NUEVE DÍAS volver al menú
 


     Durante 46 años (desde enero de 1957 a octubre de 2003) he editado un boletín vocacional. Para recordar mensualmente que Dios sigue llamando.
     El género literario de los textos variaba mucho. Desde contar «por qué me hice sacerdote» a historias, desde palabras para un futuro diccionario vocacional a cuentos y parábolas, sin olvidar el Mensaje anual del Papa para las Jornada de oración por las vocaciones. Un género socorrido era el de que amigos míos (sacerdotes, religiosas, religiosos, misioneros), contaran «7 días» de su vida, de verdad.
     En 1986 publiqué «8 días» escritos por un joven dominico que por entonces andaba por el Bronx neoyorquino: «Para que el rumor de Dios no se apague». Eran cuatro sábados, dos viernes, un miércoles y un domingo. Intrigado pregunté en voz escrita: «¿Qué le pasará al emigrado los lunes, los martes y los jueves?». [Ver hoja 240-241]. Ahora sabemos ya algo de lo qué le ha pasado, en qué ha pensado y soñado, los lunes, martes y jueves, José Antonio Solórzano.

J.S.V.


     17 años después de... «para que el rumor de Dios no se apague», aún sigo siendo el que era.
     Han pasado 166 hojas vocacionales desde aquella escrita desde el Bronx, la nº 240-241. Han pasado 17 años de vida religiosa y sacerdotal muy intensa; mucho, doy fe. Si yo contara... pero lo dejaré para cuando escriba más que mis memorias, mis olvidos, porque lo que escriba tendrá que ir muy aderezado con la palabra «perdón». Allí se me desafiaba a contar cosas ocurridas los lunes, los martes y los jueves porque lo que contaba estaba escrito en domingo, en miércoles, en viernes y en sábado. Esta vez voy a completar esos días..
     17 años han pasado. Comenzaba con una cita de Jaroslav Seifert que decía: «¡Creedme, ha sido un tiempo bellísimo!». Ahora digo: «¡Creedme, ha sido un tiempo durísimo!».



RELEVO

lunes, 28 de octubre

     En el lema del Domund la fuerza estaba en la palabra «relevo». No había ningún mensaje subliminal. Estaba muy claro. Numéricamente, en los países occidentales, los religiosos, sacerdotes y religiosas, somos cada vez menos; lo cual implica que la calidad haya mejorado. Somos como siempre: buena gente, llenos de anhelos y deseos, conscientes de nuestras limitaciones, sin tanta relevancia social. Los sociólogos de la religión dicen que, en nuestro país, aún no hemos tocado fondo en el tema de la secularización de nuestra sociedad, que estamos en los inicios.

     Relevo, palabra mágica. ¿Tomar el testigo o ser testigo? Ser testigo tomando el testigo. Porque se puede ser testigo a secas —lo de a secas es un decir— como cristiano «normal», o querer ser testigo tomando el testigo-testimonio de otros y otras que animaron, cuidaron, alentaron la carrera de la fe de los testigos normales.

     Relevo. Ese domingo me tocó relevar a otros dos sacerdotes en unas capellanías universitarias, además de la que ya tenía asignada como «propia». Misa —¿misa o eucaristía?; sin duda difieren un poco— a las 9 de la mañana en una residencia de chicas. Asistían 5 religiosas. Ni una universitaria. Hablarles del “relevo” me parecía una ironía del destino. Les hablé, me hablé, de la obra bien hecha, de hacer lo que se tiene que hacer sin esperar nada a cambio. Muy bonito, sí, pero...

     A las 11, otra eucaristía “universitaria”. Esta vez más en familia, con dominicas. Cuatro dominicas y tres chicas. Iba mejorando la cosa. Sí, hablé del relevo. Las chicas sonreían como diciendo... ni lo sueñes. Las dominicas movían la cabeza y callaban... apesadumbradas. Nadie tras ellas.

