Desde Lubumbashi II

 

 
     Viaje. Experiencia. Sandalias. Eucaristía. Acompañamiento. Angelus. Retiro. Cartelera. Santidad. Compromiso.
     Moja (1). Mbili (2). Tatu (3). Nne (4). Tano (5). Sita (6). Saba (7). Nane (8).
     Bakanja. Plantas. Navidad. Baloncesto. Cahiers de croissance. Itinerario. Limosna. Swahili. Familias. Confirmación. Vidrieras. Azadoneros.
     
     10 + 8 + 12 = 30. Treinta. Ya faltan menos para las 55 ó 77 palabras desveladas del «Glosario» del misionero Carlos Comendador. Imprescindibles para quienes quieran visitar el Pétit Séminaire S. François de Sales de Lubumbashi.
JSV

 


BAKANJA

     Con motivo del centenario de su martirio la Iglesia del Congo ha consagrado este año al Beato Bakanja. Los obispos han pretendido que los laicos se movilicen para que, a su ejemplo, puedan continuar respondiendo más intensamente a su vocación a la santidad y a su misión de dar testimonio de las exigencias del bautismo.
     Yo no tenía ni idea de quién era Isidoro Bakanja por lo que tuve que ponerme al día. Y lo que aprendí fue lo siguiente:
     Isidoro Bakanja nace entre 1880 y 1890 en Bokandela-Mbilankamba, en la provincia del Ecuador en el Congo belga. Muy pronto emigra buscando trabajo como sirviente doméstico. En la misión de Bolokwa Nsimba, llevada por trapense, comienza a asistir a la catequesis. Recibe el Bautismo el 1906, y un año más tarde la Primera Comunión.
     Estaba muy bien considerado en su trabajo. Por ello su señor se lo lleva con él cuando tiene que marcharse a otra parte para trabajar bajo las órdenes de un tal Van Cauter. Bakanja comprobará que su suerte ha cambiado totalmente. Van Cauter es un hombre duro que detesta a los cristianos. Le prohíbe a Bakanja enseñar a rezar a sus compañeros de trabajo y cuando un día se da cuenta de que lleva un escapulario le castiga con veinticinco golpes de látigo, un castigo que se repetirá desgraciadamente varias veces.
     Una de esas veces, Bakanja quedó gravemente herido. Dicen que las cintas del látigo terminaban en clavos. Alguien que pasaba por ahí y le vio en tan malas condiciones se lo llevó a su casa. A pesar de recibir buenos cuidados durante seis meses, su situación no hace más que complicarse cada día. El 25 de julio recibe la visita de dos misioneros. Se confiesa, recibe la unción de enfermos y la comunión. Bakanja dice que perdona a quien le ha hecho tanto mal y que reza todos los días por él.
     Dicen las crónicas que “el domingo 15 de agosto de 1909, los cristianos se reúnen delante de la casa donde se encuentra Bakanja, en Ngob’Isongu (Busira), acogido por el catequista Loleka. El enfermo resplandece de gozo al poder unir su voz a la de la comunidad. Ante el asombro de todos, él se levanta y da algunos pasos, en silencio, con el rosario en la mano. Después se acuesta de nuevo. Más tarde entra en agonía y se apaga. Lleva siempre el escapulario en el cuello”.
     Bakanja fue beatificado el 24 de abril de 1994 durante el primer Sínodo Africano. La Iglesia del Congo celebra su fiesta el primer domingo de agosto, venerándolo como mártir y patrono de los laicos.
     Un dato curioso. La evangelización en nuestra diócesis de Lubumbashi comenzó en 1910, por eso estamos ahora con los preparativos del centenario. Pero por entonces, en la otra punta del país, ya había un joven santo mártir. Dicen que “sangre de mártires, semilla de cristianos”. Confieso que nunca en mi vida lo he visto tan claro.


