El próximo 11 de octubre el papa Benedicto XVI canonizará al Padre Damián.
      «La fama de este valiente misionero se ha hecho tan universal que casi parece inútil contaros su vida» escribió Marcellin Bousquet, superior general de los SS.CC, al comunicar su fallecimiento a la Congregación.
      Para abrir las ganas de leer una gran hagiografía del Padre Damián, una mini-hagiografía made in JSV (I)
     Y sus últimos días, escritos por el Padre Wendelin Moellers (II)

J.S.V.

 

I

DAMIÁN DE VEUSTER (1840-1889). Que el archipiélago de Hawai fuera llamado Sandwich cuando lo descubrió el capitán Cook en 1778 en honor del conde de Sandwich, que para no tener que levantarse se hacía servir a la mesa de juego el emparedado, que desde entonces lleva su nombre, hecho con dos rebanadas de pan de molde entre las que se coloca jamón, queso, embutido, vegetales u otros alimentos; que el archipiélago se convirtiera en 1959 en el 50º estado de los Estados Unidos; que comprenda ocho islas: Nühau, Kauai, Oahu (donde está Honolulu la capital), Molokai, Lanai, Kahoolawe, Maui y Hawai... a muchos nos ha tenido siempre sin cuidado, ¡queda todo tan lejos!. Pero que a la cuarta isla, Molokai, llegara por tres meses, aunque se quedó dieciséis años, los cuatro últimos leproso ya, el padre Damián, esto sí nos acercaba la isla a nuestro corazón. ¡Y pensar que todo fue por “culpa” del tifus que cogió su hermano el padre Pánfilo, al que Damián sustituyó aprisa y corriendo para que la expedición que salía desde Bélgica hacia los Mares del Sur no se retrasara! Decimos: los caminos de Dios. Solo con los leprosos en aquella isla donde al llegar él no había más ley que la ley del más fuerte. Faro de esperanza en las tinieblas de la noche de los abandonados, cuyos destellos han llegado a nosotros desde la Polinesia. ( 10 mayo )

 

 

II

     El 19 de marzo Judit Brassier, superiora de las hermanas de los Sagrados Corazones en Honolulú, tuvo la delicada atención de felicitar al padre Damián por el 25 aniversario de su llegada a las islas. Era también el día de su santo, san José. Una caja de vestidos para los leprosos acompañaba a su carta. Por su lado, hasta el 25 de marzo, el padre Leonor permaneció en correspondencia continua con Damián. Se trataba de encargos reclamados por éste impacientemente. «Cálmese, padre, y haga como los demás», le escribía ásperamente su superior. El 28 de marzo el padre Damián se quedó en cama definitivamente. Sufría de un modo atroz: la enfermedad se había concentrado en su boca y en su garganta.
     
He aquí como el padre Wendelin, que estaba presente, describía los últimos días del gran héroe que: Los amó hasta el extremo, Il les aima jusqu'à l'extrême, He loved them to the end.

       El sábado 23 de marzo estaba todavía, como de costumbre, activo y lleno de trajines. Fue la última vez que lo vi así.
     A partir del 28 de marzo no salió ya de su cuarto. Ese día puso en orden sus asuntos temporales. Después de haber firmado sus papeles, me dijo:
     "Qué contento estoy de haber dado todo a monseñor; ahora muero pobre, ya no tengo nada mío ".

     El jueves 28 de marzo comenzó a guardar cama. El sábado 30 hizo su preparación a la muerte. Era realmente edificante verlo; parecía tan feliz. Cuando hube oído su confesión general, me confesé con él, y enseguida renovamos juntos los votos que nos vinculan a la Congregación. Al día siguiente, recibió el santo viático. Todo el día estuvo alegre, gozoso, como de costumbre.
    
«¿Ve mis manos? -me decía-; todas mis llagas se cierran, la costra se pone negra: es signo de muerte, usted lo sabe bien. Fíjese también en mis ojos; he visto morir a tantos leprosos, que no me engaño; la muerte no está lejos. Mucho me habría gustado ver una vez más a monseñor; pero Dios me llama a celebrar la pascua con Él. Bendito sea Dios »
     Ya sólo pensaba en prepararse a morir. No había manera de equivocarse: era visible que la muerte se acercaba.

     El 2 de abril recibió la extremaunción de manos del reverendo padre Conrardy.
     «Qué bueno ha sido Dios -me dijo durante el curso de ese día- al conservarme lo bastante para tener a dos sacerdotes a mi lado que me asistan en mis últimos momentos; y además saber que están en la leprosería las buenas hermanas de la Caridad. Es mi Nunc dimitis. La obra de los leprosos está asegurada; por consiguiente, ya no soy necesario, y así dentro de poco me iré allá arriba».
    
—Cuando esté allá arriba, padre —le dije—, no olvidará a los que deja huérfanos.
     —«¡Oh, no! —me respondió—; si tengo algún crédito ante Dios intercederé por todos los que se encuentran en la leprosería».
     
