MENSAJE DE JUAN PABLO II. 2005 volver al menú
 


Llamados a remar mar adentro

2005

 

     1. Duc in altum! Al comienzo de la Carta apostólica «Novo millennio ineunte» cité las palabras con las que Jesús anima a los primeros discípulos a echar las redes para una pesca que sería milagrosa. Dice a Pedro: Duc in altum Pedro y los primeros compañeros se fiaron de las palabras de Cristo, y echaron las redes.
     Esta conocida escena evangélica sirve de telón de fondo para la próxima Jornada de Oración para las Vocaciones, que lleva por lema: Llamados a remar mar adentro. Privilegiada oportunidad para reflexionar sobre la llamada a seguir a Jesús y, en particular, a seguirle en el camino del sacerdocio y de la vida consagrada.

     2. Duc in altum! La llamada de Cristo resulta especialmente actual en nuestro tiempo, en el que una difusa manera de pensar propicia la falta de esfuerzo personal ante las dificultades. La primera condición para «remar mar adentro» requiere cultivar un profundo espíritu de oración, alimentado por la escucha diaria de la Palabra de Dios. La auténtica vida cristiana se mide por la hondura en la oración, arte que se aprende humildemente de los mismos labios del divino Maestro, implorando casi, como los primeros discípulos: ¡Señor, enséñanos a orar! En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: Permaneced en mí, como yo en vosotros.
      La orante unión con Cristo nos ayuda a descubrir su presencia incluso en momentos de aparente desilusión, cuando la fatiga parece inútil, como les sucedía a los mismos apóstoles que después de haber faenado toda la noche exclamaron: Maestro, no hemos pescado nada. Frecuentemente en momentos así es cuando hay que abrir el corazón a la onda de la gracia y dejar que la palabra del Redentor actúe con toda su fuerza: Duc in altum!

     3. Quien abra el corazón a Cristo no sólo comprende el misterio de la propia existencia, sino también el de la propia vocación, y recoge espléndidos frutos de gracia. Primero, creciendo en santidad por un camino espiritual que, comenzando con el don del Bautismo, prosigue hasta alcanzar la perfecta caridad. Viviendo el Evangelio «sine glossa», el cristiano se hace cada vez más capaz de amar como Cristo, a tenor de la exhortación: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Se esfuerza en perseverar en la unidad con los hermanos dentro de la comunión de la Iglesia, y se pone al servicio de la nueva evangelización para proclamar y ser testigo de la impresionante realidad del amor salvífico de Dios.

     4. Particularmente a vosotros, queridos adolescentes y jóvenes, os repito la invitación de Cristo a «remar mar adentro». Os encontráis en un momento en que tenéis que tomar una decisión importante para vuestro futuro. Guardo en mi corazón el recuerdo de numerosos encuentros en años pasados con jóvenes, convertidos hoy en adultos, tal vez en padres de algunos de vosotros, en sacerdotes, religiosos, religiosas, vuestros educadores en la fe. Los vi alegres, como deben ser los jóvenes, pero también reflexivos, por el empeño en dar un «sentido» pleno a su existencia. Cada vez estoy más convencido de que, en el ánimo de las nuevas generaciones es mayor la atracción hacia los valores del espíritu, mayor el ansia de santidad. Los jóvenes necesitan de Cristo, pero saben también que Cristo quiere contar con ellos.
      Queridos muchachos y muchachas, confiad en Él, escuchad sus enseñanzas, mirad su rostro, perseverad en la escucha de su Palabra. Dejad que sea Él quien oriente vuestras búsquedas y aspiraciones, vuestros ideales y los anhelos de vuestro corazón.

