EN UNA NOCHE DE VERANO volver al menú
 



12
Es un hecho que el cuerpo, siendo uno,
tiene muchos miembros, pero los miembros, aun siendo muchos,
forman entre todos un solo cuerpo.
Pues también Cristo es así,

13
porque también a todos nosotros,
ya seamos judíos o griegos, esclavos o libres,
nos bautizaron con el único Espíritu
para formar un solo cuerpo,
y sobre todo derramaron el único Espíritu.

14
Y además tampoco el cuerpo
es todo el mismo órgano, sino muchos.

15
Aunque el pie diga:
«como no soy mano, no soy del cuerpo»,
no por eso deja de serlo.

16
Y aunque la oreja diga:
«como no soy ojo, no soy del cuerpo»
no por eso deja de serlo

17
Si todo el cuerpo fuera ojos, ¿cómo podría oír?;
si todo el cuerpo fuera oídos, ¿cómo podría oler?

18
Pero, de hecho, Dios estableció en el cuerpo
cada uno de los órganos como él quiso.

19
Si todos ellos fueran el mismo órgano,
¿qué cuerpo sería ése?

20
Pero no, de hecho hay muchos órganos
y un solo cuerpo

21
Además, no puede el ojo decirle a la mano:
«no me haces falta», ni la cabeza a los pies
«no me hacéis falta».

22
Es más, Dios combinó las partes del cuerpo
procufrando más cuidado a los que menos valía,

25
para que no haya divisiones en el cuerpo
y los miembros se preocupen igualmente unos de otros.

26
Así, cuando un órgano sufre,
todos sufren con él: cuando a uno lo tratan bien,
con él se alegran los otros.

27
Pues bien, vosotros sois cuerpo de Cristo,
y cada uno por su parte es miembros.



     Cada vez que repaso el capítulo primero del Génesis y tropiezo con el estribillo «y vio Dios que era bueno» al final de la creación de cada día, se me ocurre pensar qué habría escrito el buen hagiógrafo si hubiese vivido hoy.
     Seguro que habría hecho mención de las cartas. Porque ¿qué sería de la vida de algunos mortales —de la mía, en concreto— sin el correo?
     Vicente Muñoz Pellín es de los que saben escribir cartas. Doy fe. Cartas pastorales, cartas catequéticas, cartas comerciales, cartas burocráticas y... cartas cardíacas.
     A veces, me envía junto con la carta algún «suplemento». Como éste de hoy. Suplemento brotado en una noche de verano.

J.S.V.


     En una noche de verano no se duerme bien en un piso alto de Madrid. En este domingo del mes de julio, tengo que agradecer que la dificultad para conciliar el sueño que supone la elevada temperatura me haya permitido escuchar un espacio radiofónico dedicado a las bandas de música.
     La verdad es que yo siento «desde siempre» una particular debilidad por ellas. ¡La fuerza de la tierra!
     En una banda de música, en cualquiera de las miles de bandas que esforzada e ilusionadamente existen en el ancho mundo, se da «a tope» la experiencia de la realidad encerrada en la comparación que el apóstol Pablo (1 Cor 12) aplica a la comunidad de los creyentes en Cristo, la Iglesia, animada por un mismo Espíritu —que llamamos Santo— y dócil al mismo.
     En estos tiempos de individualismo, de sálvese-quien-pueda, la realidad de la existencia de las bandas de música, sobre todo de las no profesionales —como la de los conjuntos, las rondallas, los coros, las orquestas...— es un «verdadero sacramento de esperanza».
     El esfuerzo y la paciencia que todos los miembros han de derrochar en los duros ensayos, la voluntad de superación de que han de hacer gala, la ilusión expectante ante una próxima actuación en público, la satisfacción del trabajo bien realizado rubricada con un aplauso cerrado, o bien la experiencia dolorosa de un fracaso que nunca debe parecer definitivo... son todas ellas experiencias acendradamente humanas y humanizadoras.

