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EL ESPIRITU Y LA ESPOSA DICEN: ¡VEN!
1998
El camino de preparación al Gran Jubileo del Dosmil pone este año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
bajo la "nube luminosa" del Espíritu Santo, que actúa perennemente en la Iglesia enriqueciéndola de aquellos
ministerios y carismas que necesita para llevar a cumplimiento su misión.
Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto
Toda la vida de Jesús se desarrolla bajo la acción del Espíritu Santo; al comienzo es El quien cubre con su sombra
a la Virgen María en el misterio inefable de la Encarnación; en el río Jordán es también El quien da
testimonio del Hijo predilecto del Padre y quien lo conduce al desierto. En la sinagoga de Nazareth Jesús en persona afirma: El
Espíritu del Señor está sobre mí. Este mismo Espíritu, El lo promete a los discípulos como garantía perenne de su presencia en medio de ellos.
Sobre la cruz lo devuelve al Padre,
sellando de este modo, al amanecer de la Pascua, la Nueva Alianza. El, el día de Pentecostés, por fin, lo derrama sobre
toda la comunidad primitiva para consolidarla en la fe y lanzarla por los caminos del mundo.
Desde entonces la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, recorre los senderos del tiempo impelida por el soplo del mismo Espíritu,
iluminando la historia con el fuego ardiente de la
palabra de Dios, purificando el corazón y la vida de los hombres con los ríos de agua
viva que surgen de su seno.
De este modo, se realiza su vocación a ser pueblo congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y depositaria del misterio del Espíritu Santo, que consagra para la misión a los que el Padre llama mediante
su Hijo Jesucristo.
Vosotros sois carta de Cristo... escrita con el Espíritu de Dios vivo… en tablas
de carne que son vuestros corazones
En la Iglesia cada cristiano comienza por el Bautismo a vivir bajo la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús y, bajo la guía del Espíritu
Santo, entra en diálogo con Dios y con los hermanos, y conoce la extraordinaria grandeza de la propia vocación.
La celebración de esta Jornada es una ocasión para anunciar que el Espíritu Santo de Dios escribe en el corazón
y en la vida de cada bautizado un proyecto de amor y de gracia, que sólo puede dar sentido pleno a la existencia, abriendo el camino
a la libertad de los hijos de Dios y capacitando para el ofrecimiento del propio, personal e insustituible concurso al progreso de la
humanidad en el camino de la justicia y de la verdad. El Espíritu no sólo ayuda a situarse con sinceridad ante los grandes
interrogantes del propio corazón -de dónde vengo, a dónde voy, quién soy, cuál es el fin de la vida,
en qué empeñar mi tiempo-, sino que abre el camino a respuestas valientes. El descubrimiento de que cada hombre y mujer
tiene su lugar en el corazón de Dios y en la historia de la humanidad, constituye el punto de partida para una nueva cultura vocacional.
El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!
Estas palabras del Apocalipsis nos llevan a considerar la relación fecunda entre el Espíritu Santo y la Iglesia de la que
nacen las diversas vocaciones, y a recordar aquel Pentecostés en el que cada comunidad cristiana fue engendrada en
la unidad, modelada por el fuego del Espíritu en la multiplicidad de dones y enviada a llevar la Buena Nueva al corazón
que la espera.
En efecto, si es verdad que la llamada tiene su origen en Dios, es igualmente cierto que el diálogo vocacional se realiza en la
Iglesia y por medio de la Iglesia. La fuerza del Espíritu que impulsó a Pedro a ir a casa del centurión Cornelio
para llevarle la salvación y
que dijo: Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los llamo, no se ha agotado. El Evangelio continúa difundiéndose no sólo con palabras, sino también con
poder y con el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo y la Iglesia, su mística Esposa, repiten también a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo
su ¡Ven!.
¡Ven a encontrar el Verbo encarnado, que quiere hacerte partícipe de su misma vida!.
¡Ven a acoger la llamada de Dios, venciendo titubeos y rémoras! Ven y descubre la historia de amor que Dios ha entretejido
con la humanidad: El quiere realizarla también contigo.
