CUATRO OBSERVACIONES SOBRE LA VOCACIÓN volver al menú
 




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     Basta preguntar a un grupo cualquiera de muchachos de cualquier latitud y cultura qué entienden por «vocación» para encontrarse con una gran diversidad de respuestas, no siempre reducibles a un común denominador. No hay por qué extrañarse. «En castellano —escribía Ganivet— las palabras están tan estropeadas por el mal uso, que no significan nada, mientras no se las explica y comenta.» Y Marañón concreta: «Pocas veces encubrimos con el nombre de
vocación la misma cosa, y es el vocablo ilustre, pabellón que cubre y dignifica mercancías de muy diversa dignidad.»

     Diversidad respecto de los «ingredientes constitutivos» del concepto vocación: afición, gusto, inclinación, llamada de Dios, necesidad, tendencia, voz interior...
     Diversidad, también, respecto del objetivo, de los campos sobre los que se proyecta la vocación: vocación apostólica, vocación bautismal, vocación cristiana, vocación humana, vocación al matrimonio, vocación óntica, vocación profesional, vocación religiosa, vocación sacerdotal, vocación a la santidad, vocación seglar...

     Una educación de la vocación necesita urgentemente aclarar el significado de la palabra «vocación» si no se quiere navegar por un mar de confusiones y equívocos.
     Pienso que empezar por los «ingredientes constitutivos» es peligroso por la gran carga subjetiva inconsciente que implica. Mejor partir, como si se tratase de algo que no afecta vitalmente, desde los «campos».
     Sabido es que un adjetivo jamás llegará a destruir el auténtico significado primario del sustantivo al que va unido, ya que éste aporta el elemento común y básico sobre el que se apoyan los diversos adjetivos que lo especifican.
     Un ejemplo: puerta verde, puerta grande, puerta de madera, puerta de bronce, puerta angosta, puerta roja... Ni el color, ni el tamaño, ni el material son capaces de destruir el ser del «armazón que, engoznado o puesto en el quicio y asegurado por el otro lado con llave, cerrojo u otro instrumento, sirve para impedir la entrada y salida»
     Traducción: el sustantivo «vocación» no puede verse sustancialmente afectado por los adjetivos «apostólica», «bautismal», «cristiana», «humana», «al matrimonio», «óptica», «profesional», «religiosa», «a la santidad», «seglar»... Su ser sustantivo tiene que ser común a todos estos adjetivos. En todos ellos tiene que repetirse.
     Reúnase a un grupo cualquiera de muchachos de cualquier latitud y cultura y encárgueseles que intenten concordar cada uno de aquellos «ingredientes» (afición, gusto, inclinación...) con cada uno de los adjetivos citados (apostólica, bautismal, cristiana, humana...). Confesarán inmediatamente con Ortega que tales adjetivos son «cosas demasiado graves, demasiado ponderosas, para que puedan sustentarlas entidades tan poco serias como (algunas de) aquéllas».
     Con otras palabras: no podemos hacer depender el sacerdocio, la santidad... de una mera afición, un gusto, una inclinación. Por otro lado, si la vocación (sustantivo) es una llamada de Dios, tiene que serlo tanto para la vocación profesional como para la vocación sacerdotal o matrimonial. En caso contrario tendríamos que el adjetivo «sacerdotal» prevalecería sobre el sustantivo «vocación», convirtiéndolo en un pobre adjetivo. Lo cual gramaticalmente es un desastre. Y no sólo gramaticalmente.

2

     Los conceptos «vocación cristiana», «vocación óntica», «vocación profesional»... ¿son homogéneos o heterogéneos? (Obsérvese que hasta aquí he puesto intencionadamente aquellos 11 adjetivos por orden alfabético, sin pretender, además, una lista exhaustiva.)
     Otro ejemplo: «Cataluña», «España», «Europa», «Montblanc», «Poblet». «Tarragona», «Vimbodí» ¿son conceptos homogéneos?
     Poblet es un monasterio que se encuentra dentro del término municipal de Vimbodí, el cual pertenece al partido judicial de Montblanc, que está en la provincia de Tarragona, formando parte de Cataluña, región de España, situada en Europa.
     Siguiendo el ejemplo geográfico anterior cabría ordenar aquellos 11 adjetivos de esta manera:
          vocación óntica
          vocación humana
          vocación apostólica, bautismal, cristiana, a la santidad
          vocación seglar / religiosa / sacerdotal
          vocación profesional
          vocación matrimonial

