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«Diez últimos días de un misionero».
Si todavía fuese profesor, se los leería en la primera tertulia de enero a mis alumnos de la Facultad de Pedagogía de la Universidad Pontificia de Salamanca. Ellos verían que el «20 de enero» es una versión moderna de las palabras de Francisco Javier: «Muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueve pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: ¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!»
De momento se los he enviado a dos inteligentes superioras generales, antiguas alumnas de la Pontificia, para que se los envíen a sus misioneras.
Para el día de Reyes se los regalaré a Mons. Francis Bonnici, seguro que los traducirá y mandará con sello de urgencia a los Directores nacionales de las Obras de Vocaciones de todo el mundo.
Si escribiese un tratado de Misionología, uno de los capítulos del libro serían estos diez días, precedidos de los 3 x 7: «7 días de un misionero» (hoja vocacional 425), «Desde Mishikishi 1» (hoja 427) y «Desde Mishikishi 2» (hoja 428).
El «10» del título es el guarismo de «Diez últimos días de un misionero», pero además la calificación que pongo una vez más a las páginas del cuaderno de bitácora de mi antiguo alumno. Porque no le puedo poner un «11».

JSV
     

5 de octubre

     Podría decir que ha comenzado el proceso de decir adiós a nuestra Misión de Mishikishi. Es cierto que las despedidas ya empezaron hace tiempo. En septiembre marchó Sinesio, y marchó la familia Housman. Ayer se fue Raúl, que ha sido mi compañero por tres años. Seguimos pues en el tiempo de la despedida, aunque es a mí a quien le toca despedirse esta vez.
     Sin embargo, por delante me quedan dos meses que se me antojan largos, amenazantes. Han quedado pendientes algunas ventas que hacer, un cursillo con los líderes, terminar el tema laboral con los obreros, terminar el curso escolar en el centro de formación profesional y todo lo que venga de improviso e inesperado.
     Tengo que confesar que estoy un poco asustado. Me he encontrado tenso, inquieto. Pero también tengo que decir que al leer el evangelio de hoy, en la fiesta de san Francisco de Asís, siento que el Señor me dirige a mí estas palabras: “Acudid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde y os sentiréis aliviados”.
     Y esto es lo que he hecho esta mañana, he ofrecido la Misión al Señor. Pienso hacerlo todos los días. Si Él está detrás me siento mucho más aliviado. No hay lugar a dudas.

15 de octubre

     Hoy ha sido un día histórico. Ha tenido lugar la entrega oficial de la Misión de Mishikishi a la Diócesis de Ndola. Ha estado presente el Vicario General aunque la celebración, en el contexto de la fiesta de San Lucas, patrono de la Misión, ha sido muy sencilla. Antes de comenzar la Eucaristía, le he entregado las llaves del templo al nuevo párroco, que nos ha abierto las puertas para empezar la celebración de acción de gracias. Gesto sin aspavientos, pero lleno de significado. Unas llaves que abren la Misión, su trabajo pastoral, sus gentes, sus problemas, sus ilusiones y esperanzas.
     Y todo entorno a la mesa de la Eucaristía, para dar gracias a Dios por tanta bendición recibida durante estos años y para pedir la fuerza de su Espíritu en esta nueva etapa de la Misión.
     Y yo me acuesto sereno, tranquilo y algo triste. Ya no soy vicario parroquial en esta, nuestra misión. Son ahora el párroco y el diácono zambianos quienes tomarán las decisiones más importantes. Mi papel en las semanas que quedan es sencillo: colaborar para prepararles el camino, disminuir para que ellos vayan creciendo. En definitiva, hacer un poco de Juan Bautista.

