MENSAJE DE JUAN PABLO II. 2001 volver al menú
 

 

2001


     1.
La Jornada mundial de oración por las vocaciones del año 2001, a pocos meses, por tanto, del fin del Gran Jubileo, tendrá como motivo La vida como vocación.
     En este mensaje deseo reflexionar con vosotros sobre un tema que reviste una indudable importancia en la vida cristiana.
     La palabra vocación cualifica muy bien las relaciones de Dios con cada ser humano en la libertad del amor, porque cada vida es vocación (Pablo VI). Dios, al finalizar la creación, contempló al hombre y vio que era bueno, lo hizo a su imagen y semejanza, le puso en sus laboriosas manos el universo y lo llamó a una íntima relación de amor.
     Vocación es la palabra que lleva a la comprensión de los dinamismos de la revelación de Dios y descubre al hombre la verdad sobre su existencia: La razón más profunda de la dignidad humana, está en la vocación del hombre a la comunión con Dios. Ya desde su nacimiento el hombre es invitado al diálogo con Dios: pues, si existe, es porque, habiéndole creado Dios por amor, por amor le conserva siempre, y no vivirá plenamente conforme a la verdad, si no reconoce libremente este amor y si no se entrega a su Creador. En este diálogo de amor con Dios se funda la posibilidad para cada uno de crecer en dimensiones y características propias, recibidas como don y capaces de dar sentido a la historia y a las relaciones fundamentales de su existir cotidiano, mientras se encuentra en camino hacia la plenitud de la vida.

     2. Considerar la vida como vocación favorece la libertad interior, pues estimula en la persona el deseo de futuro, a la vez que rechaza una concepción de la existencia pasiva, aburrida y banal. La vida asume así el valor del don recibido, que tiende por naturaleza a llegar a ser bien dado. El hombre muestra que es un ser renovado en el Espíritu cuando aprende a seguir el camino del nuevo mandamiento que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Se puede afirmar que, en cierto sentido, el amor es el DNA de los hijos de Dios; es la vocación santa con la que hemos sido llamados por su propia voluntad y por la gracia dada desde la eternidad en Cristo Jesús y manifestada ahora en la aparición de nuestro Salvador, Jesucristo.
     En el origen de todo camino vocacional, está el Dios?con?nosotros. Él nos revela que no estamos solos construyendo nuestra vida, porque Dios camina con nosotros en medio de nuestros quehaceres y, si nosotros lo queremos, entreteje con cada uno una maravillosa historia de amor, única e irrepetible. Y al mismo tiempo, en armonía con la humanidad y con el mundo entero. Descubrir la presencia de Dios en la propia historia, no sentirse nunca huérfano sino ser consciente de tener un Padre del que podemos fiarnos totalmente, éste es el gran cambio que transforma el horizonte meramente humano y lleva al hombre a comprender que no puede encontrarse plenamente a sí sino en la entrega sincera de sí mismo. En estas palabras del Concilio Vaticano II se encuentra el secreto de la existencia cristiana y de toda la auténtica realización humana.

      3. Hoy, sin embargo, esta lectura cristiana de la existencia debe hacer balance con algunos comportamientos de la cultura occidental, en la que Dios es prácticamente marginado del vivir cotidiano. He aquí por qué es necesario un compromiso concorde de toda la comunidad cristiana para reevangelizar la vida. Conviene a esta fundamental obligación pastoral el testimonio de hombres y mujeres que muestren la fecundidad de una existencia que tiene en Dios su origen, en la docilidad a la acción del Espíritu su fuerza, en la comunión con Cristo y con la Iglesia la garantía del sentido auténtico del quehacer cotidiano. Conviene que en la comunidad cristiana, cada uno descubra su personal vocación y responda con generosidad. Cada vida y vocación y todo creyente está invitado a cooperar en la edificación de la Iglesia.
     En la Jornada mundial de oración por las vocaciones, sin embargo, nuestra atención se dirige especialmente a la necesidad y a la urgencia de ministros ordenados y de personas dispuestas a seguir a Cristo en su camino exigente de la vida consagrada con la profesión de los consejos evangélicos.
     Hay urgencia de ministros ordenados que sean garantía permanente de la presencia sacramental de Cristo Redentor en los diversos tiempos y lugares y, con la predicación de la Palabra y la celebración de la eucaristía y de los otros sacramentos, guíen a las comunidades cristianas por los senderos de la vida eterna.
     Hay necesidad de hombres y mujeres que con su testimonio mantengan viva en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del evangelio y aviven continuamente en la conciencia del Pueblo de Dios la exigencia de responder con la santidad de la vida al amor de Dios derramado en los corazones por el Espíritu santo, reflejando en su conducta la consagración sacramental obrada por Dios en el bautismo, la confirmación o el orden.
     Que el Espíritu santo pueda suscitar abundantes vocaciones de especial consagración, para que fomenten en el pueblo cristiano una adhesión siempre más generosa al evangelio y hagan más fácil a todos la comprensión del sentido de la existencia como transparencia de la belleza y de la santidad de Dios.

