Un niño pregunta a un rabino:

– ¿Qué debe hacer el justo en la vida?

– ¿Le pides al sol que haga lo que hace? Sale, se oculta, te alegra el alma.

– Pero ¿los justos?

– Es lo mismo. Surgen, se ponen como el sol, y está bien. Si eres justo, vendrá un día en el que tú solo te pondrás e irradiarás la luz.

 

JUSTINO (s. II). Apologista, que quiere decir «defensor». Nacido en una familia de paganos, en Nablus, Samaría, anhelando hallar la verdad pasó por las escuelas estoica, peripatética, pitagórica y platónica, hasta dar con el cristianismo, «la sola filosofía verdadera y digna de tal nombre». Convertido al cristianismo, se estableció en Roma donde compuso sus Apologías y el Diálogo con Trifón. Envuelto en su manto de filósofo, Justino fue el primer cristiano que se sirvió de las categorías aristotélicas y de la terminología filosófica para exponer el mensaje cristiano. Gracias a él tenemos la más antigua descripción de la liturgia eucarística romana: «El día llamado del sol (el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos) se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles o los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita. Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables. Después, nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia fervorosamente preces y acciones de gracias, y el pueblo responde Amén; tras los cual se distribuyen los dones sobre los que se han pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes». Le condenaron a muerte por «ateo» (subversivo, enemigo del Estado y del culto oficial). Buen maestro (1 junio)

CARITÓN (s. II). Y con él: Carito, Evelpisto, Hieracio, Peón y Liberiano. Los seis, buenos discípulos de Justino. Tanto que no le dejaron solo ante el peligro. Mártires los seis también por «ateos» (sin dios). ¿De qué dios? (1 junio)

NICOLÁS EL PEREGRINO (s. XII). Era un griego que anduvo por el sur de Italia, la Puglia, con una cruz colgada del cuello y gritando «Kyrie, eleison». La gente le seguía, repitiendo «Señor, ten piedad de nosotros». Lo tomaron por loco y le trataron de tal. Murió en Trabi, a los 19 años. Pero fueron tantos los milagros y prodigios acaecidos junto a su tumba que a los cuatro años, en 1098, fue canonizado. No está mal recordarlo a quienes se quejan de las beatificaciones rápidas (2 junio)

NICÉFORO (s. IX). Nicéforos inconscientes actualmente hay muchos (todos los que llevan prendas de la marca nike, sin saber lo que la palabra significa). Él sí lo sabía y lo era. Le eligieron patriarca de Constantinopla siendo seglar. La envidia y la mentira se cebaron en «el-que-lleva-la-victoria» hasta lograr que el emperador de turno, León Armeno se llamaba, le desterrara por defender el culto de las imágenes. Pasó los últimos 15 años de su vida en un monasterio del Bósforo –en el que había hermosos iconos– pese a todo «Victor in exilio» (2 junio)

SADOC (s. XIII). No Sadoc, sumo sacerdote contemporáneo del rey David, que aseguró la subida al poder de Salomón y le confirió la unción sacerdotal, y de cuya parentela salieron los saduceos poco amigos de la resurrección. Sino el Sadoc que de joven recibió el hábito de manos de Santo Domingo de Guzmán y al que envió a fundar la Orden a Hungría. Más tarde estuvo en Polonia como prior de Sandomierz. Allí fue asesinado por los tártaros con sus 49 hermanos (algunos historiadores rebajan la cifra a sólo 47) mientras cantaban la Salve Regina el 2 de febrero del año 1260. Llegar al cielo cantando la Salve, ¡qué envidia! (2 junio)

CARLOS LUANGA (s. XIX). Y Matías Kalemba Murumba, Andrés Kaggwa, Aquiles Kiwanuta, Adolfo Mukasa Ludigo, Ambrosio Kibuka, Anatolio Kiriggwajjo, Atanasio Bazzekuketta, Bruno Seronkuma, Dionisio Sebuggwawo, Jacobo Buzabaliavo, Juan María Muzeyi, José Mukasa, Lucas Banakintu, Ponciano Ngondwè, Mukasa Kiriwawanu, Noé Magwall, Mbaga Tuzindé, Kizito, Mugaga... protomártires de Uganda, rogad por los que rezamos la letanía de vuestros apellidos divinamente exóticos que nos amplían el horizonte del corazón (3 junio)

CECILIANO (s. III). Así como Pablo tuvo un Ananías, en la conversión de San Cipriano desempeñó un gran papel el sacerdote de Cartago Ceciliano. El gran Cipriano agradecido añadió su nombre al suyo. Y cuando murió el providencial «ananías», Tascio Ceciliano Cipriano, «una de las figuras más bellas de obispo que presenta la historia del cristianismo», se hizo cargo de su familia. Por algo sería. Bueno es recordar el papel de los «deuteragonistas» en la vida de los protagonistas. Y estar contento uno de ser un Ceciliano cualquiera (3 junio)

FRANCISCO CARACCIOLO (s. XVII). ¡Las circunstancias circunstanciales! Ascanio nació en 1563, año en el que se clausuró el concilio de Trento. Familia ilustre. Cinco hermanos. El segundo, Ascanio, lógicamente militar. Su futuro estuvo condicionado primero por una enfermedad, cuando tenía 20 años, que los médicos diagnosticaron lepra. Corrió la voz de que había prometido consagrarse a Dios si curaba. Inexplicablemente desapareció la lepra, y cuatro años después era ordenado sacerdote. Un genovés, Juan Antonio Adorno, quería fundar una nueva orden religiosa (entonces no existían las ONG). Como en España estaba prohibido, ¡era tantas!, San Luis Beltrán le aconsejó que regresara a su tierra, que allí le resultaría más fácil. Adorno escribe una carta que equivocadamente entregan a Ascanio. Ve en ella la llamada de Dios. Ya tenemos a Adorno y Ascanio fundando la Congregación de los clérigos regulares menores. 1589, el día de la profesión (doce clérigos en honor de los doce apóstoles) cambia el nombre por el de Francisco. Visitas al Papa, que ve con buenos ojos la fundación. Y vengan viajes a España para recabar de Felipe II permiso para fundar casa allí. Que no, que sí... Al morir Adorno le hacen Superior General. Tenía 30 años. Casas en Roma, en Nápoles... Funda una casa en Valladolid. Funda otra casa en Alcalá... Le dijeron que fuera a Agnone para otra fundación, pero las circunstancias hicieron que allí recibiera el viático. Repetía: «¡Vamos! ¡Vamos!». Le preguntaron a dónde. «¡Al cielo, al cielo!» fueron sus últimas palabras. Tenía 45 años (4 junio)

FELIPE SMALDONE (1848-1923). Tapia: cerca, muro, pared, tabique, valla. «Más sordo que una tapia». / El napolitano Felipe Smaldone luchó toda su vida por destapiar, por desenmurar, por desaislar. Los sordomudos eran su obsesión, para que oyeran la Palabra. ¡Había tantos! Para destapiar fundó las Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones. Y confesaba, sobre todo a sacerdotes y seminaristas. Seguro que ahora en el cielo sigue rezando al Dueño de la mies: «Llama a ministros de tu misericordia que, mediante el sacramento de la reconciliación, derramen el gozo de tu perdón» (4 junio)