   

PLANTAS

     Nunca me han gustado especialmente las plantas. Mi madre las ama con locura y hasta las trata como cariño. Cuando en casa mostramos cierta indiferencia hacia ellas o nos quejamos del cuidado excesivo que mi madre les da, termina protestando porque no hemos salido como ella. No obstante, tengo que reconocer que al menos me gusta tener alguna planta como decoración en la habitación. Así hay algo de verde y de vida entre los libros y el ordenador.
     Ahora me estoy volviendo algo más “plantero” aunque todavía estoy muy lejos del gusto y la dedicación de mi madre. La cosa surgió porque necesitaba una ocupación con la que llenar el tiempo que los seminaristas consagran al trabajo manual después de comer. Se trata de una media hora en la que barren el patio, limpian las salas comunes y arreglan lo que haga falta. A mí no me hacía gracia quedarme en mi habitación mientras los chicos sudaban la gota gorda. Así que el día en que descubrí que las plantas necesitaban algo de agua, me dije que había encontrado la solución a mi quebradero de cabeza.
     Las plantas me permiten salir de la habitación, cansarme un poco y compartir presencia con los seminaristas. Hasta alguno puede que diga que es también una manera de dar ejemplo y de no ser un cura acomodado. Puede ser. Pero cuando me dedico a las plantas no pienso en estas cosas. Simplemente me acuerdo de mi madre.


NAVIDAD

     La Navidad siempre ha tenido una excitación especial entre los niños y adolescentes, sobre todo en los colegios y en los internados, léase también, seminarios. Como es normal, aquí también tuvimos nuestra fiesta de Navidad antes de que los seminaristas se fueran de vacaciones. En el programa no había nada de extraordinario, es decir, consistía en hacer lo típico: celebración de la Eucaristía (decir que esto no es extraordinario es por mi falta de fe), cena especial con invitados (formadores del seminario mayor, sacerdotes de la parroquia y religiosas vecinas), además de regalos compartidos y actuaciones variadas preparadas por los chicos.
     Cuando ya recogíamos los recuerdos de la fiesta me sorprendí al comprobar el clima de ilusión, incluso de delirio, que tenían los seminaristas. No era para menos, al fin y al cabo, al día siguiente se iban de vacaciones y terminaba el primer trimestre, que suele ser bastante duro por eso de la adaptación al medio. Lo que veía era lo mismo que ya había visto en el festival de Navidad que hacíamos en el colegio de Valencia con los alumnos de secundaria: cantos, risas, bailes, espontaneidad, alegría… Tenía conciencia de que si cerraba los ojos, los sonidos no serían muy diferentes entre unos chicos y otros a pesar de los nueve mil kilómetros de distancia que los separa. Los adolescentes son ante todo adolescentes, aunque el color de su piel sea completamente distinto.
     Pero no todo era eso. También reviví el mismo sentimiento de lejanía y distancia que tenía respecto a ellos. Había un abismo entre los adolescentes y yo, ya sean congoleños o españoles. Yo me acercaba a la Navidad con otro espíritu. Por ello una pequeña neblina de decepción me turbaba el pensamiento. Ellos, los adolescentes, se quedan en un aspecto meramente externo de lo que es la Navidad. Y eso, aunque sean seminaristas y aunque estén en un país de los denominados “del tercer mundo”. Es lo mismo.
     En cuanto a la decepción, hace falta aclarar que la sentía tanto hacia ellos como hacia mí mismo. Evidentemente ellos andan muy despistados porque se quedan ajenos al verdadero misterio de la Encarnación. Pero la decepción me venía de rebote como acusación: ¿qué había hecho yo para que lo descubriesen? Parece que, tanto entonces como ahora, no lo suficiente.


