D E S D E   R E C O N Q U I S T A volver al menú
 



     Se llamaba Juan José. El 20 de septiembre de 1982, al cumplir 35 años de sacerdote, escribió esta carta a los cristianos de Reconquista, su diócesis. Una carta que, pese a algunos típicos modismos argentinos, es clara, clarísima.  Quien la lea, ¿se atreverá a decir que los obispos escriben de manera ininteligible?

J.S.V.


     Hace veintitrés años les escribí una carta sobre el mismo tema de hoy: la escasez de sacerdotes. Desde entonces la diócesis ha cambiado mucho, pero el planteo del problema sigue siendo el mismo que entonces con algunas pocas variantes.
     Entre aquella carta y ésta estalló en la Iglesia un hecho de consecuencias que todavía no podemos medir: el Concilio Vaticano II.
     El Concilio nos dejó más claras las ideas sobre «quién es quién» en la Iglesia Católica. Qué lugar ocupa el laico, el religioso, el sacerdote, en esa Iglesia a la que el Concilio le gusta comparar con el Pueblo de Dios en marcha hacia el cielo.
     En ese Pueblo de Dios la inmensa mayoría de los miembros son laicos, bautizados que no son sacerdotes ni religiosos. El Concilio, posteriormente Pablo VI y Puebla, han aclarado muchísimo su camino de salvación: ellos tienen por misión principal ordenar, arreglar el mundo de acuerdo a los grandes valores que nos trajo Cristo: bien común, fraternidad, verdad, justicia...
      Pero también le aclaró al laico que si no «construye la Iglesia» o sea si no se ocupa de la vida de la Iglesia y de la salvación de los hermanos, es «inútil para la Iglesia e inútil para sí mismo». Es decir que una inmensa masa de trabajo dentro de la Iglesia tienen que hacerla los laicos.
     Sin embargo esta clarificación y este trabajo de ninguna manera disminuyen —en lo más mínimo— la necesidad de sacerdotes y religiosos para la conducción del pueblo cristiano.
     Curas y monjas son indispensables para la marcha, para la vida del Pueblo de Dios... y nosotros en la diócesis de Reconquista, no los tenemos en una cantidad ni remotamente suficiente.
     Las cifras que hoy podemos mostrar son apenas mejores que las de 1959 y buena parte de nuestro clero es veinte años más viejo que entonces y también las monjas han seguido cumpliendo años rigurosamente cada 365 días (los bisiestos cada 366).
     Pero un factor que no puede medirse en cifras y que hace muchísimo más deficitaria la cantidad de sacerdotes de que disponemos, es que el trabajo de éstos se ha multiplicado —no sabemos por cuanto— en la medida en que la diócesis se ha ido desarrollando, ha ido penetrando distintos lugares, ha ido iluminando actividades, ambientes y por otra parte en la medida en que la vida cristiana se ha ido haciendo cada día más difícil, sacudida por doctrinas y por realidades vitales que llegan de todas partes y no precisamente para ayudarla.
     Los factores que motivan esta escasez de gente consagrada son muchos: la disminución de hijos en cada familia, el hipersexualismo en que se vive, el consumismo aplastante, el confort de vida, la facilidad de estudios en otras líneas...      Pero yo creo que un factor también importante es la ignorancia de la mayoría de los cristianos sobre lo que es ser sacerdote o religioso y sobre cómo se manifiesta esa vocación.
      Dejando de lado otros factores, quisiera hoy tratar de echar una chispita de luz sobre ese tema.

* * *

     El Negro: Nenucha, estuve quince días pensando cómo decírtelo de nuevo y en forma definitiva. Te repito lo que te dije a la salida de la milonga aquella: yo siento muchísimo darte este dolor grandote que a mí me cuesta tanto como a vos, pero... me voy de cura. ¡No puedo fallarle a Dios!
     Nenucha: Entonces falluteabas cuando me decías que me querías, cuando me besabas...
El Negro: ¡¡¡No!!! Me cuesta muchísimo lo que hago, porque te quiero de veras, pero así como hemos luchado juntos durante nuestra relación para no hacer lo que nos gustaba sino lo que Dios quería, así hoy también tengo que decirle «sí» a Su llamado, a la vocación...
     Nenucha: No entiendo como podés al mismo tiempo quererme a mí y querer irte de cura. ¿No se te entreveraron los tantos?
     El Negro: No. Tengo los tantos bien separados. Una cosa es el sentir cariño, el que me gustés mucho y otra cosa es lo que debo hacer para no serle infiel a Dios. ¿Te creés que cuando a un mártir le van a pasar la picana o a cortarle la cabeza le gusta eso? No le gusta un pito, pero da su sufrimiento y su vida para ser fiel al Señor, como Él dio su vida en la cruz, para ser fiel al Padre y a nosotros...