     Todo lo que es —minerales, plantas, animales, hombres, ángeles— está llamado a ser, tiene vocación a ser (vocación óntica). Bajo el aspecto de la onticidad los minerales y los ángeles son co-hermanos.
     Los hombres —que no son ni minerales, ni plantas, ni animales, ni ángeles— tienen vocación
de hombre (vocación humana). Una cosa es la vocación de hombre (la empresa de ser hombre) y otra muy distinta la vocación del hombre (pastor o navegante, químico o veterinario). Poniéndolo en plural —«vocaciones de los hombres»— la distinción es mucho más clara. Ningún hombre está llamado a ser molusco, silla o ángel. Todo hombre, pastor o navegante, químico o veterinario, sólo pastoreará, sólo navegará si es hombre.
     Los hombres, aunque a Dios le gustaría que todos llegasen a ser hijos suyos, no todos llegan a ser cristianos. Pero entre los cristianos, por formar parte del cuerpo de Cristo a través del bautismo, todos están llamados a la santidad, todos han de ser apóstoles. La vocación cristiana, la vocación bautismal, la vocación apostólica, la vocación a la santidad «convertuntur», que dirían los escolásticos, son sinónimos.
     Aunque todos los cristianos forman parte del cuerpo de Cristo, no todos los miembros de este cuerpo tienen señalada la misma función (1 Cor 12; Ef 4, 7-16). En la Iglesia hay una función de santificar las realidades terrenas, vocación creadora, completadora de la obra de creación iniciada por Dios (vocación seglar). Hay una función recordadora de que los peregrinos en el tiempo y en las patrias van hacia la Patria, hacia el Tiempo verdadero (vocación de los religiosos). Hay una función de «cocineros de los cristianos», de distribuidores del Pan, del Perdón, de la Palabra (vocación sacerdotal).
     En cada una de estas tres vocaciones cabe distinguir tres elementos: la función, el estado de vida, la forma de vida.
     La vocación seglar implica una función, un estado de vida, una forma de vida. La vocación religiosa implica una función, un estado de vida, una forma de vida. La vocación sacerdotal implica una función, un estado de vida, una forma de vida.
     A un muchacho en «trance de vocación» yo nunca le pregunto en primer lugar por su estado de vida (realización de su sexualidad). Porque si es normal (tiene que serlo) su respuesta será (si no es egoísta) el matrimonio. Buena respuesta.
     Lo primero que le pregunto siempre es por su función en la Iglesia (recuérdese que todo cristiano es miembro de Cristo, es Iglesia peregrina). Función, misión, ministerio, diaconía, servicio... Los cristianos de siempre, desde que Alguien vino, no a ser servido, sino a servir, han empleado -han vivido- esta serie de palabras hermosamente humildes.
     Podríamos decir: la Iglesia necesita vigilantes del rebaño de Cristo («episcopos» ¿significa otra cosa?). El vigilante, dice la Iglesia, llevará a cabo su oficio célibe. El recordador del Tiempo de Dios, dice la Iglesia, llevará a cabo su misión célibe. Hay funciones en la Iglesia que comportan un estado de vida determinado, el celibato. Uno no es célibe porque le apetezca. Uno es célibe libremente por función de Iglesia. La forma de vida en la Iglesia, tercer elemento de toda vocación, se refiere a lo que podríamos llamar «sindicación». La forma de vida de los religiosos en la Iglesia de hoy suele ser prácticamente comunitaria, sindicada. Casi no se dan no-sindicados.

     Un sacerdote, por ejemplo, es, por función, ministro de la Palabra, de los Sacramentos, Pastor; mientras su estado de vida puede ser el celibato o el matrimonio (Iglesia oriental) y su forma de vida (sindicación) puede ser comunitaria (dentro de un «gremio») o solitaria.
     Un seglar es, por función, santificador de las realidades terrenas (minero, por ejemplo), puede casarse o no casarse, y puede pertenecer a un «gremio» o no.
     Un religioso es, por función, recordador, despertador de los cristianos, con estado de vida célibe y notable vida gremial hoy en la mayoría.

3

     Hace unos cuantos años una de las cuestiones más repetidas cuando se hablaba de vocación era la de qué vocación era la mejor. Uno de los criterios definitivos era la «generosidad». (¡Para que luego nos vengan diciendo que cualquier tiempo pasado fue mejor!)
     Ni el sacerdocio ni la vida religiosa son un servicio más alto que la vida seglar, por la sencilla razón de que en el cuerpo de Cristo todos los servicios son tan altos que son divinos. «Tan hermoso es pelar patatas por amor de Dios como edificar catedrales» (G. de Larigaudie). Se trata, sencillamente, de tres servicios distintos. Cada uno necesario, mejor, en su campo. En el cielo no habrá ni seglares, ni religiosos, ni sacerdotes. Pero en la tierra tiene que haberlos.
     Todo joven en trance de vocación tiene que estar dispuesto, si sirve, a servir en lo que haga falta.
     La antigua definición de profesión («Actividad personal realizada en orden a los demás con un fin trascendente») es tan aplicable al médico como al sacerdote y al religioso. Si se necesitan médicos, y yo sirvo para médico, ¿por qué no voy a ser médico?
     Que todo joven no se plantee seriamente la posibilidad de que le necesiten en uno de los tres servicios y que por su parte no cultive la disponibilidad, es indicio de un bajo cociente de cristianismo.

4

     La educación de la vocación podría resumirse en una educación de los ojos. Enseñar a ver. Para el que no ama, todo es insignificante. Para el enamorado, todo encierra un mensaje.
     Abocar al joven ante las necesidades, no estadísticamente —los números suelen hacer dormir—, sino vitalmente. Desencadenar su simpatía y su compasión. Afinarle el oído y el corazón. Abrirle ventanas.
     «Yo nunca pequé contra la luz», dijo Newman. Es lo que hacen los jóvenes de hoy y de siempre.

Jorge Sans Vila


314 La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio.— PABLO VI