7 DÍAS DE UN HERMANO II volver al menú
 



     En la hoja 95 están los viejos «7 días de un Hermano».
     Al recibir los de ahora he pensado que, aunque es verdad que «Los maestros pasamos por ignorados días de luto y de gran aflicción» (Unamuno), también vivimos días de gran satisfacción. Yo ciertamente he gozado, leyendo estos amplios días. Donde se cuenta a ratos pequeñas cosas, que dejan ver un alma grande de Hermano.
     ¿Vale la pena ser Hermano?, le preguntaba a Paco Calleja, Meche entonces, hace más de treinta años.
     Ojalá aquella condiscípula consiga leer estos 7 días de ahora. Verá que vale la alegría.

J.S.V.


 

     El pasado día 3 de julio de 2004 me encuentro un correo que dice así: «Me gustaría que los viejos siete días fueran acompañados de siete días nuevos. Total catorce días, con treinta años de distancia los primeros de los segundos».
     ¡Dios mío, qué invento esto del e-mail! Han pasado treinta y cuatro años de los siete días de un Hermano (joven y estudiante) y uno se encuentra que un amigo del alma (el mismo de entonces) me pide ahora y a través de la informática los segundos «siete días de un Hermano» (más, mucho más mayor...)
     Y lo pienso, y lo releo y me digo: ¿Será verdad o es uno de esos correos spam (esta vez con ataque al disco duro de la realidad)? ¿Pero ahora, a mí, siete días míos, de un Hermano (más mayor)? Porque lo cierto es que, después de treinta y cuatro años —pasó una mañana, pasó una tarde y vio el Señor que las cosas eran buenas sólo queda lo esencial: Persona, vocación y Hermano. El cambiante accidente ha dado muchas vueltas, ha recorrido muchos caminos y ha estado en muchos puertos. De paso, como ayuda, siempre ayuda, siempre de paso.
     Queda la persona (más mayor) que oyó la llamada del Señor a los quince años y procura seguir floreciendo donde Dios quiso ponerme: Vocación de Hermano, que si entonces —treinta y cuatro años vista atrás— ya se decía «¿para qué»?, ahora, ahora —cambio incluido— sólo se dice si protagonizamos «los últimos de Filipinas». Pero han sido treinta y cuatro años apasionantes y apasionados y —como dice el tópico— «si pudiera volver atrás, no cambiaría». Como dijo Chico Ibáñez Serrador en «La Cabina» (un programa de televisión de entonces) «para ser hay que ser diferente».
     El paso de treinta y cuatro años se llevó por delante a compañeros queridos que —ya sabe usted— con el cambio, las consecuencias del Vaticano II, la modernidad y la posmodernidad, dijeron que su vida de Hermano ya no tenía sentido. Y se fueron buscando otro horizonte, casi siempre de la mano de alguien y casi nunca tan convencidos como cuando hicieron la primera elección. Pero fue su segunda elección, claro está. Respetada y respetable.
     Pero yo no cambiaría por nada estos treinta y cuatro años de gozos, luces y sombras. La Universidad (querida y recordada Ponti) donde el «auxilium immaturo» pasó de ser un posible examen de Pedagogía General a un cierto modo de vida a lo largo de los años. Veintidós años dirigiendo en COU-Intercolegial en León (350 alumnos cada año) que me han hecho millonario en experiencia, amigos, tareas y recuerdos. En medio, y al tiempo, dirigiendo el Colegio San José de León donde aprendí casi todo lo poco que sé y, sobre todo, donde aprendí a ser. Y años también —entreverado con Colegio y COU— llevando la Administración de la Provincia procurando ayuda, siempre ayuda, y conociendo personas y obras que uno no se explica la suerte tenida (el cuponazo europeo) al haber vivido todo eso sin haber adquirido papeletas para el sorteo de tanto gozo y luz.
     Sombras también. La muerte de mi padre tras una larga y dolorosa enfermedad. Misterio del paso a la trascendencia llevado con ejemplar entereza. Sombra por la muerte y separación, gozo inexplicable y sereno al haber estado a su lado en el último momento. Y hablando de muerte, no sé si sombra o nubarrón oscuro, he estado dos veces a punto de morir y casi sin darme cuenta. Pequeño accidente vascular y considerable accidente de coche tan imprevisto como innecesario. El Señor puso su mano sobre mí pensando —con razón— que no estaba preparado «para el viaje» y que había que seguir floreciendo en este jardín.
     Amigos que dejan de serlo, compañeros que se van, profesores y Hermanos sacudidos por la enfermedad y llegados a su final —ellos sí— con las manos llenas y el corazón henchido de amor y fidelidad. Desengaños, titubeos, crisis que parecen insalvables pero que se resuelven soltando lastre y volviendo a navegar mar adentro de la mano de la Buena Madre, Stella Maris y Recurso Ordinario de los Maristas. Ilusiones que no se cumplen, gratitudes que resultan falsas, promesas incumplidas y proyectos nunca cristalizados. El ir y venir y volver y no llegar a lo largo de treinta y cuatro años desde entonces (siete días de un Hermano) hasta ahora. Sombras que terminan siendo gozos y que son —ahora, cada día— luz de cada mañana al despertar y volver a empezar el trabajo encomendado. Doblado el Cabo de las Tormentas, viviendo apresuradamente y casi siempre con la sexta velocidad puesta, uno sigue feliz y vacilante a la vez, allí donde Dios ha querido que floreciera.
     «Pasó una mañana, pasó una tarde y el Señor vio que las cosas eran buenas». «Más vale un día en tus atrios, Señor, que mil en mi casa». No te digo treinta y cuatro años en la casa del Señor.