      4. Mi pensamiento se dirige ahora a tantos jóvenes sedientos de valores y las más de las veces incapaces de encontrar el camino que lleva a ellos. Sí, sólo Cristo es el camino, la verdad y la vida. Y por eso es necesario hacer que encuentren al Señor y ayudarles a establecer con Él una relación profunda. Jesús debe entrar en su mundo, asumir su historia y abrirle su corazón, para que se dispongan a conocerlo siempre más, a medida que siguen las huellas de su amor.
     Pienso en el papel importante de los pastores del Pueblo de Dios. Para ellos evoco las palabras del Concilio Vaticano II: Preocúpense los presbíteros, en primer lugar, de poner ante los ojos de los fieles, con el ministerio de la Palabra y con el testimonio de su propia vida, el espíritu de servicio y el verdadero gozo pascual expandidos abiertamente, la excelencia del sacerdocio y su necesidad... Para este fin es de máxima utilidad la dirección espiritual sabia y prudente... Sin embargo, esta llamada del Señor no debe esperarse que sea en manera alguna como voz extraordinaria que llegue a oídos del futuro presbítero; sino que más bien debe ser entendida e interpretada a través de signos por medio de los cuales cada día la voluntad de Dios se manifiesta a los cristianos prudentes, signos que deben ser considerados atentamente por los presbíteros.
     Pienso también en los consagrados y consagradas llamados a testimoniar que en Cristo está nuestra única esperanza; sólo de Él es posible sacar la energía para vivir sus mismas calidades de vida; sólo con Él se puede salir al encuentro de las profundas necesidades de salvación de la humanidad. Pueda la presencia y el servicio de las personas consagradas abrir el corazón y la mente de los jóvenes hacia horizontes de esperanza llenos de Dios y que los eduquen en la humildad y la gratuidad del amor y del servicio. Que la significatividad eclesial y cultural de su vida consagrada se traduzca cada vez más en propuestas pastorales específicas, adaptadas a la forma de educar y formar a los jóvenes y muchachas para la escucha de la llamada del Señor y a la libertad del espíritu para responderle con generosidad e intrepidez.

      5. Me dirijo ahora a vosotros, queridos padres cristianos, para exhortaros a estar cerca de vuestros hijos. No los dejéis solos frente a las grandes opciones de la adolescencia y de la juventud. Ayudadlos para que no se dejen arrollar por la búsqueda afanosa del bienestar y guiadlos hacia el gozo auténtico, como lo es el del espíritu. Haced resonar en sus corazones, a veces llenos de miedo por el futuro, el gozo liberador de la fe. Educadlos, como escribía mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, apreciando sencillamente los múltiples gozos humanos que el Creador pone ya en su camino: alegría entusiasta de la existencia y de la vida; gozo del amor casto y santificado; júbilo pacificador de la naturaleza y del silencio; regocijo, a veces austero, del trabajo esmerado; felicidad y satisfacción del deber cumplido; contento transparente de la pureza, del servicio, de la participación: satisfacción exigente del sacrificio.
     A la acción de la familia sirva de apoyo la de los catequistas y de los educadores cristianos, llamados de forma particular a promover el sentido de la vocación en los jóvenes. Su tarea es guiar a las nuevas generaciones hacia el descubrimiento del proyecto de Dios sobre sí mismos, cultivando en ellos la disponibilidad a hacer de la propia vida, cuando Dios llama, un don para la misión. Esto se conseguirá a través de ocasiones progresivas que preparen al "sí" pleno, por el que la entera existencia se pone al servicio del evangelio. Queridos catequistas y educadores: para lograr esto, ayudad a los jóvenes confiados a vosotros a mirar hacia lo alto, a huir de la tentación constante de la falta de compromiso. Educadlos en la confianza en Dios que es Padre y muestra la extraordinaria grandeza de su amor, confiando a cada uno un deber personal al servicio de la gran misión de renovar la faz de la tierra.