     El Negro tiene las ideas muy claras; a la que se le entreveraron los tantos es a la Nenucha y - ¡pobre! - se comprende que sea así con el dolor grandote que tendrá con la noticia.
      La vocación no tiene nada que ver necesariamente con el «me gusta» o «no me gusta». El cumplimiento de la voluntad de Dios no suele ser nada agradable. Es un error fatal creer que para ser sacerdote o religioso a uno le tiene que «gustar» el asunto. El ejemplo que le dio el Negro sobre los mártires está muy bueno
      (Si me prometen formalmente no contárselo a nadie, les hago una confidencia, pero ¡ojo! sean fieles al secreto: yo me ordené hace hoy 35 años. No tenía ni cinco de ganas de ser cura. Hasta el último momento tuve esperanza de que surgiera alguna dificultad... pero no surgió y aquí me están aguantando ustedes desde hace 25 años. Desde que entré al seminario jamás tuve un solo minuto de duda o de arrepentimiento por lo que había hecho, lo cual no quiere decir que todo haya sido fácil).

* * *

     Mary: ¿Sabés, Jorge? ¿te acordás que te dije que tenía ganas de irme con las monjas del Santo Sepulcro? Pero el otro día estuve hablando con la Marucha, la del Cosme y me explicó bien. Tiene razón. En realidad yo como laica puedo hacer las mismas cosas que haría como monja. Puedo enseñar, tengo más libertad de andar por la colonia, no tengo horario que me corte para atender a la gente. Al fin y al cabo tener el hábito o no tenerlo no agrega nada a mi apostolado...
     Jorge (el del grupo rural de Guasuncho Tuerto): Mirá, yo no me sé hablar muy bien de esas cosas, pero tengo un pálpito que la Marucha anda medio por el lado de los tomates... Yo creo que si uno se mete de monja...
     Mary: ¿Cómo si «uno se mete»? claro que vos no podés...
     Jorge: Dejate de pavadas que bastante trabajo me da explicarte. Te decía que si uno se mete de monja no es para trabajar más o trabajar menos, es para... ¿cómo se dice? ... para ser más de Dios... ¿me entendés?

     El pobre Jorge no sabe explicarse muy bien pero tiene toda la razón del mundo. Cuando un ciego guía a otro ciego los dos se caen al pozo.
      La Marucha no tiene la menor idea de lo que es una religiosa y la llevó a la confusión a la pobre Mary, quien, de paso, no tendría muchas ganas de irse con las del Santo Sepulcro.
     ¿Qué es una monja? Un religioso/a es una persona tan llamada como cualquiera de ustedes a ser santo (Mt 5, 48) pero que ha pescado el valor de Dios con tanta fuerza que para llegar con más facilidad y menos riesgo, en forma más directa y libre, a ese Dios, tira por la ventana un montón de cosas por las cuales la gente se desvive y se mata: las cosas que se tienen, la propia voluntad, toda la esfera que nace de lo sexual.
     Además, puede ser que enseñe, que cure en un hospital o pastoree un barrio, pero lo más importante no es eso, sino que con su vida nos muestre que por Dios vale la pena dejar o hacer cualquier cosa.

* * *

      Moncho: ¿Y cuándo te vas de cura? Estás amenazando desde el año pasado. La cosa va más lerda que largada de cuadrera.
      Roberto: Sí... tenés razón... pero... la vida se complica, ¿sabés? Compramos el tractor y el viejo no da pie con bola para manejarlo. Además me hicieron pensar: tengo 26 años ya y apenas el 6º aprobado. Dejar a los viejos con todas las cuotas del tractor que no saben manejar; además, con la edad que tengo voy a decir misa con bastón y barba blanca... No es que le quiera fallar a Dios, pero...
     Moncho: No seas tramposo, ¡viejo! Nadie te obliga a ser cura, pero decile a Dios clarito, «quiero» o «no quiero», como en el truco.
     Ser cura es una cosa grandota, grandota: te jugás toda la vida y la vida de tanta gente que a través de vos llegará a Dios o no llegará. De manera que lo tuyo no son más que pretextos.
     El tractor lo manejará el peón; sobran...
     Que te cueste dejar a los viejos —que es más importante que el tractor— lo comprendo perfectamente.
     Y en cuanto a la edad, ahí lo tenés al obispo que era más viejo que vos cuando entró y si no te basta el obispo lo tenés a san Pedro que tenia suegra y todo cuando el Señor lo llamó.
     Roberto: Vamos a ver; varazos a ver... pero el tractor...