BONIFACIO (s. VIII). Winfrid, que así se llamaba, a los 5 años entró en el monasterio de Exeter para hacerse monje benedictino. (¿Entró? ¿Le entraron? ¿No nos nacieron?) Fue el papa Gregorio II el que le impuso el nombre de Bonifacio al ordenarle obispo con jurisdicción sobre toda Alemania a la que llenó de monasterios. El último fue en Fulda, donde descansa. Asesinado con 52 cristianos, por quienes no querían oír hablar de Cristo (5 junio)

DOROTEO (s. IV). Doroteo de Tiro fue un matusalén: vivió 107 años. Siendo sacerdote, la persecución de Diocleciano le vacunó. Obispo durante una infinidad de trienios, en el concilio de Nicea todos se hacían cruces de su buena voz. Llevaba años –entonces no existía lo de jubilarse a los 70– pidiendo a Dios que se lo llevara ya al cielo. Cual si Juliano el Apóstata lo hubiese oído le martirizó, como si se tratase de un nuevo Eleazar, junto al Mar Negro (5 junio)

NORBERTO (s. XII). Cuando tenía 35 años su conversión se produjo de forma fulgurante al verse libre de una muerte repentina a causa de un rayo caído a los pies de su caballo mientras se alejaba de una tempestad. Todo es gracia. Una vez sacerdote, se dedicó a predicar por Francia, Países Bajos y Alemania. Bartolomé de Vir, obispo de Laón, le confió Pratum Monstratum (Premontré) para que con 13 compañeros lo pusiera a tono. Vida eremítica sin renunciar a la predicación. Los premostratenses, los canónigos blancos, o «norbertinos». Tras la aprobación pontificia, le nombran obispo de Magdeburgo. Y allí entonó a los magdeburgenses, que buena falta les hacía. (A veces soñamos con una Iglesia pura y celestial, cuando la verdadera es Iglesia de pecadores que llegan a querer no serlo. Por eso la suerte que de vez en cuando surjan «afinadores», como Norberto de Gennep. «Señor, tú hiciste del obispo San Norberto un pastor admirable de tu Iglesia por su espíritu de oración y su celo apostólico; te rogamos que, por su intercesión tu Pueblo encuentre siempre pastores ejemplares que le conduzcan a la salvación» (6 junio)

MARCELINO CHAMPAGNAT (1789-1840). A veces cuando me piden una estampa de un santo, en vez de enviar una fotografía o una imagen, si puedo, transcribo unas palabras del santo. [Recuerdo aquello de Casaldàliga: «No voy, / va mi palabra. / ¿Qué más queréis? Os doy / todo lo que yo creo / que es más que lo que soy»]. Del fundador de los Hermanos Maristas tengo a mano tres «estampas» que reflejan su verdadero rostro: «No puedo ver a un niño sin sentir el deseo de decirle cuánto le ama Jesucristo»; «Cuando se tiene a Dios de nuestra parte y cuando no se cuenta más que con Él, nada nos es imposible»; «Que no haya entre vosotros más que un solo corazón y un mismo espíritu. Que se pueda decir de los Hermanitos de María, como de los primeros cristianos: Mirad cómo se aman». Si el peticionario insiste que quiere una imagen de carne y hueso, le digo que se acerque a un colegio de los Maristas, y pregunte por un Hermano cualquiera (6 junio)

WALABONSO y WISTREMUNDO (s. IX). Diácono el primero, monje el segundo. Y con ellos el sacerdote Pedro, los monjes Sabiniano, Jeremías y Abencio (El martirio de María, hermana de Walabonso, y Flora, lo recordamos el 24 de noviembre; el del sacerdote Eulogio, el 11 de marzo; el del sacerdote Elías y los monjes Pablo e Isidoro, el 17 de marzo). Martirizados todos en Córdoba, en tiempo de Abderramán II. El martirio del sacerdote Perfecto (18 de abril del año 850), soliviantó («soliviantar»: mover el ánimo de una persona para inducirla a adoptar una actitud rebelde) a muchos cristianos. Y protestaron («protestar»: confesar públicamente la fe y creencia que uno profesa y en que desea vivir). Por ello fueron cayendo, mejor decir: subiendo coronados. Por ellos ahora en Córdoba, Sevilla y Huelva los cristianos no olvidan conjugar el presente del verbo «protestar» (7 junio)

ANTONIO MARÍA GIANELLI (1789-1846). Nacido en el año de la Revolución francesa –igual que Marcelino Champangat– también fue un revolucionario original. Ingresó en el seminario a los 19 años. Sacerdote en 1812, profesor de literatura de una pléyade de jóvenes brillantes, como el venerable Frassinetti, arcipreste de Chiavari, obispo de Bobbio, fundador de las Gianellinas, puntual... El apóstata Cristoforo Bonavino, que se hacía llamar Ausonio Franchi, cuando se desateizó, confesó que la sombra de Mons. Gianelli en los momentos de su más aguda crisis espiritual había sido como la de su ángel de la guarda. «Era puntual, con puntualidad que podríamos llamar del corazón. Quien lo necesitase a la hora del sufrimiento o de la tristeza, lo encontraría en el momento justo». Hay oficios poco vistosos que no conviene olvidar (7 junio)

MARIA TERESA CHIRAMEL MANKIDIYAN (1876-1926). Murió en Kuzhikkattusery, confortada por Vithayathil de Puthenchira. ¡Qué nombres! Cincuenta años, vividos entre sombras y luces (como que durante tres, de 1902 a 1905, por orden del obispo la sometieron a sesiones de exorcismo). «Desde su niñez, intuyó que el amor de Dios le pedía una profunda purificación personal. Entregándose a una vida de oración y penitencia, el deseo de abrazar la cruz de Cristo le permitió permanecer firme ante frecuentes malentendidos y grandes pruebas espirituales. El paciente discernimiento de su vocación la llevó a la fundación de la congregación de la Sagrada Familia» (Juan Pablo II). Fue como una Madre Teresa de Calcuta, con 50 años de anticipación (8 junio)

JACQUES BERTHIEU (1838-1896). «La misión progresa –escribía el 7 de abril de 1882 el protomártir de Madagascar– aunque los frutos estén en fase de espera y esperanza en muchos sitios y poco visibles en otros. Pero ¡qué importa, con tal que seamos buenos sembradores!: Dios hará que fructifiquen». Madagascar, Betsimisaraka, Tamatova, Tanamarive, Ambsitra, Andrainarive, Imerina, Ambiativé, Mananara... (Para rezar es bueno a veces abrir el mapa y peregrinar por tierra santa, la santificada por los mensajeros que anuncian la paz, que traen la buena nueva, que pregonan la salvación). Por allí anduvo el jesuita Berthieu de 1875 a 1896, muy zarandeado a ratos, afectado por la guerra a temporadas, perseguido siempre por los fetichistas que le acusaban de extranjero (¡cuánto han sufrido y sufren los que tienen por su verdadera patria el cielo!). Hasta que consiguieron el 8 de junio de 1896 echar su cadáver en el río Mananara (8 junio)