     

LUNES

     Está recién estrenada la Provincia Marista Compostela. Reúne en una sola unidad administrativa a las Provincias de León, Castilla y Portugal. Nace en año jacobeo y queremos ser, desde el principio, acogida y apertura, camino y destino de fe, universalidad y encuentro. De ahí el nombre de Compostela a este nuevo proyecto Marista en el marco de la reestructuración necesaria porque somos pocos y mayores. Pero la vida, el empeño y la ilusión tienen que acompañar a la fe para nacer de nuevo.
      Vuelvo a ser Administrador Provincial y me toca el trabajo de acomodar a la nueva realidad todos los asuntos fiscales, jurídicos y económicos. Farragoso pero necesario, no siempre rápido pero imprescindible. Y a ello me dispongo desde hoy... porque eso entra «en el sueldo». En el alma mucho más que «en el sueldo» la voluntad de ayudar para que los demás apenas noten el cambio y las cosas las encuentren donde siempre pero en Compostela Marista. No en León, no en Castilla.
     Documentos en mano explico la situación a entidades jurídicas, fiscales y económicas. Rellenar papeles, explicar, hablar, pedir, esperar... Unos lo entienden pronto y agilizan el trámite. Otros no entienden demasiado bien lo que se pide y necesitan —además de explicarme yo mejor— consultar con su asesoría jurídica. Bueno... Vuelta para aquí, llamada para allá, móvil que suena, visita que se concierta, viaje que se prepara. ¿Hasta cuándo? El camino será largo pero hay que recorrerlo. Son muchos años —casi toda la vida— teniendo una personalidad jurídica, fiscal y económica pero Compostela Marista —que ya recorre camino— exige el cambio.
     Casi termina el día y no he hecho más que entrevistarme, hablar por teléfono y concertar otras visitas. Entro en la capilla y me recojo un rato dejando a la puerta la burocracia pero pidiendo al Señor paciencia y tranquilidad. Esto no se va a resolver mañana y, después de tantos años conmigo mismo, me conozco lo suficiente como para saber que lo pedido será necesario llevarlo en el equipaje. De lo contrario los nervios no quedarán en el borde y el ataque puede causar estragos.
     Voy a casa de mi madre. Ochenta y ocho años, gran lucidez mental, poca movilidad y ejemplo sereno (lo que a mí me falta) de paz y sosiego. Se ha pasado el día leyendo y haciendo punto para los biznietos (once correteando y dos en camino). Hablamos de lo sucedido y las llamadas que le han hecho, me comenta el «abc» que ha leído mientras yo «releo-escucho» y compruebo que sigue leyendo y entendiendo muy bien. Rezamos juntos (muchas veces el rosario) y le ayudo a abrir la cama. Cuando le apago la luz siempre veo que besa la foto de mi padre que tiene en su mesita. Sesenta y un años de matrimonio acumularon tanto cariño que trasciende la presencia física quebrada por la separación.
      23,30. La madre ya duerme y yo me siento privilegiado por poder prestarle esa ayuda porque ningún otro miembro de la familia vive en la ciudad. Noticias en la Cope y a dormir. Mañana, a las 6’55, toca el despertador para estar en la oración comunitaria. Luego seguirá más de lo mismo: papeles, llamadas, encargos, pagos, proyectos de reparaciones... Pero sigo pensando que Dios quiere que florezca ahí. Entra «en el sueldo» y el afán de ayudar.