¡Ven y saborea el gozo del perdón recibido y otorgado! El muro de separación que existía entre Dios y el hombre,
y entre los mismos seres humanos ha sido abatido. Se perdonan las culpas y el banquete de la vida está preparado para todos.
Dichosos aquellos que, atraídos por la fuerza de la Palabra y marcados por los Sacramentos, pronuncian su «Heme aquí».
Estos se encaminan por el camino de la total y radical pertenencia a Dios, fuertes en la esperanza que no defrauda, porque el amor
de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado.
Hay diversidad de dones, pero el Espíritu
es el mismo
En la vida nueva, que brota del Bautismo y se desarrolla mediante la Palabra y los Sacramentos, encuentran su sustento los dones, los
ministerios y la diversas formas de vida consagrada. Suscitar en el Espíritu nuevas vocaciones es posible cuando la comunidad cristiana
vive en actitud de total fidelidad a su Señor. Esto supone un fuerte clima de fe y de oración, un generoso testimonio de
comunión y de estima en relación con los múltiples dones del Espíritu, una pasión misionera que, venciendo
los fáciles e ilusorios egoísmos, impulse a la donación total de sí por el Reino de Dios.
Cada Iglesia particular está llamada al compromiso de promover el desarrollo de los dones y de los carismas que el Señor
suscita en el corazón de los fieles. No obstante, nuestra atención en esta Jornada, se dirige, de modo particular, a las
vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, por el rol fundamental que éstas tienen en la vida de la Iglesia y en el cumplimiento
de su misión.
Jesús, ofreciéndose a sí mismo al Padre en la cruz, ha hecho de todos sus discípulos un reino de sacerdotes
y una nación santa y los ha
constituido como "un edificio espiritual", un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios. A ejercer este sacerdocio universal de
la Nueva Alianza, él llamó a los Doce, a fin de que permanecieran con El y también para enviarlos a predicar,
con poder de expulsar a los demonios.
Hoy, Cristo, continúa su acción salvadora por medio de los Obispos, de los sacerdotes, que son, en la Iglesia y para
la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su palabra, renuevan sus gestos
de perdón y de ofrecimiento de la salvación.
¿Cómo no recordar —a continuación— con gratitud al Espíritu Santo la multitud de formas históricas
de vida consagrada, suscitadas por El y todavía
presentes en el ámbito eclesial? Estas aparecen como una planta llena de ramas que hunde sus raíces en el Evangelio y da
frutos copiosos en cada época de la Iglesia. La vida consagrada se sitúa en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que expresa
la íntima naturaleza de la vocación cristiana y la tensión de toda la Iglesia-Esposa hacia la unión con el
único Esposo.
Estas vocaciones, necesarias en todo tiempo, lo son todavía más hoy en un mundo marcado por grandes contradicciones y tentado
de marginar a Dios en las opciones fundamentales de la vida. Vienen a la mente las palabras evangélicas: ¡La mies es
mucha, pero los obreros pocos! ¡Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies!. La Iglesia recoge cada día
este mandato del Señor y eleva con confiada esperanza sus oraciones al "dueño de la mies", reconociendo que sólo
El puede llamar y enviar sus obreros.
Mi deseo es que la celebración anual de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones suscite en el corazón de
los fieles una oración más insistente para obtener nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, y reanime la
responsabilidad de todos, en especial de los padres y de los educadores en la fe, en el servicio a las vocaciones.
Dad razón de la esperanza que hay en vosotros
En primer lugar os invito a vosotros, queridísimos Obispos, y con vosotros a los sacerdotes, a los diáconos y a los miembros
de los Institutos de vida consagrada, a dar incansablemente testimonio de la plenitud espiritual y humana que impulsa a cada uno de vosotros
a hacerse "todo para todos", para que el amor de Cristo pueda alcanzar al mayor número posible de personas.
