MOTIVOS PARA AMANECER volver al menú
 

 

De día te pido ayuda,
de noche levanto el grito;
que llegue hasta Vos mi queja,
llegue hasta Vos mi alarido.
Estoy cargado de penas,
casi al borde del abismo:
me cuentan como a finao
que ya no aguanta el camino

Me espera un hoyo en la tierra
como al muerto que se ha ido,
abandonao de tu mano
en las sendas del olvido.
Ya me dan por enterrao
en las tinieblas, perdido;
me apretaste contra el brete,
me echaste encima el castigo.

Se alejaron de mi lado
hasta mis mismos amigos;
igual que a una sabandija
me miran mis conocidos.
Estaquiao y sin moverme
toda la noche suspiro.
¡Jue pucha que apreta fuerte
la manea del destino!

Todo el día estoy llamando
buscando manos de amigo.
¿Será que te has de acordar
cuando todo esté perdido?
¿O podrán agradecerte
los que del todo se han ido?
¿Se cuentan tus maravillas
en los pagos del olvido?

Yo tengo un fueguito humilde
dentro del alma, prendido;
mientras espero que aclare
suelo pegarle un soplido.
¡Se olvida el sol de salir
cuando la noche ha vencido?
Mírame, Señor, la angustia
la traigo desde muy chico.

La quemazón de tu incendio
mi pajonal ha invadido,
y la creciente del humo
me ahoga como en un río.
Lo mismo que una bandada
dispararon mis amigos;
y en medio de las cenizas
la soledad es mi nido.

                                                     Salmo 87


     Hace años, muchos, pedí al abad Menapace que contara 7 días de su vida.
     «Para cuando me desocupe un poco te enviaré algo sobre lo que me pediste. Prometido» (30.05.87)
     «No creas que me he olvidado de tu pedido. Sólo que tengo que rumiarlo para que no me salga de encargo, sino de adentro» (28.11.89).
     «Con este salmo 87 para mí muy querido por ser el de tantos en esta Navidad, sigo alimentando tu ya dilatada espera en mi escrito sobre la vida de un pobre abad de campaña» (25.12.91)
     «Desde ya te prometo que no me quedará otra que satisfacer tu viejo y reiterado pedido, que no cumplí hasta ahora de puro vago que soy para ponerme a escribir cosas por encargo. Soy como la oveja: me gusta producir lana desde dentro. Luego, cada tanto me meto a hilar y tejer algo entregable» (29.03.92)
     «Aquí va lo prometido. Esperando que sirva» (02.12.93).
     Los 7 días han quedado reducidos a 3 horas. De momento. Porque esperamos más «motivos» del buen lanero, hilador y tejedor de Santa María de Los Toldos.

J. S. V.


     Cualquier ruido puede despertarte en la madrugada, sobre todo si tenés el sueño medio liviano. Pero no siempre al despertarte te encontrás con motivos para amanecer. Y éstos son los que uno necesita si quiere levantarse enseguida.
    Es frecuente que a un monje se le pregunte por qué se levanta todos los días antes del amanecer. Es quizá uno de los detalles que más impactan a los que no conocen la vida de un monasterio.
     Por supuesto que hay muchas razones históricas que han llevado a los monjes, desde muy antiguo, a incorporar a su vida este extraño hábito de levantarse a la misma hora en la que la mayoría de los jóvenes de nuestras ciudades recién está pensando en acostarse. Sobre todo en los fines de semana. Pero no quiero darles las explicaciones del caso. Simplemente les voy a contar una de las tretas que yo uso, para que me cueste un poco menos el dejar mi sueño y mi cama en horas tan tempranas de la mañana. Sobre todo en invierno y cuando uno tiene la absoluta certeza de que, por cuatro horas, nadie vendrá a pedirle nada.

     En mi monasterio la campana suena un poco pasadas las cuatro y media de la madrugada. Y lo hace infaltablemente: en invierno y en verano. De domingo a domingo. Para tocarla se establece un riguroso turno de una semana cada uno, por donde pasan todos los monjes, desde el abad hasta el último novicio. La llamamos la campana del gallito.
     ¿El nombre? No tiene nada que ver con la hora. Simplemente esa campana está colocada en una pequeña torre junto al comedor de la comunidad. Sobre esa torre, un gallito oficia de vigía de los vientos. Y aquí en la pampa, el viento es el que decide el clima del día. Si sopla del este: lluvia como peste. Si es del sur: hará frío, y hay que abrigarse. Si es del norte: será húmedo y caluroso, y puede llegar a ser bochornoso. Tiempo de víboras y locos, dice la gente, porque suele influir en el ánimo de las personas y de los bichos. Y si es del oeste, entonces es viento de tierra adentro: señor de las llanuras, al que se le da el bellísimo nombre de Pampero, y que ha inspirado los más hermosos versos a nuestros poetas gauchos.
     Comprenderán entonces el porqué aquí un gallito tiene tanta importancia cuando oficia de veleta, rosa de los vientos. Bueno. Debajo de ese gallito está la campana que convoca a los actos comunitarios que no son litúrgicos. Porque para éstos está la otra. La grande. La de la torre sólida y achaparrada de nuestra iglesia de estilo colonial.