     A la 1, eucaristía en mi Colegio Mayor, 5 chicos y la madre de uno de ellos. Les conté lo de las otras dos misas. Con esta tercera, 18 asistentes en total. Ganábamos los chicos en número de asistencia. Fui un poco más explícito con lo del “relevo”. Había que aprovechar la presencia de la madre para que opinase. Lo hizo. Dicen que Jesús empezó con 12, que se sepa. Alguno y alguna más habría. ¿Desalentarme yo...? ¡Qué va! Sí me desaliento cuando no hay una respuesta a valores humanos, a propuestas humanas, porque uno no sabe si está acertando, haciendo algo de valor; pero ¿en lo cristiano? Ningún desaliento. Está su palabra: «Estaré con vosotros... no tengáis miedo... hombres de poca fe... os enviaré el Espíritu y...». Yo voy a intentar hacerlo lo mejor que pueda y sepa, el resto... que Él haga algo. Habrá que esperar, estará cansado... yo qué sé. Además, relevarme a mí no es nada fácil, ¿eh? En cambio, revelarme es muy sencillo. Estoy abierto, cada día más, a cualquier revelación, a cualquier manifestación de Dios, y me dejaré asombrar y sabré dar gracias. No me cabe duda.

     Ante la ausencia de relevo y carentes de horizonte de expectativas para continuar como familia religiosa, suelo recordarles y aplicarme estas palabras de Tagore: «Mantente a flote por todos los medios, pero si no te es posible, ten el valor de hundirte sin ruido».

     De alguna forma, todos estamos caminando sobre las aguas... y no sabemos dónde están las piedras.


IR AL TEATRO

lunes, 9 de junio

     Fui al teatro hace unos días. Obra sobre Diderot y la «utilidad o no de la moral». La actriz principal es amiga. Se casó con un croata. Celebramos una boda fuera de lo común. Junto con el folleto de la representación iba el anuncio de una puesta en escena sobre Luis Cernuda y su obra, y unos versos suyos:
Tú justificas mi existencia: / si no te conozco, no he vivido; / si muero sin conocerte / no muero, porque no he vivido.
     Me da igual a quién se los dedicase Cernuda. A mí me sirven como complemento a aquel poema-oración de hace 17 años: «Tú me tienes que dar la respuesta final a tanto silencio, a tanta soledad. Tú me tienes que dar la honda señal. Los días de agobio, el bronco final. Tú solo, Señor, me darás el remanso, el oasis, la paz...». Resuena en mí como «...Tú justificas mi existencia». Si no, pierdo el sentido con tantas cosas inútiles que me toca hacer y tantos fallos personales que hago.

     También ir al teatro ofrece posibilidades litúrgico-orantes. También cuando contemplo o participo de una liturgia bien hecha me ofrece posibilidades estético-teatrales de goce. ¡Qué pena que los sacerdotes sean, en general, tan malos actores, tan pésimos oradores! ¿Creerán en la fuerza de la Palabra...? Me gustaría creer que sí.


HUMILDE

martes, 10 junio

     Escribo un martes, pero sucedió un sábado por la noche.

     El sábado hay que acostarse más tarde en un Colegio Mayor.

     Apareció a las 12,30 por mi despacho. Yo escuchaba música y escribía algo al ordenador. Cuando aparece Jaume, hay que dejarlo todo, le gusta hablar, que le escuchen, que le mimen. Es un buen hijo único a quien no se le nota, pero echa en falta el no haber tenido hermanos. Hablamos de todo. En muchas cosas no parece tener 21 años. Hay en él un atisbo de sabio. La conversación discurrió por mil derroteros: estudios, amigos, novia, familia, Dios, futuro,... el típico cocktail de conversación nocturna. Le encanta hablar con gente mayor, no se siente bien entre los de su edad, nada le dicen. Cuando habla de algún compañero, sólo se limita a decir «ese chico es humilde» o «ese chico no es humilde». No va más allá su comentario crítico. Con ello lo dice todo.

     —¿Humilde? Qué quieres decir con eso...?, le pregunto.

     —Pues eso, que no sabe aceptar sus limitaciones, que no es capaz de ayudar a nadie, que está demasiado pagado de sí, que no acepta nada, que...

     —Y tú, ¿te consideras humilde en el sentido que apuntas...?

     —Sí, creo que lo soy. No me da reparo decirlo.

     —Entonces, ¿quiere decir que te consideras buena persona...?