BALONCESTO

     A veces uno vive engañado en una ilusión de la que no se sale sino gracias a una caída, una de esas que te hace despertarte de golpe. A mí siempre me ha gustado el fútbol. Me gusta verlo y me gusta practicarlo. Siempre que he tenido una oportunidad de jugar con jóvenes no la he desaprovechado. Hacer deporte es una de las cosas más fáciles y necesarias para ser uno con ellos y estar con ellos.
     En el seminario no iba a ser menos y aunque muchas veces me encontraba ocupado y “con muchas cosas por hacer”, me liberaba otras tantas para disfrutar con los seminaristas. Sin embargo no todo es tan fácil como uno cree. Yo estaba acostumbrado a jugar en campos de futbol sala, que es lo que abunda en nuestros seminarios y colegios en España. Pero aquí jugábamos en un campo tan grande como el Bernabéu y con tantos agujeros y desniveles como tiene la calle que lleva al seminario.
     Al final del curso pasado tuve que reconocer que yo ya no estaba “para estos trotes”. ¿Qué podía hacer yo corriendo con jóvenes de catorce a veinte años? El campo se me hacía inmenso y el balón incontrolable. Llegaba el momento de aceptar con humor y deportividad que a los treinta y seis años la mayoría de los jugadores profesionales ya se han retirado.
     No obstante me llené de alegría cuando al comienzo de este curso, y debido probablemente al aumento del número de seminaristas, algunos se interesaron por el baloncesto. Sin pensármelo dos veces me apunté al grupo. Y esto ya es otra cosa: campo más pequeño y, encima, de cemento y sin extrañas irregularidades. Además, como en mi época de seminarista también desarrollé algunas habilidades en esta disciplina deportiva, aprovecho para ser el tuerto en el país de los ciegos. Intento enseñarles a jugar con algo de criterio, cosa que no siempre consigo, y disfrutamos del deporte, que es de lo que se trata. Al fin y al cabo no soy tan viejo.


CAHIERS DE CROISSANCE

     Uno de los métodos de aprendizaje más tradicionales y eficaces es el de “ensayo-error”, o lo que viene a ser lo mismo: aprender de las lecciones que nos da la vida. Y es que la vida a veces te obliga a rectificar lo que en principio parecía una muy buena idea, un proyecto genial. Yo también aprendo con este sistema. A veces no hay otra alternativa.
     Una de las cosas que tenía clarísimas en el programa de formación espiritual del seminario era la de enseñar a los chicos a hacer un proyecto de vida y vivir en consonancia con el mismo. Así estuve varias semanas explicando lo que es un proyecto de vida, para qué sirve, las dimensiones de la persona, lo que es un objetivo y lo que es un medio… Aunque en las charlas ya me había dado cuenta de que no todos me seguían, estaba seguro y convencido de que había puesto en las manos de los seminaristas una fantástica herramienta de autocrecimiento,
     Sin embargo en el diálogo personal, la realidad resultó ser peor que la más desastrosa de las predicciones más pesimistas. Salvo algún caso aislado, creo que casi nadie lo entendió: lenguaje demasiado abstracto, incapacidad para establecer objetivos, confusión en los medios… Siendo honesto, tendría que aceptar que fue un desastre, un error que había que rectificar. La teoría y los principios estaban muy bien, pero yo tenía unos bueyes que no podían arar con todo ello.
     Este año cambié de método y me inventé un “cahier de croissance”, un cuaderno de crecimiento. Para simplificar el proyecto de vida, se lo daba yo hecho, con la esperanza de que poco a poco, sobre todo los más mayores, le fueran cogiendo el truco. Cada mes preparaba una hoja con ocho tareas que tenían que cumplir a lo largo del mismo. Se trataba de cosas muy sencillas como escribir cinco cualidades y cinco defectos, reconciliarse con algún “enemigo”, ser puntual, ser ordenado…
     En las entrevistas personales yo me enfadaba bastante cuando algunos chicos tenían su cuaderno de crecimiento en blanco. No habían hecho nada. Y lo que más me molestaba es que algunos lo veían como si fueran “deberes” de la escuela. Esos no habían entendido nada de nada. Otro fracaso.
     No obstante, un día encontré la calma. Creo que fue meditando la parábola del sembrador. Me dije que lo que yo tenía que hacer era sembrar y sembrar. Los frutos vendrán cuando y como Dios quisiera. Si yo me enfadaba con los chicos sería ya una batalla perdida. Lo mejor era invitarles a la responsabilidad y que se tomasen su vida en serio… y el que no lo quiera aprovechar peor para él. También hay que aceptar que la libertad del otro nos limita un poco.


