A CORAZÓN ABIERTO volver al menú
 



SEÑOR,
HOY TE PIDO PERDÓN
POR LOS SITIOS QUE VAN A QUEDAR VACÍO EN LA OBRA DE LA CREACIÓN,
POR LAS NECESIDADES CREADAS ARTIFICIALMENTE,
POR LOS TALENTOS QUE NUNCA PODRÁN DESARROLLARSE POR CULPA DE LOS HOMBRES Y DE LA SOCIEDAD QUE ELLOS MISMOS HAN CONSTRUIDO,
POR LOS INNUMERABLES TRABAJADORES, TUS HIJOS, QUE NO CONOCERÁN EL DESARROLLO QUE TÚ SOÑASTE PARA ELLOS,
POR MI FALTA DE ENTUSIASMO EN LA BÚSQUEDA CONSTANTE DE TU VOLUNTAD,
POR MI FALTA DE GENEROSIDAD EN CORRESPONDER A ELLA LO MÁS FIELMENTE POSIBLE.

SEÑ
OR,
TE AGRADEZCO
LOS DONES QUE ME HAS OFRECIDO,
LAS POSIBILIDADES FÍSICAS E INTELECTUALES QUE HAS PUESTO EN MÍ,
LA EDUCACIÓN QUE HE RECIBIDO,
LAS FACILIDADES QUE HE TENIDO PARA ESCOGER EL OFICIO QUE ME CONVIENE.

SEÑOR,

HAZME DÚCTIL ENTRE TUS MANOS,
PARA QUE, DEJÁNDOME GUIAR POR TI A TRAVÉS DE LOS ACONTECIMIENTOS,
INVITADO POR LAS AUTÉNTICAS NECESIDADES DE MIS HERMANOS LOS HOMBRES,
DESCUBRA:
EL LUGAR EN QUE TÚ ME ESPERAS,
EL PAPEL QUE, POR MI TRABAJO, SUEÑAS CON VERME REPRESENTAR EN LA OBRA DE TU CREACIÓN.


     La oración, apareció en esta publicación vocacional hace exactamente 10 años. Desde entonces son muchos los que la han rezado haciéndose dúctiles entre las manos del Señor para dejarse guiar por Él a través de los acontecimientos.
      Acabo de traducir un nuevo libro de Quoist. Libro amasado con vida, titulado «A corazón abierto», en el que se reúnen 425 reflexiones, oraciones, descripciones, encuentros, diálogos, gritos... anotados a vuela pluma a lo largo del ancho mundo, precedidos de unas páginas autobiográficas del autor.
     Transcribo siete. Que dan que pensar.

 J.S.V.


1. Sin enraizarse profundamente, nadie puede dar fruto. Resulta que el hombre moderno, insatisfecho, camina perpetuamente buscando la tierra prometida. Cuando cree que la ha encontrado, se para un momento, pero sin esperar a que maduren los frutos. Los coge. Al estar verdes y ácidos, decepcionado, los arroja y acusa... a la tierra.
      Y avanza de nuevo por el camino de los espejismos.
     Saber detenerse. Saber colmar toda la hondura del momento presente. Realidad de vida de hoy, tú eres mi tierra y yo puedo florecer en ella. Señor, aleja de mí la tentación de buscar eternamente «en otra parte».

2.   Si sabes dónde se esconde el mayor tesoro del mundo, si sabes que cualquier hombre que conozca el camino puede venir y saquearlo impunemente, si sabes que el tesoro es Vida, amor y alegría inagotables, ¿cómo eres capaz de callarte y guardar tu secreto?

3. El hombre moderno tiene necesidad de ver el mundo que construye. Quiere verificar el poder de su ciencia y de su técnica. Quiere constatar el resultado de su lucha. Un trabajo «espiritual» mueve a pocos. He ahí una de las razones del reducido número de vocaciones religiosas.
      Los jóvenes mejores quieren luchar para liberar a sus hermanos del mundo obrero, quieren trabajar por los países en vías de desarrollo, entregarse en favor de «obras» contra la pobreza, la enfermedad, etc. Quieren trabajar en la restauración y en la reconstrucción, pero todos quieren contemplar el fruto de su trabajo.
     En cambio hay penuria de trabajadores nocturnos, los de las raíces y los fundamentos, los de la savia que no se ve cuando la rama rota sangra por la vida estropeada.

4. Me he marchado para pasar un fin de semana tranquilo (en una casa de ejercicios). Tenía ganas de echar la siesta, pero al terminar la comida los comensales han empezado a hacerme preguntas. He tenido que olvidarme del sueño para estar a disposición de quienes me reclamaban. Había venido para estar callado, he tenido que hablar. Que lo hacía a contrapelo era visible, porque bostezaba sin parar y sin poner la mano ante la boca. Al momento me di cuenta: «No tienen que encontrarme amable».
     Por la noche me dije: «Una vez más, no he sabido amar».
     Decididamente es más fácil imaginar la vida que vivirla.

