PROHIBIDO SER SACERDOTE volver al menú
 


     «Il Tempo», uno de los periódicos más importantes de Italia, ha convocado un bonito concurso. Lo titula: «¿Qué quieres ser de mayor, y por qué?» Es muy sencillo. Veréis:
     Los niños italianos sólo tienen que elegir uno de los setenta y ocho oficios que el periódico propone e ir a uno de los fotógrafos que «Il Tempo» señala. Allí hay ya preparados disfraces de esos setenta y ocho oficios. Les harán una fotografía gratuita y un bonito regalo. Luego el periódico publicará las fotografías mejores, y ¡vengan más regalos a los vencedores! Será un éxito, veréis. Los papás tomarán a sus nenes y les pondrán delante de la última página del periódico que durante un mes y medio publicará unos dibujitos con las setenta y ocho profesiones, y les dirán:
     —A ver, Pepito, ¿qué quieres ser cuando llegues a mayor?
     El niño recorrerá con los ojos abiertos de par en par todas aquellas caras que para él representan el futuro. ¿Qué será lo mejor para él? Quizá le guste ser militar. Entonces tiene bien dónde elegir. ¿Qué tal el aire marcial de este legionario? ¿O los ojos brillantes de este aviador? O mejor la fiereza de este artillero. ¿Y carabinero? ¿Y marinero, o granadero, o paracaidista? ¿O montañero? ¿O piloto de un carro de combate? ¡Qué difícil es elegir!, ¿eh, Pepito?

     Pero quizá nuestro chavea sea hombre tranquilo y sus ojos se vayan detrás de ese abogado, o de aquel químico, o de este ingeniero. ¿O, por qué no, arquitecto? ¿O banquero? ¿O negociante?
     Quizá mejor ser ferroviario como papá. O jardinero como tío Luis. O enfermero como el padre de Manolo, su amigo. ¿Y carpintero, qué tal le iría?
     A ratos a Pepito también le gusta soñar, y se imagina en las profesiones más movidas. Y se ve escritor, o pintor, o director de cine, o actor, o periodista, y hasta explorador o buzo.
     El padre de Pepito está ya impaciente:
     —¡Qué!, ¿qué has pensado?
     A Pepito le gusta todo. Cada uno de aquellos hombres allí dibujados le parecen maravillosos, y querría ser siete u ocho cosas a un tiempo. Pero...

     ¿Qué es lo que le pasa ahora al niño, que mira la lista una y otra vez, de arriba abajo, como si buscase algo que no encuentra? Después pasa su dedito sobre los setenta y ocho oficios, uno por uno, desde el primero hasta el último. Mira a su padre para preguntarle algo. No se decide y vuelve a mirar el periódico, como si se hubiera equivocado. Pasa por sexta vez su dedito sobre todas las profesiones que le ofrecen. (No busques más, Pepito; no está ahí, no te has equivocado.)
Os diré lo que todos habéis ya comprendido: uno de los sueños de Pepito es ser sacerdote. No sabe muy claro por qué, pero es cosa que le gustaría. Se imagina alguna vez vestido de alba y casulla, y la cosa le hace reír, pero no le disgusta un pelo. Ahora alza los ojos profundísimos hacia el padre. Pregunta:
     — Papá, ¿y ser sacerdote no se puede?
     El papá se queda un momento dudando. Luego también él pasa los ojos por la última página de «II Tempo», revisa una por una las setenta y ocho profesiones que allí ofrecen a sus hijos y no encuentra por ningún lado al sacerdote. Mira un momento a Pepito y se queda dudando, con esa cara de susto que ponemos los mayores ante todas las preguntas que nos hacen los niños.

     No sé si esto habrá sucedido en alguna casa italiana. Quiero creer que sí, quiero pensar que en algún alma de niño habrá dejado el Maestro la maravillosa semilla de la vocación sacerdotal, y el pequeño se encontrará desconcertado al ver que a los redactores de «II Tempo» ni se les ha ocurrido que entre los que construyen el mundo de hoy y el de mañana están los sacerdotes.
     ¡Ah!, y no se crean ustedes que se trata de un periódico comunista o anticlerical; no. «Il Tempo» es un periódico corriente, un tanto liberal, pero más bien lo que se dice «de derechas». Y, sin embargo...
     Me dan pena estos niños romanos a quienes se les ofrece todas las mañanas la sugerencia de ser buzos, intérpretes, exploradores, arqueólogos, fotógrafos, barberos, hidráulicos, taxistas, granaderos, guardias de tráfico, financieros, mecánicos..., pero no sacerdotes.

     No sé si los redactores de «Il Tempo» practican como católicos, pero podría asegurar que, casi todos ellos, un día entraron en la Iglesia con el agua que un sacerdote derramó en sus frentes recién nacidas; que temblaron con los labios entreabiertos mientras un sacerdote depositaba en su lengua el Cuerpo vivo de Dios; que todos ellos habrán tenido un amigo sacerdote que alguna vez les haya animado a vivir tras convertir la suciedad de sus almas en un lago tranquilo. Y estoy seguro de que algún día desearán tener un sacerdote al lado, cuando el Padre les mire, y les pregunte: «Tú, ¿qué has hecho de tu vida?» Sería muy triste que en ese momento se vieran rodeados solamente de químicos, de albañiles, de buzos...

J. L. Martín Descalzo


202 Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo, que quiere corazones valientes y decididos. Vale la pena consagrarse al hombre por Cristo, para llevarle a Él, para elevarlo, para ayudarle en el camino hacia la eternidad. Vale la pena hacer una opción por un ideal que os procurará grandes alegrías. Vale la pena vivir por el Reino el celibato sacerdotal, vivirlo responsablemente, aunque os exija no pocos sacrificios. El Señor no abandona a los suyos.— JUAN PABLO II