     Supongamos un día normal. Es invierno y aún faltan cuatro horas para la salida del sol. Todo el campo duerme en paz. Afuera la escarcha comienza a blanquear los pastos quemados por el invierno.
     Los monjes duermen desde hace unas siete horas. Y suena la campana del gallito. Me despierto. Es ya instintivo. Si me pongo a buscar excusas para quedarme en cama, voy perdido. Porque seguro que me quedo dormido ahí mismo.
Entonces el recurso es espiritual. Tiro las cobijas al fondo de la cama y le digo a Dios:
— Mirá, Señor Dios: éste es un sueño demasiado lindo para desaprovecharlo. Es una lástima desperdiciarlo, cuando todavía da para bastante más. Por favor, regálaselo a alguien que lo esté necesitando. A alguna persona que haya pasado la noche sin dormir, y que necesite descansar en serio. Y permitíme tomar en cambio sus penas y alegrías, sus esperanzas y angustias, para llevártelas a la oración.
     Mientras tanto me tiro de rodillas sobre una alfombrita de lana que tengo al pie de la cama, y mirando en dirección a un ícono de la Virgen, le rezo esta cortita oración: -Que hoy no me meta donde no me llames ni me niegue para lo que me necesites. Amén.
     El resto ya sale solo. Me lavo un poco la cara, me enjuago la boca, me visto y me voy. El usar barba tiene la ventaja que te ahorra la afeitada y todo su rito artificial.
     Me quedan cerca de diez minutos hasta el comienzo de la Oración de Vigilias. Lo paso delante de la imagen de la Virgen Negra, patrona de nuestro monasterio, que desde su fundación nos acompaña con su presencia maternal. Es una copia de la que se venera en el santuario de Einsiedeln, en Suiza. De allí vinieron los primeros monjes, que fundaron en 1948, aquí en las pampas sureñas, este monasterio de Santa María de Los Toldos. Y allí me quedo haciendo tiempo y memoria, hasta que la campana grande nos convoca a todos en el coro, para el rezo de los salmos y la escucha lenta de las lecturas.
     
      Durante este rezo comunitario, a menudo siento a mi lado a tantos amigos, que seguramente en ese mismo momento están pasando por un trance duro. Y entonces los salmos tienen otro sabor. Se convierten en quejas reales, en acciones de gracias plenas, y en alabanzas sinceras. Me siento un solitario solidario.
     Esto termina un poco antes de las seis de la mañana. Cada monje vuelve a su celda y allí tiene un encuentro lento y sabroso con la Palabra de Dios. Lo llamamos
«Lectio divina».
     No es una simple lectura, ni tampoco un estudio. Leer la Biblia es como prender un fueguito. Hacer la
«Lectio» es como quedarse a su lado mirándolo lento, mientras dejas que el calorcito se te meta adentro. Yo lo hago mientras tomo mi mate tempranero.
     Mate y Biblia, se me han aquerenciado, haciendo buena yunta. Y además me reemplaza el desayuno. Aunque necesito previamente ir a la cocina a buscar un pedazo de pan, para que el mate no caiga en el vacío.

     Quizá todo esto les resulte intrascendente. Pero pertenece a mi cotidianidad. Y cuando por cualquier circunstancia se me suspende el rito, me siento como desconcertado.
     El monje confía muchas de sus actitudes al reflejo de sus hábitos dolorosamente adquiridos.
     Contamos el día por minutos, y la historia por siglos.

     A las siete y media nos reúne la Eucaristía comunitaria. Casi siempre, en mi caso, la ha precedido una media hora en la que sucumbo a dos de los varios vicios visibles que tengo. Uno de ellos es fumarme la pipa diaria. Y el otro es escribir cosas como ésta que ahora les toca leer.

      Les ruego que sepan ser comprensivos con mis limitaciones. El fumar la pipa me ayuda y me inspira para escribirles. Es un hábito que heredé de mi viejo, que fue un gran padre en mi vida.

Mamerto Menapace


310 Brazos de madre: No busco, Señor, la gloria, / ni por dentro me he engreído, / no me imagino grandezas / ni tampoco te las pido. / Sólo a tu lado mi alma / sabe quedarse callada, / como criatura dormida / en los brazos de la mama. / Así debemos confiarnos / los que somos de su raza: / pegaditos a su pecho / como manija a la taza! (Salmo 130).MAMERTO MENAPACE