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La vocación no es un aerolito caído del cielo, ni consiste en una llamada telefónica de Dios, ni se nace con una señal especial en la frente. La vocación es como una semilla. Hay que sembrarla. Hay que cuidarla, hay que afinar el oído, los ojos y el corazón para ver las mieses granadas que se pierden por falta de brazos.
UN PAISANO
Cuentan que una vez un paisano se extravió por esos campos de Dios y tuvo la suerte de encontrarse
con las mismas puertas del cielo. Allí fue atendido por San Pedro, como corresponde. Tamaño susto se llevó el pobre
hombre, creyendo que ya le había llegado el momento final.
Pero en Santo de las llaves le devolvió el ánimo al asegurarle que todo había sido una pura casualidad, y que aún
le tocaría pasar muchos años en la tierra haciendo méritos, antes de tener que venir a golpear a las puertas del
cielo.
Contento con semejante noticia, nuestro amigo pensó que no había por qué despreciar la oportunidad de echar una mirada
a aquello que siempre había deseado. Y se lo pidió a San Pedro. Una miradita nomás, como para tener motivos para
desear el cielo con más fervor.
Viendo el Santo apóstol que la intención era buena, y que no había por qué ser más celoso de lo necesario,
le abrió al buen hombre una de las puertas de servicio de la gloria y lo autorizó a que mirara el supermercado del cielo.
Tamaños ojos abrió el hombre cuando vio lo que allí se ofrecía. Lo mejor de los dones que uno se puede imaginar
se encontraba allí a disposición de quien quisiera: la paz, la alegría, la fraternidad, la honestidad. Sin nombrar
otra infinidad de linduras que nosotros ni nos animamos a pensar. No podía creer lo que estaba viendo. Se moría de ganas
de llevarse algo, pero no se animaba.
En esto estaba, cuando se le arrimó uno de los angelitos del supermercado, y le preguntó si quería agenciarse de
algo de todo aquello.
Querer, quería. Pero lo habían agarrado sin plata y sin envase. El angelito le respondió que no importaba. Todo era
gratuito, y estaba a disposición de quien se lo quisiera llevar. Que para él era un gusto ofrecérselo. A lo que el
hombre respondió:
— Mire, le agradezco, pero no sé cómo llevármelo. ¡Son tantas las cosas, vio! Y yo ando de a pie y sin maleta.
— Ah, dijo el angelito, pero mire que así sólo entregamos las semillas, nomás.
Los regalos del cielo vienen sólo en forma de semillas. Es trabajo nuestro sembrarlas y cuidarlas durante la vida.
Mamerto Menapace
TIENE 90 AÑOS
Tiene 90 años. «Ya no puedo hacer nada». Con frecuencia la tristeza la abruma. La creía atea, es decir sin Dios.
Pero hace unos días me dijo: «Mira, no tengo fe, pero creo en Dios». La fe, para ella es sin duda todo lo que antes
se aprendía en el catecismo. Luego añade: «Creo en Dios a causa de mi marido...»
Su esposo, durante estos últimos años, ha aprendido a cocinar. Se ocupa de todo mansamente, a su lado. La maravilla, es
el microondas: ¡una revolución en el arte culinario! Me lleva a la cocina y me muestra el instrumento mágico, cerca
de la mesa donde los dos toman las comidas: «Mira, ni siquiera necesito levantarme. Le doy al botón, dos minutos, y listo».
La miraba sonreír apaciblemente, feliz de hacerla feliz.
No sabe que para ella él es signo de Dios. Pero ¿lo sería tan eficazmente sin el microondas?
En fin —paradoja—él no cree en Dios. ¿Se puede dar a Dios sin conocerlo, incluso sin saber que se está penetrado
de su indecible y discreta presencia? El secreto, con o sin microondas, consiste en amar.
Gérard Bessière
17. Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo
todo con firmeza y seguridad, ven y muéstranos el camino de la salvación.
18. Oh Adonai (mi Señor), Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés
en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ven a librarnos con el poder de tu brazo.
19. Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran
las naciones, ven a librarnos, no tardes más.
20. Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras
y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
21. Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en
sombra de muerte.
22. Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces
de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra.
23. Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor y Dios nuestro.
357 Guíame, luz bondadosa, las tinieblas me rodean, guíame hacia delante. La noche es densa,
me encuentro lejos del hogar, guíame hacia delante. Protégeme al caminar. No te pido ver claro el futuro, sólo un
paso, aquí y ahora.— Card. Newman
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