Desde Mishikishi Mission

 

 

Carlos Comendador terminaba sus «7 días de un misionero» (ver hoja 425) con estas palabras:
De regreso a casa, me cuestiono qué he hecho de bueno en estas comunidades. No he traído medicinas, ni fertilizantes, ni dinero, ni caramelos… Son cosas que a veces nos piden explícitamente y otras, las desean en secreto. En ocasiones no sabes si te quieren porque les anuncias el Evangelio o por las cosas materiales que esperan conseguir de ti. No he llevado nada especial.
Pero al llegar a la Misión, termino dándome cuenta que lo único que les he llevado ha sido la Eucaristía. Simplemente, pero con mayúsculas, LA EUCARISTÍA.
Pido perdón a Dios por mi falta de fe en el poder transformador de la Eucaristía. Si la celebráramos como es debido, viviendo el ser comunidad con todas sus consecuencias, al terminar tendríamos que salir transformados. Y con el amor de Cristo nos podríamos a trabajar codo con codo, ensuciando nuestras manos para traer por nosotros mismos el desarrollo que necesitamos. La comunidad no tendría que mendigar, viviría con dignidad su condición de hijos amados de Dios.
Si supiéramos celebrar la Eucaristía como es debido… otro gallo cantaría.

En estos nuevos 7 días leemos cómo canta el gallo en la misión.

J.S.V.
     

Día 1

     Empiezo un nuevo año. Y con él inauguro mi agenda. Está completamente en blanco, vacía. Y un momento, después de copiar las actividades pastorales del año que hemos programado, se ha llenado de colores y palabras. Se ha llenado de vida.
     Es curioso ver, como a vista de pájaro, el trabajo que queda por delante en estos doce meses. Parece demasiado. ¿Seremos capaces de llevarlo a cabo en nuestro equipo? ¿Tendremos fuerzas suficientes?
     Siendo sincero, no sé responder a estas preguntas. Por eso, mientras trato de mirar el año con ilusión, en mi bolsillo se queda la pequeña agenda, nueva y ya usada. Es el fiel amigo, siempre conmigo, que levantará acta de nuestro esfuerzo por tratar de construir un año más el Reino de Dios.

                                                  

Día 2

     Los criterios son importantes, necesarios. Y los tenemos siempre en cuenta en cualquier aspecto de la acción la pastoral.
     A la misión de Mishikishi llega gente de todo tipo, con historias de lo más extravagante y variadas. Después de dar un rodeo, siempre terminan pidiéndote algo: comida, transporte, dinero… Te buscan como solución a todo, como la respuesta a todas sus preguntas, como la única salida de emergencia a sus desastres. Y esto es una carga demasiado grande.
     Unos son de la misión y otros simplemente pasaban por aquí. Pero la mayoría de los que aparecen son pillos que vienen «a ver si cae algo». Otros, no se sabe.
     «Hacen falta criterios» decimos. Criterios para ayudar al que realmente lo necesite y no caer en un asistencialismo que termina haciendo al pobre más pobre; porque entonces ya no será libre, dependerá de ti y de tu ayuda.
     Siguiendo, pues, los criterios, que son nuestras normas, hemos dejado de ayudar a mucha gente cuando su historia nos sonaba rara. Siguiendo los criterios uno se siente seguro, respaldado.
     Pero tengo que decir que hay Alguien que los cuestiona y les pone un serio interrogante.
     Leyendo algunas páginas del evangelio encuentro a Jesús de Nazaret, como un «rompecriterios», un «rompe normas y costumbres». Destrozó un sistema que separaba lo puro de lo impuro con un sinfín de normativas que oprimían a los más vulnerables. Rompió con todo para mostrar la misericordia de Dios a la persona concreta que estaba delante de él.
     Por eso creo que los criterios son importantes y necesarios; pero a veces después del leer el Evangelio en la misa no lo tengo tan claro.