     —Sí, sin duda. Mira, ¿sabes cuándo me doy cuenta de que soy buena persona? En el avión. Cuando las azafatas comienzan a explicar las salidas de emergencia, el chaleco salvavidas, la mascarilla de oxígeno, yo las atiendo como si de mi primer vuelo se tratara. Me fijo que sólo los niños y los que vuelen por vez primera les hacen caso. Me parece terrible no hacérselo, ellas ponen su empeño en salvarnos la vida y la inmensa mayoría sigue como si no les incumbiera. Es entonces cuando me digo, «Jaume, realmente eres buena persona»...; acepto sus explicaciones y las atiendo porque están velando por mi vida. Me siento contento cuando lo hago. Fíjate que bobada, me siento humilde, necesitado de ellas...


     Sí, este muchacho es bueno. Esa noche hablamos de Dios, de las mil posibilidades coloreantes de su propia vocación humana; quiere ser ingeniero naval, dice. No ha descubierto aún el valor de lo cristiano para su vida. De ello, no tiene él la culpa. Yo creo que tiene una vocación de servicio que no sabe cómo encauzarla. El me dice: «Yo sé que a ti te gustaría que yo fuese..., pero no, necesito el mar, necesito amar y sentirme amado». En eso coincide con aquellos de Galilea. Hablamos de su tío sacerdote, de lo mucho que hizo en unos recónditos pueblos mallorquines, de lo que él le admiraba, de... Yo sé que hay genes que se trasmiten y afloran en otra generación. De momento, Jaume es en verdad un muchacho bueno, estudioso, responsable, servicial y humilde; y lo que es mejor: no es nada tonto, la viveza pícara e infantil de su mirada le delatan. Tiene todas las cualidades iniciales para poder ser un buen...; pero he conocido varios así que una vez dado el paso se echaron tan pronto a perder... No seré yo quien le anime, pero él es consciente de que cuando sale el tema o algo afín, yo guardo silencio...y él sabe ver más allá. Dios y su tío tendrán algo que hacer. Yo me limito a acompañarle con cierta distancia. Sería triste que la vida agostase su bondad de corazón. Espero que el mar, la mar, le hable.

     A las tres de la mañana, nos fuimos a dormir. Habíamos cultivado la complicidad mutua, ese componente esencial de esa otra vivencia que se va tejiendo en el tiempo y que se llama amistad.

     ¿De qué he estado hablando? ¡Ah, sí, del sacerdocio..., de la vocación esencial, de..! Me despisté y pensé que hablaba de la vocación de mar.


ATLETA DE DIOS

jueves, 12 de junio.

     Me pide Diego, amigo de años, alumno que fue, que le escriba unas pocas líneas sobre el libro «El hombre que plantaba árboles». Releo el libro por enésima vez. Es una pequeña joya que nos habla de un hombre, de un pastor, que plantando árboles volvió a la vida toda una zona desértica. El inicio me parece tan bello...

     «Para que un personaje manifieste sus más excepcionales cualidades, hay que tener la fortuna de poder observar su actuación a lo largo de muchos años. Si dicha actuación está desprovista de todo egoísmo, si obedece a una generosidad sin par, si es del todo cierto que no abriga un afán de recompensa y que, por añadidura, ha dejado una huella patente sobre la faz de la tierra, entonces no cabe error alguno».

     Si yo, sacerdote, fuese así...

     Gracias a que conozco alguno con ese cúmulo de cualidades, la Iglesia no es un desierto.

     Y más adelante dice:«El sosiego, el esfuerzo constante, el aire vigorizador de la montaña, la frugalidad y, por encima de todo, la paz de espíritu habían dotado a aquel hombre de una vitalidad impresionante. Era un atleta de Dios».

     Todo sacerdote es pastor. Plantar hombres como árboles, sembrar futuro, recoger esperanza, resucitar, volver la vida a cualquier vida desértica, ¿acaso es otra cosa el sacerdocio?

     Ahora me doy cuenta de que relevo y atleta de Dios van unidos. Cierto: todo lo que asciende converge.