COLUMBANO (s. VII). Es el más célebre de los santos irlandeses, después de san Patricio. La vigilia de Pentecostés del año 563 desembarcó con doce compañeros en la isla de Iona, una de las Hébridas, y fundó uno de los más famosos monasterios de la historia, foco de irradiación cristiana durante siglos. Su sucesor el abad Adamnan pudo decir de él: «Era amable con todos» (9 junio)

EFRÉN (s. IV). Nació en Nísibis (Mesopotamia del norte) probablemente el año 306. Tenía 7 años cuando Constantino promulgó el edicto de Milán. Pero en casa no pudo gozar de la libertad de culto, porque su padre, sacerdote pagano, era poco propenso a aceptar la formación cristiana que la madre daba al hijo. Tanto que le echó de casa. A los 18 años recibió el bautismo en Edesa, donde se ganaba el pan trabajando en unos baños públicos, hasta que con enorme esfuerzo consiguió estudiar y llegar a dirigir una escuela. Aunque «no pasó de diácono», ha pasado a la historia como «la cítara del Espíritu Santo». Doctor de la Iglesia, poeta genial. Con sus himnos seguimos alabando a Cristo (9 junio)

DIANA DE ANDALÓ (s. XIII). Andrea, su padre, ayudó a los primeros dominicos, tan buenos predicadores como malos economistas, para que no les faltara el sustento, tuvieran donde vivir y donde rezar. El trato de aquellos hombres de Dios se amplió a la familia del administrador. Tanto que, cuando Domingo de Guzmán fue a Bolonia el año 1219, Diana, la hija de Andrea –tenía 19 años–, hizo sus votos ante el Santo Fundador. Y cuando Jordán de Sajonia, sucesor de Santo Domingo, fundó el monasterio de Santa Inés, allí vivió Diana comosuperiora, feliz de haber conocido a los dominicos. ¡Qué gran regalo poder tratar de cerca a los hombres de Dios! (10 junio)

EDWARD J. M. POPPE (1890-1924). Eduardo Juan María Poppe, hijo de un panadero de Moerzeke (Bélgica), siguió con el oficio del padre: ordenado sacerdote a los 26 años, durante ocho amasó el Pan de la Eucaristía. Para los niños de la cruzada eucarística publicaba un semanario ilustrado, titulado «Zonneland» (País del Sol). Por su libro «Método educativo eucarístico», que el cardenal Mercier calificó de pequeña obra maestra, le empezaron a llamar «pedagogo de la Eucaristía». No hacía falta que tuviera escrito en la puerta de su casa «Porta patet, cor autem magis» porque todos sabían que era verdad. Lo que no sabían era de dónde sacaba el tiempo, con tantas horas de adoración a la Eucaristía. Pronto descubrieron que tenía prisa. 34 años tenía cuando fue a decir misa al cielo (10 junio)

BERNABÉ (s. I). Se le llama «apóstol» aunque no fuera de los Doce. Uno de los primeros convertidos después de Pentecostés. El libro de los Hechos dice de él que «era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe». Primer predicador con Pablo entre los paganos, una diversidad de criterio –en relación con el buen Marcos– los separó. Mártir en Chipre (11 junio)

MARIA ROSA MOLAS i VALLVÈ (1815-1876) «Fundadora de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación. Desde su nativa Reus, donde ve la luz en un humilde ambiente, realiza un admirable camino, sólo impulsada por el amor a Cristo y al prójimo, llenando con una asombrosa vitalidad espiritual una existencia que acaba humildemente en Tortosa. En un dificilísimo momento histórico, local y nacional, marcado por las luchas, las múltiples facciones, en el que la desesperanza marcaba tantas vidas, de niños, de jóvenes sin instrucción ni porvenir, de ancianos sin asistencia, ella supo inclinarse hacia el necesitado sin distinción alguna, hecha caridad vivida, hecha amor que se olvida de sí mismo, hecha toda para todos, a fin de seguir el ejemplo de Cristo y ser artífice de esperanza y de elevación social. No únicamente para dar algo, sino para darse a sí misma en el amor y sólo así poder dar el don precioso de una completa entrega en la misericordia y en el consuelo a quien lo buscaba o a quien, aun sin saberlo, lo necesitaba. Así María Rosa hacía caridad; así se hacía maestra en humanidad» (Pablo VI) (11 junio)

JUAN DE SAHAGÚN (s. XV). Así como los que van a Ávila sienten el paso de Santa Teresa de Jesús por la ciudad amurallada, también los que viven en Salamanca, notan que por allí pasó San Juan de Sahagún. No sólo cuando bajan por la calle Tentenecio (donde dicen que dejó clavado un toro desbocado que iba a atropellar a un niño). Juan González de Castrillo y Martínez (da gusto repetir esos apellidos tan de muchos) nació en Sahagún. Sacerdote en Burgos, párroco de Santa Gadea del Cid, do juran los fijosdalgos, pronto se trasladó a Salamanca, donde estudió cánones, residiendo en el Colegio de San Bartolomé (cómo no emocionarse leyendo su elogio: «Este es aquel verdadero israelita en quien no se halló engaño, y que por su bondad y honestidad de vida y por la entereza de sus costumbres fue nombrado capellán de adentro»). Aquejado de una penosa dolencia, un día, mejor una noche: «Lo que pasó aquella noche entre Dios y mi alma, Él sólo lo sabe; y luego, a la mañana, fuime a San Agustín (a lo que creo) alumbrado por el Espíritu Santo, y recibí este hábito». Desde entonces el fraile agustino se convirtió en el pacificador de Salamanca. (El suceso de la calle Tentenecio es el símbolo perfecto de su labor). Hasta conseguir, tres años antes de su muerte, que los dos bandos contrarios con juramento se perdonaran y abrazaran en testimonio de concordia, firmando un documento público «deseando el bien e paz e sosiego de esta ciudad, e por quitar escándalos, ruidos e peleas e otros males e daños dentre nosotros, e por nos ayudar a faser buenas obras unos a otros, queremos y prometemos de ser todos de una parentela e verdadera amistad e conformidad e unión». San Juan de Sahagún, ruega por nosotros, que ¡lo necesitamos tanto! (12 junio)

GUIDO DE CORTONA (1190-1250). Sacerdote, de la familia Vignorelli. En 1211 el Poverello (1182-1226) fue huésped suyo. Comieron juntos y cuando tomaban el postre, le confió al santo su deseo de hacerse discípulo suyo. Preguntó qué debía hacer y la respuesta fue breve: dar todo a los pobres. Guido no perdió el tiempo, al día siguiente recibió el hábito. Cortona tuvo así en las afueras de los muros su conventillo de Hermanos menores, del que Guido, sacerdote y hermano, fue alma y guía. Cuando tenía 60 años –el de Asís llevaba ya 24 en el cielo–, en su agonía, sus últimas palabras fueron: «He aquí a San Francisco. ¡Todos de pie! ¡Vamos tras él» (12 junio)