     5. Me dirijo ahora a los queridos padres y educadores cristianos, a los amados sacerdotes, consagrados y catequistas. Dios os ha confiado el quehacer peculiar de guiar a la juventud por el camino de la santidad. Sed para ellos ejemplo de generosa fidelidad a Cristo. Animadles a no dudar en remar mar adentro, respondiendo sin tardanza a la invitación del Señor. Él llama a unos a la vida familiar, a otros a la vida consagrada o al ministerio sacerdotal. Ayudadles para que sepan discernir cuál es su camino, y lleguen a ser verdaderos amigos de Cristo y sus auténticos discípulos.
     Cuando los adultos creyentes hacen visible el rostro de Cristo con la palabra y con el ejemplo, los jóvenes están dispuestos más fácilmente a acoger su exigente mensaje marcado por el misterio de la Cruz.
     ¡No olvidéis, además, que hoy también se necesitan sacerdotes santos, personas totalmente consagradas al servicio de Dios! Por eso querría repetir una vez más: Es necesario y urgente enfocar una vasta y capilar pastoral de las vocaciones que llegue a las parroquias, los centros educativos, a las familias, suscitando una reflexión más atenta a los valores esenciales de la vida, los cuales se resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a dar a la llamada de Dios, especialmente cuando pide la entrega total de síy de las propias fuerzas para la causa del Reino.
     A los jóvenes les vuelvo a decir las palabras de Jesús:
Duc in altum! Al repetir de nuevo esta exhortación, pienso también en las palabras dirigidas por María, su Madre, a los servidores en Caná de Galilea: Haced lo que Él os diga.
     Cristo, queridos jóvenes, os pide «remar mar adentro» y la Virgen os anima a no dudar en seguirle.

     6. Suba desde cada rincón de la tierra, reforzada con la materna intercesión de la Virgen, la ardiente plegaria al Padre celestial para conseguir obreros para su mies. Quiera Él conceder fervorosos y santos sacerdotes a cada porción de su grey. Confiadamente nos dirigimos a Cristo, Sumo Sacerdote, y Le decimos con renovada esperanza:

Jesús, Hijo de Dios,
en quien habita la plenitud de la divinidad,
que llamas a todos los bautizados a «remar mar adentro»,
recorriendo el camino de la santidad,
suscita en el corazón de los jóvenes
el anhelo de ser en el mundo de hoy
testigos del poder de tu amor.
Llénalos con tu Espíritu de fortaleza y de prudencia
para que adentrándose en lo profundo del misterio humano
lleguen a descubrir su auténtico ser
y su verdadera vocación.

Salvador de los hombres,
enviado por el Padre para revelar el amor misericordioso,
concede a tu Iglesia el regalo
de jóvenes dispuestos a remar mar a dentro,
siendo entre sus hermanos
manifestación de tu presencia que renueva y salva.

Virgen Santísima, Madre del Redentor,
guía segura en el camino hacia Dios y el prójimo,
que guardaste sus palabras en lo profundo de tu corazón,
protege con tu maternal intercesión
a las familias y a las comunidades cristianas,
para que ayuden a los adolescentes y a los jóvenes
a responder generosamente a la llamada del Señor.
Amén.

Juan Pablo II


Jesús José María de la Torre González 

     Durante años ilustró puntualmente el Mensaje del Papa, con sus líneas.
     Este año el Mensaje viene ilustrado con el recuerdo de su vida, respuesta generosa a la llamada del Señor.

J.S.V.

 
     
Don Juan, el farmacéutico de Roa, le dio la estampa; sus hermanas, el cariño materno de una madre que le faltó muy pronto y todo el contexto familiar esa alcurnia, ese abolengo que nunca le faltó. José María tuvo cuna. Su apellido está en el escudo de la villa. «Un castillo de oro sobre campo de gules y un perro de sable atado a la puerta de la fortaleza». Es indudable, tuvo cuna.

     Todavía le recuerdo cuando llegó en ese paquete de seminaristas que pasaban de Burgos de Osma a la arquidiócesis de Burgos. Había muchas cosas que nos unió muy pronto.

     De José María me impresionó siempre su punto de vista. Poseía la rara cualidad de saberse colocar a un costado distinto de las cosas de modo que el miró la realidad desde otra perspectiva, siempre sorprendente. Sus raíces son fundamentalmente estéticas. Por él la savia del arte subía sin resistencias.