Día 3

     A veces tenemos problemas y malentendidos con amigos y donantes de la Misión. Esto es bueno si se resuelven bien y no llega a ser un asunto personal.
     Con su buena intención, algunos siguen pensando en los «pobrecitos negritos» que no tienen qué comer, que van medio desnudos y que dan mucha lástima.
     Zambia después de cuarenta años de independencia no ha sufrido, gracias a Dios, ninguna guerra civil. Esto ha puesto las bases para que las cosas vayan más o menos tirando, a pesar de la corrupción. Zambia es pobre, pero hay muchos países en peores condiciones.
     Por eso, pienso que la ayuda al desarrollo tiene que ir por otro camino que el mero asistencialismo que venía haciendo la Iglesia.
     El africano necesita ser protagonista de su propio desarrollo. Él es capaz de hacer muchas cosas, sobre todo si le dejan. La experiencia demuestra que algún tipo de ayuda termina esclavizándoles y atándoles a una determinada tecnología, empresa, material o manera de pensar o gestionar.
     Caminando por nuestras aldeas, viendo como viven y como trabajan, puedo decir con toda certeza que los africanos son felices. Son pobres, no tienen tantas cosas como nosotros, sufren, sufren mucho, pero todo lo llevan de una manera distinta a nosotros. Son felices, ¡claro que lo son!, pero son felices a su manera, no a la nuestra.
     Por eso de vez en cuando me acuerdo de lo que decía un amigo cuando se debatía si al pobre hay que darle la caña o el pez (pura demagogia). Él decía con mucha gracia: «al pobre, al pobre dejadlo en paz».
     Cuando alguien viene con ideas geniales y proyectos mesiánicos pienso que mi amigo tenía razón.

Día 4

     Me resulta difícil memorizar sus nombres al principio, pero se les recibe con alegría. Son los nuevos alumnos que vienen al centro de formación profesional que tenemos en la misión. Son dieciocho que unidos a los veintiuno que están en segundo, hacen un buen grupo.
     Vienen de la zona rural al único sitio que, sin necesidad de ir a la ciudad, les puede ofrecer una formación que les saque de su «no hacer nada». Tienen en sus ojos ilusión y esperanza, y nosotros, temor por defraudarlos.
     La verdad es que nos renuevan el corazón y despiertan en nosotros los sueños que a lo largo del curso pasado se van metiendo en el olvidado baúl de las cosas imposibles. El querer ser meramente práctico y la rutina sin espíritu, son nuestros grandes enemigos que destrozan la escasa utopía que tenemos.
     Pero ellos vienen con ganas, ajenos a mis reflexiones, a comerse su propio y limitado mundo. Y no se merecen nuestra mediocridad.

Día 5

     Cuando íbamos a celebrar la Eucaristía en las comunidades de hoy, uno de los catequistas me ha preguntado cómo es el trabajo del catequista en España. La pregunta nos ha dado pie para hablar de la Iglesia en general, y las diferencias entre la europea y la africana.
     Por ejemplo, si les digo que no bailamos en la iglesia se sorprenden, pues es algo impensable para ellos. Pero si les explico que en Europa, los laicos, los bautizados que forman el pueblo de Dios, apenas se implican en el trabajo pastoral de sus respectivas parroquias, tengo miedo a que se desilusionen.
     Una de las cosas que más me sorprende de esta joven iglesia africana es la participación del laico. Ellos sostienen la base de la Iglesia, son los pilares, el fundamento. Y no puede se de otro modo, pues los sacerdotes visitamos cada comunidad una vez al mes para celebrar la Eucaristía y tener una breve reunión de seguimiento con los responsables.
     Con sus luces y sus sombras, con su escasa formación y su mucha dedicación, son ellos, los líderes laicos, los que mantienen viva la llama de la fe de cada comunidad.
     Entonces, con cierta malicia pregunto al viento (por no escandalizar a mis compañeros de viaje): entre nuestra iglesia europea y la africana, ¿cuál es la más avanzada? ¿cuál vive mejor el espíritu del Vaticano II? ¿cuál refleja mejor la vida de la primitiva comunidad cristiana?
     Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero haciéndolas de vez en cuando, también se puede aprender algo, ¿no?