MARTES

     Este viaje de hoy habrá que hacerlo muchas veces: León-Valladolid-León. Doscientos ochenta y seis kilómetros ida y vuelta. En Valladolid está la Casa provincial y allí voy con frecuencia para seguir acompasando cosas internas de Castilla y León en Compostela Marista. Somos Hermanos, somos parecidos pero, claro está, con estilos diferentes tras cincuenta años de caminar cada uno por su lado. Y ahora toca seguir el camino «siendo uno». Lo cual quiere decir que hay que analizar la realidad y confluir —sin prisas pero sin pausa— a la nueva situación que afecta a personas y obras.
     He hecho un esquema de asuntos a tratar (y lo que surgirá...) para ver con quien allí llevaba estas cosas y que ahora deja yendo a otro trabajo y me toca llevarlo a mí. Paulino —quien lo deja— me ayuda y orienta. Me pone al tanto y se pone a mi disposición. Es la grandeza y la sencillez de quienes sabemos que el oficio pasa (administrador en este caso) y que la persona sigue en otro lugar en que pueda ser útil. Aquí no hay papeles ocultos, sorpresas no previstas, cuentas de un dinero de color oscuro. Hay transparencia y orden. Lo que ocurre es que todo era de Castilla y León y ahora hay que unificarlo en Compostela. Lo que había hasta ahora en dos sitios, habrá desde ahora en un solo porque el sello marista sigue siendo el mismo.
     Contabilidad unificada en Colegios y Comunidades, variedad de seguros personales y colectivos que hay que hacer confluir, proveedores con quien hablar, previsiones de obras y reparaciones, equipamientos colegiales, asistencia sanitaria, recursos con los que se cuenta y su situación... Todo va surgiendo y vamos estableciendo plazos de confluencia donde el verano será punto de inflexión y momento de camino unificado. Mientras tanto, reuniones... las que haga falta, por lo que esos 286 kilómetros León-Valladolid-León adquirirán aires de cotidiano rutinario. En coche, en tren, en autobús. Variar para conocer... pero hacerlo.
     Hoy, cuando vuelvo con más papeles y más notas en el esquema previo tengo algo de sensación de agobio porque hay mucho que hacer. Por ello nada mejor que apagar la radio del coche y, sólo con el ruido del motor y los ojos bien abiertos (eso sí), hablar en silencio con el Señor y «ponerle al tanto» de lo que hay y de lo que hay que hacer. Llegar a León, aparcar e ir un rato a San Isidoro a seguir hablando con Él —ahora expuesto en el altar— y seguir diciéndole machaconamente que hay que florecer en este jardín de papeles y números (no flores precisamente) en que me ha puesto. Vísperas y Misa conventual con sentido y calma. Como debe ser a pesar de que el cansancio y el susodicho esquema de puntos y problemas se empeñen en distraerme de lo importante.
     Llego a casa de mi madre como es habitual. Sonríe porque me tiene allí. Cena preparada y lo de casi siempre: Algunas palabras, relectura de «abc» después de la ilustración materna, breve oración con ella, linternista de la Cope y sueño. Mañana será otro día casi igual.