ESCÁNDALO

lunes, 16 de junio

     Me invitaron hace poco a dar una ¿conferencia? —yo nunca doy conferencias, porque nunca concluyo como se debe y como se espera— sobre el tratamiento que los Medios de Comunicación venían haciendo de algunas actitudes escandalosas de esporádicos miembros de la Iglesia en determinadas cuestiones que antaño no admitían parvedad de materia. Me resistí hasta donde pude, que no fue mucho. La preparé con temor y temblor y sudé tinta para darle forma y sobre todo fondo a algo que si bien no preocupa en demasía a los creyentes sí llevaba muchos meses en el candelero de los «mass media».

     Comencé un miércoles santo y terminé un lunes de Pascua. No me dio tiempo a resucitar, sólo a respirar. El jueves santo ya no podía más. Estaba abrumado, que no escandalizado, de tanta noticia truculenta y turbulenta. Había que mantener el tipo y el equilibrio para no terminar con una visión tan sesgada como la de los «medios» y, sobre todo, para poner una vez más de manifiesto que si las limitaciones humanas y el sigámoslo llamando «pecado» no nos humaniza más, entonces no merece la pena pecar. He dicho «pena», —no he dicho la alegría—, esa pena honda que se asemeja a cierta tristeza que nos queda por haberle restado un poco a la plenitud y a la dicha personal. Había que «salvar» no sólo la situación difícil en la que me habían situado los peticionarios de la charla, sino que, sobre todo, había que sentirse salvados, no entristecidos, por pertenecer a una comunidad de creyentes que no tiene inconveniente de manifestar y confesar sus fallos.

     Internet me facilitaba mucho las cosas. El domingo de Pascua, por la tarde, leyendo sobre el mismo asunto unas «news» americanas, topé con una larga reflexión de un sacerdote norteamericano. Me gustó lo que decía, me reconfortó en medio de tanta escabrosidad. Aquí sólo recojo el final, por lo divertido de la situación y por lo teológico-realista de la respuesta. Como es natural, no me quedó más remedio que terminar la charla con esta anécdota llena de color histórico. Los asistentes respiraron agradecidos; no se sintieron tan malos y pudieron reír con ese final prestado tan airoso. El aplauso estaba asegurado.

     La anécdota, sin duda, era reconciliadora, ingeniosa; abría una ventana oxigenante para que el espíritu, el nuestro, apesadumbrado ante tanta noticia negativa, pudiese salir al aire y se convirtiese en el Espíritu volandero que sigue haciendo de las suyas... para bien de la Iglesia, aunque pese a quien le pese. Y pesa, ¡vaya si pesa!

     «Algunas personas predicen que en esta región (USA) la Iglesia pasará tiempos difíciles y quizá sea así, pero la Iglesia sobrevivirá, porque el Señor se asegurará de que sobreviva. Una de las más grandes réplicas en la historia sucedió justamente hace 200 años. El emperador francés Napoleón engullía con sus ejércitos a los países de Europa con la intención final de dominar totalmente el mundo. En aquel entonces dijo una vez al cardenal Consalvi: ¡Voy a destruir su Iglesia! (Je détruirai votre Eglise!). El cardenal le contestó: No, no podrá. Napoleón, con su 1,50 de altura, dijo enérgico otra vez: Je détruirai votre Eglise!. El Cardenal confiado, dijo. No, no podrá. ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!».

     Esta anécdota la cuenta el P. Roger J.Landry, de la diócesis de Fall River. La verdad es que está pero que muy bien. No la había oído nunca.

     Por tanto, no tengamos miedo, Jesús va en la barca y parece que Él no tiene ninguna (gana) intención de ahogarse con nosotros.

     ¿Por qué temer ante la escasez de vocaciones...?

     Más miedo me dan a mí las que ya hay, entre ellas, la mía, con la que tengo que hacer enormes esfuerzos para que no se desgaste.


ATAR Y DESATAR

martes, 24 de junio

     Hoy me envía por correo electrónico un ignoto amigo de México, una colección de historias aparecidas en la prensa también. Transcribo una sola de ellas. Todas tiene un carácter ejemplificador, moralizante, ayudan a pensar. Está me parece buena, sublime, reconfortadora. Sirve de complemento a la otra, a la napoleónica.

     No se trata de animar a cometer deslices, no. Pero consuela tener un a Dios así y a un Hijo que lo interpreta tan bien.