ITINERARIO

     Quise que los seminaristas vivieran con algo de intensidad la cuaresma. Por ello me puse a reflexionar con algo de tiempo cómo podría organizar estas semanas que nos llevan hasta la Pascua. Reconozco que cuando pienso estas cosas es “mi lado más pedagogo” quien se pone a la obra y a veces hasta me sorprende.
     Decidí, por coherencia, que hiciéramos el mismo camino que la Vicaría de Pastoral había preparado para las parroquias. Desde luego tiene mérito para quienes lo diseñaron porque intentaron recoger muchos elementos de actualidad: la preparación del Centenario de la Evangelización de la diócesis de Lubumbashi, las figuras del Beato Bakanja y de San Pablo y los ecos del Sínodo de la Palabra. La verdad es que, a pesar de tantas cosas dispersas, hicieron una síntesis coherente en una sola cuartilla. Loable.
     Dando otro vuelco de tuerca más a tanto diseño pastoral, yo lo concreté en una frase, una especie de lema, que entresacaba de las lecturas del domingo correspondiente. A cada frase le acompañaba una imagen que la “apoyara”. Todo se completaba con una pequeña catequesis, de diez a quince minutos, que hacía los lunes después del rosario. Con ello intentaba asegurarme que las piezas de este puzle encajasen, y no quedasen las ideas demasiado dispersas. Ese lema lo tenía que decir todo.
     Con todo, el momento que más me gustaba era cuando preparaba los rótulos y los dibujos. Reconozco que las artes plásticas no son lo mío, pero me defiendo con el ordenador. Mi trabajo terminaba siendo el de colorear después a mano. Me llevaba su tiempo, pero lo hacía con gusto, con la esperanza de que ese mensaje le llegase a los chicos. Valía la pena “perder” ese tiempo sencillo, oculto e intrascendente.
     Los sábados por la noche, después de ver la película, los seminaristas entraban en la capilla para rezar las primeras Completas del domingo. Entonces ya encontraban pegados a los pies del altar la frase y su dibujo correspondiente. No sé si con el sueño y el cansancio se darían cuenta de ello. Pero mi intención era que con ese lema se fueran a dormir y que dándole vueltas en la almohada tuvieran buenos sueños.


LIMOSNA

     Esta tarde ha pasado por el seminario Joseph. Habla un buen francés, ha recibido una formación decente, pero no está bien de la cabeza. Diríamos que está algo loco, pero es simpático y da mucha conversación aunque pasando de un tema a otro con razonamientos lógicos que sólo él puede seguir. Se deja caer por aquí de vez en cuando.
     Hoy venía con mala cara. Dice que ha estado enfermo varios días en el hospital e insiste en mostrarme las manchas negras que tiene por el cuerpo. Hablaba y lloraba. Se quejaba porque estaba enfermo. Se quejaba contra Dios.
     Siempre he intentado tratarle con respeto y “escucharle”, aunque muchas veces me supera. Hoy he hecho lo que he podido para mirarle con cariño (en estos casos pienso en la mirada sanadora de Jesús). Pero me traiciona mi espíritu desconfiado. En el fondo no hago más que pensar en que después de tanto discurso y tanta queja, terminará pidiéndome dinero. Y así fue, fiel a la tradición.
     Momento de duda: ¿qué hago?, ¿es el dinero la única solución a todos los problemas de Joseph? Si le doy algo estoy convencido de que no le doy gran cosa y probablemente contribuyo a quitármelo de encima. Si no le doy nada ¿es esta una respuesta cariñosa?
     Como no tengo respuesta a este espinoso interrogante, lo que hago depende del día. Esta vez, Joseph ha venido el viernes de ceniza. Todavía resuena en mí el evangelio del miércoles, por lo que si no le doy algo sería un mal comienzo de cuaresma. La verdad es que el aspecto de su cuerpo enfermo es lamentable. No se pude negar la evidencia. Al final le he dado algo de dinero, algo más de lo habitual, y unas zapatillas viejas.
     Joseph se va todo contento y muy agradecido. Pero yo me digo que en el evangelio no aparece nunca que Jesús resolviera los problemas dando dinero. Él daba algo más, algo que evidentemente yo no puedo dar… porque no lo tengo.