MIÉRCOLES

     Ocho de la mañana en San Isidoro que está al lado de la casa de mi madre. Oración tranquila porque a esta hora la basílica está casi solitaria aunque siempre hay alguien postrado ante el Señor permanentemente expuesto. Luego —a las ocho y media— eucaristía en la capilla de Santo Martino. Personas que, como yo, (y casi siempre las mismas) acuden a este templo leonés antes de su trabajo diario.
     Hago un recorrido por tres o cuatro sitios a los que suelo ir cuando dedico el día a despachar papeles (y ordenarlos también). En uno de ellos —una entidad bancaria— aprovecho el momento para hablar con el director que se ha convertido en amigo pues nos conocemos hace muchos años y sus tres hijos fueron alumnos míos en el COU-Intercolegial. Hablamos de ellos y de la vida, de las noticias y de los sentimientos, casi nunca —en ese momento— de asuntos económicos. Con un café y unos churros que nos saben a gloria a pesar de que el colesterol no lo recomiende.
     Y al despacho todo el día. Los papeles que llevo, las notas que tengo sobre la mesa (¡cuánto me gusta ir tachando cosas aunque siempre aparezcan otras nuevas!) y los aspectos contables de comunidades y colegios a través de internet ocupan toda la jornada. Sólo (si el teléfono lo permite) el tiempo cunde y se nota que la mesa adquiere más orden y los apuntes se van acomodando en su lugar.
     Un alto para comer en una comunidad numerosa y peculiar. Algunos Hermanos que trabajan en el colegio proveniente de una reconversión de una antigua Casa de formación. Dos que estamos en el servicio provincial de secretaría y administración. Y casi todos los demás en la Casa de retiro provincial. Delicados de salud algunos, mayores casi todos. Atendidos con cariño y caridad por otros Hermanos y personas que procuran aliviar sus dolencias y cuidar de sus personas haciendo una tarea donde no siempre se acierta y donde el quebranto y la percepción de la realidad a veces juegan malas pasadas a cuidadores y cuidados.
     Aquí vive mi maestro de novicios. Noventa y siete años. Apenas puede hablar y moverse por sí mismo pero cuando le acerco un plato o le llevo a su habitación en su silla de ruedas, me aprieta la mano y me dice: «¡Qué honor. Muchas gracias!». Y otros como Miguel, mi profesor en ingreso, y Pepito, «mi maestro» en la administración, y Manuel, y Juan y Jovino y Pancracio. Todos, todos me impresionan y me ayudan. Merecen mi respeto y gratitud por lo que han supuesto en mi vida. Nunca se hará bastante —aunque se haga mucho— para atenderles lo mejor posible. Sólo la fraternidad y la fe impulsan conductas que, desde fuera y desde la ignorancia (cuando no la insidia) tachan de abandono y despreocupación. Este último año cuatro Hermanos han pasado a la Casa del Padre dejándonos un ejemplo de vida y un testimonio vocacional digno de admirar y seguir.
     Veo el arranque del telediario por si hay algo especial (aunque, como dice mi madre, «hijo, quita que todo son desgracias»), siesta (confieso depender de este vicio nacional que me ayuda a comprender otras servidumbres) y vuelta a la mesa del despacho para trabajar. Contesto algunas cartas (con el e-mail da menos pereza) y voy hasta «mi Colegio San José» donde paso un rato hablando con otros Hermanos.
     Hoy llego antes a casa de mi madre porque hay partido de la Copa de Europa. «No sé para qué lo vemos —dice mi madre—, sólo nos dan disgustos». Y acertó... El Mónaco empezó a romper el cántaro madridista...
     Lo de siempre y como siempre cada noche pero poniendo el despertador a las seis de la mañana porque al día siguiente iré a Orense y Tuy.