     Tuvo la rara cualidad de simplificar toda la vida; estilizándola hasta convertirla en una línea. No necesitó de pigmentos, dejó de lado las texturas, le bastó una línea para describir su mundo. En sus manos, la línea se hacía estrella, hombre, olas encrespadas, pajarita o barco de vela de papel. En una ocasión, cuando me atreví a insinuarle que hiciera pintura, él me dijo muy serio: «Hurtado, es que yo me expreso con la línea». Es cierto, una línea le sobró. Así fue su vida, una línea ondulante, sin aristas, sin rupturas ni poros, toda continuidad.

     Y con el arte, el aire. José María fue siempre un hombre del aire libre. Por eso sus caminatas, por eso su piragua cortando el Duero desde Neila hasta Peñafiel, por eso sus botas de montañista subiendo los cerros tucumanos. Siempre le gustó la luz, su techo era el cielo. No le agradaba tanto el techo de la habitación como no fuera para pintar sueños y orar en tranquilidad.

     Era un hombre de sensibilidad exquisita, en su interior todo vibraba con una intensidad especial. Tanto el amor como la indiferencia tenían en él una resonancia importante, por más que intentara dominarse. De vez en cuando se le escapaban las emociones por la vibración de su voz o en los gestos ampulosamente nerviosos de sus manos.

     Compañero respetuoso, que te dejaba equivocarte, por la simple delicadeza de no entrometerse en tus sentimientos. Nunca te hacía sentir mal desde la pretensión de una fraterna corrección. Por eso siempre fue querido en todos los equipos de que formó parte. Muchas veces me he preguntado si José María era tímido cuando estábamos en grupo. Creo que sí, pero su timidez se quebraba cuanto tomaba la tiza y sintetizaba maravillosamente el discurso y la reflexión del grupo en sus dibujos siempre exactos, que iban creciendo a medida que crecía el pensamiento grupal. No participaba con la palabra (o lo hacía con escasez) pero captaba lo que la mayoría de nosotros no éramos capaces de ver.

     ¿Sacerdotalmente? Un alma misionera. En esto tenía a quién parecerse. Su propia hermana murió misionando en los altiplanos de Bolivia. También el voló al cielo desde las tórridas y húmedas tardes tucumanas.

     Todavía le estoy viendo en la parroquia de Montserrat, montado en la bici, una cartera de tela en bandolera, su gorra con visera, pedaleando para acercar la Palabra o su caridad a las tres comunidades de las que estaba encargado. No hay familia humilde que se haya salvado de su amor.

     Sus luchas internas. Hay que ver cómo se esforzó toda su vida por liberarse de las convenciones siendo, como era, un hombre de escrupuloso cumplimiento. A veces tomaba esa actitud casi infantil, tan propia de él, de no cumplir ciertos actos con el solo propósito de transgredir lo que interiormente consideraba una esclavitud. Necesitó sacar mucho almidón para volar hacia la libertad. «¡Hoy no rezo el rosario, solo porque está mandado. Qué se ha creído!». Me hacía mucha gracia cuando me lo contaba, y yo jugaba a reprenderle como si fuera su superior. Y esto lo hacía a pesar de ser un hombre tan mariano. Nuestra Señora de la Vega la llevaba clavada en el alma.

     Nuestro poeta Atahualpa Yupanqui nos canta «si hay un cielo para el buen caballo»… debe haber un cielo especial para los que pasaron con tanta sensibilidad por la vida. José Mari, allá estarás enseñando a hacer pajaritas y barquitos de papel a tantos que, como tú, amaron la belleza en lo simple y la bondad en todo. Enséñales a pintar flores con los pétalos separados del botón central para que, cuando nosotros lleguemos, sea el cielo un poco más bello.
     Tu amigo

 Ángel González Hurtado


424 Dirigimos una mirada llena de afecto y plena esperanza hacia la juventud cristiana. En muchas regiones los apóstoles, desfallecidos por la fatiga, con vivísimo deseo esperan quienes les sustituyan. Tenemos firme confianza en que la juventud de nuestro siglo no será menos generosa en responder al llamamiento del Maestro que la de los tiempos pasados. Las familias cristianas valoren bien su responsabilidad y entreguen sus hijos con alegría y gratitud para el servicio de la Iglesia. — JUAN XXIII