MOISÉS ENTREVISTADO volver al menú
 



     Moisés es hombre de estatura recia, ojos penetrantes, profundos; el tono de su voz, sin perder sonoridad, da la impresión de un trabajador acostumbrado a dialogar y a merecer, pero que lleva un cierto cansancio a la cabeza de un pueblo de dura cerviz, de poca conciencia de sus propios derechos y acostumbrado a servir bajo el yugo de la esclavitud.
     No fue fácil abordar a nuestro personaje. Tuvimos que atravesar no sólo las distancias espaciales, sino también volar hasta 1.500 años antes de Cristo, llegar al pie de una montaña en Transjordania y esperar a que el gran líder nos diera una audiencia. Ahora viene bajando del monte donde ha estado en oración por su pueblo. Lo abordamos.



PERIODISTA 1. —Moisés, hablan de usted como de un personaje muy importante... Toda la gente sabe que usted es el líder que sacó a su pueblo de la esclavitud. Quisiéramos preguntarle: ¿cómo llegó a ser dirigente de su pueblo?

MOISÉS. —¿Cómo llegué a ser dirigente de mi pueblo? Tendría que empezar por decirle que yo nací de padres hebreos, en una época muy difícil. Todo el pueblo de Israel era esclavo de los Faraones de Egipto. Había orden de matar a todos los recién nacidos para que no cundiera tanto el pueblo de Israel. A mí, me escondieron. Si no hubiera sido así no estaría contando el cuento.

PERIODISTA 2. —Pero usted se crió en la corte de los faraones, ¡lo leí en el Éxodo!...

MOISÉS. —Sí. A grandes rasgos, le diré que me criaron con todas las comodidades. En la corte era como el ahijado de la hija del monarca. Pero, ¿sabe?, apenas llegué a ser un joven quise conocer la situación en que estaba mi verdadero pueblo, Yo sabía que esos esclavos hebreos que veía por todas partes eran mis hermanos. Quise conocer de cerca cómo vivían, cómo sufrían, Todo eso me impacto. No me dejaba dormir. Un día vi que un egipcio golpeaba a un humilde esclavo israelita. Y ya no pude más. Se me nubló la vista y me lancé a defender a mi hermano esclavo. Maté al egipcio y se armó el escándalo... tuve que huir del palacio y arrancarme al desierto.

PERIODISTA 1. —¿Y cree que fue importante para usted y para la causa de su pueblo esa experiencia de andar oculto y escondido en pleno desierto?
      (Nuestro entrevistado permanece unos segundos en silencio. Sus ojos parecen mirar hacia la lejanía de Egipto. En su mirada adivinamos el recuerdo conmovido de esos años juveniles en que cada hombre da los pasos más importantes que marcan la orientación de su ruta).


MOISÉS. —El desierto... la soledad... Sentí que allí me maduraba todo dentro de mí, el coraje, el amor a mi pueblo. En el silencio, rumiando mis pensamientos, comprendí que los impulsos violentos no solucionan nada. Un hombre muerto no significaba ningún adelanto para la libertad de mi pueblo. Pero, claro, había sucedido algo que cambió el sentido de mi vida: ahora, yo estaba de parte de los trabajadores hebreos... Y ése era un paso decisivo...

PERIODISTA 2. —Pero ¿qué hizo usted cuando arrancó al desierto?

MOISÉS. —Fui al país de Madián. Era un pueblo de pastores. Conocí el gustito de la libertad. Todos eran ciudadanos de la misma categoría: no había esclavos ni amos. Me sentí bien con ellos. Me arranché y me casé. Realmente, después de esos años vividos en la clandestinidad, yo podía vivir feliz. ¡Qué tentación de quedarme tranquilito para siempre!

PERIODISTA 1. —Bueno y ¿por qué no iba a tener derecho usted, a ser feliz? ¿Qué lo hizo cambiar? ¿Por qué volvió a la chuchoca?