      6. Leemos en el libro de los Hechos de los apóstoles que los primeros cristianos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración.Cada encuentro con la Palabra de Dios es un momento feliz para la propuesta vocacional. La asiduidad en la lectura de la Escritura Santa ayuda a comprender el estilo y los gestos con los que Dios elige, llama, educa y hace partícipe de su amor.
     La celebración de la eucaristía y la oración hacen entender mejor las palabras de Jesús: La mies es abundante, pero los obreros son pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Rogando por las vocaciones se dispone uno a mirar con sabiduría evangélica al mundo y a las necesidades de la vida y la salvación de cada ser humano; se vive, además, la caridad y la solidaridad de Cristo hacia la humanidad y se cuenta con la gracia de poder decir, siguiendo el ejemplo de la Virgen: He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra.

     Invito a todos a implorar conmigo al Señor para que no falten obreros en su mies:


Padre santo,
fuente perenne de la vida y del amor,
que en el hombre viviente
muestras el esplendor de tu gloria
y pones en su corazón la semilla de tu llamada,
haz que, nadie, por negligencia nuestra,
ignore este don o lo pierda,
sino que todos, con plena generosidad,
puedan caminar hacia la realización de tu amor.

Señor Jesús,
que en tu peregrinar por los caminos de Palestina,
elegiste y llamaste a tus apóstoles
y les confiaste la tarea de predicar el evangelio,
de apacentar a los fieles y celebrar el culto divino,
haz que no falten hoy a tu Iglesia
numerosos y santos sacerdotes,
que lleven a todos
los frutos de tu muerte y de tu resurrección.

Espíritu santo,
que santificas a la Iglesia
con la constante dádiva de tus dones,
infunde en el corazón de los llamados a la vida consagrada
una íntima y fuerte pasión por el Reino,
para que con un "sí" generoso y total,
pongan su existencia al servicio del evangelio.

Virgen Santísima,
que sin dudar te ofreciste al Omnipotente
para la realización de su designio de salvación,
infunde confianza en el corazón de los jóvenes
para que haya siempre pastores celosos
que guíen al pueblo cristiano por el camino de la vida,
y almas consagradas que sepan testimoniar
en la castidad, la pobreza y la obediencia,
la presencia liberadora de tu Hijo resucitado.
Amén
.

Juan Pablo II

 

Las tres pipas (1)

     Había una vez una tribu de las de antes, donde los que gobernaban eran ancianos. Pero no sólo ancianos por los años, sino por la sabiduría.
     Uno de la tribu se enemistó con otro. Pero de tal manera, estaba tan enfurecido, que fue al anciano de la tribu y le dijo:
     — Mire, yo a tal persona de la tribu, cuando la agarre, la mato.
     — Bueno, -le dijo el anciano-, si esa es su decisión, hay que respetarla, pero le voy a pedir una cosa antes.
     Cargó una pipa llena de tabaco y le dijo:
     — Siéntese debajo de ese árbol sagrado y fúmese la pipa con tranquilidad. Después venga y dígame qué es lo que decidió.
     El hombre se fumó la pipa. Cuando terminó, sacudió el tabaco, fue donde el anciano y le dijo:
     — Mire, estuve pensándolo mejor. Creo que si lo hago me voy a enemistar con todos los parientes de él. Así que le prometo que no lo voy a hacer. Pero, cuando lo agarre le voy a dar una biaba de ésas, que ni su madre lo va a reconocer. Porque lo que me hizo, no tiene nombre.
     — Ah -dijo el cacique-, entonces usted ya cambió de opinión. Fúmese otra pipa. Cuando termine, vuelva.
     El tipo fumó la pipa entera y, cuando volvió, le dijo:
     — Mire, cacique, lo pensé bien y en realidad no le voy a dar una biaba, porque la violencia siempre engendra más violencia y por ahí consigo un enemigo. Pero lo voy a enfrentar delante de toda la comunidad. Le voy a decir todo lo malo de su actitud y todo lo feo de su acción para que, realmente, se ponga colorado de vergüenza.
     — Ah, si es así -dijo el cacique-, usted ya cambió de opinión. Fúmese esta otra pipa y después vuelva.
El tipo se fumó la tercera pipa. Claro, ya estaba medio mareado. Volvió donde el cacique, le devolvió la pipa sin sacarle las cenizas y le dijo:
     — Mire, lo estuve pensando mejor. ¿Para qué armar lío, si después de todo más vale que vaya y le pegue un abrazo? Así reconquisto un amigo y quedamos mejor que antes.
     — Ah, -dijo el cacique-, ya sabía yo que eso era lo mejor de todo. Pero preferí que tú mismo te dieras cuenta. Yo sabía que necesitabas tiempo... por eso te hice fumar las tres pipas.

