CARTA DESDE BERBERATI volver al menú
 



ACABO DE CELEBRAR EL NACIMIENTO DEL SALVADOR EN MI PARROQUIA LA SELVA. LA MISA DE MEDIANOCHE HA TERMINADO CON UNA EXPLOSIÓN DE CANTOS, GRITOS Y TAMBORES Y ME PARECE COMO SI EL CIELO SE INCLINARA SOBRE ESTE INMENSO CLAMOR QUE SUBE HACIA ÉL. UNA GIGANTESCA FOGATA ENCENDIDA DELANTE DE LA IGLESIA HACE QUE LA NOCHE RETROCEDA HASTA EL CONFÍN CON EL BOSQUE. Y AHORA, ELLOS BAILAN. «ELLOS» SON MIS FELIGRESES, Y TAMBIÉN TODOS LOS QUE NO TENÍAN OTRA COSA QUE CELEBRAR ESTA NOCHE. TODOS HAN VENIDO A CALENTARSE CON NUESTRO FUEGO, NUESTRA FE Y NUESTRA ALEGRÍA. ÁFRICA BAILA TODO LO QUE LE ACONTECE, YA SEA EL BIEN O EL MAL, SU PENA O SU ALEGRÍA, LA VIDA Y LA MUERTE. ESTA NOCHE BAILAN LA VIDA Y LA ESPERANZA, Y EN EL FONDO DE MI SER SOY FELIZ DE SER UNO DE LOS QUE LES HA TRAÍDO LA RAZÓN DE ESTA ALEGRÍA: NOS HA NACIDO UN NIÑO...


     Jérome Martin es un capuchino que, desde que tenia 30 años, trabaja en la Republica Centroafricana. Hace poco le hicieron obispo de Berberati. Pocos meses después, la noche de Navidad de 1988, sentado en el porche de su casa, mientras «los suyos» bailaban en torno a una gigantesca fogata, escribió esta carta. Insólita carta de un buen pastor. Que merece ser leída y releída por los lectores de esta publicación vocacional.

J.S.V.


     Al salir de la iglesia yo también he dado algunos pasos alrededor del fuego. Delante de mí bailaba Josefina con su bebé recién nacido a la espalda. Hace tiempo que la conocí: entonces no tenía aún diez años y su padre hacía un curso en el Centro de Catequistas de Carnot. Me acuerdo muy bien —ella también— de las latas de sardinas y tubos de leche condensada que la hice tragar para poner fin a las úlceras que le roían las piernas y cuya única causa era una alimentación demasiado pobre en proteínas.
     Su familia es de aquí. Ella, joven madre orgullosa de serlo, ha venido a pasar las fiestas. El bebé a su espalda se bambolea. No parece que sea demasiado cómodo para bailar. De repente., se vuelve y se da cuenta de que estoy mirando al niño, desata la tela que lo envuelve y me da la pequeña bola cálida y dormida en sus brazos: «¡Mu lo ma! Mbi mu na no» (tómalo, te lo doy).
     Voy a sentarme en un banco ni demasiado lejos ni demasiado cerca del fuego. Sin duda, me he debido quedar un buen rato mirando las llamas bajo el encanto de esta noche bulliciosa y, sin embargo, apacible. Un líquido caliente que bajaba por mi pierna me ha sacado del sueño. Devuelvo el niño a su sofocada madre, bebo un buen trago de café y, so pretexto de la hora, la fatiga y las misas del día siguiente, me retiro al porche de mi casa. Para escribiros. De vez en cuando alguno sale del baile, viene hasta mí y se pregunta —sin atreverse a hacerlo en voz alta— qué puedo estar escribiendo a estas horas. Después se vuelve a la fiesta. Sin duda., sienten un tanto confusamente que en esta noche de Navidad yo estoy a la vez en medio de ellos y lejos de ellos. Lejos de aquí y de otras partes.
     ¿Hasta cuándo tendré que alejarme de mis orígenes europeos para convencerme de que la Navidad no es ni los abetos ni la nieve, ni siquiera esas fiestas en familia en las que, cuanto más frío hace fuera, uno está más caliente dentro?

     Parece como si sobre la pantalla negra de esta noche poblada de presencias lejanas estuviera viendo una película. La película del año que se acaba. Es verdad que este año ha sido duro. Lo comencé aquí mismo, antes de salir para Francia y ser ordenado obispo el 24 de enero. Vuelto a Berberati, de nuevo me encontré con la congestión y la fatiga de todos los días. Si tengo la impresión de que el ambiente está distendido esta noche es únicamente porque es la noche de Navidad, porque la fiesta se celebra a toda marcha a algunos metros de donde estoy, porque el alba nos sorprenderá: a ellos bailando y a mí escribiendo.
     Nunca había escrito tan poco como este año... Cada vez me hace falta un esfuerzo más grande para comunicar algo de un mundo a otro, Vivimos en dos mundos distintos, y cada vez más distintos cuanto más rápido los medios modernos de transporte y de comunicación nos hacen tomar más conciencia los unos de los otros. ¿De qué mundo participo yo, el ser híbrido en que me he transformado? ¡Ojalá el mundo africano pudiera realizar pronto su despegue económico!
     ¡Ojalá pudiéramos hacer otra cosa que tender la mano una y otra vez! En el día de la fiesta nacional, el 1 de diciembre., nuestro prefecto de Berberati dijo, y con razón, que la coyuntura económica internacional impedía toda esperanza de mejorar nuestra situación a corto plazo. No sé si la gente entendió bien lo que quería decir. Lo que yo he entendí es que el precio internacional del café, a nueve francos, no nos permitirá dejar de ser los eternos mendigos del mundo, ni tampoco la venta de la madera en los mercados mundiales a precios de risa, ni la especulación rusa o americana sobre el diamante, ni nuestra situación geográfica en medio del Continente y sin ferrocarril, ni la ausencia de formación profesional y técnica en nuestro país.
     Sé muy bien que también hay causas locales de nuestro estancamiento. Pero también sé que una buena parte de ellas son el resultado de hechos externos. ¿Qué dinamismo queremos esperar de un hombre que se mata a trabajar toda una mañana al sol, se deja devorar por las hormigas, para al final recoger su cosecha de café y verla enmohecer porque nadie se la compra?