SWAHILI

     Llevo casi dos años en Lubumbashi y soy todavía incapaz de decir cuatro frases seguidas en swahili. Llegué con un nivel aceptable de francés por lo que en teoría podía concentrarme en el estudio del swahili. La triste verdad es que casi no he hecho nada. Y la razón es muy simple: no necesito el swahili.
     Cuando hablo de esto no me queda más remedio que acudir a las comparaciones y explicarme aludiendo a la que era mi situación en Zambia. Allí estuve tres años y no miento si digo que me fui cuando ya empezaba a soltarme con el chibemba. Se trataba de una zona rural en la que casi nada se hacía en inglés. El chibemba se oía por todas partes y constantemente había momentos para practicarlo o al menos intentarlo. Además toda la liturgia era en chibemba y también todas las reuniones y eventos que se hacían en la misión.
     Ahora todo es distinto. Estoy en una gran ciudad y casi todo el mundo tiene al menos unas nociones mínimas de francés. En los contextos pastorales donde más me muevo casi todo es en francés y los chicos en el seminario y en la escuela lo tienen que hablar por obligación. Cuando voy a alguna parroquia siempre celebro la misa en francés aunque la mayoría son en swahili.
     Como algo testimonial, en el seminario los viernes la misa es en swahili. Pero es una vez por semana. Yo intento leer como un mal alumno y preparar por escrito algunas frases para la homilía, pero no es suficiente. A la semana siguiente se me ha olvidado lo poco que había estudiado simplemente porque no lo practico.
     Me autoengañaría si me conformase y me quedase así. Aunque no necesite el swahili lo tengo que aprender por convicción personal y por coherencia con el espíritu misionero. ¿Cómo se puede ser misionero sin hablar la lengua de la gente sencilla? Mientras tanto en este impasse me siento un traidor.


FAMILIAS

     Una de las novedades de este año ha sido convocar un día de padres. La verdad es que la relación que teníamos con las familias de los seminaristas era bastante escasa. El rector al menos trataba con ellas para temas económicos o disciplinarios. Pero yo no tenía esa oportunidad. La triste realidad es que no conocía ni a los padres ni a las familias de los seminaristas. Había un incómodo vacío.
     Pero para favorecer precisamente este conocimiento mutuo les convocamos en torno a la fiesta de nuestro santo patrón San Francisco de Sales. Y resultó ser una experiencia muy interesante. Es cierto que no todos pudieron venir, pero la mayoría estuvieron presentes en un día que tuvo tres actos: Eucaristía, reunión y comida.
     Fue realmente bonito encontrarse a las familias comiendo al aire libre con su hijo seminarista. Es otra manera de conocer un poco más al propio seminarista: él nos presenta a sus padres, a algunos hermanos, a los abuelos… Los padres aprovechan para dar alguna información interesante sobre su hijo y nosotros podemos hacer algún comentario, una corrección o dar simplemente unas palabras de ánimo en presencia de los padres, cosa que parece dar más peso a lo que decimos.
     En todo el día no hice más que darle vueltas a la frase: “Los sacerdotes no caen del cielo con los bolsillos repletos de estrellas y la boca llena de bendiciones. Los sacerdotes nacen en una familia. Es en su familia donde han aprendido a decir “padre”, “madre”, “hermanos”. Al principio, con sólo minúsculas. Luego, sólo luego, con mayúsculas: “Padre” (que estás en los cielos), “Madre” (de Jesús y nuestra), “Hermanos” (todos los hijos de Dios)” . Quizás estas familias ya habían hecho su trabajo y ahora me tocaba a mí enseñar a los seminaristas a escribir lo mismo, sí… pero con mayúsculas.