MOISÉS. —Es que uno nunca puede olvidar el sufrimiento tremendo de su pueblo. Yo no me sentía con derecho a ser feliz yo solo. ¿Cómo? ¿No iba a hacer nada por mi pueblo? ¿Me iba a quedar en mi casita de Moab y resignarme a que mi pueblo nunca conociera la felicidad que yo disfrutaba en tierra libre? Sencillamente, no pude. (Nuestro entrevistado se ha incorporado. Se pasea algo nervioso. El tono de su voz se vuelve apasionado).

PERIODISTA 2. —Pero ¿qué podía hacer usted para que su pueblo dejara de ser esclavo? No me imagino cómo, ni con qué.

MOISÉS. —Un día en el desierto tuve una experiencia muy fuerte, Una experiencia de Dios. No sé cómo se la explicaría. Una cosa que casi no se puede expresar en palabras. Yo sentí que Dios me llamaba, como si oyera su voz en mi conciencia: «Yo soy el Dios de tus padres. Estoy mirando la aflicción de mi pueblo en Egipto, he visto la opresión con que lo oprimen, anda, tú, yo te envío al Faraón».

PERIODISTA 1. —Me imagino que usted se sentiría lleno de poder para asumir esa responsabilidad.

MOISÉS. —No, no, no me fue fácil aceptar la invitación. Mi primera pelea fue conmigo mismo. No creía en mis cualidades. Le contesté a Dios: «Oiga, ¿quién soy yo para ir donde el Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?». Le dije que yo no era bueno para hablar, que le encargara la cosa a mi hermano que era mucho más capaz que yo, o que mandara a otro. Pero Dios no me soltó. Me aseguró que iba a estar a mi lado. En fin, yo me di cuenta de que Él lo que más quería era libertar al pueblo de la esclavitud Y así fue como me volví a Egipto y me puse a hacerle frente al Faraón.

PERIODISTA 2. —Bueno, y ¿cómo le fue con el Faraón?, ¿qué es lo que hizo? ¿Se largó así no más?...

MOISÉS.- Espérese. Primero me fui a dialogar con el pueblo. Junté a los principales, a los ancianos de Israel. Le hice caso a lo que Dios había puesto en mi corazón. Fue como una táctica, pero una táctica apoyada en la pura fe. Yo sabía que Dios cumple su promesa y que Él estaba con el pueblo. Él me había dicho: «¡Yo soy el Señor!... ¡el Dios de ustedes!..., yo los voy a sacar de la esclavitud».

PERIODISTA 1. —¡Qué le iban a hacer caso, digo yo!...


MOISÉS. —¡Qué me iban a escuchar! Estaban más acostumbrados a agachar la cabeza. Estaban como acabados por la servidumbre y la explotación.

PERIODISTA 2. —Abreviando un poco: sabemos que usted se presentó ante el mismo Faraón. ¿Y cómo le fue con él?, ¿cómo reaccionó?

MOISÉS. —Con dureza, con mucha dureza. Redobló las horas de trabajo de los hebreos. Dio orden de tratarlos duramente. Entonces, claro, la gente empezó a echarme la culpa a mí. «¿No ven? —decían—, eso es lo que se saca con alegar». «No se te ocurra ir otra vez. ¿Para que haya más represión y más duro trabajo?». Entonces, yo me anduve desanimando también. Pero me fui a pensar con Dios, y le dije muy afligido: «Oiga, Señor... ¿Cómo me va a escuchar a mi el Faraón? ¿No ve que hasta soy medio tartamudo? Pero, ¿por qué maltratan a tu pueblo, Señor? ¿Por qué me envías a mí? Desde que fui a hablarle en tu nombre, más maltratan a tu pueblo... Y tú no haces nada».

PERIODISTA 1. —Harto fuerte lo que usted le decía a Dios. Era como si le estuviera sacando pica, ¿no es cierto?...