     Una de las más desconcertantes —y deliciosas— enseñanzas del Maestro era: «Dios está más cerca de los pecadores que de los santos». Y lo explicaba de la siguiente manera: «El Señor, en los cielos, tiene un hilo que lo une con todos y cada uno de nosotros. Cuando yerras, este hilo se corta, y el Señor hace un nudo. Cuantos más pecados cometes, más nudos tiene la cuerda, que así se acorta y se acorta, acercándote a Su misericordia».

     Como sacerdote, me gustaría humanizarme más y más, experimentar cómo se va acortando el hilo y, sobre todo, me siento a gusto cada vez que ayudo a Dios a hacer el nudo. Lo percibo muy vivo cada vez que "desato" a alguien de su pesadumbre interior y le ayudo a atarse al nudo de la misericordia y el perdón.


LA «MULTI», LO «MULTI»

lunes, 30 de junio

     En mi época juvenil lo que estaba de moda era la multicopista. El país se llenaba de hojas ciclostiladas a multicopista. Con una roneo yo hice de todo: apuntes, panfletos, copias de teatro, hojas subversivas para la Salamanca de entonces. No dejaba de ser una contribución silenciosa a la esperanza del cambio que uno ya mantenía e intuía como próximo. Los osados izquierdosos, hoy de derechas, peroraban cuanto les dejaban. Yo, imprimía octavillas. Gracias a eso me mantengo sin haber claudicado. La multi, con la fotocopiadora, murió.

     Hoy la palabra «multi» tiene otras connotaciones más humanas: multicultural, multirracial, multinacional, multirreligioso Gracias a aquellas «multis» hoy hemos podido abrirnos a todo lo que sea multi-lo-que-sea. La verdad es que yo me siento bastante abierto, por no decir muy, a lo multi.

     Esto viene a... ¿a qué viene esto...?

     Como persona y sobre todo como sacerdote me cuesta entender aquellas actitudes provincianas, nacionalistoides, sin perspectiva de la catolicidad, sin sentido de lo universal ¿Qué va de hombre a hombre, de persona a persona...? Variarán los países, las culturas, las razas y, sobre todo, las oportunidades; pero lo que es la persona con sus sentimientos universales o los universales del sentimiento... no creo que haya grandes variantes. Por eso cada día me sorprendo más de la cantidad de gentes variopintas, de países, razas, religiones y culturas que he tenido la oportunidad de conocer y que sigo conociendo.

     Hace apenas media hora me llamaba una amiga, Irene, de Quito para que vaya una semana a dar unas charlas sobre Literatura y Educación y de paso, si puedo, algo de espiritualidad. En su visita a Madrid, hace unos meses, le regalé «El último encuentro» del húngaro Sandor Márai. Fascinada lo pasó a sus amistades, cultérrimas todas, que también quedaron fascinadas. Aceptada la invitación, decidido a hablar, algo de dentro les comunicaré... Volver a Quito me hace ilusión y además con viaje pagado. Uno se cansa de ver los mismos rostros todos los días; se necesita el mestizaje de la visión y del corazón.

     En fin, América insólita.

     Hace dos semanas que me cené (la expresión «me cené» la utiliza mucho Gabriela Mistral, no sé si es un arcaísmo idiomático, qué más da; ella fue Premio Nobel, yo soy premio nada, pero si decimos «me desayuné», ¿por qué no decir «me cené»?) con Thomas y Agatha, polacos, y su hijo, Konrad, recién nacido. Celebré su matrimonio en español y polaco. Vinieron sus familiares de Polonia. El padre de ella era un alto capitoste del partido comunista. Me cuenta Ágatha durante al cena, que el padre, desde la boda, menos comunista ya, es decir, nada, que tanto le impactó como celebración cristiana, ha vuelto al «redil». Su párroco pasa por casa cada poco, contribuye al sostenimiento de la Iglesia, se deja caer por la iglesia de vez en cuando y comenta que «aquel cura español me echó a perder...». Siempre le dice a su hija que no deje de darme saludos cuando me vea. El septiembre bautizaremos a su nieto. Vendrá. Volveremos a vernos. Convertir a un polaco excomunista no debe ser tarea fácil. Mira por dónde si yo no hubiese sido sacerdote nunca le hubiera conocido...