     Qué lindo sería que en esta gran tribu que somos los hombres, las familias, los pueblos, hubiera un sabio que cuando andamos medio alterados, medio sacados de nuestras cosas, nos hiciera fumar las tres pipas debajo del árbol sagrado. De verdad, cuando uno ofende a alguien, es él el que pierde la dignidad. Y sólo el perdón del ofendido devuelve la dignidad al que lo ofendió. Qué lindo es devolver la dignidad al hermano, volverlo a convertir en amigo.

M. Menapace

Las tres pipas (2)

     Antes de despedirme sugerí al grupo de catequistas que... «fumaran tres pipas». No porque quisieran ellos matar a alguien, evidentemente, sino para que al elegir su futuro lo hicieran no a la luz del tiempo sino de la eternidad.
     Las tres pipas eran: que se hicieran amigos del párroco, que visitaran a los enfermos, que rezaran vísperas.
     Ha pasado mucho tiempo y cada vez estoy más contento de aquella triple sugerencia.
     Las vísperas, porque Si varios hombres persisten viendo mucho tiempo la misma vista, terminarán por acordar y aunar mucho de su ideación estribándola en el espectáculo aquel (Unamuno). Y si la vista es desde el ojo del Credo... fácilmente las decisiones se toman más acertadamente.
     Lo de visitar enfermos... Quizá con nuestra visita no podremos sanar la enfermedad ni aliviar siquiera el dolor. Con todo, podemos hacer algo: decirle al enfermo —probablemente sin palabras, sólo con nuestra presencia— que él constituye un don para nosotros, que el mundo sería incomprensible e inaguantable sin el apoyo del ser que sufre. Cristo bajó a los abismos de la necesidad humana. Por esto, por la encarnación de Cristo se realiza precisamente en el dolor la transformación del mundo. Una de las mayores gracias que se obtienen por la visita a los enfermos es el hecho de que podamos dar testimonio ante el mundo de la actitud de Cristo que confirma el ser y despierta la esperanza, tal como se dice en la segunda carta a los corintios: «No busco vuestras cosas, sino a vosotros (Boros).
     Lo de hacerse amigos del sacerdote... Se entiende mejor lo de Pemán: El sacerdote debe sentir en sí el martirio constante de no poder ser un exclusivo contemplativo. Me gustaría que estuviera luchando permanentemente con un ansia invisible de zafarse de todo y mandarnos a todos a paseo. De refugiarse en soledad y sagrario. De leer, de vivir para sí, de paladear sus mieles, de decir «no está en casa». Sin que se le note nada de esto. Que él se lo sufra y reprima. Que esté en la vida con la fuerza sonriente de un buen obrero. Que cuando más querría estar con Dios, salga a la puerta a recibirnos: «¿Qué se le ofrece...?». Porque lo que se nos ofrece a todo es dialogar con alguien que disimule lo vulgares que «tenemos» que parecerle.
     No será sólo por las tres pipas, que al parecer se fumaron, pero el caso es que dos de las catequistas hicieron su profesión religiosa y tres de los muchachos pronto serán ordenados sacerdotes. ¡Para que vengan luego diciendo que «fumar» es nocivo para la salud!

Jorge Sans Vila


379-380 Siempre el que se arriesga a amar, se compromete a sufrir, hasta llegar a la frontera en que se toca el todo o nada. Elegir es renunciar. Un «sí» en la vida, trae acollarado una tropilla de «no». Decir «no» a algo, nos deja en libertad para decirle todavía que «sí» a todo lo demás. Mientras que decirle a algo que «sí», nos compromete a decirle que «no» a todo el resto. Contiene muchos más «no» un sí, que no un «no».- Mamerto Menapace