CONFIRMACIÓN

     Me fui de vacaciones sin saber si lo vería. Así son las cosas por aquí. Las programaciones no son tan claras y precisas como a algunos nos gustaría. El caso es que este año decidimos que los seminaristas que no habían recibido la Confirmación se preparasen para ello. Como por tradición nos unimos a la parroquia vecina y puesto que el año pasado ya se confirmaron más de doscientas personas, reconozco que empecé las catequesis en el mes de noviembre sin saber exactamente si este año se iba a celebrar o no. Nadie me daba garantías.
     No obstante, como tenía previsto ausentarme para asistir a una reunión y tomarme algunas semanas de vacaciones en España, aceleré el ritmo para dar una catequesis más “intensiva”. Cuando me fui, le dije al rector del seminario que los chicos “quedaban preparados” (con mucha presunción por mi parte) y que podían recibir la Confirmación en el caso en que finalmente la parroquia anunciara una fecha para la celebración y que ésta coincidiera con mi ausencia.
     Lo que pasó es que la anunciaron para el domingo de Pentecostés, justamente una semana después de mi regreso. Cuando me enteré me llené de alegría. Así que en la semana que quedaba me puse a “ponerlos a punto”, tanto a los catorce seminaristas confirmandos como al resto de la comunidad. Era un acontecimiento comunitario.
     Les insistía en lo importante que es celebrar un sacramento que marca (imprime carácter, dicen los teólogos) por lo que sólo se recibe una vez. Todavía recuerdo lo serios que estaban en la vigilia que hicimos el sábado para pedir los siete dones del Espíritu Santo. Pero más serios y nerviosos se les veía el domingo, junto con el resto de jóvenes de la parroquia, que entre todos llegaban a ser un centenar.
     Sin embargo, a pesar de ser tantos, yo sólo tenía ojos y corazón para mis seminaristas. No creo que sea abusivo utilizar el posesivo. Yo lo sentía así. Mezclados con los otros iban pasando aquellos a quienes yo había preparado. Algo de mí había en ellos por lo que yo creo que también yo recibía algo de su Espíritu. Era también mi Confirmación. No obstante no he podido, ni he querido, retenerlos. No me pertenecen. Sí, les he preparado por un tiempo, pero ya no son míos sino del Espíritu que les ha llamado y consagrado. Y, sinceramente, las cosas quedan mejor así.


VIDRIERAS

     El Seminario Menor de Lubumbashi, tiene su historia, y la historia hay que conocerla para saber situarse. Lo curioso de nuestro edificio es que fue un monasterio construido por los benedictinos hacia el 1958. No conviene olvidar que ellos fueron los primeros evangelizadores de la diócesis de Lubumbashi.
     Vinieron de la abadía de San Andrés de Brujas (Bélgica) y se instalaron primero en Kansenia para situarse más tarde en Lubumbashi, levantando la que ahora es nuestra casa. No les debió gustar mucho la cosa, probablemente porque estaba en plena ciudad, y a los pocos años se marcharon otra vez. Esta vez buscaron un lugar más alejado, en plena naturaleza. Allí construyeron el monasterio de Kisushi, a unos veinte kilómetros de nosotros, donde siguen hasta el día de hoy.
     Cuando se marcharon, la diócesis tomó el edificio para que sirviera como Seminario Menor. Su estructura más antigua tiene forma de cruz, y la capilla se sitúa en el extremo de uno de los brazos. Más tarde se añadieron los dormitorios y el comedor, las duchas y los servicios.
     Lo verdaderamente llamativo de la capilla es que tiene forma de “L”. En el “lado largo” estaba situado el coro de los monjes, y en el “lado corto” se colocaban los fieles que entraban por una puerta lateral. El altar está en el vértice y por eso se encuentra ligeramente ladeado para facilitar que todos puedan participar adecuadamente en la celebración.
     Además de algunas toscas esculturas en piedra, la capilla tiene unas curiosas vidrieras en forma de triángulo. Son simples, austeras si se quiere, pero tienen su encanto. No son las vidrieras que encuentro cuando visito la catedral de Toledo, pero están en África y esto es algo que, a pesar de todo el arte que atesora mi tierra, es algo que no tiene.
     Pero para mí esas son las vidrieras son algo más, porque son las vidrieras que veo resucitar cada mañana. Cuando abro la capilla es aún de noche. Los seminaristas aún están en la cama y yo estoy solo. No se distinguen los dibujos. Son unos tristes triángulos negros.
     Pero conforme rezo los salmos y hago la lectio divina, se van iluminando. Y como aquí sale el sol tan rápido, a veces no te das cuenta y de repente te encuentras todo envuelto en esta especie de arcoíris de eternidad. Porque las vidrieras no tienen la luz, la reciben como un regalo. Sin la luz una vidriera no tiene razón de ser. Por eso cada mañana se dejan resucitar por el sol que las transforma en pura belleza.
     Lo más sorprendente es que todo esto ocurre durante la oración. Es como si fuera un reflejo, una parábola, de lo que a uno le pasa por dentro cada mañana… Sinceramente, algunos días me siento como una vidriera.
     