     En fin, Europa rejuveneciéndose.

     Viajo tres días con Mahmoud, a Cantabria. 30 años, oftalmólogo, musulmán hasta el calcañar. Cantabria le sonaba a paraíso verde. Estaba ilusionado por conocerla y le invité. Iniciamos el viaje rezando en castellano y en árabe. Ya le dije que no cabíamos más en el coche: Dios, Alá, él y yo. Fascinado no dejaba de contemplar el verde de los campos, de los montes. Nunca había visto vacas blanquinegras. Hablamos de todo. Guardamos muchos ratos de silencio. El miraba, preguntaba poco. Santillana, Comillas, mi valle pasiego. Entraba en las iglesias que visitamos con una reverencia que ya la hubiera querido yo para muchos bautizados. Hablamos mucho de religión. Él, desde los 3 años a los 11, estudió en un colegio católico de El Cairo. Fue su madre, profesora de filosofía islámica, la que le educó en la fe, además de lo mucho que ha leído sobre el islam. Ambos exponíamos nuestros puntos de vista y sentíamos crecer el respeto y admiración mutuas por nuestras creencias. No hubo discusión en ningún momento, sí muchas risas relativizadoras de credulidades afines. Le costaba comprender la indiferencia religiosa de los muchachos del Colegio Mayor, su desinterés total por participar en cualquier acto programado en el colegio.

     Él me preguntaba muchas cosas sobre el sacerdocio, sobre los dominicos —su madre había sido amiga de un dominico sirio y suele ir con frecuencia a investigar a la biblioteca de los dominicos de El Cairo que parece ser una de las mejores en filosofía y teología islámicas—. Aprendí mucho con Mahmoud estos tres días. Ambos salimos fortalecidos no sólo en la amistad, sino en las raíces comunes de nuestra fe. Los “imam”, los-sacerdotes-musulmanes, son los hombres de fe. No en vano iman significa fe.

     En fin, Africa desconocida.

     Fue un viaje ecuménico, multicultural, multirracial, multirreligioso. Sin asperezas ni malentendidos. ¿Cómo habrá gente que se pelea por cuestiones de fe...? ¿Cómo puede haber creyentes que se consideran dueños del frasco de las esencias...? ¿Cómo puede haber sacerdotes tan convencidos de que poseen la llave de la verdad total...?

     Yo, si entro en el cielo, espero que sea acompañado con amigos de muchos países, de hondas creencias, de variopintas increencias... Y eso gracias al sacerdocio, a la vocación religioso-dominicana tan maltrecha la pobre, al talante personal que no pocos disgustos me cuesta cultivarlo como algo muy libre, acogedor y humanizador... aunque a veces me dé un cierto golpe de aparente obstinación, producto de mi ascendencia «leo», que no es sino eso que los alemanes llaman «eigennsin», propio criterio, tenacidad, obstinación, tesón, constancia, que se traduce en cierta cabezonería o amor propio —¿o será propio amor?— para unos o en enfermiza responsabilidad, para otros, y sobre todo para mí, que me conozco bastante bien. En fin, afectivamente solo, me siento en compañía de muchos y puedo amar a unos pocos. El resto de la afectividad sublime y de la castidad como sublimación, no me preocupan en exceso.


EL CORAZÓN DE MANOLO

jueves, 3 de julio

     Manolo es un buen hombre de corazón maltrecho. Es apasionado, entregado, quiere decir tanto que las frases le salen entrecortadas, sin sentido lingüístico, pero se le comprende muy bien por la pasión sincera que pone.

     Administrador entre los suyos, de vez en cuando marcha a Argentina, Paraguay. Lo necesita. Le necesitan. Siempre nos escribe desde allá algún correo. Al estilo de las cartas paulinas: saludo, recomendaciones, vivencias, reflexiones. Es sacerdote hasta la médula. En el último correo nos cuenta su experiencia en un viaje en colectivo lleno de gentes, niños, vendedores, estudiantes; toda una mezcla apretujada en algo que se parecía a un bus. Nos dice que sale a decir misa a 5 cuadras y que va lleno de miedo, Y dice: «Eso sí, hay gente muy buena. La gente sencilla es buena, cariñosa y muy agradecida con cualquier cosa. Yo estoy muy a gusto, aunque a veces se hace duro. Las confesiones no tienen nada de tal. Son un continuo escuchar situaciones realmente dramáticas. Parece increíble lo que sufre y vive la gente».