Estableced relaciones apropiadas con todos los componentes de la sociedad; valorad las vocaciones ministeriales y carismáticas
que el Espíritu suscita en vuestras comunidades, favoreciendo la complementaridad y la colaboración recíprocas; dad
vuestro aporte para que cada uno crezca hacia la plena madurez cristiana. Que mirándoos a vosotros, gozosos servidores del Evangelio,
puedan los jóvenes sentir la fascinación de una existencia enteramente dedicada a Cristo en el ministerio ordenado o en
la opción radical de la vida consagrada.
Vosotros, esposos cristianos, estad prontos a dar testimonio de la realidad profunda de vuestra vocación matrimonial: la armonía
en el hogar, el espíritu de fe y de oración, el ejercicio de las virtudes cristianas, la apertura a los otros, sobre todo
a los más pobres, la participación en la vida eclesial, la serena fortaleza para afrontar las diarias dificultades, constituyen
el terreno favorable para la maduración vocacional de los hijos. Considerada como iglesia
doméstica la familia, sostenida por la gracia sacramental del matrimonio, es la
escuela permanente de la civilización del amor, donde es posible aprender, que sólo del don libre y sincero de sí mismo, brota la plenitud de la vida.
Y vosotros, educadores, catequistas, animadores pastorales y cuantos desempeñáis funciones educativas, sentíos, en
el desempeño de vuestro importante y laborioso servicio, cooperadores del Espíritu. Ayudad a la juventud para que libere
sus corazones y sus mentes de cuanto obstaculiza su camino; espoleadlos a dar lo mejor de sí mismos en una tensión constante
de crecimiento humano y cristiano; moldead en ellos, con la luz y la fuerza de la palabra evangélica, los sentimientos más
profundos, para que así puedan, si son llamados, realizar su vocación para el bien de la Iglesia y del mundo.
Este año, el camino de preparación al Jubileo del Año 2000, poniendo en el centro al Espíritu Santo, nos invita
a prestar una atención particular al sacramento de la Confirmación. Por esto, en este momento, deseo dirigir unas palabras
más concretas a aquellos que en este tiempo reciben dicho sacramento. Amadísimos, el Obispo, dirigiéndose a vosotros
en el curso del rito de la Confirmación, dice: El Espíritu Santo que vais a recibir como don, como sello espiritual,
completará en vosotros la semejanza con Cristo y os unirá más fuertemente, como miembros vivos, a la Iglesia.
Comienza, por tanto, para vosotros un tiempo privilegiado, durante el cual se os invita a cuestionaros y a cuestionar a la comunidad cristiana,
de la que habéis sido hechos miembros vivos, sobre el sentido pleno que dar a vuestra existencia. Es un tiempo de discernimiento
y de opción vocacional. Escuchad la invitación de Jesús: "Venid y veréis". Dad vuestro testimonio
de Cristo en la comunidad eclesial, según el designio del todo personal e irrepetible que Dios tiene sobre vosotros. Dejad que
el Espíritu Santo, derramado en vuestros corazones, os conduzca a la verdad y os haga testigos de la libertad auténtica
y del amor. No os dejéis sojuzgar por los fáciles y falaces mitos del efímero éxito humano y de la riqueza.
Al contrario, no tengáis miedo en recorrer los caminos exigentes y valientes de la caridad y del compromiso generoso. Preparaos
para dar razón de la esperanza que hay en vosotros delante de todos.
El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza
La Jornada Mundial por las Vocaciones se distingue,
ante todo, por la oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, manifestación culminante de un habitual
clima de oración, del que la comunidad cristiana no puede prescindir. Queremos, también, este año dirigirnos con
confianza al Espíritu Santo, a fin de que obtenga para la Iglesia de hoy y de mañana el don de numerosas y santas vocaciones:
Espíritu de Amor eterno,
que procedes del Padre y del Hijo,
te damos gracias por todas las vocaciones
de apóstoles y santos que han fecundado la Iglesia.
Continúa, todavía, te rogamos, esta tu obra.
Acuérdate de cuando, en Pentecostés,
descendiste sobre los Apóstoles reunidos en oración
con María, la madre de Jesús,
y mira a tu Iglesia que tiene hoy
una particular necesidad de sacerdotes santos,
de testigos fieles y autorizados de tu gracia;
tiene necesidad de consagrados y consagradas,
que manifiesten el gozo de quien vive sólo para el Padre,
de quien hace propia la misión y el ofrecimiento de Cristo,
de quien construye con la caridad el mundo nuevo.
