¿CÓMO SABRÉ SI TENGO VOCACIÓN?
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     Desde hace años, cuando cae en mis manos el «Anuario pontificio» me entretengo buscando en el índice, además del nombre de mis amigos obispos, el de François Frétellière. Supuse que era un vocacionero que llegaría a obispo, que sería un buen obispo. De los que no usan palabras esdrújulas, de los que no presumen de saberlo todo ni emiten juicios apodícticos (que quiere decir incondicionalmente ciertos, necesariamente válidos). Lo pienso desde 1981, cuando traduje esta página porque me dejó paz cuando la leí en una publicación vocacional francesa. Y pensé que también pacificaría al joven que la leyese.

J.S.V.


     Más que por escrito, preferiría contestarte de palabra. El problema para ti es muy concreto sin duda. Se enmarca en tu historia personal. Piensas en posibles orientaciones. La respuesta, para ser realmente válida, tendría que tenerlas en cuenta.
     De lo que voy a decirte a continuación, selecciona lo que más te convenga. Se trata sólo de tres observaciones.

Primera

     Me alegra que me hayas formulado la pregunta «¿cómo sabré si tengo vocación?». Deja entrever que no estás seguro de ti mismo. En una situación así, desconfío tanto de la ingenua seguridad, de la certeza irrefutable, de la testarudez... como de los miedos más o menos viscerales.
     
A mi entender, sólo se puede reflexionar válidamente sobre la voluntad de Dios a partir del momento en que, cualesquiera que sean los temores o los gustos, se acepta por anticipado estar disponible para cualquier orientación que pueda presentarse tras madura reflexión.
     Moisés subió solo al Sinaí para descubrir la voluntad de Dios. Jesús, antes de llamar a los discípulos, se retiró a un lugar apartado para rezar. Actualmente muchos van a recogerse a un lugar de silencio y de oración antes de tomar la decisión que va a orientar su vida.
     Hay que alejarse de lo cotidiano, del ambiente ordinario. Hacer silencio. Abrirse a Dios tranquila, apaciblemente en la confianza. Pedir la gracia de la disponibilidad. Aceptar el tener que dar tiempo al tiempo, el no ver claro inmediatamente. Es esencial.
     Dios te quiere libre. Es la condición que se ha puesto a sí mismo para llevar a cabo su obra en ti y a través de ti. Por tanto empieza por asegurar las condiciones de esta verdadera libertad.

Segunda observación

     Mira un poco tu vida, tu historia, tus cualidades, tus defectos. ¿Qué te atrae? ¿Qué te repele? ¿Qué te hace feliz? ¿Qué es lo que te da vida? ¿Qué te permite situarte mejor en relación con los otros?
      En el libro de la Palabra de Dios, en el evangelio, ¿qué textos, qué acontecimientos te resultan manantiales de vida? ¿Qué es lo que te atrae en Jesús y en quienes le siguieron a lo largo de la historia?
     Que tu mirada sobre ti mismo sea perspicaz pero serena, benévola pero lúcida. La voluntad de Dios consiste en buscar en la línea de las llamadas a la conversión que él te dirige, de los talentos que te ha dado para que los hagas fructificar.

Tercera observación

     No busques a solas. Nadie es buen juez en causa propia.
      Sólo conoces tu rostro a través del espejo o la foto que devuelve tu imagen. Necesitas encontrar a alguien con quien tengas plena confianza, a quien puedas abrirte totalmente. Alguien desinteresado e informado a la vez sobre las necesidades de la Iglesia y del mundo. Alguien que esté más familiarizado con los caminos de Dios, y que tenga un conocimiento real de las aptitudes necesarias para responder a esta o aquella vocación. Él te ayudará en tu cara a cara con Dios.
     Y además no te encierres en tu problema. Es preciso que vivas también, hoy y ahora, enfrentándote a la realidad. Porque es importante que te comprometas en favor de los otros y con los otros. Ellos te devolverán la imagen de ti mismo, a través de lo que te pidan y de lo que rechacen de ti. Además, ellos también buscan su camino. Su experiencia te resultará preciosa. No dejes de tenerlo en cuenta.
     Si al final de tu reflexión notas que Dios te llama a que le consagres tu vida, somete tu proyecto a la Iglesia en la persona del obispo o de los responsables de una comunidad religiosa o de sus delegados. Este último paso es la garantía de tu disponibilidad a la voluntad de Dios. En ella encontrarás la seguridad necesaria para comprometer tu futuro en la esperanza.
     En definitiva, lánzate a la búsqueda como un peregrino. El camino quizá sea largo, incluso duro y tortuoso a ratos. Que tu brújula sea la Palabra de Dios, la oración tu manantial. Si formas equipo con buenos compañeros, si tienes un buen guía, si perseveras en el esfuerzo, encontrarás a Dios al final del camino. Te deseo conozcas esta alegría.

François Frétellière


191 Los sacerdotes no caen del cielo con los bolsillos repletos de estrellas y la boca llena de bendiciones. Los sacerdotes nacen en una familia. Es en su familia donde han aprendido a decir «padre», «madre», «hermanos». Al principio con sólo minúsculas. Luego, sólo luego, con mayúsculas: «Padre» (que estás en los cielos), «Madre» (de Jesús y nuestra), «Hermanos» (todos los hijos de Dios). ¡Es tan fácil comprender el amor de Dios cuando nuestros padres se han amado, cuando nuestros padres nos han amado!- Jorge Sans Vila