     Si no fuese por estas pequeñas temporadas allá, Manolo se asfixiaría en los papeleos de acá. Su corazón no aguantaría. Además es un hombre tan convencido de la pastoral educativa, que cualquier pequeña cosa educativa le hace vibrar con entusiasmo. Le encantan las “noticias” eclesiales. Las sabe todas. Con sacerdotes misioneros así, el futuro de la Iglesia está asegurado. Y por suerte hay muchos de esta guisa. No en vano Manolo, además de llamarse Manuel, Emmanuel, Dios con nosotros, se apellida Barahona, de la raza apostólica de los Bar Jona, Bar: hijo de, descendiente del no menos apasionado Pedro Barjona, el «pedrusco» sobre en el que comenzó a edificarse la Iglesia. Los hay con suerte hasta en el nombre.


VIAJAR

martes de verano

     Estos días ha hecho un calor bárbaro. Hoy, no. Desde mi despacho oigo las hojas dejarse rozar por una brisa agradable. El cielo está lleno de nubes que barruntan no sé qué; tormenta, no. Hay una especie de calma suave.

     Planifico un viaje, largo. ¡He planificado tantos a lo largo de la vida! Y lo que es mejor, casi todo los he llevado a efecto. Sí, creo haber viajado bastante; nunca como turista, nunca como peregrino. He sido simplemente viajero y un poco romero, siempre por caminos nuevos. Pero no lo voy a negar: cada vez me cuesta más iniciar un viaje, hacer los preparativos, lanzarme. Una vez ya en ruta, disfruto con cada encuentro, con cada visión nueva. Me decía Mahmoud en el viaje hecho juntos, cuando hablábamos de la visión, sobre todo de la visión interior, la frase del médico francés Claude Bernard: Quien no sepa lo que está buscando, nunca lo verá. En todo viaje, más que búsqueda, hay encuentro, encuentros. Hay toda una filosofía del viaje, de la vida como viaje. Toda la literatura está impregnada de viajes y de viajeros, que casi siempre desembocan en el «viaje interior», como el más auténtico; ese viaje al que uno termina replegándose como el más fiel y en el que se recrea todo lo vivido, sin añoranzas ni nostalgias de antaño.

     Este año he viajado mucho por toda la geografía nacional. Lo he hecho en compañía de Menapace, de Guille, de Sans Vila, de Lucini, de... gente interesante, muy viva y silenciosa, que sabe ver y contemplar el paisaje exterior como trasunto del paisaje interior. Muchos rosarios hemos rezado y desgranado por esos paisajes ora yermos ora ubérrimos. Seguro que alguno habrá fructificado. Tantas horas juntos por carretera, han hecho que desplegásemos nuestros viajes personales por el mundo como cartografía interior. Silencio contemplativo y dormitivo a ratos, música, opiniones, puntos de vista, rezos, discusiones, paradas, comparaciones, versos, cuentos...cada viaje, una aventura; cada semana, un descubrimiento. Y nos fuimos conociendo, respetando, valorando... ¡Los viajes, son tan decidores de los que somos!

     Hacía poco que había terminado de leer la novela de A. Maalouf, todo un viaje por la Europa del siglo XVII, descrito por el comerciante Baldassare, con la disculpa sana de encontrar el libro que hablase del centésimo nombre de Dios, el nombre oculto, transmisor de toda al sabiduría divina, ¡como si en un nombre estuviese oculto todo el poder y sabiduría de Dios! No parece que nos baste con saber que es Amor, el único nombre verdadero. Baldassare es un hombre templado, con gran fortaleza interior, con alguna que otra debilidad, que le va haciendo más fuerte, con una gran visión interior, que sabe lo que está buscando y que al final no querrá encontrarlo del todo. Casi desde el inicio, nos escribe en su bitácora: «¡Estambul! ¡Estambul!. A quienes tienen ojos es difícil decirles que no hay nada que ver en el mundo. Y, sin embargo, es la verdad, créame vuestra merced. Para conocer el mundo, basta con escucharlo. Lo que vemos en los viajes no es más que un trampantojo. Sombras que persiguen otras sombras. Los caminos y los países no nos enseñan nada que no sepamos ya, nada que no podamos escuchar en nosotros mismos en la paz de la noche». Cierto. Pero para llegar a esta reflexión con sabor de finalidad hace falta primero haber viajado mucho. Viajar es, como decía M. Yourcenar, ser como los pájaros, ir siempre más allá.

