¿QUÉ RESPONDERÍAIS? volver al menú
 



Toda la naturaleza
es un anhelo de servicio.
Sirve la nube,
sirve el viento,
sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar,
plántalo tú,
donde haya un error que enmendar,
enmiéndalo tú,
donde haya un esfuerzo que todos esquivan,
acéptalo tú.
Sé el que aparte
la piedra del camino
el odio entre los corazones
y las dificultades del problema.
El servir
no es faena sólo de seres inferiores.
Dios que da el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamársele así: El que sirve.
Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos
y nos pregunta cada día:
¿serviste hoy?
¿a quién?
¿al árbol, a tu amigo,
a tu madre?


     Durante el curso, los 7 u 8 matrimonios se reúnen con su consiliario como mínimo una vez al mes.
     Durante el verano descansan «oficialmente», aunque también se reúnen cuando encuentran una excusa.
     Aquella tarde la excusa fui yo. No sé si el consiliario trataba de enseñarme el grupo o de enseñarme al grupo. Probablemente ambas cosas. ¿Si no presumimos de los amigos, de qué vamos a presumir?
     Cena agradable, en todos los sentidos. Y sobremesa prolongada. Como telón de fondo —¿de qué van a hablar unos padres?— los hijos, con su futuro problemático. Y con el futuro de los hijos el porvenir de la diócesis. Un porvenir tan negro como la oscura silueta de la gran mole del edificio del seminario, perceptible en el horizonte.
     Ante su pesimismo (¿qué hacemos con ese inmenso edificio prácticamente vacío?, nuestros sacerdotes cada vez son de más edad, el número de seminaristas es nulo...), no sé si lo que les fui diciendo no les sonaría a música celestial.

     Les cité las palabras de Pío XII: En otros tiempos existía la grata y piadosa costumbre de muchas familias cristianas, especialmente en el campo, de reservar en las fiestas solemnes una parte de la comida para el pobre que la Providencia enviara y que así tendría parte en la alegría común. Es lo que en algunos sitios se llamaba «la parte de Dios»... ¿Qué haríais vosotros si el Maestro Divino viniese a pediros «la parte de Dios», es decir, alguno de vuestros hijos o hijas, que Él os ha concedido, para formar de ellos su sacerdote, su religioso, su religiosa?
     
     ¿Qué responderíais?

      Les comenté lo de los músicos de la banda aquella: la única razón para tocar el clarinete era porque «hacía falta», la única razón para tocar el trombón era porque «hacía falta», la única razón para tocar la flauta era porque «hacía falta», sin dar importancia a la cosa y, por supuesto, sin sentirse menos felices o menos realizados por no haber hecho lo que les gustaba inicialmente sino lo que «hacía falta».

     ¿Qué responderíais?

     Les hablé de Gheorghiu, que desde que tuvo uso de razón supo que de mayor sería sacerdote. Como su padre, como su abuelo, como su tatarabuelo... Porque entre ellos se es sacerdote de padres a hijos, como en la tribu de Leví. El hijo mayor de un sacerdote aprende la liturgia y todos los ritos sagrados, incluso antes que el alfabeto. Como suena. «Entre nosotros se nacía sacerdote como se nace rey». (¿Quién considera impropio que el hijo mayor del rey sea rey?).

     ¿Qué responderíais?

     Algunos —mi amigo, el consiliario, les reparte a veces ejemplares de esta publicación vocacional— recordaban los agudos comentarios de Agustín Altisent y de José Corts Grau «sobre la libertad», y consideraban certeras las palabras de Unamuno: «No canta libertad más que el esclavo, el pobre esclavo; el libre canta amor», y muy fina la frase de André Gide «La felicidad del hombre no está en la libertad sino en la sujeción a un deber».

     ¿Qué responderíais?

     Como el latín no era su fuerte, desconocían la frase de Séneca; «Membra sumus corporis magni. Alteri vivas oportet, si vis tibi vivere» (Somos miembros de un gran cuerpo. Conviene que vivas para el otro, si quieres vivir para ti), y se sorprendieron de que Lutero hubiese escrito: «Omnes status huc tendunt: ut aliis serviant» (Todos los estados tienden a esto: servir a los otros).

     ¿Qué responderíais?

     Y me pidieron copia de aquellos versos de Gabriela Mistral: «Toda la naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco. / Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acépalo tú. / Sé el que aparte la piedra del camino, el odio entre los corazones y las dificultades del problema. / El servir no es faena sólo de seres inferiores. Dios, que da el fruto, sirve. Pudiera llamársele así: El que sirve. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿serviste hoy? ¿a quién? ¿al árbol, a tu amigo, a tu madre?».

     Se hizo tarde. Nos despedimos. Alguien me dijo en voz baja que yo era un poeta. Hubiese preferido que me hubiese llamado profeta.
     Eran buena gente, se sentían «miembros que participan todos en la actividad vital del cuerpo místico de Cristo, conscientes de que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo», pero nunca se habían detenido a pensar que la vocación no consiste ni en un sentimiento, ni en un gusto, ni en una inclinación, ni en una tendencia.
     Cuando escriba a mi amigo el consiliario le diré que les proponga leer en equipo unas cuantas páginas de la encuesta «Por qué me hice sacerdote»: la respuesta de Von Balthasar: «Yo no quería en realidad hacerme sacerdote... No tienes nada que elegir, has sido elegido; no necesitas nada, se te necesita; no tienes que hacer planes, eres una piedrecita en un mosaico ya existente»; la de Emilio Sauras: «Estuve destinado al sacerdocio desde el momento en que fui engendrado... la familia inmediatamente empezó a actuar conforme al destino que me había impuesto»; la de Michel Quoist; la de Aimé Duval...).
     Y, al mismo tiempo, que repasen la vocación de Abrahán, y la de Moisés, y la de Samuel, y la de Jeremías, y la de Juan Bautista, y la de Matías, sin olvidar la de Pablo y Bernabé, y la de Simeón, apodado el moreno, y la de Lucio el de Cirene, y la de Manaén, hermano de leche del tetrarca Herodes.

Jorge Sans Vila


227 Cada año muchos jóvenes encuentran en su camino hacia el sacerdocio obstáculos puestos por sus padres, aun por padres cristianos que dicen durante la misa del domingo: «Señor, danos sacerdotes», y añaden a continuación: «pero no los escojas de entre nuestros hijos». Señor, perdón para estos padres que matan las vocaciones o impiden su desarrollo. Perdón para estos hombres responsables de la descristianización del mundo.- CARDENAL SALIÈGE