Día 6

     Acabo de terminar de preparar la homilía del próximo domingo, y tengo que confesar que es una de las cosas que más me cuesta hacer. Es algo que hay que mirar con tiempo, pues la semana se va como un suspiro; y sin darte cuenta aparece el viernes de improviso como un ladrón que te roba la creatividad.
     Y me cuesta por la limitación que supone la lengua. No queda más remedio que hacerse niño con las frases muy simples y un vocabulario muy reducido.
     Sin embargo, este ejercicio de simplificación me ha ayudado a ir a lo esencial y repetirlo una y otra vez. Mi pobreza de lenguaje me recuerda que lo que tengo que predicar no es otra cosa que la persona de Cristo, hijo de Dios, que es salvación para nuestra gente.
     Se nos va el tiempo y la vida, predicando doctrinas o comportamientos morales, que son necesarios pero que no nos salvan. Y se nos olvida que el que nos salva es Cristo Jesús.
     Esta es la buena noticia que tenemos que anunciar. No hay otra. No obstante sufro porque, a pesar de que esto es un tesoro, en este caso el mensajero no se sabe expresar bien y lo puede echar todo a perder.
     Los niños, incluso los buenos, también rompen los juguetes que les regalan.

Día 7

     Me voy a acostar cansado. Protesto porque tenemos demasiadas cosas entre las manos, demasiado trabajo. Uno tiene la sensación de que no llegamos a todo.
     Al ponerme a escribir me viene el recuerdo de mi amigo Ramón, el misionero comboniano.
     Cuando estaba en el colegio de Valencia, al llegar el Domund solíamos llamar a los misioneros combonianos para que viniera alguno de ellos a charlar con los alumnos. Tres años vino el Padre Ramón, lo cual hizo que nos fuéramos conociendo cada vez más.
     Recuerdo que en las tres ocasiones les dijo: «nosotros, los combonianos, no hemos cerrado ninguna misión por falta de dinero, sino por falta de personal».
     Muchas veces me he acordado de esto para venir a concluir que estoy completamente de acuerdo.
     Ahora en Mishikishi estamos dos sacerdotes y un seminarista que está haciendo una experiencia personal por un año. Esto no es suficiente para hacer las cosas bien. Porque los proyectos se pueden llevar, incluso de manera mediocre, para ir tirando. Pero hacerlo así es ir contra la dignidad de la persona, del destinatario (que, según decimos, es el protagonista).
     No es justo hacer las cosas a medias. Y para hacerlas como Dios manda y así reparar esa injusticia, necesitamos en las misiones, manos comprometidas. Abrimos las puertas a los laicos. Esta es su casa, pero no es suficiente con uno o dos meses que se tienen libres en vacaciones. Se necesita vocación de permanencia, aunque sólo sea por dos años.
     Si no acude gente respondiendo a esta llamada quizás tengamos que empezar a replegar velas.
     Eso sería muy triste, porque hay barco para todos.

 

Carlos Comendador Arquero
Saint Luke Mishikishi Mission Parish
P.O.Box 250.073
NDOLA / ZAMBIA

Dibujos: José María de la Torre
427
¿Por qué estoy aquí en la Misión? Sólo Él lo sabe. Pero siempre me acuerdo de aquella frase tan especial para mí: «La vocación es como un itinerario con señales de pista. Cada señal lleva a la señal siguiente, sin saber el término definitivo. Más que un conocimiento del futuro es una correspondencia amorosa». Recuerdo que cuando estaba en el Seminario Menor de Toledo me sentía atraído por los misioneros. Con razonamiento infantil pensaba que eso de ir a tierras lejanas debía de ser algo muy difícil, complicado y heroico. Ahora veo mi itinerario y veo las pistas que me han traído aquí, unas pistas puestas por Dios, como si fuera un juego de rastreo de esos que hacía en los campamentos. No creo que haya sido difícil.- Carlos Comendador