     Los pretextos de Roberto los conocemos bien. Los hemos leído en el evangelio, en la parábola del banquete: compré unos bueyes, me casé, compré un campo...
     Gracias a esos pretextos y otros muchos que conocemos: «estoy de novio», «mis viejos, se rompieron todos para darme estudio y ahora... », «a lo mejor no me da la cabeza»..., es que la diócesis de Reconquista no tiene los curas que tendría que tener.
     Frente a una cosa tan grandota como es el entregar la vida al servicio de Dios v de su Iglesia, quedan bastante ridículas estas puertas de escape.

* * *

     Gumersinda: ¿Viste la Gloria?, se va de monja nomás. ¡Qué lástima!, es una chica diez puntos, bonita, inteligente, con una pinta de Hollywood, el padre tiene plata, los muchachos dan vuelta alrededor como moscardones. Es kinesióloga y ahora le da por irse de monja; pucha, ¡qué lástima! Al menos si fuera como el Calixto..., ése era chueco y un desastre, con una cabeza más dura que poste de guayacán; claro, al fin lo echaron del seminario, pero si lo hubieran dejado adentro hubiéramos perdido poco.
      La María Gracia: Claro, tenés razón, es lo que yo digo siempre, la porquería hay que dársela a Dios, las cosas buenas que queden para nosotros...
     Gumersindo: No, no digo eso, pero...

      Sí, la Gumersinda decía eso. La María Gracia tiene razón. ¿Cómo podemos decir, como tan a menudo decimos « ¡qué lástima!», cuando alguien que vale la pena se va de monja o de cura? ¿Cómo podemos pensar que la gente que tiene en la tierra la misión más importante, ayudar a los hombres a salvarse, tiene que ser las sobras, los que no valen nada?
      En cuanto a Dios, parece que es digno de lo mejor y en cuanto a la persona, no podrá tener un destino mayor en el cielo y en la tierra que consagrarse a Dios y a los hermanos.

* * *

     —¿Y cuándo pensás decidirte, te hacés cura o no?
     —
Eso quisiera saberlo yo. ¿Cómo diablos querés que me dé cuenta? Ya hice de todo para saberlo. Le dije a Dios que si el cura me daba dos sagradas formas en la comunión quería decir que sí (histórico) pero ni eso me da resultado... y sigo perdiendo el tiempo sin saber qué hacer.

     El asunto no se resuelve con las dos formas consagradas, que puede ser que estén pegadas por casualidad. En un momento se discutió mucho en qué consistía la vocación y san Pío X nombró una comisión de cardenales que diera la respuesta, que parece muy iluminadora: tiene vocación aquel:
    
a) que va al sacerdocio puramente por la gloria de Dios y la salvación de los hombres,
     b) que tiene las condiciones externas necesarias (condiciones físicas, intelectuales, que sus padres no se mueran de hambre a los dos meses, si él entra, etc.),
     c) la confirmación definitiva de esa vocación la constituirá el llamado del obispo en el momento de la ordenación.
     Por lo tanto, otros motivos: ser más santo, estudiar, luchar por los pobres..., no serán signos válidos de una vocación y no habrá que buscar otras señales del llamado, como suele ser: que me guste ser cura, que mis padres lo quieran, etcétera.
     ¿Qué es un cura? Era un hombre como cualquiera, un chico, un muchacho, un adulto, a quien en un momento determinado de su vida Dios lo llamó para el sacerdocio. Es decir, para que siguiera la línea de Cristo y los apóstoles, realizando su tarea de mediador entre Dios y los hombres. Un hombre decidido totalmente a hacer de puente entre esas dos puntas y para eso conduce al pueblo cristiano, le enseña y le da los sacramentos. Oímos decir que el Pedro o Doña María «ayudan al cura». No es así. Es el cura quien ayuda a todos los Pedros y Marías, a todos los laicos, a vivir su cristianismo y a salvarse. Para eso jugó su vida a tal punto que renuncia a uno de los aspectos más íntimos y totalizantes del hombre: el matrimonio y la familia.