JUEVES

     Hace unos años proyectar un viaje a Tuy ida y vuelta en el día y trabajando era poco menos que imposible. Hoy, gracias a las autovías A-66 y A-52, la cosa es perfectamente asequible. A las 6’45 de la mañana estoy ya en carretera no antes de hacer una breve oración y despedirme de mi madre que —aunque pienso que es una faena— quiere que la despierte y le dé un beso diciéndome siempre lo mismo: «No corras, hijo. Llámame cuando llegues». A esa hora apenas hay circulación y se va con tranquilidad. Parada y café en Puebla de Sanabria, y a seguir. En el kilómetro 135 de la A-52 levanto el pie del acelerador y paso despacio. Allí tuve un accidente de coche hace un par de años. Doy gracias a Dios por la vida e, inevitablemente, miro por el retrovisor... por si acaso.
     En Orense a las 9’30 horas de la mañana. Arreglo asuntos económicos con la empresa constructora con la que trabajamos desde hace muchos años en perfecta sintonía. Visita rápida al colegio comentando otros asuntos y tercera etapa de la ruta para estar en Tuy hacia las once y media de la mañana. Me acompaña Carlos, el aparejador de la obra, y en Tuy están ya esperando Jesús —un encargado de obra de los que ya no quedan— e Ildefonso —Hermano y «ángel custodio» de nuestras obras—. Hoy también llegan a la reunión Francisco Castro y Enrique Baspino, arquitecto y aparejador del proyecto.
     Hemos acometido una profunda renovación de una Casa emblemática para nosotros. Allí nací a la vida marista en 1957. Allí están las raíces y nuestra historia, nuestra esencia. La parte interior del edificio está ya terminada y da cabida a un colegio de infantil, primaria y secundaria donde nosotros —pequeños monjes— éramos aprendices de maristas. Cuando veo el cambio me siento orgulloso de haber contribuido a ello y me acuerdo con alegría del madrugón de la mañana (5’45 horas), la oración, las clases y los paseos. Casi cinco años sin salir de allí y tan contento. Respeto a quienes reniegan de experiencias semejantes pero no comparto su opinión. Con su mejor buena voluntad —discutibles, desde luego, algunos medios— nos formaron en la fe y el esfuerzo, el trabajo y la abnegación, la hermandad y el estímulo, la competencia y la alegría de la vocación. Salir a trabajar en los colegios era una meta deseada que actuaba en nosotros como motor de propulsión de actividades y trabajos.
     Ahora estamos preparando otros espacios de la finca para actividades de alumnos durante el verano. Rehabilitar una vieja piscina y convertir antiguas instalaciones de huerta y labranza en lugar de campamento veraniego. Todo está quedando muy bien y, aunque con prisas y a contrarreloj, estará listo el día 8 de julio que llegarán los alumnos del primer campamento. Se comentan aspectos de la obra, se ajustan detalles, se toman decisiones y se fija el día de la próxima reunión que será ya cercano a la fecha de ocupación. Todos nos conocemos desde hace tiempo y se trabaja muy a gusto. Ellos son excelentes profesionales y yo sólo tengo que dejarme llevar... amén de organizar los pagos que no es poca cosa.
     Comida con la comunidad donde todavía vive uno de mis formadores. Antonio, plena lucidez, movimiento ágil y arcón de recuerdos e historia tudense (lleva aquí desde 1942 y tiene ya noventa y tres años). Siempre le digo: «Patriarca, no serás tú de aquéllos de quien dijo el Señor: Y si yo quiero que éste viva hasta el fin de los siglos, ¿a ti, qué?». Y se ríe socarronamente como buen gallego que es.
     Antes de regresar procuro siempre hacer una visita a la gran capilla donde viví tantas ceremonias litúrgicas solemnes y donde hice la primera Profesión religiosa y los Votos perpetuos. Casi fue ayer y han pasado cuarenta y seis años. ¡Dios mío, qué mayor soy! Voy también al panteón provincial. Repaso las tumbas más recientes y las pequeñas lápidas de todos los enterrados. Pienso con tranquilidad y gozo que yo también estaré allí cuando Dios quiera. Al lado de todos y con todos los que dijeron sí hasta el final.
     Vuelta a León. Son casi las nueve y media de la noche cuando llego. Ochocientos kilómetros, reuniones y no demasiado cansancio. Sólo la espalda —¡dichosas lumbares!— que cada día se resiente más. ¡Qué le vamos a hacer! Lo dicho: esto entra en «el sueldo». Y es mayor la alegría de ver como Tuy —vida y recuerdo— se renueva sin perder la esencia que quedan en la capilla y el panteón.
     Mi madre, mientras tanto, ya ha rezado el rosario y las obligadas preces a San Cristóbal para que volviera en paz y en bien. Le ha hecho caso... Cena y a dormir pronto sin «abc» ni Cope.