ANTONIO DE PADUA (s. XIII). Fernando de Bulloês y Taveira de Azevedo nació en Lisboa hacia 1195. Al entrar en los franciscanos de Coimbra recibió el nombre de Antonio Olivares. En 1221 conoció personalmente a san Francisco. Predicador famoso. Murió en Padua sin haber cumplido cuarenta años. Tan famoso que fue canonizado al año siguiente. En su tiempo su predicación servía para convertir. Después su intercesión sirvió para encontrar objetos perdidos. Peligros de la fama, incluso para los santos (13 junio)

GERARDO DE CLARAVAL (s. XII). Hijo de Tescelín y Alicia de Montbard, señores del castillo de Fontaines, hermano de la beata Humbelina, no entró con el Cister cuando irrumpieron en el monasterio los treinta capitaneados por sus hermanos Bernardo y Guido y el tío Galdrico. Aquello a él le pareció excesivo. Estaba feliz en su vida militar. Pero Bernardo le quería tanto que erre que erre, que tenía que hacerse monje. Habiendo caído herido en una refriega y metido en un calabozo donde se sentía morir gritaba –¿desde las cavernas del subconsciente?–: «¡Soy monje, soy monje del Cister!». Y lo fue. Fue a fundar Claraval con Bernardo, siendo su mano derecha para los mil detalles de la vida del monasterio, «llegando a parecer Gerardo y su hermano Bernardo una sola cosa en Cristo» dice la oración de su misa (13 junio)

ELISEO (s. IX a.C.). Elías encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Pasó y le echó su manto encima. (Eliseo comprende; en el mundo de los profetas, los gestos simbólicos dicen más que las palabras. Comprende y acepta: será el «otro yo» de Elías). Únicamente pide permiso para ir a dar el abrazo de despedida a su padre y a su madre. Despedida que es una fiesta. Todo el pueblo participa. Eliseo inmola en sacrificio de comunión los bueyes de su yunta. Quema los aperos para cocer la carne. La distribuye a todos. Fiesta grande: el hijo de Safat celebra la transfiguración de su vida. De labrador a profeta. En la dinámica de la vocación, dejar no tendría sentido por sí mismo. Lo que vale es seguir a Quien llama. No se sigue porque se deja; se deja porque se sigue. Ayer, hoy y siempre (14 junio)

FORTUNATO (s. IV). Nápoles, en un tiempo en que los arrianos arrasaban, tuvo la suerte de tener un obispo que haciendo gala de su nombre la vacunó del cáncer de la herejía. Frente a quienes le acusaban de tener solución a todos los problemas, dijo que la Iglesia, custodia del depósito de la palabra de Dios, del que manan los principios en el orden religioso y moral, no siempre tiene a mano respuesta adecuada a cada cuestión. Muchos tuvieron la mala suerte de tener que esperar al Vaticano II para enterarse (14 junio)

BERNARDO DE MENTON (s. XI). Patrono de los alpinistas por decisión de Pío XI que como buen alpinista conocía bien la necesidad de que quienes escalan los Alpes tuvieran un protector que entendiera la situación. Ya que Bernardo anduvo por aquellos vericuetos muchos años, cuarenta siendo vicario general del obispo de Aosta. Fundó dos refugios para los exhaustos caminantes. Todo un símbolo para quienes peregrinamos por estas laderas de la ciudad de Dios (15 junio)

SANTA MARÍA MICAELA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO (s. XIX). Micaela Desmaisières López de Dicastillo, vizcondesa de Jorbalán, era hija de los condes de la Vega del Pozo y marqueses de los Llanos de Alguazas. Nació en Madrid el 1 de enero de 1809. Pasó haciendo el bien. Murió víctima del cólera en Valencia, a donde se había trasladado para asistir a las Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad, congregación fundada por «La Madre Sacramento» (15 junio)

LANDELINO (s. VII). Patrono de los bandoleros (porque la antigua Iglesia tenía la buena costumbre de no dejar a nadie sin patrono). Bandolero fue, hasta que encontró a Cristo, como un nuevo «buen» ladrón, y para ganar el tiempo perdido decidió hacerse monje. Fundó los monasterios de Lobbes, Aulne, Walers, Crepy: robaba corazones al mundo para ofrecérselos al Señor (15 junio).

AMÓS (s. VIII a. C.). Pastor y cultivador de higos, natural de Tecoa, a unos 20 km. al sur de Jerusalén, fue arrancado de su actividad con una vocación profética que, en cierto modo, violentó la normalidad de su vida. En relación con Dios y en el pecado puede haber ideas muy reductoras. ¿Se da relación con Dios sólo en el culto? ¿Se da el pecado sólo en el rito o en la blasfemia? ¿Pueden ser compatibles el culto y la injusticia? Muchos así lo piensan y dejan la vida al margen de la fe. Amós, no. No es extraño que la profecía de Amós produjera desconcierto en la ideología oficial y que fuera acusado por Amasías, sacerdote de Betel, de conjura contra el rey. En momentos de prosperidad se soportan mal las palabras del profeta. Es expulsado de Israel y marcha para su tierra de Judá. Para que no quedara el texto con mal sabor de boca parece que un redactor posterior añadió el último oráculo de salvación (Am 9, 11-15), dejando un resquicio abierto a la esperanza (15 junio)

QUÍRICO (s. IV). Quizá el más joven de los santos (aparte los Inocentes). Porque se dice que murió mártir a los 3 años, con su madre Julia, en Asia Menor. Curiosamente el crío es un santo que se convirtió en patrón de muchos pueblos de Europa. Probablemente porque al pueblo cristiano le gustaba –intuición muy evangélica– escoger como patrón al mártir más inocente (16 junio)

LUTGARDA (s. XIII). Belga. A los 20 años se hizo benedictina. Pero algunos años después para evitar que la hiciesen abadesa, se pasó a las cistercienses de Aywières. Mística de vanguardia. Ciega durante los últimos once años de su vida. ¿Tinieblas es la luz donde hay luz sola? (16 junio)

PEDRO DA (s. XIX). Hablaba poco el sacristán y carpintero de Qua Linh. Pasaba muchas horas ante el Santísimo viendo al Señor. «El que vivó da testimonio, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que el mundo crea». En las misas cantaba el Credo en latín, pero lo vivía en vietnamita. Al enterarse el emperador Tu Duc quiso acallarle. Murió en la hoguera, convertido en luz de Cristo. Tal día como hoy de 1862 (17 junio)

PEDRO GAMBACORTA (1355-1435). Nació en Pisa, tras una juventud notablemente desentonada, se retiró al eremo (desierto, yermo). Pese al apellido (cojo) llegó a tiempo para convertir a doce salteadores de caminos (alias bandoleros) con los que fundó el Instituto de los pobres eremitas de san Jerónimo. No tan pobres en virtud. Como que con el tiempo y la ayuda del Señor se entonó tanto que cuando asesinaron a su padre y a dos de sus hermanos perdonó de corazón y de memoria (porque hay quienes perdonan, pero no olvidan) a los asesinos. Que no está mal. Cosa que también hizo la santa de su hermana Clara, Gambacorta claro, priora entonces de un monasterio dominicano de Pisa (la fiesta de Clara es el 17 de abril; la de Pedro: 17 junio)