5. Esta mañana acompañé al P. Lebret, dominico, fundador de «Economía y Humanismo». Se embarcaba para Perú. El presidente de aquella república le había encargado estudiar y proponer al gobierno un plan de desarrollo para el país. Estuvimos hablando casi dos horas. El diálogo fue apasionante y enriquecedor, pero quizá más aún la actitud y los gestos del padre.
      Al salir me esperaba un joven de la JOC. Le pedí disculpas porque no tenía tiempo para atenderle. Entré un momento para firmar el correo. Al volver encontré al padre sentado junto al chico. Los dos charlando, o más bien charla uno, el jocista. Responde a las preguntas del padre. Escucho. Observo. El P. Lebret, inmóvil, mira a su interlocutor, es más, le «devora» con unos ojos chispeantes en los que parece haberse dado cita toda la malicia del mundo junto a la inteligencia, la lucidez y la bondad. Ojos que escrutan y que —impacientes por ver en profundidad— dan la impresión de estar mirando alegremente por encima de unas gafas de cuatro chavos, apoyadas en la punta de la nariz. Ojos que «escuchan».
     Vamos con retraso. Intervengo: —«Padre, ¡recuerde que el capitán del barco le espera! » —«Sí, ya voy». Pero vuelve a hacer una nueva pregunta. Y escucha y vuelve a escuchar. Esperé casi media hora más. Cuando al fin salimos, exclamó: «¡Qué pena no haber tenido más tiempo! ¡Era tan interesante!».
     Llegamos muy tarde al muelle. Un mozo cogió el numeroso equipaje del padre para llevarlo a su camarote. Tuvo que hacer dos viajes. Nos abordó un oficial: «¿El P. Lebret?». Saludos, palabras amables. «Si me permite, le acompaño. El capitán le espera para almorzar». —«Sí...». Pero mientras tanto el mozo ha desaparecido y el padre, propina en mano, empieza a mirar para dar con él. Va hacia un lado, me manda a mí hacia otro. Un poco molesto, dejo plantado al oficial para buscar al mozo. A los diez minutos, quizás al cuarto de hora, aún no ha aparecido.
     El P. Lebret está contrariado. Tímidamente me atrevo a intervenir: «¡Padre, le están esperando!». Ni se mueve, sigue buscando con los ojos, descubre a otro mozo y le para: —«Perdone, amigo, uno de sus compañeros se ha hecho cargo de mi equipaje, pero me he distraído y se ha marchado sin que haya podido entregarle esta propina. Téngala. Si por casualidad le encuentra, désela y que disculpe. Y si no lo localiza quédese con el dinero, por supuesto». El mozo se queda de piedra, el oficial no entiende nada, y yo admiro al hombre, experto internacional de la ONU, consultado por jefes de Estado, consejero de Pablo VI (colaboró en la redacción de la «Populorum progressio»), autor de diversos planes de desarrollo para países enteros, o de reestructuración de regiones y ciudades, etc. Sí, admiro al hombre que es capaz de interesarse por los grandes de la tierra y escuchar igualmente con la misma atención, más quizás, a un aprendiz que le cuenta su vida, al hombre que es capaz de «perder» media hora por un gesto de justicia y amistad. ¡Hombres así cambian el mundo!

6. Oigo decir: «Hoy solamente se habla a los hombres de sus derechos y jamás de sus deberes». A veces es verdad y es grave. Los derechos tienen una doble vertiente. La una los derechos, la otra los deberes. No pueden existir los unos sin los otros. Hablar a los jóvenes sólo de los derechos que hay que defender y conquistar, es ponerles en el camino de una perpetua insatisfacción, y lo que es todavía más grave, situarles en la imposibilidad de construir un mundo de justicia y de paz.

7. Desde que me han encargado en la diócesis del servicio de las «vocaciones» me preguntan con frecuencia por qué, según mi opinión, son tan pocos los jóvenes que se presentan para ofrecer su vida al servicio de la Iglesia. Con frecuencia se entabla una discusión, e indefectiblemente hay adultos que atacan a los jóvenes... tan poco generosos... que sólo piensan en su moto y sus boums, que no quieren arriesgar su vida... Y cada vez me sulfuro.
     Ayer, después de la conferencia, durante el tiempo dedicado a preguntas, conservé las de las «vocaciones» para el final (había nueve), pero al ir a contestarlas, el organizador del encuentro me hizo señal de que había que terminar. Quería ayudar a reflexionar. Leí en voz alta las preguntas —de hecho casi todas cuestionaban a los jóvenes— y dije: No voy a poder contestarlas, acaban de indicarme que es hora de terminar. Quiero señalar dos pistas de reflexión para que encontréis vosotros mismos las respuestas:
     Primera: los jóvenes que actualmente, decís que no quieren comprometerse, son vuestros hijos. Somos nosotros, los adultos, quienes hemos hecho la sociedad y las comunidades cristianas en las que han sido educados.
     Segunda: las razones por las que dudan o rehúsan dar su vida son exactamente las mismas que nos hacen dudar o rehusar dar la nuestra, allí donde estamos, en la sociedad y la Iglesia donde estamos.
     Mirémonos. Quizás encontremos las respuestas.

Michel Quoist


204 Dios llama a quien quiere, por libre iniciativa de su amor. Pero quiere, también, llamar mediante nuestras personas. Así quiere hacerlo el Señor Jesús. Fue Andrés quien condujo a Jesús a su hermano Pedro. Jesús llamó a Felipe, pero Felipe llamó a Natanael. No debe existir ningún temor en proponer directamente a una persona joven, o menos joven, la llamada del Señor. Es un acto de estima y de confianza. Puede ser un momento de luz y de gracia. - JUAN PABLO II