener razón.

               Alors, tu es là, je te vois découvert.
               Je vois ton visage et la table, où tu mets
               deux couverts.

22, viernes
   
    Es muy tarde, cuando vuelvo de Salamanca. Alguna noche de viernes salimos a «oxigenarnos» un poco, viendo una buena película —no es fácil encontrarla— o al menos charlando sosegadamente en algún sitio, como hoy.
    Aunque sé que desde ciertos puntos de vista son discutibles estas salidas, que a algunos «no les van», a mí no me parece mal que, cumplidas nuestras obligaciones aquí, salgamos una noche de cuando en cuando. Quiero decir que nadie debiera preocuparse por ello. Esta noche, por ejemplo, han sido dos horas largas de hablar de los chicos con Reyes de «moderador», ya que lleva tantos años en nuestros seminarios, y sigue tan hondamente preocupado como el primer día.
    Claro, reconozco que los reglamentos deben existir, e incluso que a la larga una vida ordenada es más efectiva. Pero pienso que lo más preocupante en una comunidad debe ser, en frase del prior de Taizé, «vivir la unanimidad, implantada en el corazón de un pluralismo..., en una libertad de existir tanto más grande cuanto que la unanimidad es más cierta».
    Esta tarde he tenido la clase introductoria de formación bíblica con los novicios. Me da la impresión de que puede ir bien la cosa, escuchan con cierto cariño.

               Seigneur, mon ami, tu m’as pris par la main.
               J’irai avec toi, sans effroi,
               jusqu’au bout du chemin.

23, sábado
   
    Había trabajo en la huerta y la mayoría de los de quinto han empleado allí la mañana, mientras el resto ha ido a sacar patatas a una finca cercana, y los de sexto salían de paseo. Tenemos motivos para estar satisfechos del espíritu de estos muchachos en el trabajo. Los de quinto, además, se habían comprometido a hacer ellos el trabajo de todos, para que los mayores pudieran salir.
    Hacía tiempo que no escribía a casa (no hay derecho a descuidar esto, no) y lo hice el otro día. Hoy he recibido carta de mi madre, que dice algo que me hace pensar. «Nos alegramos de que tengas mucho que hacer, yo creo que la mayor felicidad es tener una vida llena, y tus padres la tienen: no hemos tenido nunca ni un momento de aburrimiento, siempre hay cosas por hacer y a gusto, aunque a veces ya van llegando los días en que se encuentra una muy cansada, pero como esto es natural ahora ya, se descansa y en paz. La escuela la sigo llevando bien y con ilusión...»
    Termina la semana. Mi ilusión sería que los jóvenes (estos muchachos, y nosotros) alcanzáramos al menos la humanidad que muchos mayores, a pesar de los pesares, tienen. La carta me ha recordado algo que leía el otro día en Gómez de la Serna, y que casi me deja k. o.:
    «No sé por qué al estar en puertas de otro año se me plantea el mayor caso de conciencia personal.
    Estoy más dispuesto que nunca a que no se me olvide quién soy y lo que quise siempre. Es mi única fortuna y quiero salvarla...
    Lo más importante de mi vida, lo que considero mi única virtud, es que he conservado el mismo ideal a través de los años y de las quiebras más feroces. Así quiero continuar.
    Yo no he variado sino hacia el bien, la pulcritud, la justicia intelectual, el amor sin infidelidad ni de pensamiento y nada ni nadie ha podido matar ni mi juiciosa amenidad...
         Yo quisiera decir la verdad, pero la verdad no se dice sino muriéndose».

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La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio.
- PABLO VI