GREGORIO BARBARIGO (s. XVII). Nació en Venecia (1625). Obispo de Bérgamo primero y de Padua después. Cardenal a los 35 años. Ilustre como hombre de Iglesia y como estadista. Sus obras de caridad tenían proporciones principescas. Convencido de que si no se espera lo inesperable lo inesperable no acontece, luchó por la reconciliación de la Iglesia de Oriente con la de Occidente. Murió en 1697. El fulgor de sus virtudes permaneció apagado durante siglos, hasta que un hombre bueno llamado Juan XXIII sopló sobre las cenizas del olvido. Cuentan las crónicas celestiales que en la vanguardia de los que salieron a recibir en 1963 a la puerta del cielo a Angelo Giuseppe Roncalli, estaba san Gregorio Barbarigo, que también allá Arriba es de bien nacidos agradecer los favores (18 junio)

HOSANNA ANDREASI (1449-1505). Hija de los nobles Inés Gonzaga y Andrés Andreasi. Terciaria dominica desde los 15 años. Regente del ducado de Mantua en ausencia de Federico de Gonzaga, imprescindible consejera de su sucesor Francisco II, manirrota de sus cuantiosos bienes con los humildes, había que verla rezando el rosario. Con su vida demostró que «acción y contemplación» no es una antinomia. Su nombre servía de gozosa interjección no sólo litúrgica a toda Mantua (18 junio)

ROMUALDO (s. XI). A los 22 años, tras ver cómo su padre, duque de Onesti, sin hacer honor al apellido, mataba a un hombre en un duelo, se hizo benedictino. Llegó a ser abad. Pero por poco tiempo. Su espíritu nómada le llevó a recorrer Italia, erigiendo pequeños monasterios. Llegó incluso a Sant Miquel de Cuixà, dejando en el monasterio del Pirineo la impronta eremítica. Pero la fundación más célebre fue la de Camáldula. La característica de los camaldulenses era unir la vida eremítica de tipo oriental con el monaquismo cenobítico de Occidente. Los eremitas vivían en celdas separadas en plena naturaleza, se juntaban para el rezo de oficio divino, guardando riguroso silencio (lo bueno del silencio no es que no permita hablar, sino que facilita oír la voz de la Palabra). Romualdo hablaba poco, pero convenció a su padre para que se hiciera monje. Murió el día de San Gervasio y San Protasio, pues quería inaugurar desde arriba el verano del año 1027 (19 junio)

GERVASIO y PROTASIO (s. III). Antes, era costumbre el día de san Marcos rezar las letanías de los santos, implorando a Dios que, por su intercesión, librara a su pueblo de los males temporales y bendijera las mieses. Las rezábamos cantándolas en latín. Después de nombrar a los apóstoles y evangelistas, venían los mártires: Sancte Stephane, Sancte Laurenti, Sancte Vincenti, Sancti Fabiane et Sebastiane, Sancti Ioannes et Paule, Sancti Cosma et Damiane, Sancti Gervasi et Protasi. Después los pontífices y confesores, los santos doctores... Y todos intercedían por nosotros. Documentalmente de San Gervasio y San Protasio no queda nada de nada. Pero queda la veneración que les profesaron San Ambrosio y San Agustín. En sus Confesiones (IX, 7, 16) Agustín habla extensamente de ellos. En La Ciudad de Dios (XXII, 8, 2) de nuevo. Dice en el Sermón 286, que predicó el año 425: «Celebramos en este día la memoria de los santos milaneses Gervasio y Protasio, por haber sido descubiertas sus reliquias por obra del hombre de Dios, el obispo Ambrosio. Me hallaba allí, en Milán; vi los milagros hechos, con los que Dios daba testimonio a favor de la muerte de sus santos. Gracias a aquellos milagros, en efecto, su muerte ya no sólo fue preciosa a los ojos del Señor, sino también a los de los hombres. Un ciego conocidísimo en toda la ciudad recobró la vista, corrió, hizo que lo llevasen, y volvió sin que nadie lo guiase. No sé que haya muerto, quizá viva todavía. Ha prometido pasar toda su vida al servicio de la basílica en que yacen los cuerpos de los santos. Yo que disfruté viéndole a él, lo dejé entregado a su servicio». Y queda la invocación, repetida siglos y siglos por el pueblo cristiano: Sancti Gervasi et Protasi, orate pro nobis. Sancte Ambrosi, ora pro nobis. Sancte Augustine, ora pro nobis (19 junio)

FRANCISCO PACHECO (s. XVII). Portugués de Ponte da Lima. Y con él otros ocho mártires jesuitas: los japoneses: Pedro Rinsei, Juan Kisaku, Pablo Kinsuke, Miguel Tozo, Gaspar Sadamatsu; Vicente Kaun (coreano), Juan Bautista Zola (de Brecia), Baltasar de Torres (de Granada). Juan Bautista, Baltasar y Francisco confesaban que lo que les había hecho mirar hacia el Este era aquella carta de Francisco Javier: «Muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueve pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas, ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos! Y así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios nuestro Señor les demandará de ellas y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales, para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: Señor, aquí estoy ¿qué quieres que yo haga? Envíame adonde quieras; y si conviene, aun a los indios. ¡Cuánto más consolados vivirían y con esperanza de la misericordia divina a la hora de la muerte, cuando entrarían en el particular juicio, del cual ninguno puede escapar, alegando por sí: Señor, cinco talentos me entregaste, he aquí cinco más que he ganado con ellos! Témome que muchos de los que estudian en universidades, estudian más para con las letras alcanzar dignidades, beneficios, obispados, que con deseo de conformarse con la necesidad que las dignidades y estados eclesiásticos requieren. Está en costumbre decir los que estudian: deseo saber letras para alcanzar algún beneficio o dignidad eclesiástica con ellas y después con la tal dignidad servir a Dios. De manera que según sus desordenadas afecciones hacen sus elecciones, temiéndose que Dios no quiera lo que ellos quieren, no consintiendo las desordenadas afecciones dejar en la voluntad de Dios nuestra elección. Estuve cuasi movido de escribir a la universidad de París, a lo menos a nuestro Maestre De Cornibus y al doctor Picardo, cuántos mil millares de gentiles se harían cristianos, si hubiese operarios, para que fuesen solícitos de buscar y favorecer las personas que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo» Seguro que no sólo a ellos (20 junio)