          
VIERNES

     Hoy es también un día de trabajo pero algo especial, muy agradable por otra parte. Y es que dedico gran parte del día a tratar asuntos con el Provincial. Con esto de la unión de las Provincias él reside en Valladolid y yo en León. Por eso tenemos que buscar «huecos» en nuestras agendas para encontrarnos y hacer un repaso a las cosas, programar actividades y viajes conjuntos y dialogar. Algo que echo mucho de menos desde que hemos tenido que vivir en lugares diferentes. Antes estábamos en la misma casa y pared por medio en nuestros despachos. Aunque un Provincial vive siempre con el equipaje preparado y el coche en marcha teníamos encuentros frecuentes y no existía esa sensación de distancia que ahora se ha impuesto.
     Por eso digo que es una jornada de trabajo pero muy agradable. Primitivo (así se llama el Provincial) y yo somos compañeros de noviciado y luego hemos pasado juntos muchos años compartiendo cargos y gobierno. Existe entre nosotros una profunda amistad y nos entendemos con la mirada. Él pone tranquilidad y sosiego a mis prisas, calma mis ansias de que todo esté controlado y arroja clarividencia a temas que tenemos que decidir en conjunto. Admirable virtud la suya de vivir tranquilo en medio de situaciones personales e institucionales no siempre fáciles de abordar. La verdad es que es una persona que sabe transmitir serenidad y paz, acogida y comprensión. Sabe decir las cosas sin herir pero con firmeza y toma decisiones adecuadas aunque no siempre sean muy entendidas. Yo le descargo de temas económicos y jurídicos para que su dedicación a las personas sea mayor. Somos —como dicen y quieren nuestras constituciones— distintos pero complementarios.
     Cuando la lista de temas a tratar se agota (hasta la siguiente...) nuestra conversación se vuelve íntima y cercana. Se centra en nuestras personas y actitudes ante la vida, a veces fluyen recuerdos juveniles, otras discurre teniendo en cuenta situaciones familiares o de otros Hermanos y obras. Ya no es el dato técnico o la fecha obligada de actuación, es el corazón y el cariño que buscan acomodo en nuestro ser y actuar para con los demás. Como es evidente nuestra sintonía quienes nos conocen saben de nuestra profunda amistad y admiran el nivel de entendimiento y actuación conjunta que tenemos. A mí me encanta y ayuda esto a la vez que me estimula a seguir al frente de las obligaciones que tengo.
     Por eso he dicho que es un día de trabajo diferente y una situación agradable potenciado todavía más porque estábamos «mal acostumbrados» en la situación anterior. Ahora la distancia y la ausencia diaria nos ha hecho apreciar más estos encuentros. Por supuesto que el trabajo avanza y que no siempre opinamos lo mismo sobre asuntos, personas y actuaciones pero siempre terminamos decidiendo un modo común de afrontar lo estudiado. Lo más importante al acabar la jornada es que el hilo de la fraternidad nos anuda más y mejor. Al cabo de muchas horas de trabajo asusta menos lo que queda por hacer sabiendo que el apoyo y la cercanía personal nos acompañarán siempre y de modo más fuerte.
     Él vuelve a la Casa provincial a Valladolid y yo me quedo en León. Hemos vivido una jornada intensa pero alegre y distendida. Mientras no vuelva un día así, móvil y e-mail como elementos de contacto y trabajo compartido. Fraternidad y cariño como lazos de unión.
     Voy a San Isidoro un rato. Para recogerme un poco, para mirar al Señor Sacramentado, para agradecer lo vivido. Luego a casa de mi madre tratando de poner en práctica —como cada noche— el cuarto mandamiento. «Recargar batería» al lado de una anciana de ochenta y ocho años que, sonriente y servicial, ya tiene la cena preparada. Dios es bueno conmigo habiéndome otorgado vivir un día como éste que ahora acaba.

