CARTAS (7 + 1) QUE VAN Y VIENEN volver al menú
 



     De las cartas de san Pablo, mi preferida es la carta a Filemón. Por Onésimo, Apia, Arquipo, Epafras, Aristarco, Demas, nombres de cristianos desconocidos. Y por lo breve.
     «Cartas que van y vienen», buen título, creo, para los textos de este número. Casi todos surgidos a propósito de cartas que vienen y van. Y algunas de cristianos desconocidos también. Siete, más otra para ser leída desde Arriba.

1. Después de publicar la lámina XIV de «San Josecho a lápiz» (hoja 229), en la que la pluma de orfebre de José María Cabodevilla cuenta su visita a Ángel Orradre Fernández, su monaguillo ya seminarista, doce años sin cumplir, y apuesta doble contra sencillo para que el día de su primera misa, dentro de doce años, brille el sol, he recibido unas cuantas cartas de congratulación por la belleza del texto y por la finura de la presentación tipográfica, pese a la mucha letra. Y un reparo: «eso de la vocación de los críos pequeños es muy discutible y ya no se lleva».
     Que sea muy discutible, tendrá que ser discutido. Y la moda como criterio de vida nunca será un argumento muy convincente, excepto para los comerciantes.
     Para ganar tiempo, se me ha ocurrido transcribir a mis corresponsales estas palabras de Igor Stravinski, el genial compositor ruso: «Tuve conciencia de mí mismo como músico, a los cinco años, oyendo a los aldeanos cantar al unísono mientras regresaban de sus labores».
     ¿Por qué Ángel Orradre Fernández, y otros mil como él, no pueden tener conciencia, siete años después que Stravinski, de que Dios necesita de sus manos para seguir bendiciendo, de sus labios para seguir hablando, de su vida para seguir salvando a los hombres sus hermanos?

2. Los jóvenes de hoy «son unos tales y unos cuales», suelen decir los viejos de siempre.
     En febrero, antes de empezar a impartir una asignatura semestral en IV de pedagogía, pedí a la secretaría de la universidad la lista de los alumnos para ver a cuántos había tenido en II y cuántos habían estudiado magisterio y se habían unido después. Total: 28 conocidos y 30 por conocer.
     Repasando las fichas de los conocidos vi que una de las dos pedagogas de Huesca, que en II siempre andaban y estudiaban juntas, no estaba matriculada.
     Me acaba de decir Pilar que Teresita no ha venido este curso «porque se ha hecho clarisa». Que por Navidad, cuando fue de vacaciones, pasó a verla. Y está muy contenta.
     Es normal que esté contenta, claro.
     Lo que no es normal es que me haya sorprendido la buena noticia. ¿Será porque la maledicencia avejenta, o que me estoy haciendo viejo?
     Voy a escribir a Teresita para pedirle perdón.

3. Otra carta, preguntándome por «un medio eficaz para que en la familia surja una vocación sacerdotal o religiosa».
     ¡Qué no daría yo para sacarme de la manga un medio eficaz!
     Les he contestado diciendo que cuando estudié teología nunca acabé de aclararme del todo con lo de la gracia eficaz y la gracia suficiente. Pero que, sobre todo, por obra y gracia de un compañero mío, cada vez voy sabiendo más lo que son las gracias actuales.
     Total: les he enviado dos fichas, que considero de bastante actualidad.
     Una, con esta frase de Ortega y Gasset: «Mimar es no limitar los deseos, dar la impresión a un ser de que todo le está permitido y a nada está obligado».
     Otra, este fragmento de la respuesta que me envió un párroco belga, Albert Ryckmans, cuando le pregunté por qué se había hecho sacerdote:

     «Dios me dio padres verdaderamente cristianos que, mucho más que con palabras, predicaban con su manera de vivir.
     Mi madre se hacía obedecer por su prestigio más que por órdenes repetidas o castigos. Nuestra infancia transcurrió feliz, y los domingos me han dejado el recuerdo de una felicidad muy grande, repetida cada semana. Éramos nueve hermanos
      Mi madre comulgaba cada día en la misa de la parroquia. A las 6,30 nos despertaba. Una vez vestidos, éramos libres de escoger entre estudiar antes del desayuno o ir al colegio para la misa. Mi hermano más pequeño y yo asistíamos gustosamente a esta misa, y comulgábamos.
     Un hermano mío, seis años mayor que yo, ingresó en el seminario y este ejemplo acrecentó en mí, poco a poco, insensiblemente la idea de hacerme sacerdote.
     Creo que si mi madre no nos hubiese hecho levantar cada mañana, no hubiera encontrado el coraje necesario para ir cada día a la misa de 7, ni menos la idea y el coraje de hacerme sacerdote»
.