SILVERIO (s. VI). Su padre, el papa San Hormisdas, murió el año 523. Trece años después, siendo sólo subdiácono, fue elegido obispo de Roma. Por poco tiempo. Su antecesor el papa San Agapito había destituido al patriarca de Constantinopla Antimio, por monofisita. (Los monofisitas veneraban tanto la divinidad del Verbo que infravaloraban la humanidad de Jesús. Ya en el año 449 el papa San León Magno había escrito al patriarca de Constantinopla Flaviano: «La Iglesia se nutre de esta fe y con ella ha de progresar, o sea, que en Jesucristo no se puede creer que subsista una humanidad sin la verdadera divinidad, ni la divinidad sin una verdadera humanidad». Dos años después, en el Concilio de Calcedonia, el monofisismo [una sola naturaleza en Cristo, la divina] era condenado). La emperatriz de Constantinopla, Teodora, pensó que con Silverio, nuevo papa, podría conseguir la rehabilitación y regreso a Constantinopla de su ojito derecho Antimio. A lo que el papa Silverio se negó absolutamente. Despechada consiguió (¡el poder de los poderosos!) que Silverio fuera procesado, condenado fulminantemente y desterrado a la isla de Ponza, donde murió de hambre. A su manera, hubiera podido dejar escrito el papa Silverio lo que en el siglo XX escribiría José María Cabodevilla: «Decimos madre de Dios y lo decimos tranquilamente, con la misma naturalidad con que decimos la madre de Carlos o de Carlota. Sin embargo, esa expresión está reclamando nuestro estupor, incluso cierta resistencia, cierto escándalo. Madre de Dios. En el límite del lenguaje y al borde mismo del absurdo, hemos tenido que hablar así: Dios, que es incapaz de hacer otros Dios, hizo lo más que podía hacer, una madre de Dios» (aunque ahora su memoria está asignada al2 de diciembre, durante años hemos recordado a San Silverio el 20 junio)

LUIS GONZAGA (s. XVI). Hijo de un alto dignatario de la corte de Felipe II, un santo (Carlos Borromeo) le dio la primera comunión y otro (Roberto Belarmino) fue su director espiritual en el noviciado jesuita. Se dice –y con razón– que fue modelo de pureza, pero no se dice tanto –sin razón– que lo fue también de caridad: murió a los 23 años por haberse dedicado a cuidar apestados en Roma (21 junio)

LEUTFRIDO (s. VIII). Abad benedictino. Fundó cerca de Evreux el monasterio de La-Croix-Saint-Ouen. Que pronto se llamó de Saint-Leufroy. Con razón, dado que fue su abad sólo durante 48 años. Gran intercesor ante Dios cuando hay que pedir constancia y perseverancia (21 junio)

TOMÁS MORO (s. XVI). Tuvo cuatro hijos y cuando éstos se casaron llegó a vivir rodeado de veintiún niños en su casa de Chelsea. Le gustaba tanto charlar con Luis Vives o con Erasmo como jugar con los niños. Siempre sin perder el humor. Pero también siempre esforzándose por ser fiel a su conciencia. Dicen que rezaba esta oración: «Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir. / Concédeme la salud del cuerpo y el sentido necesario para conservarla lo mejor posible. / Concédeme, Señor, un alma santa, que no pierda de vista lo que es bueno y puro; que no se asuste a la vista del pecado, sino que encuentre el medio de volver a poner las cosas en orden. / Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, que no esté siempre quejándose, ni ande siempre en suspiros y lamentos. / No permitas que me abrume en demasía el peso de esa carga tan incómoda que se proclama "yo". / Concédeme, Señor, sentido del humor: que sepa reírme de un chiste para sacar un poco de alegría de la vida y compartirla con los demás». Inquilino en la Torre de Londres durante 15 meses, hasta que murió decapitado (22 junio)

PAULINO DE NOLA (s. V). Nació en Burdeos y allí tuvo como maestro al poeta Ausonio (tener por maestro a un poeta es una gran gracia). Se dedicó primero a la política, siendo cónsul en Roma y gobernador de Campania. Se casó con Terasia. La muerte temprana de su hijo Celso fue un gran golpe para los padres. Lampio, obispo de Barcelona, «forzado por aclamación del pueblo», (buena manera de descubrir la voluntad de Dios), lo ordenó sacerdote. Pronto vendió la mayor parte de sus bienes y se retiró a Nola, donde procurando imitar a san Martín de Tour levantó una especie de monasterio. Elegido obispo (contra su voluntad), iluminó durante 22 años con su vida y sus escritos su diócesis y el Occidente cristiano. En una carta escrita al joven Licencio dice san Agustín: «Ve a la Campania y busca a Paulino. Aprende cómo ese egregio y santo siervo de Dios sacudió sin vacilar el magnífico fausto del siglo de su cerviz, tanto más generosa cuanto más humilde, para ofrecerla al yugo de Cristo, como de hecho la sometió; ahora exulta, sosegado y modesto, con el divino Pastor de su camino. Ve y aprende el gran caudal de ingenio que ofrece a Cristo en sacrificio de alabanza, empleando en su servicio los bienes que de él recibió, pues todo lo perdería si no lo depositase en Aquel que se lo otorgó». Y encima Paulino escribía magníficos versos que hubiesen llenado de orgullo a su maestro Ausonio. ¿Por qué olvidamos que «al mundo lo salvará la belleza»? (22 junio)

JOSÉ CAFASSO (s. XIX). Nació en Caltelnuovo d’Asti. Sacerdote a los 22 años. Profesor de moral a los 27. En Turín fue una institución en el colegio eclesiástico que rigió hasta el final de su vida y en la ciudad como extraordinario confesor de gente ordinaria y extraordinaria. Sobrino suyo, fue San José Alamano. Pero su ojito derecho fue Don Bosco. (Leyendo la vida de algunos santos sorprende descubrir la cantidad de santos con los que se relacionaron. Uno se anima a abrir los ojos a su alrededor). Pequeño de estatura, pero gigante de espíritu. Alma grande (la magnanimidad era la virtud más valorada por los aristócratas), formó a muchos seminaristas, acompañó a muchos Dimas en sus últimos instantes. Quienes le trataban no tenían que comprar estampas de San Francisco de Sales o San Felipe Neri, porque con el retrato de él tenían bastante. Le hacía ilusión morir en sábado. En sábado cayó el 23 de junio de 1860. Tenía 49 años. Don Bosco se encargó de su oración fúnebre. Cuentan que lloraba (23 junio)

LANFRANCO BECCARIA (s. XII). 16 años obispo de Pavía, manso y humilde de corazón, los herejes por un lado y los rapaces políticos por otro trataron de hacerle perder la paciencia. Él se proveía de fortaleza en el monasterio del Santo Sepulcro. Tentado estuvo en más de una ocasión de quedarse allí como monje valumbrosano. Un estudio de las tentaciones de los obispos a lo largo de la historia sería aleccionador (23 junio)

JUAN BAUTISTA (s. I). Es el único santo de quien la Iglesia celebra su nacimiento terrenal. Y es que en el vientre de su madre saltaba de gozo ante el anuncio de la Buena Nueva. Jesús dijo de él que era «más que un profeta» porque pudo anunciar lo que acontecía: «en medio de vosotros está...». Su profecía sigue vigente, sigue exigente: «No era él la luz» –dice el prólogo del otro Juan–, pero fue «testigo de la luz». «Tú que sabes que no fuiste la Palabra verdadera y que sólo eras la voz que en el desierto vocea, enséñame, Juan, a ser profeta sin ser profeta» (24 junio)