Espíritu Santo, perenne Manantial de gozo y de paz,
eres tú quien abre el corazón y la mente a la divina llamada;
eres tú quien hace eficaz cada impulso
al bien, a la verdad, a la caridad.
Tus 'gemidos inenarrables'
suben al Padre desde el corazón de la Iglesia,
que sufre y lucha por el Evangelio.
Abre los corazones y las mentes de los jóvenes,
para que una nueva floración de santas vocaciones
manifieste la constancia de tu amor,
y todos puedan conocer a Cristo,
luz verdadera del mundo,
para ofrecer a cada ser humano
la segura esperanza de la vida eterna. Amén.
Juan Pablo II ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
¡Oh Espíritu santo consolador, que descendiste sobre los apóstoles, y henchiste aquellos sagrados pechos de caridad,
de gracia y de sabiduría! Te suplico por esta inefable largueza y misericordia, hinches mi ánima de tu gracia, y todas mis
entrañas de la dulzura inefable de tu amor.
Ven, ¡oh Espíritu santísimo!, y envíanos desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, ¡oh Padre de los pobres!
Ven, dador de las lumbres, y lumbre de los corazones. Ven, consolador muy bueno, dulce huésped de las almas, y dulce refrigerio
de ellas.
Ven a mí, limpieza de los pecados, y médico de las enfermedades. Ven, fortaleza de flacos y remedio de caídos. Ven,
maestro de los humildes, y destruidor de los soberbios. Ven, singular gloria de los que viven, y salud de los que mueren. Ven, Dios mío,
y disponme para ti con la riqueza de tus dones y misericordias.
Embriágame con el don de la sabiduría; alúmbrame con el don del entendimiento; rígeme con el don del consejo;
confírmame con el don de la fortaleza; enséñame con el don de la ciencia; hiéreme con el don de la piedad;
y traspasa mi corazón con el don del temor.
Oh dulcísimo amador de los limpios de corazón, enciende y abrasa todas mis entrañas con aquel suavísimo fuego
de tu amor, para que todas ellas, así abrasadas, sean arrebatadas y llevadas a ti, que eres mi último fin y abismo de todos
los bienes.
¡Oh dulcísimo amador de las almas limpias!, pues tú sabes, Señor, que yo ninguna cosa puedo, extiende tu piadosa
mano sobre mí, para que así pueda pasar a ti. Y para esto, Señor, derrama, mortifica, aniquila y deshaz en mí todo lo que quisieres, para que del todo me hayas a tu voluntad, para que toda mi vida sea un sacrificio perfecto, que todo se abrase
en el fuego de tu amor.
¡Oh, quien me diese que me quisieres admitir a tan gran bien! Mira que a ti suspira esta pobre y miserable criatura tuya, día
y noche. Tuvo sed mi alma de Dios vivo: ¿cuándo vendré y pareceré ante la cara de todas las gracias? ¿Cuándo
entraré en el lugar de aquel tabernáculo admirable, hasta la casa de mi Dios? ¿Cuándo me veré harto
con tu gloriosa presencia? ¿Cuándo por ti seré librado de la tentación, y en ti traspasaré el muro
de la mortalidad?
Oh fuente de resplandores eternos, vuélveme, Señor, a aquel abismo de donde procedí, donde te conozca de la manera
que me conociste, y te ame como me amaste, y te vea para siempre en compañía de tus escogidos. Amén.
Fray Luis de Granada
351-352
Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo, que quiere corazones valientes y decididos. Vale la pena consagrarse al hombre por Cristo, para llevarle a Él, para elevarlo, para ayudarle en el camino hacia la eternidad. Vale la pena hacer una opción por un ideal que os procurará grandes alegrías. Vale la pena vivir por el Reino el celibato sacerdotal, vivirlo responsablemente, aunque os exija no pocos sacrificios. El Señor no abandona a los suyos. - JUAN PABLO II
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