MOISÉS. —Sí, pero Dios fue muy bueno conmigo y con su pueblo. Me dio fuerzas para seguir adelante, arrepechando como de subida, frente a todas las dificultades. Así, poco a poco la gente empezó a juntarse. Se corrió la voz por debajito y usted sabe cómo se fueron presentando las cosas. No éramos nadie, al principio: un puñado de hebreos sin poder, dispersos, carne de esclavitud Y usted sabe cómo llegamos a escaparnos de Egipto...

PERIODISTA 2. —Perdone que lo interrumpamos. Nos quedan pocos minutos para esta entrevista. Usted sabe que el espacio es limitado. Una pregunta más. Cuando salieron de Egipto tuvieron que atravesar el desierto con todo un pueblo, hombres, ancianos, mujeres y niños. ¿Qué experiencia tuvo usted frente a este pueblo errante y peregrino? Cuéntenos algo.

MOISÉS. —Fueron años, fíjese bien, años, años muy duros. Cuántas veces pensé para mis adentros: «preferiría mil veces estar muerto». El pueblo reclamaba. Ya no podían más. Es cosa terrible pasarse la vida en el desierto.

PERIODISTA 1. —¿Pasaron mucha hambre, mucha sed, en el desierto?

MOISÉS. —No era lo más grave, amigo periodista. El peor enemigo era el desánimo, la desesperanza. El pueblo había perdido la confianza en su poder y había perdido su fe en Dios. Ya no creían que íbamos a llegar algún día a la tierra prometida. Mire usted qué vergüenza: el pueblo quería echar pie atrás y regresar a Egipto. Me decían: «Mejor vivir como esclavos, pero comer y beber». Echaban de menos las cebollas. Para qué seguir luchando por una libertad que no vamos a ver jamás, gritaban enojados contra mí (silencio breve). Sí. (silencio breve). Nuestra lucha más difícil fue contra la decepción. Óigame, no teníamos suficiente fe.

PERIODISTA 2. —Harto difícil su situación. Pero ¿qué lecciones sacó de ese período del desierto?

MOISÉS. —Lo principal, la principal lección es que vale la pena seguir luchando por la libertad, por la hermandad, a pesar de todas las dificultades. Un pueblo es capaz de atravesar desiertos. Todos los ejércitos del mundo no son capaces de atajar una nube de arena que se levanta desde el desierto. Las tropas del Faraón llegaron hasta el mar rojo; el pueblo de los no-violentos, de los pobres esclavos, lo atravesaron. No hay nada ni nadie que pueda pararnos cuando caminamos convencidos de que la libertad es la mayor dignidad del hombre. Es nuestra. Dios la quiere para todos los hombres.

PERIODISTA 1. —Estamos terminando nuestro tiempo. Díganos algo para nuestra juventud, un mensaje suyo. Usted salvó a un pueblo del exterminio, usted lo alimentó y organizó en el desierto, usted le dio una ley para que fueran un pueblo, no una masa. ¿Cuál es su mensaje?

MOISÉS. —Dígales a los jóvenes de su tierra que Dios es joven, siempre joven. La vida juega por Él y Él juega por la vida. Cada uno tiene que hacer una opción para que no se lo trague la muerte. Y la opción no puede ser sino frente a esta principal alternativa: o bien conformarse, conformarse, conformarse con la esclavitud, o bien ponerse de pie y echar a andar, hacia la liberación. Dígales que después de mí viene el Esperado, el gran profeta. Ustedes lo conocen por su nombre. Yo no tuve sino la dicha de esperarlo desde lejos. Vivan ustedes el Camino. No le teman al desierto, ni le teman a las tropas de los faraones de todos los tiempos, teman sólo perder esa hermosa vida que Dios les ha dado. ¡Ustedes no están hechos para quedarse dormidos! ¡Ustedes no están hechos para contentarse con las cebollas de los esclavos!

Esteban Gumucio


212 La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio.- PABLO VI