     Voy a viajar lejos dentro de unos días. Me encontraré con amigos de hace años, con otros más recientes, quizás haga nuevos amigos. Una vez más podré a prueba mi resistencia y aguante, no ya físico, sino interior. Me dejaré asombrar y seguiré escuchando el mundo y quizá vuelva a confirmarme en aquello que ya sabía: que fue necesario salir del pueblo, que decía Papini, para darme cuenta de que no merecía la pena haberlo dejado. En la paz de la noche, de muchas noches, uno ya ha oído y escuchado todo los ruidos, todas las zozobras, todos los dolores, todos los amores que el mundo y los suyos me han ido susurrando.

     Volveré a la Argentina después de 16 años. Conocí a algunas madres de desaparecidos y a sus familiares. Escuché cantar a un crío de 11 años, con un sentimiento fuera de lo común, una canción de Víctor Jara que hablaba de los desaparecidos; él tenía a su hermano desaparecido. ¿Qué habrá sido de aquel crío hoy ya joven? No, no me lo encontraré. Pero los rostros jóvenes de Buenos Aires me recordarán a aquel muchacho cargado de canciones y razones.

     Volveré a recrear la mirada y, como entonces, habré de guardar silencio, habré de mantener el respeto, no sin rabia, ante tanta injusticia como allí aún se cierne.

     Viajar. Dejar algo del corazón y traerme algo de corazón de otros. Ya se lo contaré a la vuelta.

     No voy tras la búsqueda del centésimo nombre de Dios. No me interesa su nombre; me interesa su presencia callada en las cosas, en las gentes y, quizá con un poco de suerte, hasta dentro de mí mismo. Quiero terminar estas «9 palabras volanderas» —no estaría mal tomar el «relevo» (vuelvo al inicio) de aquel sansviliano diccionario de la vocación, pero esta vez como naipes vocacionales que se barajan al azar y con los que se juega a adivinar, a sorprender, a echar la suerte y atisbar qué puede ocurrir—-; quiero terminar, repito, con una oración del mismo Baldassare, quien a sus cuarenta y tantos años, se da cuenta de que el viaje iniciado hacía varios años no había sido baldío y que realmente, sin haberse topado con el libro anhelado portador del nombre sagrado, había visto y encontrado que lo que llevaba años buscando, quizá no fuese otra cosa que a sí mismo. Había merecido la pena, la alegría, tanto viaje. Termina su bitácora con estas palabras-oración que tantas veces releo y oro:

     «Pobre del que se acerca al nombre oculto, sus ojos se ensombrecen o se nublan, nunca se iluminan. En mis rezos desearía decir: Señor no te alejes nunca de mí, pero tampoco te acerques demasiado. Déjame admirar las estrellas en los faldones de tu toga, mas no me muestres tu rostro. Déjame escuchar el murmullo de los ríos que fluyen merced a ti, el viento que tú haces soplar entre los árboles, y la risa de los niños que gracias a ti nacen. Pero, Señor, Señor, no permitas que nunca oiga tu voz».

     A pesar de mi maltrecha audición, tampoco quiero dejar de escuchar su Palabra.

José Antonio Solórzano Pérez

     Han pasados 17 años… y casi todo no está lo mismo.


406-407 De Caleruega puede salir algo bueno? Salió un canónigo de Osma, obsesionado por los horizontes infinitos y por una familia con muchos hermanos. Creía en la Palabra y logró que ellos la predicaran sobre todo con la elocuencia del ejemplo. Ansioso de ver la Verdad cara a cara, murió en Bolonia, a los 51 años. Dominicos y dominicas hoy nos lo hacen presente. - J. S. V.