SOBRE LA LIBERTAD volver al menú
 
  
      Para hablar de la vocación con un mínimo de honradez, hay que repasar repensar el tema de la libertad.
      He aquí tres reflexiones.

El asno de Buridán

     Hay palabras que en ciertos momentos históricos expresan algo así como la casi totalidad de los ideales y las esperanzas de la humanidad. En ellas coloca el hombre, instintiva y equivocadamente, la casi total solución de los problemas de la vida; estas palabras significan para él algo así como un cielo al alcance de la mano.

     En la palabra «progreso» y en la palabra «razón», el siglo XVII proyectó, con convicción admirable (admirable por ingenua) todas sus esperanzas, sin darse cuenta de que una cierta dosis de escepticismo sobre las propias esperanzas terrestres (un escepticismo en modo alguno triste) es imprescindible para evitar ser víctima de los espejismos de nuestra mente que nuestro vocabulario a veces expresa.

     Una de las palabras que hoy día centra bastantes de estos espejismos es, yo diría, la palabra «libertad». Sin duda la libertad es importante, fundamental, pero ¿sabemos distinguir claramente entre lo que proyectamos de ilusorio en esa palabra y lo que la libertad es? ¿Sabemos ver cuál es la libertad que puede proporcionarnos cierta dosis de dignidad y de felicidad y cuál es la que
no nos dará nada o casi nada?

     Voy a intentar (faliblemente) decir cómo veo yo esta cuestión o parte de ella.

     La libertad, por sí sola, al cabo de un rato, es aburrida, fastidia, no tiene sentido. La libertad sólo tiene sentido como lo tiene el dinero que, una vez se posee, sólo se disfruta en el momento en que se gasta de una manera sensata y, así, desaparece para convertirse en otra cosa: una cosa bella, una cosa útil, por ejemplo. Por sí solo, el dinero no sirve más que para ser contado, haciendo, con los billetes, pequeños montoncitos tontos, o para ser contemplado convertido en cifras de la cuenta corriente.

     Aquel que se decía propietario de todos los planetas y, al preguntarle el Principito qué hacía con ellos, le contestó que los contaba, expresaba, sin haberse percatado de su estupidez, exactamente lo que estoy diciendo.

     No hablo ahora, se entiende, del dinero que, todo aquel que lo tiene, debe guardar prudentemente para eventuales necesidades futuras, para legarlo a sus hijos, etc. Éste es un dinero cuyo gasto está previsto y que, por lo tanto, entra en la categoría del dinero que se gasta en cosas útiles.

     Con la libertad ocurre algo parecido a lo que ocurre con el dinero: si no se gasta, si no se pierde la libertad cambiándola por otra cosa (para ponerse uno al servicio de alguna obra que valga la pena) sólo sirve para aburrirse mirándola con fijez
a estúpidamente, sin saber qué hacer de ella y de uno mismo. Sólo aplicada, es decir, gastada, sacrificada y perdida (pero por propia voluntad deliberada), perdida en una obra que, al hacerla, nos ata y nos quita esa libertad, sólo entonces la libertad es algo sustantivo. Sola, es nada más y nada menos que una posibilidad para crear algo, de por nosotros mismos, para los demás o para nosotros. Siendo sólo una posibilidad, solamente es efectiva y sólo se convierte en algo real cuando actúa; y, cuando actúa, se la sacrifica, se la anula y se la gasta en la realización de una obra que, por el hecho de hacerla, ata esta libertad nuestra que andaba suelta y aburrida, y la hace producir, a la vez que la hace crecer (si es que lo que hacemos es justo y acertado). Sólo se es libre y se crece en libertad en la medida en que vamos dejando, aquí y allá, a pedazos, la libertad que poseíamos.

     Libertad, pues, no quiere decir ambigüedad, vacuidad. El asno de Buridán, que murió de hambre y sed, indeciso entre comer o beber, no era libre ni por hipótesis. Sólo es libre el hombre que, renunciando a su indeterminada libertad, toma una decisión creadora, desafía el futuro y, aplicándose con la debida energía a seguir un camino y a realizar una obra que él mismo ha escogido (aconsejado o no por los demás, según convenga), renuncia a las otras infinitas rutas posibles y camina con entusiasmo sacrificado, esfuerzo y constancia en esa dirección, y de lo cual (hay que añadir), será responsable, sea en positivo, sea en negativo. Porque el correlato de la libertad es la responsabilidad.

     André Gide (que no es dudoso) debía comprender algo de esta paradoja que es la libertad, cuando escribió, en su famoso prólogo al
«Vol de nuit», de Saint-Exupéry, que la felicidad del hombre no está en la libertad sino en la sujeción a un deber, la sumisión a algo mayor que él, algo, decía Gide, que le devorara.

     La libertad adquiere, pues, su grandeza sólo cuando es sacrificada voluntariamente en una realización ennoblecedora. Solamente así se convierte en la gloria del hombre, porque le hace darse a sí mismo y a los demás un destino elevado. La libertad no inmolada produce la muerte del asno de Buridán. El asno de Buridán no era libre: era simplemente un asno.

Agustín Altisent

El libre canta amor

     Cuando Unamuno escribía: No canta libertad más que el esclavo / el pobre esclavo; / el libre canta amor... ponía el dedo en la llaga y al cabo reiteraba la clásica doctrina de los contemplativos: el ejercicio de la libertad es el ejercicio del amor, y cuando más desinteresado éste, más profunda aquélla; el amor de Dios implica el vaciamiento de sí mismo y se traduce en una liberación que reduce a naderías los cuidados y ansias que agobiaban al alma y convierte la abnegación en plenitud.