31 de octubre

     Estos días tiene lugar el encuentro de líderes para evaluar la acción pastoral del presente año y programar la del año que viene. Es una reunión fundamental, pero más aún este año. Sirve para que el nuevo equipo parroquial tenga una clara idea de lo que es la Misión, el trabajo que se hace, la implicación de los líderes laicos, etc... Ellos ya están algo preparados pues les dimos un dossier explicando más o menos nuestro modo de hacer en la Misión.
     A pesar de todo el trabajo hecho, no puedo evitar cierto sentido de desilusión y de fracaso. La Misión se devuelve a la diócesis porque se ha hecho un serio discernimiento. Es una cuestión institucional. Pero nos ha tocado experimentar un montón de “pequeños y cotidianos fracasos” que me hacen dudar si el trabajo se ha hecho bien. Trabajar se ha trabajado, pero ¿está bien todo lo que se ha hecho? Es difícil responder a esto ahora.
     El caso es que estos días, en el contexto de esta evaluación pastoral junto con los líderes laicos, uno se siente evaluado y juzgado por el nuevo equipo. ¿Les parecerá bien lo que hemos hecho? Y es que mirando a la evaluación de la pastoral de este 2006, muchas cosas no han salido como se habían planeado. En definitiva, experiencia de fracaso.
     Pero una vez más (¿será casualidad?), la Palabra de Dios viene a mi rescate en el evangelio del día cuando dice que el Reino de Dios “se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas”.
     Llego a la conclusión de que es Dios quien hace germinar y crecer la semilla, quien sostiene la Misión, que es, sin duda alguna, suya. Si algo ha fracasado, él sabrá porqué. Pero estoy convencido que él no abandonará la obra de sus manos. Guiará y acompañará la Misión con su nuevo equipo de curas nativos y sus líderes laicos.
     Toda la Historia de la Salvación apoya esta certeza del corazón.

10 de noviembre

     Decidimos tener una reunión formal para tratar algunos aspectos de la Misión. Muchas de las cosas se comentan informalmente en las comidas, al visitar una comunidad o cuando surgen determinadas situaciones que piden una explicación. Pero una reunión formal también es necesaria.
     Explicar al nuevo equipo de sacerdotes el trabajo que se hace en la Misión no es fácil. ¡Hay tantas cosas de las que hablar! ¡A veces parece todo tan complejo! Afortunadamente preparamos un dossier que nos sirve de guía. Son ellos los que nos tienen que hacer preguntas.
     Me entero que cuando el Obispo iba buscando “candidatos” para ir a la Misión, varios sacerdotes no aceptaron el nombramiento. La razón no es otra que el miedo que sentían. No se atrevían a asumir una Misión que ha dependido de los “blancos”. No es tema de racismo o de cultura. El problema es de dinero. ¿Cómo vamos a mantener una Misión que ha estado recibiendo donativos de Europa?
     Comprendo su temor y yo mismo me asusto. Me doy cuenta que hemos creado una estructura que cuesta mucho mantener económicamente. Y me pregunto: “al devolver la misión a la Diócesis ¿no le estamos dando un problema?”. Es cierto que les dimos un donativo considerable para que puedan mantener la Misión durante cinco o seis meses. Pero ¿y después?
     La pregunta queda ahí. Y la reflexión sobre nuestra manera de misionar, pendiente.

14 de noviembre

     Como los nuevos curas zambianos están ya trabajando plenamente en la Misión y yo ya me siento prescindible, me he ido unos días de retiro y descanso que me hacían mucha falta y me apetecían mucho.
     Para mí ha sido una manera de reflexionar y rezar, echando una mirada atrás, a estos tres años de experiencia, tratando de intentar cuadrar “las piezas del puzzle” que andan un poco desubicadas.
     Durante este tiempo me he preguntado una y otra vez para qué había venido a Zambia. Sabía que lo tenía que hacer, que era mi camino, la llamada de Dios. Había una respuesta al “porqué”, pero no al “para qué”. Creo que la he encontrado estos días. Lo cual me da serenidad.
     Sencillamente, empiezo a estar convencido que mi presencia aquí ha sido para ayudar a hacer un adecuado discernimiento sobre la tarea, y contribuir a traspasar la Misión a la Diócesis lo mejor posible. Otros sienten la llamada para hacer grandes y necesarios proyectos de desarrollo y evangelización. Pero hay llamadas y misiones para todos. Y todas juegan su papel en el plan de Dios.

20 de noviembre

     Muchos amigos me preguntan por correo por qué dejamos la misión. Se podrían dar muchas respuestas, pues los fenómenos sociales son complejos. Pero en definitiva, lo que movió a nuestro Consejo Central a hacer un discernimiento fue debido a la escasez de trabajadores. No dejamos la Misión por problemas de dinero, sino por falta de personal, de sacerdotes.
     Gracias a Dios, hay mucha gente generosa que da sus aportaciones en las diversas campañas de la Iglesia y de las ONGs. Pero pienso que en el DOMUND, por ejemplo, en lugar de pedir dinero para las Misiones tenemos que empezar a hacer una campaña vocacional. No necesitamos dinero (tendremos que ser más humildes, austeros y realistas en nuestros proyectos); lo que necesitamos es gente; no gente generosa que dé un donativo, sino gente más generosa aún que se dé a sí misma. ¡Cuántos donativos hubiera cambiado por un solo cura que nos hubiera echado una mano a tiempo!