     ¿No hay mucho mimo en bastantes latitudes?

4. El mozo, después de muchos rodeos, aterrizó con la eterna pregunta: «¿Y cómo estar seguro de que Dios me llama?».
     En vez de perder el tiempo en largas disquisiciones le dije: Apunta lo que te voy a dictar. Y cuando te lo sepas de memoria, avisa.
     «La seguridad priva al hombre de lo más propio de él: la iniciativa, la exploración, el ensayo, el riesgo, la creación. Un mínimo es necesario para poder hacer pie y desde ahí afrontar la radical inseguridad de la vida; pero nada más. Por otra parte, la seguridad suele ser seguridad de lo peor. Es menester que nos decidamos a renunciar sin temor a ella».
     Tiene que andar muy mal de memoria, porque aún no ha vuelto.

5. Entre las Úrsulas y los Capuchinos va una calle (Domínguez Berrueta se llama) que es pura calle: no hay ninguna puerta.
      Pasaba distraído por allí cuando oí: «No digas “no puedo” , que todo lo que Dios manda se puede». Textual. Como que saqué un papel del bolsillo y tomé nota literal.
     Me llamó la atención la frase, pero, aún más, el tono. Se lo decía una mujer a un crío de unos ocho años. Al decirlo, creo que la señora sobre todo se lo decía a sí misma.
     A lo largo del día me estuvo obsesionando la frase y el tono. A ratos, trataba de librarme de ellos diciéndome: «¿Y cómo saber lo que Dios manda? ¿Cómo?». Porque a lo largo de la historia de ¡a humanidad., ¿no ha sido tomado demasiadas veces el nombre de Dios en vano?
     Al rezar el rosario por la noche, paseando, tras repetir el «hágase tu voluntad», me pareció que no pocas veces nos fijamos únicamente en el cómo, olvidando el qué.

6. Javier clasifica las novelas de Delibes en novelas del progreso y novelas de la ternura.
     Cuando le escriba le diré que para la 2ª edición de su tesis doctoral tenga en cuenta estas palabras de Mons. Ancel: «Cuando se habla de Dios, no basta aludir a su amor. Hay que hablar también de su ternura».
     ¿Y por qué al hablar de la vocación no tener también en cuenta la ternura?

7. No ha habido tiempo todavía para saber la acogida que ha tenido entre los lectores de este boletín, el número titulado «Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies», con las 8 oraciones de Juan Pablo II.
     Quizá nadie comente nada, porque los comentarios suelen limitarse a accidentes y a incidentes.
     Pero sospecho que allá Arriba estarán notando ya que ahora las «líneas» tierra-cielo están más ocupadas.
     ¿No decía san Agustín que la oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios?
     Rezadores del mundo, ¡uníos!

8. La tesis doctoral de Javier Sánchez Pérez no verá una segunda edición. Porque Javier goza ya de la ternura de Dios en la Patria.
     Seguro que le hará ilusión que, a manera de carta, transcriba aquí las palabras que él pone en boca del médico don Domingo dirigiéndose a don Frutos el cura:

     «Mire, yo creo, quiero creer... que Alguien tiene que ser la vid, para que nosotros seamos los sarmientos. Porque la savia que corre por el mundo, Alguien tiene que impulsarla. Porque la sangre que corre por las venas de mis pacientes debe recibir sentido de alguna mente. Y el día que deja de correr, en algún cuenco caritativo ha de ser recogida. ¿Tendría sentido si no el que hubiera animado durante cincuenta, sesenta, setenta años una vida de penitencia en estos llanos? Y eso otro que cuenta, que debe haber un Pastor bueno que cuida de nosotros, sus ovejas. ¡No vea cómo abren los ojos cuando le oyen la historia Máximo, el cabrero, y Adolfo, el pastor! Un Pastor bueno, Alguien que conozca nuestra miseria, la mire con ojos complacientes y no permita que nos perdamos del todo ni nos descarriemos sin rumbo. Alguien que, a pesar de los pesares, mantenga los hilos de esta historia nuestra, tan estúpida. ¿Y qué más? Claro, lo del grano de trigo que ha de morir para dar fruto. Eso se lo entienden a la perfección. Lo están haciendo cada año. Y usted se lo explica a su manera porque los acompaña mientras lo hacen. Tienen ustedes la clave: el grano que muere y germina en espiga. La pobreza, el sacrificio, la penuria, la enfermedad, la muerte... todo transformado en vida y en eternidad».

Jorge Sans Vila


233 La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio.-PABLO VI