     Pero, aun sin entrarnos en ese imponente desfiladero de las «nadas», cualquiera puede comprobar de tejas abajo que su felicidad no estriba en aferrarse a una libertad cerril, la del buey suelto, sino en olvidarse de ella por amorosa servidumbre. Si un día la añora, será porque el amor se ha malogrado. Y entonces, más que la pérdida de la libertad, le dolerá la frustración de haberla vinculado a una mentira o a un bien caduco o versátil. Tal vez en ese trance la tragedia no sea una lucha por recuperar aquella libertad, sino un no saber qué hacer con ella al recobrarla.

     Pensemos que, cuanto más diferenciados, cuanto más definida una vocación, más limitadas de hecho nuestras posibilidades. Elegir un camino es dejar otros mil. Ejercitamos nuestra libertad a fuerza de renuncias. Otro poeta, Luis Rosales, lo ha resumido certeramente: «La vida impersonal y baladí tiene más direcciones posibles que la vida auténtica y esencial. Un santo, como tal santo al menos, no tiene la amplitud y variedad de posibilidades que tiene un pecador, y no las tiene, no las puede tener, porque su vida es más unívoca... La vida frívola, por el hecho de estar vacía, se encuentra siempre como en período constituyente; la auténtica, la que ha logrado su unidad de sentido, podríamos decir que ya se encuentra hecha. Sólo necesita, como la vida sacramental, confirmación y fidelidad».

     Al recordarle al nuevo sacerdote las
palabras de Cristo: «Mi yugo es suave, y mi carga ligera», inmediatamente se le advierte que «poderoso es Dios para aumentar en ti la caridad». La suavidad del yugo dependerá del modo de sujetarnos a él, de un ajustar nuestro paso al paso de Dios. La levedad de la carga dependerá de cómo le deje uno a Dios aumentar en él la caridad. Caridad que no siempre consiste en dar, sino en recibir con gratitud: hay una apertura de corazón que estriba en aceptar sencillamente la ayuda ajena, como hay un egoísmo que es torpe encastillamiento.

     A esa altura el voto es la respuesta del alma agradecida, sabedora de que fue insigne privilegio la llamada. La gratitud es la auténtica respuesta humana a la gracia, y el hombre de Dios va desde ahí a darle transparencia a su vida, de suerte que hasta las piedras y malezas del fondo queden como clarificadas por la limpidez de la corriente. Vemos claro entonces también que la fidelidad es infinitamente más que ciertas abstenciones, en el amor divino y en el humano.

     Alguna distinción cabría apuntar. Si un hombre viene a decirnos que ya no tiene vocación al matrimonio, lo que quiere decir es que ya no ama a su mujer: entonces sólo el amor paternal o el de Dios pueden sostenerle. Si un hombre consagrado a Dios se siente abrumado por sus votos, lo probable es que ya no ame a Dios como le amaba. La ayuda que entonces podamos prestarle no será la de una blanca compasión, sino la de una vehemente caridad que le sacuda las entrañas del alma, las raíces mismas de su voluntad.

José Corts Grau

Libertad de / Libertad para


     Gran palabra. Cada vez más en alza, la palabra. Con resonancias distintas según vaya acompañada de un «de» o de un «para»: libertad de, libertad para.
     «Libertad de» equivale a liberación, a verse libre de algo que ata, que esclaviza, que aliena. Desde fuera o desde dentro, más desde dentro.
     «La libertad está enterrada y crece hacia dentro, y no hacia fuera. Se dice, y acaso se cree, que la libertad consiste en dejar crecer libre a la planta, en no ponerla rodrigones, ni guías, ni obstáculos; en no podarla, obligándola a que tome esta o la otra forma; en dejarla que arroje por sí, y sin coacción alguna, sus brotes y sus hojas y sus flores. Y la libertad no está en el follaje, sino en las raíces, y de nada sirve dejarle al árbol libre la copa y abiertos de par en par los caminos del cielo, si sus raíces se encuentran, al poco de crecer, con dura roca impenetrable, seca y árida, o con tierra de muerte» (Unamuno).
     «Libertad para» sabe a entrega. Dar, sobre todo darse, a quien se ama. «Si no te hubiese conocido, si no te hubiese amado, yo no sería yo». Algo que hace ser, que hace crecer, que no enajena.
     «Libertad de» es palabra de inmaduro. De esclavo. «Libertad para» es realidad de adulto. De amante.
     No canta libertad / más que el esclavo, / el pobre esclavo. / El libre canta amor. / Te canta a ti, Señor.
     Cuando se habla de vocación (actividad personal, realizada en orden a la comunidad, con un fin trascendente) los adolescentes arrugan la frente.
     Pero si descubren que servir es amar, sonríen y se dan.

Jorge Sans Vila


217 No fue la teología ni el sacerdocio lo que me entró por los ojos, sino simplemente esto: no tienes nada que elegir, has sido elegido; no necesitas nada, se te necesita; no tienes que hacer planes, eres una piedrecita en un mosaico ya existente. Sólo tenía que «dejarlo todo y seguir», sin intenciones, deseos, expectaciones; sencillamente quedarme quieto, esperando a ver en qué me usaban. Y así ha sido desde entonces.HANS URS VON BALTHASAR