TEODGARO (s. XI). Thøger en danés. «Misionero, muerto hacia el año 1065, que en la región de Vestervig en Dinamarca construyó la primera iglesia de madera». He buscado en un buen mapa dónde para Vestervig. Me ha costado dar con él. Junto al mar. Seguro que la madera de aquella primera iglesia se ha pudrido. Pero confío que la fe que san Thøger sembró allí siga viva. A veces me encomiendo a san Thøger. Para que crezca mi esperanza (24 junio)

GUILLERMO (s. XII). «Turista es quien pasa sin carga ni dirección. Caminante, quien ha tomado la mochila y marcha. Peregrino, quien además de ir cargado y de buscar, sabe arrodillarse cuando es preciso». Guillermo peregrinó a Santiago y supo arrodillarse. Al regresar para poder seguir viendo a Quien había visto y adorarle a pleno corazón se retiró al monte Virgiliano (actual Montevergine) entre Nola y Benevento. Pronto le acompañaron un buen número de cristianos, que empezaron a llamarle «padre» (abad). Los bolandistas, que sabían mucho de la vida y milagros de los santos, cuentan que el rey de Nápoles lo llamó a la corte para que le hablara de su vida (de Quien era su Vida). Quedó tan edificado que le ordenó levantar un convento en Salerno, frente al palacio real, para así tenerle más cerca. Como el trato con los santos santifica, el rey fue entonándose, que falta le hacía. Los cortesanos que no querían afinarse, para poder difamar a Guillermo, tramaron una emboscada, con la ayuda de una cortesana tentadora, de noche... Pero les salió al revés lo planeado. Ahora el 1 de septiembre hacemos memoria de aquella abuenada señora que en la corte celestial figura como Beata Inés de Venosa, abadesa benedictina. Lamentablemente los cortesanos aquellos siguieron encegados para la Luz (25 junio)

OROSIA (s. VIII). «Jesús curaba a los posesos. No los reprendía, los curaba. Quizá los “posesos” de hoy se ven atormentados por el poder de la tristeza» (Boros). En la catedral de Jaca hay una capilla barroca dedicada a Santa Orosia, virgen y mártir, patrona de los endemoniados. Dicen unos que era sobrina de San Acisclo, obispo de Huesca; otros que era una princesa de Bohemia que venía a casarse con un príncipe visigodo, e interceptada por las tropas islámicas por no abandonar su fe murió mártir. Sea lo que sea en Jaca es venerada. Veneración que tendría que crecer mucho, porque lamentablemente hoy son muchos los posesos de tristeza (25 junio)

MÁXIMO (s. V). Adjetivo superlativo de «grande». / Dícese de lo más grande en su especie. / Límite superior o extremo a que puede llegar una cosa. Tres definiciones de la palabra «máximo», que le cuadran bien al fundador de la diócesis de Turín, erigida por iniciativa de Ambrosio y del obispo de Vercelli Eusebio, del que Máximo se confesaba discípulo. Como Agustín, como Ambrosio, gobernó la diócesis durante el asendereado periodo de las invasiones de los bárbaros. Manso, suave, sabía mostrarse firme y tajante. Como cuando decía a sus cristianos, amedrentados ante la inminente llegada de los bárbaros, proclives a abandonar la ciudad en busca de un refugio seguro: «Injusto e impío es el hijo que abandona a su madre en peligro. En cierto modo la patria es nuestra madre» (25 junio)

PELAYO (s. X). Gallego. A los 14 años fue hecho prisionero por tropas musulmanas junto con su tío Remigio, obispo de Tuy. En Córdoba, dicen que el califa se enamoró de él. Pelayo optó por negarse a ser juego pasional aunque ello le ocasionara el martirio. Su joven coherencia –su joven valor– merecieron y merecen que no la olvidemos (26 junio)

ANTELMO (1107-1178). Un hombre preguntó a un monje: «¿Para qué tu vida en silencio?». El monje que estaba sacando agua de un pozo, le dijo: «Mira hacia lo profundo del pozo. ¿Qué ves?». «No veo nada», respondió. Al cabo de un rato el monje le repitió: «Mira otra vez. ¿Qué ves?» «Me veo a mí mismo reflejado en el agua». El monje añadió: «Cuando el agua está movida, no se ve nada. Ahora está tranquila. Esta es la experiencia del silencio: el hombre se ve a sí mismo». Esta parábola de los padres del desierto la contaba Antelmo cuando le preguntaban por qué se quedó en la cartuja de Portes el día que casualmente fue a visitarla. El silencio. Aunque luego tuvo que hablar mucho: siendo prior, para lograr la estructuración de las cartujas dispersas con un vértice definitivo en la Grande Chartreuse; siendo obispo de Belley, de 1163 a 1178; viajando a Inglaterra para intentar una reconciliación entre Enrique II y Tomas Becket... Añoraba tanto el silencio de su cartuja, que a veces desaparecía unos días. Sus colaboradores sabían que al regresar volvía más él. (Curiosamente a su muerte el ayuntamiento de Belley cambió el nombre de la ciudad por el de «Antelmópolis») (26 junio)

JOSEMARÍA ESCRIVÁ (1902-1975). De Balaguer, aunque era de Barbastro. Subrayó en la Iglesia lo que no pocos habían olvidado: que los cristianos pueden alcanzar la santidad a través de su trabajo y de las actividades diarias. Recién trasplantado a Salamanca, estudiaba III de latín, vino a hablarnos un sacerdote (él), que glosó el comienzo del capítulo 21 del evangelio de Juan. La charla avanzaba normal. De repente, cuando dijo: «Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran 153 pezotes», pegué un brinco. Nunca había oído aquella palabra tan grandota. Y nunca la he olvidado, ni le he olvidado a él. Cuando leí Camino me hizo bien, entendí que insistía en lo mismo que San Ignacio de Loyola decía en latín: en el magis. Siempre he pensado que los que le achacan lo de «la tropa» demuestran ser poco finos, poco inteligentes, por no decir unos resentidos. Como si el lema olímpico «altius, citius, fortius» les cayese demasiado ancho. San Josemaría, gracias por los 153 pezotes (26 junio)

CIRILO DE ALEJANDRÍA (s. V). Si para entender la figura de Atanasio hay que tener en cuenta el telón de fondo de Arrio, para descubrir la de Cirilo hay que recordar a Nestorio. El patriarca de Constantinopla, Nestorio, para afirmar que el Verbo era verdadero Dios y verdadero hombre, separaba hasta tal punto las dos realidades que venía a establecer dos personas separadas: el Verbo Hijo de Dios y el hombre Jesús de Nazaret, hijo de María. Con lo que negaba que María fuera Theotokos, Madre de Dios, limitándola a ser Madre de Cristo. El peleón Cirilo, sobrino del poderoso Teófilo, patriarca de Alejandría, y su sucesor, con el concilio de Éfeso, nos ha ayudado a poder rezar gozosamente: «Santa María, Madre de Dios». Cuentan que a los que le pedían que, como había hecho con Nestorio, condenara a Diodoro de Tarso y a Teodoro de Mopsuestia, les contestó: «No hay que condenar a los que han muerto en comunión con la Santa Iglesia». Para no olvidar, cuando nos tiente condenar en nombre de la ortodoxia (27 junio)

