MUERTE Y VIDA REALMENTE ENVIDIABLES volver al menú
 



     Acabo de encontrar este texto en una revista de teología que se publica en Buenos Aires. Lleva por titulo: •Oracion a Ignacio Ellacuría, asesinado en San Salvador el 16 de noviembre de 1989».
     La transcribo aquí porque es muy antigua en la Iglesia la devoción a los mártires, cuya sangre es semilla de cristianos. Y porque espoleará la generosidad de los jóvenes.
     Pero ¿es que los jóvenes de hoy son generosos? Lo fueron los de ayer, lo serán los de mañana y lo son los de hoy, siempre que se les abren horizontes grandes
     Los mártires de la Universidad centroamericana José Simeón Cañas de San Salvador (la «UCA» la llaman) abren con su muerte un horizonte insospechado.
     Si el lector es de los que a ratos se sienten tentados por el desanimo, tenga en cuenta este no «pequeño» detalle: la revista de teología donde he encontrado este texto no es ninguna revista publicada por una facultad católica. La sangre de Ellacu y sus compañeros mártires confirma una vez más que «Todo lo que asciende, converge» y que «Todo, aquí abajo, se sostiene por arriba».
     Y como el mundo es muy pequeño abrigo la esperanza de que esta «oración» caiga en manos de aquel universitario que, a mediados de 1990, a la pregunta «¿Cómo te gustaría morir?» del cuestionario Proust, contestó así: «Acepto la muerte que me regalen. La de Ellacuría me parece muy envidiable». Muerte y vida realmente envidiables.

J.S.V.


     Ellacu, te rompieron a balazos la cabeza. Tu cabeza entrecana quedó sobre la grama. Quedó sin pensamientos., como si fuera un cuarto sin luz. Tus enemigos te odiaban y quisieron destruir tu gran inteligencia. Te consideraban el cerebro de la subversión dentro de la UCA y la Iglesia. No saben que tus ideas están intactas y están trabajando en miles de corazones dentro de El Salvador y en el mundo entero.

     Ellacu, te silenciaron la palabra. Te pusieron por mordaza la húmeda tierra de la madrugada. Demasiadas veces te oyeron desde la cátedra de la realidad nacional en la UCA y desde los noticieros de televisión. Tu palabra era incisiva y despiadada contra la injusticia. Tu palabra quitaba las máscaras de los más sutiles engaños. Ahora, desde la más alta elevación del predio universitario., como desde un monte Calvario, seguirás hablando con más fuerza. Tal vez ahora alcances lo que no pudiste en la vida, la conversión de tus enemigos. Perdónalos, porque en realidad no saben lo que hacen.

     Ellacu, te dejaron boca abajo. ¿Estás desesperado? ¿No quieres mirar más a las estrellas de noviembre? Eras en verdad utópico. Pensabas en una tercera fuerza, querías la negociación, demasiado intentaste ser mediador, buscabas la paz en esta tormenta de odios, desde la universidad quisiste abrir un camino distinto y para esto oías a políticos de todos los bandos, escudriñabas a embajadores, prestabas la cátedra a académicos, acudías a citas lejanas. Eras en verdad utópico, pero un utópico que nunca se cruzó de brazos. Te vemos ahora boca abajo. ¿Te desesperaste? ¿Tiraste la toalla? Comenzamos a entender que la tercera fuerza no era tercerismo, que la negociación no era claudicación, que la critica a los revolucionarios no era obstáculo a la liberación, que tus pláticas con el presidente no eran traición a los pobres. Ahora tu utopía, ahora que no la lograste, nos empieza a alumbrar el camino.

     Ellacu, te dejaron acostado para siempre junto a tus hermanos. Fuiste el líder de ellos. Los arrastraste hasta la muerte. Allí tienes a los tuyos, siempre fieles. Allí los tienes, dóciles, siguiéndote hasta el final, dispuestos a no dejarte, aunque a veces eras muy exigente con ellos. No moriste solo. Moriste en comunidad. No se equivocaron los enemigos. Tú no eras solo. Eras con los tuyos. Sin ellos no eras nadie.

     Ellacu, te robaron el premio Comín. Te lo sacaron de tu cuarto, mientras otros te mataban. ¿Dónde están esos 5.000 dólares? A tu maestro lo vendieron por 30 monedas. Por ti pagaron más caro y los trabajadores de la finca de Opico se quedaron sin casas. Tus enemigos les robaron el premio. No te preocupes. Tienes amigos. Acuérdate de tus viajes a Holanda, Estados Unidos, España... Los trabajadores de la finca de la UCA no quedarán desamparados.

     Ellacu, ¿te tocaron el corazón? Tienes balas en la espalda. ¿Te raspó alguna el corazón? Era difícil llegar hasta tu corazón. A veces parecías sólo cabeza, parecías sólo justicia sin misericordia. Pero, a tu manera, eras tierno, eras querendón, necesitabas explayarte. Te hacían falta hijos. Querías locamente descendencia. Llevabas un vacío y una sombra te acompañaba.

     Ellacu, ¿por qué te dejaste matar? Tan inteligente y no adivinaste que el cateo del lunes fue reconocimiento. Tu análisis era potente, pero no tenías presentimiento. Confiaste en la razón. Desconociste la hora de las tinieblas. Dos veces saliste en otros años de El Salvador, como tu maestro cuando cruzaba el Jordán. Ahora viniste demasiado eufórico de Europa, cargado de planes y proyectos. Caíste en la trampa que desde hace tiempo te venían preparando. O tal vez estabas ya preparado para aceptar tu hora y sellar con sangre tu palabra.

     Ellacu, ¿no tuviste miedo en la última hora?, ¿no sentiste la descarga de la adrenalina cuando a medianoche los bombazos te rompieron los vidrios de la ventana? ¡Eras tremendamente sereno! Todavía te vestiste la bata. Todavía te calzaste unas sandalias para no herirte los pies. Quisiste encararte vestido al capitán del operativo, como todo un rector magnífico.

     Ellacu, ¿rezaste antes de morir? Te vemos diciendo misa, sacerdote universitario. Pero nos cuesta imaginarte pidiendo ayuda. Tu postura final, sin embargo, es la de Jesús en el huerto con el rostro en la tierra, en señal de adoración abatida.

     Ellacu, acuérdate de nosotros ahora que estás en el reino. Háblale al Padre, usa tu dialéctica, no le metas sofismas. Esos ya no valen. Dile que oiga los lamentos de este pueblo. Tu mejor argumento ahora es tu sangre. Antes, algunos no te creíamos mucho. Decíamos que hablabas desde el aire acondicionado de la UCA. Ahora te ensuciaste, te anonadaste como tu maestro, vaciaste tus fuerzas y los restos de tu orgullo en la misma tierra de todos. Tu Padre en estos momentos escuchará tu corazón sacerdotal.


281 ¿Quién puede permanecer indiferente frente al aumento vertiginoso de la necesidad de evangelización? Quisiera preguntaros a cada uno de vosotros que os encontráis en el momento decisivo de vuestra elección: ¿qué piensas hacer con tu vida?, ¿cuáles son tus proyectos?, ¿has pensado alguna vez en entregar tu existencia totalmente a Cristo?, ¿crees que pueda haber algo más grande que llevar Jesús a los hombres y los hombres a Jesús?, ¿cuál es tu respuesta?- JUAN PABLO II