     He comenzado aludiendo a un programa de radio dedicado a las bandas de música. En realidad, lo que he alcanzado a escuchar se refería a una pequeña banda de un pequeño pueblo levantino, de apenas 800 habitantes.
     He de decir que el locutor era de los que dejan en buen lugar a las personas entrevistadas. Me han impresionado, entre otras cosas que podría destacar, las respuestas que daban acerca del motivo de su especialización en un instrumento determinado dentro de la banda: reiteradamente aparecía que la única razón era que «hacía falta» un clarinete, «hacía falta» un trombón, «hacía falta» una flauta... Esto, en todos. Tan sólo alguno de ellos añadía: «A mí me gustaba tal otro», pero sin dar ninguna importancia a la cosa y, por supuesto, sin manifestar ser menos feliz o sentirse menos realizado por no haber hecho lo que le gustaba inicialmente sino lo que «hacía falta».
     Me han recordado la frase de Unamuno con la que hace unos días felicitaba a un matrimonio —él, profesor del colegio en el que trabajo— con motivo de sus bodas de plata: «No canta libertad más que el esclavo, el pobre esclavo; el libre canta amor».
     En una época de «gustismo» (me gusta, no me gusta; me va, no me va...), incluso en el ámbito educativo, escuchar a unas gentes sencillas, que cada tarde dedican esforzada y gratuitamente unas horas a una tarea estética de conjunto —a un «arte»— después de una dura jornada laboral, decir que se encaminaron en una concreta dirección, sencillamente, porque «hacía falta», es verdaderamente reconfortante.

     Yo soy sacerdote, y religioso, por añadidura. Y creo que el motivo más verdadero —me atrevería a decir: el único— de mi vocación es que «hacía falta».
     No se trata de una llamada telefónica de Dios, ni de un gusto, ni de una inclinación, ni de una certeza, ni de un querer... Hay, en todo caso, sencillamente, conciencia de necesidad: «hacía falta».
     Y es que «Dios llama cuando da ojos para ver que las mieses se pierden por falta de brazos»; que alguien tiene que repartir la palabra de Cristo, el pan de Cristo, el amor de Cristo, el perdón de Cristo; que alguien debe testificar que este mundo no será llevado a su plenitud sino en el espíritu de las bienaventuranzas: las de los pobres, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de salvación, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los que padecen persecución por la justicia, los insultados, los perseguidos y los calumniados (Mt 5, 7-11). Y ese alguien, esa mujer o ese hombre han de responder como Samuel: «Hinnení, aquí estoy»; como María: «Ecce ancilla, aquí está la esclava del Señor»; en definitiva, como Jesús: «Ecce venio, aquí estoy para hacer tu voluntad».
     Dios da ojos de esta clase a muchas personas. Pero, como «un adjetivo jamás llegará a destruir el auténtico significado primario del sustantivo al que va unido, ya que éste aporta el elemento común y básico sobre el que se apoyan los diversos adjetivos que lo especifican», resultará que si la conciencia de necesidad, lo de «hacía falta», es verdad respecto de la vocación sacerdotal o religiosa, lo será para toda otra vocación, sea el ejercicio de la medicina, de la abogacía, del magisterio, del comercio, de la agricultura, del deporte, de eso que peyorativamente, a veces, llamamos «sus labores» —y que son «suyas», de las amas de casa porque, de lo contrario, aunque imprescindibles, difícilmente las realizaría nadie—, o de cualquier otra profesión: «actividad personal, realizada en orden a la comunidad, con un fin trascendente»
      ¡Hay que ver lo lejos que puede llevarle a uno su debilidad por las bandas de música!

Vicente Muñoz Pellín


226 Hijo mío, no estás solo: Yo estoy contigo. Yo soy tú, pues Yo necesitaba una humanidad de recambio para continuar mi Encarnación y mi Redención. Desde la eternidad te necesito. Necesito tus manos para seguir bendiciendo, necesito tus labios para seguir hablando, necesito tu cuerpo para seguir sufriendo, necesito tu corazón para seguir amando. Te necesito para seguir salvando.- Michel Quoist