SANSÓN (s. VI). No el de Sansón y Dalila, poco amigo de los filisteos, del que el libro de los Jueces (13-16) nos cuenta sus atléticas andanzas. Sino el Xenodoquio, «el hospitalario», que así se le conoce. Ilustre ciudadano de Constantinopla, estudió medicina. Luego se hizo sacerdote para no limitarse a las obras de misericordia corporales. [Es triste que algunos sólo recuerden el texto de Mt 25, 31-46, y olviden lo de: Enseñar al que no sabe; Dar buen consejo al que lo ha menester; Corregir al que yerra; Perdonar las injurias recibidas; Consolar al triste; Sufrir con paciencia los defectos de los demás; Rogar a Dios por los vivos y los difuntos]. Curó al emperador Justiniano, el cual agradecido le ayudó a montar un hospital donde trataban de ayudar a bien Vivir (27 junio)

ARGIMIRO (s. IX). De Cabra, cerca de Córdoba. Musulmán bien situado en el gobierno de la ciudad, no acumuló muchos trienios. Un buen día se hizo cristiano, dejándolo todo. «No se sigue porque se deja, se deja porque se sigue». Naturalmente a no pocos aquello les sentó muy mal. Confesó a Cristo públicamente. Y le decapitaron (28 junio)

IRENEO (s. II). «Pacífico» de nombre y batallador por oficio contra los herejes (gente que hablaba mal de Jesucristo). Le encantaba lo de «anakefaláiosis» (recapitulación y renovación en Cristo de todas las cosas). Uno de los teólogos más grandes del siglo II. Obispo de Lyon, hacia el año 180 pondera la gran extensión alcanzada por el cristianismo y habla elogiosamente de las iglesias de Iberia. Entonces (28 junio)

PEDRO y PABLO (s. I). Dos hombres distintos, pero unidos por una misma pasión: su amor a Jesús. Una pasión que los empujó por una ruta de lucha, sufrimiento y entrega hasta la muerte. Pero una pasión que los llenó de vida. Cuenta la leyenda que durante la persecución de Nerón, huía Pedro de Roma y en el camino encontró a Cristo que iba a la ciudad. «¿Dónde vais, Señor?», le preguntó Pedro. «A Roma, a morir otra vez por ti y en tu lugar», le contestó Cristo. Avergonzado y arrepentido, Pedro regresó. Allí fue martirizado. Al ser clavado en cruz, con generosa humildad, pidió que le pusieran cabeza abajo, porque no era digno de morir del mismo modo que su Señor. Y comenta Chesterton: cuando Pedro estuvo cabeza abajo, vio el mundo tal como es en realidad: las nubes como montañas, las estrellas como flores y los hombres colgando, cabeza abajo, de la misericordia de Dios (29 junio)

EMMA (s. XI). Parienta del emperador San Enrique II, cuando perdió al marido y al hijo no perdió el tiempo: se dedicó a hacer el bien. En Gurk llamaban a la condesa «la bienhechora». El recuerdo de su bondad a manos llenas ha vencido las inclemencias de tiempo. Su proceso de canonización duró cinco siglos (de 1464 a 1938). Una demostración de que los austriacos no son unos desmemoriados (29 junio)

PROTOMÁRTIRES DE LA SANTA IGLESIA ROMANA (s. I). Así cuenta el martirio de todos aquellos primeros discípulos de los apóstoles el historiador romano Publio Cornelio Tácito en sus Anales (XV, 44) [testimonio estremecedor en boca de quien nunca simpatizó por los cristianos y cuenta lo que cuenta asépticamente]: «Ningún recurso humano, ninguna liberalidad del emperador, ningún rito expiatorio ahogaban el rumor de que el incendio de Roma había sido ordenado por Nerón. Así, pues, para hacerlo desaparecer, supuso unos culpables y entregó a refinados tormentos a aquellos que, malqueridos por su maldad, conocía el pueblo con el nombre de cristianos. El autor de este nombre, Cristo, había sido entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato en tiempos del emperador Tiberio. Reprimida durante un tiempo la detestable superstición cristiana, volvía a brotar, no solamente en Judea, la patria de esta plaga, sino también en Roma, donde todas las atrocidades y las desvergüenzas confluían y encontraban adeptos. De manera que se empezó a castigar a los que se confesaban cristianos; después, por las declaraciones de éstos, se llegó a reunir a una gran multitud de gente convicta, no tanto del crimen del incendio de Roma, como de un odio general contra el linaje humano. Se les hizo morir, convirtiéndolos en espectáculo de mofa; por ejemplo, se les recubría con pieles de fieras a fin de que los perros los mataran a mordiscos, o eran crucificados o untados con materias inflamables a fin de que, cuando faltara la luz del día, sirvieran de iluminación nocturna mientras ardían. Nerón había puesto a disposición de este espectáculo sus propios jardines, convirtiéndose él mismo en empresario de los juegos de circo, vestido de auriga y mezclado entre el público o subiendo al carro de carreras. De todos modos, aunque considerados criminales y dignos de los últimos suplicios, la gente sentía lástima, ya que veían que no les hacían morir por el bien común sino por la crueldad de Nerón» (30 junio)

LADISLAO (1031-1095). Laszlo, en húngaro. Hijo del rey Bela de Hungría (siendo el trono electivo no tenía ningún derecho a la sucesión; podían no haberle elegido; le eligieron porque vieron que valía). Realmente valía aquel otro San Esteban. Ensanchó las fronteras de su reino, pero sobre todo ensanchó el corazón de sus súbditos. Les vino a recordar sobre todo que Hungría por Arriba limitaba con Dios. Los polacos, los rusos y los tártaros le temían. Los húngaros le amaban, porque les enseñó a amar. Cuando iba a encabezar la primera cruzada, cruzó la frontera de Arriba (30 junio)

 
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Cuando la hoja vocacional salía impresa mes tras mes, publiqué repetidas veces mini-hagiografías con sabor vocacional: «Estos hicieron tanto por salvarse, ¿y tú qué haces?» I y II (302. 304-305); «¿Por qué no con el tiempo?» (327); «¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco?» (385-387). / De 2001 a 2003 colaboré en la revista «El Reino» con una sección titulada «El rostro de los santos». / Mientras se publicó la agenda bíblico-litúrgica «Phase», Joaquín Gomis y yo, algunos años, ilustrábamos los domingos con un boceto de gente buena. / Aquí van ahora diversas mini y a veces no tan mini– hagiografías de junio, con la esperanza de que leyéndolas el lector sonría, descubra la voluntad de Dios, y una estrella ilumine los ojos de su corazón. — JORGE SANS VILA