     ¡Quisiera tanto que un día —si llega alguna vez— cambiaran las condiciones y este pueblo tuviera su oportunidad! Yo me peleo con ellos y conmigo mismo para que dejen de esperarlo todo de fuera, para que sepan valerse por si mismos, para que aprendan que no se puede conseguir nada sin esfuerzo.
     Siento que me estoy volviendo duro, intransigente. En mi cuarto tengo un balón que he recogido Dios sabe donde. Los jóvenes lo querían como regalo de Navidad ¿Regalo? Ni hablar. Estamos construyendo una pequeña maternidad. Hace falta gravilla. La gravilla está en el pantano y solo hay que ir allí y sacarla a cubos «¿Queréis un balón? ¡Cuatro remolques de gravilla!» « Pero... ¡es la fiesta!» «¡Cuatro remolques bien llenos».
     Antes yo les daba todo sin mas, únicamente porque yo tenia y ellos no. Hasta que un día me dije a mi mismo que se acabo. Ahora yo les doy y ellos me dan. Yo recibo y ellos reciben. Detesto por igual dos actitudes demasiado corrientes aquí: la de no pagar el precio de las cosas y del trabajo, y la de dar dinero o cosas sin la menor contrapartida. Y cuando estas dos actitudes parten de la misma persona o institución, siento que la cólera me invade: no hay una manera mejor de mantener a este pueblo en un estado de dependencia.
     Con este pueblo —con el que vivo ya desde hace tantos años— quiero compartir su comida y su lengua, su pobreza y su destino incierto, pero no esta incapacidad de organizar la vida, no esta reputación de pasividad y mendicidad. Les quiero y deseo que luchen contra ellos mismos, contra un mundo que les aplasta, contra mí mismo, si saben hacerlo. Pero que no se echen a dormir, que no escojan el camino de la asistencia de por vida.

     Alguien tose en la oscuridad. Así es como se toca a la puerta cuando no hay puerta.
     —¿Quién es?
     —Soy yo. Josefina, te traigo café.
     —Gracias! Creí que venías a presentarme a tu marido.
     —Ya no tengo marido. Se ha ido con otra.
     —¡Ay, hija mía! Yo no tengo medicinas para esta enfermedad.
     —Ya lo sé. Y tú, ¿a quién escribes?   
     Le dejo mis papeles.
     —Pero si sabes que no sé leer. ¿Estás escribiendo a tu familia?
     —Sí y no..., a mi familia, a mis amigos, a todos aquellos que me gustaría sentir muy cerca esta noche, a un hermano que murió, a mí mismo quizá, a ti misma si quieres, al viento, a la noche, a la selva...
     —Desde luego, siempre estás de broma. ¿Me puedes cuidar a mi niña un poco más?
     —¿Por qué no? Acuéstala en esa esterilla. Si se pone a llorar, ya te mandaré llamar.
     —¿Por qué no vienes a bailar con nosotros? ¿Estás triste? Bueno, si quieres venir allí estamos.
     —Sí, claro que estáis allí. Vete a bailar Josefina, el alba no está lejos.
     Es cierto, el alba está cerca. Hacia el Este, por entre los árboles gigantes, una claridad pálida parece salir de la tierra Cuánto me gusta ser un testigo despierto maravillado de este momento en que la noche deja de ser noche, mientras que el día no es aún más que una promesa.
     Desde el fondo de esta selva espesa veo esta humilde claridad tornarse el alba de vuestros pueblos, la aurora de vuestras grandes ciudades. ¿Aún estáis durmiendo?
     En el mundo antiguo, en esta fecha, los hombres rendían homenaje al Sol, luz del mundo. El Niño que Dios nos da es la luz de las naciones. Que esa luz brille y que ilumine todos nuestros rostros.

Jérome Martin


272 Dirigimos una mirada llena de afecto y plena esperanza hacia la juventud cristiana. En muchas regiones los apóstoles, desfallecidos por la fatiga, con vivísimo deseo esperan quienes les sustituyan. Tenemos firme confianza en que la juventud de nuestro siglo no será menos generosa en responder al llamamiento del Maestro que la de los tiempos pasados. Las familias cristianas valoren bien su responsabilidad y entreguen sus hijos con alegría y gratitud para el servicio de la Iglesia.-JUAN XXIII