AZADONEROS

     El sobre pesaba más de lo que a simple vista pudiera parecer. Así es de impetuoso nuestro Director General, que todavía en el aeropuerto y esperando aún las maletas, me lo dio como si le quemara o quisiera quitarse ese peso de encima cuanto antes.
     —Toma, lo de los azadones –cualquiera que pasase por ahí pensaría que me dedico a la venta de utensilios agrícolas y que estábamos cerrando un trato–.
    —“Azadones”, no. “Azadoneros” –le corregí–.
     —Bueno, tú me entiendes –y sí, no hacían falta más explicaciones–.
     Acepté el sobre con cierta veneración y lo guardé cuidadosamente, como si no fuera yo digno de tanto bien. Eran las 13:10 del 1 de abril.
     A lo largo de los seis años que llevo por estas tierras africanas he tenido la suerte de recibir muchos donativos. Unas veces unos dan más y otros dan menos. La verdad es que la cantidad poco me importa. Lo que no se puede olvidar es su sonrisa y el brillo de sus ojos. Eso sí que me importa, y mucho. Más que el dinero (¿qué son al fin y al cabo 50€ más o 50€ menos?) lo que aprecio es la sensación de sentirse acompañado y sostenido. En definitiva los que te dan un poco de dinero, te ofrecen algo más: un trozo de sí mismos. En un momento determinado han pensado en mí, en lo que hago, en la gente con la que estoy, en los proyectos que llevamos entre manos. Sin quererlo ni buscarlo, me encuentro ocupando un pequeño espacio en el corazón de mucha gente. Su donativo es una manera de decir: “te apoyamos, confiamos en ti, te queremos”. Y esto es algo que a veces asusta porque yo no he hecho nada extraordinario para merecerlo.
     El sobre que me traía don Jesús contenía el cariño de treinta y ocho personas. Por eso pesaba tanto. Treinta y ocho no son muchas para formar un gremio pero ya forman el gremio de los azadoneros. Un gremio nuevo, desconocido para muchos y que supongo no está registrado en ninguna parte.
     Lo curioso es que esta vez no he podido ver ni el brillo de sus ojos ni la sonrisa en su cara. Personalmente conozco sólo a cinco o seis. No más. El resto eran completamente desconocidos para mí, aunque ellos sí sabían alguna cosa de lo que hago. Todo empezó como una cadena solidaria que se creó a base de e-mails cuando conté lo que costaba sacar a la luz nuestra publicación “Jembe” (“azadón” en swahili). Después don Jorge me envió una lista con sus nombres y sus e-mails, aunque algunos prefirieron permanecer en el anonimato.
     Antes de volver al Congo les envié a todos un mensaje de agradecimiento. Poca cosa porque los mensajes de respuesta que recibí después son de los que no se borran. Ya nos vamos conociendo un poco más. Además del mensaje enviado sé que lo mejor que puedo hacer para agradecerles su apoyo y su cariño es rezar por ellos. Cuando lo hago, le pongo caras a los nombres de la lista y entonces puedo ver sus ojos y su sonrisa. Me dirán que es fruto de la imaginación, pero a mí me vale ¡claro que me vale! Y a ellos creo que también.
     Aksanti (¡Gracias!)

Carlos Comendador

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La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio. - PABLO VI