Le pedí que me dejara su manto, como Elías, para tener su gran corazón.
     «¿Qué podría usted hacer con él? —me dijo—. ¡Si está lleno de lepra!»
     
Entonces le pedí su bendición. Me la dio con lágrimas en los ojos; bendijo también a las valerosas hijas de san Francisco por cuya venida había rezado tanto.

     Los días siguientes, el padre se sintió mejor; llegamos incluso a concebir la esperanza de conservarlo todavía algún tiempo. Las hermanas vinieron a menudo a visitarlo. Lo que más admiré en él fue su paciencia admirable. Él, tan ardiente, tan vivo, tan fuerte, verse así clavado en su pobre yacija, aunque sin sufrir demasiado. Estaba acostado en el suelo, sobre un pobre colchón de paja como el más simple y más pobre de los leprosos, y nos costó no poco lograr que aceptara una cama. ¡Y qué pobreza! Él, que gastó tanto para aliviar a los leprosos, se olvidó de sí mismo hasta el punto de no tener mudas, ni ropas, ni sábanas.

     Su apego a la Congregación fue admirable. Cuántas veces me dijo:
     «Padre, usted aquí representa para mí a la Congregación, ¿no es cierto? Digamos juntos las oraciones de la Congregación. ¡Qué bueno es morir hijo de los Sagrados Corazones!»
   
Varias veces me encargó que le escribiera a nuestro reverendísimo padre para decirle que su mayor consuelo en ese momento era morir como miembro de la Congregación de los Sagrados Corazones.

     El sábado 13 de abril empeoró, y toda esperanza de conservarlo se desvaneció. Un poco después de medianoche recibió al Señor por última vez; pronto lo verá cara a cara. Cada cierto tiempo perdía el conocimiento. Cuando fui a verlo me reconoció, me habló, y nos despedimos, pues yo tenía que ir a Kalaupapa para el día siguiente, que era domingo. Apenas terminados los oficios regresé donde él, y lo encontré con bastantes fuerzas, pero sus ideas ya no estaban claras. Leía en sus ojos la resignación, el gozo, la satisfacción; pero sus labios ya no podían articular lo que tenía en su corazón. Cada cierto tiempo me apretaba afectuosamente la mano.

     El lunes 15 de abril recibí una nota del reverendo padre Conrardy, en la que me decía que el padre estaba agonizando. A toda prisa me puse en camino, pero luego encontré a otro emisario que venia a anunciarme su muerte.

     Murió sin ningún esfuerzo, como si se quedara dormido; se extinguió suavemente después de haber pasado más de dieciséis años en medio de los horrores de la lepra. El buen pastor había dado su vida por sus ovejas. Cuando llegué estaba ya revestido de su sotana. Todas las señales de la lepra habían desaparecido de su rostro; las llagas de sus manos estaban totalmente secas.
     Hacia las once de la mañana lo llevamos a la iglesia, donde permaneció expuesto hasta las ocho del día siguiente, rodeado de leprosos que rezaban por su venerado padre. En la tarde del lunes vinieron las hermanas a adornar el ataúd: seda blanca por dentro, y por fuera un paño negro con una cruz blanca.
     El 16 celebré la misa por mi querido hermano. Después de la misa se puso en marcha el cortejo fúnebre; pasamos por delante de la iglesia nueva para entrar al cementerio. Encabezaba el cortejo la cruz, luego venían los músicos y los miembros de una asociación, enseguida las hermanas con las mujeres y las niñas y después el ataúd, llevado por ocho leprosos blancos; detrás del ataúd el sacerdote oficiante, acompañado por el reverendo padre Conrardy y los acólitos y seguido por los hermanos con sus jóvenes y por los hombres.

     El Padre Damián había comenzado su vida en Molokai en condiciones de extrema privación, hasta el punto de tener que pasar las primeras noches al abrigo de un gran árbol. De acuerdo con su deseo de ser enterrado bajo ese mismo árbol, un pandanus, yo había hecho preparar, durante su enfermedad, una fosa en el lugar indicado. Es allí donde reposa su cuerpo, esperando una resurrección gloriosa. Está vuelto hacia el altar. La fosa está cubierta por una gruesa capa de cemento. Es allí donde están depositados los restos del buen padre Damián, a quien el mundo llama con razón el héroe de la Caridad.

17 de abril de 1889

Wendelin Moellers

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«Continúo siendo el único sacerdote en Molokai. El padre Columbano y últimamente el padre Wendelin Moellers son los únicos hermanos que he visto desde hace dieciséis meses. Por tener tanto que hacer, el tiempo se me hace muy corto; la alegría y el contento del corazón que me prodigan los Sagrados Corazones hacen que me crea ser el misionero más feliz del mundo» [ Carta del 9 noviembre 1887 a su hermano Pánfilo De Veuster ]