22 de noviembre

     Había solicitado entrevista con el Obispo para despedirme. Hoy me ha recibido por la mañana. Se ha mostrado como es: cercano y paternal, lo cual favorece el trato y la confidencia.
     Ha resultado ser un ejercicio de acción de gracias mutua. Yo, en nombre de la Hermandad, le he dado las gracias por tantos servicios y apoyos recibidos de la Diócesis y de manera particular, del pastor, nuestro Obispo. Él ha agradecido el trabajo de la Hermandad y sus sacerdotes operarios, que desinteresadamente entregan la Misión a la Diócesis después de casi cuarenta años.
     Porque este es el asunto, y poner el verbo adecuado es fundamental. Comúnmente decimos, “hemos cerrado” la Misión. Pero es falso. La Misión sigue abierta y bien abierta. La Diócesis nos la encomendó hace tiempo. Y ahora se la “devolvemos”. Se la entregamos a quien le pertenece, después de haber sido “siervos inútiles”, meros administradores. No cerramos pues la Misión como se cierra una casa vieja de pueblo. No es un abandono. No es una entrega entristecida sino esperanzada.

26 de noviembre

     El nuevo párroco y yo nos hemos ido a celebrar la fiesta de Cristo Rey del Universo en la parroquia de Kashitu. Es la fiesta parroquial y en esta situación de “traspaso” veíamos conveniente la presencia de los dos.
     Ha resultado ser una fiesta muy bonita sobre todo para mí cuando al final me han hecho un regalo sencillo (una gallina y un poco de dinero para que me compre algo que me sirva para recordarles) y han pasado a despedirme dándome la mano como es costumbre. La verdad no me lo esperaba.
     Y es que el día de mi partida está siendo algo “escatológico”, es decir, la gente no sabe “ni el día ni la hora”. Tampoco hemos hecho una fiesta especial de despedida. Más que decir adiós, hemos querido poner el acento en dar la bienvenida a los nuevos sacerdotes nativos y dar sensación de continuidad. No queremos que la gente se vuelque con los que nos vamos, sino con los que vienen.
     Sin embargo, algo se respira en el ambiente y algunos perciben que el padre está a punto de irse, “un día de estos”. Lo que me ha gustado es esta actitud de adviento en esta comunidad. Un don de Dios, que espero permanezca para siempre.

2 de diciembre

     Para mí, este ha sido el día más emotivo de todos.
     Hemos celebrado la Graduación de los alumnos que han finalizado este año en el Centro de Formación Profesional de la Misión. No son muchos, sólo doce, pero son rostros y vidas que he querido y por los que he trabajado en estos dos últimos cursos.
     Dentro de esa sensación de fracaso que me invade de vez en cuando, este puñado de jóvenes viene a mi rescate para decirme que algo ha salido bien. Es como si ellos salvaran y redimieran todo lo demás. Sólo por ellos ha merecido la pena tanto sufrimiento, cansancio y enfados.
     En la Eucaristía doy gracias a Dios por lo que ellos me han aportado para mi propio crecimiento. Y le pido que nunca les niegue su bendición.
     Cuando ya todos se han marchado después de comer, se respira soledad en la Misión y me dedico a terminar de hacer la maleta por última vez.

5 de diciembre

     Es el día después. Estoy en casa, en España, entre mi familia. Todavía cansado del viaje. ¿Cuánto tiempo he estado en Zambia? Exactamente cuarenta meses. ¡Cuarenta! Caigo en la cuenta del significado y valor simbólico de este número bíblico. Es como si esta experiencia fuera mi propio éxodo personal, una preparación para algo que viene después. Una purificación.
     Y así es en verdad, pues tengo por delante un tiempo de estudio para volver a África, a trabajar en algo más específico de nuestro carisma: el fomento, discernimiento y formación de las vocaciones.
     Cada vez tengo más la sensación de que el Señor sabe escribir la historia a su manera. Al final, todo cuadra.

 

Carlos Comendador Arquero

Dibujos: José María de la Torre
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Estimado D. Jorge: Me ha insistido tanto que me he sentido obligado a poner por escrito lo que me pidió. No es fácil escribir cuando se está dejando una Misión. Hay sentimientos encontrados, confusos y mezclados. Pero es cierto que es un tiempo de gracia para la reflexión. Será por eso que esta vez me he visto obligado a romper el esquema de siete días. En los dos últimos meses de mi estancia en la Misión, muchos han sido los momentos para resaltar. Ahí le envío como un regalo navideño diez días que merecen ser recordados. Un abrazo. Carlos.