SABADO

     Era un día de clausura de Ejercicios espirituales y me ha tocado preparar la eucaristía. Monición de entrada, introducción a las lecturas, preces antes del ofertorio... y una despedida final que he titulado «Epílogo para Hermanos» y que ahora transcribo aquí... por si vale:

     Olegario González de Cardedal escribió hace años una carta a un educador y epílogo para japoneses. No es fácil escribir a un educador y —menos aún— un epílogo para japoneses. Pero sí es fácil escribir —escribirme— un epílogo para Hermanos ahora que acaban nuestros Ejercicios espirituales.
     Hemos procurado estos días —de la mano de nuestro Superior general—, revolucionar nuestro corazón. Es decir, rebajar el colesterol de la rutina y limpiar cuadernas y vías —venas y arterias— para que la próxima navegación sea más fluida y no haya en la circulación trombos malignos que paralicen el compromiso generoso prometido en estos días.
     No sé si seremos capaces de dibujar a Dios con nuestra vida y de que quienes nos rodean lo sepan en seguida. Pero si, como hemos pretendido estos días, hemos iniciado la revolución del corazón estaremos en la senda de la espiritualidad de San Marcelino Champagnat: Oración, apostolado y vida comunitaria.
     Oración sentida, continuado y constante a pesar de que nos parezca aburrida y repetida. Pero, desde luego, nuestro coronel —Dios— siempre tendrá quien le escriba y seremos carteros fieles que —al menos— pasarán siempre dos veces por la Casa del Señor.
     Apóstoles diversos y diversificados pero siempre mensajeros de evangelio. Lo mismo quienes corren en la autopista del trabajo en clase con la sexta velocidad siempre puesta que quienes —en boxes— ayudan a repostar, cambian piezas y reponen neumáticos. No puede ser que los años y el cansancio nos echen a la cuneta y nos subamos para siempre al coche-escoba que recoge y retira pero nunca repara y repone en la pista. Como tantos Hermanos nuestros que nos precedieron hay que seguir haciendo una buena educación aunque no tengamos los medios de éxito de cámara y altavoz, desmintiendo así la pretendida mala educación de quien, con un gran angular desenfocado, sólo ve corrupción y tópicos exagerados.
     Y vida comunitaria. Tenemos que creer de verdad que nuestros vecinos (nuestros Hermanos) son adorables, que en el hogar marista sí hay quien viva y que nuestras crónicas no son —afortunadamente— marcianas si no humanas y fraternas.
     Hermanos, ocho de los nuestros se fueron este año a la Provincia del cielo, a la reestructuración definitiva. Como en el vía crucis de Cabodevilla tenemos que decirles con sentido y corazón: Descansad, Hermanos, vosotros ya sois historia y ejemplo. Nosotros seguiremos escribiendo el catón marista y aprovecharemos la estela de vuestro viaje para seguiros allí donde estáis juntos y nos esperáis una vez que —como vosotros— hayamos revolucionado el corazón.


DOMINGO

     Descanso. Procurar paz y sosiego. Algo de lectura y paseo. Ordenar algún papel y repasar la agenda. Acompañar algo más a mi madre que está más sola porque es día de descanso para quienes la cuidan durante la semana.
     Espero que el Señor vea «que son buenos» estos siete días de un Hermano... más mayor. Al menos, son días de un Hermano que, después de treinta y cuatro años, sigue queriendo florecer donde Dios le ha puesto.

Octubre 2004

Paco Calleja


410 En más de una ocasión he recibido cartas lacónico-agresivas de desconocidos lectores que venían a decir: «Las historias que usted cuenta, señor JSV, son demasiado bonitas. La vida no es así. Haga el favor de ser más realista». Yo creo que la vida real es en realidad según los ojos con que se mira, según el corazón con que se ama. Para variar de voz y de perspectiva, en honor de los «lacónico-agresivos», he pedido a varios amigos míos (no podía pedir tal favor a mis enemigos, por la sencilla razón de que no soy tan importante como para tenerlos) que cuenten sencilla y realísticamente «7 días de su vida» de «cocineros de los cristianos» y de «señaladores del Camino».— J.S.V.