* * *

     Mamá: Mira Mónica, recién tenés 20 años, sos demasiado joven para comprender lo que es la vida y lo que significa meterte de monja ahora. Espera tener un poco más de edad. Yo te voy a dar siempre la total libertad para que sigás el camino y mucho más en las cosas de Dios, pero en eso como en todo, hay que tener prudencia y saber esperar.
     Mónica: ¡Qué querés! ¡No entiendo nada! Cuando tenía diecisiete y salía con el coso ese, me apretabas más que zapato nuevo para que me casara pronto y... bueno ya sabés los consejos que me dabas para pescarlo...
     Mamá: Ah, pero qué partido era ése que vos llamás «el coso ese». Las 3.000 Has., el Taunus y el título no te lo van a dar las monjas, ¡no!
     Mónica: Sí. No te niego que Mario «el coso ese» tenía título, plata y lo que es mucho más importante, era un buenísimo tipo. Pero yo creía que Dios era casi tan bueno como Mario y además creo que ya tengo tres años más que entonces para eso que decís de saber lo que es la vida y lodo lo demás.

      Cuando uno se casa no tiene marcha atrás y sin embargo parece que eso puede decidirse en seis meses de noviazgo.      Para ser monja, al menos seis meses de postulantado, uno o dos ayos de noviciado y después al menos seis años hasta los votos perpetuos, tiempo durante el cual con toda libertad uno puede darse cuenta si se equivocó y volver atrás.      Pero son muchos los que piensan como «mamá»: el casamiento, en cuanto se pueda buscar un partido; para Dios, siempre es demasiado pronto. La conclusión es demasiado simple: el egoísmo de los padres que no quieren separarse de su hijo/hija, que a veces por ese mismo egoísmo, es el único...

     Otro motivo por el cual nuestros sacerdotes son tan escasos es la actitud de aquellos cristianos que se lamentan desconsoladamente de la falta de sacerdotes, que se lo piden con vehemencia al obispo y no le creen cuando éste les contesta que no hay más, que no los ha conseguido en ningún supermercado del país y del extranjero, pero que luego no mueven un solo dedo para que estos curas aparezcan: no lo proponen a sus hijos y a sus nietos; no crean un ambiente en su familia que ayude a valorar la vida sacerdotal o religiosa, no crean tampoco un clima de oración, ni rezan ellos; no ponen a su alrededor un ambiente de apostolado serio, de austeridad, de cruz, que favorezca el descubrimiento y desarrollo de vocaciones consagradas.
      También hay de los otros, como aquel abuelo que inculcó en su nieto desde chico las cosas de Dios y cuando éste emprendió el camino largo hacia el sacerdocio, rezó como un descosido durante todos esos años y hoy la diócesis tiene un cura más. Un cura más gracias a Dios... ¿y al abuelo?

* * *

     La Iglesia, cuyos hijos son en su inmensa mayoría laicos, necesita de un determinado número de sacerdotes y religiosos para mantener un buen nivel de vida cristiana.
     
Ese «cierto número» nosotros no lo tenemos. ¿Porque Dios no lo da? ¿Porque la comunidad —nosotros— no lo pedimos, descubrimos, acompañamos? ¿Porque los llamados dan la señal de «número ocupado» y no contestan cuando Dios los llama?
     Con la esperanza de que cada uno de nosotros haga lo que Dios quiera para que tengamos gente consagrada a Su servicio y al de los hermanes, vaya un cordial apretón de menos de su obispo.

Juan José Iriarte


209-210 Siempre el que se arriesga a amar, se compromete a sufrir, hasta llegar a la frontera en que se toca el todo o nada. Elegir es renunciar. Un «sí» en la vida, trae acollarado una tropilla de «no». Decir «no» a algo, nos deja en libertad para decirle todavía que «sí» a todo lo demás. Mientras que decirle a algo que «sí», nos compromete a decirle que «no» a todo el resto. Contiene muchos más «no» un sí, que no un «no».- Mamerto Menapace